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Importancia de la práctica de valores (página 2)




Enviado por Juan Sarabia



Partes: 1, 2, 3

1.1 EL HOMBRE

Para poder
adentrarnos dentro de lo que son los valores y
todas sus características es necesario entender que el
único ser capaz de cultivar y vivir estos valores es
el hombre. Tomando la idea de que el hombre como
tal es un ser racional por excelencia, podemos afirmar que los
valores sólo los vive el hombre racional. Pero,
¿Qué es el hombre? Si la respuesta a este
cuestionamiento pudiera hacerse de modo científico,
el trabajo de
explicar su esencia sería fácil y así
comprenderíamos con mayor prontitud a la humanidad en
sí. Mas no se ha llegado nunca a un acuerdo sobre ese ser
del hombre, sino más bien, a medida que va avanzando el
pensamiento y
ha progresado moralmente, la concreción se ha ido haciendo
más difícil. A lo largo de la historia, han surgido
diversas disciplinas (o ciencias) que
han querido explicar este cuestionamiento, pero en su
mayoría, por no decir todas, han quedado sólo en la
periferia de su objeto formal de estudio y han hecho más
incomprensible este planteamiento. Ello no significa que sea
imposible explicarlo; el hombre es entendido, en todas sus
dimensiones, a lo largo de la historia como un todo compuesto de
dos aspectos fundamentales (corporal y espiritual). Es importante
acotar aquí que no nos referimos al hombre como
género sino como un todo general y complejo,
el ser humano.
Los griegos limitaron la finalidad del ser
humano a la de ser un excelente ciudadano. El pensamiento
cristiano hizo depender el ser del hombre de la voluntad divina
(en cuanto hijo de Dios) ser único e irrepetible, hecho a
imagen y
semejanza de su Creador. En cambio, la
modernidad
proclama, por encima de todo, la individualidad de la persona: el
individuo es
un ser fundamentalmente, "libre" con derecho a elegir su
propia vida. Otras características del hombre son: es el
único ser que es capaz de vivir en sociedad, en
donde se relaciona con los demás y se desarrolla (Sociología), un ser con historia,
costumbres, tradiciones, saberes, cultura, etc.
(Antropología), un ser con una conducta
(Psicología), un ser con principios,
valores, conocimientos, limitaciones. En todo, no hemos dado con
un concepto
básico del HOMBRE, pero, por lo comentado podemos deducir
que le hombres es: "Un ser racional, LIBRE, único,
irrepetible, complejo, que vive en una sociedad, posee
creencias
, principios, valores, conocimientos, movido
por su conducta, con tendencia a la felicidad.
Pero con esto
no se resume lo que es el hombre, es solo para poder llegar a
entender al hombre como el principal manifestador de los valores,
de la coherencia de vida y de las prácticas
democráticas en una gran dimensión de su todo. No
diremos que esto hace al hombre, pues ello sería
encasillarlo y no darle libertad, atraparlo en un
concepto, solo queremos puntualizarlo en estos
aspectos.

1.2 LOS VALORES. ORIGEN

La génesis del valor humano
se desprende del vocablo latín aestimable que le da
significación etimológica al término
primeramente sin significación filosófica. Pero con
el proceso de
generalización del pensamiento humano, que tiene lugar en
los principales países de Europa, adquiere
su interpretación filosófica. Aunque es
sólo en el siglo XX cuando comienza a utilizarse el
término axiología (del griego axia, valor y logos,
estudio).

En los tiempos antiguos los problemas
axiológicos interesaron a los filósofos, por ejemplo: desde Sócrates[1]eran objetos de análisis conceptos tales como "la belleza",
"el bien", "el mal".

Los estoicos[2]se preocuparon por explicarse la existencia y
contenido de los valores, a partir de las preferencias en la
esfera ética y en
estrecha relación, por tanto, con las selecciones morales,
hablaban de valores como dignidad,
virtud…

Los valores fueron del interés
además de representantes de la filosofía como Platón
para el cual valor "es lo que da la verdad a los objetos
cognoscibles, la luz y belleza a
las cosas, etc., en una palabra es la fuente de todo ser en el
hombre y fuera de él"

A su vez Aristóteles abordó en su obra el
tema de la moral y las
concepciones del valor que tienen los bienes.

En el Modernismo
resurge la concepción subjetiva de los valores, retomando
algunas tesis
aristotélicas. Hobbes[3]en
esta etapa expresó: "Lo que de algún modo es objeto
de apetito o deseo humano es lo que se llama bueno. Y el objeto
de su odio y aversión, malo; y de su desprecio, lo vil y
lo indigno". Pero estas palabras de bueno, malo y despreciable
siempre se usan en relación con la persona que los
utiliza. "No son siempre una regla de bien, si no tomada de la
naturaleza de
los objetos mismos".

