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Estado de la cuestión: La Plena Edad Media. Reforma religiosa y movimientos heréticos (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

  • a) Simonía[10]Tráfico
    de dignidades eclesiásticas. Los Emperadores
    acaparaban el derecho a investir con el báculo y el
    anillo. Tras la conquista de Inglaterra (1066), los reyes
    normandos distribuyeron asimismo entre sus adeptos las se-des
    episcopales inglesas.

  • b) Nicolaísmo: matrimonio de los
    sacerdotes, generalizado en Alemania, Fran-cia e
    Italia.

Pronto empezaron a aflorar diversos intentos de reforma
de la Iglesia, al
princi-pio tímidos, como los movimientos eremíticos
italianos de San Nil de Grottaferrata, San Romualdo, San Juan
Gualberto, etc., que acabaron cristalizando en la llamada
reforma gregoriana, impulsada por al Papa Gregorio VII a
partir del año 1075, fecha en la que se hizo
público el "Dictatus Papae", una recopilación de
los principales puntos canóni-cos –elaborados en
gran parte por pontífices anteriores- sobre los que
aquél asentaba su programa de
"primacía jurisdiccional" y que significaban una
concentración de poderes y un grado de centralización jamás alcanzados
hasta entonces por la Santa Sede, no sólo afirmando la
independencia
de la iglesia frente a los anteriormente mencionados pode-res
laicos, sino pretendiendo instaurar, además, una
teocracia pontificia (sumisión del poder temporal
a la autoridad
espiritual o, en última instancia, capacidad del Papa para
deponer al mismísimo Emperador del Sacro
Imperio)[11].

La "reforma gregoriana" se ha-llaba en realidad inscrita
en un movimiento
mucho más amplio que se extendió aproxi-madamente
desde 1050 hasta 1150. Se trataba de un intento de adaptar el
cristianismo a
las nuevas condiciones sociales surgidas durante la Plena
Edad Media.
Apareció enton-ces una nueva cristiandad, la del trabajo de
la tierra, la
construcción de iglesias y de pla-zas
fuertes, del desarrollo
urbano, de la expansión del comercio y de
la economía mone-taria. Con el nuevo milenio
se le plantearon a la Iglesia dos posibles vías de
actuación: integrarse en el siglo, o bien negarlo. Ambas
opciones no eran nuevas, puesto que ya habían sido
expuestas en su día por San
Agustín con su distinción entre la "ciudad de
Dios" y la "ciudad de los hombres"[12]; la Iglesia
del período que estudiamos optó por una vía
intermedia: separarse del siglo de los laicos para así
dominar mejor –desde una esfera superior- el nuevo mundo
que se estaba formando. Los acontecimientos históri-cos
relacionados con la susodicha reforma se sucedieron
–cronológicamente y en sínte-sis- como
sigue[13]

  • a) Ruptura de Roma con Bizancio

  • Cisma de 1054 (pan ácimo, matrimonio de
    sacerdotes, polémica en torno al "filioque" –el
    Espíritu Santo, surgido del padre y del
    Hijo
    )

  • Prerreforma de León IX (1048-1054): Condena
    de la simonía y del nico-laísmo.

  • b) Decreto de 1059 (Nicolás
    II)

  • Queda reservado a los cardenales la elección
    del Papa.

  • Se prohibe el dominio de los laicos sobre las
    iglesias.

  • Se prohibe asistir a misas celebradas por
    clérigos casados o amanceba-dos.

  • c) Concilio de Roma (Gregorio VII,
    1074)

  • Destitución de sacerdotes
    "simoníacos", casados o amancebados

  • Dictatus Papae (1075)

  • Sínodo de Roma (1075 ; se prohiben las
    investiduras laicas

  • Excomunión del Emperador Enrique IV (1076),
    deponiéndolo y desligan do a sus súbditos del
    juramento de fidelidad

  • Penitencia de Canosa (1077): Enrique IV se libra del
    castigo

  • Segunda excomunión de Enrique IV (1080).
    Gregorio VII reconoce co-mo Emperador a Rodolfo de
    Suabia

  • Enrique IV invade Italia ; asedio de Roma (1084). El
    Papa huye a Saler-no ; muere en 1985

  • d) Solución de compromiso propuesta por
    Ives de Chartres:

  • La investidura espiritual no pertenece a
    los príncipes, a quienes está re-servada, en
    cambio, la investidura temporal.

  • Aceptada por Enrique I de Inglaterra en
    1975

  • Francia la aceptó bajo Luis VII
    (1137-1180)

  • Enrique IV de Alemania vuelve a invadir Italia y
    expulsa de Roma a Urbano II ; éste vuelve al
    pontificado en 1095, tras convocar la 1a Cruzada.

  • e) Concordato de Worms (1122): El Sacro Imperio
    acepta la solución de com-promiso

  • f) 2o Concilio Ecuménico de
    Letrán (Calixto II, 1123), primero que la Iglesia
    Romana celebró sola, tras su separación de
    Oriente.

En opinión de Jacques Le Goff, la 1a Cruzada
(independientemente de su posible significado político
–que nosotros, por nuestra parte, le adscribimos-,
relacionado más o menos directamente con el conflicto de
las investiduras) fue interpretada por los cristia-nos de la
época como una necesidad ineludible.

Según él, "… todavía la joven
cristian-dad en expansión no era lo bastante fuerte como
para absorber por sí sola el exceso de fuerzas nuevas.
Recurrió entonces a la expansión exterior, a la
cruzada. Si bien la pre-sión demográfica
debió tener un papel capital en el
origen de la cruzada, sus motiva-ciones fueron puramente
religiosas
"[14]. Volvía, pues, a
manifestarse la cara violenta e intolerante de la Iglesia
cristiana, que procuraba, evitar, como hemos visto, los
enfren-tamientos entre sus propios correligionarios, pero que no
tenía ningún inconveniente en desencadenar las
energías de los mismos contra los
no-cristianos.

El cristianismo tendió, en efecto, desde sus
inicios a la intolerancia a causa de su autoconvencimiento
religio-so[15]Siempre se concibió a
sí mismo como una revelación de la verdad divina
hecha humana en la propia persona de
Jesucristo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida ; na-die
llega al padre más que yo
" (Juan, 14:6). Ser
cristiano es "seguir la verdad" (3 Juan); la
proclamación cristiana es "el camino de la
verdad
" (2 Pedro, 2:2). Aquellos que no reconocen la verdad
son enemigos "de la cruz de Cristo" (Filipenses, 3:18)
que han "cambiado la verdad acerca de Dios por una
mentira
" (Romanos, 1:25), haciéndose así
abogados y confederados del "adversario, del demonio",
que "da vueltas como un león rugiente" (1 Pedro,
5:8). Según esto, no pueden hacerse acuerdos con el diablo
y sus partidarios –he aquí la base de la
intolerancia cristiana.

La Iglesia, a consecuencia de lo anterior, ha practicado
una actitud
intolerante sistemática en sus relaciones con el
judaísmo y el paganismo, así como con la
herejía en sus propias filas. Desplegando esa intolerancia
para con el culto romano al Emperador forzó al Estado romano
a ser intolerante a su vez. Roma, no
obstante, no consiguió adaptarse a un tratamiento del
hecho religioso que se oponía a sus propios fundamentos,
bastante más comprensivos para con los cultos
foráneos, como se sabe, y esa circunstan-cia
influiría más tarde en el derrumbe del
paganismo.

El objetivo
principal del cristia-nismo primitivo estribaba precisamente en
eliminarlo –destruir sus instituciones,
tem-plos y tradiciones y el orden de vida que sustentaba- ;
después de su victoria final, de las religiones
greco-romanas sólo quedaron las ruinas. En siglos
subsiguientes, los misione-ros cristianos se afanaron por
destruir las creencias autóctonas del norte de Europa con sus
lugares de culto y sus tradiciones (v.gr., las misiones en
tierras de anglosajones, ger-manos y eslavos). Esa actitud
intolerante se vio reforzada más tarde cuando el
cristianis-mo se enfrentó al Islam a partir
del siglo VII. Dicha religión se
entendió siempre a sí misma como la
conclusión y cumplimiento de la revelación
contenida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento ; desde el punto
de vista cristiano, sin embargo, el Islam se en-tendió de
una manera escatológica, es decir, como la religión
de los "falsos profetas" o del Anticristo. La constante
agresión del cristianismo contra el Islam –en la
Península Ibérica, en Palestina y en todo el
Mediterráneo Oriental durante la época de las
Cruza-das- se llevó a cabo, en efecto, desde una actitud
fundamental de intolerancia, Como lo pone Le
Goff[16]

"La cruzada, al mismo tiempo que nos
muestra una
cristiandad segura de sí misma, nos la muestra
también alérgica a los otros. En realidad mata,
sólo espo-rádicamente busca la conversión.
Esta agresividad se manifestó primero en Eu-ropa contra
los judíos
más que contra los musulmanes.
Pogroms y cruzadas están relacionados. Raúl Glaber
nos ofrece ya en los comienzos del siglo XI el bien montado
mecanismo: rumores de actos anticristianos por parte de los
musulma-nes de Palestina, vanos deseos cristianos de cruzadas,
pogroms en Occidente. La ruta terrestre de la primera Cruzada
estará sembrada de pogroms, desde Lorena hasta
Bohemia".

