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La relación entre Política y Periodismo a lo largo de la historia (página 2)




Enviado por Aida A.



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Otro asunto que trata Jonson en esta mascarada es la
actualidad informativa y la necesidad de que las noticias sean
nuevas, que en el texto se
resuelve con el debate de si
deben imprimirse o no. No imprimiría noticia alguna,
porque cuando se imprimen, dejan de ser nuevas; mientras
están escritas, aunque sean falsas, continúan
siendo noticias»,
dice el Agente. «Es la
imprenta la
que las hace nuevas a una gran mayoría, que no
creerá por supuesto nada que no se imprima. Para ellos
tengo yo mis (…) muchas plumas en busca de relaciones
provechosas, que en unos cuantos años (…) imprimo otra
vez con fecha nueva, y están en excelente
uso».

El Comercio de
Noticias

Todos estos temas también se tratan en El
Comercio de Noticias
(de hecho, Noticias del Nuevo
Mundo
se ha considerado como un ensayo de
dicha obra). Pero, además, esta pieza incluye
también la influencia del dinero en la
confección de noticias, a través de unos personajes
avaros y ambiciosos, que pagan sus imprudencias con el fracaso
del negocio.

Además, se plantea el debate sobre si las
noticias deben informar o entretener: «Me parece,
señor, que si ha de abusar de la gente honesta del pueblo,
¿por qué no han de obtener placer creyendo las
mentiras que se hacen para ellos, como vosotros mismos las
hacéis en la oficina
?». De este modo, Ben
Jonson se plantea ya en el siglo XVII una cuestión que se
prolonga hasta nuestros días, y que hoy llamamos
sensacionalismo o amarillismo.

La prensa a
principios del siglo XX. Lima Barreto, Recuerdos del escribano
Isaías Caminha

El libro de Lima
Barreto muestra
cuáles eran los problemas que
comenzaban a plantearse en los comienzos del siglo XX: el
sensacionalismo, la corrupción del periodismo,
los estrechos vínculos entre periodismo y política, el inmenso
poder de los
directores de los periódicos… En definitiva, problemas
que sigue sufriendo el periodismo de hoy en día. El
personaje de la novela,
Isaías Caminha, describe su evolución desde su entrada en la redacción como "chico de los recados" hasta
sus primeros pasos como reporteros, observando desde dentro el
periodismo.

El miedo de los poderes públicos al
periódico

Desde que el periodismo se instaurara en los sistemas
democráticos (con libertad de
prensa), los
políticos no han dejado de buscar formas de ganarse la
confianza de los periodistas y, a través de ellos, del
público. Éste es el empeño de la comunicación política, que ha ido
unida desde siempre al discurso
político y a la creación de la buena imagen del
líder
público. Esta naturaleza
persuasiva choca con el principio básico del periodismo,
cuyo principal empeño es mantener informado con veracidad
e imparcialidad a los ciudadanos, permitiendo así que
éstos ejerzan su derecho fundamental a estar
informados.

No obstante, los periódicos también son
creadores de opinión, en tanto que sus lectores los
escogen porque saben de antemano qué línea
editorial va a seguir esa publicación. Por eso, los
políticos luchan por hacerse un hueco dentro de "los
buenos" para esa línea editorial. Sin embargo, dicha
línea editorial no debería interferir en la pureza
de las informaciones.

Esta problemática se observa ya en el libro de
Lima Barreto. Así, Caminha se encuentra, al poco tiempo de su
estancia en la redacción, con adulaciones de la
policía.

«- ¿Por qué no me lo dijiste
antes? Cuando se está en presencia de la policía,
nuestra obligación es contar toda nuestra vida
(…)

  • No sabía que era un hombre importante,
    por eso…

  • ¡No va a serlo! Un periodista siempre es
    un hombre importante, respetado y nosotros, de la
    policía, lo tenemos siempre en
    cuenta…»

Al final del libro, cuando Caminha ya es reportero, se
encuentra con una situación similar de peloteo
por parte de políticos y militares:

«Así hacía mi reportaje en el
Ministerio de Marina. Desde los ministros hasta los continuos,
todos me llenaban de mimos y de fiestas. (…) Los jefes
vivían abrazados conmigo y me proporcionaban notas para mi
noticiario. (…) Cuando se presentaban, reclamaban la
omisión de la noticia…»

Este temor y desorbitado respeto por los
periodistas se traducía también al pueblo llano,
que no veía que los redactores no son más que
empleados de un periódico
y quien manda en éste es su director.

