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Axiología, educación y crisis contemporánea (página 2)




Enviado por Yda Zambrano



Partes: 1, 2

Es obvio que la base de una auténtica moralidad
tiene que ser una conciencia justa
de los valores.
De otro modo, nos encontraríamos con formas de conducta que
tienen la apariencia externa de la moralidad, pero que en el
fondo obedecen a prejuicios, impulsos gregarios, mimetismos
sociales, etc. En la vida real, la actividad ética del
hombre puede
encontrarse reducida a la práctica de ciertos deberes,
cuya vigencia se ha impuesto por la
tradición. Nos referimos a la moral
práctica, en cualquiera de sus formas históricas,
en tanto que vive y es aceptada en no importa qué
círculo social. Se admite comúnmente que es
moral el hombre que
rige su conducta conforme a los preceptos éticos en vigor,
aun cuando no haya inquirido por los fundamentos de las normas que
acepta. Esto significa hacer de la moral algo mezquina, un mero
barniz de la acción,
una pura formalidad externa. La verdadera moralidad sólo
puede estimarse conociendo el interior de cada hombre, para saber
qué conciencia tiene de los fines de su
actividad.

Hay un tipo de hombre que se abandona a vivir
indeliberadamente, sin conciencia de sus fines, dejándose
arrastrar por la corriente y siguiendo, en todo momento, la
línea de menor resistencia. Pero
existen otros hombres que presentan a la vida una actitud
diversa. A éstos repugna ceder a la coacción
externa, y deciden tomar la responsabilidad de su vida. Para ellos vivir no
significa recorrer mecánicamente cualquiera de los caminos
trazados de antemano. Al buscar un sentido superior a su vida,
descubren una multiplicidad de fines diversamente valiosos, que
atraen a su voluntad, pero que no es posible perseguir al mismo
tiempo a causa
del poder limitado
del hombre. Es preciso entonces hacer una elección. La
primera alternativa en que se debaten, es la de ceder a sus
impulsos naturales, o la de reprimir éstos, para obedecer
al reclamo del valor puro.
Sin una plena conciencia de los múltiples fines de la
vida, no hay posibilidad de elección y quien no ha elegido
no toma en rigor ninguna actitud moral. Es condición de
ésta poseer un concepto justo de
la vida, que consiste en el
conocimiento de todos sus fines y el grado de valor que a
cada uno corresponde. Quedan fuera de cuenta aquellas
concepciones que, fundadas en apreciaciones subjetivas, son
unilaterales y revelan una estrechez de visión que, a las
veces, proviene simplemente de la inexperiencia o la
incultura.

La cultura es
justamente uno de los medios de que
dispone el hombre para ampliar su horizonte hasta llegar a una
visión universal de las cosas, de la cual desprender su
concepto de la vida. Descubrimos, entonces, que existe una
interna relación entre la moral y la cultura. No se puede
ser moral, en el noble sentido de la palabra, mientras no se es
culto; mas para evitar una mala interpretación de esta idea, aclaremos que
el saber puro no es la médula de la cultura, sino
más bien el sentido justo de los valores, de
suerte que si el hombre no lo adquiere, no merece el
título de culto, por más que acumule una gran
cantidad de sabiduría.

Dentro de una amplia concepción de la vida, que
comprenda todos los fines humanos, nada puede ser considerado
como malo o desprovisto de valor. Todo fin tiene valor positivo
por insignificante que sea. Los conflictos
morales que aparecen en las situaciones más comunes de la
vida, no consisten, como la ética tradicional lo afirma,
en la alternativa del bien y del mal, sino en una concurrencia de
objetivos, con
valores de diferente grado. Buscar algo, de orden puramente
hedonista, no es en sí malo, sino cuando para ello es
preciso sacrificar finalidades más elevadas. El mal
representa la violación de los valores más altos en
aras de un propósito inferior. Lo moral es, pues, el acto
de renunciar, en caso de conflicto, a
lo más bajo para lograr lo más elevado

Toda concepción de la vida postula la
preeminencia de un valor sobre todos los demás, y el
enlace de los restantes en un orden sistematizado, de manera que
el de más abajo es al mismo tiempo medio para otro fin,
que a su vez conduce a otro, todavía más alto. Se
considera que hay un fin último el cual representa el Bien
por excelencia, que, bastándose a sí mismo,
carecería de sentido buscar otra cosa allende ese
límite. El fin supremo es el valor moral, que hace las
veces de estrella polar orientando la línea general de la
existencia.

En los casos habituales, la voluntad no tiene a la vista
ese fin remoto, y se dirige a objetos inmediatos que puedan
servirle para obtener otros objetos. En consecuencia, la voluntad
habitual es utilitaria, porque servir de medio para
algo, es la esencia de la utilidad. Mientras la voluntad
se mueve en la región de lo útil, pasa de un acto a
otro, eslabonando la vida en una serie de compromisos.
Sólo cuando la voluntad quiere algo por lo que vale, sin
ninguna finalidad ulterior, es una voluntad moral. El valor
ético se encuentra comprendido entre los fines que
aparecen ante nuestra conciencia como términos definitivos
de la acción.