Reforma interna de la
Iglesia

Por debajo de todos esos acontecimientos se fue
verificando la progresiva conso-lidación de las estructuras
institucionales dentro de un sistema
eclesiástico en que iban madurando, como hemos apuntado,
nuevas formas, ideales y manifestaciones más com-plejas y
variadas de religiosidad, piedad y práctica. Ya desde el
siglo XI comenzó el Pa-pado, como se ha visto, a
desarrollar su primado jurisdiccional y sus capacidades para
controlar el aparato gubernamental de la Iglesia latina. Algunos
de los cargos adminis-trativos databan de la época
carolingia: el bibliothecarius, o secretario del
pontífice, el primicerius, jefe de su
cancillería, el vestararius, o tesorero, el
karcarius, recaudador de fondos, y el
vicedominus, o jefe de la Casa papal. Los recursos
financieros provenían del Patrimonio de
San Pedro y de los territorios de la Santa Sede, amén del
procedente de las contribuciones de algunas Iglesias (p.ej., el
"dinero de San
Pedro", enviado desde Inglaterra,
Polonia, Hungría y Escandinavia), de las tasas sobre
iglesias y monasterios sujetos directamente a jurisdicción
pontificia, etc.[17].

Fundamental en la tarea de sistematizar y ampliar el
Derecho Canónico a través de los organismos
jurídicos adecuados fue el redescubrimiento, durante el
segundo ter-cio del siglo XI, del Derecho Romano
Justiniáneo
. Las primeras compilaciones del mis-mo
inspiraron, sin duda, el citado "Dictatus Papae", así como
otras recopilaciones lega-les eclesiásticas de la
época. Los ulteriores progresos del Derecho
Canónico a partir de mediados del siglo XII posibilitaron,
por otra parte, la aplicación más continua de los
poderes judiciales de la Santa Sede.

También resultó primordial a la hora de
asegurar la autoridad de Roma en los diversos países la
reivindicación de libres elecciones episco-pales
(no mediatizadas por los poderes laicos), así como el
envío sistemático de "lega-dos pontificios", ya
desde los tiempos de Gregorio VII. Al principio este cargo era
des-empeñado por prelados de sedes importantes o
eclesiásticos que gozaban de la confian-za del
pontífice : más adelante se generalizó la
costumbre de enviar cardenales como le-gatii ad latere
para que permaneciesen un cierto tiempo en el país de que
se tratase pre-sidiendo sínodos, preparando elecciones
episcopales, reformando monasterios, etc. Di-chos cardenales
solían ser los consejeros habituales del Papa y los
miembros de su Cu-ria , sus orígenes fueron más
bien modestos, pero su auge comenzó a hacerse notar des-de
el momento en que, desde 1059, se les reservó en exclusiva
la elección pontificia. Su papel en el
Consistorio, órgano de gobierno y
justicia
asesor del Papa, llegó a su pleni-tud entre Alejandro III
e Inocencio III. La
organización eclesiástica que hemos descrito se
fue extendiendo paulatinamente por todos los países
europeos, en diversas etapas, a lo largo del siglo
XII.

Reforma de la vida
monástica

La llamada "segunda oleada de reformas
monásticas" se basó en un retorno a la
eremítica y al benedictismo de antaño. La cartuja,
movimiento iniciado por San Bruno hacia 1084 y cuyas reglas
quedaron establecidas definitivamente en 1130, no tuvo mu-cha
difusión a causa de sus exigencias estrictas de
aislamiento y silencio, característica que, por otra
parte, permitió a la Orden conservar su aspecto primitivo
durante mucho tiempo. El Císter, por otro lado, iniciado
por Roberto de Molesmes en 1098 al fundar el monasterio de
Citeaux, de donde proviene el nombre de la Orden, vino a ser la
respuesta más precisa a las demandas que la sociedad
europea dirigía por aquel entonces al mo-nasticismo, y
también la mejor aceptada. Sus estatutos –la
Carta Caritatis– no se com-pletaron hasta 1120. Los
ideales cistercienses se resumían en el cumplimiento
literal de la regla benedictina: rechazo de toda riqueza o lujo y
exaltación de la labor manual di-recta
de los propios frailes, auxiliados, eso sí, por laicos
conversi. La organización cis-terciense, frente a la
regla promovida hasta entonces por los abades de Cluny,
permitía una flexibilidad mucho mayor de relaciones y un
reparto de responsabilidades más com-plejo, por lo que
puede considerarse como modelo y
antecedente, en algunos aspectos, de la que
desarrollarían, ya en el siglo XIII, las Ordenes
mendicantes, tanto más cuanto que el 4o Concilio de
Letrán (1215)[18] dispuso que todas las
órdenes monásticas adapta-sen su
organización al modelo
cisterciense[19]

La difusión de reglas entre los canónigos,
casi siempre en medio urbano, para su vida comunitaria
según los ideales apostólicos fue otro aspecto
importante relacionado con el último período de
auge del monasticismo desde mediados del siglo XI, aunque
arrancaba también, como se ha visto, de precedentes muy
antiguos (p.ej., la Institutio Canonicorum, del siglo
IX). En la segunda mitad del siglo XI proliferaron,
además, de nuevo las fundaciones de casas de
canónigos según la regla de San Agustín (los
agusti-nos, o "monjes negros") ; la extensión del
fenómeno a lo largo del siglo XII hizo que és-te
cobrase una importancia considerable, sobre todo en Alemania y en
la comunidad
pa-risina de San Víctor. Toda esa actividad
monástica se reflejó en el plano espiritual por la
proliferación de tratados y
escritos diversos acerca de mística y moral,
así como de lite-ratura hagiográfica. En general,
la calidad literaria
de aquellos autores fue excelente por su propia
convicción, por el hecho de dirigirse a un público
bastante amplio y también por su conocimiento
de autores del período clásico como Cicerón
o Séneca, o bien de la patrística. La
tradición benedictina aparece reflejada en las obras de
San Anselmo, y la eremítica en las de San Bernardo, un
hombre al
parecer de vasta cultura,
aunque conser-vador en su concepción de la sociedad, o en
las de Guillermo de Saint-Thierry, el escri-tor místico
más profundo del siglo XII. Un fenómeno nuevo, por
fin, propio también del siglo XII y de la espiritualidad
cisterciense, fue el nacimiento en aquellas fechas del
misticismo femenino, iniciándose de esta manera
una corriente intelectual que tendría su apogeo durante el
siglo XIV y que constituiría un eslabón
importantísimo en la historia de esta faceta de
la religiosidad durante la Plena Edad Media.

Herejías y
movimientos heterodoxos

Según Michel
Mollat[20]desde principios del
siglo XI se experimentaron en la Europa cristiana una serie de
mejoras socioeconómicas innegables. Merced a la
institu-ción de la "paz de Dios", que ya hemos mencionado,
la devastación de los campos por la guerra no era
ya crónica, y la roturación de nuevas tierras
contribuía en los años buenos a equilibrar las
cosechas con las necesidades alimenticias de la población. Por otro lado, la mejora de las
comunicaciones
permitía en ocasiones suplir las deficiencias que se
pu-dieran producir. Sin embargo, todo ello no bastaba para paliar
el frío y el hambre, sobre todo de los campesinos, pero
también de algunos nobles. La pobreza
obedecía, tanto en-tre los nobles como entre los plebeyos,
a las mismas causas, ya que todos ellos se desen-volvían
en un medio mayoritariamente rural y se hallaban expuestos a las
mismas cala-midades, como fue el caso de las crisis de los
años 1144-47 y 1194-99 en el Languedoc. Pero la pobreza no
sólo afectaba al campo, sino que también alcanzaba
a las ciudades, en este caso ligada a las duras condiciones del
trabajo cotidiano y a la precariedad de las condiciones de
existencia. Todo ello llevó, según este autor,
directamente a la aparición de los movimientos de "pobreza
voluntaria":

"La tradición sostiene que
Vaudés [Pedro Valdo] halló
simultáneamente en 1173 la pobreza física y la pobreza
ideal. El canto por un juglar de la Leyenda de San Alexis le
desveló al parecer las realidades del desarraigo.
Consultando a un teólogo acerca de la significación
del choque psicológico que experimentó, éste
le orientó como sigue en sus aspiraciones a la
perfección: "Ve y da todos tus bie-nes a los
pobres
" ; le propuso una pobreza evangélica y
voluntaria, secular y siempre actual. El drama se desarrollaba,
por tanto, a dos niveles y sin concesio-nes, con sus eternos
personajes, el pobre, el llamado y el Cristo, y en tres actos:
presencia de los pobres, incomodidad y crisis de conciencia y
compromiso con la vía salvífica de una pobreza
aceptada o querida. Esos datos y fases
podrían re-sumir los términos del problema de la
pobreza a finales del siglo XII y aclarar ciertas circunstancias
fundamentales del movimiento valdense".