«Participar de una redacción de
periódico era algo superior, extraordinario, por encima de
las fuerzas comunes de los mortales; y yo tuve la
confirmación de ello cuando, cierta vez, en la
pensión en que vivía, diciéndole al
encargado que trabajaba en la redacción de
O
Globo, vi al pobre hombre abrir
mucho los ojos, mirarme de arriba abajo, mostrar un gran espanto
como si estuviera frente a un ente
extraordinario».

El director de un gran periódico puede poner
o quitar ministros

O, al menos, así se ha dicho en numerosas
ocasiones en la España
actual, sobre todo en boca de los enemigos de Jesús de
Polanco.

El libro de Lima Barreto trata este tema en profundidad,
estrechamente unido al del sensacionalismo. De este modo,
el
periódico O Globo emprende una dura
campaña contra el gobierno,
"dándole al pueblo lo que pide" mediante
manipulación de las informaciones, exageraciones con
intenciones sensacionalistas y mentiras convertidas en verdades
absolutas de tanto repetirlas. La consecuencia, en la novela, es un
motín protagonizado por el pueblo y maquinado y alentado
desde la prensa. Esta situación, por desgracia, sigue
vigente. Así lo reconocen Pau y Claudia
Raussell-Köster: «La sociedad
sólo reaccionará ante lo que se le presenta como
noticia»[1].

Barreto habla del motín de este modo:

«El motín había obligado al
presidente a destituir a la mayoría de los ministros, esto
es, a los ministros atacados por
O Globo. (…) El
diario de Loberant se convirtió casi en la séptima
secretaría de estado. Las
nominaciones salían de allí y las dimisiones
también. Bastaba un gesto suyo para que un jefe fuese
despedido, y bastaba que cualquiera de sus empleados abriese la
boca para obtener los más rentables
puestos».

El sensacionalismo

Barreto critica el tratamiento sensacionalista que los
periódicos dan a la información. En la novela, hay incluso un
redactor especializado en "adornar" las informaciones,
Adelermo:

«Adelermo era la imaginación del
periódico (…) Si había un atentado anarquista o
un terremoto en Europa y el
telegrama era demasiado conciso, Adelermo tenía el encargo
de desarrollarlo, de explicarlo, de reconstruir la escena para el
gusto del público (…) Vi aquella centena de
personas
[los lectores], con los párpados
abiertos, el cuello erguido, esforzándose por leer aquella
sarta de mentiras formidables mal forjada en aquella
fábrica de mentiras que se llama
periódico».

El periodismo
desde el punto de vista de un magnate. Ciudadano Kane, de Orson
Welles

Ciudadano Kane aborda el periodismo desde dos
puntos de vista: la vida de Charles Foster Kane, un magnate de la
prensa; y la
investigación periodística a raíz de
la muerte de
este personaje.

Muchos analistas, entre ellos Paolo
Mereghetti[2]coinciden en señalar que el
personaje de Kane está inspirado en William Randolph
Hearst, el gran magnate de la prensa de finales del siglo XIX y
principios del
XX. Así, tanto el magnate real como el ficticio
habían heredado de su madre una fortuna procedente las
minas que les había permitido crear un imperio
mediático.

Sensacionalismo Vs. Periodismo de
calidad

Como hemos dicho, en la película de Welles se
opone la visión del periodismo que tiene Kane con la
investigación que realiza el reportero para
comprender la vida del magnate y descubrir qué significa
Rosebud.

Kane es un empresario
joven, ávido de ganar dinero, que se introduce en el mundo
del periodismo con una motivación estrictamente comercial:
«creo que será divertido dirigir un
periódico
», dice su personaje. En concreto, se
hace con un diario deficitario (The Inquirer) para
transformarlo en un periódico de éxito.
Para ello, es capaz de falsear la información y manipular
a los lectores. El estilo de Kane se asemeja al de Hearst en que
éste fue capaz de desencadenar la guerra contra
España (cuya consecuencia fue la pérdida de
Cuba como
colonia en 1898) para demostrar que su poder era mayor que el del
propio presidente de los Estados Unidos.
Hay una anécdota sobre ello que cuenta que, cuando el
corresponsal en Cuba Frederick Remington informó a Hearst
de que no encontraba material suficiente para provocar un
conflicto,
éste lanzó una promesa: «Yo voy a poner la
guerra». De hecho, en un artículo del Journal de
1898, Hearst afirmó que «El poder de un
periódico es la mayor fuerza dentro
de cualquier civilización».

