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Lenguaje, poder y educación (página 2)



Partes: 1, 2

Creo que también hay necesidad de poner algo en
el texto acerca
de esta diferencia simbolizante que es característica de
la especie humana (o de los sapiens sapiens) con
respecto de otras criaturas biológicas.

Por pura observación y conclusión simple
diríamos que también los otros tienen formas de
simbolización, puesto que hacen grupos con sus
pares y esta forma de hacer analogías y conjuntos es
un dato que nos permite decir que efectivamente tienen operaciones
lógicas, aunque sean primarias. Igualmente expresan
amor por sus
críos: una ballena gris busca proteger a su pequeño
cuando es amenazado por otros depredadores de los océanos
y no le abandona sino hasta que es imposible
rescatarlo.

Asimismo, hacen guerras y
forman bandas asesinas, como los chimpancés. Y qué
decir de las desconcertantes colonias de abejas y hormigas.
Indudablemente poseen formas de lenguaje, si
lo entendemos como formas de intercambio y expresión, como
un ponerse de acuerdo para realizar comunitariamente una tarea, o
como una simple transmisión de datos acerca de
un acontecimiento.

Concederíamos entonces que la especie humana no
es la única capaz de intelegir o de elaborar determinadas
operaciones lógicas, sean primarias o muy básicas.
Es decir, que también las otras especies efectúan
operaciones simbolizantes, mismas que juzgaríamos como muy
rudimentarias. En cambio, la
especie humana es la única que elabora hechuras de la
máxima complejidad, no solamente en la
transformación y dominio de la
materialidad existente, sino también en otras dimensiones
como las artísticas, políticas
y proyectivas del futuro. Allí encontraríamos esa
diferencia entre lo humano y lo puramente animal.

Quizás una forma sencilla de explicar qué
es esto de simbolizar sería decir que es el cerebro
pensándose a sí mismo y empleando herramientas
para proveerse de los nutrientes indispensables para su
sostenimiento y para su entretención. Pero igualmente
creando ambientes no dados en la propia materialidad, como la
esclavitud o
la proyección de yoes individuales sobre las cosas o
imaginando futuros diferentes.

Por ejemplo, un coche no es simplemente un artefacto que
permite trasladarse con rapidez de un sitio a otro; es
también un objeto que les dice a los demás que
somos triunfadores, hombres de éxito,
diferentes a la mediocridad. (Cada vez que menciono esto recuerdo
un pequeño fragmento de una canción que habla de
algo semejante y dice: «cada vez que sale el sol, tengo
éxito»). Así una persona
trasladándose en automóvil propio no es solamente
eso: una persona trasladándose en un vehículo. Es
algo más: es alguien más inteligente, talentosa,
brillante, dotada, que quienes carecen de su posesión. Es
una forma de distanciarse de los épsilon.
Más poderosa, en síntesis,
y por tanto digna de un reconocimiento mayor a «los sin
coche».

Otra ruta de ingreso para un acto de comprensión
sobre el proceso de
simbolización del mundo a partir de la «lengua»,
es ofrecida por los propios lingüistas. A su decir,
ésta es un sistema
simbólico, puesto que asocia significados y sonidos.
Empero, el problema es saber cómo es que viene a
producirse dicha operación simbolizadora o
simbolizante.

Una posible repuesta viene dada por Saussure, quien
sostuvo que cada elemento léxico supondría una
asociación entre significado y significante. Dicha
asociación es arbitraria y necesaria, por lo que debe ser
aprendida.[2] Por cierto que eso de
«arbitrariedad del signo lingüístico»
sigue causando conflictos en
ese archipiélago de sabios. Muchos signos
lingüísticos pudieran haberse producido en forma
arbitraria; pero, decíamos arriba, otros corresponden a
sonidos emitidos por la naturaleza de
las cosas, mismos que nosotros simplemente reproducimos y
asociamos mentalmente.

Además a eso de la «arbitrariedad del
signo», concediendo que existiese, debería
agregársele una condición más: el elemento
de «imposición del signo» por grupos
hegemónicos o empoderados de la sociedad,
elemento que no debería escapar a toda teoría
ideológica o política del
lenguaje.

Digamos hasta aquí, pues, que el
«lenguaje» y las diversas formas en que éste
viene a manifestarse (oral, pictórico, musical,
escultórico, narrativo, poético,
cinematográfico, técnico, científico,
académico, etcétera) es la máxima producción de la empresa
civilizatoria. O mejor dicho: el «lenguaje» es uno de
los mayores elementos involucrados en una complejidad
dialéctica que nos ha humanizado; y entre los que figura
fundamentalmente, y antes que cualquier otra cosa, nuestra
acción
sobre el mundo.

Revelamos en consecuencia como un contrasentido los
afanes dirigidos desde el poder para
apachurrarlo, encorsetarlo, desmembrarlo, disminuirlo. Incluso
calificamos esas acciones como
un acto de enorme deshumanización, porque si los límites
del universo de los
hablantes vienen dados por los límites de su
«lenguaje» (como ha propuesto Wittgenstein), entonces
todo esfuerzo por impedir a los hablantes «hablar» de
su mundo adquiere la dimensión de un hecho consumado
contra la misma humanidad.

Solamente al «hablar» de actos criminales
(como el cometido recientemente por un grupo de poder
que introdujo al país miles de toneladas de leche en polvo
con mierda y moscas, incluso como fórmula láctea
para bebés) podemos saber de la consumación de esos
mismos hechos contra nuestra propia integridad y decirles a otros
cuánto coraje nos calcina. Y no sólo eso:
también podemos ponernos de acuerdo para actuar contra
esos delincuentes, que sería el acto de la más
consecuente humanidad.

Hundidos en el silencio difícilmente conoceremos
cuánto conspiran en los sótanos contra nuestros
organismos y contra nuestros espacios de libertad,
cuánto hacen los degenerados para succionarnos todo signo
vital. En consecuencia, esa ignorancia de las masas sobre las
operaciones mafiosas o corruptas de los grupos de poder impide
simultáneamente conocer su mundo y
transformarlo.

Para ello, es necesario integrar comunidades de
hablantes, que, al mismo tiempo que
recuperan sus capacidades lingüísticas, pueden
dialogar y ponerse de acuerdo sobre las experiencias que les
gustaría disfrutar. No puede haber inédito viable
sin imaginación y sin comunidad,
cosa que significa versar con otros o decir el nombre de las
cosas junto con los demás.

En una película cuyo núcleo argumental
consistía en una rebelión contra un dictador,
denominado «Tetragramaton», éste
respondía a quien increpaba por qué no
cumplíase la ley: «No
importa tanto lo que dice el mensaje, como obedecer».
Aquí está puesto el acento de cuantos ejercen el
poder: quienes son súbditos, esclavos, épsilon,
obreros, desheredados, marginales, no deben cuestionarse por
qué pasan así las cosas; simplemente deben aceptar
que las cosas funcionan irremediablemente así y aceptarlas
calladamente.