El empobrecimiento de campesinos y nobles no sólo
favorecía, según Mollat, a los especuladores,
usureros y prestamistas laicos. También había
sectores de la Iglesia que se beneficiaban de la situación
; se conoce, por ejemplo, con toda exactitud el papel que jugaron
los monasterios normandos de la época como
establecimientos de crédito, y este autor se pregunta si acaso
la existencia de las granjas agrícolas cistercienses a que
nos hemos referido más arriba no contribuiría de
manera decisiva a la erradicación de las pequeñas
tenencias de tierra y al
aumento del número de desarraigados. Porque lo que
sí es cierto es que la interpretación que entonces se hizo fue
puramente religiosa, sin criticar en absoluto la estructura
social vigente, es decir, el
feudalismo[21]

"Generalmente se admitía que al
estado involuntario de pobreza se le podía considerar como
una aflicción de carácter individual, análoga a una
enfermedad, y que la existencia de un gran número de
pobres era algo así como un fenómeno tan inevitable
como un mal padecimiento. Se suponía, por tanto, que
"los pobres estarían siempre ahí".
¿Semejante concepción no ha durado acaso lo mismo
que la impotencia técnica frente a la Naturaleza y
la inoperancia –por no decir la au-sencia- del análisis de los hechos sociales? Asimilada
a una enfermedad, la po-breza era como la guerra: un mal al que
no se podía poner remedio más que limi-tando su
frecuencia y sus efectos. Como todos los sufrimientos humanos, la
po-breza, habiendo nacido de los pecados de cada individuo y de
los comunes a to-da la colectividad, competía,
según una fórmula original de Rupert de Deutz, a la
responsabilidad de la Iglesia en tanto que
comunidad. Esta idea no se sitúa en el plano
filosófico y sociológico de la actualidad, sino en
el plano teológico, ecle-siástico y
escatológico. De esta manera, la pobreza se inscribe en
una perspecti-va sanitaria ; viene a constituir una prueba para
el pobre, y para el rico una oca-sión de ejercer su
caridad, así como un elemento necesario de una
economía ge-neral de redención".

La "pobreza voluntaria" se desarrolló, por tanto,
en el marco de la ortodoxia ca-tólica y sin expreso deseo
de abandonarla, dentro de los fenómenos de reforma
eclesiás-tica del siglo XI, que promovieron, como hemos
visto, el retorno a los ideales de la po-breza evangélica:
"En efecto, hacia finales del siglo XII, el malestar que
provocaba la pobreza era sin duda más intelectual, moral y
espiritual que social. Los elementos cons-tituyentes de este
aspecto –el principal- del problema son diversos y se
complementan entre sí: retraso e inadaptación de
las actitudes
mentales y de las prácticas para con los pobres y
discordancias e infidelidades en relación con el ideal
cristiano de la po-breza. No se trata de que en el siglo XII,
como en cualquier otra época, se diese de lado la
práctica de las obras de misericordia o el espíritu
de la pobreza monástica. Muy al contrario, a los esfuerzos
de las Ordenes cisterciense y cartuja hay que sumar un
flore-cimiento de las fundaciones hospitalarias de iniciativa
laica. Precisamente a causa de la aspiración a la pobreza
evangélica, más vivamente sentido aún en las
élites laicas, éstas sufrían tanto
más de la falta de pobreza cristiana cuanto más
presente se hacía la miseria hacia fines de siglo. Tal
necesidad se presentaba tanto en las Ordenes monásti-cas
como en los obispados, y con mayor razón entre los laicos
con fortuna
"[22].

En unos casos el ideal se procuraba alcanzar mediante el
eremitismo y la suje-ción a regla ; en otros la
adhesión a los ideales de la pobreza voluntaria daba lugar
a crí-ticas y enfrentamientos con el alto clero, rico y
feudalizado. En el siglo XI tenemos, por ejemplo, en el seno de
la "reforma gregoriana", la vuelta de los
patarinos[23]uno de cu-yos jefes fue el
futuro Papa Alejandro II. En el siglo XII se formó un
segundo grupo con esta
misma denominación a partir del año 1130
aproximadamente ; seguía las enseñan-zas de Pedro
de Bruys, en cuya doctrina pueden detectarse influencias
dualistas o mani-queas[24]Un contemporáneo
suyo, de ideas similares, Arnaldo de Brescia, fue
declara-do hereje en 1139 ; luego marchó a París,
donde estudió con Pedro Abelardo[25]y fue
expresamente criticado por San Bernardo. Fue ejecutado en 1155,
una vez vuelto a Ro-ma, tras la restauración del poder
pontificio en la ciudad por obra del Emperador Fe-derico I ; sus
seguidores fueron los arnaldistas, o pobres de
Lombardía
. A la generación siguiente
apareció una nueva variante de este movimiento cuyo
iniciador fue el ya men-cionado Pierre Vaudès [Pedro
Valdo
], un claro predecesor de San Francisco de Asís
; la fraternidad "valdense" se constituyó como iglesia
aparte antes de 1120 y se extendió por el Norte de
Italia y por
el Sur y Este de Francia, el
Nordeste español y
posteriormente por Europa Central. Algunos de sus miembros, los
llamados humiliati, aceptaron la re-gla agustina en
1201[26]

  • b) El catarismo

Las sectas "dualistas" aparecieron por
diversos puntos de Europa desde los pri-meros decenios del siglo
XI, aunque con perfiles borrosos ; Jacques Le Goff describe el
fenómeno[27]

"El primer hereje de Occidente es un campesino de
Chanpaña, Leutard, que a finales del año 1000,
después de un sueño en el campo, abandona a su
mujer, va a la
iglesia de su pueblo, rompe la cruz y la imagen de Cristo
y, declarándose inspirado por Dios, comienza a predicar,
incitando a que se nieguen al pago de los diezmos y propagando el
examen crítico de la Biblia. Seguido en un
princi-pio por numerosos discípulos y abandonado
después, terminó arrojándose a un
pozo.

Herejías, tanto cultas como populares, se suceden
en Orleans, Aquitania, Arrás, Monforte,
Châlons-sur-Marne, en los Países Bajos con
Tanchelm, en Mans con Henri de Lausana, en los Alpes con Pierre
de Bruys y hasta en Rena-nia.

En 1163, un canónigo de Bonn que se había
hecho monje, Eckbert de Schö-nau, llama por primera vez a
los herejes "cátaros", es decir, puros. Son los mis-mos
que en 1167 celebran un concilio en
Saint-Félix-de-Caraman, cerca de Tou-louse. Ya no se trata
de pequeños grupos, sino de
un gran movimiento. Aparece la herejía del bien y del mal
la religión dualista, que ya no es una herejía del
cris-tianismo sino otra religión distinta. El mayor
desafío al cristianismo medieval está hecho.
Estamos ya en otra época".

El verdadero "catarismo", sin embargo, se
individualizó a partir de 1170 en Lombardía y en el
Languedoc, por influencia de los
bogomilitas[28]serbios y de ideas
similares aportadas por caballeros que participaron en la 2a
Cruzada ; este último aspec-to es descrito por
Henri-Charles Puech como sigue[29]

"Los hechos que refiere el Tractatus de
haereticis
, atribuido a Anselmo de Alejandría, son
aún más decisivos: en el 1147 algunos
francigenae o cruzados franceses originarios del Norte
del Loira entra en Constantinopla en contacto con una secta local
fundada por comerciantes griegos de la ciudad que en sus viajes de
negocios a
Bulgaria habían sido ganados por la herejía
bogomilita y la habían difundido en torno suyo a su
vuelta ; los cruzados adoptan la doctrina (el dualis-mo mitigado
peculiar de una de las ramas del bogomilismo, el ordo
Bulgariae
) en tan gran número que llegan a constituir
una comunidad aparte con su obispo propio, el "obispo de los
latinos", y a su vuelta, poco después de Julio o Agosto de
1149, la llevan consigo a sus patria, donde constituirán
una iglesia también dotada de obispo, la Ecclesia
Franciae
.

A partir de ellos –siempre
según el mis-mo documento- es como los
provinciales (los "provenzales", los herejes del Sur de
Francia), más tarde agrupados en los cuatro obispados de
Carcassonne, Albi, Toulouse y Agen, habrían sido
contaminados, comenzando, pues, por ser gana-dos para el dualismo
relativo. Desde entonces indiscutible, la implantación y
di-fusión
en Occidente del catarismo propiamente dicho queda confirmada por
las Actas (de autenticidad sospechosa, no obstante) del concilio
celebrado en el 1167 en Saint-Félix-de-Caraman, en la
diócesis de Toulouse, donde vemos cómo un
representante de la herejía oriental, Nicetas (Niquinta),
obispo de Constanti-nopla, convierte al dualismo radical a las
comunidades de Lombardía y del Sur de Francia, y preside
la organización, o reorganización, de las
diócesis y la jerar-quía. Intervención
capital, pero que a la larga no tendrá efecto más
que en el Languedoc, ya que las Iglesias italianas
volverán pronto al dualismo mitigado".

Los cátaros lombardos desaparecieron pronto, pero
la ideología dualista se ex-pandió por
el Languedoc durante mucho más tiempo, tal vez por falta
de aplicación y profundidad de la anteriormente referida
reforma eclesiástica en aquella región, y no
según criterios clasistas, puesto que no se trataba
precisamente de una herejía de pobres o marginados, sino
que fue aceptada, como se verá, por muchos
aristócratas, profesiona-les urbanos, artesanos, curas
rurales y campesinos.