Estas citas de Hearst se asemejan en contenido
ideológico a la frase que dice Kane en la película:
«todo el mundo va a pensar lo que yo les ordene que
piensen
». Según esta máxima, Kane
articula su concepción del periodismo. De este modo, el
gran magnate construye un círculo cerrado que siempre le
beneficia: manipula la mente de los lectores mediante
informaciones sensacionalistas e intencionadas, consiguiendo que
la gente siga comprando su periódico y aumentando las
ventas
constantemente. Para que "todo el mundo piense lo que él
quiere" se hace además con revistas y emisoras de radio, creando un
gran grupo de
comunicación con más poder que los
políticos. El sistema de
grandes grupos sigue
imperando en nuestros días. Como Kane, ellos deciden
qué es y qué no es noticia, de manera que, en un
segundo plano, sus lectores pensamos como ellos han decidido que
debemos pensar.

El contraste con esta visión del periodismo lo
ofrece el periodista que investiga sobre la palabra
Rosebud, la última que Kane dijo al morir. De
esta manera, el reportero tiene el interés en
contar lo que nadie ha contado, yendo más allá y
profundizando en la biografía de este
magnate. Para ello, investiga en el pasado de Kane por medio de
entrevistas
realizadas a las personas de su entorno. Al final, no consigue
averiguar qué significaba Rosebud
(información que sí obtiene el público), por
lo que abandona la búsqueda, en lugar de manipular su
investigación o difundir conjeturas no
confirmadas.

El buen
periodismo de investigación. Todos los hombres del
presidente, de Alan J. Pakula

La película sobre el caso Watergate es una
alegoría de las virtudes del periodismo bien hecho y, lo
más importante, es que obedece a una investigación
periodística real.

El caso Watergate es un verdadero ejemplo de cómo
el periodismo cumple funciones de
contrapoder cuando dicho poder oculta información y
engaña a los ciudadanos. En la película, destacan
varios valores del
periodismo:

  • La ética: los periodistas, Bob Woodward y
    Carl Bernstein, publican sólo aquellas informaciones
    que han confirmado. Sólo parecen equivocarse en una
    ocasión, cuando uno de sus confidentes desmiente en
    público haber declarado en el juicio en contra de uno
    de los implicados. Sin embargo, el error no es del
    Washington Post, pues Woodward y Bernstein
    están seguros de haber hecho bien su
    trabajo.

  • El buen uso del Secreto Profesional: La
    confirmación de datos representa para ellos tener que
    hacer verdaderos malabarismos con los confidentes para
    cumplir su palabra de que jamás publicarán sus
    nombres. Esto es un gran ejemplo del buen manejo del Secreto
    Profesional, un derecho de los periodistas. Y los
    protagonistas de la investigación cumplieron su
    palabra: fue el propio Mark Felt, ex directivo del FBI, quien
    confesó ser Garganta Profunda.

  • La independencia: «Yo también soy
    republicano
    », admite Woodward en la
    película en una entrevista con uno de los confidentes.
    En efecto, su ideología afín a Nixon no ha
    interferido en ningún momento en la
    investigación de la trama de corrupción. Sin
    embargo, desde mi punto de vista, es más destacable
    aún la independencia del director del
    periódico, pues son éstos quienes normalmente
    imponen a sus redactores una línea editorial
    determinada, impidiendo la publicación de cualquier
    información contraria a la misma.

  • La apuesta por la publicación de
    informaciones de relevancia para la democracia: en la
    película, el director del Washington Post
    cuenta a Woodward y Bernstein que, según las
    encuestas, el 40% del público no está
    interesado en el caso Watergate, o ni siquiera han
    oído hablar del mismo. Sin embargo, este director no
    cesa su empeño en seguir adelante la
    investigación, pues sabe que sus redactores
    están publicando informaciones veraces y contrastadas,
    sin ningún otro interés que el de acabar con
    una corrupción que afecta a todo el pueblo
    norteamericano y, por lo tanto, pone en peligro la democracia
    del país.

La investigación del Washington Post
sobre el caso Watergate representa un ejemplo a seguir por los
periódicos de hoy en día. El problema, es que este
ejemplo se ha distorsionado, convirtiéndose en muchos
casos en una excusa para manipular hechos que afectan a los
gobiernos contrarios a la opción política del
periódico. El caso más reciente en España es
el empeño de El Mundo por destapar una falsa
relación entre el Partido Socialista, ETA y los atentados
del 11M.

Afortunadamente, de vez en cuando surgen informaciones
fruto de una intensa investigación por parte de
periodistas que mantienen el secreto de sus fuentes, como
es el caso del diario ABC, que sacó a la luz las
conversaciones entre el líder de ERC Josep Lluís
Carod Rovira y ETA en Perpignan.