Como el «habla» no solamente refiere a la
emoción que produce correr con otros detrás de una
pelota en una pradera y de la anotación que logramos,
está claro que quienes tienen sus pies puestos en el
estercolero lanzan toda clase de
estrategias para
proscribir este elemento de la mayor humanización. Ese
genial pensador que es Barthes ha dicho que el
«lenguaje» ya no solamente refiere a los objetos;
también hay un habla mitificada o un segundo circuito
semiótico. Es la acumulación de cultura e
ideología sobre la base del
«lenguaje».

Conviene hacer algunas consideraciones teóricas
antes de seguir con nuestro ejercicio, para descifrar algunas
claves aquí utilizadas y que son: «lenguaje»,
«lengua» y «habla», porque las hemos
venido empleando indistintamente. Aquí la pregunta es:
¿hay alguna diferencia conceptual entre
«lenguaje», «lengua» y
«habla».

Por «lenguaje» algunos entienden un conjunto
de medios para
expresar pensamientos, sentimientos y vivencias. También
es definido como un conjunto de sistemas
constituido por diversas manifestaciones: dibujos,
gestos, sonidos, movimientos, procesos
culturales (mitos,
leyenda, arte,
monumentos), etc.

Algunos autores reducen el «lenguaje» a la
función
biológica de la relación; y por eso hablan de
lenguaje de los animales (abejas,
hormigas, delfines).
Asimismo, hay quienes consideran a la cultura como
«lenguaje», porque contiene un
significado.[3]

En cambio, la «lengua» es identificada como
una de las formas específicas del «lenguaje» y
su naturaleza es esencialmente oral. Es perpetuada por
la escritura y
convertida en idioma y medio de comunicación para los ilustrados y de
marginación para los analfabetos. La «lengua»
permite la
comunicación entre los miembros de una comunidad
idiomática.[4]

Por último, el «habla» es vista como
propia del uso que cada persona hace de su «lengua».
En su caracterización intervienen la edad, el sexo, el estado de
animo, la ocupación y otros factores. De hecho, puede
distinguirse el «habla» de un hombre, de una
mujer, de un
adulto, de un sano, de un enfermo, etc.[5]
Aquí podríamos agregar que también son
«hablas» particulares de los obreros, de los
indígenas, de los miserables, de los desposeídos,
de los descalzonados.

Desde Saussure, entiéndese por
«lengua» al código
y por «habla» al mensaje. El código o
«lengua» es el saber lingüístico,
acumulado en la mente del hablante.  Y el mensaje o
«habla» es la realización concreta y real del
código, limitada a un momento y circunstancia
específicos, donde se vuelca parte de su saber o
código.

Cada uno de estos aspectos son de índole distinta
y están también en un plano diferente, pero ambos
se necesitan para existir: no puede haber «habla» (o
mensaje) sin el sistema subyacente de la «lengua» (o
código) y ésta solamente puede manifestarse a
través del acto concreto del
«habla».[6]

En síntesis, «lenguaje» es un sistema
de expresión y en éste figura la
«lengua», cuya naturaleza es esencialmente
oral
. Ahora bien, el «habla» corresponde al uso
particular de la «lengua».

En síntesis, el «habla» es un sistema
lingüístico particular y es eminentemente oral. Sin
embargo, puede perpetuarse a través de la
escritura.

II

Desde sus orígenes, la especie humana siempre ha
vístose admirada por los sonidos de su
«lengua». ¿Cómo obtuvimos ese don?,
¿de dónde nos vino?, ¿cómo fue
posible que a través de voces
pudiéramos participar del sabor de la cebolla, recetar un
té de prodigiosa para curar dolores estomacales y
sentarnos alrededor de un hogar benevolente para conversar sobre
las delicias de un mezcal?, ¿cuándo y de qué
forma convenimos en utilizar determinados sonidos para hablar del
sufrimiento de una mujer muerta en el parto, porque
el crío venía con la cabeza atravesada, o para
contar de fantasmas
meciéndose al atardecer en las ramas de los pirules, o
para decir en bellos versos cuán desquiciados nos sentimos
por una chiquilla de caderas de ánfora y piel de
durazno?

Ante el fenómeno de la «lengua» o del
«lenguaje» nos encontramos con uno de los hechos
humanos más sorprendentes y complejos. Me atrevería
a decir que no ha existido civilización sobre esta piedra
espacial que no haya sentido necesidad de explicárselo.
Consecuentes con su concepción mágica de sí
mismos y de cuanto les rodeaba, los primeros pueblos creyeron que
el «lenguaje» vino dado por una potencia divina.
Veamos un ejemplo; son trozos de un mito guaraní
sobre el origen del lenguaje y dicen:

«El verdadero Padre
Ñamandú (…) habiéndose erguido, de la
sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de
su sabiduría creadora, concibió el origen del
lenguaje humano (…) e hizo que formara parte de su propia
divinidad.

«Antes de existir la tierra, en
medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse conocimiento
de las cosas, creó aquello que sería el fundamento
del lenguaje humano (…) y en virtud de su sabiduría
creadora concibió el fundamento del amor (al
prójimo).

«Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano
(…) reflexionó profundamente sobre a quién hacer
partícipe del fundamento del lenguaje humano; sobre a
quién hacer partícipe del pequeño amor,
sobre a quién hacer partícipe de las series de
palabras que componían el himno
sagrado».[7]

Vemos aquí que para los guaraníes, como para infinidad de pueblos
solares también existieron otras semejantes,
Ñamandú era una entidad con enorme potencia
creadora. Luego de erguirse y asumir la forma humana,
concibió el «lenguaje» de esta especie junto
con el amor al
prójimo. Dio este regalo a los hombres para que designasen
con nombres a las cosas, lo cual sucedió antes que
el
conocimiento de esas mismas cosas
, y a esa cadena de
significaciones vinieron a admitirla como un himno
sagrado.

También apreciamos que el «lenguaje»
tiene como su fundamento el amor al prójimo; es decir,
«habla» y «lengua» o
«lenguaje» es un acto de la más profunda
humanidad, o, mejor dicho, de amor humano. Aún así,
el propio dios reflexionó profundamente sobre a
quién debía transmitir ese su himno sagrado. Puesto
de otro modo: no a todas las personas podían
revelárseles dichos misterios. Por
ello, debió igualmente crear a los Ñamandú
de corazón
grande. O sea, aquella entidad no solamente creó el
«lenguaje», como un himno de amor, sino a sus
hablantes.