Entre ellos permanecieron rasgos cristianos, en especial
la continua mención de la Sagrada Escritura, el
deseo de una vida piadosa y ascética, sobre todo entre los
que alcanzaban el grado de "perfectos", y la aceptación de
los pecados enumerados y descritos por la doctrina
eclesiástica ; pero los rasgos maniqueos eran
evidentes[30]; el mundo visible, según
ellos, era obra del diablo, causa objetiva del mal, y sólo
cabía liberarse de ellos para aportar una
contribución real-mente humana en la lucha cósmica
entre el Bien y el Mal. Entre 1190 y 1220 se desple-gó la
época del "catarismo triunfante", la designación de
obispos entre ellos e incluso la celebración de Concilios.
Fueron perseguidos y exterminados por la Inquisición, que
quemó o hizo desaparecer muchos de sus escritos, pero se
han conservado algunos que permiten conocer razonablemente bien
lo esencial de su doctrina[31]

  • c) El mito milenarista

En la concepción de este tipo de
creencias se integraban varias ideas antiguas: una, la del
eterno retorno[32]y la
renovación cíclica de la realidad
histórica
a través de sucesivos mundos ; otra,
la creencia en una supuesta Edad de Oro primitiva,
a partir de la cual el mundo se habría ido degradando
paulatinamente a través del tiempo. Sobre ellas actuaba la
fe de tipo apocalíptico (lectura
literal del Apocalipsis, 20, 1:6) en el fin de los
tiempos
, el retorno del Mesías y la
instauración de un nuevo cielo y una nueva Tierra
perfectos, suceso que restauraría la primigenia Edad de
Oro anterior al pecado y la
plenitud del mundo, y que tendría lugar tras un lapso de
degradación final y triunfo transitorio del mal en el
tiempo y ciclo presentes. La instauración de la Iglesia de
Cristo se contemplaba como la señal de que el fin, la
llegada del "milenio" futuro, estaba próxi-mo ; otra
señal estaba constituida por el rechazo de la
riqueza
(la "pobreza voluntaria", que ya hemos tratado) como
anticipo del "reino de los justos" y, sobre todo, la
aparición de un "Emperador del fin de los tiempos" que se
suponía iba a asegurar una época de paz y de
expansión de la fe antes de que el Anticristo perturbara
todo el proceso con su
intento postrero de imponer el mal[33]Por
supuesto, esta creencia, como todas, fue aprovechada desde una
óptica
política
por los soberanos de la época, como constata Jean
Séguy[34]

"Las especulaciones sobre el Rex
iniquus
, que precedería a la llegada del Anticristo y
anunciaría la llegada del rey de los últimos
tiempos, están presentes en toda la época medieval.
Es sabido que las dinastías francesas y alemanas las
utilizaron en provecho propio ya desde la primera Cruzada.
Raimundo de Saint-Gilles, conde de Toulouse, Luis VII de Francia,
Federico Barbarroja, Balduino IX, conde de Flandes, Federico II,
etc., se hicieron pasar sucesivamente por este rey de los
últimos tiempos. Después de la muerte de
algunos de ellos, la creduli-dad popular imaginó que
estaban simplemente ocultos, en espera del momento oportuna para
reaparecer y cumplir su misión
mesiánica".

El milenarismo, en efecto, siempre tuvo un componente
mesiánico, ya desde sus primeras manifestaciones. En los
primeros siglos del cristianismo, algunos padres y es-critores,
fundándose sobre todo en el referido testo del
Apocalipsis, enseñaban que Cris-to volvería al fin
de los tiempos para reinar sobre la Tierra durante mil
años. De ahí la denominación de esta
doctrina, que también se ha empleado en su
terminología griega: quiliasmo (de
"khilias"=mil). Los principales representantes de la misma fueron
San Pa-pías de Hierápolis, San Justino, San Ireneo,
Tertuliano y Lactancio. Combatido ya en el siglo II, el
milenarismo fue erradicado en el siglo V por Orígenes y no
volvió a salir a la luz hasta la
época que estamos estudiando[35]Esta
creencia siempre fue perseguida, pues por lo general estaba
relacionada con revueltas de tipo social y hasta con
levanta-mientos nacionalistas ; en la Edad Media estuvo asociado
a la "reforma gregoriana" y a "… sentimientos
socioeconómicos de frustración exacerbados por
hambres y pestes fre-cuentes
", como lo pone Jean
Séguy[36]

Dentro de los movimientos de penitentes más o
menos ortodoxos que prolifera-ron en el siglo XI conviene
destacar a los liderados por Tanquelmo por un lado y Eudes de
Estrella por otro en el Norte y Noroeste de Europa en el seno del
conjunto de revuel-tas sociorreligiosas –primero de
inspiración burguesa, y más tarde de amplia
raigambre popular- que conmocionaron esa
zona[37]El primero, un funcionario de la Corte de
Roberto II, conde de Flandes, se presentó como un nuevo
Mesías: "Vestido con hábito monástico,
atacaba las costumbres licenciosas del clero, en predicaciones al
aire libre a las
que acudían grandes multitudes. Bajo su influencia los
habitantes de la ciudad re-chazan los sacramentos. Cuando
Tanquelmo predica contra los diezmos, el pueblo deja de pagarlos
al clero y los da al profeta y a sus discípulos, al
presentarse éste como por-tador del Espíritu
Santo. Es Cristo, es Dios … Rodeado de doce hombres y una
mujer (que representa a la Virgen), el nuevo Mesías lleva
una vida regia, ofreciendo suntuo-sos banquetes a sus amigos.
Después de algún tiempo de predicación,
sólo aparece re-vestido de ornamentos regios, escoltado de
guardias, precedido de un crucifijo, un es-tandarte y una espada
reales. Es el rey de los últimos tiempos, llegado para
establecer un reino de igualdad en el
que los humildes encontrarán compensación a sus
pasadas desgracias
". Tanquelmo murió en 1115,
asesinado a manos de un sacerdote.

Al contrario que en el caso arriba descrito, el
movimiento de Eudes de la Estrella (o Eudo de Stella), surgido
aproximadamente 30 años después, no afectó a
las zonas ur-banas e industriales, sino a regiones agrestes y
recónditas de Bretaña y Gascuña: "Su
significación sociológica no está tan clara.
Sin duda hay que relacionarlo con la esca-sez de tierras
explotables y con la agravación de la suerte de los
campesinos en un pe-ríodo marcado por inviernos muy duros
y hambres crueles. Eudes tiene pretensiones mesiánicas. De
vida austera, ataca a la Iglesia, demasiado rica. Niega sus
poderes y su misión y le opone una contra-Iglesia, un
cuerpo episcopal cuyos obispos llevan nom-bres o títulos
inesperados: Sabiduría, Conocimiento, Juicio, etc. A veces
se ha querido ver en ello una prueba o una huella de gnosticismo.
¿Por qué no ha de tratarse simple-mente de un
milenarismo espiritualista cuyos jefes toman sus nombres de los
dones del Espíritu Santo o los títulos
mesiánicos de Cristo? Porque Eudes de la Estrella,
pertene-ciente a la pequeña nobleza bretona,
víctima quizá del derecho de
primogenitura[38]que empieza a imponerse, tiene
pretensiones mesiánicas. Le siguen numerosos
partida-rios que viven
con él en los bosques. Saquean, queman, atacan todo lo que
tiene rela-ción con el clero
". Eudes murió de
hambre en la cárcel en 1148, pero sus discípulos
continuaron con la labor que él había iniciado ;
muchos de ellos perecieron en la hogue-ra como herejes
impenitentes.

La creencia milenarista, por tanto, fue vehículo,
sobre todo a partir del siglo XII, para expresiones de
tensión social que equiparaban bien y poder, mal y
riqueza, e inclu-so fundamentó movimientos que hoy se
denominarían de "contracultura". También
sir-vió, aún antes (desde el siglo VIII), para
estigmatizar a personajes que se tenían por An-ticristo, o
bien para exaltar, como hemos visto, a algunos Emperadores, no
muertos, si-no ocultos, que regresarían para realizar su
misión benéfica antes del fin de los tiempos.
Muchos acontecimientos contemporáneos, como las invasiones
turcas a Tierra Santa, anticipaban para muchos de los autores que
propagaban esta creencia la inminencia de la nueva era. Las
predicaciones de Pedro el Ermitaño, por ejemplo,
coincidentes en el tiempo con la 1a Cruzada, contribuyeron a
arrastrar a múltiples pauperes y jóvenes,
y la propia expedición militar, a pesar de su complejidad
y de sus contradictorios resultados, dio lugar a relatos que
exaltaron el "mesianismo" y la creencia en un próximo fin
de los tiempos: importaba rescatar la tumba de Cristo y
posesionarse de Jerusalén, ciudad más
mística que material, especie de anticipación de la
inminente Ciudad de Dios. De ahí el radicalismo primitivo,
volcado contra los judíos, que se da ya en la "cruzada
popular" de finales del siglo XI y se repite en ulteriores
movimientos de cruzada, concretamente en 1146, 1197, 1212 y
1251[39]; Séguy confirma esta
suposición[40]

"Así, por ejemplo, las cruzadas de los
pastoureaux (la primera de las cuales tuvo lugar en
1251), continuación –fenomenológicamente- de
la cruzada de los pobres que coincidió con la primera
Cruzada. En estos movimientos, que se dis-tinguieron siempre por
su antisemitismo
sangriento y su anticlericalismo radical, encontramos las mismas
gentes y las mismas esperanzas que en las sectas de predicadores
errantes, monjes apóstatas o sacerdotes exclaustrados ;
las mismas esperanzas mesiánicas, la misma
pretensión de hablar en nombre de Dios y esta-blecer el
Reino escatológico o favorecer su desarrollo".

