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Error de percepción de la realidad por la psicología (página 2)



Partes: 1, 2

Cuando percibimos la tragedia humana estamos entendiendo la
idea del mundo. La mayor parte de las veces, sin embargo, no
comprendemos la idea sólo conocemos el concepto en el
cual se sabe valorar la trascendencia del hecho. La mayor parte
de los hombres no llega a comprender en el fenómeno la
idea, es decir, no percibe el significado universal de una
manifestación pero comprende que él mismo forma
parte de esa naturaleza y
puede ser objeto de los daños y sufrimientos de otros
seres humanos. Desde este punto de vista, la existencia se
percibe como una tragedia.

Pero el mismo ser humano que ha conocido la tragedia de la
existencia la olvida en su propia existencia cotidiana de tal
forma que a todo hombre vulgar
le ocurre que los árboles
no le dejan ver el bosque, y sus necesidades y sus intereses le
impiden en sus actuaciones reconocer esta universalidad de la
vida y se refugia en el principio de individuación para
ejercer por su propia cuenta el daño
que lamenta en la naturaleza sin ser consciente de esta doble
valoración que hace él mismo de un suceso. Tal
parece que el daño que ejerce un hombre sobre otro queda
apartado de una consideración moral por
parte del individuo que
la ejecuta y que la conciencia con
que aquel hombre valora los actos ajenos queda suspendida cuando
debe valorar los actos propios.

La fuerza de la
naturaleza que se manifiesta en el individuo es una fuerza ciega
e irracional que no sabe dominarse. Toda cultura ha
aspirado siempre a controlar esta fuerza. Pero como sabemos, en
la mayor parte de los casos, ha sido "domada" o refrenada en
lugar de "educada".

En las numerosas ocasiones en que la sociedad no
puede poner freno a esta fuerza, el individuo la ejerce para su
propia satisfacción de poder. El
triunfo sobre otro individuo le proporciona una
satisfacción tanto por su éxito
como por el fracaso de la oposición ajena. La
oposición ajena se percibe como absurda frente a la fuerza
propia y ese absurdo se manifiesta a través de la
sátira o de la comedia lo cual, en todo caso, implica un
menosprecio burlesco hacia el individuo sometido.

Lo espantoso y lo
absurdo

Lo trágico y lo cómico no constituyen una
valoración de dos actos desde un punto de vista sino la
valoración de un acto desde dos puntos de vista.

De forma intuitiva (con razón pero no con razones),
manifestaba Napoleón que de lo sublime a lo
ridículo no hay más que un paso.

Lo espantoso es la percepción
de la existencia desde el punto de vista de las ideas. Lo absurdo
es la percepción de la existencia desde el punto de vista
del fenómeno.

El fenómeno tiene a su favor, frente al mundo de las
ideas, la fuerza de la materia en la
que se desarrolla. El hombre
vulgar, que vive en el mundo de los fenómenos, tiene a su
disposición la fuerza física, la fuerza
bruta, con un valor
determinado pero inferior al mundo de las ideas. La
aspiración a la elevación del hombre exigente puede
verse impedido por la acción
del hombre vulgar que le opone a un pensamiento
una acción física. Toda idealización
desaparece cuando el bruto te descalabra. Está "prueba de
la fuerza" le confirma al bruto la superioridad de su
posición frente a la posición del genio en un
mundo ideal que no se percibe por ninguna parte.

La necesidad del bruto de manifestar su voluntad de poder y su
fuerza debe manifestarse en hechos concretos, porque los ideales
no los aprecia. El enfrentamiento con otra fuerza física
no compensa. Se prefiere el enfrentamiento con el hombre de
ideales, quien va a quedar desarmado pues las ideas no sirven
contra la fuerza y el hombre de ideales no posee la fuerza
suficiente para enfrentarse a la suya ni el enfrentamiento
físico constituye el campo de acción del hombre
elevado. En consecuencia, uno de los hobbies más
difundidos por el mundo es la destrucción por parte del
bruto de los ideales y de los hombres elevados.

Es decir, la burla alcanza una gran extensión en las
relaciones humanas. El éxito de la burla contra los
hombres superiores anima a que se practique también contra
los inferiores porque en este terreno se evita el enfrentamiento
físico que no admiten ni la sociedad ni la ley.

Los nuevos
sacerdotes

Las propuestas de los grandes pensadores de respetar a la
sociedad son todas propuestas políticas.
Nada dicen del hombre sino para reducirle a una masa compacta a
la que poder someter y dominar. Las ideas de igualdad no
son otra cosa que la construcción de individuos
"predecibles".

1.- El orden social

La sociedad desea la estabilidad y la predicibilidad. Lo
desean los propios miembros y quienes la controlan. Quienes
controlan para hacer más llevadera su labor. Los propios
miembros porque sienten que poseen un poder sobre los
demás al exigirles el cumplimiento de principios
generalmente impuestos.
Además, que alguien se permita romper un orden social, le
obligaría a cuestionarse las creencias que ha admitido y
conforme a las cuales desarrolla su existencia.

Este esquema está implantado en la mente de todos los
individuos que pertenecen a la sociedad y todos los titulados son
miembros de la sociedad.

Toda percepción de un fenómeno y toda teoría
sobre su interpretación están condicionadas
por los esquemas que la sociedad ha implantado en el pensador.
Toda conclusión de los "sabios" produce
satisfacción general porque confirma la validez del
estado del
pensamiento general. Una conclusión que no admita lo
existente es rechazada porque la fuerza del número de
quienes defienden lo existente es superior a la fuerza de la
verdad de quienes lo cuestionan. Desde el punto de vista de
quienes cuestionan lo actual, la conclusión de los
"sabios" esté equivocada.

Toda consideración es perspectivista. La
cuestión es saber elegir la perspectiva que este
más alta y más alejada de aquello que se juzga. Los
hombres sociales no pueden juzgar la sociedad. Sólo
podrían aprobarla pues, en caso de rechazarla,
tendrían que cuestionarse todos sus valores y
todos sus principios, tendrán que cuestionarse su propia
existencia. Se quedarían sin existencia.