Los valores específicamente morales se distinguen
de los demás en que sólo pueden encarnar en el
hombre. Carecería de sentido juzgar moralmente un
triángulo, una casa, un árbol. Los valores
morales nunca son valores de cosas, sino exclusivos de las
personas. Justamente en razón de su calidad moral, el
hombre adquiere la categoría de una persona.
Llámese persona al
hombre, en cuanto que es un fin en sí mismo, y no puede
ser usado como medio. Si la noción de un fin último
no es un concepto vacío y la ética le busca un
contenido concreto, que
sea el sumo valor moral, ese fin no es otro que el hombre mismo.
«No se hizo el hombre para la moral, sino la moral para el
hombre.» Es inconcebible que la vida moral conduzca a un
resultado ajeno a los intereses humanos. Aún la moral
religiosa participa de esta misma opinión. Aquí la
ética se enfrenta con la cuestión más grave
que puede proponerse al conocimiento.
En tanto el hombre es un ser racional, encuentra su fin en
sí mismo, es decir, no es, porque deba ser otra cosa, sino
que es absolutamente, porque debe ser; su ser es el fin absoluto
de su existencia; o en otras palabras, un ser que, al afirmarle,
no se puede preguntar sin caer en contradicción,
cuál sea su fin. Es, porque es. Este carácter de ser absolutamente por su mismo
ser, es su carácter o destino, en cuanto es considerado
pura y simplemente como ente de razón. Pero como el hombre
no es un ser que vive aislado, sólo puede cumplir su
destino dentro de la comunidad. Los
valores morales tienen una dimensión social, en cuanto que
aparecen solamente en actos cuya intención está
referida a otros o a la sociedad, en
conjunto.

Lo Moral y lo
ético

En las introducciones a los tratados de
moral, frecuentemente se hace una distinción pertinente
entre "moral" y "ética". El término
ética, de origen griego, comprende el estudio
crítico y propositivo del actuar humano en sus costumbres,
actitudes y
prácticas. Este concepto pasó al latín como
moralia, usado por primera vez por Cicerón. Pero
el término "moral", sea como sustantivo, sea como
adjetivo, llegó a nosotros con cierta ambigüedad.
Pues se puede referir tanto al "conjunto de costumbres" dadas y
establecidas en un grupo o
sociedad como a los comportamientos concretos de las personas;
como se puede decir respecto al aparato que estudia y propone
críticamente el actuar humano en sus actitudes y
prácticas.

Cuando nos preocupamos por la crisis de los
valores morales de la juventud,
generalmente estamos impactados por un cambio de
conductas que chocan de algún modo con nuestras
referencias establecidas. Este cambio altera las formas del vivir
que es lo que genéricamente llamamos "valores" como son la
libertad,
responsabilidad, fidelidad, amistad, sexualidad,
autonomía; y por otra parte, altera también la
jerarquía o el orden de importancia de estos valores. El
cambio se llama "crisis de valores" y la crisis es frecuentemente
entendida en un sentido ético negativo.

La distinción entre moral y
ética nos ayuda a percibir que aquí se
procesa una crisis de costumbres y comportamientos; esta crisis
exige una evaluación
critico-propositiva. La moral vigente está en crisis. No
se puede, sin embargo, pasar sumariamente de la crisis a una
evaluación negativa. Una crisis también puede ser
benéfica, y una juventud anterior a la "crisis de valores"
no quiere necesariamente decir que es una juventud
éticamente mejor. La inseguridad
ante lo nuevo ayuda a ver los nuevos escenarios de una manera
pesimista, mientras la seguridad de los
valores establecidos lleva a añorar el pasado. Realmente
una comparación del comportamiento
ético del pasado y del presente será siempre
difícil. Y además es, de poca utilidad, si se
reduce a una mera comparación. La ética,
al asumir las preguntas sobre el deber ser, se coloca
ante todo delante de la tarea de proyectar críticamente la
vida dentro de los nuevos factores y las situaciones dadas. Por
esta razón tiende más a dar lecciones del pasado,
que establecer comparaciones entre el pasado y el
presente.

Ante los cambios de los valores morales de la juventud,
se puede tener una preocupación simplemente verificativa y
fenomenológica. Un camino fácil para eso es
analizar las conductas. Así, la crisis de los valores
morales de la juventud, para que sea adecuadamente pensada, exige
una consideración de un conjunto más amplio de
cambios en los significados de la vida, cambios que afectan a
toda la sociedad contemporánea. Podemos decir que, a
propósito del "mundo de los jóvenes" no se puede
ver aislado de este conjunto. Los jóvenes no se les puede
entender si no es en el seno de la sociedad en que viven. La
juventud actual condensa y refleja los problemas y
conflictos de una sociedad compleja.

En medio de la incertidumbre generada por los valores
morales del mundo contemporáneo, acrecentada por las
guerras
mundiales y las crisis del "dios dinero", la
exigencia de la dignidad cobra
protagonismo y debe revelarse como una piedra para la
aceptación de los ideales y las formas de vida propuestas
o instauradas. Ya no pueden seguir imperando las
ideologías, los partidos y los regímenes que
explícita o implícitamente estuvieron presentes
durante muchos capítulos de la historia; éstos se
han convertido en ruidosas herramientas,
casi inútiles para la construcción de un nuevo mundo donde pueda
vivir el hombre que evite las extrañas mezclas entre
existencialismo, nadaísmo o pirronismo,
propiciando Estados donde nadie cree en nada, donde no existe
dialéctica en la manera de obrar y tratarse a sí
mismo y a otras personas, donde el fin justifica los medios, o
simplemente donde nada importa y tampoco se hace nada.

La degradación
de la sociedad

Nuestra sociedad se ha degradado en los últimos
tiempos. En general, la mayor parte de sus miembros no acatan las
normas mínimas de convivencia, perjudicando con sus
acciones al
resto.Prueba de ello es la falta de consideración hacia el
prójimo, que lamentablemente va en aumento. Existen
pruebas de lo
antedicho en cuestiones por las que ocupamos los primeros lugares
en el mundo, lo que no significa precisamente un privilegio, sino
todo lo contrario, como por ejemplo el caso de los accidentes de
tránsito. Sobre lo que debemos señalar la
incomprensible actitud de conductores que de noche transitan sin
luces por las rutas. O los motociclistas que cuando tienen casco,
lo llevan protegiéndose el codo. O el aumento de la
inseguridad individual, que pone de manifiesto por parte de los
agresores, la hostilidad, el resentimiento social y el desprecio
por el prójimo y por la vida. Esto y mucho más nos
están agobiando como sociedad.