Hasta este momento de la historia de los valores y luego en la
axiología se expresa el significado externo de los objetos
para el hombre, se hace un análisis idealista subjetivo, y
desde este punto de vista los valores se fetichizan o se reducen
a propiedades naturales.

En la segunda mitad del siglo XIX, con la agudización
de las contradicciones propias de la sociedad capitalista, es
cuando el estudio de los valores ocupó un lugar propio e
independiente en la filosofía burguesa
convirtiéndose en una de sus partes integrantes.

Max Scheler[4]fue el filósofo que más
abordó el tema en esta etapa. Para él los valores
son cualidades de orden especial que descansan en sí
mismos y se justifican por su contenido. El sentimiento de valor
es una capacidad que tiene el hombre para captar los valores.
Para Scheler: "el hombre es hombre porque tiene sentimiento de
valor".

A fines del siglo XIX y principios del XX con estos aportes
del marxismo se
comienza a abordar el concepto de valor sobre la base de la
relación sujeto-objeto, de la correlación entre lo
material y lo ideal. De ahí que la filosofía
marxista leninista establezca el análisis objetivo de
los valores, a partir del principio del "determinismo aplicado a
la vida social, donde se gesta el valor y las dimensiones
valorativas de la realidad", es decir, esa capacidad que poseen
los objetos y fenómenos de la realidad objetiva de
satisfacer alguna necesidad humana.

1.3 CONCEPTO

Aún cuando el tema de los valores es considerado
relativamente reciente en filosofía, los valores
están presentes desde los inicios de la humanidad. Para el
ser humano siempre han existido cosas valiosas: el bien, la
verdad, la belleza, la felicidad, la virtud. Sin embargo, el
criterio para darles valor ha variado a través de los
tiempos. Se puede valorar de acuerdo con criterios
estéticos, esquemas sociales, costumbres, principios
éticos o, en otros términos, por el costo, la
utilidad, el
bienestar, el placer, el prestigio.

Los valores son producto de
cambios y transformaciones a lo largo de la historia. Surgen con
un especial significado y cambian o desaparecen en las distintas
épocas. Por ejemplo, la virtud y la felicidad son valores;
pero no podríamos enseñar a las personas del mundo
actual a ser virtuosas según la concepción que
tuvieron los griegos de la antigüedad. Es precisamente el
significado social que se atribuye a los valores uno de los
factores que influye para diferenciar los valores tradicionales,
aquellos que guiaron a la sociedad en el pasado, generalmente
referidos a costumbres culturales o principios religiosos, y los
valores modernos, los que comparten las personas de la sociedad
actual.

Pero ¿Qué se entiende por
valores
?: Este concepto abarca contenidos y significados
diferentes y ha sido abordado desde diversas perspectivas y
teorías. En sentido humanista, se entiende
por valor lo que hace que un hombre sea tal, sin lo cual
perdería la humanidad o parte de ella. El valor se refiere
a una excelencia o a una perfección. Por ejemplo, se
considera un valor decir la verdad y ser honesto; ser sincero en
vez de ser falso; es más valioso trabajar que robar. La
práctica del valor desarrolla la humanidad de la persona,
mientras que el contravalor lo despoja de esa cualidad. Desde un
punto de vista socio-educativo, los valores son considerados
referentes, pautas o abstracciones que orientan el comportamiento
humano hacia la transformación social y la
realización de la persona. Son guías que dan
determinada orientación a la conducta y a la vida de cada
individuo y de cada grupo
social.

La esencia de los valores es su valer, el ser
valioso. Ese valor no depende de apreciaciones subjetivas
individuales; los valores son objetivos,
situados fuera del tiempo y del
espacio.

Los valores se perciben mediante una operación
no intelectual llamada
estimación.

Todo valor tiene una polaridad, ya que puede
ser positivo y negativo; es valor o contravalor.

Cualquier valor está vinculado a la
reacción del sujeto que lo estima. Hay unos
más estimables que otros, les otorgamos una
jerarquía. Según ésta, los valores
pueden clasificarse en vitales, materiales,
intelectuales,
morales, estéticos y religioso.

"Todo valor supone la existencia de una cosa o persona
que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es
ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real sino
adherida a los objetos que lo sostienen. Antes son meras
posibilidades."

