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Gran Hotel Viena (página 2)



Partes: 1, 2

¿Cómo es posible que no queden ni siquiera
los planos de tan importante obra arquitectónica?
¿Qué sucedió con todos sus registros?
¿Dónde están los documentos que certifican
sus primeros años de vida? ¿Se perdieron o los
perdieron? ¿Fueron destruidos o descansan en alguna
buhardilla olvidada de la localidad cordobesa de La Cumbrecita,
tan ligada a la historia del nazismo? ¿Qué esconde
el Gran Hotel Viena que sigue molestando a
tantos? ¿Qué motivos hay para que muchos pretendan
seguir manteniendo en el olvido la historia que
transcurrió entre sus paredes? ¿Nazis?
¿Criminales de guerra escondidos tras el apellido de
algún bienintencionado vecino? ¿O estamos
dejándonos llevar por la imaginación?

Ésas y otras preguntas serán las que
intentaré responder en este reducido ensayo a partir de la
información que recabé, hace muy poco tiempo, en el
viaje que hice a Miramar. Quiero expresar mi más profundo
agradecimiento a la persona que tuve por principal informante y a
la que le debo casi todos los datos recabados: la miramarense y
guía Patricia Zapata. De no ser por su generosidad y
compromiso con la historia del Gran Viena, su
pasado seguiría siendo mucho más oscuro de lo que
es en la actualidad.

PARTE 1

Cuando Máximo Palhke decidió invertir el
equivalente actual de veinticinco millones de dólares en
un pueblo perdido al noreste de la provincia de Córdoba,
para levantar lo que fuera el Gran Hotel Viena,
la historia de la región ya estaba enraizada en un largo
proceso de colonización, inaugurado en la década de
1890 y que diera origen a la llamada "pampa gringa".

La zona aledaña a la gran laguna de Mar Chiquita
(conocida en lengua aborigen como Mar de Ansenuza) había
recibido a muchos inmigrantes de origen italiano, español
y alemán a fines del siglo XIX y, en una época de
por sí optimista y con una agricultura que empezaba a
convertir al país en el mítico "granero del
mundo
", la región se transformó en un nuevo
"El Dorado" donde era posible alcanzar el bienestar y la
prosperidad que tanto deseaban y Europa ya no podía
darles.

De las decenas de colonias que crecieron en
Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe (muchas de ellas
convertidas más tarde en pueblos y ciudades), sólo
Miramar se levantó de cara al gran mar interior.
Aún hoy sigue siendo la única población
asentada frente a los 3.900 kilómetros cuadrados de agua
salada que conforman la inmensa laguna.

Sus dimensiones son enormes y aunque actualmente no
tenga los 10.500 kilómetros cuadrados que alcanzó
con la gran inundación del 2003, pararse en sus costas
—sabiéndose en medio de una pampa dilatada y chata
como un mantel— es una experiencia sobrecogedora. El cielo
y el agua se unen en un horizonte líquido que —por
las mañanas cuando se navega— pareciera que se
está en presencia del último confín de la
tierra, el mismísimo fin del mundo.

Espectáculo aparte son los atardeceres en
Miramar. En ellos el sol se pone sobre las aguas de la laguna,
penetrando todo de un fuerte color naranja, que estimulan los
sentidos y le dan a las bandadas de flamencos un tinte
cromático que los convierten aves de otro planeta. Es un
paisaje hermoso y desconocido al mismo tiempo, pero enclavado en
una geografía en la que la convivencia con el hombre ha
sido dificultosa.

Los inmigrantes que levantaron sus reales en la zona
hacia 1890 poco sabían de geografía o de cuencas
endorreicas. Dispuestos a "hacerse la América" en
una provincia en la que podían aspirar a tener tierras
propias, intentaron prosperar como agricultores. Pusieron todo su
empeño (al punto de crearse el estereotipo del "gringo
laburador
") pero la salinidad de la región les
complicó el panorama y ya para el año 1900 el
descubrimiento de las propiedades curativas del agua salada y su
fango, atrajo la atención de algunos miembros de la
oligarquía argentina y europea que buscaban salidas
terapéuticas a sus dolencias. Se estaba imponiendo el
termalismo y ese tipo de turismo-salud permitió
que se efectuara una reconversión laboral en toda la
comarca. Muy pronto, los colonos advirtieron que hospedar gente
en sus ranchos podía ser un negocio y no faltaron los
emprendedores —devenidos en la "historia oficial"
en desinteresados pioneros fundadores— que advirtieran la
veta comercial que se les presentaba, dando origen a un flujo de
primitivo turismo que terminaría convirtiéndose en
la principal actividad económica de los
miramarenses.[1]

¿Cuál era el atractivo que tenía
ese perdido rincón del noreste cordobés?

En gran parte el aislamiento y la moda impuesta desde
las playas europeas por curar las enfermedades mientras se
disfrutaba del ocio. Por otro lado, la falta de medicamentos y el
temor al contagio volvieron a los lugares alejados en codiciados
sitios de las clases sociales pudientes de principios del siglo
XX.

Aire puro, agua salada, yodo y un fango capaz de sanar
reuma, soriasis y problemas articulares, además de
"fortalecer" el organismo, se constituyeron en la principal
oferta de los primeros hoteles de Miramar. Y así fue como
nació y creció el pueblo.

