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Biografía de Salomé Ureña De Henríquez (página 2)




Enviado por Daniela Vizcaino



Partes: 1, 2

En 1874 otra "Herminia" aparece firmando un
artículo en prosa en el
periódico El Centinela. Desde entonces
Salomé firma sus versos con su nombre, y alcanza elogios
como el de don Marcelino Menéndez y Pelayo, quien
escribió que "para encontrar poesía
en Santo Domingo hay que llegar a José Joaquín
Pérez y a Salomé Ureña".

Las poesías
de Salomé Ureña se publicaban generalmente en
periódicos de Santo Domingo, y en algunas ocasiones
aparecían en periódicos extranjeros.

La antología Lira de Quisqueya recoge
diez composiciones suyas. En 1880 se publicó un volumen de sus
poesías, patrocinada su publicación por la
Sociedad Amigos del País. Este libro contiene
treinta y tres composiciones y el poema Anacaona. Tiene
un prólogo de Monseñor Fernando A. de Meriño
y una biografía de la citada Sociedad,
escrita por José Lamarche. En 1920 se hizo una segunda
edición
de sus versos, más recomendable que la anterior. Tiene un
prólogo, anónimo, escrito por su hijo Pedro
Henríquez Ureña. En esta edición han sido
omitidos el poema Anacaona y nueve composiciones de las
que figuran en la edición de 1880.

Patriotismo

Desde muy niña, Salomé Ureña
alojó en su corazón la
vehemente aspiración de Patria: había heredado de
su abuelo y de su padre el sentimiento del patriotismo. Sus
primeros años discurrieron en una época alternativa
de paz y de guerra. Su
infantil espíritu tropieza con la terrible Anexión
a la antigua Metrópoli. El espectáculo de la guerra
nacionalista contra España y
luego las guerras
civiles, acrecientan su amor a la
Patria y hacen de Salomé la poetisa
patriota
.

Ella es la primera que canta, por encima de todos los
poetas de su época, el progreso y la civilización.
Según expresión de César Nicolás
Penson, ella "fue poetisa vaticinadora en cuyos épicos
cantos predominaba siempre la nota patriótica con los
encendidos y vehementes anhelos y alientos de titán.
Vidente como los grandes vates de las revoluciones del
espíritu, Olmedo, Heredia y Quintana, recogió la
herencia de
sus estrofas altivas y apasionadas, y sorprendió a la
América
y al mundo…"

En sus poesías no predomina el elemento puramente
literario, sino lo que contribuye a dar mayor grandeza a su
Patria. Hostos, al hablar de ella dice: "Cantó todo lo que
sentía la sociedad de que formaba parte; y lo cantó
con tal fuerza, con
tal unción, que parece en sus versos la sacerdotisa del
verdadero patriotismo", y agrega; "indudablemente, lo más
grande que hay en la poetisa dominicana es la fibra
patriótica
".

Soñó con el bien de su patria y
dedicó sus versos a inclinarla hacia la paz y el progreso.
Esta preocupación patriótica llegó a
sobreponerse a toda otra idea; sólo le animaba el deseo de
hacer llegar su prédica a todos sus
compatriotas.

En 1881 comienza a sufrir nuevamente por las desgracias
de su patria. Recientes perturbaciones políticas
hacen que sus esperanzas patrióticas tengan grandes
decepciones. El fracaso moral del
gobierno de
Meriño, le ocasionó profundo desconsuelo. Sus
cantos patrióticos sufren una crisis. La
poetisa escribe Sombras, y desde entonces en muy raras
ocasiones escribe versos. Pero Sombras no es un vano
alarde poético; es un adolorido grito de patriótica
angustia. La decepción política es
estímulo para la creación de un plantel educativo
que contribuya a cambiar la sombría faz del País:
el Instituto de Señoritas.

Salomé en el Hogar

Desde el año 1860 hasta 1880, Salomé
Ureña fue a vivir, siempre con su madre y con su hermana
Ramona, y además con Teresa de León y de la Concha
y Ana Díaz León, a la casa No. 56 de la calle
19 de Marzo. Su educación
doméstica la recibió de su madre y de su tía
Ana (Nana), "la segunda madre en el hogar".