Los valores (dignos, apreciables) son instancias
válidas que se presentan en las actividades de los seres
humanos, teniendo como consecuencia la aceptación o el
rechazo de que algo o alguien sea bueno o
malo[5]

Desde que el ser humano tuvo conciencia, pudo
darse cuenta de que en el mundo se encontraba con situaciones
conflictivas o problemáticas. Por ellos fue que se
instalaron ciertos criterios, normas,
principios y valores que ayudarían a regular dicha
situación. Y aunque a veces se da la cuestión de
que los valores pertenecen a las divinidades, o que es una
cuestión de religión, nos damos
cuente que los valores en sí, encuentran su fundamento en
el hombre, en su comportamiento
con los demás, en su relacionamiento. Tampoco podemos
pensar que las divinidades no toman parte en esta prerrogativa,
podríamos decir incluso que en ellos toma
inspiración el hombre para establecer aquellos criterios,
normas, principios, y, por sobre todo, los
valores.

Aunque las necesidades del hombre desempeñan un
papel importante en el surgimiento de los valores, no implica que
la actividad subjetiva haga que los valores sean también
subjetivos pues están determinados por la sociedad y no
por un individuo aislado

En valor también pueden convertirse determinadas
formaciones espirituales las ideas, las teorías. Pero
aún estos fenómenos espirituales siendo subjetivos
por su existencia, sólo se convierten en valor en la
medida en que se correspondan con las tendencias del desarrollo
social.

De tal forma los valores no existen fuera de las
relaciones sociales, de la sociedad y el hombre. El valor es un
concepto que por un lado expresa las necesidades cambiantes del
hombre y por otro fija la significación positiva de los
fenómenos naturales y sociales para la existencia y
desarrollo de
la sociedad.

Primeramente esta concepción se refiere a bienes
y materiales naturales, valores de uso, al carácter progresivo o reaccionario de los
acontecimientos históricos, a la herencia cultural
y a las características estéticas de los
objetos.

En el segundo caso se trata de valoraciones, situaciones
y actitudes,
representaciones normativas, así como del sentido de la
historia de los ideales y principios.

En la actualidad, a través de la década
del noventa, las condiciones se han trasformado, han cambiado. De
ahí que el pensamiento filosófico capte las
actuales condiciones, confirme así el carácter
histórico concreto del
valor, y ofrezca nuevas tesis.

Fabelo establece ahora tres planos de análisis:
el primero son los valores objetivos, como las partes que
constituyen la realidad social tales como: los objetos,
fenómenos, tendencias, ideas, concepciones, conductas.
Estos pueden desempeñar la función de
favorecer u obstaculizar la función social,
respectivamente será un valor o un antivalor. Este es un
sistema de
valores objetivos.

El segundo plano es un sistema subjetivo de valores y se
refiere a la forma en que se refleja en la conciencia la
significación social ya sea individual o colectiva. Estos
valores cumplen una función como reguladores internos de
la actividad humana. Pueden coincidir en mayor o menor medida con
el sistema objetivo de valores.

El tercer plano es un sistema de valores
institucionalizados, que son los que la sociedad debe organizar y
hacer funcionar. De este sistema emana la ideología oficial, la política interna y
externa, las normas jurídicas, el derecho y la educación formal.
Estos valores pueden coincidir o no con el sistema de valores
objetivos.

Aunque el proceso subjetivo, de concientización
de un determinado sujeto, es importante, no es ajeno a los otros
dos momentos. Pues los valores que se forman son el resultado de
los valores objetivos y los socialmente
institucionalizados.

Lo que provoca la disminución del valor a los
fenómenos espirituales, sociales y se le conceda mucho
más valor a los que se asocien a la satisfacción de
necesidades materiales.

En nuestro país de manera general existe una
juventud que
es heredera de valores como la independencia,
la solidaridad, y la
justicia
social. Sin embargo, en una parte de esa juventud pueden
observarse síntomas evidentes de crisis de
valores. Entre los síntomas están los siguientes:
inseguridad
acerca de cual es el verdadero sistema de valores, qué
considerar valioso y qué antivalioso, sentimiento de
pérdida de validez de lo que hasta ahora era valioso y por
tanto atribución de valor a lo que hasta entonces era
antivalioso, cambios en el sistema jerárquico,
otorgándole mayor prioridad a valores que eran más
bajos.

Pero se considera que no se ha producido una crisis
total del sistema de valores; si no que estos síntomas
indican un debilitamiento de determinados valores, en
determinados grupos
sociales dado un proceso de reordenamiento, o reacomodo
económico.

No obstante en nuestro país reafirmamos "que la
solidaridad es más rentable que el egoísmo, que el
costo de la codicia es superior al de la generosidad, que la
eficiencia
basada en la
administración democrática es superior a la
genialidad de cualquier burócrata y que el economismo no
puede ser la supraideología de una nación
que aspira a seguir siéndolo con todos y para el bien de
todos".