Según Séguy, todos estos movimientos se
localizaban en zonas muy determina-das de la geografía europea,
con unas características socioeconómicas muy
marcadas: "Su punto de partida y su principal área de
reclutamiento
se sitúa entre Bohemia e In-glaterra, en una franja de
territorio delimitado exclusivamente por Escandinavia y el Norte
de los Alpes. Francia queda atravesada por esta línea
divisoria. En general se trata de países donde la industria
medieval alcanza su máximo desarrollo. El creci-miento de
la natalidad es también allí donde alcanza el nivel
más alto. Los contrastes de fortuna son más
patentes que en otras partes y la creación de un
proletariado de campesinos desarraigados favorece la
inestabilidad psicosocial. Las grandes pestes, la penuria, el
hambre, parecen actuar sobre las masas de estas regiones como
catalizado-res o reveladores. La mayor parte de los movimientos
mesiánicos de la época coinciden con la
aparición de una u otra de estas
calamidades
".

En el transcurso del siglo XII algunos escritores
sentaron las bases teóricas y doctrinales para la
permanencia y difusión del mito
milenarista. El autor principal fue el monje cisterciense
Gioacchino da Fiore (1130/35-1201/02), quien pretendía
esbozar una magna interpretación lineal y progresiva de la
historia humana, en cuyo transcurso se producían
aclaraciones cada vez más exactas del mensaje
divino[41]Desde el segundo tercio del siglo XIII
sus ideas alcanzaron cierta difusión y se compusieron
incluso textos apócrifos atribuidos al visionario
calabrés. A comienzos de ese mismo siglo, los movi-mientos
heréticos tenían ya un volumen
suficiente como para preocupar a la Iglesia es-tablecida, sobre
todo en Italia, Francia del Sur y diversas zonas de Alemania
renana, de las cuencas del Mosa y del Mosela y de Flandes. Se vio
preciso contener aquella reali-dad, pero sobre todo rescatar para
la ortodoxia los impulsos y aspiraciones religiosas que se
manifestaban detrás de ella. Tal sería la tarea
encomendada a las órdenes mendi-cantes, y en los
que tocaba al castigo, a la
Inquisición[42]

Este trabajo pretende analizar con cierta profundidad la
herejía cátara en su ver-sión "albigense",
es decir, tal como se presentó en el Languedoc durante los
siglos XII y XIII, situándola en el contexto cultural y
socioeconómico de la Europa de la época. A tal fin
comenzaremos caracterizando los cambios sociales que se
produjeron a la sazón en todo el Occidente a raíz
de la paulatina introducción del modo de producción feudal, que vino a sustituir a
las estructuras del mundo carolingio en la Plena Edad Media. A
continuación, una vez vistas las peculiaridades del nuevo
sistema tal como se afectó a la economía provenzal
y hecho especial hincapié en las relaciones
sociopolíticas del Lan-guedoc con
el Norte de España, y
especialmente con el reino de Aragón, intentaremos situar
a la herejía albigense dentro de ese contexto, indicando
sus características princi-pales en lo que al hecho
religioso se refiere, así como a las motivaciones que
llevaron a la Iglesia Católica y a los poderes
establecidos a reprimir salvajemente dicho movi-miento a lo largo
del siglo XIII.

La plena Edad Media.
Aspectos socioeconómicos

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El crecimiento
demográfico

El rasgo más característico del
período que aquí nos ocupa es que se trató
de una época de progreso que, comenzando a mediados del
siglo X, se haría notar con mayor intensidad a partir del
XI, iniciándose entonces una época de
expansión. La causa fun-damental de este fenómeno
estuvo constituida por una serie de avances técnicos que
au-xiliándose en una climatología favorable
trajeron consigo el aumento de productividad del
suelo,
así como una extensión de la superficie cultivable.
Como resultado de todo lo anterior se produjo un importante auge
demográfico. Los datos referentes a la pobla-ción,
por otro lado, son por los general indirectos y únicamente
permiten establecer hi-pótesis difíciles de
corroborar ; fundamentalmente destaca el crecimiento de los
núcleos de población, tanto rurales como urbanos,
apareciendo incluso nuevos núcleos en co-marcas
anteriormente despobladas.

Al aumentar la población en esas zonas
aumentó co-rrelativamente en ellas el valor de la
tierra ; ese alza de los precios da
noticia de una ma-yor necesidad, con lo que se ha calculado que
la población de Europa occidental pasó de 23
millones en 1100 a cerca de 55 millones hacia 1300 (un aumento
promedio de un 12%o, oscilando según
localidades)[43]. El ritmo de crecimiento
más acentuado se produ-jo durante el siglo XI, con el
aumento de las roturaciones ; a lo largo del siglo XII se
mantuvieron las mismas características, aunque ya
empezaban a notarse señales
de re-troceso que ya anunciaban las condiciones que iban a reinar
durante la Baja Edad Me-dia, que se anunció con una serie
de pestes y guerras[44]

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Se sabe que la tasa de natalidad era más alta en
las clases aristocráticas, ya que sus mujeres no estaban
sometidas a servidumbre como las de clase baja. La
media de descendencia era de entre 4 y 4,5 hijos por familia. En
cuanto a la mortalidad, se situaba en torno a un 40%o en
los adultos ; la esperanza de vida ascendió a una media de
35,3 años entre 1200 y 1276, para descender hasta los 29,8
para el primer cuarto del siglo XIV. Uno de los indicadores
que más se manejan a este respecto para la época
posterior al siglo XIII es el de averiguar cuántos hombres
tenían que pagar impuestos. Todos
es-tos datos dependen, por supuesto, de las
características de las distintas localidades. Hay que
tener en cuenta que la conquista de
nuevas tierras provocó también el desplaza-miento
de la población rural hacia las ciudades, e incluso hacia
localidades de nueva creación.

Las fuentes
presentan a la población popular con un carácter
más móvil de lo que en un principio cabría
esperar. Tales desplazamientos poblacionales desde lugares
superpoblados a lugares vacíos o a nuevas villas no
bastaron en su momento para ate-nuar la diversidad existente
entre las densidades de poblaciones regionales, ya que el
movimiento demográfico no fue igual en todas partes, y era
frenado a menudo por difi-cultades de tipo jurídico. El
progreso técnico en la agricultura,
por otra parte, fue asi-mismo incapaz de liberar, como hemos
visto, a los campesinos de la penuria alimenti-cia ; a lo largo
de los siglos XI y XII las irregularidades registradas en las
cosechas (por la lluvia y el granizo, más que nada)
condujeron a una mayor carestía del grano e hizo que
multitud de hambrientos fueran a refugiarse a las puertas de los
monasterios. Las clases altas, por el contrario, se encontraban
más protegidas ante tales eventualidades
climatológicas[45]

La expansión
agraria

La misma se llevó a cabo a expensas
de las praderas, os pantanos o incluso del mar. Los historiadores
franceses y alemanes coinciden en considerar esta época de
rotu-raciones como la más próspera en muchos siglos
para el mundo rural. Los avances téc-nicos también
fueron significativos[46]

  • a) Utillaje

  • Utilización cada vez mayor del
    hierro

  • Atelajes más adecuados (herraje de los
    animales)

  • b) Instrumentos de labranza

  • Arado de vertedera, perfeccionado y
    generalizado a partir del siglo XII

  • Mejor aprovechamiento de las fuentes de
    energía (se perfeccionan las téc nicas
    anteriores de energía hidráulica y
    eólica)

  • Molino de agua (conocido desde época
    romana como "rueda de agua" para moler grano ; en el siglo XI
    aparece, en la zona del Atlántico, el molino movido
    por agua marina[47]( Se utilizaba para el
    bataneado de pieles (desde el siglo XI, y generalizado a
    partir del siglo XIII), for ja (siglos XII-XIII),
    fabricación de pasta de papel (siglo XIII), afilado de
    cuchillos, estirado de cueros, etc.

  • Molino de viento (aparecido en
    Normandía en el siglo XIII)

  • Otras máquinas: torno, sistema de
    biela y manivela, etc.

  • Utilización creciente del caballo,
    anteriormente poco común por lo costo-so, frente al
    tiro de bueyes

  • Perfeccionamiento de las labores de la tierra y
    fertilización del suelo ; rastrilleo y escarda para
    compensar la falta de abono.

Aparte de los adelantos técnicos, también
influyeron decisivamente en el desa-rrollo de los hechos los
cambios climáticos que tuvieron lugar en el
período: sequedad y frío. Estos factores incidieron
positivamente en el rendimiento del campo, e indirecta-mente en
la cuestión demográfica: al cesar la movilidad
poblacional aumentaron auto-máticamente la natalidad y la
esperanza de vida. Otro de los aspectos, y uno de los más
interesantes, en relación con el desarrollo agrario
experimentado durante esta época fue la
ampliación de los campos contiguos por parte de
los mansoveros, una práctica discre-ta y cómoda
realizada generalmente a partir de la deforestación de los bosques y casi siempre
a espaldas del gran propietario, por lo que apenas dejó
rastros en la documenta-ción que hoy manejamos ; Georges
Duby describe el fenómeno como
sigue[48]

"Sin duda, la mayor parte de los nuevos campos fue una
prolongación del antiguo terruño sobre los
baldíos y pastos que lo rodeaban. Este era el
procedi-miento más discreto y más cómodo,
que incluso en ocasiones podía llevarse a efecto a
escondidas del señor … Sin embargo, es posible
apercibirse de que la ampliación del espacio cultivado fue
en muchos casos una acción
colectiva realizada por todos los hombres de la aldea bajo la
dirección del señor: este fue por
ejemplo el caso en algunos pueblos ingleses en los cuales un
nuevo "campo" se añadió en el siglo XIII al
terruño antiguo. Algunas veces, el señor estimulaba
directamente los esfuerzos de los campesinos instalando en la
localidad a nuevas familias".