Al principio, los visitantes se alojaban en las
rústicas casas de los inmigrantes, convirtiéndose
en las primeras pensiones. Pero entre 1910 y 1920 —viendo
que el negocio prosperaba—, don Vittorio Rosso
—vecino del pueblo— puso en funcionamiento el
célebre Hotel Mira-Mar, que al principio disponía
de únicamente dos habitaciones pero que, para mediados de
la década del "30, había crecido y ponía a
disposición de su clientela sesenta cuartos,
cómodos y bien aireados. Al mismo tiempo se aseguraba la
llegada de clientes por medio de una flotilla de autos, que usaba
para ir a buscarlos a la cercana ciudad de Balnearia, que era
donde éstos bajaban del tren.

Las cosas marcharon bien y las pensiones florecieron
como hongos. Pero a partir de de 1946 y hasta 1957 la enorme
laguna empezó a secarse y el agua se alejó de la
costa unos tres kilómetros. Los veraneantes tenían
que caminar más de treinta cuadras para llegar al mar y
eso sí era un problema. Para darle solución, los
empresarios construyeron piletas de agua salada cerca de los
hoteles.

Pero el agua regresó en 1958.

Regresó con mucha fuerza. Tanta que sobrevino un
gran desastre. En 1959 una inundación afectó a todo
el pueblo, prolongando los malos años hasta fines de 1963.
Recién en el "64 el agua se retiró dando inicio a
un nuevo período seco. Los historiadores locales sostienen
que la llamada "Edad de Oro" de Miramar se dio entre
1968 y diciembre de 1976. En esos años el pueblo
creció y se transformó en un importante centro
turístico, con 110 hoteles habilitados, miles de turistas,
restaurantes y casino propio. Todo parecía indicar que el
progreso había llegado para quedarse definitivamente, pero
en enero de 1977 la laguna empezó a crecer otra vez, sin
intensión de detenerse ante las casa.

La inundación de 1977-1985 no fue repentina. El
crecimiento del nivel de la oceánica laguna resultó
ser un proceso de mediano y largo plazo, pero irreversible. Nada
se pudo hacer contra la fuerza del agua. De nada sirvieron los
bloques de cemento que el municipio colocó todo a lo largo
de la costanera de 3 km. Inútil resultaron las
máquinas que bombeaban el agua , devolviéndola al
"mar".

La vieja diosa Ansenuza tomaba lo que por derecho
natural le era propio y toda la tecnología de la
época se volvió inoperante ante la fuerza del
oleaje. El hombre tuvo que someterse —una vez
más— ante la naturaleza sin control.

No faltaron aquellos que, con un claro pensamiento
mágico, negaron la realidad. "A mí no puede
pasarme nada
", decían unos. "El agua se
detendrá
", sostenían otros. Y resistieron
aún con el agua en los tobillos y sus muebles sobre tacos
de madera para salvarlos de la humedad.

Pero la laguna no se detuvo.

Los rezos (seguramente muchos) no fueron escuchados, tal
vez porque la diosa local no entendía el dialecto de los
inmigrantes, ignorantes de la lengua aborigen (erradicada y
olvidada desde los días de la conquista).

El saldo final fue catastrófico. Más de la
mitad del pueblo (un 60 %) quedó bajo las aguas,
exhibiéndose como un cadáver, flotando ante la
azorada y dolida mirada de los habitantes.

Era insoportable convivir con esas ruinas por delante.
Miles de sueños, proyectos y décadas de esfuerzo se
vieron truncados en pocos años. Los techos de las casas
particulares, que emergían del agua como ballenas hechas
de tejas, devolvían a diario la recreación de la
tragedia. Hoteles, centros de salud, el casino, la Terminal de
ómnibus y 37 manzanas habitadas se desgastaban por las
olas y la salinidad de la laguna. Era como vivir con el
cadáver de un ser querido a la vista de todos. Por eso, en
1992, el gobierno municipal decidió demoler lo que quedaba
de la vieja y anegada Miramar, contratando los servicios del
Tercer Cuerpo de Ejército.

Explosiones e implosiones de por medio, los miramarenses
hicieron "borrón y cuenta nueva" bajo el poderoso
influjo de la dinamita. La ruinas de lo que quedaba del pueblo
desaparecieron por completo. Entonces sí, convertido todo
en escombros, el antiguo asentamiento urbano se dispersó
bajo el agua para siempre.

PARTE 2

La aparición del Gran Hotel Viena
se inserta en un contexto muy poco convencional en la historia de
un pueblo y le agrega al devenir de Miramar la "pimienta" que le
faltaba.

¿Cómo es que surgió, en una
localidad que tenía sólo 1600 habitantes, un
emprendimiento hotelero de esas
características?

La "historia oficial" cuenta que un acaudalado
empresario alemán, Máximo Palhke, gerente de una
multinacional germana llamada Manesmann, visitó
el pueblo de Miramar en el verano de 1936, buscando algo que no
podía comprar con dinero: la salud de su familia, de por
sí bastante
problemática.[2]

La fama de la laguna, con sus aguas curativas y su fango
terapéutico, hicieron que el grupo familiar se instalara
en una rústica pensión, propiedad de una mujer de
origen alemán, Ana María Scorchuber de
Tremetzbeger, a quien Palhke conocía por haber trabajo
anteriormente en la empresa que él gerenciaba en Buenos
Aires. Allí, a lo largo de los meses de verano, el hijo de
Palhke —que sufría de soriasis—
experimentó una notable y definitiva mejoría. Fue
entonces cuando su padre decidió invertir en la zona,
"en agradecimiento por la sanación" y
entró en sociedad con la propietaria de la vieja
pensión. Unieron capitales y así nació la
renovada Pensión Alemana con un nuevo
pabellón de dieciséis habitaciones, en el
año 1938.