La sociedad permite el divorcio. Pero
la sociedad admite el divorcio como idea. El problema es aceptar
el divorcio como fenómeno. En ciertos ambientes, esta
cuestión está ampliamente superada. Pero en otros
ambientes es difícil de aceptar. Elegimos la
cuestión del divorcio como ejemplo con el que ilustrar
esta exposición
pero podríamos poner cualquier otro que plantee problemas en
la sociedad.

El matrimonio es una
institución arcaica. Ata mediante un lazo externo la
relación entre dos personas. Y los miembros de la sociedad
mantienen mediante presiones sociales esa atadura. La
relación interpersonal debe ser una relación
libre.

El aumento de los divorcios es, a nuestro entender, un signo
de independencia
personal y,
utilizando un término clínico, de salud mental.
Cuando un contrato carece
de objeto debe anularse. Son las partes las que deciden
cuándo firmar el contrato y cuando revocarle. Los usos
antiguos justificaban la constitución de una sociedad tal pero desde
que la mujer tiene
absoluta independencia aquel tipo de acuerdo carece de
significación. Sólo el interés
justifica la relación entre las personas y cuando
aquél desaparece debe desaparecer esta.

Parece ser, que existen matrimonios felices. Es difícil
pensar que esto ocurra salvo que una de las partes se subordine a
la otra. Lo cual quiere decir que una de las partes ha perdido su
independencia, y su identidad.
Quizás, la necesidad económica obligue a unas
personas a entregarse a otras y por muy triste que nos resulte
debemos admitir esa situación como una prosperidad frente
a la falta de esa sumisión. Es posible que ésta sea
la circunstancia de muchos de los matrimonios que se muestran
felices. En otros muchos casos, es la incapacidad para valorar la
situación en la que se encuentran inmersos, o hasta el
más absoluto fingimiento de una inexistente felicidad.

Muchos son también los casos de personas que mantienen
el matrimonio por imagen
pública pero viven distanciados unos de otros. Conocen el
valor social del concepto matrimonio y los peligros de actuar
contra ese concepto. Mantienen la imagen que la sociedad desea
ver para poder mantener la relación con la sociedad.
Fingen, pues presentan una imagen que es muy distinta de la
realidad. Pero sólo fingen ante los demás, ante
ellos son honestos pues no admiten una relación a la que
las leyes y la
sociedad les atan. Hasta donde les es posible, cumplen con la
sociedad y con su conciencia. Guardan un equilibrio
entre el daño o los inconvenientes que les causa mantener
ese estado y el perjuicio que les causaría la sociedad por
romperle. Saben que la sociedad tiene sus normas y sus
medios para
imponerlas.

2.- Amaos los unos a los otros como yo os he
indicado

Cuando un matrimonio o una pareja acude a la consulta de un
"profesional" por sus desavenencias o para solucionar una
crisis, el
mayor afán que el psicólogo es conseguir una
reconciliación. Parece ser la utilidad el
objetivo de la
psicología. Un sentido práctico con
un origen muy inglés.
También aquí podríamos hablar de "la fuerza
de la prueba". Esta disciplina
muestra su
utilidad por sus efectos. Si consigue arreglar una
situación "desafortunada" la disciplina es útil y
por lo tanto tiene un valor. Si el interés de la
psicología no fuera demostrar su utilidad para una
sociedad que tiene el sentido de lo práctico,
buscaría un sentido interno algo más elevado.

Si, como nosotros entendemos, las relaciones personales
sólo pueden tener su justificación en un
interés común, entendemos que las dudas y las
desavenencias son causa suficiente para romper esa
relación. Las dificultades o los inconvenientes son
varios.

Tenemos las dificultades de establecer nuevas relaciones y
nuevas formas de vida. Tenemos los inconvenientes
económicos de la separación de bienes y de
propiedades y, cómo no, los costes económicos de la
tramitación de un divorcio.

Los problemas económicos son consecuencia de un
contrato de matrimonio propio de otros tiempos. La
cuestión es adaptar ese contrato a las nuevas formas de
vida.

La pérdida de una relación personal conlleva un
sufrimiento emocional. Y, a ciertas edades, resulta
difícil establecer nuevas relaciones emocionales.

Estas circunstancias son ajenas al problema que se plantea.
Sin embargo es muy posible que, en la mayoría de los
casos, influyan en la decisión. La labor del
psicólogo debiera ser la de evitar que las circunstancias
externas a la cuestión esencial tuvieran influencia en la
decisión que se adopte. Pero resulta que el éxito
de la intervención del psicólogo se va a valorar
por el éxito o el fracaso de la reconciliación,
entonces, es posible, que se presenten todo tipo de argumentos
para ayudar al "éxito".

Pero, a nuestro entender, la independencia y las relaciones
sanas es lo que se debe fomentar. Pero conseguir que se acepte lo
contrario de lo que beneficia al individuo constituye una forma
de "someter" al animal hombre y de acomodar su conducta a la
conveniencia social. Éste individuo entenderá a
través de una de las manifestaciones de la voluntad social
el principio regulador de la conducta humana
en la sociedad.

Los defectos de
la psicología

1.- El camino

La psicología, que reconoce sus limitaciones,
está centrada en buscar una base teórica que pueda
justificar esta disciplina como una ciencia.

Les ocurre a los psicólogos como a algunas personas,
por ejemplo, a los empresarios que tienen problemas en su
sociedad. Desean que todo mejore, pero no desean introducir
cambios. Parece que lo que buscan es un milagro.

Los psicólogos "saben" que el camino por el que
adentrarse en la solución debe cumplir ciertas
condiciones. La primera cuestión, es mantener el prestigio
de la psicología. La segunda cuestión, es mantener
el prestigio del psicólogo. Y todos los intentos de
avanzar hacia un mayor conocimiento
de la naturaleza humana se hacen de una forma teórica a
partir de los conocimientos existentes bien para rechazarlos o
bien para confirmarlos utilizándolos como base para una
nueva conclusión para sus limitadas percepciones pues esta
disciplina es no es capaz de percibir los sucesos de la realidad
tal y como son.

