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Otro análisis sobre "Edipo rey" de Sófocles (página 2)



Partes: 1, 2

Para ellos estas desgracias son una clara
manifestación de la furia de la divinidad.

En tales circunstancias, entendiendo agotadas las
gestiones efectuadas hasta por los propios sacerdotes que
encabezan la manifestación, visitan a Edipo en actitud
suplicante.

Uno puede leer en los primeros diálogos,
exclamaciones tales como: "Yo, al que ustedes llaman el
eminente Edipo
…" o "Poderoso Edipo que reinas en el
país
…". Sin embargo, esto no está incluido a
efectos de resaltar expresamente el poder del
personaje central. Son meras fórmulas de tratamiento al
rey de iguales características que las usadas hoy ante
altos cargos, por Ej.: excelentísimo señor
presidente de tal, o su majestad el rey de cual. Sófocles
refleja las fórmulas en uso de su época, tal como
otros autores.

Es importante darse cuenta, además, que el pedido
popular ante Edipo no está motivado por su
condición de rey o su poder soberano.

La razón que lleva al sacerdote a acudir a Edipo
es que se le considera el "salvador de la ciudad" por su
anterior intervención que los libró de la
maldición de la esfinge. Es por este antecedente, y
confiados en que repetirá la acción
salvadora, que se le pide que "busque remedio" para
estos nuevos males que asolan la ciudad de Cadmo.

Sófocles muestra al rey
preocupado por el sufrimiento de su pueblo y ocupado, no en su
prestigio, sino en encontrar una respuesta que acabe con el mal.
Por eso escucha lo que le dice el anciano y por eso ya
había dispuesto el envío de su cuñado
Creonte al templo de Delfos para conocer qué votos o
sacrificios se debían realizar a fin de salvar a la
ciudad.

Sófocles no da indicios que permitan sospechar un
afán de gloria en Edipo. Muestra, más bien, a un
gobernante interesado en el bienestar de su pueblo, que hace
público su ruego al dios Apolo solicitándole que la
corona de laureles que porta su cuñado, al que ve
regresar, sea señal de los buenos augurios que tanto
espera.

La llegada de Creonte es el elemento que el autor
utiliza para revelar la razón que, de acuerdo a la
creencia popular de su época, sería el origen de
todos los males del presente.

El oráculo de Delfos le informó que el
asesino de Layo, el anterior rey, se encuentra conviviendo entre
el pueblo y que debe ser localizado. Sólo su destierro o
su muerte
apagará la peste.

Así queda claro que es la no expiación de
un crimen cometido en el pasado la causa del mal. Se muestra la
dura mano de los dioses castigando la inacción de los
hombres que no han hecho justicia.

Esta escena deja ver a un Edipo que no tiene nada que
ocultar y, sin temores, invita a Creonte a hablar frente a
todos.

Desconoce los pormenores del asesinato de Layo y se
manifiesta preocupado y diligente en conocer los antecedentes y
aún en encontrar algún testigo que pueda aportar
datos.

Incluso, consciente de la infausta suerte de su
antecesor, teme que el asesino también lo mate a
él. No por temor a la perdida del poder sino de su propia
vida ante un oculto asesino que quizá lo mate por su sola
condición de rey. Un temor similar al que vive un chofer
de taxi cuando se entera del asesinato de otro chofer de su misma
compañía.

Termina la escena con un Edipo que se compromete
públicamente a efectuar una investigación que esclarezca el caso y haga
justicia.

Esta será la "verdad" que dioses, realeza,
sacerdotes, adivinos, ciudadanos y esclavos querrán
conocer para que se restablezca la calma y el bienestar en la
ciudad.

Prosigue el desarrollo de
la obra con una tristísima súplica a cargo del Coro
que acentúa la terrible desolación que devasta a la
ciudad, amenazándola con la desaparición. Se clama
a todos los dioses pidiendo su intervención
favorable.

Edipo, atento a este ruego y a su condición de
rey ordena se le informe sobre el
asesino, si es que se sabe de él, sea nativo o
extranjero.

