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Nociones generales acerca de la cultura política (página 2)




Enviado por Denise Popa



Partes: 1, 2

Cultura es la educación,
resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de
afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales
del hombre.
Estado de
adelanto o progreso intelectual o material de un pueblo. Es uno
de los elementos integrantes de la civilización y el
más importante de los componentes de este. Conjunto de
conocimientos fundamentales y necesarios para entender en
cualquier rama del saber humano sin que esto suponga un dominio absoluto
de cada ciencia en
particular.

Cada vez está más presente en el debate
contemporáneo que el atraso o progreso de los pueblos
tiene mucho que ver con la cultura, y de
esta, especialmente la cultura política. Ya lo
decíamos, entendemos por cultura, el conjunto de formas y
modos adquiridos de pensar, hablar, expresarse, percibir,
comportarse, comunicarse, sentir y valorarse a uno mismo en
cuanto a individuo y en
cuanto a grupos, o sea, el
resultado de la vivencia de los pueblos. La cultura
política es el resultado del comportamiento
y valores de los
políticos y de los ciudadanos en la vida nacional, en su
calidad de
seres políticos y su resultado, por tanto, puede tener
manifestaciones democráticas y no democráticas. Las
principales manifestaciones democráticas de la cultura
política son: la tolerancia a la
disidencia política, la negociación como solución de las
controversias, el respeto al
derecho de los demás, el reconocimiento del voto popular
como única vía de acceso al poder
político, la equidad en las
relaciones políticas,
económicas, sociales y de género, la
visión de nación
por encima de intereses particulares. Las principales
manifestaciones no democráticas de la cultura
política son: las exclusiones, las confrontaciones, la
intolerancia, la baja capacidad de negociación, la
violencia
política antepuesta a la negociación, la
visión suma cero del poder de que el que gana, gana todo y
el que pierde, pierde todo, el caudillismo y el
cacicazgo que ha afectado el desarrollo de
los partidos
políticos, el hegemonismo y el centralismo.

Desde su inserción original en el discurso de
las Ciencias
Sociales, el concepto de
Cultura Política introdujo una ambigüedad que no ha
sido fácil evacuar posteriormente. En su
formulación original, al y como aparece en la obra pionera
de Almond y Verba[2]el concepto remite más
bien a la cultura cívica, valga decir, a una forma
específica de cultura política que
condicionaría o facilitaría el desarrollo y el
funcionamiento de los sistemas
democráticos. Pero al mismo tiempo, para
adquirir un claro estatus en el discurso científico, el
concepto de cultura política requiere convertirse en un
instrumento neutro, que sirva para analizar o investigar la
diversidad de esas matrices
culturales que permiten orientar la actividad política en
una sociedad en un
momento dado.

Inspirados en las doctrinas de estudiosos, consideraron que un
gobierno
democrático debe gobernar, debe mostrar poder, liderazgo y
tomar decisiones. Por otro lado debe ser responsable hacia sus
ciudadanos. Si algo significa la democracia es
que, de alguna manera, las élites gubernamentales deben
responder a los deseos y a las demandas de la ciudadanía. La necesidad de mantener este
balance entre poder gubernamental y la capacidad de respuesta del
gobierno, así como la necesidad de mantener otros balances
que derivan del balance del poder y de la capacidad de respuesta,
balances entre consenso y diferencias, entre afectividad y
neutralidad afectiva, explican la manera mediante la cual los
patrones mixtos de actitudes
políticas asociados con la cultura cívica resultan
apropiados para un sistema
democrático"[3].