2.- Los límites de
esta percepción son:

a) La información parcial que recibe de cada
suceso.

b) La interpretación condicionada que hace de la
información que reciben para ajustarse a sus prejuicios
sociales.

c) La interpretación condicionada a los conocimientos
que ha alcanzado la propia psicología.

a) El estudio del psicólogo a través de
"casos clínicos" se realiza a partir de las personas que
acuden a sus consultas. El conocimiento que tienen, por ejemplo,
de las personas con "complejo de superioridad" no será
nunca el de las personas con complejo de superioridad sino el de
aquellas personas a las que su complejo de superioridad les
produce problemas. De casos particulares pretenden sacar una
conclusión general.

El complejo de superioridad no podrá conocerle hasta
que ellos mismos se encuentren por debajo de una persona que le
posea. Todo conocimiento procede de la experiencia. Especialmente
el
conocimiento de la naturaleza
humana. Sin embargo, la aplicación de principios
teóricos a casos concretos suele ser efectiva. Esto es
debido a que, una gran parte del de la conducta humana, de una
gran parte de la población humana, tiene rasgos comunes
porque el hombre es una especie animal en la que existe el
carácter de la especie. Pero aquellos casos
que no se ajusten a las circunstancias de los que han sido
analizados teóricamente, no pueden sufrir la misma
interpretación. Aunque la forma externa sea similar, el
sentido interno es distinto. Tampoco es posible analizar por
ningún patrón los actos de aquellos individuos que
han superado al tipo medio humano. Éstos casos no pueden
someterse a la interpretación de un psicólogo ni
tan siquiera en caso de que este hombre los conozca por
experiencia salvo que la elevación personal del
profesional esté por encima que la elevación
personal del caso que está estudiando. En definitiva,
muchos casos de hombres elevados no pueden quedar sometidos a la
consideración de los profesionales.

b) Podría suponerse que estos "profesionales"
completan sus conclusiones con la experiencia de su propia vida.
Pero, primero, son hombres de la sociedad que no pueden juzgar a
la sociedad. Segundo, el respeto social
que han adquirido les impide que las personas con las que se
relacionan actúen con naturalidad en su presencia. La
mayoría de situaciones que se vive en la relación
social con los demás son situaciones artificiales de las
que no se puede sacar ninguna conclusión. Un
psicólogo "natural" puede identificar el significado de
ciertas acciones y
actitudes o de
ciertos gestos, pero no a la inversa: de una situación
artificial no se puede deducir la conducta que oculta salvo que
ya se conozca.

En cuanto a los conocimientos que adquiere a través de
las personas a las que atienden, están todavía
más condicionados. Por un lado, deducen que si una persona
acude a su consultas es porque tiene problemas, si tiene
problemas, es que sufren algún trastorno. Posiblemente,
entonces, invierta significado de todas las circunstancias que se
le relatan. Especialmente cuando éstas circunstancias
resultan increíbles al "conocimiento" que este profesional
tiene de las circunstancias sociales. Hemos dicho que el
conocimiento de esas circunstancias es parcial y limitado, por lo
tanto incompleto, por lo tanto falso.

Uno de los prejuicios más difundidos en la sociedad y
entre todo tipo de profesionales, especialmente entre los
profesionales, es que la categoría personal está
relacionada con la posición social o económica de
cada cual. Este es un prejuicio
social que a todo profesional le interesa mantener por la ventaja
que le reporta. Además, una persona con cierta relevancia
(económica o social de la que se deduce su superioridad
personal) pretende estar capacitado para opinar sobre cualquier
cuestión de la vida, y no únicamente sobre aquella
cuestión para la que ha tenido una formación. Esto
se debe al respecto que, en general, le tienen las personas que
están por debajo de él y que le han acostumbrado,
por unas u otras razones, a ver admitida su opinión con
independencia de su valor.

Si, como decimos, la experiencia es la base del conocimiento
de la naturaleza humana, todo profesional debería aceptar
las consideraciones de las personas a las que atiende para
conocer el mundo a través de los ojos que le han visto en
lugar de pretender conocer todas las circunstancias posibles de
la conducta humana gracias a las cuales estaría en
condiciones de interpretar adecuadamente el caso presente. Las
conductas más sorprendentes, más miserables,
más deleznables, no se manifiesta nunca de forma
pública, sino que sólo se producen cuando el actor
y su víctima están a solas o rodeados por personas
que, por diversos motivos (su falta de personalidad y
de estima), van a secundar la injusta agresión. Se
entenderá que estos hechos los producen las personas que
gozan de un prestigio social antes que aquellas que carecen de
este, pues al relatar los hechos el hombre con "prestigio" va a
tener mayor credibilidad que el hombre sin prestigio. Esta
circunstancia, que le garantiza la impunidad,
favorece que repita este tipo de acciones.

La psicología supone al hombre bueno y a la sociedad
justa. Lo uno conlleva lo otro. La ingenuidad social, incluida la
de los titulados, lleva a suponer que las personas con un mayor
estatus poseen mayor número de virtudes. De la misma forma
que su capacidad económica les permite poseer más
propiedades y más lujosas, se supone que también
sus virtudes son mayores y de mayor calidad como si
las virtudes fueran una mercancía que se compra; en tanto
que han comprobado que al menos se venden.

Pero el hombre con más dinero o mejor
posición no ha llegado nunca a ser más hombre. Por
el contrario, es un hombre como todos, y aprovecha su
posición y su prestigio para su propio beneficio. Los
perjuicios ajenos no le preocupan. Lo que sabe es que su
beneficio sólo puede ser a costa del perjuicio ajeno.
Justifica sus actos como consecuencia de la existencia de una ley
de la selva que él no ha implantado y que no puede
abolir.

c) La psicología, que es una ciencia incompleta
y que nunca podrá estar completada puesto que los actos de
los hombres más elevados no pueden ser nunca valorados,
intentará encajar las conductas y las acciones de los
hombres sobre la base teórica que se ha ido desarrollando.
Aquellos actos que resulten similares o, incluso, externamente
idénticos a otros, se incluirán como pertenecientes
a un caso estudiado por la "ciencia".

