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El Trabajo a través de la historia (página 2)




Enviado por Francisco Hache



Partes: 1, 2

Existían una buena cantidad de
campesinos libres cuya explotación lograba mejores
resultados que la mano de obra esclava, pero que no
prosperó debido al nulo costo de
producción que significaba un esclavo, y su
posibilidad de explotación. Por otra parte, los artesanos
dependían de la nobleza y los comerciantes para poder
subsistir, de otra forma devenían en desocupados y
esclavos.

Los grandes territorios conformados gracias
a guerras e
invasiones, y controlados por monarquías y otras formas de
nobleza, se fueron construyendo alrededor de los castillos y bajo
la protección de poderosos cuerpos de caballeros. Ahora,
el señor feudal en lugar de someter a los pobres a base de
látigos y cadenas, lo hacía de manera encubierta.
Los plebeyos vivían en los alrededores de los castillos, y
estaba bajo las órdenes de los terratenientes, se le
permitía cultivar una parcela de tierra para
mantener a su familia pero
debía estar dispuesto a realizar cualquier servicio que
ordenara el señor feudal, aunque fuera en el castillo, la
hacienda o el ejército; su vida estaba dedicada al
señor feudal y en el tiempo que le
sobraba cultivaba para sí mismo y para el sustento
económico de su familia, y para pagar tributos,
diezmos y otras solicitudes de los nobles.

A medida que las sociedades se
hicieron más complejas en cuanto a su organización, la variedad de actividades
humanas se ha multiplicado y la división y
especialización del trabajo ha
aumentado notablemente. Un ejemplo de esto es que también
fueron apareciendo divisiones jerárquicas entre
trabajadores que realizaban una misma labor, como en los gremios
de artesanos medievales, en los que comenzaron las
diferenciaciones entre maestros, oficiales y
aprendices.

El importante incremento del comercio, las
rutas comerciales (y sus consecuentes peligros) y la
especialización, como así también la
necesidad de obtener un permiso para el ejercicio de su actividad
y privilegios de mercado, fueron
los hechos que sentaron una base para el comienzo de las
agrupaciones de mercaderes y artesanos, es decir, los
gremios.

En sus comienzos los gremios eran
igualitarios y solidarios entre sus miembros, y su finalidad
original era obtener protección por parte de las
autoridades para sus actividades y el derecho a regularlas
detalladamente. Defendían el derecho de sus miembros a
ejercer su oficio y regulaban la duración de la jornada de
trabajo, los precios y la
calidad de los
productos,
entre otras cosas. Además, algunos gremios desalentaban e
incluso penalizaban el enriquecimiento personal. No
permitían a sus miembros adelantarse y vender antes de
determinada hora ni después de otra, competir con los
precios, disminuir la calidad ni la solidez del producto a
cambio de un
precio
inferior, ni tampoco comprar barato para luego vender
caro.

En los talleres convivían maestros,
oficiales y aprendices, pero sin embargo en un principio no
existía una estricta división de tareas, puesto que
cada uno fabricaba piezas únicas completas, una por una y
pedidas por encargo. El objetivo de
los gremios era obtener una justicia
social igualitaria para todos sus miembros. A todo aquel que
trabajara le correspondía un sustento.

Los gremios poseían personalidad
jurídica, mediante una reglamentación otorgada por
la autoridad
municipal. Dicha personalidad jurídica obligaba a respetar
los estatutos y la licencia de algunos privilegios. Por otra
parte, otorgaba a la corporación gremial el privilegio de
regular su propio oficio, y la posibilidad de ejercer funciones de
policía. Los gremios más antiguos de los que se
tiene constancia son el de panaderos de Pontoise, en 1162, y el
de curtidores de Ruan, en 1163. Sin embargo, ya desde el primer
cuarto del siglo XII (aproximadamente en el año 1121)
surgió la hansa parisina, una agrupación de
mercaderes que se atribuyó poderes municipales.
Poseía exclusividad sobre el comercio fluvial en
París y derechos sobre el
tráfico entre Normandía y
Borgoña.