Pero la sociedad duró muy poco. En 1939,
problemas entre la esposa de Palhke (Melita Fleishesberger) y la
antigua propietaria, condujeron a la disolución del
emprendimiento conjunto. Máximo Palhke compró la
parte de su ex socia y rebautizó la pensión con el
nombre de Pensión Viena, en honor a la
ciudad natal de su mujer. Por su parte, María
Tremetzberger, con el dinero recaudado, construyó un nuevo
hotel, a una cuadra de distancia. Lo llamó Hotel
Alemán
y se convirtió en el principal
competidor de la pensión de Palhke.

Pero el dinero hizo la diferencia.

El mismo año en que Hitler invadía Francia
(1940), desplegando su imparable Guerra
Relámpago
, Máximo Palhke demolió la
parte más antigua de la pensión y se abocó a
edificar un gigantesco complejo arquitectónico que
conduciría, finalmente, al Gran Hotel
Viena
. Lo construyó por etapas, siendo
definitivamente terminado en 1945, año en que la Alemania
nazi se rindió ante las tropas aliadas. Como puede verse,
la historia alemana del Gran Viena, coincide, de
principio a fin, con el apogeo y decadencia del Tercer
Reich.

Según me informara Patricia Zapata, una
cronología aproximada de la historia del hotel
podría sintetizarse de la siguiente manera:

  • 1940-1945: Construcción del Gran Hotel
    Viena

  • 1945-1946: Máximo Palhke explota el
    hotel por unos pocos meses antes de irse de Miramar para no
    volver nunca más (falleció en Alemania en la
    década de los "60). Durante el período en que
    Palhke administró el hotel el número de
    huéspedes no superó los 8 a 16 hombres,
    solamente.

  • 1946-1948: Martin Krüegger (Jefe de
    Seguridad) se queda a cargo del hotel, que permanece cerrado
    y habitado sólo por él. El Gran
    Viena
    no recibe huéspedes.

  • 1948-1954: Tras la misteriosa muerte de
    Martin Krüegger (envenenado), los jardineros del hotel,
    la familia compuesta por Koloman Kolomi Geraldini y su
    esposa, Helena Noval de Kolomi, permanecen en el edificio
    ocupándolo y manteniendo sus instalaciones.

  • 1954-1964: Los Kolomi abren el hotel al
    público. Lo explotan empresarialmente. De jardineros
    pasan a ser hoteleros.

  • 1964-1980: Un hombre apellidado Sosa se hace
    cargo del hotel. Lo abre al turismo. Es la "Edad de Oro" del
    Gran Viena. Todos sus sectores son puestos a
    disposición de los huéspedes. El negocio fue
    redondo. No paga alquiler a nadie y todas las
    ganancias las embolsa él mismo. Según se dice,
    Sosa es uno de los responsables del desmantelamiento del
    hotel. Se llevó muchas de las cosas que había
    en el edificio.

  • 1980: La inundación —iniciada en
    enero de 1977— llega a los pies del Gran Hotel
    Viena.

  • 1985: El agua salada de la laguna alcanza los
    subsuelos del Gran Viena. El hotel cierra por
    completo sus puertas

PARTE 3

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EL Gran Hotel Viena desentonó
siempre en Miramar.

Es demasiado grande, demasiado imponente, demasiado caro
para una localidad que, a la fecha de su apertura oficial (1945),
no llegaba a los dos mil habitantes, estaba a contramano del
mundo, en un paraje aislado y sin rutas directas. Así
todo, Palhke invirtió en ese sitio una verdadera
fortuna.

El edificio, hoy en ruinas, sigue impactando al
visitante. Su estilo racionalista —tan propio en la
década de los "40— perturba la mirada de aquel que
observa la chata costa miramarense, puesto que su cuerpo
sobresale como si fuera un gigantesco buque encallado.

Hoy silente y abandonado, el Gran Hotel
Viena
supo ser el testigo de una época
extraña y peligrosa. Una época en que el racismo,
el fanatismo político, la violencia y las
catástrofes producto de la expansión
nacionalsocialista desestabilizaban la paz
mundial.[3] En un momento en que la idea de
progreso parecía estar muerta —especialmente
después de la gran guerra de 1914— un empresario
alemán apostaba al futuro gastando un dineral inconcebible
en un rincón desconocido del planeta. Quizás estaba
pensando en los mil años de gloria que el Führer
había prometido desde los estrados, augurando un Nuevo
Orden Mundial
bajo la sombra de la svástica. Por
fortuna, ese prometido milenio se redujo a sólo doce
años y la influencia de la ideología nazi se
debilitó, aunque no desapareció del todo. Cuando el
Tercer Reich cayó bajo las bombas aliadas y el mundo
terminó declarándole la guerra a ese gigante de
pies de barro, el Gran Viena Hotel se
derrumbó con él. Porque la historia del hotel
está indefectiblemente ligada a la del
nacionalsocialismo.