Años después, dentro de la tradición
metodológica que había orientado la
investigación de Almond y Verba, Ronald Inglehart, de
la Universidad de
Michigan, realiza y publica un estudio comparativo más
amplio con el fin de cuantificar las diferencias actitudinales
predominantes que estarían en la base de las diversas
culturas políticas de las sociedades
industrializadas3. Sin embargo, la originalidad del proyecto
investigativo de Inglehart no residía únicamente en
la ampliación operada en la cobertura de su análisis. La tesis que
proponía era más atrevida y ambiciosa que la que
habían enunciado apenas unas décadas antes, los
autores de The Civic Culture. Inglehart pretendía probar
que "los pueblos de determinadas sociedades tienden a ser
caracterizados de acuerdo con atributos culturales relativamente
durables que tienen algunas veces consecuencias políticas
y económicas importantes". Más precisamente,
mediante el análisis y la caracterización de las
culturas políticas predominantes en determinadas
sociedades industrializadas, se trataba de determinar la
influencia que esas culturas podían tener no
sólo en el grado de viabilidad democrática de sus
instituciones,
sino también en el logro de un claro desarrollo
económico.

Al tenerse un vasto conocimiento
político estaríamos pues, a las puertas de una
cultura cívica, representada como la forma privilegiada y
suprema de la cultura política, lo cual apareció de
cierta manera en las tesis de Inglehart, para quien la cultura
cívica puede ser concebida como "un síndrome
coherente de satisfacción personal, de
satisfacción política, de confianza interpersonal y
de apoyo al orden social existente. Esas sociedades que alcanzan
una posición alta en relación con ese
síndrome, tienen una mayor posibilidad de aparecer como
democracias estables, que aquellas otras que tienen posiciones
bajas"

¿Cómo puede entonces la cultura política
vista desde el
conocimiento de los ciudadanos ayudar a explicar la
estabilidad política? La respuesta reside en el carácter multivalente y a menudo
contradictorio de las ideas y símbolos de la cultura política
tradicional; en su desconexión de la acción
política vigorosa y en el vacío de las
instituciones sociales y políticas. La cultura
política tradicional (o sea la que tienen los ciudadanos)
no lleva a los ciudadanos a apoyar con entusiasmo las
instituciones políticas existentes. Al contrario, sus
ideas y símbolos multivalentes, inhiben a los ciudadanos
de cualquier participación política institucional
relevante. El resultado puede ser la estabilidad política
basada no en el consentimiento de principio sino más bien
en la ambivalencia desactivadora".

Hay que tener presente que desde la gestación misma del
concepto de cultura política, concebido bajo la forma
privilegiada de cultura cívica, la preocupación por
el tema de la participación política estuvo en el
centro y bajo el foco del análisis de sus proponentes. Esa
participación aparece como condición del quehacer
democrático. Pero según los teóricos de la
Civic Culture, para que la democracia funcione, la
participación no sólo no puede estar ausente sino
que tampoco puede ser excesiva. De ahí que Robert Putnam
de la Universidad de Harvard, en la sesión de la American
Political Science Association en que precisamente se recordaban
los treinta años de aparición de la célebre
obra de Almond y Verba, utilizara la metáfora de "rizitos
de oro" para
caracterizar esa teoría[4]La teoría
de la Civic Culture se presenta así como la
postulación del "just right", del equilibrio,
del justo medio. El mismo Almond así lo reconocía
recientemente: "Lo que la teoría de la Cultura
Cívica afirma es que, para que un sistema
democrático funcione bien, tiene que evitar el
sobrecalentamiento por un lado, y la apatía o la
indiferencia por el otro, ya que debe combinar la obediencia y el
respeto a la autoridad con
la iniciativa y la participación, sin que haya mucho de lo
uno o de lo otro, ya que no todos los grupos, intereses y temas
irrumpirán simultáneamente, sino que los diferentes
grupos, temas y sectores serán movilizados en distintos
momentos".

Pero sobre el tema siempre controversial de la
participación política, requerida para el adecuado
funcionamiento del sistema democrático, se hace posible
gracias a una marcada densidad
organizativa y a una vibrante vida asociativa: "el desempeño del gobierno y de otras
instituciones sociales está poderosamente influido por el
compromiso ciudadano en los asuntos comunales". De esta manera,
la existencia de una multiplicidad de organizaciones de
diverso orden (voluntarias o animadas por intereses) depende del
grado de confianza interpersonal que históricamente se ha
desarrollado en una sociedad o en una comunidad
determinada.