El hábitat
rural

Durante la Alta Edad Media existía un visible
contraste entre las regiones que estaban densamente pobladas y
aquellas que se encontraban vacías de hombres. Aque-llos
espacios desiertos que primigeniamente habían resistido el
asalto de los campesinos fueron vencidos finalmente gracias a la
extensión del terruño mediante la creación
de pueblos limítrofes. Los desiertos fueron paulatinamente
colonizados por pioneros (de-nominados "forasteros" o
"albarranes") que abandonaban sus pueblos natales y se
esta-blecían en las tierras vírgenes. Trabajaban en
comunidad, configurando un hábitat
cohe-rente y tendiendo a crear un modo de vida social
análogo al que habían dejado atrás. Por otro
lado, si bien en la mayoría de los casos estos pueblos
nuevos surgían de manera es-pontánea, algunos de
ellos nacieron, sin embargo, por voluntad deliberada de los
gran-des señores como medida para reforzar la seguridad de un
camino, la frontera de un
Es-tado señorial, etc. Estos nuevos pueblos se
convertían automáticamente en centros de percepción
de tasas ; de ahí el interés en
su creación. La idea del señor consistía,
por tanto, más en beneficiarse de la explotación de
los derechos
inherentes a su autoridad que en crear un nuevo territorio. El
problema principal de tales empresas
estribaba en atraer a los nuevos pobladores ; de ahí que
se atribuyera a estos lugares unos estatutos jurídicos
particulares, dotándolos de una serie de privilegios que
atrajeran a los inmi-grantes. Los señores solían, a
tal fin, asociarse entre ellos e incluso con los monjes y
clérigos con vistas a la conquista de nuevas tierras y a
la búsqueda de nuevos poblado-res para las mismas. Estos
últimos, por su parte, exigían constancia
documental, una carta de privilegio que protegiese sus
intereses[49]

Las aglomeraciones campesinas de nueva creación
se reconocen fácilmente por el nombre que llevan
(Villafranca, Villanueva, Bastidas, Burgos, etc.), denominaciones
que proliferan a lo largo de toda la Historia hasta bien entrado
el siglo XX. Así, nume-rosas localidades
germánicas llevan sufijos que denotan este mismo origen:
-berg, -burg, -rode o
–reuth ; Robert Fossier amplía esta
información[50]

"Para ver con más detalle lo que los
textos dejan tan a menudo en las sombras, la
"Siedlungsgeschichte"[51]alemana ha resaltado el
interés de la toponi-mia. Las sustracciones sucesivas de
vocablos, por series cronológicas, hacen que aparezcan
capas sucesivas de ocupación humana, y se sabe todo el
jugo que A. Delèage sacó de este sistema hace casi
cuarenta años, para la reconstrucción de la
cobertura vegetal de Borgoña antes del año 1000:
topónimos vegetales en pri-mer lugar, pero también
formas con desinencias y composiciones típicas de una fase
determinada de ocupación. El peligro radica respecto a la
fecha o a las con-diciones de formación de los
topónimos, ya que situándose en el 950 o en el
1000, poca importancia tendría que –willer o
–viller sean del siglo IX y –heim o –curtis de
los siglos VI y VII, puesto que no hay duda de que son anteriores
a la gran oleada de los siglos XI y XII. Por el contrario, hay un
hecho que es más perocupante, los topónimos como
esos o bien otros, y que además son emplea-dos comunmente
en todos los siglos, como en –hof, -dorf, -bach, -wald o
ville, -mont, -bois, no permiten de ninguna manera descubrir el
grupo humano que abarcaban ; ¿topónimos
tradicionales de algún lugar no habitado?
¿Hábitat tem-poral? ¿Villorrio?
¿Emplazamiento artificial o creado? O peor aún,
¿lugares anti-guos rebautizados? Parece, pues, más
seguro basarse
solamente en las formas tardías sin discusión y
que, aunque sólo se atribuyen a un puñado de
chozas, se-rán demostración del retroceso del
árbol, y en este caso se presentan pocas du-das: -rod,
-ried o –schlag germánicos, leys, dens, hurst, shot
y thwaite celtas o sajones, -essari o –rupi en Francia,
-artiga del Oc, -ronchi lombardo, sin hablar desde luego de
topónimos más tardíos pero que pueden a su
vez rebautizar una aglomeración vieja".

Durante la Alta Edad Media el
hábitat era básicamente aislado, a excepción
de los pueblos o aldeas. Con frecuencia se encontraban
habitaciones temporales dispersas ocupadas por cazadores,
leñadores o ermitaños. Muchos monasterios,
hosterías y hospi-tales creaban sus sedes en tierras
desérticas. Fueron realmente los pioneros los que
co-menzaron a vivir en comunidad, a veces a causa de la
disposición topográfica y otras en razón de
la preponderancia ganadera. La ganadería
era utilizada en grandes manadas en las zonas europeas cercanas
al mar con el fin de desalinizar las tierras. La nueva forma de
ocupación del suelo llevó a una nueva mentalidad,
una disposición diferentes del hombre frente a la
naturaleza. Se determina, entre otras cosas, la extensión
de un tipo particular de paisaje, como, por ejemplo, la
utilización de cercados en zonas ganaderas. El hecho, por
otro lado, de que las tierras vírgenes retrocediesen
palpablemente era el más perceptible de todos los aspectos
del fenómeno de la expansión agraria. No obstan-te,
este fenómeno estaba estrechamente unido a otros, como
podían ser los ciclos de los cultivos, determinados en
primer lugar por la mayor importancia que iban cobrando los
granos sembrados en otoño. Se trataba, sobre todo, del
trigo candeal, caracterizado por producir una harina muy blanca,
de superior calidad, para uso preferente en las mesas
señoriales, y el centeno, Los cereales de primavera, en
cambio (v.gr.,
el trigo trimesino, la cebada y la avena), estaban destinados a
los estamentos más pobres. El pan seguía siendo la
base de la alimentación en esa época ; de
ahí la importancia de los menciona-dos cereales
panificables de invierno. Es posible que el trigo candeal llegase
a extender-se a lo largo de los siglos XII y XIII por medio de la
difusión de los modos alimentarios aristocráticos ;
en todo caso, contribuyó a una notable mejora de la
calidad de
vida en general[52]

Medios de transporte y
comunicación. El comercio

  • a) Transporte y comunicación

Las posibilidades de crecimiento
económico estaban ligadas, como es lógico, a
las de transportar mercancías, hombres y noticias.
Dicho progreso fue bastante limitado durante la Plena Edad Media,
continuando de forma más rápida a partir del siglo
XIII. No hubo innovaciones sustanciales en los medios de
transporte
terrestre: los caminos so lían estar por lo general mal
cuidados, exceptuando los de las grandes peregrinaciones y los
que conducían a los lugares donde se celebraban ferias
comerciales. Por otro lado, la continuidad en el uso de las
vías romanas hacía que las regiones del antiguo
Imperio contaran con una red viaria mucho
más completa que las de la Europa germánica y
esla-va. Otra traba importante eran las numerosas gabelas y
peajes locales a que se veían so-metidos los viajeros
debido a la fragmentación de los poderes administrativos ;
no era infrecuente que varios caminos próximos siguieran
la misma dirección con el objeto de intentar soslayar
dichos obstáculos. Hubo, sin embargo, un aspecto en el que
las técni-cas góticas superaron en cierto sentido a
las romanas: la construcción de puentes. Al ser realizados
éstos en piedra, la obra resultaba muy costosa, pero la
alta inversión era am-pliamente compensada por
las ventajas económicas y fiscales, e incluso militares,
que proporcionaban[53]Otro inconveniente del
comercio terrestre estaba constituido por la carestía y la
pequeña capacidad de carga de los medios de transporte por
tierra. Este problema fue compensado en gran parte por el
transporte por vía fluvial. Las grandes re-des fluviales
del Po, Ródano-Saona, Loira, Sena, Rhin, Elba, Oder,
Vístula, Támesis, y en menos grado el Danubio,
fueron adecuadas por medio de diques, muelles y embarca-deros,
caminos de sirga y canales complementarios. En muchos ligares se
formaron aso-ciaciones para asegurar el servicio de
las vías de agua ; por
ejemplo, la hansa parisina o la cofradía
zaragozana de tráfico por el Ebro. A pesar de la
carestía de los peajes y otras trabas, la vía
fluvial permitía transportar fácilmente, en
barcazas de hasta 30 Tm, mer-cancías pesadas de poco valor
intrínseco, cereales, sal, madera, vino,
lana, frutas, heno, etc. Los caminos terrestres se limitaban la
mayor parte de las veces a enlazar y comple-tar a los
fluviales.