¿Palhke era nazi? Adoraba, seguramente a su
país, y veía con buenos ojos la rápida
recuperación que experimentara desde que Hitler asumiera
el poder en 1933. Se comenta que en el patio central hubo
banderas nazis decorando los marcos de las ventanas y que por una
denuncia debió quitarlas.[4] Por otro lado,
su jefe de seguridad, Martin Krüegger, era un ingeniero
condecorado en la Segunda Guerra, poco antes de hacerse cargo de
la vigilancia del hotel en 1943. La gente lo describe como un
tipo alto, típicamente teutón, muy serio, siempre
vestido de gris y con modos autoritarios con los que controlaba a
sus diez guardias armados, encargados de proteger el
perímetro del Gran Viena.

Como si eso fuera poco, los Palhke mantenían una
estrecha amistad con la familia Eichhorn, propietarios del famoso
Eden Hotel de la localidad cordobesa de La Falda,
que eran declarados miembros del Partido Nacionalsocialista.
Numerosos documentos testifican esa ligazón.
Además, los Eichhorn siempre se mostraron resueltamente
orgullosos de exhibir sus svásticas y haber colaborado en
la campaña política de Hitler, contribuyendo con
dinero y actuando —posteriormente— como espías
nazis desde las sierras argentinas.[5] La
casualidad quiso que Walter e Ida Eichhorn tuvieran una casa de
descanso a menos de doscientos metros del Gran Hotel
Viena
.[6] Muchos testigos afirman que
ambas familias se solían reunir a tomar el té por
las tardes.[7]

¿De qué charlarían?…

No lo sabemos. De hecho es muy poco lo que se conoce
sobre la historia íntima del hotel. Máximo Palhke
se encargó muy bien de poner todos los documentos a buen
resguardo. Cuando en marzo en 1946 decidió abandonar
"misteriosamente" Miramar, se llevó todos los registros
del hotel.

Absolutamente todos.

Según cuentan testigos, los Palhke cargaron tres
pequeños colectivos con cuadros, libros, papeles, vajilla
con el logo del águila bicéfala y hasta —se
dice— un juego de copas con simbología nazi.
Más tarde, uno de los chóferes —de vuelta al
pueblo— relató haber viajado hasta la localidad de
La Cumbrecita, otro sitio identificado con nazis fugitivos, de la
que regresaron con los colectivos
vacíos.[8]

¿Es otra contingencia el hecho de que Palhke se
retirara justamente después de la rendición
alemana? Un viejo dicho británico dice: "La primera
vez es casualidad. La segunda, coincidencia. La tercera,
acción del enemigo
".

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Como señalamos anteriormente, el Gran
Hotel Viena
se construyó por etapas.

El sector más antiguo que se conserva es el que,
en teoría, iba a estar destinado a las institutrices y se
ubica en la parte rasera del complejo. Fue levantado por Palhke
mientras duraba su sociedad con la señora Tremetzberger en
1938. Tenía habitaciones en duplex y era el lugar en el
que la familia del empresario se hospedaba. Los baños
estaban revestidos de azulejos de origen alemán y
sanitarios traídos de Inglaterra. Es la única parte
del hotel que desentona estilísticamente con el
resto.

Entre 1940 y 1943 se construyó lo que
sería el sector VIP del Gran Viena. En él estaba el
ingreso principal al complejo y se concentraba todo el lujo.
Constaba de una planta baja, que tenía una sucursal
bancaria, correo, una central telefónica y la
peluquería unisex, todo exclusivamente reservado para los
huéspedes, como así también un comedor para
200 comensales lujosamente ambientado y decorado con la sobriedad
del buen gusto burgués. Poseía además, dos
plantas superiores con un total de 28 habitaciones cada una de
ellas con baños privados, bañeras y balcones que
daban a la laguna de Mar Chiquita. En los sótanos estaba
la cámara frigorífica y la bodega con miles de
botellas de vinos importados, traídos especialmente de
Europa.

Finalmente, entre 1943 y diciembre de 1945, se
terminó de construir el último sector del hotel,
conocido como el "sector de clase media". Constaba de una planta
baja con dos comedores y un par de pisos que contenían un
total de 35 habitaciones equipadas con calefacción central
(no refrigeración), baño privado y bañera.
Todos los cuartos eran single (individuales) y había un
ascensor que comunicaba con la planta baja, además de las
escaleras de granito. Este sector del hotel es el que más
se parece a un hospital y de hecho muchas personas han advertido
las semejanzas arquitectónicas que tiene con nosocomios de
la ciudad de Córdoba y de Capital Federal.

Separadas del resto del hotel, pero dentro del predio
que éste conformaba, estaban las cocheras y la usina
eléctrica. También la gran torre de agua, de
más de veinte metros de altura, y capaz de contener 50.000
litros, era uno de símbolos más destacados del
hotel. Tenía una escalera de 122 escalones y desde lo alto
podía tenerse una visión panorámica de todo
el pueblo. Un puesto privilegiado de vigilancia. Y digo bien,
"vigilancia", ya que los vecinos relatan que era muy
común observar a un guardia armado controlando todo desde
arriba.

¿Para qué quería un hotel cinco
estrellas un guardia con armas de fuego sobre una torre
gigantesca de agua?

El Gran Viena era un mundo en sí mismo, cerrado,
aislado al exterior. Un islote de misteriosa intimidad protegido
—según se cuenta— por una decena de guardias
uniformados bajo las ordenes del personaje más
enigmático de todos: Martin
Krüegger.[9]

PARTE 4

Se sabe que nació en Berlín, que era
ingeniero de profesión y héroe de guerra entre 1939
y 1943. También es sabido que apareció en Miramar
en el último año citado y que se hizo cargo de la
seguridad del complejo hotelero, que custodió con mano de
hierro junto con una grupo de hombres bien equipados.
Según cuentan los testigos (ex empleados), era un sujeto
alto, de fríos ojos celestes y siempre vestido
impecablemente con traje gris y zapatos muy lustrados (una
obsesión dentro del gremio de los militares). No conocemos
cómo era su rostro. No hay a la fecha ninguna
fotografía que lo muestre, pero por las descripciones que
Patricia Zapata recopiló, era el modelo ejemplar del
fenotipo teutón. Un ario que hubiera puesto orgulloso al
mismísimo Führer.