Da su palabra de que, sea quien sea, hará
justicia.

A todas luces, desconoce cuán trágicamente
implicado está él en este asunto.

En una muestra más de su hombría de bien
resalta que no debió ser necesario que un dios pidiera
justicia. Les reprocha que ellos mismo debieron haberla efectuado
sin demora para no dejar impune el crimen del más eminente
de sus hombres y, además, su rey.

Finalmente profiere maldiciones contra el asesino y a
cualquiera que le oculte.

En respuesta a estos dichos, en nombre del Coro, habla
Corifeo informando que si no han noticiado nada es porque nada
saben y sugiere se procure la intervención de un famoso
adivino ciego, Tiresias.

Poco antes de cerrar la escena, Sófocles utiliza
dos breves párrafos para resaltar el carácter honroso de Edipo. Tomar nota de
ello me parece vital para conocer el punto de referencia que el
autor parece desear que tengamos sobre el personaje
central.

Luego de señalarle Corifeo al rey que el asesino,
si estaba en el pueblo, seguramente se habrá marchado tras
escuchar las imprecaciones del monarca, éste le responde
que "a quien no lo asusta el crimen, tampoco lo intimidan las
palabras
".

El significado de esto es claro: Se ve a Edipo
consciente de la falta de valores que
caracteriza a las almas dispuestas al mal y, por este medio, se
lo perfila como opuesto a esta condición. Él es y
será siempre respetuoso de los valores.
Este análisis quedará totalmente
confirmado cuando se observe como el monarca cumple y ordena
cumplir sobre su propia persona la pena
que él mismo había establecido para el
culpable.

Sófocles nos pinta un hombre de
palabra (quizá proponiendo un modelo) que
pondrá la suya propia como garantía de su
acción, más allá que, luego de descubrirse
culpable, bien pudiera haberse escudado en frases como la
pronunciada por él mismo en "Edipo en Colono",
cosa que no hizo: "Si mi padre fue prevenido por los
oráculos sobre que moriría asesinado por su hijo:
¿Con qué justicia se me puede imputar eso a
mí que ni había sido engendrado por mi padre ni
concebido por mi madre, cuando aun no había nacido
?".
En esta misma obra y casi inmediatamente después de lo
expresado, Corifeo le dice al rey Teseo, en alusión a
Edipo: "Vuestro huésped, Majestad, es honorable y
merece ser defendido dado sus terribles
desgracias
".

El nuevo personaje que incorpora Sófocles es una
pieza fundamental para el crecimiento de la trama y del clima de
sospecha. Por intermedio de Tiresias, el adivino ciego, una
mezcla de luz y tinieblas
inundará la escena, obligando a todos los personajes a
apurar el desenlace.

Cuando Edipo, que lo había enviado a buscar,
advierte su llegada se alegra y, cargándolo de elogios, le
suplica que ayude a la ciudad.

Termina su discurso con
una frase con la que, nuevamente, el autor dibuja el
carácter moral del
monarca: "Servir a sus semejantes es la mejor forma que tiene
un hombre de utilizar su sabiduría y su
riqueza
".

Tiresias se muestra desanimado y pide retirarse.
Sostiene que será mejor para ambos su partida.

Edipo reitera su insistente pedido, ahora por los mismos
dioses, para que diga lo que sabe.

El adivino vuelve a negarse aludiendo que no desea darle
a conocer al rey su infortunio. Esta extraña actitud
alimenta la incertidumbre que crecerá aún
más cuando, ante un nuevo pedido (a esta altura una
orden), termina por imputarle: "Tú eres el ser impuro
que ensucia a esta tierra
".

Naturalmente, ante esta acusación Edipo sospecha
que no se trata de un acto de adivinación sino de una
conjura.

Todo comienza a precipitarse.

Resuelto a hablar, Tiresias inculpa a Edipo de ser el
asesino de Layo y se lamenta por la grave situación de
inmoralidad en la que este está viviendo sin
saberlo.

