Fibra indomable: No es nombre de una película de Far West…
De vez en cuando tal vez sea tolerable, en sitios serios
y especializados en Derecho y Relaciones
Internacionales – especialmente en las vacaciones-,
huir un poco a la especificación de sus temas.
Principalmente cuando el autor del texto retrata
como algunos seres humanos, perfectamente medianos, suplantaron,
en la vida real, con rara sangre
fría, el miedo, el dolor y la
mutilación.
Como el hombre
pertenece a una especie única, imprevisible,
potencialmente más valiente – cuando correctamente
motivado – de lo que el "sapiens", variando nada más
que en la forma y color del cutis,
será útil conocer algunos ejemplos de fortaleza de
espíritu que estimulen, por su ejemplo, nuestra fibra
moral cuando
"desgracias" y accidentes
serios nos ocurren.
Considerando la actual ola de "depresión", que considero menos una
enfermedad de que un sentimiento – justificable – de
impotencia en enfrentar un mundo demasiadamente complejo, tal vez
sea estimulante averiguar como reaccionaron algunas personas en
situaciones desesperadas. Sus reacciones son prueba de nuestras
reservas de fuerza,
dormilonas pero capases de saltar de la cama, alertas y serenas,
cuando despertadas por el clarín del peligro.
Y digo esto sin cualquier intención de autoayuda,
género
literario que considero útil únicamente para tres
fines: consuelo para desconsolados, ánimo para los
desanimados y para rendir alguna recompensa financiera a los
esforzados profesionales de las letras. Estos, finalmente –
menos mal -, pueden librarse de la casi obligación de
artimañas pillas de cualquier tipo para atraer a los
lectores. La autoayuda, por lo menos tiene eso de bueno:
és casta y mira así arriba, o para dentro di si
misma.
En cortos relatos, hablemos de tres de ellos. El primero
ocurrió en África y
tuvo como víctima una señorita blanca
norteamericana que por allá se encontraba como "baby
sitter" de los hijos de un cientista también
norteamericano, que, como su familia,
vivía afuera de la área urbana. El espíritu
de aventura de esta mujer – de
la cual no me recuerdo el nombre, pero que contó su
rápida odisea en la revista
"Selecciones" – muestra que aun
hay jóvenes motivados por cosas mucho más
allá del dinero,
sexo y
comodidades.
La muchacha en cuestión, no era una pobrecita
– por lo que me recuerdo –podría limitar sus
ambiciones al gozo del confort de vivir en un país rico,
"casándose bien" o luchando por una carrera. Pero no,
prefirió conocer de cerca la sufrida África negra,
con todos los riesgos
implicados en esta decisión.
Dado final de tarde, esta joven, con alrededor de 20
años de edad, resolvió refrescarse, con trajes
adecuados, en un pequeño rio cercano a la casa donde
trabajaba.
Lo hizo en compañía de dos chicos y un
joven que también trabajaba para el cientista. Segundo
informaciones de personas que vivían en las
cercanías, en aquel río no había riesgo de
cocodrilos, al revés de otros cursos de agua, bastante
más lejanos. Creyendo en esa tranquilizadora "jurisprudencia
cocodriliana", se bañaba en cuanto los pequeños
jugaban a la orilla del rio.
Después de algunas zambullidlas, sin alejarse
mucho de la orilla, atenta a los chicos, se quedó de
pié, con el agua por la
cintura. En cuanto se escurría los cabellos, para sacarles
el exceso de agua, sintió que alguna cosa le rozaba el
codo. Antes, no obstante, de poder examinar
el origen de este toque, pudo sentir las mandíbulas de un
enorme cocodrilo cerrándose sobre su brazo.
El animal intentó arrastrarla para la parte
más honda del rio, siguiendo el usual comportamiento
de ahogar la presa antes de devorársela.
Ella resistió a la intención, intentando
salir del agua, arrastrando a el agresor, en cuanto, alertaba al
joven con gritos de "cocodrilo!" Este, por su vez, inicialmente
de espaldas para ella, cierto de que allí no habían
de estos reptiles, pensó que se trataba de una broma y
hasta dijo, sin darse vuelta, que no debería bromear dese
modo, asustando a los chicos.
En cuanto el pensaba de esa forma, el cocodrilo
pasó a girar vigorosamente sobre su proprio eje, como hace
siempre, dos o tres veces, de manera a arrancarle el brazo a su
presa. Ella, dándose cuenta de que no podría
impedir el violento movimiento
– porque, si, siguiera resistiendo se quedaría sin
el miembro -, se dejó llevar pasivamente en la
rotación. Tan rápida que en las pequeñas
pausas, aturdida, submersa, cuando abría los ojos no sabia
donde estaba la superficie, que le permitiría respirar.
Solo se daba cuenta que estaba en el fondo porque veía las
burbujas de aire
subiendo.
Con el escándalo dicho joven luego pudo verificar
lo que ocurría e intentó ayudar, pero no
sabía como. Intentó atrapar la cola del reptil, con
la intención de tirarlo así a la orilla, pero luego
vio que no tenía fuerzas para tanto. Intentó,
entonces, introducir los pulgares en los ojos de la fiera, pero
constató que eso seria inútil, pues era lo mismo
– explicó después – que intentar meter
los dedos en un neumático de automóvil, de tan dura
la consistencia de las dos o tres
pálpebras.
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