3.- El desconocimiento de los hechos

Mientras que esta disciplina pretenda desarrollarse a
través de una fundamentación teórica y de
hechos supuestos, dejará de lado la auténtica
realidad que debe analizar de la que sólo se
ocupará de aquellos aspectos que resulten útiles,
prácticos, o estén a mano para sus
conclusiones.

El hecho, aparentemente honrado, de reconocer las limitaciones
de esta disciplina es una declaración política que tiene en
común con los políticos el establecer un concepto
con el que convencer a la sociedad de sus buenas intenciones, de
tal forma, que la sociedad entienda que detrás de las
buenas intenciones existe una voluntad que guía los actos
en la consecución del objetivo que, según nos
dicen, desean. Pero detrás de ese reconocimiento no hay
otra cosa que la intención de mantener su estatus social y
una peregrinación teórica que no necesariamente
llegue a ninguna conclusión válida
empíricamente pero que pueda ser admitida socialmente. La
disciplina salva su imagen y garantiza su futuro.

Pero toda psicología, cuyo conocimiento sólo
puede ser experimental, tiene que estar elaborada por hombres del
mundo, no por hombres de libros. Los
títulos les transmiten conocimientos teóricos en
forma estructurada pero limitado a lo que formalmente se conoce.
El conocimiento racional no es suficiente para comprender al
hombre. Vemos, por ejemplo, como las palabras más
ofensivas se las dirigen entre ellos los buenos amigos. Con esto
queremos demostrar que toda palabra, todo acto, todo signo…
posee al menos dos sentidos y el conocimiento del sentido no es
un conocimiento racional.

Un suceso es imposible de valorar si no se conocen
perfectamente las circunstancias. Pero es también
imposible de valorar si no se ha vivido un suceso similar. Ni
siquiera el hombre genial tiene esa capacidad de interpretar una
situación que no ha vivido. El profesional titulado en una
ciencia racional no tiene ningún derecho a pensar que
tiene algún conocimiento de la existencia. La vida
sólo se conoce en la vida y además ese conocimiento
no se puede transmitir de forma racional para ser "comprendido"
por un tercero si este último a su vez no conoce esa misma
circunstancia de forma directa y personal.

Para el conocimiento de las circunstancias es necesario
conocer de qué forma cada una de las partes que han
intervenido en un suceso le relata para poder deducir de cada uno
de esos relatos la interpretación interesada que se hace.
También es necesario ser consciente de los propios
intereses para eliminar la interpretación interesada del
que valora. Finalmente, es necesario conocer suficientemente al
hombre para saber la posibilidad de la verdad del suceso que nos
relatan.

4.- La defensa de lo social

Una vez que se ha establecido el concepto de "violencia de
género"
nos encontramos con una general simpatía hacia las mujeres
maltratadas y el desprecio hacia el maltratador. Pero entre todas
estas denuncias se incluyen la de las astutas mujeres que
sabiendo como actúa el prejuicio de un concepto sobre la
sociedad presenta una falsa denuncia por si acaso el peso del
concepto puede superar el peso de la verdad. Es bastante
lógico que se produzcan estas falsas denuncias porque la
mujer no tiene
nada que perder y sí mucho que ganar. No está de
más que veamos cómo la justicia
también puede ser víctima tanto del perspectivismo
como del insuficiente conocimiento de las circunstancias; si bien
es cierto que muchos jueces rechazan estas denuncias, no tenemos
constancia de cuántas falsas denuncias han conseguido
triunfar. Lo que sí sabemos es que la parte denunciada
encuentra muchas veces sometida a penosos procesos y a
un descrédito social generalizado pues, en algunos casos,
las denuncias falsas llegan incluso a ser por abusos a los
hijos.

En caso de que en un psicólogo reciba al marido
denunciado por abusos o malos tratos este no posee otra cosa que
sus conocimientos para decidir la verdad. Pero aquí ni la
razón ni el instinto son suficientes para encontrarla.
Será entonces su parecer lo que incline la balanza hacia
un lado o hacia otro, conclusión que nada dice de la
verdad sino de la valoración de quien la realiza. Incluso,
una sentencia, en cualquier sentido, no es determinante para esa
verdad. Solamente podemos deducir que si sufre es porque tiene un
dolor y se supone que ese dolor no existiría si hubiera
cometido el delito. Pero
conocemos casos en que interesa un diagnóstico y en la vida hay buenos
actores.

En la mayoría de los casos, el cliente, de quien
no se percibe el sufrimiento (porque el profesional nunca ha
sufrido una situación similar y nunca se ha visto sometido
a ese sufrimiento) sino la alteración, que se acaba
convirtiendo clínicamente en trastorno, está
alterando el orden social establecido y el psicólogo, como
representante de la sociedad con capacidad legal, moral y social
para resolver, tiene la obligación de restituir el orden
que una persona pretende alterar. La conclusión del hombre
social no puede ser nunca contraria ni perjudicial para la
sociedad. La conclusión del hombre social debe
descalificar la conducta del hombre que sufre. Esta
conclusión nos recuerda el estudio de Nietzsche en
la genealogía de la moral en la
que el sacerdote ascético acababa por convencer al
individuo que sufre que él mismo era culpable de su propio
sufrimiento por haber actuado en contra de la verdad.