Las corporaciones contaban con una
organización interna bastante rígida, y
poseían una jerarquización muy marcada. En primer
lugar estaban los maestros, ellos debían demostrar
competencia y
capacidad financiera. En algunos gremios debían realizar
una "obra maestra" para conseguir dicha maestría y
además pagar una matrícula. Eran los únicos
que tenían la facultad para votar los estatutos y elegir a
los procuradores y jefes del gremio. Posteriormente se
adoptó la práctica de que los hijos de los maestros
(hijos aprendices) fueran los que luego adquirieran la
maestría, de esta forma este título paso a ser de
carácter hereditario, disminuyendo casi por
completo la posibilidad de lograrlo. En segundo lugar
venían los oficiales, quienes originalmente eran
potenciales maestros. Accedían a la maestría
según el estatuto de cada miembro, pero generalmente era
muy difícil que lo consiguieran. Tenían el derecho
de recibir formación, alojamiento, alimentación y
salario. Por
último estaban los criados aprendices, éstos
poseían bajísimos salarios y no
tenían posibilidad de crecimiento profesional. Muchas
veces debían conformarse sólo con ser alojados y
alimentados por un maestro. Sus condiciones de trabajo y de
contratación variaron según el gremio y de acuerdo
al tiempo.

El desarrollo de
los gremios creció a la par de la intensificación
de la competencia industrial y comercial. Nacidos con fines
solidarios, paulatinamente fueron mutando sus intereses por fines
monopólicos. De organismos profesionales que englobaban a
todos los trabajadores agremiados pasaron a ser un organismo de
defensa de los intereses de los maestros exclusivamente.
Además, las limitaciones impuestas para ingresar a los
gremios formaron un mecanismo que repelió a muchos
potenciales agremiados hacia las filas de los trabajadores
asalariados, engrosando de esta forma la lista de obreros
carentes de derechos, protección y seguridad
laboral.

El gremio local (artesanal
–panaderos, herreros-) se va a separar de forma muy notoria
con los gremios más desarrollados, que son los que se
crean en torno a la
exportación. En los gremios locales
artesanales, tanto las herramientas,
como el taller y la materia prima
pertenecen al artesano, como así también el
producto que vende. Por el contrario en la industria de
la exportación, el trabajo y
el capital se
separaron. El obrero apartado del mercado sólo conoce al
empresario que
le paga, separándose del intermediario que se
encargará de vender sus productos. La diferencia con los
obreros actuales es que en vez de reunirse en grandes
fábricas, todavía se repartían en varios
talleres con pequeñas cantidades de obreros. El maestro se
transformó entonces en un trabajador a domicilio,
asalariado por un mercader capitalista. A pesar de las
difíciles condiciones de vida, este obrero trabajaba
todavía en su casa, y organizaba su tiempo con cierta
libertad. En
las ciudades más manufactureras del mundo medieval, los
obreros comenzaron a manifestar una gran hostilidad hacia los
capitalistas, quienes no atendían sus reclamos.

Durante un largo tiempo los tres sistemas
productivos (el taller artesanal, el taller manufacturero y el
trabajo a domicilio) convivieron. Pero, desde fines del siglo
XVIII, fueron absorbidos por un nuevo modo de organizar el
trabajo: la fábrica industrial. Esta forma de producción nació en Inglaterra.
Allí se daban una serie de condiciones que hicieron
posible que, en poco tiempo, se transformara en una nación
industrial; lo que permitió impulsar la tecnología y
aplicarla a la producción. Surgieron entonces los telares
mecánicos, que multiplicaban notablemente la cantidad y la
calidad de los productos, y los ferrocarriles y los barcos de
vapor que trasladaban los productos de Inglaterra, como
así también un gran avance en las comunicaciones. Estos avances
tecnológicos, conocidos como Primera Revolución
Industrial, tuvieron un gran impacto en la economía y fundamentalmente, en el
desarrollo del trabajo. La modificación más
significativa que introdujo la 1ª Revolución
industrial fue el desarrollo de la producción en masa.
Para poder subsistir en el nuevo modelo
económico, los empresarios debían ser capaces de
realizar la mayor cantidad de productos en el menor tiempo
posible y al precio más bajo. La mejor forma de hacerlo
era utilizando nuevas
tecnologías y organizando el trabajo, de manera tal
que aumente la producción.

Una de las industrias que
más se desarrolló en este período fue la
industria textil. Este desarrollo fue posible en gran parte
gracias a la invención de la máquina hiladora y el
telar mecánico. Estas invenciones comenzaron con una
verdadera revolución en el mundo del trabajo, el cual ya
no se realizaba a mano o con instrumentos manuales, sino
que se comenzaron a utilizar máquinas
que reemplazaban el trabajo de varios obreros y que no
interrumpían su producción. El trabajo que antes se
realizaba en una gran cantidad de talleres y casas se
empezó a hacer en un solo lugar, las grandes
fábricas industriales. En ellas se unían una
inmensa cantidad de máquinas y trabajadores y, mediante un
trabajo organizado, realizaban grandes cantidades de un mismo
producto. Los artesanos, al no tener forma de competir con esta
producción en masa, terminaban convirtiéndose en
obreros asalariados por las fábricas. De forma paulatina
fueron desapareciendo los talleres y trabajadores a domicilio, y
por contrapartida, fue aumentando la producción
industrial.