Aumenta la ira de Edipo quien, sin dudarlo, le acusa de
utilizar falsas imputaciones, que imagina obra de Creonte, a
quien el adivino estaría queriendo beneficiar para
erigirlo como nuevo rey y luego ser su consejero.

El auditorio queda frente a dos posiciones encontradas:
Tiresias imputando el crimen de Layo a Edipo y éste
defendiéndose de la acusación mostrando que se
trata de una conspiración para destronarlo.

Es excelente el modo en que Sófocles genera la
atmósfera
de suspenso. Si prescindimos del conocimiento
previo que solemos tener de la historia de Edipo, es
indudable que, hasta este punto, no podemos siquiera imaginar
como terminará la historia; cuanto hay de verdad y cuanto
de mentira.

Interviene brevemente Corifeo para pedir a ambas partes
que se serenen, entendiendo que lo dicho es mero
palabrerío nacido de la cólera.

Poco después, se retira el adivino y Edipo entra
en el palacio.

No podemos dejar pasar por alto la inmediata
intervención del Coro por medio del cual Sófocles
hace saber al público como deben verse las
cosas.

Las últimas palabras del Coro, que ha escuchado
el intercambio de acusaciones precedente, indican que
jamás se pondrán contra Edipo a menos que los
hechos confirmen las acusaciones. Esto es debido a que, habiendo
sido el salvador de
la ciudad, hasta el momento no encontraron nada malo en
él.

De este modo el autor nos dice que las acusaciones de
Tiresias son serías pero no parecen ajustarse a la verdad
que todos conocen. No hay quien pueda hablar mal de Edipo;
sí elementos para pensar bien sobre él.

Seguimos frente a un hombre que se muestra a sí
mismo sin culpas y del mismo modo es juzgado por los
demás.

En la nueva escena entrará Creonte para
defenderse de la acusación de
conspiración.

Se dirigirá a los ciudadanos quienes serán
representados por Corifeo exponiendo ante ellos su inocencia. Se
mostrará perplejo por la actitud de Edipo.

Acto seguido este último entrará y
habrá un mutuo intercambio de acusaciones y defensas,
frente a los ciudadanos.

Resulta evidente que Edipo siempre es presentado como
quien no tiene nada que ocultar.

Y esto es así ya que no conoce su trágico
sino. Nosotros lo sabemos y eso nos hace presumir que se defiende
premeditadamente. Pero solo se trata de un acto de mera
supervivencia ante lo que considera ajeno a sí.

En la mutua indagación de esta escena se presenta
una buena cuestión a cargo de Edipo: ¿Por
qué el adivino Tiresias revela ahora quien es el asesino
de Layo y no lo hizo en su momento?

Con este argumento Edipo justifica su sospecha sobre
Creonte.

Este se defiende diciendo que, siendo su cuñado,
no tiene necesidad de ser rey pues logra mayor aprecio y
adulación del pueblo que si tuviera que ejercer el poder y
realizar acciones
contrarias al favor popular.

Ambas exposiciones son convincentes.

Las diferencias seguirán sin resolución
hasta que aparezca un nuevo personaje en escena: Yocasta, esposa
de Edipo, que más tarde se descubrirá que
también es su madre.

Yocasta iniciará su discurso atribuyendo la
disputa a celos particulares de cada uno de ellos; textualmente
"a motivos futiles".

De esta manera tanto la acusación sobre Edipo por
parte de Tiresias como la sospecha sobre Creonte quedan
descartadas para ella. Todo sería fruto de la tensa
situación que se está padeciendo.

Delante de Yocasta y de los ciudadanos Creonte jura
solemnemente que es inocente.

El Coro le pide a Edipo que, ante esto, lo libere de
toda sospecha.

El monarca accederá pero con preocupación
porque ya se instaló en él el temor de una
acción en su contra aprovechando la situación de
Tebas.

Creonte saldrá de escena y el diálogo
que sigue estará encabezado por Yocasta y
Edipo.

Enterada Yocasta de la acusación de asesinato de
Layo que Tiresias pronunció sobre Edipo, esta
efectúa unas revelaciones a fin de apaciguar el
espíritu del rey.