El periodismo
actual

Los problemas históricos del periodismo que se
han analizado en este trabajo no se
han resuelto todavía. Aún sigue habiendo abusos de
poder de los dueños de los grupos de comunicación;
el sensacionalismo se está convirtiendo en la
práctica habitual de muchos informativos; los periodistas
siguen accediendo a sobornos políticos y dejándose
llevar antes por su ideología que por su ética
profesional… Además, al periodismo le han surgido
nuevos problemas a raíz del nacimiento de la Sociedad de
la Información.

El poder de los medios de
comunicación

El profesor
Marcos Sebastián Pérez Peña, de la Universidad de
Santiago de Compostela (Op. Cit.) explica en su artículo
cuál debería ser la regla fundamental a seguir por
parte de los periodistas:

«La Teoría
de la responsabilidad
social de la prensa concibe la información como uno de
los derechos
fundamentales de la sociedad, depositado en los medios de
comunicación y en los periodistas y garantizado por
ellos (…) Sin embargo, los medios de
comunicación parecen jugar hoy en día un rol de
organismo con una autonomía económica propia
dirigida en mayor medida hacia intereses políticos y
económicos, más que hacia la responsabilidad social que exige de ellos la
democracia.»

Esto origina que, por lo general, se genere «
un proceso de
convergencia discursiva entre el discurso
oficial y los medios de comunicación, que reproducen la
retórica del gobierno, haciéndose evidente la
dependencia».
En los casos en los que el
periódico responde a los intereses de la oposición,
se inicia un linchamiento mediático contra aquellos
valores o representantes políticos que más
diferencias representen con su opción.

De este modo, la opinión
pública se ciñe tan sólo a lo que los
medios de comunicación establecen. La realidad que
perciben los ciudadanos es la realidad que transmiten los medios,
que, según Pérez Peña, «tienen una
posición privilegiada para crear y/o reproducir conceptos,
significados, esquemas cognitivos y modelos
interpretativos a través de los cuales los individuos le
dan sentido a su propia existencia».

Los políticos aprovechan este privilegio para sus
propios fines, de modo que los medios acaban siendo un
instrumento de difusión propagandística (en la
mayoría de los casos elaborada por periodistas a sueldo de
políticos o empresas, lo que
el profesor José Luís Dader acertaba en denominar
comunicopólogos). El ejemplo más claro es
el de las campañas electorales, que terminan formando un
triángulo cuyos tres vértices son los candidatos,
los medios y los votantes. En las elecciones del 9M, el
líder de Izquierda Unida Gaspar Llamazares ha denunciado
el abandono que los medios han hecho a la campaña de su
partido, lo que ha sido una de las causas del fracaso de
éste en las urnas.

Este control de los
medios de comunicación no es algo nuevo, como hemos visto
en el análisis de las cuatro obras que nos
ocupan. Los profesores César Mauricio Velásquez y
Jesús Erney Torres[3]explican que
«los medios de comunicación no nacieron libres,
sino sometidos al poder. Eran los reyes y los señores
quienes controlaban las imprentas. (…) A través de la
historia los
periodistas han desempeñado su trabajo con la presión,
implícita o explícita, de los
gobernantes».
Velásquez y Erney citan como caso
reciente el ya mencionado en este trabajo: «El
expresidente español,
José María Aznar, llamó a directores de
medios para que difundieran la supuesta autoría de ETA en
los atentados del 11 de marzo en Madrid».

En una entrevista que
Margarita Rivière realizó al periodista Carlos
González Reigosa[4]éste
explicó su postura sobre la influencia del poder en el
periodismo y sobre el nuevo marco creado en la Sociedad de la
Información:

«La información está cada vez
más contaminada por intereses ajenos al periodismo. Sobre
el periodista actúan constantemente agentes externos que
tratan de obtener un resultado informativo concreto. Pero, a la
vez, eso no puede ser de otro modo, puesto que estamos en la era
de la información. Los medios son la "escena" en la cual
"se existe" y en donde se adquiere una imagen… Pero,
paradójicamente, los periodistas pueden ser las
víctimas de esta situación. (…) El periodista
cada vez está más solo frente a esa red de intereses, y podemos
acabar cada vez más especializados, asépticos,
haciendo un periodismo para periodistas: cada vez que un
periodista llama a algún sitio para contrastar una
información, le contesta otro periodista que está
al servicio de la
mejor imagen de una corporación. Ésta es la
sociedad de la información.»

La situación es similar en el resto de los
países. Por ejemplo: Estados Unidos creó la
denominada radio Liberty para combatir el comunismo durante
la Guerra
Fría. Con la invasión de Irak, esta
situación se ha repetido con la aparición de TV
Liberty
, un canal de televisión que ha actuado como propaganda
para que la opinión pública apoyara
incondicionalmente la guerra.