Hay varios datos en esta narración que nos
permiten proponer algunos elementos para avanzar hacia la
construcción de una teoría
ideológica o política del lenguaje. Por ejemplo:
para la civilización que habla por conducto de este
relato, el «lenguaje» no es resultado de un largo,
conflictivo y difícil quehacer de la especie humana sobre
los maravillosos, agresivos y peligrosos parajes que conforman
esta enorme roca que aventura por los campos del
universo.

No ha sido un conocimiento aprehendido por infinidad de
acciones y sucesos en el mundo, sino más bien anterior
a cualquier encuentro con las cosas
. Es decir, son las
palabras anteriores al conocimiento de las cosas
; y esas
mismas palabras obsequiadas por Dios o por una entidad
mágica y supranatural únicamente a determinadas
personas. Ni qué decir que esto es de la mayor falsedad.
Pero esto que hacemos en este fragmento del trabajo no es
un acto desmitificador, sino que solamente tratamos de
identificar pistas que nos permitan saber cuáles son
algunas ideas de los pueblos primitivos acerca del origen y
posesión del «lenguaje».

Aún así, diremos que no pueden existir
«hablas» ni hablantes sin una consecuente
acción humana. Cosa que significa considerar el papel
activo de las personas en su mundo y que nos llevaría a
cuestionarnos todas esas estrategias que incesantemente son
dirigidas desde el poder no solamente para limitar el
«habla», sino también la actuación de
los hablantes. Ocurre así porque el «habla»
refiere no solamente a los sabores de un asado con chiles o a las
descargas eléctricas que nos hacen doblar la espalda en un
orgasmo. También el «habla» concreta, y por
sobre todo, en situaciones de injusticia, de corrupción, de matanza humana, de
utilización patrimonial de la cosa
pública.

Volviendo al mito guaraní, vemos cómo
allí tampoco el «lenguaje» es otra más
de las tantas acciones humanas en evolución, sino que fue dado de una vez y
para siempre. Como decíamos arriba, encontramos que el
«lenguaje» fue un don divino proporcionado
sólo para unos cuantos: para el caso del relato
serían los Ñamandú de corazón grande.
Diríamos igualmente que para los sacerdotes, los iniciados
en los sagrados misterios de sociedades
secretas, y hoy para quienes ubícanse en posiciones de
mayor privilegio frente a las grandes masas desposeídas,
marginales y rezagadas en relación al poderoso avance de
la ciencia y
la tecnología.

Este nos parece uno de los núcleos del relato
más reveladores. La permanencia en nuestros días de
grupos iniciáticos permiten mostrarnos, cual si fuesen
fósiles vivientes, cómo, durante milenios, las
palabras utilizadas para designar a las cosas más
allá de lo aparente o de las causas inmediatas
únicamente eran pronunciadas a unos cuantos. Hablamos de
un conocimiento más complejo: de la filosofía, de las ciencias, de
los oficios; en suma, de conocimientos empleados en la
manipulación de la naturaleza y su transformación y
transmitidos por supuesto a través de las palabras (por
ejemplo, la astronomía y su relación con los
ciclos agrícolas).

El conocimiento de los gremios (de los albañiles, otro ejemplo) solamente
debía transmitirse a personas previamente examinadas y
entre cuyas pruebas
figuraban las del valor,
humildad y discreción. Asimismo, ese conocimiento no les
era dado a los aprendices en forma inmediata, sino que
debían ir pasando por grados o cámaras. Algo
semejante a la jerarquización del conocimiento
escolar.

Es decir, nos encontramos ante ese himno sagrado para
transformar y apropiarse de la naturaleza o de las cosas; un
conocimiento íntimamente relacionado con la
acumulación de riquezas y, en consecuencia, de poderes
sobre los demás. ¿Habría que decir que el
conocimiento sobre la agricultura o
sobre la fundición de los metales
ocasionó la esclavitud de masas humanas ignorantes de esos
secretos con respecto a quienes los poseían? ¿No
sucede algo semejante hoy con la revolución
que empujan las ciencias físicomatemáticas y
químicobiológicas?

Intentaré concluir este fragmento con las
siguientes ideas: Si las personas designamos con el
«lenguaje» cuanto nos rodea, compartimos nuestros
sueños con otros, hablamos acerca de cómo
desearíamos que fuesen las cosas, decimos a nuestros
vecinos cuáles son las situaciones que nos molestan,
discutimos de cómo nos gustaría organizarnos en
sociedad, convendríamos en que el «lenguaje»
es uno de los elementos fundamentales de la existencia y la
convivencia humanas.

Del mismo modo, sin el «lenguaje» o con un
«lenguaje» limitado nuestros universos reales o
posibles también sufren recortes, porque es imposible
expresar con palabras cuanto desearíamos que sucediera.
¿Cómo cantar nuestros pensamientos si carecemos de
voces para designar a las cosas? Y más grave
todavía: ¿cómo imaginar escenarios posibles
o inventar realidades diferentes si existe una persistente y
sistemática estrategia de
mutilación del «habla» y de la
«lengua» o del «lenguaje», instrumentada
y practicada desde los grupos de poder?

Esos actos de poder y corrupción
han ocasionado también una mutilación de las
capacidades inventivas, lúdicas, analíticas y
reflexivas de las personas. Por supuesto, nos encontramos ante un
sinsentido, porque a menudo escuchamos discursos,
emitidos también desde el poder, que hablan de la
necesidad de crear ciudadanos autorregulados, creativos,
imaginativos, inventivos, reflexivos, capaces de tener
actuaciones distintas a las que impulsan a masas
irracionales.

En consecuencia, diremos que no puede haber seres
humanos completos sin disfrutar la experiencia del
«lenguaje total», cosa que significa exactamente
hablar sin restricciones. Expresar plenamente cuanto pensamos,
cuanto deseamos, cuanto añoramos.

III

Aquí otras preguntas, porque a veces, cuando
socialmente nos referimos a una cuestión a través
del «lenguaje», parece como si los actores
participantes hablásemos de cosas totalmente
distintas.

Estas preguntas son: ¿qué es la
corrupción?, ¿cuántos sinónimos hay
para referirnos a ella?, ¿todos empleamos esa voz para
denominar exactamente la misma cosa?, ¿a qué
debemos la corrupción?, ¿es posible sanarnos ese
mal? La Real Academia de la Lengua nos dice cuáles son
algunos significados de la palabra
«corrupción»: descomposición,
depravación, peste, soborno, delito.
También nos dice cuáles son sus sinónimos:
putrefacción, pudrición, podredumbre, pus,
desintegración, perversión, degeneración,
envilecimiento, desenfreno, inmoralidad.