Nietzsche nos dice:

"Sufro: alguien debe tener la culpa"…, así piensa
cualquier oveja enferma. Pero su pastor, el sacerdote
ascético, le dice " ¡Tienes razón, oveja
mía! Alguien debe tener la culpa: pero ese alguien eres
tú mismo, tú mismo eres el culpable"… eso es
bastante arriesgado, bastante falso: pero sí al menos se
consigue una cosa; así, como he dicho…, cambia la
dirección del resentimiento. 1

Es decir, la psicología ha conseguido satisfacer las
necesidades de la sociedad porque consigue que se libere a los
culpables de la responsabilidad del daño que causan
haciendo que el hombre perjudicado se sienta culpable de sufrir
su daño. El título, el prestigio, los
conocimientos, y la elevación moral del evaluador,
así como la correspondencia de la conclusión con la
verdad admitida y con las costumbres sociales, garantizan, ante
cualquier instancia, la justicia social del
diagnóstico.

¿Qué ofende más profundamente, qué
separa más radicalmente que dejar que se note algo de la
severidad y la elevación con que uno se mira a sí
mismo? Y, a su vez, ¡qué complaciente, que amable se
muestra todo el mundo con nosotros tan pronto como hacemos como
todo el mundo y nos abandonamos como todo el mundo! 2

En otro lugar podemos leer:

Si se ha comprendido en toda su profundidad […] en
qué medida la tarea de los sanos sencillamente no puede
ser cuidar enfermos, sanar enfermos, entonces se ha comprendido
también una necesidad más: la necesidad de
médicos y enfermeros que estén ellos mismos
enfermos: y a partir de ahora tenemos y aferramos con las dos
manos el sentido del sacerdote ascético. Él mismo
debe estar enfermo, debe estar emparentado de raíz con los
enfermos y los malparados para entenderlos… […] pero
también debe ser fuerte […] para ganarse la confianza y
el temor de los enfermos, para poder ser para ellos un asidero
una resistencia […]
que tiene que defender su rebaño… ¿contra
quién? Contra los sanos, de eso no hay duda; y
también contra la envidia hacia los sanos; debe ser el
adversario y despreciador natural de toda salud y potencia cruda
[…] el sacerdote es la primera forma de animal delicado para el
que despreciar es aún más fácil que
odiar.3

Entre otras muchas citas que evitamos por no poder reproducir
toda su teoría, presentamos esta última:

Pero primero necesita herir, para poder ser médico; y
entonces, mitigando el dolor que provoca la herida, envenena al
mismo tiempo la
herida…, entiende sobre todo de eso, este mago y domador de
depredadores en torno al cual
todo lo sano enferma necesariamente y todo lo enfermo se torna
necesariamente dócil. 4

5.- El perspectivismo de la psicología

Una página de Internet, posiblemente de un
psicólogo o de un psiquiatra, hablando de los trastornos
de personalidad, nos pone un desgraciado ejemplo:

Una chica gorda que, aparentemente no tiene complejo por su
físico, sufre por los comentarios que hacen sus amigos y
compañeros. Esta reacción de la chica ánima
a sus "amigos" a continuar con la broma. Esta situación es
tan habitual, que, finalmente, la chica se aparta de ese grupo y de
otros muchos refugiándose en su soledad.

La psicología determina que esta chica no sabe
adaptarse a su entorno ni reaccionar ante los comentarios ajenos.
Que esta incapacidad la genera un trastorno de su personalidad y
de su conducta. En definitiva, la "ciencia" de "los sabios" nos
viene a decir que una personalidad de este tipo acaba generando
un complejo de inferioridad o un trastorno de la personalidad o
una neurosis.

Pero el caso es que esta chica sólo tiene problemas
cuando los demás hacen comentarios sobre su físico.
Por lo tanto, si elimináramos los comentarios,
eliminaríamos ese supuesto problema que los sabios
establecen que ella ha generado.

Si esta cuestión la analizáramos como un
proceso
judicial en lugar de como un proceso psicológico,
encontraríamos que el daño que sufre esta persona
es consecuencia de una acción que ejercen sus
compañeros y no por una autoflagelación. Pero la
"ciencia" de las costumbres no es capaz de cuestionar el valor
moral de las costumbres establecidas. Los "sabios" establecen que
aquello que es habitual, es decir, normal (con el sentido de
habitual), es normal (con el sentido de correcto).

Conocemos el caso de una chica con una nariz muy grande cuyos
compañeros hacen bromas a cuenta de ella. La chica
reacciona a sus comentarios riéndose de su propio defecto.
La ciencia
establecería que ésta es la reacción
adecuada a esa circunstancia. Sin embargo, nosotros planteamos
qué derecho tienen los demás hombres a ocuparse del
aspecto de una persona. Tal hecho, que debiera ser evidente para
estos "sabios", no es sino muestra de una manifestación de
superioridad por parte de quien lo ejerce porque se sabe libre de
ese perjuicio. La continuación del comentario es un
ensañamiento para denigrar a su "amiga".

Si esta chica pudiera realmente contar con sus amigos les
pediría que dejaran en paz su nariz. Pero las
circunstancias en las que se desarrollan las relaciones sociales
impiden esta honesta actuación. Toda relación
humana es, aunque no debiera ser, un juego de poder
y sumisión.

Clínicamente, la chica gorda sufre un trastorno de
personalidad. Pero, en realidad, su respuesta es la
reacción noble e inevitable a una agresión externa.
La actuación impropia es la de las personas que le
están causando un perjuicio que justifican "moralmente"
por la falta de sanción de la administración de justicia. A los
delincuentes morales les conviene identificar la ley y estatal
con la ley moral para no juzgar sus actos como deleznables.

La reacción de la chica con la nariz grande, es una
reacción ante un compromiso social.

Este "error" de interpretación de la ciencia pudiera
parecer que está originado por una ceguera del
científico. Pero científico, antes que
científico, es un hombre de la sociedad y está
condicionado por todos los prejuicios sociales y por todas sus
normas. La ciencia le ha proporcionado información de
hechos pero no le ha eliminado sus consideraciones
erróneas. Por el contrario, la elevación de su
estatus social y hace confiar cada vez más en los valores
que configuran esa sociedad. De no ser así, no
sentiría una satisfacción por su prosperidad. El
científico ve perfectamente las necesidades… de la
sociedad.