1.4 CARACTERÍSTICAS DE LOS
VALORES

Una de las características de los
valores es la que se denomina polaridad, ello significa
que a cada valor corresponde un antivalor, a aquello que posee un
sentido valioso para la existencia se opone el significado de lo
que no tiene sentido para la misma. El filósofo español
José Ortega y
Gasset[6]raciovitalista[7]habla de
los valores y de sus contrarios.

¿Qué hace que algo sea
valioso? La humanidad ha adoptado criterios a partir de los
cuales se establece la categoría o la jerarquía de
los valores.

Algunos de esos criterios son:

(a) Durabilidad: los valores se
reflejan en el curso de la vida. Hay valores que son más
permanentes en el tiempo que otros. Por ejemplo, el valor del
placer es más fugaz que el de la verdad.

(b) Integralidad: cada valor es una
abstracción íntegra en sí mismo, no es
divisible.

(c) Flexibilidad: los valores
cambian con las necesidades y experiencias de las
personas.

(d) Satisfacción: los valores
generan satisfacción en las personas que los
practican.

(e) Polaridad: todo valor se
presenta en sentido positivo y negativo; Todo valor conlleva un
contravalor.

(f) Jerarquía: Hay valores
que son considerados superiores (dignidad, libertad) y
otros como inferiores (los relacionados con las necesidades
básicas o vitales). Las jerarquías de valores no
son rígidas ni predeterminadas; se van construyendo
progresivamente a lo largo de la vida de cada persona.

(g) Trascendencia: Los valores
trascienden el plano concreto; dan sentido y significado a la
vida humana y a la sociedad.

(h) Dinamismo: Los valores se
transforman con las épocas.

(i) Aplicabilidad: Los valores se
aplican en las diversas situaciones de la vida; entrañan
acciones
prácticas que reflejan los principios valorativos de la
persona.

(j) Complejidad: Los valores
obedecen a causas diversas, requieren complicados juicios y
decisiones.

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1.5 JERARQUÍA DE
VALORES[8]

Los valores pueden categorizarse obteniendo cierto
rango, ya que no todos poseen la misma importancia. Por ello
decimos que se jerarquizan los valores, es decir, se
sitúan en niveles superiores, intermedios, inferiores o
similares a otros. Dependen de las decisiones que partan de un
valor supremo, del cual se desprenden otros para ordenarse en
forma concatenada.

La apropiación moral, los
actos y la sociedad en que se vive poseen normas de conducta; por
ejemplo, el niño, desde muy pequeño, aprende
«qué debe hacer» y «qué es
bueno» (para él y para todos). Ese conjunto de
normas es justamente, lo que se llama «moral». Se
puede, pues, llamar «moral» al código
de normas acerca de lo que se considera «bueno». Si
el ser humano es un animal «político» (es
decir, social), necesariamente es también un animal
«moral».

La moral es un conjunto de normas o reglas de acción
y de valores, ya que las normas señalan que algo se debe
hacer porque se considera como «bueno».

Toda sociedad cuenta con un código de normas
morales, normas sobre el deber y lo bueno, es decir, con una
moral. El modo como los miembros de la sociedad aceptan esas
normas y las practican puede ser llamado moralidad.
Puede darse el caso de que, existiendo una «moral»,
exista también «inmoralidad».

La moral kantiana (Kant[9]reposa sobre un
postulado fundamental: «la libertad», que se
evidencia en el momento en que el sujeto moral es quien se da a
sí mismo las normas morales, es
«autónomo» (Ley de sí
mismo).

La ética formal kantiana se reduce
a:

• Las normas morales han de poseer validez
universal.

• Rechaza la ética del bien (éticas
teológicas).

• Propone una ética deontológica y
procedimental en la que se establece un único criterio
para reconocer las normas morales.

• Reposa sobre la autonomía de la voluntad
racional que no se rige por el capricho, sino que quiere lo que
debe querer.

• Lo verdaderamente bueno, por encima de otra cosa
es la «buena voluntad».

1.6 TIPOS

  • a. Valores
    Religiosos

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Hemos visto que en el tema de los valores, la
religión juega un papel muy importante, ya que de ella,
muchos valores son conocidos y aprendidos. La religión
plantea la idea de los valores tanto para un objetivo que es
Dios
, más que nada, y un fin subjetivo, la santidad.
Pero para llegar a estos fines es necesario realizar ciertas
actividades que comprometan al sujeto a llevar una vida
armoniosa, tanto con su Creador como con sus demás seres
del mundo actividades muy imprescindibles que son el culto
interno (personal) y el
culto externo (comunitario) y, por sobre todo, la práctica
de las virtudes sobrenaturales[10]

En este caso la persona debe dejarse guiar por lo que
dice la fe. Busca la realización del hombre para que
éste a su vez pueda llegar "ser santo", es decir, la
autorrealización personal de cada individuo
religioso.