Sin embargo, no todos vienen a referirse a la
corrupción exactamente de la misma forma. Según
vemos, porque hay quienes únicamente la emplean como pieza
de discurso,
nomás con la intención de hablar de algo, porque
así lo ha impuesto la
situación. Pero no porque realmente comprendan qué
cosa sea o quizás porque tienen sus pies puestos encima de
un montón de miasma (por no decirlo más
peladamente). Seguro
será eso mismo, pues uno desconoce cuáles sean las
prácticas que hayan instrumentado para remediar ese
cáncer; y, por el contrario, nomás puede mirarse
una reiteración de todo eso que criticaban.

Proponemos como tarea este asunto de la
«corrupción», porque es uno de los más
delicados: usos y actores involucrados afectan a la sociedad. Es
el tema que más debería preocuparnos, porque, a
consecuencia de prácticas y comportamientos de grupos de
poder y privilegio al margen de la ley, del más elemental
sentido ético o de la corresponsabilidad social,
está incluso amenazada la existencia humana y llegado a
condenar a miles de personas de toda edad y sexo a sufrir
experiencias traumatizantes.

Es lamentablemente el infierno una experiencia terrestre
y cotidiana para quienes padecen violencia,
exclusión, miseria, hambre, desnutrición. Estas son las escenas del
infierno terrestre: niños
creciendo tirados en las banquetas, otros sin suficientes
proteínas para el cerebro, familias
trozadas como espigas por la necesidad, ríos de gente por
las calles con el rostro amortajado por la angustia, cuerpos
avinagrados por aguas y aires contaminados. Y a todo esto sumar:
el azote, el cuerazo, el insulto, el desprecio al más
indefenso y al mismo tiempo inofensivo. Niños huyendo del
cuarto de castigo hacia las calles, porque no aguantan más
violencia desalojada en sus carnes.

Para situarnos en el plano de la realidad más
inmediata, vemos con hastío y repugnancia cómo
diariamente aparecen informaciones relacionadas con la
corrupción. A últimas fechas, las páginas de
los periódicos vienen infestadas con historias de
corrupción: mármoles y maderas trasmontanas para
hacer ambientes de fantasía a funcionarios anodinos;
proyectos
trasnacionales mineros, auspiciados por la corrupción, que
amenazan a la vida de más de dos millones de personas;
pago de favores por medio de compras de
alimentos sin
concurso para presos; generosos descuentos a influyentes
personajes por consumo de
agua, mientras
miles de personas carecen hasta de una gota.

Es tan abundante la información de la cochinada que ya hasta da
asco ver el
periódico. Eso mismo: asco y también
frustración, porque allí aparecen impresas en papel
los datos, pero no pasa nada. Ni siquiera una cómoda
sanción de tipo administrativo, ya no digamos penal. Y
todavía sale un señor diputadito señalando
que las cosas no deben politizarse, como si con ello quisiera
proponer que los escándalos deban negociarse en lo
oscurito. Lo dice muy acicaladito, muy trajeadito, muy bonito,
como si ya también la corrupción lo hubiera
embadurnado y quisiera disimular esa bolsa de porquería
que le han puesto en el bolsillo.

De aquellas preguntas acerca de los significados de la
«corrupción» quisiera desprender cómo
también el «lenguaje», que es uno de los
aspectos más elementalmente humanos y fundamentales de
nuestra existencia, está convertido en espacio cruzado por
las relaciones de poder. Sobre la «lengua» y los
hablantes hay un ejercicio de fuerza con
múltiples consecuencias. Por las palabras nos referimos a
las cosas y decimos cuanto creemos o pensamos de ellas. Por eso
hay el empeño de impedir la palabra, de pronunciarla y de
escribirla, de emplearla para decir cómo es el mundo y
transformarlo.

Desconozco en este momento, en realidad, si
lingüistas avanzados (y propondría por caso a Gramsci
y Chomsky) hayan llegado a esta conclusión. Si no lo han
hecho, creo que esa sería una buena veta para avanzar en
el estudio de las relaciones de poder; un estudio que, como
propondría Marx en una de
sus «Tesis sobre
Feuerbach», no vaya a detenerse con la pura
comprensión del mundo, sino que busque la
transformación de lo existente.

Por cierto que Chomsky es autor de una de las tesis
más atrevidas que haya oído sobre
el origen y desarrollo del
«lenguaje». Dice en «Nuestro Conocimiento del
Lenguaje Humano: Perspectivas Actuales»:

«La facultad del lenguaje puede ser considerada
razonablemente «el órgano del lenguaje», en el
mismo sentido en que los científicos hablan del sistema de
la visión, el sistema inmunológico o el sistema
circulatorio, como órganos del cuerpo. Entendido
así, un órgano no es algo que se pueda extraer
dejando el resto del cuerpo intacto. Un órgano es un
subsistema de una estructura
más compleja. Lo que esperamos es entender toda su
complejidad a partir del estudio de las partes que tienen ciertas
características distintivas y su forma de interactuar. El
estudio de la facultad del lenguaje procede de la misma
manera».[8]

Respetuosamente, dicho para uno de los pocos intelectuales
que siguen luchando contra el capitalismo y
los regímenes fascistas en el interior mismo de los
Estados Unidos
de América, a mí parecer la suya es una
tesis muy atrevida. Pero ese ya es otro cantar.

Aparte, no es un dato extraño señalar, por
ejemplo, que los grupos de poder (y hablaría de
políticos, empresarios, militares y narcotraficantes)
atosiguen, presionen, persigan, amedrenten, censuren,
deslengüen, cercenen y claro que hasta lleguen a matar a
escritores, poetas, músicos, periodistas, por el
sólo hecho de que cuenten, platiquen, refieran, digan,
voceen o canten sobre lo dado.

Porque esto que es lo existente es precisamente el reino
de la corrupción, de la imposición de los intereses
de grupos particulares sobre los mayoritarios; y decir esto de
mayoritario es referirnos a la gran masa miserable que pasa por
el mundo con la tripa vacía, como si fuera otra especie no
humana. Semejante a como los esclavistas miraban a los esclavos;
o sea, como algo parecido al amo, pero no igual.

Cada que pienso acerca de lo que ocasiona el pleno
ejercicio del «habla» y de la «lengua»
como el más puramente humano de referencia sobre el plano
de la existencia, no dejo de pensar en el querido poeta
Víctor Jara. ¿Lo conocieron?, ¿oyeron hablar
de él?, ¿han escuchado alguna de sus canciones?,
¿supieron qué hicieron con él antes de
masacrarlo?