La navegación marítima, por su parte,
estaba libre de peajes, salvo a la llegada a puerto, pero
tropezaba con los inconvenientes de la piratería y, sobre todo, de las
cir-cunstancias meteorológicas, que obligaban a realizar
navegación de cabotaje y a evitar las peores época
del año. De todos modos, era un procedimiento
más barato, y en él ra-dicaría el auge del
comercio a larga distancia durante muchos siglos. Hubo,
además, mejoras técnicas:
en el Mediterráneo se generalizó, ya desde el siglo
X, la costumbre de construir la "obra viva" y el armazón
de los barcos antes que la carcasa o casco, lo que abarataba
considerablemente el proceso de fabricación de las
embarcaciones. En el Me-diterráneo Oriental triunfó
también, ya desde el siglo VII, la vela latina, que
permitía aprovechar mejor los vientos. Las ánforas
de barro para almacenaje fueron sustituidas por toneles de
madera, aprovechándose mejor el espacio. Ya entre los
siglos XII y XIV se añadiría a todo esto el
empleo
generalizado de agujas magnéticas, tablas de
navega-ción y la vulgarización del estudio de las
corrientes marinas y de los fondos costeros, lo que
facilitó enormemente la navegación de altura. La
"galera" (con dos mástiles y dos hileras de remos) era un
barco bastante rápido y seguro ; podía servir tanto
para el co-mercio como para la guerra. Sin embargo, resultaba
poco económica, pues precisaba mucha tripulación. A
partir del siglo XIII fue sustituida por la "coca", una
embarcación mucho más grande, movida exclusivamente
a vela, muy estable y adecuada para el transporte de
mercancías ; su maniobrabilidad aumentó
considerablemente con el inven-to del timón de popa, mucho
más práctico que los timones de remos laterales con
que iban equipadas las galeras. Fue precisamente la "coca" la que
permitió el desarrollo que pronto alcanzaría el
comercio marítimo atlántico.

  • b) Los intercambios comerciales

Como advierte Miguel A. Ladero[54]la
llamada "revolución
comercial" de la Ple-na Edad Media se fundamentó en el
lento y desigual desarrollo de técnicas que a menu-do
habían conocido y practicado ya otras grandes
civilizaciones agrarias. Pero fue la ciudad la que
protagonizó el hecho comercial en dos sentidos: porque fue
la sede de mercaderes y negocios y porque actuó como
centro de consumo y
lugar de demanda y
abastecimiento. Jacques Le Goff lo expresa como
sigue[55]

"Los bienes
medievales, tanto como el dinero,
mostraron la fuerza y la
confianza en sí mismas de las ciudades. Y una vez
más las telas nos proporcio-nan un excelente ejemplo. Cada
ciudad importante tenía sus propias medidas para una bala
de tela, y su sello sobre las telas que exportaba
constituía, a la vez, una garantía de calidad y una
expresión de la
personalidad urbana. De este mo-do, la ciudad tomó de
la esfera económica una nueva forma de seguridad: el
control. La
garantía que proporcionaba la ciudad consistía en
que aseguraba el éxito
de sus productos.
Cualquier comerciante que intenta-ra actuar independien-temente
perdía en seguida su crédito".

El consumo de las ciudades se centraba
básicamente en productos de avitualla-miento (v.gr.,
trigo, carne, vino, pescado), más que en las demandas del
gran comercio
internacional. En tales condiciones, oficios como el de
carnicero, a pesar de su margina-ción social a causa del
"tabú de la sangre",
actividades como la entrada de vino cosecha-do por vecinos y la
veda a la importación de otros y otras tareas al
margen del mercado
público, como la reventa, tenían que ser
controladas estrechamente, lo mismo que el abasto, almacenamiento y
venta de trigo a
precios oficiales, en lugares determinados
(alhóndigas), e incluso otros productos, como la
sal, el aceite, el
pescado y diversos ma-teriales de construcción. Entre los
artesanos de las ciudades los había principalmente de dos
tipos[56]

  • a) El que vendía su propio producto
    directamente en su tienda-taller o en el mercado. Se trataba
    de oficios vinculados a menudo al avituallamiento de la
    propia ciudad (alimentación, herreros, toneleros,
    vidrieros, orfebres, carpin-teros, etc.), sujetos a una
    reglamentación más antigua y estricta ; para
    ellos el monopolio y el exclusivismo en la venta era la mejor
    -y a veces, la única- garantía de
    supervivencia.

  • b) Los especialistas en oficios (cuero, textil)
    donde se imponía la división del
    trabajo.

El ramo o subsector textil lanero fue el más
importante, primero para atender ne-cesidades locales, y
paulatinamente también con vistas al gran comercio. A
mediados del siglo XI se produjo la aparición del telar
horizontal movido a pedal, que podía fabri-car piezas de
hasta 15 o 20 m ; al mismo tiempo se introdujeron mejoras en los
procesos de
bataneo y tundido o tinte, y con ellas una lógica
división del trabajo y la necesidad de que los propios
mercaderes distribuidores del producto se
responsabilizasen de todo el proceso productivo para orientarlo
según las demandas que plantease el mercado. Estos cambios
se iniciaron en Flandes desde la primera mitad del siglo XI y
tuvieron como consecuencia el desarrollo de la única
industria medieval digna de tal nombre. Otro sub-sector artesanal
que creció de modo notable con la expansión urbana,
nutriéndose a me-nudo de trabajadores recién
llegado o menos integrados en el ámbito gremial de la
ciu-dad, fue el ramo de la construcción, cuya importancia
era indudable por las inversiones
continuas y cuantiosas a que daba lugar.

El gran comercio, por otra parte, se vio condicionado,
hasta cierto punto, por las admoniciones y reservas éticas
procedentes de la Iglesia, la cual, aunque reconoció el
ministerium mercantil como necesario para el organismo
social, no prestó su aquiescen-cia, según se ha
indicado, a los procedimientos
que habrían facilitado una libre y rápida
acumulación de capitales, al menos hasta la segunda mitad
del siglo XIII, cuando ciertos teólogos, comenzando por
Santo Tomás de
Aquino, reconocieron la licitud del crédito comercial
ante la observación de los incipientes
fenómenos de capitalismo
comercial y financiero que se daban en algunas ciudades
italianas. En los comienzos era más fre-cuente la figura
del pequeño o mediano mercader itinerante, y la feria
constituyó el me-dio más adecuado para coordinar
ese tipo de actividad comercial, tanto a nivel comarcal como
regional o internacional. Tales ferias solían estar
situadas en el cruce principal de caminos terrestres entre las
regiones más urbanizadas y ricas de la época. Los
mercade-res se organizaban por orígenes, con edificios
especiales, a veces, otras con cónsules, delegando la
representación, o formando "hansas". Los principales
productos de inter-cambio eran la pañería flamenca
y demás tejidos,
mercería, especias, vino de la Francia del Norte y
cueros[57]

Paulatinamente fue tomando importancia la
ejecución de pagos y otras operacio-nes financieras, de
modo que desde mediados del siglo XIII las ferias actuaron como
una especie de clearing
house
[58]internacional, y en ello estuvo su
importancia mayor, y su contribución al desarrollo del
crédito, sobre todo en manos de prestamistas italianos, al
principio a tipos de interés entre el 30 y el 40%, aunque
pronto fue descendiendo a medida que aumentaban la seguridad y la
fluidez de la circulación monetaria. Se ha es-peculado
mucho con la importancia de la usura judía, que la tuvo
sin duda, pero mucha mayor incidencia en el desarrollo del
crédito tuvieron los mismos burgueses: los presta-mistas
lombardos, entre otros, lograron renombre internacional. De todas
formas, fue la función de
los cambistas la más trascendente en el auge del
crédito y el nacimiento de la banca ; de esta
actividad se encuentran ya ejemplos notorios en la Génova
del siglo XII, momento en el que también aparecieron los
primeros contratos de
cambio, antecedentes de la letra de
cambio, aparecida en algunas plazas de la Toscana en torno al
año 1300. Jacques Bernard explica esto
último[59]

"Los orígenes, la evolución y las características de
tales letras son ahora bien conocidos, gracias a la labor del
profesor
Raymond Roover. Su base general es, desde luego, un contrato para el
cambio y transferencia de fondos, y su carác-ter
más preciso se deriva del efecto de contracambio, a modo
de negocio a crédi-to en el cual el interés quedaba
oculto en el porcentaje del cambio, siendo éste más
elevado en los lugares que detentaban "la cabeza del cambio" y
marca-ban las
cotizaciones "seguras", que en aquellos que marcaban las
cotizaciones "inse-guras". La moneda de las primeras
constituía el tipo o modelo y era cambiada contra un
número variable de monedas de los lugares que daban
cotizaciones in-seguras. Así, en Brujas el ducado
respondía por un variable número de grats
fla-mencos, pero, por otra parte, constituía la
cotización segura (el escudo) de Lon-dres y Barcelona.
Estas operaciones
fueron del agrado de los teólogos, quienes no prestaban
atención al interés oculto en los
porcentajes de cambio. Pero, para compensar esta benevolencia,
condenaban severamente el "cambio seco", donde el porcentaje de
cambio futuro era predeterminado de modo arbitrario por las
partes interesadas".