Las herramientas más efectivas para modificar y
mejorar estos comportamientos es la permanente difusión de
las normas de seguridad que protegen la vida, de modo de que una
mayor cantidad de personas las asimilen y las practiquen y la
puesta en marcha o práctica de los valores morales que se
inculcan en primer lugar en la familia,
luego en la escuela, y
después en la comunidad y sociedad en general. Esto
último es válido para quienes habiéndose
formado en esta sociedad, y siendo adultos, todavía pueden
mejorar su comportamiento.

Por otra parte, no es casual que en los últimos
tiempos seamos testigos de hechos lamentables también
tristemente protagonizados por niños.
Esto denota aun más la decadencia. La única manera
de evitar que estos comportamientos se repitan en el futuro, es
formando a los niños y adolescentes
para que sepan convivir en una sociedad justa y en
armonía. Y esto se logra con la única herramienta
disponible y efectiva: la
educación.

Los anti valores de
la sociedad

Algunas personas hablan de crisis de valores porque
están convencidas de que éstos ya no existen, otros
simplemente hablan de valores en crisis, refiriéndose a
aquéllos que ya no son aceptados por la sociedad y mucho
menos por la cultura, valores que con el tiempo han dado lugar a
lo que se ha llamado anti valores. La perplejidad aumenta porque
no existe claridad alguna acerca de si los valores están
en crisis, o si lo que ha sucedido es que éstos se han ido
transformando. Casi nadie sabe cuáles son los valores
transcendentes y del espíritu, cómo es su proceso de
adquisición y conservación, y mucho menos para
qué pueden servir. Por ello, la importancia de realizar un
análisis de los problemas del hombre
contemporáneo.

El mundo está en un proceso de derrumbamiento
desde  hace mucho tiempo, comenzando con las guerras
mundiales. Sin importar las razones por las cuales se haya
iniciado, los participantes, ganadores o perdedores, o el tipo de
conflicto, fría o caliente, la guerra siempre
va a ser la guerra. El hombre se siente ajeno e impotente ante la
hecatombe, no sabe cómo reaccionar ante la pobreza, el
terrorismo,
las perversiones, el miedo a perder a quien se quiere  o lo
que más se quiere, las frustraciones, los traumas, el
desempleo, la
desigualdad, la añoranza, la desesperación y la
intrusión sensorial de televisores, radios, amplificadores
y demás tecnologías, por tan solo citar algunos de
los problemas que aquejan al hombre
contemporáneo.

Todos estos elementos se han convertido en el opio del
pensamiento y
han invadido la vida cotidiana de los individuos; incluso,
espacios que antes eran sagrados como el hogar no se escapan de
la problemática. Existe una indudable fulminación
de las libertades, cuyo resultado no es otro que un hombre
esclavo de la sociedad arbitraria, asesina y consumista que hace
desaparecer individuos, que obliga a adoptar modelos ajenos
al carácter endógeno de una cultura, que elimina lo
que le molesta, y que usa como eslogan "el fin justifica los
medios". Por todo lo anteriormente expuesto, los valores
transcendentes y del espíritu se muestran al género
humano como un ?por no decir único? camino de
salvación ante el terremoto que le amenaza; sólo el
estoicismo del hombre ante la adversidad, el desinterés,
el sentir aún vergüenza, el coraje, la dignidad y el
disfrute de las alegrías simples podrán salvar al
ser humano de la crisis y la locura en la que está
totalmente inmerso.

Después de exponer las anteriores razones, surge
una pregunta: ¿Qué fue lo que pasó en el
mundo para que el hombre llegara a este trance? Trance del cual,
vale la pena decir, no ha podido salir y sobre el cual existen no
solo registros
históricos, sino también literarios. Aunque no se
ha logrado llegar del todo a la respuesta, sí existen
algunos planteamientos bastante aproximados al asunto.

El ser humano fue puesto en un laberinto, construido
este para perder y confundir a la gente aunque no existan
paredes. Así, el proceso de enmarañar estuvo listo,
no obstante, faltaban algunos ingredientes para cocinar la
hecatombe: la presión
del contexto, las carencias propias del ser, la incertidumbre, el
olor de la muerte
cercana, la sensación de que mundo le queda grande o que
simplemente no cabe en él. Pero no sólo estos
escollos se mezclaron, hacía falta el ingrediente que
actuaría como la levadura: encontrarse el individuo como
tal, enfrentarse a sí mismo; sobre todo, hacer el
recorrido hacia el fondo del ser con el fin de hallar algunos
hitos y marcas
constitutivas de lo que es el hombre hoy en día, para
llegar a la conclusión de que la vida no es más que
una novela que
persigue la verdad, texto en el
que existen redes, tramas, laberintos y
trochas que varían según la intencionalidad y la
historia particular del sujeto.

Los seres humanos orientamos nuestras vidas y
garantizamos nuestro propio carecimiento como personas
íntegras, gracias a los valores, por medio de los cuales
buscamos la auténtica felicidad y la contribución
al bienestar de la sociedad en que interactuamos; de lo
contrario, seríamos troncos ?como lo describe Kolvenback?
atrapados por un remolino y llevados sin rumbo fijo por la
corriente mientras viajamos por el río de la vida. La
costumbre de reducir a su máxima expresión
relaciones como las que existen entre alma y cuerpo,
y cerebro y
corazón, unida a la maximización del
dinero como signo de prosperidad, ha generado una tendencia a
cercenar la condición de persona. Así, los valores
?y las personas que los poseen? ya no tienen precio, o si
lo tienen, está dado en términos económicos
y/o materiales. La
conciencia y la vida se compran como si se tratara de arrobas de
papa. La dignidad, la entereza y el coraje con que el hombre
afronta las dificultades y las soluciona se han exterminado por
completo.