Del chileno por nacimiento Víctor Jara, pero en
realidad ciudadano universal, rindieron los «Presuntos
Implicados» un homenaje, al incluir su poema «Te
recuerdo» en uno de sus discos (Versión original,
Warner Music Spain, 1999). Un fragmento de esa bella
canción dice:

«Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a
la fábrica, donde trabajaba Manuel. La sonrisa ancha, la
lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a encontrarte con
él. Que partió a la sierra, que nunca hizo daño,
que partió a la sierra y en cinco minutos quedó
destrozado. Suena la sirena, de vuelta al trabajo, muchos no
volvieron, tampoco Manuel».

Siempre he sentido pena por lo que pasó con Jara,
desde que escuché algunos de los detalles que
acompañaron a su terrible muerte, cosa
que sucedió ese mismo y fatal año de 1973: detenido
junto a una multitud en un estadio de fútbol
de Santiago de Chile, a pocas horas de pulverizado el
régimen de Salvador Allende y la
Unidad Popular por la bestial dictadura
militar-estadounidense de Augusto Pinochet, el cantante fue
cruel y cobardemente torturado y asesinado.

Por únicas armas
tenía la imaginación, la voz y la guitarra.
«A Víctor lo torturaron y asesinaron porque odiaban
sus canciones», dice una crónica publicada por
la
organización «Los pobres de la tierra».
Todavía salvajemente golpeado, hambriento, espantado y
triste, pues intuía que no volvería a ver a su
amada familia,
escribió un poema que milagrosamente fue sacado de ese
matadero del estadio de fútbol de Santiago. Una de sus
frases dice: «¿Es este el mundo que creaste, Dios
mío? ¿Para esto tus siete días de asombro y
trabajo?» Dirán que por blasfemias como esa
debían martirizarlo y cegar su vida.

Lo sucedido con el poeta Víctor Jara sigue
ocurriendo a diario, a veces más sutil, con métodos
menos extremos. Pero allí está: los grupos de poder
y privilegio vigilan las páginas impresas, las paredes,
las ventanas, los correos electrónicos, los micrositios
web, las
paradas de los camiones, el interior de los salones de clase.
Porque el lenguaje
debe ser vigilado, proscrito, masacrado. Y con ello
también los hablantes. Así el lenguaje y el habla
no deben ser empleados por la especie humana para decir
cómo es el mundo y transformarlo, sino más bien
para ocultarlo, esconderlo, maquillarlo.

Decirles a los corruptamente poderosos: espejito,
espejito, mira que bonito te ves.

IV

Me he sentido comprometido para escribir extensamente
sobre el tema y envolverles con mi propio ejercicio, porque es
prioritario ubicar al lenguaje como espacio donde todos podamos
concurrir plenamente y sin restricciones en la
construcción de una sociedad donde todos vivamos con
dignidad.

Esto es: con plena satisfacción de sus
necesidades fundamentales por el simple hecho de nacido humanos,
liberados de cualquier miedo o angustia que causan los actos de
bestialidad dirigidos por los poderosos y de acceso absoluto a
todos los bienes
producidos socialmente. Limitar el «lenguaje» o el
«habla» humana para que las personas puedan referirse
a cuantas cosas pasan, significa simplemente cercenar la
creación más acabada de nuestra especie e impedir
que todos concurramos a la edificación del espacio donde
suceden nuestras vidas.

Yo mismo me he preguntado si el «lenguaje
total» (o también dicho: el uso de la
«lengua» y del «habla» sin restricciones
por los hablantes) debería ser materia de
la
educación. Leí hace unos quince años (o
tal vez más) que la especie humana sufría una
destrucción del «habla», cosa que podía
revelarse con la cada vez menor cantidad de palabras que poseen
las personas para poner sus pensamientos en escena lingüística o incluso para descubrir
que las situaciones que padecen son consecuencia de hechos
más allá de lo aparente.

¿A qué debemos la destrucción del
«habla» y de la «lengua» y el hecho de
que esta comunidad de hablantes, que es la especie humana, viva
hundida en el silencio o ya solamente posea interjecciones y
gestos como medio de expresión? ¿Cómo
rescatarla o cómo hacer para que las personas hagan uso
del «habla», por no decir más pedantemente, de
sus competencias
comunicativas como lo sugiriera Habermas? Aquel
fenómeno de la destrucción del «habla»
(y consecuentemente de la comunidad de hablantes) no sería
resultante de un virus, como
el Sida;
más bien es una derivada histórica de las
prohibiciones que impiden hacer del habla y del lenguaje una
experiencia total.

Aparece perfilada la propuesta educativa como
posibilidad de rescate del «habla»; o sea: del
elemento que mayormente ha contribuido a humanizarnos.
Iría por el rumbo de crear condiciones en las instituciones
escolares para que las nuevas generaciones accedan plenamente al
uso de las distintas formas en que viene a expresarse el
«lenguaje». Pienso en el periódico
escolar, hecho por la propia comunidad de hablantes sin la
supervisión del vigilante del
«lenguaje» o de las denominadas «buenas
acciones». Asimismo, pienso en los relatos o historias de
vida que puedan compartirse con los demás, también
sin el guiño sancionador del docente o de la autoridad.

Sin embargo, habría que decir también, con
toda sinceridad, que la cosa educativa es otra de tantas que nos
rodean socialmente construidas. O para decirlo de mejor manera:
es igualmente una zona de tensión y conflicto. No
hay una «educación» a la
que podamos entender como totalidad o como suceso único;
hay diferentes formas, intencionalidades, prácticas,
medios, etcétera, de referirse a la experiencia educativa.
Es decir, hay muchas «educaciones» o proyectos
educativos con sus prácticas, organizaciones y
métodos consecuentes.

Doy por sentado que mi concepto de lo
educativo es asimismo total. No entiendo una acción
educativa confinada al espacio escolar y como posesión de
un grupo de profesionales a quienes (en un tiempo igualmente
histórico determinado) les ha venido dado el nombre de
profesores o docentes.
Todos aprendemos distintos aspectos de la realidad en comunidad.
(Lo cual, entre paréntesis, no quiere decir que lo hagamos
democráticamente o con reconocimiento del otro, sino como
parte de una comunidad atravesada por conflictos, luchas,
resistencias,
actos de fuerza y poder. También quiere decir que
aprendemos del otro en humildad o en la renuncia del poder:
aprendí a amar a mis hijos teniéndolos conmigo,
acariciándoles su cabeza, oliéndoles su piel
compuesta de células
limpias y conociendo sus aromas al cambiar sus
pañales).

Ahora quiero participar lo siguiente: Mientras dedicaba
un pedazo de tarde a sufrir una inyección de morfina
ideológica del televisor, escuché una
declaración que me permitió extender mi camino en
este quehacer. Veía un programa dedicado
a las estrellas fugaces de la música y sus
productores identificaban como una de éstas al grupo
«Chumbawamba». Su éxito
«Tubthumping» había figurado en los charts y
vendido miles de copias, no muchos años atrás.
Cierto: es verdaderamente impronunciable eso de
«Tubthumping». Después habían vuelto a
los subterráneos por las alcantarillas de donde
salieron.