Autoritario, leal, organizado y muy celoso de sus
tareas, Martin Krüegger era la persona que llevaba adelante
al Gran Hotel Viena y la única que lo habitó
cuando, en 1945, Máximo Palhke se marchó para no
regresar más.

Deambuló por el hotel hasta 1948. Los rumores
cuentan que durante esos años recibió invitados. No
se conoce quiénes fueron. Y no lo sabremos jamás.
Cuando Krüegger apareció muerto por envenenamiento en
una de las habitaciones que hay sobre las cocheras, se
llevó con él muchos secretos a la tumba. Las
investigaciones no pudieron determinar si había sido
suicidio o asesinato. Fue velado por un par de vecinas del Gran
Viena y enterrado en el cementerio de la ciudad de Balnearia. Hoy
su tumba ya no existe. Sus restos consumidos terminaron, tras
años sin reclamos, en el osario municipal. Aún
después de muerto mantuvo el anonimato que siempre
buscó; a tal punto que mucha gente niega hoy la existencia
de este singular personaje.[10]

¿Por qué negar algo que la
mayoría de los empelados y lugareños
recuerdan?

¿Quién fue realmente el ingeniero
Martin Krüegger?

¿Era el fiel servidor de Máximo Palhke
o algo más que eso
?

En opinión de Patricia Zapata, Krüegger fue
el personaje más importante de el Gran Hotel
Viena
.[11]

¿A quién representaba?
¿Qué protegía con tanto celo? ¿Por
qué motivo fue él quien se quedó en el hotel
hasta el momento de su muerte?¿Colaboró, desde los
grises muros del hotel, con el escape los criminales de guerra
después de la derrota del nacionalsocialismo en
1945?
[12]

Conjeturas.

Meras conjeturas. Hipótesis que nunca
serán comprobadas, a menos que aparezcan los documento que
se llevaron y certifiquen estas alambicadas
suposiciones.

Con relación al rol que cumplieron los Palhke en
todo este asunto, también sobrevuelan muchas
dudas.[13]

¿Por qué se llevó a cabo
semejante inversión si el hotel estuvo abierto por tan
poco meses (de diciembre de 1945 a marzo de 1946)? ¿Por
qué la familia no reclamó nunca un solo
peso?

De hecho, actuaron como si nada de todo esa fuera
suyo.

¿Quién era el verdadero propietario
del Gran Viena, entonces? ¿De dónde provinieron los
capitales para construirlo? ¿Lavaje de dinero
nazi?

No lo sabemos.

"Para mí los Palhke no eran los dueños
del hotel
—dijo Zapata—, sino meros
testaferros de alguien más importante.
¿Quién? Lo desconozco. Es difícil comprobar
esto. Aún hoy, todos ocultan algo
. Pero los
capitales fueron, sin duda, del nacionalsocialismo
alemán
."[14]

Numerosos estudios han confirmado en los últimos
años el "lavado" de dinero nazi en nuestro país
durante las décadas del "40 y "50 del siglo pasado. Del
mismo modo han surgido innumerables libros que explotan uno de
los mitos más arraigados desde los días de la
segunda guerra mundial: el de la llegada de jerarcas y oro nazi
en submarinos, pocos antes de la rendición alemana.
Según uno de los libros más serios que hay al
respecto, La Conexión Alemana, escrito por
la investigadora Gaby Weber, el transporte de lingotes de oro
hasta la Argentina "(…) es poco probable, no sólo
por la distancia geográfica, sino por el peligro que
implicaba el dominio de Inglaterra sobre las rutas
marítimas. Es cierto que, poco después de
finalizada la contienda, los submarinos alemanes U-530 y U-977 se
rindieron a las autoridades en Mar del Plata. Pero se presume que
fueron intentos individuales de fuga y no una transacción
coordinada
."[15]

Es también necesario recordar que por aquellos
días las cosas no eran tan fáciles, ni la
ideología neoliberal se había desparramado por el
mundo. Los estados vigilaban mucho la transmisión de
dinero de un lado a otro y"(…) a partir de 1942 se
dificultaron los giros del exterior a las cuentas argentinas, el
Banco Central exigió declaraciones juradas sobre la
finalidad de las transacciones: realizar una transferencia
encubierta habría requerido demasiadas
complicaciones
."[16]

Por lo tanto, según Weber, "sólo fue
posible ocultar el dinero que ya se encontraba en
Sudamérica, pero no el que aún debía ser
transportado. Antes del fin de la guerra, la filial argentina del
Deutsche Bank recibió la orden de transferir el saldo de
su cuenta en pesos en Buenos Aires a la Compañía
Argentina de Mandatos Sociedad
Anónima
."[17]

Ese tipo de operaciones se volvieron muy comunes. Todos
sabían que el nacionalsocialismo tenía los
días contados y que los vencedores iban a confiscar los
bienes pertenecientes a Alemania en todas partes del mundo. Por
ese motivo, los nazis residentes en nuestro país
—organizados en la "Gau Ausland" (Comarca
Extranjera)— "procuraron evitar la confiscación
de sus propiedades transfiriendo las mismas a
testaferros
."[18]