El psicólogo, es un hombre de la sociedad que ha sido
elegido para defender las posiciones sociales. Tiene por lo tanto
dos motivos para llegar a ese "error" que mediante su
titulación académica puede transformar en trastorno
de personalidad en aquellos casos en que un individuo se opone a
la conducta de la mayoría.

Lo que existe en la sociedad, debido este juego de poder y su
misión,
es, entre las personas que desean ejecutar ese juego, la
existencia de unas fuerzas relativas por las que los jugadores
procuran desarrollar aquellos juegos en los
que ellos poseen un mayor poder. Pero, con relación a las
personas que no desean jugar a ese juego, lo que existe es una
conminación a ejecutarle pues, en el ejercicio de esa
actividad, ciertos hombres poseen una superioridad sobre otro.
Estos que no desean el juego de poder, lo que desean es el juego
de la inteligencia.
En el mundo como voluntad y representación, los hombres
del fenómeno desean la representación, la medición de fuerzas y, los hombres de
ideas, la voluntad, la persecución de las ideas
universales.

Para una
fundamentación teórica de la
psicología

1.- El carácter natural del hombre

El principio del cual debe partir cualquier teoría que
pretenda conocer la conducta humana es aquel que determina su
naturaleza. Ya lo hemos comentado, en el hombre existe la idea y
el fenómeno.

En el fenómeno se produce el efecto del placer y del
displacer de sus actos y pudiera parecer que este es el origen de
ellos. Pero son efectos de la voluntad de poder, que no es otra
cosa que voluntad de dominio. En este
estado del individuo, desaparece toda vinculación con sus
semejantes, el principio de individuación marca sus
acciones y el daño que proporcionen sus actos le resulta
indiferente. La voluntad de dominio es una voluntad ciega e
irracional como toda fuerza de la naturaleza.

Las leyes penales y las normas sociales condicionan la
manifestación del hombre, pero no su esencia. El
afán de dominio y la indiferencia por las consecuencias de
sus actos siguen siendo originales y determinantes.

La sociedad apela con frecuencia al concepto de conciencia.
Pero la conciencia ha sido inoculada en los individuos por la
sociedad en forma de sentimiento de culpa. Cuando se habla de
conciencia debemos entender que se pretende establecer en el
individuo un sentimiento de mala conciencia para estigmatizar los
actos que rechaza la sociedad. De tal forma, que, en algunos
individuos, el miedo moral es un impedimento para una
acción no deseada por la sociedad. No obstante, es
ineficaz para los verdaderos delincuentes. Y asimismo para
quienes regulan la conducta de los hombres. Estos suelen ser
quienes mejor han comprendido el sentido de las normas al ser
ellos quienes las establecen, saben que podían no haberse
establecido o que podían haber impuesto otras
leyes distintas. El valor relativo de tal o cual norma acaba por
hacer dudar de su valor y de su necesidad, siempre de su
necesidad de acatarla.

La conciencia no pertenece al individuo. La conciencia no
existe. Como tampoco existe la moral. Entendamos que las leyes
humanas no existen por estar promulgadas, sino porque el estado
dispone de medios de controlar su incumplimiento y de castigar a
quien no las respeta. Las leyes existen por el poder estatal de
castigar a quien las quebranta. La moral es un conjunto de leyes
que fueron implantadas para regular la conducta irracional y
violenta de los hombres. El principio moral, la apelación
a un poder superior que respaldara su validez, permitió
convencer a los hombres de su valor. El miedo a Dios era la forma
de implantar en individuos indomables la obligación de
cumplir las leyes que les limitaban las acciones que causaban
daño.

Pero es absurdo que una sociedad que pretende ser racional
siga tratando de la moral como si se tratara de una verdad. El
problema es que esta sociedad (por parte tanto los que mandan
como los que obedecen) ha renunciado a Dios pero ha visto lo
prácticos y efectivos que resultaban los medios que
utilizaba la iglesia para
convencer y someter a sus fieles. Uno de los argumentos que daban
los papas para implantar el cristianismo
en China era que
se dominaba mejor a los creyentes que a los no creyentes.
Así, la ley, la moral, y más aún, la
indignación del pueblo son principios para juzgar los
actos que esta sociedad actual computa como inadmisibles. No nos
desharemos de la moral aunque quines la defiendan en sus nuevas
formas sean completamente inmorales.

La negación del valor de las normas legales o morales,
no implica la inexistencia de alguna norma. Pero las normas por
las que se guían los hombres son las suyas propias. Ya
hemos dicho que las normas oficiales solo se siguen por el miedo
a la mala conciencia o por el miedo al castigo de los tribunales.
Los hombres se imponen normas personales según las
aspiraciones de cada cual. Entre el hombre más despiadado
y el mayor santo hay toda una tabla de valores según el
grado de elevación del hombre.

En esta terrible tabla, aparecen pocos de los delitos que
figuran en las normas legales y morales. La ley y la moral solo
tienen por objeto dominar al individuo, no persiguen la
elevación del tipo hombre. Muchas de ellas son normas
obvias de convivencia, pero no siempre su quebrantamiento
constituye un delito en el mundo de la necesidad natural. La
domesticación del hombre no es la educación del
hombre. Desconfiemos de las propuestas sociales. Lo más
terrible no son los actos violentos, son las pequeñas
miserias que reducen la categoría humana. Acabar con la
vida de un enemigo puede resultar un acto terrible para quien lo
lleva a cabo, pero quizás fuera un acto necesario. Nadie
puede entrar en la conciencia de otro hombre para valorar las
circunstancias que le llevaron a cometer este acto. Pero nuestra
sociedad se ha acostumbrado a admitir pequeños delitos
que, de tan habituados que estamos a ellos, no se advierte ya en
ellos el carácter de delito, se han convertido en una
forma de conducta que resulta hasta respetable. De hecho, toda
ironía, impertinencia y cualquier otra forma de
menosprecio, que con harta frecuencia se prodigan hasta entre
círculos de amigos, son tenidas por manifestaciones de la
inteligencia de quien nos las ofrece. Frente al número de
estos delitos, los delitos que persiguen los tribunales son
escasísimos, y los primeros constituyen la mayor forma de
degradación del hombre. La valoración de un acto no
puede medirse por el daño que ocasiona a los demás,
esto se lo dejamos a la justicia. Un hombre debe valorar
qué dice de él la acción que lleva a cabo.
Por eso, un acto contra la dignidad de
una persona, que nunca tiene justificación, puede
constituir una muestra mayor de la miseria de quien le comete que
un horrible crimen cuando ha habido una justificación.