Escuché una respuesta muy honesta y me
permitió saber que no todas las personas hacen cosas por
fama y dinero:
«No nos importa vender discos, como decir la verdad»,
dijo una de las muchachas de «Chambawamba» a la
perversa pregunta de un empleado de la emisora que buscaba
indagar cómo habían asimilado el fracaso.
Aquí adviértase cómo hablar de éxito
no es poder construir una cadena de significaciones que nos
permita expresar un pensamiento,
sino cuánto dinero ganemos con ello y de qué
tamaño sean las ventas de lo
elaborado.

Advertí cómo afortunadamente
todavía hay quienes aprecian aquel don cuyo origen nos ha
molido toda la existencia (y de cuyos primeros esfuerzos de
comprensión conocemos por mitos como el de
Ñamandú de los guaraníes), como una forma en
sí misma de expresar aquellos sentimientos que nos
ocasiona una realidad miserable. Escuché felizmente
cómo hay quienes otorgan al «habla» y al
«lenguaje» un valor mayor a cualquier
expresión venida por un carácter individualístico y
pasional.

Identifiqué a una persona situada en unas
determinadas coordenadas de nuestra roca que rescataba el valor
de la palabra como el medio más humano para expresar
pensamientos, sentimientos, sufrimientos, angustias, deseos,
fracasos. No importaba que para ello nunca existiesen viajes
ejecutivos en Lear Jet a islas privadas de aguas color verde
turquesa y arenas de talco para bebé o muñequitas
rubias de pies rosados deseosas de amanecer con uno entre sedosas
sábanas.

Por ello, quise saber más de
«Chumbawamba». Confieso que nunca me interesaron, a
pesar de que todavía tengo retratada en mi cerebro su
portada del único disco comercialmente exitoso: no tocaban
una música que estuviera dentro de mi rango de
preferencias y confieso que soy bastante limitado en inglés
como para haber entendido sus canciones. (Aprovecho para criticar
entre paréntesis a quienes andan ofertando vía
telefónica el aprendizaje de
esa lengua con métodos muy discutibles como la Programación
Neurolingüística. Les he dicho, como Vigotsky, que
todo aprendizaje
verdadero está relacionado con la cultura de la que el
aprendiz es participante. O lo que es lo mismo: para aprender
verdaderamente inglés uno debe vivir entre sus
hablantes).

Precisamente a Vigotsky le atribuyen ser autor de la
denominada «teoría simultánea». En
forma ceñida diremos que ésta refiere que
«lenguaje» y pensamiento están ligados entre
sí; es decir, vienen a desarrollarse en una
interrelación dialéctica. En este interjuego, las
estructuras
del «habla» proporcionan estructuras básicas
del pensamiento, de modo que la conciencia del
individuo es
primordialmente lingüística, debido al significado
del «lenguaje» en la realización de las
funciones
psíquicas superiores del
hombre.[9]

Aquí llego a la conclusión de que no puede
haber hablantes sin su correspondiente comunidad de hablantes. O
dicho de otra forma: no hay mundo sin personas que puedan
referirlo; cosa en que deberían reparar todos aquellos que
dirigen incesantemente esfuerzos para vigilar al
«habla» y a los hablantes. Lo que sí puede
haber sin hablantes es una comunidad de mudos y los mudos carecen
de la posibilidad de narrar qué han sentido cuando
descubrieron cómo acabó perforándoles su
estómago y destruido sus dientes haber chupado biberones
de cocacola desde recién nacidos.

Luego de esa tarde en que el «Big
Brother Orwelliano» me adormecía con sus dosis de
morfina cinescópica, sentí curiosidad por saber
algo más de «Chumbawamba»). En una
página de la triple w descubrí que la
banda podía clasificarse como punqueta anarquista. Si
ustedes desean saber más, consulten la página en la
que yo mismo buceé; es: http://www.laideafija.com.ar/especiales/chumbawamba/5repor.html. Supe que
son originarios de una comunidad de Leeds, lugar donde habitaban
una casa tomada: lo mismo que una multitud de personas
aquí mismo en nuestro pueblo que terminaron
metiéndose a las casas embargadas por los usureros
bancarios. Por el cybersitio supe además que su primer
álbum fue una reacción al «Live Aid».
Esta fue una obra comercial en donde participaron algunos
roqueros denominados «conconciencia». Los chicos de
«Chambawamba» objetaban en su obra el hecho de no
haberse cuestionado en ese «Live Aid» al sistema
capitalista, culpable de la hambruna en todas las
montañas, páramos, gargantas y hondonadas que
conforman el paisaje de esta piedra. Diríamos: no haber
hecho uso de la palabra con el propósito de clarificar las
penumbras del mundo y cantar ese descubrimiento a los
demás.

También supe que en otra de sus canciones
(«Enough is enough») invitan a «pegarle un tiro
al fascista»; y así es cómo lo
explican:

«Sería lindo si uno no tuviera que combatir
la violencia con violencia, pero a veces tienes que hacerlo, y
eso es lo que sucede. Ser razonable sólo funciona si el
otro lado también juega
limpio».[10]

En síntesis, me simpatizaron esos muchachos de
«Chumbawamba, porque habían descubierto el poder de
la palabra y la empleaban para decirnos cómo son las
injusticias y las barbaridades del espacio astral que habitamos a
una comunidad mayor de hablantes. Seguían por esa dirección, a pesar de que quizás
nunca volviesen a ocupar un sitio destacado en los charts y ser
etiquetados como «estrellas de un solo
éxito».

En distintos fragmentos de este trabajo hemos querido
mostrar que el lenguaje, como toda relación humana y en
consecuencia social, conforma un espacio histórico en
donde constantemente ocurren luchas, conflictos, represalias,
mutilaciones, crímenes. Por tanto, concluimos que el
lenguaje, como tantas otras cosas constituyentes de nuestro
tejido social (por ejemplo, educación, política,
vida familiar, relación amorosa, juego en
conjunto, convivencia vecinal) debería ser práctica
democrática. Y esto lo entendemos como un acto de absoluto
respeto por el
otro.

Pero decimos que el «lenguaje» es producto
histórico y, por tanto, cruzado por luchas, conflictos,
lances prefigurados por la conservación del privilegio.
Dado que por el «lenguaje» podemos acercarnos al
conocimiento de los misterios más profundos de cuanto nos
rodea, existe la persistente estrategia de limitarlo, como esas
camisas que sacamos del clóset y dejaron de quedarnos,
porque embarnecimos; de trozarlo en infinidad de
partículas, como esas salsas mexicanas que conocemos con
el nombre de «pico de gallo»; de arrebatarlo de las
bocas, como esa práctica insensata de impedir que hablen
las vidrieras de las escuelas, porque allí hay
cuestionamientos al ejercicio corrupto del poder.