Le informa que él es inocente ya que la muerte de
Layo se produjo a manos de unos bandidos en un cruce de tres
caminos; de modo que no fue uno sino varios los asesinos.
Además, respecto del hijo de Layo, sobre el que pesaba la
profecía de que mataría a su padre, a tres
días de nacido fue entregado a un desconocido para que lo
arrojara a un bosque. Muerto el niño la profecía no
se habría cumplido resultando que, además,
según manifiesta, la muerte de Layo terminó siendo
fruto de un atraco de bandoleros.

El relato de Yocasta lejos de tranquilizar a Edipo lo
conmueve profundamente pues le recuerda una situación
vivida por él.

Cuenta que hace tiempo, en un
banquete, un borracho le dijo que su padre Pólibo, el
corintio y su madre Mérope, la doria, no eran en realidad
sus progenitores. Desesperado Edipo les consultó sobre
esto y ellos lo desmintieron. Sin embargo, acuciado por la duda,
concurrió al oráculo de Delfos. Éste lo
rechazó no sin antes informarle que sería el
asesino de su padre y que se casaría con su madre. Por
este motivo Edipo no volvió a Corinto, para evitar el
cumplimiento profético. Pero andando el camino, en un
cruce se le presentó un personaje de las
características de Layo a quien mató en defensa
propia.

Se advierte aquí lo siguiente: Edipo conoce una
profecía que reúne características similares
a la acusación de Tiresias pero que él aplica
expresamente a aquellos que considera sus padres: Pólibo y
Mérope, y que no vincula de ningún modo con los
argumentos dados por el adivino.

No puede ser de otra manera. Estamos hablando de un
adulto al que nadie le reveló la falsedad de su
vínculo familiar.

Nuevamente su actitud es la de evitar el mal y someterse
a un auto destierro para evitar el cumplimiento del nefasto
vaticinio.

Luego, cuando Tiresias le habla de algo similar, pero
para Edipo ajeno ya que no supone a Layo su padre, es natural que
no pretenda mayor indagación y que rechace la
imputación.

En este rechazo el autor nos exhibe un rasgo de la
conducta humana
del que más tarde nos hablará Friedrich
Nietzsche

en "El ocaso de los dioses". Leemos en el punto
5 de "Los cuatro grandes errores": "Lo
desconocido involucra peligro, inquietud, zozobra; el instinto
acostumbra ocuparse de eliminar estos estados penosos. Primer
principio: Cualquier explicación es preferible a
ninguna… cualquier representación mental que permita
tornar conocido lo desconocido resulta reconfortante y se la cree
cierta. Es la prueba del placer como criterio de
verdad
".

Edipo se encuentra en esta situación.

Sabemos ahora que su vida es desdichada porque un
oráculo le dijo que asesinaría a quien él
considera su padre, Pólibo, y que se casaría con su
supuesta madre, Mérope. Sabemos de su esfuerzo,
separándose, alejándose de ellos, para impedir esta
calamidad. Luego alguien le imputa un mal similar al que
él está procurando evitar pero
relacionándolo con otros personajes. Su mente se confunde,
se atormenta y lucha por eliminar ese "estado penoso" y
por hallar placer en la "verdad" que le es conocida, sin
procurar mayor explicación que la que tiene.

Toda vez que lo veamos contrariar alguna
situación se tratará de: el rechazo natural a una
verdad distinta a la conocida por él o, retomando a
Nietzsche, una conducta de base
instintiva (cualquier explicación es preferible a
ninguna
).

No obstante, un recuerdo puntual –revivido tras el
relato de Yocasta-, lo acontecido en un cruce de tres caminos, lo
hace temblar. Y su espíritu no será tan mezquino
como para impedir el avance de la verdad.

Como se ha de ver, será más bien Yocasta
quien le refute una y otra vez que no hay pruebas en su
contra.

Edipo no resolverá su conflicto con
mentiras sino empecinándose en la verdad. Para ello
hará buscar al único sobreviviente del ataque a
Layo, un siervo que se recluyó en el campo. Se
esperará que éste confirme si en el hecho
participaron varios delincuentes como oportunamente se dijo o
sólo uno.