Los valores del espíritu parecen estar en
vía de extinción y vivos sólo gracias a un
milagro en aquellas poblaciones alejadas e inhóspitas
donde la mano que daña aún no ha podido penetrar
del todo. Para la muestra un
botón: los dictadores y, para no ir tan lejos, los
sicarios, ponen precio a las cabezas de aquellos que estorban,
los hacen desaparecer y, como la legislación nunca tiene
respuesta para estos sucesos, otros, interesados en que la
impunidad no
reine más, deciden ponerse a la cabeza de  la tarea
titánica de resolver los enigmas.

El hombre es por naturaleza
sociable, es un "animal político" ?como lo aseveraba
Aristóteles?. Al entrar en relación
de alteridad, necesita proteger el desarrollo de
su personalidad.
Este universo
hipostático ?término propio de la teología?,
unidad indisoluble de espíritu y materia,
necesita ser defendido, respetado y protegido, porque los
bienes de la
libertad que residen en su espíritu: el de la vida, que
está en su realidad material, y el del trabajo, que
se expresa en su personalidad espiritual y material, se muestran
como la cuna y el lugar de nacimiento para la dignidad y los
derechos
humanos, antes y por encima de las constituciones y las
leyes.

En estos últimos años, han abundado los
casos de falta de dignidad y deshonestidad, como los robos al
erario público. El campo de la política es uno de
los que más frutos arrojan. Los dirigentes no asumen la
responsabilidad que les compete en el manejo de los asuntos
públicos. Una de las faltas
éticas que se hace más evidente es la falta de
dignidad. Ésta involucra, en primer término, el
respeto a
sí mismo por el nombre y apellido, y por su familia. Es
necesario hacerlo por la ciudadanía que confió en ellos y
depositó  su voto  en las urnas. En el caso de
las dictaduras, al menos los generales debieron hacerlo por los
cuerpos militares que los respaldan.

La corrupción
pública

El clientelismo y el abuso de poder siguen vigentes,
cada vez con más fuerza. La
confusión interesada entre lo privado y lo público
está haciendo fortuna. Intereses económicos compran
sin escrúpulos la voluntad ciudadana. ¿Y qué
hacen los partidos
políticos al respecto? Cara a la ciudadanía,
propósito de enmienda; internamente, son presos de su
endogamia.

El cortocircuito democrático que se produce en la
vida interna de los partidos políticos, aleja a los
ciudadanos de los mismos. Estas organizaciones,
que forman parte de la arquitectura
constitucional y que son el medio a través del cual los
ciudadanos participan en la vida pública deben funcionar
democráticamente por imperativo de la constitución de cada
país.

Se dan frecuentes casos en los que la simple
discrepancia, siquiera sea para postular saludable
regeneración, o para denunciar actitudes y comportamientos
personales que dañan a los fines, a la imagen y a los
postulados de la formación de que se trate, es sancionada
depurado al disidente, de forma contundente, alborozadamente y
hasta con publicidad, para
que sirva de escarmiento; ignorando que el derecho a militar en
un partido político es un derecho
constitucional y que la vigente Ley de
Asociaciones, base jurídica de las formaciones políticas,
proclama que la libertad para asociarse es connatural al hombre,
debiendo el Estado
ampararla.

Y es que el aparato del partido, la excesiva burocracia
interna, la pugna por el poder en el seno de la
organización, y el culto a la loa y a la
sumisión, hasta hacerlas virtud, son absolutamente
incompatibles con la crítica, la saludable discrepancia y el
debate
transparente.

La profesionalización de la clase
dirigente política, que conduce inevitablemente a la
mediocridad, hace mella igualmente en la credibilidad de nuestros
servidores
públicos. Las listas cerradas se elaboran casi
clandestinamente en un despacho, marginándose en este
proceso a las bases, lo que provoca un déficit
democrático, primando la fidelidad sectaria sobre
cualquier criterio de excelencia personal o
profesional. El envilecimiento de la actividad democrática
que tiene su origen en este estado de
cosas, resulta obvio.

En definitiva, todas estas razones, expuestas de manera
no exhaustiva, conllevan necesariamente a la ineficacia en la
gestión
de los asuntos públicos y, por ende, a que los problemas
que realmente le preocupan al ciudadano (paro,
vivienda, seguridad, etc.) no encuentren solución
rápida y adecuada. De ahí al aborrecimiento de la
vida política y de los políticos, por parte del
ciudadano, sólo hay un paso.

La razón de
ser del hombre en la sociedad

En suma, la misión del
hombre sobre la faz de la tierra es
protegerla, cuidarla, conservarla y respetarla. En otras
palabras: ser cultor, de ninguna manera devastarla. El ser humano
debe edificar su historia dentro de los parámetros de los
valores y del desarrollo
sostenible: por un lado, cambiar, y si es necesario,
reinventar sus prácticas simbólicas, y por el otro,
dejar de observar los fenómenos como partes sin
conexión. Por el contrario, el hombre debe asumir sus
prácticas como un tejido donde se restablecen las
relaciones entre el mundo de la vida y su dimensión
simbólica, a través de la reconstrucción del
dialogo, y la
recuperación del carácter sagrado que éstas
poseen por sí mismas. De este modo, se alejará del
afán por racionalizarlo todo.

La solución a los problemas que aquejan al hombre
contemporáneo ya no se encuentra en las instituciones,
pues éstas han fallado y caído en la inevitable
crisis y en el caos que el hombre muy bien conoce. Se ha
comprobado que la solución no se vende en la farmacia de
la esquina en forma de gotero mágico. Ante las
adversidades por las que atraviesa el individuo durante cualquier
etapa de su vida, sólo los que poseen e interactúan
en función
del respeto por los otros, la humildad, la dignidad, el
estoicismo, el coraje y la entereza para afrontar y solucionar
los problemas, podrán salir libres de la locura. Hoy
más que nunca son necesarios los valores; estos no
sólo se enseña, también se viven y luego se
transmiten a través del ejemplo. Es aquí donde se
hace imperativa su transmisión y conservación;
así, el hombre no se orientará hacia su
destrucción, ni servirá de excusa o plataforma para
alienar a otros. Quizás, volver a los inicios, a la
sencillez desnuda, explorando otro tipo de saberes, podrá
otorgar nuevas formas de abordar y solucionar las
dificultades.