Solamente un «lenguaje total» permite
percibir la realidad en forma crítica. Freire, ese comprometido pedagogo
brasileño que también sufrió persecuciones,
censura y encierros por idear un método
para liberar a través de la palabra, dibujó una
ruta por la que deben avanzar los educadores al servicio de la
liberación y la transformación. Nos dice: Hay que
partir del nivel en que los hablantes están. Si uno vive o
trabaja en un grupo metido en el silencio, debe encontrarse un
camino para romper el silencio.

El camino para desanudar el silencio es: no negar
nuestra voz y demostrar que necesitamos también de la voz
de los otros; entendamos que nuestra voz no tiene sentido sin la
voz del grupo. Claro que este diálogo
debe darse en el pleno respeto del otro, sin emplear el poder o
la fuerza para acobardarlo o intimidarlo, conforme a las
tácticas empleadas hasta por fuerzas políticas que
llegan a encaramarse en el poder público, empleando la
retórica de la democracia y
del cambio.

Van a decirse cosas dolorosas, por supuesto, que
afectarán las condiciones de privilegio de los grupos de
poder, porque esa recuperación del «habla» en
las comunidades de hablantes debe anclarse en su propio contexto
cultural, ideológico, político y social. Dicho de
otra forma: en las mismas coordenadas históricas en que
los hablantes viven, sufren, gozan, disfrutan o son martirizados,
perseguidos, ninguneados, aplastados.

Cuanto más sea castrada la capacidad de pensar y
de pronunciar la verdad de las cosas, cuanto más sea
sugerida a las personas que la realidad es solamente de una cara
y que nomás pueden hablar de ella quienes gozan del poder,
tanto más ultrajan a la comunidad. Con Freire concluimos
que el «lenguaje total» (y consecuentemente la
educación total, porque la educación es un lenguaje
o un sistema de simbolización del mundo) implica la
comprensión crítica de lo
existente.[11]

Sólo así los hablantes podemos
reconocernos condicionados y pelear contra las fuerzas que nos
condicionan a padecer injusticia, rapacidad, exclusión,
marginalidad,
sufrimiento. Es decir, a reconocernos a nosotros mismos y
reconocernos en otros como víctimas de quienes ejercen el
poder ilimitadamente y sin escrúpulos. Pero, al mismo
tiempo, para transformar las condiciones históricas que
han convertido a la gran masa humana en una comunidad de mudos
excluidos, marginados, ninguneados y miserables.

V

Recuperar el «habla» tiene múltiples
trascendencias. Tiene usos curativos de los trastornos de
la
personalidad, pues por ella curan los terapeutas freudeanos a
quienes acosan sus propios fantasmas del pasado. Al hablar en voz
alta sobre aquellas cosas que nos duelen, de pronto viene el
insight que nos permite descubrir el misterio de las
cosas que nos han perseguido, incluso desde el infeliz momento en
que mamá dejó de darnos teta. Es como eso que en
nuestra cotidianidad llamamos «una caída de
veinte»; o sea: tomar conciencia de nosotros mismos, de lo
que somos, de cuanto ha constituido nuestra personalidad y
finalmente curarnos de ese pasado tormentoso. Es la mente
buscando la piedra que le lastima entre sus pliegues más
ocultos, valida solamente del bisturí de la palabra y de
la designación de situaciones concretas.

Hablando en colectivo de una situación
determinada, de la trama de las instituciones en que participamos
o de nuestras propias actuaciones, iluminamos zonas de penumbra
creadas por las mitificaciones dadas por las relaciones de poder
y lo históricamente dado. Por allí va la propuesta
pichoneana de la disposición circular de grupos operantes
y de aprendizaje. Allí vemos cómo la palabra pasa
por un dinamo y saca chispas. Luego viene también la
devolución de lo hablado y nos miramos en el espejo. Es
posible que nos horroricemos al vernos tan espantosos; aunque
también son posibles las autocomplacencias. Aquí la
palabra pronunciada en colectivo nos permite descubrir aquellas
mitificaciones de lo existente que nos hacen actuar sin plena
conciencia de cuanto sucede y de por qué sucede en el
plano del real social. No nada más para quedarnos en ese
plano de la comprensión, sino mejor que eso: de la
transformación.

Con la designación correcta de las cosas (o sea:
al nombrarlas correctamente) avanzamos hacia una verdadera
alfabetización, porque decimos de ellas mismas de
qué están constituidas, por qué son
así, cómo nos gustaría que fuesen. Es
«lengua» y «habla» o
«lenguaje» refiriéndose igualmente a la
injusticia, la desigualdad, la exclusión, la marginalidad.
Cuando pronunciamos las voces «tierra»,
«agua», «casa», nos referimos a una
infinidad de situaciones ubicadas más allá de su
propia sustancia o de lo inmediato. Detrás de aquellas
voces existe toda una conflictiva existencia humana: no es la
«tierra» solamente esa acumulación de
gránulos de mineral, rocas
pulverizadas, sustratos fértiles o áridos.
También ha habido sangrientas luchas por la
posesión de la «tierra» y seguirá
habiéndolas. Igual sucede en torno a las voces
«agua» y «casa».

Me parece claro que los hablantes nos referimos a esas
cosas del mundo de distinta forma. Por eso preguntaba en
párrafos anteriores: ¿a qué nos referimos
cuando hablamos de «corrupción»? Parece que no
todos los hablantes nos referimos exactamente a la misma cosa. De
allí entonces que una verdadera alfabetización
tiene que ver más con el establecimiento del
diálogo en una comunidad de hablantes. Y eso de decir
diálogo tiene que ver forzosamente con la democracia, pues
de lo contrario solamente hay monólogo. Así sucede
con la llamada comunicación en las sociedades autoritarias
y de privilegio: por ejemplo digamos los periódicos; en
estos no aparece el diálogo por ninguna parte, porque sus
páginas son espacios proscritos para el
«habla» y la «lengua» de las masas
miserables. Empero, esos industriales de la mercancía
informativa ocultan sus verdaderos intereses bajo palabras como
«objetividad», «imparcialidad»,
«libertad de
expresión» y «derecho a la
información». Así el negocio está
justificado bajo una ficticia «necesidad
social».

Ya hemos comentado arriba que no hay mundo sin
hablantes. Cierto que la materialidad existente lo es más
allá de lo que digamos de ella: los asnos seguirían
rebuznando aunque no les escuchásemos y los rayos solares
continuarían dibujando sus bellas imágenes
en el casquete polar, aunque no hubiese personas que les
admiraran. Pero esto que decimos «mundo» es solamente
humano. Ya la palabra misma designa una determinada
ordenación de las cosas.