Obviamente un hombre elevado evita los delitos morales y
legales porque en general coinciden con actos miserables. Pero
hoy nuestra sociedad ha acabado por igualar el delito legal con
el delito moral.

No se trata de cuestionar las leyes, entiéndase
claramente el objeto de este desarrollo,
conocer la naturaleza humana para poder establecer principios
para fundamentar una ciencia pues entendemos que uno de los
muchos errores de esta disciplina ha consistido en admitir
criterios sociales, legales y morales como base para valorar las
conductas de los individuos, tanto de los que acuden en busca de
ayuda como de quienes provocan que los primeros precisen ayuda.
Llevamos nuestra exposición a sus extremos para demostrar
el perspectivismo con el que una disciplina que pretende ser
racional, es decir, objetiva, juzga los actos humanos.

2.- El carácter social del hombre

Este es precisamente otro de los puntos de vista que hay que
considerar en la motivación.

Cuando el hombre se ha visto inmerso en la sociedad ha visto
una nueva relación de causas y efectos. Las leyes morales,
legales y sociales componen una nueva realidad. El hombre ha
salido del mundo de lo natural para adentrase en el mundo
artificial de la sociedad. Todos aquellos valores naturales que
le servían al hombre para aspirar a su elevación,
han sido destruidos y sustituidos por nuevas normas. No es que el
hombre tenga fe alguna en ellas. Lo que conoce son los efectos de
no acatarlas.

Si antes tenía que preocuparse de no estar debajo de
una piedra que cae, ahora debe procurar no contradecir a quien,
en una posición social superior a la suya, le afirme, por
ejemplo, que la piedra no caerá. La contradicción
entre la lógica
natural y la lógica social se resuelve de dos maneras,
según las circunstancias. En un ambiente de
libertad,
afirmará que la piedra caerá. En un ambiente social
en el que su imagen, su prestigio, o su puesto de trabajo
estén en peligro, optará por la solución que
salve su cabeza. Y mientras que en el campo saldrá
corriendo cuando vea una piedra caer, en sociedad, delante de su
superior, afirmará que no caerá, de lo contrario,
percibirá que pierde su cabeza o su trabajo.

Esta posición es posible por la reducción a la
que se somete a los individuos. Una sociedad que enseña a
todo individuo a temer a Dios y a temer al estado está
más que preparado para temer cualquier cosa que tenga
poder. Todo ello se ha santificado con el nombre de respeto.

De esta forma, quien no respeta, está quebrantando las
leyes. Lo que no nos dice nadie es qué son estas leyes,
pues a primera vista no parecen otra cosa que caprichos o
intereses personales. No analizaremos más esta
cuestión del contenido de las supuestas reglas, pues lo
dicho es cuanto merece ser dicho. Todos los miembros de la
sociedad exigen que se restaure el orden. Los que mandan, sienten
una falta de respeto a su persona, que no es otra cosa que el
hecho de que se ha puesto en evidencia su injustificada ley, y su
prestigio exige que, diga lo que diga, debe ser creído,
obedecido y acatado. Quienes le "respetan" deciden que si ellos
se han humillado, no hay razón para que los demás
no lo hagan. Son ellos quienes más esfuerzos hacen para
lograr recuperar el orden.

3.- El perspectivismo moral

Desde el punto de vista de una moral natural (para denominarla
de alguna manera), los actos indebidos o inmorales o ilegales son
aquellos que perjudican al hombre que los comete. La
valoración natural nada tiene que ver con el perjuicio que
se causa a otro sino con el que uno se causa a sí mismo.
Uno debe juzgar si un acto es propio de su naturaleza o es ajeno
a ella. Es decir, un acto miserable define al hombre como
miserable.

Si un hombre tiene una categoría personal considera
indigno de su naturaleza cometer una determinada acción y,
aunque esté socialmente admitida, no a la ejecuta.

Las leyes de la moral natural son leyes de elevación
del hombre o de reducción de su persona. Podemos
establecer en los hombres grados de categoría según
las exigencias morales que se imponga. Encontraremos en esa
escala desde
hombres cuya conducta resulte propia de animales
irracionales a hombres exigentes que alcanza la santidad.

La valoración de la moral religiosa y las leyes humanas
es una valoración perspectivista de los actos del hombre
según los efectos en la sociedad que los valora. De forma
que valoramos la calidad de un acto por el daño que causa
a los demás no por el daño o la elevación
que procura la persona que le ejerce.

Por supuesto, que el hombre agredido tiene derecho a
defenderse de esa agresión en tanto que la voluntad de
otra persona pretende interferir en la voluntad suya. Obviamente,
las leyes religiosas y civiles tienen una justificación
práctica, política y social pero no merecen nuestra
atención en este apartado en el que
tratamos sobre la psicología.

Pero las leyes legales y morales son una interpretación
perspectivista de los actos humanos a través de las cuales
no podemos valorar la calidad de la persona que lo realiza.