En este contexto podemos ubicar las inversiones
millonarios de Máximo Palhke hechas en el Gran
Hotel Viena
. La época coincide, pero no hay
pruebas documentales. De todos modos, si seguimos la línea
argumental de Weber, "según la documentación
obtenida hasta ahora, fueron sólo unas pocas transacciones
y la mayor parte de ellas fallidas. Algunas fueron confiscadas
por el gobierno argentino, a pesar del intento de
«lavado», otras fueron reconocidas ilegalmente como
propiedades de los «hombres de
paja
»."[19]

PARTE 5

Un edificio con el aspecto que el Gran Hotel
Viena
tiene en la actualidad no puede estar exento de
convertirse en el escenario de fenómenos paranormales. El
imaginario colectivo y el rumor lo han convertido en un "sitio
encantado" y no son pocas las historias de fantasmas que circulan
en el pueblo, que hacen referencia a sucesos escalofriantes
ocurridos dentro de sus derruidos muros.

Siempre me ha sorprendido la fluctuante capacidad para
creer en historias fantásticas que muchas personas poseen
en la actualidad. Basta con organizar una reunión frente a
un fogón —en cualquier noche de invierno o de
verano— para advertir cómo, inexorablemente, la
conversación deriva hacia temas que meten
miedo
y que, generalmente, tienen como protagonistas a
fantasmas de distintas especie.

En circunstancias como ésas, el viento deja de
ser viento para convertirse en susurros o lamentos; las sombras
nocturnas se vuelven misteriosamente significativas, denotando
presencias no expuestas que alimentan la sugestión y
agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se
ve alterado, y acontecimientos del pasado personal —mal
definidos por la memoria— encuentran en aquel contexto
nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando
ocultas relaciones, antes no tenidas en
cuenta.

La noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio
que ha logrado mantenerse en buenos términos durante
siglos en el imaginario de la cultura occidental, sustentando
así una abundante literatura que, aún hoy, sigue
publicándose con gran éxito editorial.

Los fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan.
No es posible la neutralidad o la absoluta indiferencia cuando
alguien instala el tema en una mesa de discusión. Se les
puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca hacerlos a un
lado sin algún comentario irónico, escéptico
o crédulo.

Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus
apariciones son nuestros propios reflejos.

Definir qué es un fantasma depende del espacio y
del tiempo. Depende del lugar que cada persona se adjudica a
sí misma dentro del universo. Por ello, una Historia
de los Fantasmas
nos obliga a recorrer los senderos
—ya exitosamente transitados— de otras historias,
como la del cuerpo, la de la muerte o la de la lectura.
Significa, también, dejar abierta una puerta al estudio de
los sistemas de valores y sus cambios (que desde el siglo XVIII
indican una progresiva secularización y un olvido de los
deberes y normas trascendentes, para centrarse únicamente
en la condición inmanente del ser humano).

En muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y
el deber que los hombres hemos olvidado. Nos reflejan los
problemas existenciales propios de una sociedad impregnada del
más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela
muchas cosas al mismo tiempo
.

La creencia en la existencia de
fantasmas es un hecho generalizado que se fija
prácticamente en todas las sociedades de la Tierra.
Leyendas, cuentos populares, rumores y folklore referidos a
ellos, testimonian —directa o indirectamente— el
interés que los hombres tienen respecto de lo que sucede
más allá de la muerte; al tiempo que explicitan la
propensión de una época determinada a seleccionar
respuestas, entre un repertorio cultural particular, en
consonancia con las demandas de una situación
concreta.

Occidente ha tenido con las muy variadas
entidades intangibles de su imaginario una
relación que se advierte cualitativamente cambiante en
momentos determinados de su historia; y múltiples han sido
los factores que se conjugaron para que los fantasmas sean hoy lo
que la literatura muestra y mucha gente sostiene que son. Por
todo ello, podemos decir sin temor a equivocarnos, que la
experiencia temerosa ante los fantasmas

—así cómo la conceptualización,
atributos y cualidades que de ellos se ha tenido—
estuvo —y está— social, cultural e
históricamente determinada
.

Los fantasmas, asimismo, pueden ser variables
interesantísimas a la hora de reflejar las modificaciones
en las sensibilidades colectivas, relacionadas con instituciones
sociales muy caras del universo burgués (en especial del
siglo XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte
romántica, el secreto y el individualismo.

Banderas visibles del antirracionalismo, los fantasmas
—apareciendo y desapareciendo— denuncian
insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas
esperanzas, no del todo creídas.

Las apariciones piden, denuncian, exigen. Desenmascaran
una intimidad hipócrita, egoísta y morbosa, que el
grupo se ha cuidado muy bien de resguardar. Éste es
quizás el motivo por el cual el concepto
"fantasma" fue incorporado en algunas escuelas de
psicología nacidas a fines de principios del
XX.[20]

Durante los días que pasé en Miramar, una
de las cosas que me llamó la atención fue el
marcado interés que las personas mostraron por "los
fantasmas del Viena
". Permanentemente oíamos con
mi mujer historias "raras" de sucesos aún más
extraños que se llevaban a cabo en el abandonado complejo
hotelero.