Entonces por fuerza no hay palabras o lenguajes
previamente dictados para designar a las cosas. El
«mundo» pertenece al universo de lo simbólico
humano. Por tanto, las cosas de las que hablamos también
corresponden a relaciones
humanas; lo que es decir, a una conflictiva humana. Y al
decirlo así tendríamos necesariamente que
acompañar esa idea a la lucha, a las relaciones de poder,
al empleo de la
fuerza.

Decimos que es «verdadera
alfabetización» no porque nuestra expresión
corresponda al encuadre de una lógica
positiva o empírico-analítica. Lo decimos
así porque son los hombres en comunidad hablando de las
situaciones que viven. Es decir, construyendo una verdad en
colectivo. Por tanto, no es verdadera alfabetización
aquella conformada con recitar códigos
lingüísticos dictados por el poder, con prescribir
una receta cómo hacen los médicos con sus
pacientes, con la ordenación del mundo de una vez y para
siempre como hacen los padres autoritarios y todos sus secuaces,
con la fragmentación maniquea de los acontecimientos que
sólo acepta como justo, correcto y adecuado aquello que
conviene a intereses particulares; y, en cambio, califica de
execrable, incómodo, desatinado cuanto desajusta de un
provecho individual.

Quienes crean en una «educación
total», ubicada más allá de los centros de
confinamiento estatal que son las escuelas, que permita a las
personas hacer uso pleno de sus facultades simbolizadoras del
mundo (y esto quiere decir hablar sin restricciones o acceder al
«lenguaje total») deben emplear todas sus capacidades
intelectuales, creativas y lúdicas que permitan
instrumentar acciones para la configuración de comunidades
de hablantes. No hay, en ese sentido, una receta; como
diría Freire, los educadores deben ser artistas. O esto es
igual a decir: deben recrear, repintar, rehacer, reinventar su
mundo. Es decir, no conformarse con reproducirlo a manera de los
copistas.

Sin embargo, veo los establecimientos escolares como
confinamientos estatales o prolongaciones del poder de grupos de
privilegio. Por tanto, creo que es poco cuanto puedan hacer sus
celadores para llevar a sus reclusos para gozar de la experiencia
del «lenguaje total». Allí tenemos miedos de
toda clase: los padres de familia no hablan en las escuelas y
expresan cuánto disgusta lo que sucede allí por
temor a que sus hijos sufran represalias académicas; los
técnicos de la educación difícilmente
discuten más allá del currículum prescrito
por los científicos del estado e
incluso fácilmente asumen su domesticación; y a los
alumnos sigue tratándoseles como descerebrados, llegando
hasta impedirse su plena incorporación a los espacios de
toma de
decisiones. Dicho más crudo: dentro de los espacios
escolares el «lenguaje» está corrompido por el
poder, mutilado, perseguido, empequeñecido,
apocado.

Lo que tenemos entonces es una sociedad deslenguada.
Tendríamos que aspirar a recuperar el «habla»
y la comunidad de hablantes a partir de experiencias distintas a
las escolares. No es algo imposible, porque finalmente la
educación también es total; cosa que involucra a
cuantos formamos parte del grupo humano.

Educación y lenguaje verdaderos están
situados más allá de los muros de los
confinamientos escolares que les mantienen aislados de la
convivencia humana total. Podríamos preguntarnos si es
posible, cuando menos como tarea teórica, perseguir una
posibilidad de vínculo entre la experiencia humana total y
cuanto sucede dentro del cerco escolar. Tentativamente
diré que eso no puede ocurrir y lo digo por una
razón: sencillamente porque esos espacios que denominamos
«escuelas» corresponden a unas coordenadas
históricas determinadas.

Reparemos en que dichos espacios son los centros de
enseñanza de la sociedad capitalista y
sirven específicamente a los intereses de la
burguesía. Por tanto, no puede haber posibilidad de una
enseñanza total dentro de ellos. De otro modo, allí
mismo estarían creándose las condiciones para
cuestionar el poder de grupos particulares y de sus
prácticas corruptas que son inherentes a la propia
naturaleza rapaz de su forma de acumulación. En la
«escuela de la
burguesía» no puede haber educación ni
lenguaje total: eso equivaldría a minar a sí misma
su propio terreno. Es decir: una práctica
suicida.

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Autor:

Eduardo José Alvarado Isunza

San Luis Potosí, S.L.P.,
México

Noviembre de 2004.

[1] ITAS Marx, Carlos y Federico Engels. La
ideología alemana.
http://www.lasbibliotecas.net/librosgratis/mn.htm.

[2] S/a. La lengua como sistema
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Romàniques. Facultat de Lletres. Universitat
Rovira i Virgili. Tarragona. En:
http://pizarro.fll.urv.es/continguts/Linguistica2.5.htm

[3] S/a. El Lenguaje, la lengua y el habla.
En Fénix. El portal de la educación peruana. En:
http://enfenix.webcindario.com/profeweb/comunica/lenguaje.phtml

[4] Idem.

[5] Ibidem.

[6] Ibidem.

[7] Biazzi, Miguel y Guillermo Magrasi.
Orígenes. Argentina. Compilación de mitos de
guaraníes, tehuelches, matacos y tobas, onas, pampas,
araucanos y collas. Ed. Corregidor. Tomado de: Esteban Ierardo.
http://www.temakel.com/mitoguarani1.htm.

[8] Chomsky, Noam. Nuestro Conocimiento del
Lenguaje Humano: Perspectivas Actuales. En: Web Journal of
Formal, Computational & Cognitive Linguistics. Kazan
University. Russian Association of Artificial Intelligence.
Invierno de 1997.
http://fccl.ksu.ru/issue001/winter.97/ch_es.pdf

[9] Montoya, Víctor. Lenguaje y
pensamiento. En: Sincronía. Revista electrónica
de estudios culturales del Departamento de Letras de la
Universidad de Guadalajara. Otoño 2001.
http://sincronia.cucsh.udg.mx/lengpens.htm

[10] Chumbawamba. Saurio reportea a Jude
acerca de Chumbawamba. En: «La idea fija».
http://www.laideafija.com.ar/especiales/chumbawamba/5repor.html.

[11] Orozco, Efrén; Luis Fernando
Arana y Juan José Esquivel. Video Paulo Freire. Una
producción de IMDEC, AC. para la Cátedra Paulo
Freire del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores
de Occidente. Febrero del 2000. Autor: Eduardo José
Alvarado Isunza ealvaradois[arroba]yahoo.com San Luis
Potosí, S.L.P., México Noviembre de 2004.

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