En este trabajo
compilo testimonios de los gallegos que llegaron a la Argentina,
de sus hijos y de sus nietos. En sucesivas actualizaciones,
iré incorporando material que hasta el momento no pude
encontrar.
Inmigrantes y
exiliados
A Entre Ríos se traslada el pionero Francisco
Izquierdo, quien escribe en 1882: "Los primeros días que
pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un
verdadero bosque salvaje, sin más habitantes que los
nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de las
especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la
clase de
habitantes, y puede imaginarse cuál sería la
primera impresión después de un viaje terrible en
el mar, y los trasbordos cuando se navegaba puramente en buques
de vela, teniendo para calmar nuestra primera mala
impresión que recurrir al librito o contrato lleno de
ofertas por el General Urquiza, en vista de los cuales nos
resignábamos en parte pues el tiempo pasaba
y nos encontrábamos como tribus salvajes, apiñados
bajo los árboles, con nuestros hijos, sin más
techo que el de la naturaleza, y
ni una visión de simples ranchos en una estancia de
algunas leguas a nuestro alrededor, teniendo de voz solo cuando
la visita de uno que otro poblador de los alejados contornos"
(1).
El escritor y editor Arturo Cuadrado Moure evoca su
exilio: "En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda
traición en donde los hombres tuvieron que matar a los
hombres. Surge la famosa guerra civil
que duró tres años y donde han muerto casi dos
millones de españoles. Nosotros, el ejército
republicano, que dominábamos Madrid,
Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos
la canción y teníamos a América. Era nuestro guía
espiritual, nuestro árbol intocable, profundo y alto, don
Antonio Machado. (…) desde México a
Buenos Aires
realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras
esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de
que habíamos triunfado… Ortega y Gasset nos había
enseñado el camino de amar más que luchar"
(2).
Francisco Coira nació en 1906 en Catoira. "Me
vine en 1925 –cuenta-, como vienen todos los inmigrantes,
para buscar algo mejor… y en realidad, escapando del servicio
militar, que se hacía en Africa…(…) lo
que significaba, con las pestes, la guerra y todo, casi ir a
morirse… a gatas tenía el sexto grado, así
llegué, y aquí logré todo lo que soy, un
trabajo, una familia, una
vida" (3).
Jesús Amorín
Varela relata: "Mis padres eran gallegos y fueron a Cuba.
Ahí nací yo. A los dos años me llevaron a
Galicia y me dejaron al cuidado de mis abuelos maternos. Estuve
con ellos hasta los diecisiete y en 1929 me vine para la
Argentina" (4).
"Pedro Fernández, español, y
de Orense, como corresponde a un afilador que se precie de tal,
dado que esta ciudad gallega se conoce como la tierra de
los afiladores por excelencia, con ochenta años de edad,
recuerda cuando recorría más de cien cuadras por
día: "Si uno se sacrificaba podía ganar un pesito
más. Después, todo cambió, con la
industrialización el trabajo
desapareció". Don Pedro cuenta que aprender el oficio no
es fácil, y que hasta puede ser riesgoso. Como
certificando sus palabras muestra el dedo
índice de su mano derecha con la impronta de una herida
producto de la
inexperiencia inicial. Con su bicicleta roja y sus piedras anduvo
por muchos rincones del país, pregonando su máxima
fundamental: "La comida sabe mejor cuando el cuchillo corta bien"
(5)".
"A partir del año 1918 don José Loureiro,
un simpático gallego, trabajó en la Costanera Sur,
con la fuente de Lola Mora como fondo. "Los domingos con buen
tiempo hacía hasta cincuenta fotos a cuarenta
centavos, las tres postales con
la misma pose, las coloreadas a mano, cincuenta" "
(6).
Daniel Artola entrevista a
Salvador de la Calle, periodista del diario Crítica: "Es diciembre de 1923.
Estefanía es una pasajera más del vapor Alba que viene
de Vigo, España,
rumbo a la Argentina. El barco está cargado de inmigrantes
con sus esperanzas a cuestas. Ella sabe que el destino
está cerca y le habla a su bebé, Salvador, que
extiende las manos debajo de la manta que lo cubre. Tiene la
convicción de que ésta será una gran
tierra, donde
el trabajo y la felicidad no serán una utopía. A su
esposo Rafael lo espera el campo. Después de unos
días en el Hotel de
Inmigrantes marchan a El Socorro, un lugar intermedio entre San
Nicolás y Pergamino. Allí necesitan brazos fuertes
para sembrar la tierra: el futuro para ellos se cosechará
recogiendo bolsas de maíz.
(…) Salvador se ha dado el gusto de volver a la tierra que lo
vio nacer. En 1989 visitó a una tía en su pueblo
natal: "Estaba en la campña y me la pasaba comiendo
sardina, quesos de cabra y trozos de jamón crudo, porque
allí no lo cortan en fetas como acá" "
(7).
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