Admitamos que su estructura invita a imaginar espectros
y que no es difícil dejarse llevar por la
imaginación. Sus ruinosos sectores son estimulantes. Los
pasillos y habitaciones, carcomidos por la humedad y los
años, generan escalofríos (máxime cuando se
los recorre de noche, como lo hice junto con tres personas
más). Las puertas, azotadas por el viento que viene desde
el "mar" y el ulular de esa misma brisa recorriendo todos los
recovecos, ponen los pelos de punta.

Así todo, no vimos ningún
fantasma.

Pero, como dice el dicho, "que los hay… los
hay
"… al menos en el imaginario colectivo.

En las últimas dos semanas del mes de junio de
2009, un equipo de cineastas norteamericanos desembarcaron en
Miramar. Buscaban material para un documental de
televisión y sorprendieron al pueblo por el organizado
despliegue técnico que pusieron en marcha. El primer mundo
descubría Miramar y los comentarios no dejaron de circular
de boca en boca. La productora intentó imponer un
férreo silencio en torno al trabajo, pero ya se sabe que
"en pueblo chico, infierno grande". Cuando llegué
a Miramar, poco más de siete días después,
las historias circulaban por todos lados.

¿Qué venían a buscar, desde tan
lejos?

¿Criminales de guerra? ¿Testimonios
que descubrieran algún nazi disfrazado de buen vecino?
¿Ustachas croatas sobrevivientes? ¿Imágenes
para algún programa de ecología?
¿Flamencos?…

No. Nada de eso.

Venían por fantasmas.

Y parece que ellos sí los encontraron en el
Gran Hotel Viena (ya todos sabemos lo
fotogénicos que son los espectros, desde principios del
siglo XX).

El tema estaba candente. Bastó con anunciar que
iríamos al Gran Viena por la noche para
que los vecinos desembucharan típicas historias
sobrenaturales relacionadas con almas en pena. Naturalmente, los
guías del hotel han sido, desde siempre, los depositarios
de la mayor parte de este patrimonio intangible.

No hay película de terror que transcurra en
algún hotel tenebroso que no tenga una habitación
embrujada, escenario de una pasada carnicería o hecho
truculento. Tampoco sus pasillos están ausente de
fantasmas de niños, ni espectros femeninos que se dejen
ver deambulando en la oscuridad.

El Gran Hotel Viena los
tiene.

Los residentes del hotel en los años "80
—aquellos que hicieron de cuidadores o intentaron
algún emprendimiento comercial poco exitoso— juraron
haber oído pasos que subían por la escalera y
caminaban hasta la habitación 106 del sector de clase
media, cuando se sabía que el edificio estaba
completamente vacío. Incluso me informaron que los
documentalistas yanquis filmaron dos fantasmas, uno de ellos,
justamente, en la habitación citada y otro en el gran
salón comedor del sector más elegante del
hotel.

Un taxista me contó que "Hay por lo menos dos
fantasmas. Un hombre y una mujer. Hasta hace poco sólo se
veía a un hombre, pero de un tiempo a esta parte
también se ve una mujer triste. En el hotel
desapareció una llamada Anna o Hanna, en la década
de los "40. Nunca se supo nada de ella. Al hombre— de
bigotes— no se lo ve como de carne y hueso, sino una mera
figura. Fue visto muchas veces y ha salido en alguna fotos que
toman los turistas. Hace una semana, durante la filmación,
traje a una mujer y sus hijas al hotel. Ellas vivieron en
él por un tiempo, tras la inundación. Abandonaron
el edificio porque el fantasma las volvió locas. Dejaron
de vivir allí por ese motivo. Cuando nos
acercábamos en el auto al hotel se pusieron muy nerviosas
y no querían aproximarse. Se arrepintieron de hablar con
el canal yanqui. Les producía una enorme angustia volver
al lugar de los hechos. Una de ellas contó que
sentía cómo una presencia se sentaba en la cama
junto a ella. Todos los miembros de la familia sintieron esa
presencia fantasmal mientras vivieron en el
hotel".

También me relató que un turista, sacando
fotos desde el patio del hotel, captó a un hombre alto, de
bigotes tupido, con traje color gris, asomado de la ventana de la
habitación 61 (sector principal). El propietario de la
foto nunca la entregó (dijo haberla perdido), pero ciertos
funcionarios de la secretaria de turismo —sostuvo— la
habían tenido en sus manos.

Incluso me confesó que, en la habitación
106, un familiar cercano creyó ver una figura sentada
sobre la cama, mirando hacia la ventana. No supo si la figura era
de hombre o mujer, aunque juró haberla
observado.

Pero eso no es todo.

La encargada de la boletería del Gran
Hotel
me relató una historia de la que ella misma
fue protagonista: "Durante el verano pasado —enero o
febrero de 2009— subí al primer piso (del sector
clase media) a cerrar las persianas y cuando estaba
haciéndolo, desde el interior de un placard ubicado a mi
lado escuché claramente una voz que me habló al
oído. No entendí lo que dijo. Grité y
bajé llorando. Me caían las lágrimas. Desde
entonces me da mucho miedo entrar sola en el hotel. Subir, no
subo más
."

¿Sugestión? ¿Un mero
error?

Posiblemente. Pero lo interesante es que muchos creen a
pie juntillas en estas historias, como la de ese plomero que,
mientras arreglaba partes del hotel, salió corriendo lleno
de miedo, anunciando que "algo había" es ese
sitio abandonado.

El contexto invita a tener la mente predispuesta a cosas
extrañas. Admitamos algo: no es común toparse con
un gigantesco hotel en ruinas, ni con una ciudad hecha escombros,
debajo de una laguna.