La madre de Salomé era católica
practicante, pero no fanática. Ramona y Salomé se
formaron en una atmósfera de fe cristiana, y
asistía a la iglesia con su
madre todas las mañanas, durante su primera juventud.
Luego las obligaciones
del hogar no les permitieron ir a misa sino los domingos. El
ex-Convento Dominico era la iglesia que acostumbraba visitar.
Allí vio a Salomé, por primera vez, Francisco
Henríquez y Carvajal, quien atraído por la fama de
la poetisa, acompañado de un amigo se dirigió al
ex-Convento en interés de
conocerla. El amigo le señaló a las dos hermanas,
pero no supo decirle cuál de ellas era la excelsa
poetisa.

Desde la infancia,
Salomé fue muy emotiva. Sufría por todo. Se le
veía llorar sin motivo aparente. Esta disposición
del ánimo perduró en ella toda la vida. Era noble
de sentimientos y "su modestia fue tan grande como su
mérito". Fue mujer de su casa.
Soltera, pocas veces traspasaba los linderos de su
hogar.

Cuatro años duró la ausencia del esposo,
que había ido a Francia a
perfeccionar sus estudios de Medicina.
Cuatro años de angustias para la madre educadora. Aquella
mujer de ánimo fuerte y de voluntad superior,
vaciló abatida por la ausencia del esposo ante la terrible
idea de perder a uno de sus hijos. Ese estado de
espíritu, le inspiró su poesía
Angustias.

La horrorosa enfermad del crup [difteria,
gatorrilo, del inglés
'croup' se desarrolló en esta ciudad. El suero salvador no
había sido descubierto y era casi seguro que el
niño que fuera atacado por la epidemia mortal,
sucumbiría.

Desgraciadamente, su hijo Pedro contrajo la terrible
enfermedad. Otro milagro fue realizado al ser salvado de ella,
por el Dr. Alfonseca, quien años antes lo había
librado de la muerte. Dos
veces estuvo su hijo Pedro al borde de la tumba. En esta
ocasión no fueron pocas las angustias de la madre ante el
niño moribundo.

Salomé sentía vivo placer en la educación de sus
hijos. A todos les enseñó a querer a su patria. Ese
amor creció con la maternidad y los infundió en el
espíritu de sus hijos.

El 9 de abril de 1894 nació Camila, su
única hija. Mientras tanto, ella luchaba con la muerte,
atacada de fuerte neumonía. Rebasó la gravedad, pero
su salud
quedó minada para siempre. Aparente restablecida de esa
enfermedad, escribió su poesía
Umbra-Resurrexit:

Umbra La mirada sin luz, la mente
ansiosa, corto el aliento al pecho, en ruda agitación se
va la vida… Allá perderse en la penumbra vaga miro las
prendas del hogar benditas, mis hijos, en su cándido
abandono, ajenos al amago de la suerte sobre ellos suspendida, y
tú, de pie, bajo el dolor inmenso, nublada por el llanto
la pupila.

Resurexit Brota la luz en
deslumbrantes ondas, el
aire al pecho
fluye, el espíritu absorto se reanima, y cunde y se dilata
en las arterias el ritmo palpitante de la vida Y bajo el ala
cándida que extiende sobre el hogar en gozo ángel
nuevo de paz que el cielo brinda, surgiendo victorioso de las
sombras el cuadro de mi amor esplende al día.

Durante su quebranto, el esposo la hizo abandonar la
ciudad natal, hacia Puerto Plata. Al pasar frente a San Pedro de
Macorís, el poeta y crítico Rafael A. Deligne la
saludó con sus versos Alondra que viaja, que
comenzaban así:

No vi su marcha, ni cruzó mi puerta;
mas es su vuelo tal, que el alma
mía se estremeció, despierta a la armonía,
de tanta gloria al esplendor despierta.

Que el genio, aunque
se oculte, y viaje solo, astro inmortal, o puro ser divino, deja
de luz un rastro, peregrino, más que la aurora con que
irradia el polo!…

Puerto Plata fue para ella delicioso oasis. Al llegar,
Antera Mota de Reyes la saludó con una extensa y bella
página en prosa, Bienvenida. Rodeada de
cariños y atenciones y colmada de homenajes de
admiración, pasó allí una feliz temporada
que alivió su espíritu, pero no detuvo en su
carrera la mortal enfermedad. Allí terminó su
poesía Mi Pedro, que tenía inconclusa
desde 1890.

  • Femineidad

Salomé Ureña fue extremadamente femenina.
Hostos, el Apóstol Antillano, al hablar de ella en una
breve biografía, dice: "Los tributos
poéticos de Salomé Ureña a los afectos, a
los seres queridos, al hogar, a su digno esposo y a sus hijos,
forman una serie de composiciones extraordinariamente subjetivas,
pues todas juntas sugieren la certidumbre de que la poetisa
era además una mujer; no hay ninguna de ellas que
no sugiera algún sentimiento delicado, alguna
recóndita sonrisa de complacencia, algún noble
estímulo para la vida, alguna de esas tristezas
reconfortantes que sirven de séquito, y a veces de
ovación, al mérito moral e intelectual
desconocido".