La jornada laboral hasta mediados del siglo
diecinueve es de doce a catorce horas y debido a la demanda
explosiva de mano de obra, se llegó a utilizar menores y
mujeres en la realización de tareas peligrosas y penosas.
En las hilanderías inglesas se trabajaba normalmente entre
doce y diecisiete horas diarias. La concentración
poblacional y la vida en las ciudades son modificaciones sociales
que impuso la Revolución Industrial que se
caracterizó, además de los horarios prolongados,
por malas condiciones de trabajo, insalubridad, inseguridad y
bajo nivel de las remuneraciones
siendo los peores pagos los menores y las mujeres. No
existía tampoco legislación
laboral que ordenara el caótico sistema.

La explotación de los obreros,
originada por los métodos
empleados al inicio de la industrialización, aunada al
afán de lucro excesivo de los patrones, fueron las
raíces del movimiento
asociacionista de los trabajadores, que buscaron homologar
fuerzas respecto de los patrones por medio de la
aglutinación de individualidades laborales, para reclamar
condiciones salariales más justas, jornadas de trabaja
más cortas y, en general, llegar a establecer un estado social
más equitativo para la clase
trabajadora.  La transformación industrial, que
operó primero en los países europeos,
prohibió terminantemente el derecho de asociación
de los trabajadores, pues el régimen individualista no
veía justificación para que los trabajadores se
asociaran en defensa de sus intereses laborales e incluso se
tipificó como un delito en los
códigos penales: esta etapa de prohibición de dio
entre 1776 y 1810.Con el tiempo, los esfuerzos del Estado para
prohibir el derecho de asociación fueron infructuosos,
porque los sindicatos
seguían existiendo. Por ello en los diversos países
se inició una etapa llamada de tolerancia, en la
cual, sin otorgar reconocimiento alguno al derecho sindical, se
admitía de hecho, sin establecer nada respecto en las
leyes dictadas
por el Estado. A
la época de la tolerancia siguió una de
reconocimiento absoluto del derecho sindical. Esto sucedió
a finales del siglo XIX, ante las acciones de
los sindicatos lograron que el estado variara su criterio al
respecto y dictara leyes que reconocían a los
trabajadores, de manera abierta, el derecho a integrarse en
sindicatos. Inglaterra fue el primer país que dio el
primer paso en este aspecto, con el reconocimiento del derecho de
coalición en 1824, que otorgaba la legalidad a un
intenso movimiento asociacionista que existía en la
clandestinidad. Dentro del proceso
histórico del sindicalismo
también se tiene que tomar en cuenta las internacionales,
las cuales eran convocatorias de organizaciones
sindicales. En 1862 se celebró en Londres la Exposición
Internacional, la cual tuvo la participación de ingleses,
franceses y alemanes; en total se reunieron más de 300
líderes obreros en la llamada Fiesta de la Fraternidad. En
esta se pactó la solidaridad entre
los sindicalitas de estas naciones para buscar una
unificación formal que les permitiera adquirir una gran
fuerza. Hacia
1867, la Internacional demostró su fuerza cuando los
sindicalistas ingleses sostuvieron económicamente las
huelgas de los trabajadores franceses. La visión de esta
primera Internacional se puede resumir en lo siguiente: "La
emancipación económica del trabajador debe ser el
objetivo de toda política. No es
éste un problema local ni nacional, se trata de un
problema social" La primera Internacional desapareció en
1870 por conflictos
armados en Europa. En 1889
surgió la Segunda Internacional.