En Miramar, los fantasmas del pasado están por
todas partes.

PALABRAS
FINALES

Ruinas posmodernas.

Así denominan dos fotógrafos
españoles a los edificios abandonados de la actualidad
(hoteles, complejos industriales, terminales, estaciones
ferroviarias, fábricas, etc.) y nos enseñan que la
decadencia también tiene su belleza: la de
señalarnos la nuestra propia.

El Gran Viena encuadra perfectamente
dentro de esa categoría, enseñándonos cuan
delgada es nuestra arrogante seguridad y lo inconstante que son
las obras del hombre frente al imparable poder de la naturaleza y
el tiempo.

Ante sus restos, es muy difícil evitar no pensar
en promesas inconclusas, en utopías que no fueron, y en el
inmenso poder de lo invisible, materializado en las bacterias,
esporas y sales que lo destruyen con lentitud.

Observarlo con detenimiento, recorrerlo, no sólo
nos hace pensar en una época lejana (no tan lejana), sino
que nos obliga a meditar en nuestra propia podredumbre,
recuperando —como dice Cioran— "el precio infinito de
cada instante".

No hay dudas de que uno sale más joven al
contacto con la muerte. Y así es como salgo cada vez que
recorro lugares como el Gran Hotel Viena o el
Eden Hotel de La Falda; ambos, una clara muestra
de sabiduría, amargura y farsa. Un grosero muestrario de
lo finito. Retazos de historia materializada que sólo nos
sugieren una parte muy pequeña de la los proyectos,
sueños y esperanzas que allí se desarrollaron y que
jamás podremos reconstruir por completo. Son las
señales perfectas de un mito que fue, pero ya no es: el
del Progreso indefinido.

Karpe diem.

¿Qué más sentir frente a un hotel
abandonado? ¿Acaso no vamos todos en es misma
dirección?

Abandono y olvido. Es sólo cuestión de
tiempo.

¿Pesimismo?

No. todo lo contrario.

Realidad pura y descarnada.

El Gran Hotel Viena renueva mis votos
como historiador y especialista en la agonía de las
cosas.

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia

Universidad Nacional de Mar del
Plata

Julio de 2009

Email:

[1] Zapata, Mariana (directora), Memorias del
Mar. Pacto Fundacional. Agonía y resurgir de un Pueblo,
Segunda edición, Museo Fotográfico de Miramar,
Miramar, Córdoba, 2006.

[2] Véase: Gran Hotel Viena. Su
Historia, Editado por la Asociación Civil Amigos del
Gran Hotel Viena, Miramar, Córdoba, sin fecha.

[3] Véase. Hobsbawm, Eric, Historia
del Siglo XX. Editorial Crítica, Barcelona, 1995.

[4] Testimoniado por Patricia Zapata el
5/7/2009, según la tradición oral local.

[5] Véase: Ferrarassi, Alfredo, Eden
Hotel y Pueblo La Falda, Edición del Autor,
Córdoba, 2006.

[6] Hoy de esa casa sólo queda una
palmera sin hojas al borde mismo de la costa. La
inundación la arrasó en una de sus tantas
embestidas.

[7] Testimoniado por Patricia Zapata el
5/7/2009, según la tradición oral local y
confirmado en La Falda por Ariel Mansani, guía y
especialista en la historia del Eden Hotel, el 9/7/2009.

[8] Véase en Internet: Battaglino,
Roberto, Gran Hotel Viena, el gigante rodeado de lujo y
misterio, publicado en La Voz del Interior.

[9] En una oportunidad, un panadero de
Miramar (el hotel compraba el pan en el pueblo ya que
aparentemente la cocina de dulces se dedicaba a
repostería) entró sin permiso hasta el patio
central y dijo haber visto unos diez soldados uniformados,
cuadrados y firmes en el patio del Gran Viena.

[10] Véase: “Los Secretos del
Mar”, artículo publicado por La Voz del Interior.
Citado íntegramente en Gran Hotel Viena. Su Historia,
Editado por la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel
Viena, Miramar, Córdoba, sin fecha.

[11] Testimoniado por Patricia Zapata el
5/7/2009.

[12] El dueño del viejo Hotel
Copacabana (en auge durante la década de los ’60)
se llamaba ANTON ELTZ o ELEZ. Fue un croata nazi (ustacha) y
criminal de guerra. En una oportunidad un miembro del Centro
Simón Wisenthal lo visitaron. Unos días
después el viejo se descompuso y murió en la
ciudad de Balnearia (“tras comer un purecito de
zapallo”, dijo Zapata). Falleció el 23 de julio de
1995 y su tumba está en el cementerio de Miramar.

[13] Véase: Mar de Ansenuza. Laguna de
Mar Chiquita, Córdoba documental, capítulo , PPIX
documental. Video ATP, 30 min., Córdoba, 2007.

[14] Testimoniado por Patricia Zapata el
6/7/2009.

[15] Weber, Gaby, La Conexión Alemana.
El Lavado del dinero Nazi en Argentina, Edhasa, Argentina,
2005, pág.22.

[16] Ibidem, Pág.22.

[17] Ibidem, Pág.22.

[18] Ibidem Pág.22

[19] Ibidem Pág.22

[20] Véase: Soto Roland, Fernando
Jorge, Visitantes de la Noche, Editorial Martín, Mar del
Plata, 1997.

Partes: 1, 2
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