Objetividad de los
valores

El hombre se mueve siempre en vista de los fines que
estima valiosos, y nunca, a menos de ser inconsciente, prefiere
lo peor a lo mejor. Si queremos comprender un determinado tipo
psicológico, la clave nos la dará su peculiar
conciencia de los valores, es decir, el orden en que las cosas,
como objetos posibles de su voluntad, son estimadas por
él. El mundo ofrece al hombre múltiples atractivos,
ya sea como objeto de acción, o de conocimiento, o de
utilización, o de representación artística,
etc. Cada uno de estos intereses marca a la
voluntad una trayectoria ideal que brilla ante la conciencia
humana con un valor más o menos grande. Cada época
histórica ha tenido una tabla ideal de valores de donde el
hombre ha derivado las normas para la edificación de su
vida. En la época contemporánea asistimos a una
crisis de los valores. Sería aventurado afirmar que
ésta o aquélla escala valorativa
es la más universalmente aceptada. Parece más bien
que sobre la jerarquía de los valores no hay acuerdo
ninguno y reina la confusión y el caos. Ciertas doctrinas
muy difundidas han llegado hasta a negar los principios mismos
de la valoración. Los valores, se ha dicho, son meras
apreciaciones subjetivas que sólo tienen sentido para el
individuo que juzga. No habría entonces ningún
común denominador para medir con certeza objetiva la
belleza, el bien, la verdad, en fin, todos aquellos atributos que
forman el contenido de la cultura humana. El mundo de los valores
quedaría así reducido a una pura ilusión,
sin ley ninguna, en donde no hay más árbitro que el
capricho individual. El subjetivismo sería la
justificación filosófica de esta anarquía,
afirmando como única verdad el principio del homo
mensura,
que se expresaría en la fórmula
siguiente: cada individuo es la medida de todas las
cosas.

Uno de los más apreciables resultados de la
actual filosofía es el de restaurar la
convicción en la independencia
de los valores frente a las condiciones subjetivas de la
estimación siempre inestables. Podemos, pues, concebir un
mundo cultural fundado en un orden de valores que obedece
también como el mundo de la naturaleza a leyes
rigurosamente objetivas. El autor de este ensayo piensa
que en México,
donde ha prevalecido desde hace muchos años el
escepticismo y la desconfianza, urge difundir estas ideas. El
sentido de los valores es algo que en nuestro país ha
carecido de principios fijos, ejercitándose siempre con la
más completa arbitrariedad. Será pues
benéfico todo intento de corregir nuestras viciosas
costumbres estimativas, propagando la convicción de que
existen valores intrínsecos en la vida humana que nuestra
conciencia puede reconocer o ignorar, pero cuya realidad es
inalterable y no depende de nuestros puntos de vista
relativos.

Nuestros juicios de valor están muy a menudo
influenciados por condiciones subjetivas. Esto significa que
atribuimos un valor a las cosas sólo en relación
con nuestros intereses. Un objeto deseado nos parece valioso, y
su grado de valor es variable en proporción a la distancia
que guarda respecto a nuestro poder. Vale más mientras
más lejano está de nuestro alcance, y su valor
decrece a medida que es más fácil adquirirlo. No es
remoto entonces, que al tener en las manos el objeto anhelado, su
valor se desvanezca por completo. El valor era un espejismo
proyectado sobre el objeto para incitarnos más
ardientemente hacia él. He aquí un hecho
psicológico de una indudable realidad, pero que no debe
confundirse con los verdaderos actos de estimación. El
deseo y el valor son tan independientes uno de otro, que es
posible estimar una cosa sin desearla o desear una cosa sin
estimarla. En todo caso, cuando el deseo y la estimación
van juntos, es aquél el que sigue a esta última y
no la estimación al deseo como erróneamente se
supone.

El amor, el odio,
la envidia, el resentimiento, el despecho, son pasiones que
influyen poderosamente en los juicios de valor. Se exaltan las
cualidades de una persona amada hasta concederle un prestigio que
puede en justicia no
merecer. Por el contrario, se deprime el mérito de una
persona sólo en razón de la antipatía o la
enemistad. El individuo siempre declara falsos los valores de la
persona que envidia. Cuando un objeto codiciado es inaccesible al
esfuerzo del individuo, éste disimula su impotencia
rebajando el valor de tal objeto, como la zorra de la
fábula declara verdes las uvas que no puede alcanzar.
Estas y otras observaciones que omitimos, demuestran, no que los
valores son subjetivos, sino que hay actitudes viciosas, causas
de error en la valoración, que pueden ser conscientemente
eliminadas para lograr en las cosas una visión pura de sus
valores auténticos.

El mundo de los
valores

Hasta ahora hemos mencionado la existencia de valores
reales inherentes a hechos, personas o cosas. Pero la conciencia
descubre también valores abstractos, separados de la
realidad, por decirlo así, en estado puro. En la
estimación de los objetos reales, no sólo
advertimos los valores que efectivamente poseen, sino
además, los que debían poseer. Los hombres
dotados de una fina sensibilidad para el valor, encuentran la
realidad imperfecta, juzgan que no es como debía
ser.
Ahora bien ¿cómo es posible un juicio
semejante, sin poseer un modelo ideal
con qué comparar los hechos reales? Ese modelo no puede
ser otro que el de los valores puros. Sin ellos no
podríamos efectuar, en absoluto, ninguna
valoración. ¿Cómo reconoceríamos en
la realidad sus valores efectivos, de no tener de antemano la
noción de esos valores ideales? Toda valoración
está, pues, condicionada por la noción de los
valores puros, que constituyen las premisas indispensables de
toda estimación valedera. Así pues, por encima de
la realidad, siempre deficiente, la conciencia nos abre un mundo
ideal de valores, en cuya virtud sabemos cómo debe
ser.