Poco a poco, a partir del siglo XII, fue surgiendo,
aparte de los susodichos cur-sorii o mercaderes
cursores
, itinerantes, cuyos volumen de negocios era escaso,
una ca-tegoría de mercaderes más poderosos,
dedicados al tráfico de productos de lujo o a la comercialización de las producciones
artesanas, sobre todo textiles, de mayor precio y
especialización, y todo ello a larga distancia. Entre
ellos surgió la necesidad de asociar-se para realizar
negocios de mayores dimensiones, concentrar el capital necesario
y ofrecer, además, un frente común para la
obtención de mejores condiciones jurídicas en su
trabajo. Tales sociedades
mercantiles aparecieron primeramente en Italia, siguiendo
modelos
bizantinos e islámicos[60]

  • a) Commenda: La más simple y
    antigua. Uno o varios socios (el socius stans)
    facilitaban el capital para emprender y desarrollar el
    negocio, mientras que otro, un mercader (el socius
    tractans
    ), viajaba con las mercancías, las
    nego-ciaba y retornaba con el capital en dinero o especie
    acrecido con las posibles ganancias, que se solían
    repartir en proporción de tres cuartos y un cuarto
    respectivamente. Dicha "commenda" se constituía para
    una sola operación y se disolvía a
    continuación, lo que limitaba el riesgo de los
    inversores, que podían tener intereses en varias de
    ellas a la vez.

  • b) Compagnia: En ciudades del
    interior, y para operaciones de comercio terres-tre y
    fluvial. Diversos miembros, a menudo familiares, concentraban
    su capi-tal en una misma empresa, únicamente a efectos
    de reparto de beneficios. Además del capital social,
    las "compagnias" dominaban el de los clientes que lo
    habían depositado en ellas como casa de banca, lo que
    les permitía am-pliar el ámbito e importancia
    de sus operaciones.

Fuera de Italia los procedimientos de asociación
mercantil eran bastante más arcaicos, y el ejemplo
italiano tardó en difundirse. En el ámbito
flamenco, por ejemplo, lo habitual era que los mercaderes se
agrupasen en ghildas o hansas destinadas a la
ayuda mutua y a la solicitud de un derecho y tratamiento comunes
en los países donde sus miembros actuaban ; su origen se
encuentra en las geldonias vel confratrias del siglo IX,
y hay en ellas un elemento germánico de fidelidad mutua,
compotatio y otros ritos en común, cristianizados
en forma de "cofradías". Los mercaderes utilizaban tales
insti-tuciones preexistentes para controlar el mercado urbano,
fijar precios y defender mejor sus intereses, hasta convertirlas,
a menudo, en asociaciones mercantiles con su local so-cial, sus
rentas, su reglamento y un ius mercatorum incipiente
para resolver los litigios entre sus miembros. No se trataba en
realidad propiamente de compañías de comercio al
modo italiano, pero servían para crear condiciones
más propicias para que los mercade-res las pudiesen
establecer[61]

El renacimiento
urbano

  • a) Características básicas del
    fenómeno

Entre los diversos períodos de
urbanización que ha conocido la historia europea, ninguno
ha tenido tanta amplitud y trascendencia como el ocurrido entre
los siglo X y XIV. Casi todas las ciudades tradicionales de la
Europa Occidental fueron, o bien edifi-cadas entonces, o bien
profundamente transformadas, en el marco de la expansión y
cre-cimiento propios de la Plena Edad Media y de las condiciones
generales de mayor orden social que se vieron durante los siglos
feudales. Los orígenes de ese "renacimiento
urba-no" fueron lentos, humildes y a menudo difíciles en
el seno de un mundo predominante-mente rural y agrario con un
desarrollo mínimo de las relaciones mercantiles, de la
arte-sanía y de los servicios
especializados, integrado por grupos
sociales ajenos por comple-to al modo de vida y a la
mentalidad que caracterizan a las sociedades
urbanas[62]Des-pués de siglos de
decadencia, las ciudades medievales supusieron un impulso
innovador y ejercieron funciones que
sólo de un modo genérico y aproximativo pueden
comparar-se con las observables en las aglomeraciones urbanas del
mundo clásico. Este renaci-miento urbano revistió
características diferentes en las diversas áreas
regionales de Eu-ropa, pudiéndose distinguir cuatro
grandes sectores[63]

  • 1) Mundo mediterráneo (Italia,
    Sur de Francia, España): Mayor continuidad de la vida
    urbana respecto a los tiempo antiguos ; en algunos sectores
    (v.gr., la España musulmana) se vivió una larga
    etapa intermedia de florecimiento ur-bano.

  • 2) Europa noroccidental (Norte de
    Francia, Países Bajos, Renania, Sur de Ale-mania,
    Suiza, Austria, Inglaterra): La vida urbana antigua
    –caso de haberla- había desaparecido casi por
    completo, pero se conservaron muchos emplaza-mientos de
    ciudades antiguas y líneas de comunicación de
    la época romana que sirvieron de punto de arranque al
    renacimiento urbano.

  • 3) Europa Central y Septentrional
    (Norte de Alemania y Escandinavia): No ha-bía
    antecedentes urbanos ; las ciudades nacieron en torno a
    enclaves religio-sos o militares, o bien como centros de
    colonización.

  • 4) Europa Oriental (pueblos eslavos):
    Igual que en el apartado anterior, salvo en el caso de los
    eslavos balcánicos, que, aunque de forma muy
    indirecta, re-cogieron alguna herencia urbanística de
    Roma.

Según Jacques Le Goff[64]la
oposición que se estableció en el urbanismo
pleno-medieval no fue precisamente entre ciudad y campo, sino
más bien entre ciudad y de-sierto: "En torno a la
ciudad había todo un mundo ordenado, habitado y cultivado,
que incluía ciudad y campo. El desierto era lo no
cultivado y salvaje, es decir, el bosque. En el ambiente
eclesiástico y religioso la distinción entre los
mundos urbano y eremítico era igualmente fundamental. Ya
en el siglo IV, San
Martín de Tours, según nos cuenta Sulpicius
Severus, abandonó su sede episcopal urbana cuando
sintió la necesidad de vi-vir en la soledad del yermo ;
para él, esto significaba un monasterio en medio del bos
que, donde pudiera recuperar su energía
espiritual
".

En la distinción de las sociedades urbanas con
respecto a las rurales intervino la formación progresiva
de lo que se ha de-nominado un "estado de espíritu"
peculiar, sustentado en una mayor responsabilidad del individuo
sobre sí mismo debido a la carencia o insuficiencia de los
respaldos que faci-litan la propiedad de
la tierra o la pertenencia a un linaje, lo que se tradujo en la
multi-plicación de las asociaciones asistenciales,
profesionales o para el ejercicio del poder, muchas de ellas
exclusivamente peculiares del medio
urbano[65]Residir en las ciudades obligaba, en
suma, a la práctica de una convivencia más
estrecha, aunque a veces menos personalizada, debido a la misma
densidad de
población y a infinidad de problemas de
orden organizativo que surgían día a día.
Tales funciones de sociabilidad necesitaban, para ejercerse,
condiciones y lugares específicos: plazas, iglesias,
cementerios, baños públicos, tabernas, molinos,
fuentes y lavaderos, etc. De éstos, la plaza urbana
consti-tuía el crisol donde se creaba una "cultura
popular", un folklore
urbanizado laico, satíri-co y paródico, creador de
refranes y formas de hablar, que los escritores recogieron
más adelante en contacto con los valores
culturales eclesiásticos y aristocráticos. Muestra
de esta nueva forma de ver la vida fueron el "renacimiento
cultural" del siglo XII, los ya tratados ideales de pobreza
voluntaria
, también de aquel siglo, o, ya en el XIII,
la difu-sión del arte gótico, el comienzo de las
expresiones literarias que pueden considerarse propiamente
burguesas, o la expansión de las órdenes
mendicantes
, que también hemos mencionado.

  • b) Espectro social I: estamentos no
    productivos

Sobre aquel fondo común, y utilizándolo de
forma diversa, se perfilaba una so-ciedad bastante más
compleja que la campesina. Hubo, por ejemplo, una nobleza
urba-na
, con los privilegios propios del estamento,
dueña de buena parte del suelo de la ciu-dad y de
propiedades en el campo contiguo, lo que permitía a sus
miembros obtener rentas y beneficios como abastecedores del
mercado urbano y mantener su oficio mili-tar. Su importancia fue
mayor en las ciudades mediterráneas que en las del Norte,
donde los nobles siguieron viviendo casi siempre en el campo. Ese
grupo fue perdiendo, sin embargo, el dominio de la
vida ciudadana entre 1250 y 1340, sobre todo allí donde
cre-cieron las funciones mercantiles y artesanales, salvo
aquellos que supieron adaptarse a las nuevas circunstancias,
fundiéndose progresivamente con los dueños de los
negocios y formando una especie de "patriciado urbano", casi
siempre con las mismas caracterís-ticas: casas principales
en la ciudad, generalmente de piedra, y estabilidad de su
asenta-miento urbano durante generaciones ; además,
propiedades inmuebles en el campo próximo, actividades
mercantiles y financieras por encima del encuadramiento gremial,
tren de vida mesuradamente lujoso y fuerte acumulación de
bienes muebles para contar con capital fuertemente
disponible.

Partes: 1, 2, 3, 4
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