  • b. Valores
    Morales

Además d e los valores religiosos nos encontramos
con estos tipos de valores (los morales) cuya vital importancia
radica en el hecho de que con finalidad objetiva busca la
bondad del hombre y también su felicidad.
Para ello es
se hace imprescindible la incorporación de las virtudes
humanas dentro del mundo de actitudes que poseemos como seres
humanos. La preponderancia de la práctica de estos valores
es que la libertad esta dirigida por la razón y
también busca, más que nada la
autorrealización de los hombres; busca hacer del ser
humano un ser íntegro y con pautas de conducta
establecidas que regulan el comportamiento pero que no tienen una
obligación pero que requiere de una disposición
ante ellos.

  • c. Valores
    Estéticos

Este tipo de valor cuenta con un objetivo primordial que
es la belleza. Con ellos busca establecer una
armonía perfecta en el universo y
para ellos propone la contemplación, la creación y
la interpretación de todo cuanto se encuentre a su
alrededor como actividad para llegar a ella.

  • d. Valores Intelectuales

La búsqueda constante de la verdad forma
parte del objetivo fundamental de este tipo de valor; la
sabiduría como fin subjetivo, que hace a cada persona, se
consigue por medio de la abstracción y construcción de los conocimientos y la
adquisición de nuevas ideas teóricas que
fundamenten los previos conocimientos. Para ello es necesario la
razón, pero no un tipo de racionalidad cualquiera, sino
aquel que ayude a la elevación de la intelectualidad del
hombre.

Así encontramos una serie de tipos de valores
que, de una u otra manera, nos facilitan la actividad cotidiana
en lo que respecta al bienestar personal y social de cada uno.
Entre los ya citados podemos destacar además los valores
afectivos que busca más que nada el amor, el
placer, el afecto; los valores sociales que son estereotipos que
la sociedad planta como modelo de vida
basado en el poder, en la fama y en el prestigio y que busca
más que nada la interacción de los seres humanos dentro de
un contexto social; los valores físicos, que ante
cualquier otra lo que busca es el bienestar físico o
corporal de las personas por medio de la salud y la higiene; por
último podríamos hablar de los valores
económicos, que más que nada lo que busca es el
bienestar, la riqueza a través de las cosa que tienen un
valor convencional por medio de negocios y la
correcta administración de los bienes.

1.7 NORMAS, VALORES Y
CONCIENCIA

Actos, actitudes y carácter representan el
aspecto personal de la estructura
moral. Las normas y los valores son, en principio,
supra-personales; parecen tener carácter
«objetivo», y se «interiorizan» por medio
de la conciencia.

Acerca de las normas morales (la «moral»
como código), son necesarias, no solo para la sociedad,
sino también para el individuo, especialmente en sus
primeros años de vida, de lo contrario puede producirse la
anomia que provoca desconcierto en él y dificulta su
integración social. Los valores
morales, por ejemplo: la justicia, la veracidad y el
altruismo, trascienden las normas. Es decir, nunca una norma
puede agotar el contenido de un valor, es que los valores son
ideales que conllevan una exigencia de realización.
Representan el deber ser, no el ser o el hecho. Los valores, al
ser exigencias, se convierten en llamadas hacia lo mejor, el
deber ser.

Los valores legitiman las normas, pero la
aplicación de éstas puede hacerse de dos maneras:
rígida y flexiblemente. La conciencia moral representa
la
personalidad de las normas y los valores, y la posibilidad de
la autonomía moral. Sin embargo, se trata de un concepto
que se usa frecuentemente con enorme ambigüedad y que
necesita ser aclarado. La conciencia moral no es una
«cosa» o una «entidad» misteriosa que
habita dentro de nosotros, como parecen sugerir expresiones como
«el gusano de la conciencia» o «la voz de la
conciencia».

Pero no existen tales afirmaciones. La conciencia es,
simplemente, la capacidad de juzgar acerca del valor moral de los
propios actos. Cuando las normativas se cumplen surge la
moralidad. Es la puesta en práctica de lo propuesto por
una sociedad. Desacatar las normas de la ley es estar sujeto a
alguna pena o castigo, posee una fuerza que se
impone en forma obligatoria, por ejemplo, la ley dice que la
persona que cometa violación o crimen alguno será
condenada a tantos años de prisión.