4.- Los pares de emociones

La motivación
del hombre era perseguir las consecuencias de la voluntad de
poder que tenía como efectos el placer y el displacer.
Éstas últimas son denominaciones genéricas
que tienen, en las manifestaciones concretas, denominaciones
determinadas. Las emociones humanas
se muestran por pares opuestos o complementarios: Amor-odio,
vanidad-vergüenza, engreimiento-desprecio. Sólo quien
ama es capaz de amar. Quien no ama no odia, el odio es una
reacción frente a un amor no correspondido. Quien no es
vanidoso, no tiene vergüenza. En todo caso la vanidad y la
vergüenza atenderán determinados grados. Quien no es
engreído no exige el aplauso incondicional a los
demás y no se siente defraudado cuando alguien no le
aplaude. Pero el engreído mostrará desprecio por
quienes no responden a sus expectativas. En todos estos pares de
emociones el segundo término es la reacción al
primero. Por eso Nietzsche llama a cierto tipo de individuos
hombres reactivos porque reaccionan ante circunstancias que
esperaban que no se han producido según ellos deseaban. En
ciertas ocasiones, el efecto es inverso y es el odio acaba por
generar amor o la vergüenza genera vanidad. En estos casos,
la reacción es una forma emocional de defensa frente a una
agresión externa.

El amor y el odio, la vanidad y la humillación, son
manifestaciones de los efectos de la voluntad de poder, del
placer o displacer, que resultan de un fenómeno. La
vanidad del hombre indica una forma determinada de esa
búsqueda de placer (del hombre con necesidad de
reconocimiento), lo que no dice nada del valor del acto por el
que merece reconocimiento, sino del fenómeno hombre. Los
pares de emociones siguen siendo una valoración
perspectivista e interesada. Por ejemplo, se ama en la medida en
que ese amor reporta alguna ventaja.

Para no odiar, no avergonzarse y no despreciar es necesario no
ser un engreído, no ser un vanidoso y no amar.

Esto que puede sonar terrible es consecuencia de un error en
la valoración de lo que denominamos amor. En la
mayoría de los casos, amor no significa más que el
derecho a la posesión sobre el ser querido. El
auténtico amor debe ser un sentimiento universal a la
humanidad, su manifestación concreta debe ser una
manifestación de la idea universal. Un amor manifestado en
un fenómeno concreto
carece de significación universal. Nada dicen la moral ni
las costumbres sociales del verdadero amor sino de una cualidad
de las personas que sienten necesidad de amar. Esto, que
también puede resultar inconcebible, vemos que lo cumplen
los monjes budistas quienes ni aman y odian, ni son vanidosos ni
se avergüenzan, ni mucho menos son engreídos o
sienten desprecio. Estos hombres piensan que esas manifestaciones
no constituyen actos dignos de su naturaleza.

Frente a esta profunda filosofía, el "amaos los unos a los otros"
o "respetar a la sociedad" queda como una filosofía de
segunda clase para
crear hombres de segunda clase.

Estas consignas llevan parejas y ocultas sus opuestas, odiaos
los unos a los otros y despreciad a los demás.

Estos principios confirman la existencia humana como una
simple existencia del fenómeno impidiendo el conocimiento
del mundo de las ideas.

Además, por si esto no fuera suficiente, debemos tener
en cuenta que el amor es un
sentimiento emocional y ninguna ley ni ninguna moral puede
establecer la obligación de amar a otro. Las leyes
sólo pueden dar instrucciones para los actos no para los
sentimientos. Que una ley que obligue a tener un sentimiento
está exigiendo simplemente que muestre los actos externos,
es decir aparentes, con los que se manifiesta el auténtico
sentimiento. Así se exige una discordancia entre el
sentimiento y la expresión, lo que obliga a la falsedad.
Por lo visto, la obligación moral acaba por volver al
hombre falso.

La obligación de amar lleva también
implícita la obligación de dejarse amar, en contra
de los sentimientos personales. Se consigue que el hombre
honesto, que no acepta manifestaciones externas que no coinciden
con el sentimiento interno, rechace esa manifestación
generando en la persona que muestra esa actitud un
rechazo por la no aceptación del gesto. Es decir, a una
falsa manifestación de un sentimiento amoroso le sigue la
expresión del odio. Entonces fue necesario establecer en
la sociedad, como contrapartida al amor, la obligación de
perdonar, con lo que se obliga a los individuos a soportar todo
el daño que le quieran infligir. Todas estas normas
perjudican al fenómeno y a la aspiración al ideal
del hombre que las cumple.

Las leyes morales fueron establecidas en una época en
la que se comprendía el sentido interno que
pretendía expresarse mediante una serie de conceptos. El
uso común de estos conceptos originó que se
perdiera el sentido interno y se apreciara únicamente su
forma externa concreta. Pero resulta que esa forma externa no
puede servir para dar valor a los actos internos. Como sabemos,
la filosofía nos enseña que a partir de la
experiencia podemos establecer un concepto. Pero a partir de un
concepto no podemos hacernos la imagen que representa. Esa imagen
imprecisa que se genera de forma inadecuada se llama, en
filosofía, fantasma. Al tener un significado impreciso se
le acaba dando el significado más conveniente. Entonces,
todos los valores y todas las actuaciones resultan falsas y es
necesario volver a buscar el origen de los conceptos en la
realidad de la experiencia o en los sentimientos.

Conclusión

Mientras se siga pensando que el mundo tiene la forma
idílica y el orden que aparenta, nadie se molestará
en realizar ningún esfuerzo por descubrir la verdad. Los
hechos llegaran parcialmente al conocimiento del investigador y
los interpretará, con una capacidad racional que no sirve
para conocer la calidad de los actos humanos, según
teorías
parciales y con criterios sociales que seguirán
manteniendo el prestigio de las personas respetables de quienes
no se puede dudar. La razón es tan simple como todo hombre
está o pretende estar a la altura de los hombres
respetables y dudar de sus iguales es dudar de ellos mismos. La
consecuencia es que se prefiere con mucho el error a una verdad,
porque con el error no nos enfrentamos a los poderes
fácticos y podemos dormir plácidamente sabiendo que
seremos respetados por la mañana y que de esa forma
podemos conservar el puesto de trabajo y el prestigio.

Notas

1.- Nietzsche, La genealogía de la moral, editorial
Tecnos, 2003, capítulo III, apartado 15, pág.
174.

2.- Ibíd. p. 138.

3.- Ibíd. p. 171-172.

4.- Ibíd. p. 172.

 

 

 

Partes: 1, 2
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