En la medida que un país se va apropiando en forma
sostenida de cultura política democrática,
tendrá como resultado prolongados períodos de
estabilidad, base esencial para apuntalar los retos del
crecimiento, equidad, sostenibilidad y desarrollo
humano. Caso contrario, en presencia de una cultura
política no democrática o poco democrática,
se producen inestabilidades históricas crónicas,
con resultados en atraso, pérdida de riqueza nacional,
aumento de la pobreza, menos
espacios para prepararnos para los retos de la
globalización y la competitividad, y al final, mayor deterioro del
desarrollo humano y un futuro más bien nebuloso. Ante
ello, los seres humanos lógicamente debemos tender a
asumir con más propiedad la
cultura política democrática.

La estabilidad, el crecimiento, la equidad y la sostenibilidad
son las variables
contemporáneas asociadas como las más esenciales al
desarrollo humano. Así hay un conjunto de factores
históricos, políticos, económicos, sociales,
culturales, religiosos e institucionales que interactúan
positiva o negativamente y en forma diferente en el tiempo y el
espacio en el desarrollo material y cultural de un país.
No obstante, cuando se analizan los factores de atraso o progreso
de los pueblos, sobre todo los de los llamados del "tercer
mundo", se recurre normalmente a las variables del intercambio
desigual, el atraso tecnológico, la dependencia externa
para financiar los desequilibrios de la balanza de pagos,
la baja integración horizontal hacia adelante y
hacia atrás en sus estructuras
productivas, factores étnicos, religiosos,
climáticos, geográficos, religiosos; sin embargo,
la atención al factor cultural y de este, la
cultura política, suele ser obviado o con tratamiento
minimalista. El debate contemporáneo da un valor
relevante al análisis de la cultura política, como
factores determinantes al desarrollo material y cultural de un
país.

De ahí que el análisis de la cultura
política en forma permanente es esencial, primero, para
medir aspectos de contribución u obstáculo al
desarrollo de un país, segundo, para identificar la
igualdad o
diferencia de valores de cultura política en la sociedad
versus institucionalidad y liderazgo político, y tercero,
para determinar la capacidad de cambiar el marco de valores de
aquellas expresiones y actuaciones no democráticas o las
que siendo positivas pudieran haber sido mejores. Así,
para países como los del Tercer Mundo, y más, para
los de América
Latina y el Caribe, se vuelve más imprescindible la
atención a la cultura política.

Toda cultura política es una composición de
valores y percepciones que como tal, no abarca orientaciones de
un solo tipo, sino que generalmente combina percepciones y
convicciones democráticas y/o modernas con patrones de
comportamiento más o menos autoritarios y tradicionales.
No obstante al hablar de cultura política
democrática debemos entender que existe un esquema
dominante que determina lo que podríamos llamar las
premisas de la construcción cultural de una democracia.
Hay dos grandes procedimientos
para inferir las propiedades de la cultura política en
cuestión:

  • 1. A partir de las condiciones sociales y
    económicas, así como de las instituciones
    políticas existentes en una sociedad
    democrática.

  • 2. A partir de las actitudes que se presentan en
    dichos sistemas democráticos. Una combinación
    de los dos puede dar un panorama amplio de las
    características distintivas de la cultura
    política democrática.

A partir del supuesto de que la cultura política es un
factor determinante del funcionamiento de las estructuras
políticas, muchos estudiosos se propusieron identificar la
cultura política en la que la democracia liberal puede
florecer y desarrollarse mejor. Para tal efecto se plantearon
buscar una fórmula de clasificación de las culturas
nacionales, que resultó en una matriz que
vincula las orientaciones hacia la política (relaciones y
aspectos políticos) con lo que denominan los objetos
políticos mínimos (instituciones actores y
procedimientos políticos) hacia los que se dirigen dichas
orientaciones.

De acuerdo a lo anterior, hay tres grandes tipos de
orientaciones:

  • 1. La cognoscitiva: que se refiere a la
    información y el conocimiento que se tiene sobre el
    sistema político en su conjunto y sobre sus roles y
    actores en particular.

  • 2. La afectiva, que se refiere a los sentimientos que
    se tienen respecto del sistema político y que pueden
    ser de apego o de rechazo.