Ciertamente el mundo de los valores no es accesible de
un modo directo a la mayoría de los hombres; pero existen
las individualidades superiores, los artistas, los reformadores
morales, etc., cuya misión es descubrir valores nuevos,
que circularán después como patrimonio de
la conciencia común. La finalidad de la cultura es
despertar la más amplia conciencia posible de los valores
y no como se supone erróneamente la simple
acumulación del saber. Cultura y conciencia de los valores
son expresiones que significan la misma cosa. Los pensadores
más eminentes de hoy comparten estas ideas que son ya casi
un lugar común de la Axiología (Filosofía del
valor).

La axiología
educativa

Llamada también la teoría
de los valores aplicada a la educación,
proporciona a la Pedagogía los conceptos cualitativos para
orientar la formación de la
personalidad en torno a los
valores que una sociedad dada pretende convertir en los modelos
de comportamiento. Aquí también no hay unanimidad
de criterios y posiciones pedagógicas, aunque
teóricamente son más las concordancias que las
discrepancias.  Pero como la educación es un
fenómeno histórico-social, los valores que se
inculcan o se pretenden inculcar a las nuevas generaciones
dependen de las condiciones históricas, de las fuerzas que
dominan las sociedades en
un momento dado, de las ideas dominantes, en suma.
 Aquí juega un papel la ideología y el "aparato ideológico"
del cual habló Luis Althusser. No es éste el lugar
para exponer sendos ejemplos de la educación
históricamente concebida; pero basta señalar que
los valores individualistas en la educación se han
desarrollado en concordancia con la evolución del sistema
capitalista y, en su forma más exacerbada hoy, con la
fuerza de la
globalización neoliberal, penetrando hasta en  la
propia metodología pedagógica con  la
"enseñanza por competencias". La
axiología educativa conduce a la configuración de
perfiles educativos que tienen que ver con los valores positivos
para desarrollar aquéllos, tanto los perfiles del educador
como del estudiante y, en proyección, de los profesionales
que se forman.  Como una visión valorativa de futuro,
se conforman los ideales educativos hacia los cuales se dirige un
sistema
educativo dado.  ¿No está claro que la
educación de los Estados Unidos
proyecta un ideal de "gran nación", "modelo de democracia" y
"país ideal para concretar el sueño de una vida
próspera y feliz?".  ¿Tenemos los peruanos un
ideal educativo que nos unifique y unifique nuestro sistema
educativo? Discutamos eso.  Un problema importante de
axiología educativa es la acentuación de los
valores éticos en los sistemas
educativos de América
Latina, en desmedro de los otros tipos de valores.  Casi
todo se reduce a lo ético y muy poco a los valores
científicos, sociales, estéticos.  Estos
últimos se han reducido al mero dominio de las
matemáticas, al exitismo personal y la
denominada "comunicación integral".

El discurso
educativo, agrandado con la información interdisciplinaria y
modernizada con enjambres de cifras, tiene un espacio
todavía vacante. Sin perjuicio de su amplitud, la
cuestión de los valores es aún materia disminuida y
casi ausente en e] debate sobre la crisis de la educación.
Fuera de este ámbito el problema asume
características distintas aunque precarias. La escasa y
sesgada mención que de ellos se hace es una consecuencia
de la confrontación ideológica y, también,
una manera de encubrir o eludir conceptos complejos y
controvertibles. Sin embargo, y a pesar de las peripecias de los
conceptos axiológicos dentro y fuera del discurso
educativo, sería arriesgado suponer que los valores
pierden su sentido o devalúan su influencia orientadora.
Lejos de todo ello, su función no siempre visible en los
sistemas educativos es razón suficiente para reflexionar
sobre lo que representan en el quehacer de la educación
formal, particularmente en el de las instituciones de educación
superior que constituyen el nivel formativo más
integrado con el desarrollo de la cultura científica
contemporánea.

El solo hecho de mencionar los valores remite a la idea
de una crisis superada en el tiempo o vivida en el presente. Se
sostiene, de manera conclusiva, que los tiempos de crisis obligan
a revisar nuestras creencias, valores y representaciones
habituales. Esta conclusión, sin premisas establecidas,
adquiere relevancia en la expresión "crisis de valores",
síntesis conceptual que da lugar a dos
interpretaciones aparentemente distintas. La primera tiene
carácter cuantitativo y se refiere a la "escasez" de
valores en la sociedad; la segunda implica un concepto de orden y
señala una "inversión de valores" en el comportamiento
humano y en nuestras apreciaciones de la sociedad. No
obstante la independencia de ambas interpretaciones, sus
significados confluyen en el reconocimiento de que la crisis, por
su extensión y profundidad, amenaza la vigencia de valores
que todavía se mantienen y obliga a establecer un nuevo
orden axiológico.La situación actual obliga a
plantear la cuestión de los valores en el marco de una
crisis generalizada, cuyos efectos alteran estructuras,
articulaciones y
procesos de la
sociedad global. En esa alteración la "crisis de valores",
adentrada en los intersticios del tejido social, aparece
especialmente vinculada con la educación. A pesar de la
abundancia de recursos, medios
técnicos y modelos para toda circunstancia, vivimos una
crisis dual de la educación, dualidad que refleja, por una
parte, las limitaciones y obstáculos operativos de los
sistemas; por otra, la distorsión del sentido que tienen
los valores que dimanan del proceso educativo.Si bien la crisis
de los sistemas educativos se refleja en todos los niveles y a
escala mundial (Ph. Coombs,
1973), sus alcances se hacen más agudos, más
críticos, cuando se trata de la educación superior.
No sólo porque en este nivel educativo se enseñan y
aprenden ciencias y
disciplinas con las cuales se asegura el dominio de la naturaleza
y se contribuye al desarrollo de la sociedad, sino por sus
resultados que se traducen en el ejercicio del poder
político y social, en el control de la
producción y administración de la riqueza social y en el
enriquecimiento de la cultura. De ello se deduce que cargar con
el peso de la "crisis de valores" a la educación superior
equivale a valorar los sistemas educativos, según el
género de vida que tiene la sociedad y en función
de los satisfactores, bienes y valores que el sistema educativo
genera y reproduce.En el orden axiológico, el problema
principal de la educación es el de identificar y situar
sus valores. ¿Cuáles son y dónde
están? Ante la simplicidad de esta pregunta se han
formulado múltiples respuestas complejas. Sería
tarea excesiva -al menos para este ensayo- pretender su
identificación y listar los innumerables valores
contenidos en la educación superior; sin embargo, se puede
afirmar que están adscritos, principalmente, a los
contenidos, métodos y
objetivos del proceso educativo. Su reconocimiento
individualizado y su articulación en una estructura
dinámica constituyen el campo natural de
una valoración cerrada, cuya dominante -representada por
la dinámica de la estructura- es insuficiente para
explicar integralmente la naturaleza axiológica de la
educación. Su discurso cerrado y el uso reduccionista que
de ella se hace influyen notoriamente para que la
fundamentación de los valores educativos se conduzcan por
atajos doctrinarios e ideológicos, cuando no dogmaticos y
especulativos.