1.8 MORAL Y ÉTICA: VALORES ABSOLUTOS Y
RELATIVOS

La moral es un conjunto de normas y modelos de
vida, establecido dentro de un sistema que regla la conducta del
varón y la mujer. Esa
serie de normas tiene como objetivo dirigir el sentimiento, el
pensamiento y las acciones de las personas, brindando modelos de
los comportamientos ideales.

Las acciones acometidas deben implicar la
asunción libre y responsable de ciertos valores en pos de
hacer el bien. El varón y la mujer son
completamente libres para decidir, es decir, existe una
autonomía moral sujeta a lo que él o ella decide
hacer o no hacer. Cada varón y mujer, de acuerdo con
ciertas situaciones, decidirán qué hacer. La
teoría
opuesta a ésta es la heteronomía moral; la misma
considera verdadera la existencia de un orden moral
objetivo.

A modo de conclusión, es fundamental decir que
los seres humanos creen tener conciencia, sin dejar de aceptar
que tienen también una parte que no es consciente, fuerzas
que inciden sobre su conciencia.

La conducta moral del ser humano moderno está
influenciada por la secularización y el secularismo, busca
justificarse ante sí mismo, no precisa hacerlo ante nadie,
especialmente ante la religión.

1.9 LA ÉTICA DE LOS
VALORES

Apareció en Alemania con
la obra de Max Scheler El Formalismo en la Ética y la
Ética material de los valores (1916). El título da
a entender que Scheler va a presentar, frente a la ética
formal de Kant, una
ética material o de contenidos, esos contenidos son los
valores.

  • a. La ética de
    Scheler

• Niega que el «valor» sea
una cualidad «natural».

• Afirma que es el «valor» una cualidad
sui géneris que solo puede ser captada por un
tipo especial de intuición. Las filosofías del
valor, que surgieron a finales del siglo XIX, pueden dividirse
según el modo como responden a esta pregunta:
¿Tienen las cosas valor porque las deseamos
(subjetivismo), o las deseamos porque tienen valor
(objetivismo)?

  • b. Teorías
    subjetivistas

Los valores carecen de realidad objetiva. Es el ser
humano quien da valor a las cosas, éstas valen solo en la
medida en que son apreciadas, deseadas, etc. Estas teorías
son, en general, psicologistas, irracionalistas y relativistas:
explican la creación de los valores por procesos
psicológicos (individuales o colectivos) de tipo
sentimental (irracional); ello hace que las cosas
«valgan» para aquellos que les conceden valor y en la
medida en que se lo conceden.

Posiblemente, la obra sistemática más
importante es la Teoría general del valor de R.B. Perry,
para quien nada posee valor hasta que no se presta
interés. Y ya que cualquier tipo de interés puede
dirigirse hacia cualquier objeto y convertirlo por ello mismo en
valioso, no tiene sentido investigar qué cualidades ha de
tener un objeto para que pueda llegar a ser valioso.

En Francia, E.
Durkhein desarrolla una explicación sociológica del
origen de los valores. Sartre, en
cambio, defiende una concepción muy individualista que
parte de un ateísmo consecuente. «Es muy
incómodo que Dios no exista, porque con él
desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo
inteligible, por lo que cada ser humano se encuentra solo con su
libertad y con la obligación de crear sus propios valores.
Ahora bien, decir que nosotros creamos los valores no significa
nada más que esto: la vida a priori no tiene sentido: le
corresponde a cada uno darle sentido, y el valor no es sino ese
sentido que se elige».

Pero Sartre[11]corrige este exagerado
individualismo al afirmar con Kant que el individuo debe hacerse
responsable de su elección, como si eligiera para toda la
humanidad.

  • c. Teorías
    objetivistas

Los valores son independientes del ser humano, que no
los crea, sino únicamente los descubre. También son
independientes respecto a las cosas mismas, con lo cual se afirma
la existencia de un ámbito de la realidad distinta de la
naturaleza. Scheler es el que mayor repercusión tuvo en
este ámbito.

  • d. La teoría de los valores de
    Scheler

Para Scheler, el ser humano se encuentra rodeado de un
«mundo de valores». Los valores son totalmente
objetivos: la persona no los inventa, no los crea, porque son
independientes de ellos. Las cosas son únicamente
«portadores» de valores, y éstos están
en las cosas, pero no son producidos por la cosas. Scheler
proclama la plena autonomía de los valores.