  • 3. La evaluativa, que se refiere a los juicios y
    opiniones que la población tiene acerca del sistema
    político.

Hay dos grandes objetos políticos hacia los que se
dirigen estas orientaciones:

  • 1. El sistema político en general o en sus
    distintos componentes (gobierno, Tribunales, legislaturas,
    partidos políticos, grupos de presión,
    etc.)

  • 2. Uno mismo en cuanto a actor político
    básico, o sea, la ciudadanía.

Una cultura política será más o menos
democrática en la medida en que los componentes
cognoscitivos vayan sacando ventaja a los evaluativos, y sobre
todo a los afectivos. Así, en una sociedad
democrática, las orientaciones y actitudes de la población hacia la política van
dependiendo más del conocimiento que se adquiere sobre
problemas y
fenómenos políticos que de percepciones más
o menos espontáneas, que se tienen a partir de impresiones
y no de información sobre los mismos. De la misma
manera, una población que comparte una cultura
política democrática no solamente se relaciona con
las instituciones que responden a las demandas de los ciudadanos
–formulando decretos, disposiciones o políticas que
los afectan-, sino también con aquellas que las formulan y
les dan proyección a través de la
organización social, es decir, tiene actitudes
propositivas y no únicamente reactivas frente al
desempeño gubernamental.

En cuanto a la percepción
que se tiene de sí mismo, compartir una cultura
política democrática implica concebirse como
protagonista del devenir político, como miembro de una
sociedad con capacidad para hacerse oír, organizarse y
demandar bienes y
servicios del
gobierno, así como negociar condiciones y de trabajo; en
suma, incidir sobre las decisiones políticas y vigilar su
proyección.

La forma en que las tres dimensiones se combinan y el sentido
en que inciden sobre los objetos políticos, constituyen la
base sobre la que descansa la clasificación de las
culturas políticas que elaboraron grandes estudiosos de
esta ciencia, que sigue siendo el referente básico para la
caracterización de las culturas políticas.

Se distinguen tipos de culturas políticas:

  • 1. La cultura política parroquial, en
    la que los individuos están vagamente conscientes de
    la existencia del gobierno central y no se conciben como
    capacitados para incidir en el desarrollo de la vida
    política. Esta cultura se identifica con sociedades
    tradicionales donde todavía no se ha dado una cabal
    integración nacional.

  • 2. La cultura política subordinada, en
    la que los ciudadanos están conscientes del sistema
    político nacional, pero se consideran a sí
    mismos subordinados del gobierno más que participantes
    del proceso político, y por tanto, solamente se
    involucran con los productos del sistema (las medidas y
    políticas del Gobierno) y no con la formulación
    y estructuración de las decisiones y las
    políticas públicas.

  • 3. La cultura política participativa,
    en la que los ciudadanos tienen conciencia del sistema
    político nacional y están interesados en la
    forma en que opera. En ella, consideran que pueden contribuir
    con el sistema y tienen capacidad para influir en la
    formulación de las políticas
    públicas.

Se ha llegado a la conclusión de que una democracia
estable se logra en sociedades donde exista esencialmente una
cultura política participativa, pero que está
complementada y equilibrada por la supervivencia de los otros dos
tipos de cultura. Vale decir por ello, que es una cultura mixta a
la que le llaman cultura cívica y que está
concebida en forma ideal.

Monografias.com

Una buena cultura política combina aspectos modernos
con visiones tradicionales y concibe al ciudadano lo
suficientemente activo en la política como para poder
expresar sus preferencias frente al Gobierno, sin que esto lo
lleve a rechazar las decisiones tomadas por las élites
políticas, es decir, a obstaculizar el desempeño
gubernamental. El ciudadano se siente capaz de influir en el
gobierno, pero frecuentemente decide no hacerlo dando a este un
margen importante de flexibilidad en su gestión. Este modelo supone
la existencia de individuos activos e
interesados, pero al mismo tiempo responsables y solidarios, para
mantener estable a un sistema democrático,
requiriéndose a su vez, de un equilibrio de disparidades,
es decir, una combinación de deferencia hacia la autoridad
con un sentido muy vivo de los derechos de la iniciativa
ciudadana. Dicho de otra manera, la cultura política que
concibe al gobierno democrático como aquel en el que pesan
las demandas de la población, pero también debe
garantizar el ejercicio pacífico y estable del poder, vale
decir, su funcionamiento efectivo o gobernabilidad.