Al margen de las implicaciones reduccionistas del
discurso pedagógico, la educación es una actividad
genuina de la sociedad y se desarrolla en función de fines
e ideales que no son exclusivos de la valoración cerrada.
Las necesidades, intereses y aspiraciones de la sociedad
determinan el paso de la valoración cerrada a la
valoración abierta. Esto quiere decir que los valores se
adscriben tanto a los componentes internos del proceso como a las
funciones y
resultados sociales del sistema. Entonces se valoran las
ciencias, las tecnologías, las disciplinas
humanísticas y, consecuentemente, los niveles formativos,
las profesiones, las especializaciones y los recursos
humanos formados en este nivel educativo.

El paso de la valoración cerrada a la abierta
implica la confrontación del proceso educativo con la
dinámica de la sociedad. Las fuerzas sociales e
ideológicas, según sus intereses y proyectos, y
según sus articulaciones en la estructura del poder,
determinan otras dominantes que en la valoración abierta
se integran con la estructura de la valoración cerrada.
Las nuevas dominantes se reflejan en la formulación de
fines y objetivos, en la organización del currículo y en el sentido que habrá
de tener la educación. No es casual que se establezcan
modelos en los cuales se ideologiza el conocimiento para darle el
valor de componente principal del "status" social, como tampoco
es fortuito que hoy día se discuta la evaluación de
los sistemas educativos en términos de "calidad de la
educación" y "excelencia académica". Ambos
conceptos axiológicos están relacionados con la
valoración cerrada y abierta, respectivamente. Aislar a
"la calidad" de los valores intrínsecos del proceso
educativo, o "la excelencia" de los valores extrínsecos de
la educación, conduce a los mismos riesgos
doctrinarios e ideológicos de la valoración cerrada
o a la elaboración de una fórmula hueca y sin
sentido, en el caso de la "excelencia
académica".

Las nuevas dominantes no sólo proceden de los
cambios que se producen en el entorno nacional, sino
también de los que ocurren en las estructuras de la ciencia y
la tecnología, controladas por pocos centros
de poder. A consecuencia de ello, en países como los
nuestros la enseñanza y la
investigación se distancian más de "la gran
ciencia" o
ciencia avanzada y de las tecnologías de punta, o
siguiendo radicales tendencias imitativas, experimentan cambios
que no siempre traen el mejoramiento de una situación
dada. En esta situación, y otras semejantes, la
cuestión de los valores asume características
significativas por la función que ellos cumplen en el
proceso formativo de los recursos humanos.

Conclusiones

La crisis contemporánea es la que más
hondamente lesiona los valores
humanos. Es un desgarramiento del hombre ocasionado por
contradicciones internas que desvirtúan el sentido
benéfico de la civilización. Hay en ésta un
ímpetu demoniaco que burlando el control de la voluntad,
ha desarrollado fuerzas destructoras que se vuelven en contra de
los intereses del hombre. Observando el panorama mundial del
momento presente, bien podría aparecer la
civilización como un monstruo que después de romper
sus cadenas, amenaza destruir a sus propios amos y creadores. Es
decir, que la civilización, contradiciendo su destino
original, en vez de favorecer la vida se convierte en un
instrumento de muerte. Y
así el hombre llega a la situación
paradójica de tener que defenderse de su propia
civilización. Esta ha creado en su seno fuerzas negativas
que pueden deshacer la libertad, la personalidad, la vida
espiritual del hombre. Para consumar este fin la
civilización, valiéndose de mil recursos, ha
embotado el juicio, ha debilitado las fuerzas morales, ha
sugestionado a la inteligencia y
ha conquistado la voluntad de manera que la destrucción
del hombre aparezca como un deseo que de él emana, y
encuentre además una filosofía para justificarla
disfrazándola de un beneficio en que deben cifrarse sus
más elevadas aspiraciones. Por fortuna, una parte de la
humanidad que ha salvado la lucidez de su conciencia, está
alerta ante el peligro y se apresta a defender con todas sus
fuerzas los más preciados valores del hombre.