Como Juan Nicasio Gallego al estrenarse uno de los
dramas de la Avellaneda, ¡Es muy hombre esa
mujer
!, exclama Alejandro Angulo Guridi en un arranque de
entusiasmo al oír la composición de Salomé,
A mi patria, leída por Francisco Henríquez
y Carvajal en la velada de la Sociedad Literaria Amigos del
País
en que se le confirió una medalla. Cuando
Angulo Guridi exclama: ¡Es muy hombre esa mujer!,
no se refiere a odiosos rezumos de masculinidad, a
manifestaciones de bastarda masculinidad en sus versos, sino a la
majestad de su inspiración; hombre también en la
grandeza de la acción,
pero femenina siempre en su actitud.

En la Escuela

Durante los años 1878 y 1879 se dedicó
Salomé Ureña a ampliar su cultura
científica y literaria. Francisco Henríquez y
Carvajal, admirador del talento de la poetisa, cuyo nombre volaba
ya en alas de la fama, la ayudó a completar su
educación, y contrajo matrimonio con
ella, en febrero de 1880, como se ha dicho antes.

En 1879 había llegado a la
República Eugenio María de Hostos, a quien se
le encomendó la
organización de la Escuela Normal de
Santo Domingo, en 1880, y de quien fue Francisco Henríquez
y Carvajal activo colaborador.

Animada en su ideal por el compañero de su vida,
fundó el 3 de noviembre de 1881 el Instituto de
Señoritas, primer plantel femenino de Enseñanza Superior en la República,
sin duda la escuela de mujeres más importante que ha
habido en el país. Fue inaugurado con sólo 14
alumnas. Su consagración al magisterio fue tan radical que
prefirió las duras glorias de éste, antes que los
laureles de la poesía. Ya lo dijo Hostos: "La mujer
quisqueyana no ha tenido reformadora más concienzuda de la
educación de la mujer".

El Instituto de Señoritas ofrece un rápido
triunfo espiritual, y en abril de 1887 se celebra la investidura
de las seis primeras maestras: Leonor M. Feliz, Mercedes Laura
Aguiar, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia
Henríquez Perdomo y Catalina Pou. En aquella
ocasión, en que Hostos pronunció uno de sus
más bellos discursos,
Salomé Ureña rompe su silencio y escribe la
historia de sus
aspiraciones y de sus esfuerzos en Mi ofrenda a la
Patria
.

La Muerte

La vida de Salomé Ureña de
Henríquez se resume en dos hechos esenciales:
soñó con el bien de su patria y dedicó sus
versos a encaminarla hacia la paz y el progreso; después
creyó que esto no bastaba, y se dedicó a la
educación de la mujer. Hay dos momentos culminantes en su
vida: el día en que se le entrega una medalla costeada por
suscripción pública, como homenaje a la cantora del
ideal de una patria mejor; el día en que se gradúan
sus primeras discípulas, prenda de algo que
ayudaría a hacer mejor el destino de la patria.

Su vida es corta; cuando va a gozar del necesario
descanso, enferma para morir [de tuberculosis]; y
este final inesperado conmueve a toda la
República.

El angustioso proceso de su
muerte se inició en enero de 1897. El día dos
regresó de Puerto Plata a Santo Domingo. El día
ocho se sintió decaer, y a los quince días se
agravaba: asistíanla los doctores Ramón
Báez, Salvador B. Gautier y J.F. Alfonseca. El esposo
ausente llegó de Haití el siete de febrero. Se
redoblaron los esfuerzos de la ciencia y
del cariño hasta lograr apartarla por unos días de
la tumba.

Murió rodeada del cariño de todos, el
día 6 de marzo de 1897. Su entierro fue una
manifestación cívica. Le dieron sepultura en la
iglesia de las Mercedes.

"Ante su tumba -exclama don Arturo Pellerano Alfau- el
corazón se llena de congojas y la palabra se anuda en la
garganta" y agrega: "Para su cuerpo es bastante ese lecho de
tierra donde
va a dormir el sueño eterno, pero para su gloria son ya
pequeños los ámbitos de América". "Mujer de
la Biblia", la llamó César Nicolás
Penson.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Daniela Vizcaino

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