Lograr una cultura política de este tipo
significaría:

  • Una cultura política participativa extendida y
    desarrollada.

  • Un involucramiento con la política y un sentido de
    obligación para con la comunidad.

  • Una amplia convicción de que se puede influir sobre
    las decisiones gubernamentales.

  • Un buen número de miembros activos de diversos
    tipos de asociaciones voluntarias.

  • Alto orgullo por su sistema político.

Como puede verse, una amplia cultura política abarca no
solamente concepciones e inclinaciones, sino también
actitudes que se traducen en conductas con características
distintas como la de formar parte de asociaciones civiles, sin
dejar de tener en cuenta que la cultura política es un
reflejo del sistema
político más que un determinante del mismo,
puesto que si bien los elementos culturales son más
persistentes que los estructurales, para que se mantengan
vigentes requieren de nutrientes que provengan de las estructuras
políticas en funcionamiento; una cultura de este tipo
fomenta la estabilidad política en general y no
sólo la de la democracia en particular y es que una
población con una cultura moderada y equilibrada es una
palanca estabilizadora porque sirve para legitimar al sistema al
tiempo que asegura su gobernabilidad.

Componentes de la
Cultura Política Democrática.

La ciudadanía: En principio la cultura
política democrática está sustentada en la
noción de ciudadanía –un grupo de
individuos racionales, libres e iguales ante la ley, que
conforman el sujeto por excelencia de la cosa pública y de
la legitimación del poder-, puesto que la
fuente primera y última del poder es la voluntad del
pueblo, es decir, de la ciudadanía. Es una noción
que en su sentido más profundo condensa los rasgos y
factores que dan forma a una cultura política
democrática. El ciudadano es el protagonista de la esfera
pública ya claramente diferenciada de la privada.
Adicionalmente, ya no es un súbdito del Estado que
solamente está llamado a obedecer los dictados del poder o
a someterse bajo el imperativo de la fuerza, sino
que participa directa o indirectamente en el diseño
de dichos dictados, y desde luego, en la fundamentación
misma del poder del Estado, al ser el titular de la soberanía. De ahí que un elemento
principal de la orientación política
democrática sea la creencia de que se tiene cierto
control sobre las
élites políticas y sobre las decisiones que estas
adoptan.

La participación: El ciudadano quiere al igual
que el elector, ser antes que nada, un sujeto activo de la
política, un miembro de la sociedad con capacidad para
nombrar a sus representantes y a sus gobernantes; pero
también quiere organizarse en defensa de sus derechos,
para ser escuchado en su gobierno, y en fin, para influir en los
rumbos y direcciones de la vida política en el sentido
más amplio. De ahí que una premisa en los valores y
actitudes democráticas sea la participación
voluntaria de los miembros de una población. La
participación incrementa el potencial democrático
de una nación,
justamente porque aumenta el compromiso ciudadano con valores
democráticos tales como la idea de una sociedad atenta y
vigilante de los actos del gobierno e interesada en hacerse
oír por este.

Si convenimos que un ciudadano es aquel que sea capaz de
desarrollar virtudes cívicas justamente en el sentido de
participar en los asuntos públicos, estaremos de acuerdo
en que es alguien con un sentido de competencia o
eficacia
cívica, es decir, que está convencido de que se
puede hacer algo, tanto para reclamar del gobierno soluciones a
problemas, como para defenderse y reaccionar ante arbitrariedades
o injusticias del poder y de que existen canales y condiciones
para hacerlo. Ciudadano es aquel individuo que es capaz de
organizarse para plantear demandas en diferentes campos de la
vida social, no es alguien que espere a que los jefes o las
autoridades decidan hacer las cosas, sino alguien con
disposición a participar en la vida política.