Acto seguido queda sólo el Coro por intermedio
del cual Sófocles hace saber el sentir popular: Todos
están perplejos y nadie entiende como puede ser que los
oráculos sobre Layo no se hayan cumplido. También
le sirve para anunciar, indirectamente, la pronta
resolución del conflicto: El Coro suplica la
intervención de los dioses para que esto se
aclare.

Los ruegos no tardarán en ser oídos pues,
inmediatamente, un mensajero procedente de Corinto traerá
noticias
inesperadas. Anunciará que Pólibo ha
muerto.

La primera en enterarse será Yocasta quien, plena
de alegría, hará llamar a Edipo para
noticiarlo.

Enterado el rey se mostrará consolado por no
haber sido él responsable de la muerte. Sentirá que
su alejamiento de Corinto tuvo sentido, más allá de
que hubiera preferido –así lo manifiesta
que aquello no sucediera para disfrutar de sus padres.

Tanto él como Yocasta ven con alegría que
el oráculo que había recibido en Delfos comience a
carecer de sentido pues no mató a su padre,
Pólibo.

En este punto, Foucault
señala que Edipo no muestra tristeza por la muerte de
Pólibo. Interpreta la situación como una muestra
más de su marcado interés y
preocupación por retener el poder, pues con esto se ve
libre de sospechas y asegura su perpetuidad.

Como fuera expresado más arriba, la
situación de Edipo es a todas luces dramática, al
punto de verse obligado a irse para siempre de Corinto para
evitar la muerte de Pólibo en sus manos.

La noticia del mensajero no le trae alegría sino
un esperado sosiego pues le hace sentir que su propio
sufrimiento, alejado de sus padres por la fuerza de la
circunstancia, ha servido para evitar el cumplimiento de, al
menos, una parte de la horrible profecía.

Es de notar que ambos, Edipo y Yocasta, durante los
diálogos junto al mensajero hacen repetidas referencias a
Pólibo como el "padre" de Edipo: "tu padre
Pólibo
", "¿…debía yo matar a mi
padre
?", "gran descanso es la muerte de tu padre",
etc.

No pasa lo mismo con el mensajero. Él nunca se
refiere a Pólibo como "padre" de Edipo.

Esto muestra un cuidado del autor. ¿Por
qué?. Porque será el mensajero el encargado de
notificar a Edipo que Pólibo no es su padre.

Este hecho sucederá rápido.

Edipo se mostrará parcialmente tranquilo por el
deceso de quien considera su progenitor ya que aun le resta
evitar casarse con quien sería su madre,
Mérope.

Cuando hace saber esto al mensajero, éste le
informa que nada debe temer.

Otra vez, se desatará una nueva tormenta de
angustias para el personaje central de la obra.

El mensajero le notifica que Pólibo no era su
padre ni Mérope su madre.

Relata que él mismo lo entregó al rey de
Corinto tras haberlo rescatado en el bosque Citerón, donde
lo recibió a su vez de otro pastor que habría sido
servidor de
Layo.

La situación es aprovechada para explicar el
origen del nombre del monarca. Cuando se lo recogió del
bosque le desataron los tobillos que tenía perforados. Por
eso el rey de Corinto lo llamó Edipo: "el de los pies
hinchados" o "tobillos taladrados".

Saliéndome un poco del relato, recuerdo
aquí una apreciación de Foucault
respecto del título de la obra, dice: "Es digno de
tener en cuenta que… no sea: Edipo, el incestuoso o Edipo,
asesino de su padre, sino Edipo, rey. ¿Qué
significa la realeza de Edipo
?". A partir de allí
renueva su posición sobre que el tema central es el poder,
resaltado por la propia titulación.

Me parece que evaluando los análisis efectuados
hasta aquí que nos permiten descartar el tema del poder
como eje de la trama, podemos conjeturar una respuesta diferente
al porqué del nombre de la obra.