1.10 CONTRAVALORES O ANTIVALORES:

Así como hay una escala de valores
morales también la hay de valores inmorales o antivalores.
La deshonestidad, la injusticia, la intransigencia, la
intolerancia, la traición, el egoísmo, la
irresponsabilidad, la indiferencia, son ejemplos de esto
antivalores que rigen la conducta de las personas inmorales. Una
persona inmoral es aquella que se coloca frente a la tabla de los
valores en actitud
negativa, para rechazarlos o violarlos.

Es lo que llamamos una "persona sin escrúpulos",
fría, calculadora, insensible al entorno social.

El camino de los antivalores es a todas luces equivocado
porque no solo nos deshumaniza y nos degrada, sino que nos hace
merecedores del desprecio, la desconfianza y el rechazo por parte
de nuestros semejantes, cuando no del castigo por parte de la
sociedad

1.11 LA PRÁCTICA DE LOS VALORES.
IMPORTANCIA

La educación en valores
debe concretarse en la cotidianeidad. Con referencia al
compromiso, ésta hace que una actitud de carácter
general (valor) se aplique a una realidad particular o concreta,
así por ejemplo, si se mantiene una actitud de justicia
(valor), las personas se comprometen con la solución de
los problemas de injusticia, por lo menos hasta su
alcance.

La vida es un permanente campo de lucha en el que a las
mejores aspiraciones se les oponen grandes y pequeños
obstáculos que no dejan prosperar, y frente a ellos es
necesario forjarse una voluntad fuerte para lograr los objetivos
propuestos (valores).

Se llega así, a la definición de virtud
como la apropiación y realización de un valor, de
tal modo que una persona virtuosa es aquella que se esfuerza en
su vida diaria por realizar el bien, la verdad, el amor, la ayuda
mutua, entre otros.

La virtud es una fuerza que motiva a realizar
permanentemente solo lo que es debido. Recuerda que los valores o
virtudes engendran deberes, y que la práctica de
éstos se constituye en llevar una vida
virtuosa.

La solidaridad es un elemento esencial de toda
relación humana; ya que ella es la que da sentido a la
dimensión del ser humano como ser en relación con
los otros. El ser humano existe en el mundo acompañado de
otros, semejantes a él.

Se deduce, por tanto, que en orden a la
apropiación de los valores tanto para el grupo como para
el individuo, es necesario concretar las actitudes en
compromisos, así por ejemplo, el respeto a las
personas implica aceptar sus forma de ser, sus puntos de vista,
sus quejas, sus derechos, etc.

El proceso de valoración del ser humano incluye
una compleja serie de condiciones intelectuales y afectivas que
suponen: la toma de
decisiones, la estimación y la actuación. Las
personas valoran al preferir, al estimar, al elegir unas cosas en
lugar de otras, al formular metas y propósitos personales.
Las valoraciones se expresan mediante creencias, intereses,
sentimientos, convicciones, actitudes, juicios de valor y
acciones. Desde el punto de vista ético, la importancia
del proceso de valoración deriva de su fuerza orientadora
en aras de una moral autónoma del ser humano.

Es importancia destacar en este aspecto, que las
prácticas de valores producen en el hombre un equilibrio
tanto personal como social. Ante esto, podemos decir que los
contravalores o Antivalores son el retroceso hacia una sociedad
primitiva en donde solo reinaba la desigualdad entre otras muchas
características que podemos mencionar ante esto. Es decir,
la práctica de valores nos ayuda a construir, en cambio
los contravalores destruyen y producen una sensación de
insatisfacción en el hombre.

Coherencia de
vida

Camina el hombre siempre entre
precipicios y, quiera o no, su más auténtica
obligación es guardar el equilibrio
.
(J. Ortega y
Gasset).

  • – SIGNIFICACIÓN E
    IMPORTANCIA

Desde los filósofos griegos hasta nuestros
días, los autores que han estudiado seriamente la
búsqueda humana de las claves del vivir con acierto, se
han centrado básicamente en los esfuerzos que el hombre
hace por integrar profundamente en su naturaleza ciertos
principios y valores como la honestidad, la
justicia, la generosidad, el esfuerzo, la paciencia, la humildad,
la sencillez, la fidelidad, el valor, la mesura, la lealtad, la
veracidad, etc. Y no como una cuestión cosmética
sino profunda, que busca cambiar por dentro a la persona,
constituir hábitos y rasgos que conformen con hondura el
propio carácter.

Monografias.com

La vida de todo hombre precisa de un norte, de un
itinerario, de un argumento. No puede ser una simple
sucesión fragmentaria de días sin dirección y sin sentido.

Cada hombre ha de esforzarse en conocerse a sí
mismo y en buscar sentido a su vida proponiéndose proyectos y metas
a las que se siente llamado y que llenan de contenido su
existencia.