Todos los componentes de una cultura política
democrática constituyen un esquema ideal que en la
realidad se encuentra mediado por una serie de condicionantes de
la vida social en la que dicha cultura se desarrolla. De hecho al
hablar de cultura política democrática
necesariamente hay que hacer referencia a las estructuras y
procesos
políticos hacia los que se dirige y dentro de los cuales
existe. Los estudios empíricos sobre la cultura
política dominante en las sociedades altamente
industrializadas han demostrado que, por regla general, los
ciudadanos no están bien informados (existe una brecha
entre la información que tienen las élites y la que
maneja el grueso de los ciudadanos) ni involucrados con los
sucesos y procesos políticos y, por tanto, tampoco
participan permanentemente en la política. El ciudadano
con una cultura política democrática entonces,
más que ser un individuo eminentemente activo lo es
potencialmente, es decir, no está participando siempre,
pero sabe que lo puede hacer en cualquier momento si es
necesario. Esta circunstancia revela con claridad la
dimensión psicológica de la cultura
política, ya que tener una cultura política
participativa no quiere decir que se tenga participación
elevada, sino simplemente que se considere que se puede influir
en las decisiones políticas aunque se decida por voluntad
propia no hacerlo.

La cultura política, al igual que los marcos
valorativos y simbólicos de todo tipo, se arraiga
profundamente en las sociedades y tiene consecuencias sobre las
instituciones y prácticas públicas que a su vez la
modelan y refuerzan. Toda cultura política influye en las
instituciones a la vez que es influida por ellas. De esta manera,
el análisis de una cultura política tiene
necesariamente que hacerse tomando en cuenta su relación
con las estructuras políticas, pues es en ellas donde
cobra su real dimensión, donde se observa su influencia
mutua y donde replantean con claridad el problema de la
estabilidad de los sistemas democráticos y el problema del
cambio.

 

 

 

Autor:

Lic. Denise Popa Garcés

Licenciada en Derecho

Profesor Instructor – Profesor de
Derecho
Administrativo SUM Bayamo Universidad de Granma (UDG)

Lic. Amarilis Ramírez
Ambrosio

Licenciada en Derecho

Profesor Instructor – Profesor de Derecho Administrativo SUM
Bayamo Universidad de Granma (UDG)

[1] V. I. Lenin. El Estado y
la Revolución. Obras Completas. Tomo 33.
Página 340.

[2] Nos referimos a la obra conjunta "The
Civic culture", que publicaron en 1963, Gabriel Almond, quien
en ese momento era profesor en Yale, y Sidney Verba, a quien
Almond había dirigido su tesis y que en ese entonces
permanecía en Princeton. En dicha investigación, los autores intentaron un
estudio comparativo del funcionamiento de la cultura
política predominante en ese momento en cinco distintas
sociedades (Alemania,
Gran Bretaña, Estados Unidos,
Italia y
México) con el fin de relacionar esas
especificidades culturales y el desarrollo democrático
alcanzado en cada una de ellas. Como lo ha subrayado David
Laitin, The Civic Culture, "representó el primer intento
sistemático de explicar las consecuencias
democráticas haciendo uso de variables culturales.
Metodológicamente, The Civic Culture experimentó
por vez primera con el análisis comparativo de encuestas".
David D. Laitin, "The Civic Culture at 30", American Political
Science Review, V. 89, No. 1, marzo 1995, p. 168.

[3] Gabriel A. Almond, "The Civic Culture:
Prehistory, Retrospect and Prospect", Documento presentado en
el Coloquio organizado por el Centro para el estudio de la
Democracia y el Departamento de Política y Sociedad de
la Universidad de California, Irvine, 17 de noviembre 1995,
s.n.p.

[4] En el célebre cuento
infantil, al ingresar furtivamente en la tentadora casa de los
tres osos, Rizitos de Oro escoge el plato de sopa del oso
pequeño, puesto que la sopa del oso padre estaba muy
caliente, mientras que la de la osa madre estaba muy
fría. Asimismo, escoge la cama del osito -adonde por lo
demás se queda dormida- ya que la cama del oso padre le
pareció muy dura, mientras que la de la osa madre le
pareció demasiado blanda.

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