Si pensamos al título "Edipo, rey" como
una señal dada por el autor para que comprendamos que
hablará de "Edipo y el poder", tenemos que preguntarnos
por qué la obra que sería su continuación se
llama "Edipo en Colono". No interpretamos este segundo
título como una señal sobre que el tema será
"Edipo y esa ciudad". De hecho no se trata de eso. En cambio sabemos
que sí se trata del relato que describe los últimos
días de Edipo en el destierro, ciego, querido y ayudado
por sus hijas y respetado hasta por el propio Teseo quien tiene
palabras elogiosas para él. De aquí deducimos que
"Edipo en Colono" es el equivalente a decir "La historia
de los últimos días de Edipo en Colono". Del mismo
modo podemos inferir que "Edipo, rey" bien pudiera ser
el equivalente a decir "La historia de los días de Edipo
cuando era rey".

La verdad última sobre si esto es así o no
la guarda Sófocles y es imposible, hasta donde sabemos,
pedirle respuesta. Una cosa si es segura, en "Edipo en
Colono
", su última obra, quiso que su tierra natal
quedara inmortalizada.

Regresemos a la escena.

Dijimos que el mensajero le notificó a Edipo que
Pólibo no es su padre ni Mérope su madre. Él
lo entregó al cuidado de ellos, habiéndolo recibido
a su vez de manos de un servidor de Layo.

Es evidente que aquel "alivio" que implicó
enterarse de la muerte de Pólibo queda totalmente
destruido cuando se advierte que si éste no es su padre ni
aquella su madre, aun es potencialmente capaz de cumplir el fatal
presagio, si es que aun no lo cumplió

Ahora sabe que otro fue su padre y que pudiera tratarse
del mismo Layo.

Conforme el relato de Yocasta y lo que sabe sobre
sí mismo, hay varias coincidencias en cuanto al tema del
abandono en un bosque y sobre el oráculo.

Quedará conocer si el testigo sobreviviente del
atraco puede confirmar si los atacantes fueron varios o uno solo,
y también si puede localizarse al pastor que
entregó un recién nacido en el bosque al
mensajero.

Edipo, desesperado por conocer la verdad, aunque sin
duda esperando sea muy otra de la que se presenta ahora ante sus
ojos, pide el auxilio de los ciudadanos (representados por el
Coro) para ubicar al pastor.

Será Corifeo quien le informe que el individuo que
se busca es el mismo que sobrevivió al ataque. Yocasta
tendría información sobre su paradero pues le
habría solicitado a ella retirarse de la ciudad al campo
cuando Edipo fue hecho rey.

Tenemos aquí un enigmático personaje que
guarda un enorme conocimiento. Sabe que Edipo no fue muerto
cuando niño sino entregado a otra familia, y vio el
cumplimiento de la profecía cuando Layo fue asesinado por
éste, luego nombrado rey de Tebas y finalmente desposado
con su propia madre.

Él es responsable de esta situación; es la
herramienta sin la cual la profecía no se hubiera
cumplido; al desoir el mandato de Layo, dejando con vida al
niño, hizo posible esta sucesión de
infortunios.

En el diálogo que sigue entre Edipo y Yocasta,
ella se niega a darle la información requerida pero
él insiste, pretende llegar hasta las últimas
consecuencias.

Es entonces cuando el autor nos muestra que Yocasta ya
entendió en su corazón la
nefasta verdad, diciéndole: "¡Desdichado!,
¡Ojalá nunca sepas quien eres
!". Muy alterada
entrará en el palacio.

Corifeo manifiesta miedo por el silencio y el
precipitado alejamiento de Yocasta, preparando al auditorio para
lo que vendrá: "Temo… que estallen
desgracias
".

Edipo insiste en conocer su origen. Dice que no le
importaría que de esta investigación resulte que
fuera hijo de esclavos.

Este comentario es un recurso del autor mediante el cual
muestra al atormentado Edipo refugiándose en una verdad
que, aunque vergonzosa para un rey, sería para él
mejor que su cruel destino. Recordemos a Nietzsche: "El
instinto acostumbra ocuparse de eliminar estos estados
penosos
".

