La poesía
pertenece a lo más íntimo, lo más sagrado,
lo más tembloroso del hombre; no es
asunto de frases bonitas (algunas veces es todo lo
contrario)
Rafael Cadenas, entrevista
publicada en El Nacional en 1966
Hace algún tiempo tuve la
fortuna de asistir a un recital de los poetas Rafael Cadenas y
Eugenio Montejo. Vivimos momentos inolvidables cobijados por la
hondura de los versos de estos dos escritores venezolanos.
Cadenas es poeta, ensayista, traductor y profesor de
literatura. Es
una voz poética lúcida, penetrante, que obedece a
una visión del mundo fruto de un pensamiento
lúcido y de alcance universal.
Entre sus obras se encuentran Cantos iniciales (1946),
Una isla (1958), Los Cuadernos del destierro (1960), Derrotas
(1966), Falsas maniobras (960), Anotaciones (1973), Intemperie
(1977), Memorial (1977), Amante (1983), Dichos (1992), Gestiones
(1992). Se han publicado varias Antologías de su obra y el
Fondo de Cultura
Económica publicó su Obra entera. Sus ensayos son
referencia indispensable del pensamiento contemporáneo.
Sus libros En
torno al lenguaje y los
Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística son objeto
de estudios e investigaciones.
Recibió el Premio Nacional de Literatura, el Premio
Internacional de Poesía Pérez Bonalde, la Beca
Guggenheim y Doctorados Honoris Causa de las Universidades
Central de Venezuela y
Los Andes.
Estas líneas que ofrezco a continuación
son apenas unas notas y una reflexión muy personal en torno
a la visión poética que se revela en la obra del
venezolano Rafael Cadenas. Acercarme a desentrañar algunos
rasgos en su poesía es un ejercicio que emprendo con
timidez, porque es asomarse a su alma. La lectura de
sus poemas,
escritos y entrevistas es
un solaz para el espíritu. Comienzo haciendo mías
estas palabras escritas a Rilke por Lou Andreas-Salome en 1914:
"(…) empecé a vivir con el poema mismo, pues en los
primeros momentos su sentido objetivo me
subyugó demasiado como para poder hacerlo.
Y ahora lo leo, o mejor, no paro de
recitármelo a mí misma. Hay en él como un
reino recientemente conquistado, todavía no se distinguen
bien sus fronteras, se extiende más allá del
espacio que se puede recorrer en él; se lo adivina
más amplio (…)" (Correspondencia, Hesperus
1989).
Así suele suceder con los poemas de Cadenas:
pueden alguno de ellos ser como una pluma de ave que penetra sin
ruido en mi
ventana, otros rasgan silencios a tambor batiente, mas cada uno
conduce a un reino de significaciones, y cuando creo haber
agotado su sentido surge otro y otro; es una poesía que
mueve los cimientos de lo habitual y nos lanza hacia las
profundidades del misterio que somos.
El
personaje
A pie descalzo y con un candil en la oscuridad suelo leer a los
poetas cuyos versos dejaron de pertenecerles para volverse
míos. Cadenas, a quien parece que no le gusta mucho que le
llamen poeta, estará acostumbrado a ser "elucidado,
disecado, menguado, enriquecido, exaltado y maltratado", haciendo
valer las palabras que escribe Paul Valéry sobre sí
mismo en el Prólogo al Cementerio Marino. Por
esta razón no quiero hablar de ese hombre pausado, de
caminar distraído, a quien podemos encontrar subiendo la
escalera hacia la Librería Macondo, o bajar los
peldaños hacia Lectura, el
Buscón o Alejandría. No me atrevería
siquiera a asomar algún sesgo de su forma de ser,
él que se confiesa aprendiz, siempre joven ante el
hallazgo que es la misma vida. Dejo constancia de que a veces
saluda con una secreta alegría y en ocasiones me parece
que mira pero no me está viendo y hace un esfuerzo para
saludar, como si no estuviera allí. Me pregunto entonces,
¿estará enojado, habré sido
descortés? Otro día vuelvo a encontrarle sentado en
un quicio a la espera de que abran las puertas de algún
teatro y
nuevamente sonríe enigmático, juvenil, y sus ojos
café se
vuelven claros como el color de su
portafolio de cuero. Me
recuerda unas líneas que leí siendo muy
joven:
(…) "él había pensado más
que otros hombres, poseía en asuntos del espíritu
aquella serena objetividad (…) y sabiduría que
sólo tienen las personas verdaderamente espirituales a las
que falta toda ambición y nunca desean brillar, ni
convencer a los demás, ni siquiera tener razón"
(…) (El Lobo Estepario, Hermann Hesse). Me atrevo
a agregar que Rafael Cadenas es un personaje distinto para cada
uno de los seres humanos que le conoce y permanece siempre a
contraluz, en los linderos del misterio, transformado día
a día en la medida en que crece su obra. Su lenguaje se
enriquece y se amplía la comprensión amorosa hacia
el ser humano. Es lo que percibo en su poesía y siento que
ninguno de sus poemas es prescindible, cosa poco frecuente en la
obra de la mayoría de los escritores.
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