Uno de los aspectos determinantes de su
acción
fue que desde un principio pidieron asesoría
política a partidos socialistas, y esta asesoría
fue tan importante que dominó más la fase
política del socialismo que
los intereses gremiales de los afiliados. Esta
organización llegó a tener hasta 12 millones de
afiliados en todo el mundo. No obstante, el estallido de la
Primera Guerra
Mundial sometió a dura prueba a la
organización obrera, porque a pesar de sus
sentimientos unionistas se dividieron con sentimiento
nacionalista y se dispusieron a apoyar a sus respectivos
países en la contienda; lo que provocó la
desintegración de la Segunda Internacional. Concluida la
guerra, al
instaurarse la paz se puso en marcha un notable intento de los
sindicalistas para integrar de nuevo la Internacional y se
logró hasta 1919 en Moscú en donde la
organización tuvo un corte comunista. Se consiguió
la afiliación de sindicalistas de 23 países. Su
característica principal fue que era de tendencia
abiertamente revolucionaria, y su acción primaria
consistía en fomentar el descontento popular y la violencia con
el propósito de transformar, según la teoría
en una lucha de clases, al conflicto
armado que había terminado.

A medida que aumentaba la
concentración de obreros en las grandes fábricas,
los empresarios se vieron forzados a organizar de mejor manera el
trabajo, para así también mejorar la productividad.
Para lograr esto, implementaron una serie de transformaciones que
llevaron a una tajante división de las tareas de dirección de las de ejecución. El
aumento de la productividad trajo consigo una gran
aceleración en el proceso de la división del
trabajo. Así, el producto final dejó de ser obra
personal del trabajador. A medida que crecía la
producción, y la competencia exigía nuevas
aplicaciones tecnológicas, la división del trabajo
fue haciéndose más y más
compleja.

A causa de la permanente competencia entre
las empresas, era
necesaria la permanente búsqueda de nuevas
tecnologías y de mejoras en la organización del
trabajo. Por eso, a principios del
siglo XX se realizaron experiencias e investigaciones
para intentar mejorar las condiciones de
producción.

Los dueños de las fábricas
buscaban la manera de bajar sus costos y aumentar
las ganancias, y encontraron en las ideas del ingeniero
estadounidense Frederick Taylor una ayuda
invalorable.  Algunos llamaron a este método
"organización científica del trabajo" y otros,
simplemente taylorismo. El método de Taylor
consistía en calcular el tiempo promedio para producir un
determinado producto o una parte de él y obligar al obrero
a acelerar el ritmo de trabajo asimilándolo a una
máquina. 

Esto se lograba a través de tres
métodos fundamentales: 1) aislando a cada trabajador del
resto de sus compañeros bajo el estricto control del
personal directivo de la empresa, que
le indicaba qué tenía que hacer y en cuanto tiempo;
2) haciendo que cada trabajador produjera una parte del producto,
perdiendo la idea de totalidad y automatizando su trabajo y por
último, 3) pagando distintos salarios a cada obrero de
acuerdo con la cantidad de piezas producidas o con su rendimiento
laboral.  Esto fomentaba la competencia entre los propios
compañeros y aceleraba, aun más, los ritmos de
producción.

 La máquina establecía
la intensidad del trabajo y, a su vez, cada obrero
requería saber menos, pues para realizar una tarea
mecánica y rutinaria (ajustar un tornillo,
por ejemplo), lo único que necesitaba saber era
obedecer.  De esa forma, el empresario ya no dependía
ni de la buena voluntad del trabajador para realizar su tarea
eficazmente (la máquina le marcaba el ritmo) ni de sus
conocimientos.  El obrero era, según Taylor, un buen
"gorila amaestrado" que hacía lo que otro había
pensado y, al mismo tiempo siguiendo el esquema de Adam Smith,
producía más en menos tiempo, pues reducía
el costo y aumentaba
la ganancia. Una de las primeras empresas que aplicó los
métodos de Taylor fue la Ford Motors Company, de
Detroit.  Allí se puso en práctica la "cadena
de montaje", una cinta transportadora que movía las piezas
para que los obreros trabajaran sobre ellas en un tiempo
determinado y en una actividad. Al final de la cadena el auto
quedaba terminado. A este novedoso modo de producir se lo
llamó fordismo.

La obsesión de los nuevos
industriales de la ciencia de
la dominación laboral fue la de subordinar definitivamente
el trabajo vivo del obrero al ritmo de la máquina
industrial, que desde entonces se convirtió en el
verdadero ordenador de la vida laboral y en la principal
garantía de la disciplina
obrera. La imagen de las
nuevas fábricas no exageraba la que ofrecía Charles
Chaplin, en Tiempos Modernos. Cada operario especializado en una
única actividad realizaba su tarea al ritmo que marcaba la
cinta transportadora. Un sofisticado código
de reglamentaciones laborales regulaba cada momento de la vida
del trabajador en la empresa, en un
feliz reencuentro con las formas de dominación
burocráticas, que se manifestaba obscenamente en el hecho
de que tras la categoría de los no cualificados,
el componente laboral más importante de cualquier
fábrica fuese el de los supervisores de trabajo y los
técnicos de producción.