La medición de las audiencias juega un papel
crucial en este sentido. No sólo afecta a los ingresos por
publicidad, sino
que también les sirve a los políticos para
averiguar hasta qué punto su imagen y mensajes son
percibidos por la sociedad. De esta manera, destaca el profesor
Gabriel Misas Arango[5]«el eje de la
estrategia es que
lo comunicable sea aceptado por la
mayoría».

Otra consecuencia de este poder de los medios de
comunicación es que el periodista acaba por convertirse en
una marioneta política, creyéndose las adulaciones
de quienes están interesados en caer bien. Así lo
explica el ex director de El País, Juan
Luís Cebrián, a propósito de una pregunta
realizada por Margarita Rivière (Op. Cit.):

«Los periodistas decimos que estamos fuera del
palacio, pero nos encanta que nos abran los aposentos. El palacio
nos mira como unos intrusos, pero el pueblo considera que estamos
en la Corte. En España la prensa sirvió a la
vertebración, pero ahora hay medios que amenazan con una
desvertebración. Y no digo que no tengan derecho a hacer
eso, pero el que se diga que todos los políticos son unos
ladrones daña el mínimo consenso social para
construir algo».

La otra consecuencia del poder de los medios es el
sensacionalismo. La información acaba vendiéndose
al mejor postor (en este caso, la publicidad) y, por lo tanto, se
olvida el deber constitucional de los ciudadanos a estar
informados en beneficio del entretenimiento, el chismorreo y la
banalidad. Los informativos, sobre todo en el medio televisivo,
acaban reduciendo el espacio dedicado a información
política y ampliando noticias absurdas con intereses
comerciales. Un ejemplo diario es el informativo de Antena 3, que
introduce encuestas
sobre temas intrascendentes realizadas por empresas privadas,
(cada año sale la encuesta sobre
la vida sexual de los españoles realizada por
Dúrex, sobre la felicidad de los ciudadanos
impulsada desde Coca-Cola, etc.). Así, la
publicidad trasciende sus espacios para introducirse en el
periodismo (el informativo de Antena 3 es, según el
Estudio General de Medios, el de mayor audiencia).

Bibliografía

  • BARRETO, Lima: Recuerdos del escribano
    Isaías Caminha.
    Servicio Editorial de la
    Universidad del País Vasco

  • JONSON, Ben: El Comercio de Noticias y Noticias
    del Nuevo Mundo descubierto en la Luna.
    Servicio
    Editorial de la Universidad del País Vasco.

  • RIVIÈRE, Margarita: El Segundo
    Poder.
    El País – Aguilar. 1998

  • MEREGHETTI, Paolo: El libro de Orson Welles.
    Colección Grandes Directores, El
    País

  • PÉREZ PEÑA, Marcos S.: Muchos
    oyen, pero pocos escuchan: el papel de los medios en la
    formación de la opinión pública y la
    realidad.
    Artículo. Universidad de Santiago de
    Compostela

  • MISAS ARANGO, Gabriel: La Información en
    las Sociedades Contemporáneas.
    Revista de
    Economía Institucional, vol. 7, nº 12.
    Universidad Nacional de Colombia.

  • VELÁSQUEZ, César Mauricio; ERNEY,
    Jesús: Dominio Informativo, ¿quién
    tiene el poder?
    Artículo. Universidad de La
    Sabana. Colombia.

  • Orson Welles: Ciudadano Kane.

  • Allan J. Paluka: Todos los hombres del
    Presidente.


  • http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/periodismo%20kane.htm


  • http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/todosloshombres.htm

 

 

 

 

 

 

 

Autor:

Aida Acitores de la Cruz

[1] Citado en Pérez Peña,
Marcos S.: Muchos oyen, pero pocos escuchan: el papel de los
medios en la formación de la opinión
pública y la realidad. Artículo. Universidad de
Santiago de Compostela

[2] Mereghetti, Paolo: El libro de Orson
Welles. Colección Grandes Directores, El
País.

[3] VELÁSQUEZ, César Mauricio;
ERNEY, Jesús: Dominio
Informativo, ¿quién tiene el poder?
Artículo. Universidad de La Sabana. Colombia

[4] RIVIÈRE, Margarita: El
Segundo Poder. Ed. El País €“ Aguilar.
1998

[5] MISAS ARANGO, Gabriel: La
Información en las Sociedades
Contemporáneas. Revista de
Economía Institucional, vol. 7, nº
12. Universidad Nacional de Colombia

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