En esta crisis mundial que parece envolver una
cuestión de vida o muerte para la civilización,
podría considerarse inoportuno e ineficaz la
meditación y el pensamiento, y el exigir de toda su
planificación directa en la lucha diaria,
como soldados en la trinchera, para hacer frente al enemigo
inmediato. Sin embargo, tras de los acontecimientos reales
actúan fuerzas invisibles, factores ideales que
sólo con las armas del
pensamiento se pueden combatir. La filosofía
contemporánea ha buscado afanosamente el contacto con
la realidad y su puesto en la lucha para servir a la vida del
hombre y la civilización. Ella comprende la urgencia de
constituir un frente ideológico que se oponga a todos
aquellos errores que minan las bases mismas de la existencia
humana. Los temas que han sido tocados brevemente en este
libro no son
ajenos, como pudiera juzgarse por su expresión abstracta,
a los problemas vitales que agitan el panorama de la historia
actual. Por poco que se prolonguen o ahonden las implicaciones de
esos temas podrá verse cómo se enlazan con los
problemas más palpitantes de la experiencia cotidiana. La
tesis que yace
en el fondo de este libro y que tal vez pueda leerse entre
líneas, es que los acontecimientos exteriores de la vida
no hacen sino reflejar la idea que el hombre tiene de sí
mismo, la conciencia o inconsciencia de su verdadero destino. La
historia será grande o mezquina según sea grande o
mezquina la estimación que tenga de sus propios valores.
La tesis de este libro se ha inspirado en la perenne validez de
la máxima socrática que dice al hombre:
conócete a ti mismo. No es el hombre un mero producto de la
historia arrastrado como un cuerpo inerte en la corriente de su
devenir. La historia es una creación humana en donde se
reflejan su fuerza y su debilidad, su heroísmo y su
pequeñez. El hombre y nadie más son responsables de
su historia. Cuando se habla de factores históricos
preponderantes, como por ejemplo la economía ¿acaso se pretende que
ésta es obra de la naturaleza? ¿No es la
economía en cualquiera de sus formas una
organización creada por el hombre?

En síntesis podemos destacar lo
siguiente:

  • Cuando hablamos de "valores morales", es importante
    notar que éstos están frecuentemente
    constituidos por hábitos establecidos en un grupo o
    sociedad y que deben subordinarse a la valoración
    ética. Asimismo, la crisis y cambio de valores morales
    no significa necesariamente una amenaza o un peligro, se
    puede ver como algo saludable.

  • La crisis de valores relacionada con la juventud
    tiene un contexto sociocultural amplio del cual la juventud
    es parte. No se puede aislar a la juventud de este
    contexto.

  • Cuando hablamos de "juventud", nos referimos a una
    pluralidad de modelos, que no pueden ser homogeneizados sin
    grandes pérdidas. Cada modelo está en
    relación a diferentes situaciones y herencias morales.
    En América Latina, son importantes para comprender a
    la juventud, las diferentes raíces culturales como son
    sus diferentes herencias morales, las diferentes clases
    sociales, entre los cuales destacan los jóvenes pobres
    y trabajadores; jóvenes marginales y expuestos a la
    delincuencia y al consumo de drogas; jóvenes de clase
    estudiantil urbana.

  • Existe un modelo que se puede entender hoy como
    hegemónico. Esta hegemonía se expresa en la
    tendencia de la cultura moderna a imponerse. También
    se ejerce por la fuerza de una imposición virtual,
    estableciendo patrones de comportamiento y de referencia. Es
    posible retomar algunas tendencias morales
    características de ese modelo.

  • En las relaciones con la juventud y sus valores
    morales, además de los desafíos de la pastoral,
    la Iglesia puede verse interpelada desde dentro por algunos
    acentos como son la insistencia en lo privado, en el tipo de
    relaciones del compañero-comunidad que defiende, en el
    idioma que usa para proponer formas religiosas a los
    significados y en el propio horizonte de sentido de vida que
    ofrece.

  • El proceso formativo de valores morales, para que
    sea evangélicamente conducido y al mismo tiempo
    inculturado, exige cierta consideración de cómo
    los jóvenes participan en la creación de logros
    en la vida social, es decir en la producción y consumo
    de servicios, en la producción y "consumo" de
    relaciones, en la producción y "consumo" de sentidos.
    Un proceso formativo debe necesariamente ser participativo,
    superando relaciones simplemente institucionales, impositivas
    y autoritarias.

  • Ante las tendencias de elaboración moral de
    la cultura moderna, la Iglesia los ve como el desafío
    de vivir radicalmente los ideales del Sermón de la
    Montaña y de guiarlos hacia las utopías del
    Reino de Dios, reconociendo sus propias ambigüedades e
    insuficiencias en este sentido. Esto exige transparencia por
    un lado, y por otro también la gradualidad en las
    demandas, para facilitar un crecimiento.

  • La crisis de valores morales de la juventud debe ser
    vista en el contexto bíblico de "signos de los
    tiempos", provocadores no simplemente de una acción
    misionera, sino también de una revisión
    interna, espiritual y organizacional de la propia
    Iglesia.

  • Los valores morales tienen una significación
    social muy importante y son analizados por diferentes
    ciencias.: Filosóficas, sociológicas y
    pedagógicas.

  • Los valores desde la óptica
    sociológica retoma de la filosofía su
    significación social, afirma la existencia de objetiva
    y subjetiva, que parten del consenso social.

  • En el contexto social, la familia y la escuela son
    instituciones primarias importantes en la formación de
    valores.

  • La polémica entre las interpretaciones
    materiales e idealistas pierden espacio.

  • La generalidad científica reconoce el doble
    carácter objetivo – subjetivo de
    valores.

Bibliografía

Geomundo.com. Los Valores hechos VIDA. Objetividad en
Los Valores


M.A. Xóchitl Vázquez Domínguez
. La
importancia de los valores morales en el desarrollo
profesional.
Responsabilidad
Social Empresarial
28-07-2008

Montellano Opina. El blog de Portal Montellano.
La corrupción pública es determinante en la falta
de credibilidad de los políticos.
jueves, 27 de abril
de 2006

Monografías.com. Valores y antivalores

 

 

 

 

 

 

Autor:

Lic. Yda Zambrano

República Bolivariana de
Venezuela

Noviembre 2009

Partes: 1, 2
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