El trabajador sometido a la disciplina del
cronómetro empezó, además, a ser pagado
mediante un sistema de primas de producción que
individualizaban su trabajo y su salario de acuerdo con su
productividad. La nueva conciencia
patronal tan obstinadamente empeñada en la
racionalización probaba el hecho de que la
alienación del trabajo es un factor consustancial en la
acumulación de capital cuando los encargados de realizarlo
no se avienen a aceptarlo sin resistencia. La
era de la producción en masa, por tanto, no supuso un
progreso en la emancipación de la fuerza de trabajo sino
un agravamiento de las condiciones que lo conformaban como
actividad alienada: pérdida de control sobre el proceso de
producción, burocratización de la actividad en la
industria, división de los trabajadores mediante los
sistemas de primas. Se trataba de convertir definitivamente al
obrero en aquel "orangután amaestrado" con el que Taylor
soñaba como futuro habitante de las
fábricas científicas. La fábrica
fordista nació más para garantizar el control de la
mano obra sin la cual carecía de sentido todo el edificio
industrial que para asegurar la producción.

Una tendencia en el desarrollo de la
civilización industrial ha sido la aplicación
creciente de la ciencia y la
tecnología al proceso productivo. Las transformaciones
económicas y organizativas que caracterizan la nueva fase
de la economía
mundial están estrechamente asociadas a un profundo
cambio científico y tecnológico. Este cambio tiene
su núcleo en las tecnologías de la información —microelectrónica,
informática, telecomunicaciones—.

Estas nuevas tecnologías tienen un
doble efecto. Por una parte, abren nuevos sectores industriales,
como la industria de la computación. Pero, además,
desencadenan grandes transformaciones en un conjunto muy amplio
de actividades económicas.

Estos cambios son acompañados en las
sociedades capitalistas avanzadas por una importancia creciente
de las actividades de procesamiento de información, tanto
en el producto bruto como en la estructura
ocupacional. La organización de la producción y el
trabajo también se ha visto profundamente
modificada.

Así como el fordismo
caracterizó la organización productiva desde los
primeros años del siglo XX, desde el último tercio
del siglo creció en importancia un nuevo modelo de
organización del trabajo y de la producción. Este
modelo suele denominarse toyotismo (porque fue desarrollado en la
fábrica japonesa de automóviles Toyota) u
ohnismo

(Porque su concepción y diseño
fueron realizadas por Taiichi Ohno, ingeniero jefe de Toyota).
Las nuevas formas organizativas se caracterizan por la
flexibilidad de la producción y de la gestión
empresaria, no sólo en la estructura interna de las
empresas sino también en relación con sus sistemas
de proveedores y
su demanda. La economía contemporánea es cada vez
más una economía global, en la que, como
señala Manuel Castells, "el capital, la producción,
la gestión, los mercados, la
fuerza de trabajo, la información y la tecnología
se organizan en flujos que atraviesan las fronteras nacionales".
No se trata simplemente de que "la economía tenga una
dimensión mundial (lo cual es cierto desde el siglo XVII,
sino que el sistema económico funciona cotidianamente como
una unidad en el ámbito mundial".

La primera fase de la Revolución
Industrial estuvo estrechamente identificada con el ascenso de
Inglaterra; la segunda, con el avance de los Estados Unidos y
Alemania. La
tercera fase muestra el
ascenso de Japón,
que durante las décadas de 1970 y 1980 supo sacar el mayor
provecho de las posibilidades productivas de las
tecnologías de la información. Esto no significa
que los Estados Unidos y los países de Europa occidental
hayan quedado marginados de este proceso, sino más bien
que hay nuevos y poderosos actores en el escenario
económico internacional.

En la actualidad se emplea la sigla BRIC
para referirse conjuntamente a Brasil, Rusia,
India y
China, que
tienen en común una enorme población (Rusia y Brasil por encima de los
cien millones, China e India por encima de los mil millones), un
enorme territorio, lo que les proporciona dimensiones
estratégicas continentales y gigante cantidad de recursos
naturales, y lo que es más importante, que en los
últimos años han presentado cifras de crecimiento
de su PIB y de
participación en el comercio mundial enormes, lo que les
hace atractivos como destino de inversiones.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Francisco Hache

Partes: 1, 2
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