La formación de los primeros Estados-naciones: de comunidades a imperios
- Siglos XIII-XIV: Los
primeros pasos para la unidad
constitucional
Los reyes del comercio
Resurge la creación
Descubriendo el mundo
Dios en la lucha por el poder
Francia e Inglaterra: un rey, una
nación
Hoy los conocemos como dos de los ocho poderosos del
sistema mundial.
La patria de la histórica Revolución
de 1789 y la isla de los grandes reyes y los supremos dominios
coloniales, han regido, a través de sus propios
aconteceres históricos, el del resto de la Humanidad.
Desde el momento en que se constituyeron como naciones, Francia e
Inglaterra
ocuparían un papel esencial en el mundo conocido y en los
que posteriormente se descubrirían. Pero el camino para
llegar allí no dejó de ser tortuoso y
traumático.
Después, ya con el estatus propio de su
territorio, lo consolidaron o debilitaron según la
época con la que confrontaron. Para mantener esta unidad
nacional e incluso imponerla como elemento de superioridad a
otros territorios emplearon recursos de todo
tipo pero válidos en el transcurrir del tiempo pues
terminaron siendo dos de las naciones principales en cuanto al
rumbo político y socioeconómico de la Europa del
futuro.
Siglos XIII-XIV:
Los primeros pasos para la unidad
constitucional
Con el desarrollo que
ya acumulaba la humanidad en cuanto a los medios de
producción y la división social del
trabajo, a
partir del siglo XIII D.c., comienzan a evidenciarse cambios
trascendentales en las estructuras
sociales que conllevarían a la posterior aparición
de los primeros Estados-nación
(Francia e Inglaterra) en el siglo XV. Por supuesto, como toda
transformación en la historia, estas aparecieron
causadas por factores de diversa índole.
Al principio, los territorios estaban divididos (e
identificados) simplemente por reinos y dentro
de ellos los señoríos y propiedades de la Iglesia. Pero
el propio crecimiento de las actividades comerciales
motivó la aparición de factores que le otorgaron un
carácter más propio a cada
región según sus características.
Por ejemplo, a partir de este siglo comenzó el
auge por todo el territorio europeo de las ciudades, llamadas
burgos. Cada una de ellas había surgido con un
fin específico (militar, religioso, cultural, como parada
de viajeros para el descanso y comerciales) pero fueron las
dedicadas al comercio las
más notorias debido a su impacto en la población feudal. Allí surgieron los
primeros gremios o asociaciones de personas con el mismo oficio.
Y en algunas ciudades dedicadas al comercio se desarrollaron,
como manera de estimular esta actividad, ferias de intercambio
con las más representativas en las regiones de Champagne
(Francia) y Brujas y Medina del Campo (España).
También se intensificó como principal
elemento de cambio
comercial el uso de la moneda, respectivas de cada país
aunque las más conocidas fueron el maravedí
(España), el florín (Florencia) y el ducado
(Venecia).
Por supuesto, las futuras instituciones
que florecerían en las ciudades también
caracterizaron las naciones. Además de los ya nombrados
gremios, aparecieron asociaciones de maestros independientes de
la enseñanza escolástica que llevaron
luego a la creación de las primeras universidades en
París, Oxford, Cambridge y Salamanca.
A partir de la segunda mitad de este siglo el emperador
alemán fue perdiendo poco a poco su poder. Algunos
príncipes dejaron de obedecerle y se independizaron. Esto
coincidió con el afianzamiento de las grandes
monarquías: Francia, Inglaterra, Portugal, Castilla o
Aragón. Los reyes exigieron ser tratados como
iguales del emperador y por tanto, señores en sus
reinos.
Paradójicamente, para formarse como estados
independientes, estos soberanos tomaron de ejemplo a su
más feroz enemigo: la iglesia. La estructura de
organización autoritaria, con una cabeza
suprema a la que se le debía absoluta obediencia les
sirvió para formar sus propios imperios. Más tarde,
los monarcas seculares ayudados por las doctrinas resucitadas del
derecho imperial romano, los volvieron contra el
clero.
Pero, ¿cómo empezaron Francia e
Inglaterra?
En el territorio francés, los rezagos heredados
del sistema medieval habían causado un territorio dividido
en propiedades donde los señores feudales tenían
más poderío que el propio rey. Este no contaba con
recursos ni poder económico para el añorado mando
central que resolvería el caos en cuanto al transporte de
mercancías y la seguridad entre
otros, propios de la época.
Ante tal situación, el soberano Felipe III
buscó una alianza provechosa con los comerciantes. Estos
lo apoyaban con dinero y la
formación de milicias populares y a cambio se les otorgaba
vía libre a sus negocios
porque ello también significaba el camino hacia la
próspera centralización. Con el tiempo esta medida,
llamada popularmente (aunque se ve que no necesariamente
beneficiaba al pueblo) "la alianza del rey con el pueblo",
debilitó la influencia de los señores feudales y
creó paulatinamente las conocidas zonas especializadas en
mercancías.
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