Ya estamos prontos a arribar al desenlace de esta
historia.

Acompañado por dos esclavos entra el tan esperado
pastor, ya anciano, un fiel servidor de Layo.

Edipo coteja con el mensajero si el pastor de quien
hablaba es el mismo que tiene delante y éste se lo
confirma.

Un rico intercambio de preguntas y respuestas entre los
tres terminará por destruir la poca esperanza que el
monarca guardaba en su corazón.

Se le confirma que es hijo de Layo; que Yocasta lo
entregó al pastor para que muriera en el bosque; que por
compasión éste desobedeció y el
recién nacido Edipo terminó siendo adoptado por
Pólibo y su esposa; que fue el asesino de su padre en el
cruce de los tres caminos; que Yocasta, con la que se
casó, es su madre.

Preso de la más intensa angustia, entrará
en el palacio, desapareciendo de escena.

Queda el Coro lamentándose por el torbellino de
tribulaciones que sufre Edipo y se pregunta ¿Qué
valor puede
tener la felicidad de un hombre que de pronto es arrojado a
tantas desgracias? El dolor agobia a toda la ciudad.

Un mensajero procedente del interior del palacio
informará que Yocasta se ha suicidado y que Edipo se
hirió la cuenca de sus ojos con dos broches del vestido de
ella, quedando ciego.

Estas circunstancia son descriptas con una solemnidad y
un dramatismo que logran conmover profundamente al
auditorio.

Todo es desdicha. La vida de un hombre que
parecía afortunado, elegido por los dioses, a sido trocada
por el peor de los abismos.

Esta es la historia de Edipo, de un hombre que fue hecho
rey por salvar a la ciudad de sus males.

No es la ambición ni el despotismo lo que lo
erige como monarca. Es el servicio a
favor de los otros.

Y llegará a inmolarse a sí mismo para
volver a salvar a Tebas.

Sus propias palabras a Tiresias: "Servir a sus
semejantes es la mejor forma que tiene un hombre de utilizar su
sabiduría y su riqueza
", nos permiten percibir su
altruismo.

Entregarse en manos de Creonte, su cuñado, para
que se cumpla sobre sí con el castigo del destierro que
él había establecido, lo dibuja entero, fiel, de
palabra.

En "Antígona", Sófocles
pondrá en boca de Creonte palabras de respeto aludiendo
al recuerdo de Edipo: "Ancianos, el timón de la ciudad
que los dioses bajo tremenda tempestad habían conmovido,
hoy de nuevo enderezan… yo… conozco bien vuestro continuo
respeto al gobierno de Layo,
y también, igualmente, mientras regía Edipo la
ciudad; porque sé que, cuando él murió,
vuestro sentimiento de lealtad os hizo permanecer al lado de sus
hijos
".

"Edipo, rey" es la historia de un hombre luchando contra
su destino; de uno que llegó a ser muy feliz y, sin
embargo, bastó un sólo día para que lo
perdiera todo.

Hablando sobre eso terminará la obra. Será
Corifeo quien nos hará saber que enseñanza hay tras la tragedia de Edipo:
No se puede considerar feliz a nadie hasta que no veamos
llegar su ultimo día también en
felicidad
.

Un fragmento de la tragedia "Fenicias" de
Eurípides, habla del momento en que Edipo y Antígona parten al destierro. Sintetiza
perfectamente lo dicho. Allí Antígona se lamenta:
Dónde queda el Edipo de los grandes
enigmas
!". Edipo responde: "Ya no existo, hija
mía. Sólo un día en la cumbre, otro
día en la nada
".

Para aquellos que aun no leyeron "Edipo, rey",
espero que este análisis haya despertado su interés
en esta obra digna de lectura por su
rica trama, su intriga, su valor moral, su calidad
literaria.

Para los que ya lo hicieron, ojalá haya
conseguido estimular su deseo de relectura.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Daniel Adrián
Madeiro

Copyright © Daniel Adrián
Madeiro.

Todos los derechos reservados para el
autor.

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