A partir de cierta edad, todo esto ha de ser ya algo
bastante definido, de manera que en cada momento uno pueda saber,
con un mínimo de certeza, si lo que hace o se propone
hacer le aparta o le acerca de esas metas, le facilita o le
dificulta ser fiel a sí mismo. Se trata de algo asequible
a todos. Lo único que hace falta es —si no se ha
hecho— tratarlo seriamente con uno mismo: como decía
Epícteto[12]"enseguida te
persuadirás: nadie tiene tanto poder para persuadirte
a ti como el que tienes tú mismo".

Para que la vida tenga sentido y merezca la pena ser
vivida, es preciso reflexionar con frecuencia, de modo que
vayamos eliminando en nosotros los detalles de
contradicción o de incoherencia que vayamos detectando,
que son obstáculos que nos descaminan de ese itinerario
que nos hemos trazado.

Si con demasiada frecuencia nos proponemos hacer una
cosa y luego hacemos otra, es fácil que estén
fallando las pautas que conducen nuestra vida. Muchas veces lo
justificaremos diciendo que «ya nos gustaría hacer
todo lo que nos proponemos», o que siempre «del dicho
al hecho hay mucho trecho», o alguna que otra frase
lapidaria que nos excuse un poco de corregir el rumbo y
esforzarnos seriamente en ser fieles a nuestro proyecto de
vida.

Es un tema difícil, pero tan difícil como
importante. A veces la vida parece tan agitada que no nos da
tiempo a pensar qué queremos realmente, o por qué,
o cómo podemos conseguirlo. Pero hay que pararse a pensar,
sin achacar a la complejidad de la vida —como si
fuéramos sus víctimas impotentes— lo que
muchas veces no es más que una turbia complicidad con la
debilidad que hay en nosotros.

Somos cada uno de nosotros los más interesados en
averiguar cuál es el grado de complicidad con todo lo
inauténtico que pueda haber en nuestra vida. Si uno
aprecia en sí mismo una cierta inconstancia vital, como si
anduviera por la vida distraído de sí mismo, como
desnortado, sin terminar de tomar las riendas de su existencia
—quizá por los problemas que pudiera suponer
exigirse coherencia y autenticidad—, parece claro que
está en juego su
acierto en el vivir y, como consecuencia, una buena parte de la
felicidad de quienes le rodean.

Es verdad que las cosas no son siempre sencillas, y que
en ocasiones resulta realmente difícil mantenerse fiel al
propio proyecto, pues surgen dificultades serias, y a veces el
desánimo se hace presente con toda su paralizante fuerza.
Pero hay que mantener la confianza en uno mismo, no decir
«no puedo», porque no es verdad, porque casi siempre
se puede. No podemos olvidar que hay elecciones que son
fundamentales en nuestra vida, y que la dispersión, la
frivolidad, la renuncia a aquello que vimos con claridad que
debíamos hacer, todo eso, termina afectando al propio
hombre, despersonalizándolo.

2.2 – DISONANCIA COGNITIVA O
INCONGRUENCIA

Los psicólogos defines esta incoherencia de vida
como disonancia cognitiva o cognoscitiva, es decir, una
incongruencia entre lo que sé y lo que soy. Si bien ellos
los asocian con las ideas, las creencias, las costumbres, los
sentimientos, nos sirve también para poder entender de
qué manera se produce esta incoherencia en las
personas

La teoría de la disonancia cognitiva fue
formulada por León Festinger[13]en 1957.
Desde entonces hasta ahora han sido muchos los psicólogos
sociales que se han ocupado del tema y a su vez, han sido muchas
las derivaciones prácticas que se han obtenido de esta
teoría.

Así es como fueron surgiendo consecuencias de
estos estudios que han servido para entender mejor las relaciones
humanas. De esta manera, conocer esta teoría interesa
a todo el mundo, pues vivimos relacionándonos diariamente
con otras personas.

Siempre que no exista una armonía, congruencia o
consonancia interna en el sistema cognoscitivo de la persona,
diremos que existe una disonancia cognoscitiva o
incongruencia.

Cuando esta disonancia aparece, existe una tendencia,
por parte de la persona, a reducirla. Esto es, eliminar la
tensión surgida en su interior y restablecer el equilibrio
inicial.

La idea central de la disonancia cognoscitiva
podría resumirse de la siguiente manera: cuando se dan a
la vez cogniciones o conocimientos que no encajan entre sí
por alguna causa (disonancia), automáticamente la persona
se esfuerza por lograr que éstas encajen de alguna manera
(reducción de la disonancia).

Naturalmente, no existe una única forma de
reducir la disonancia. Existen múltiples caminos y la
elección de unos u otros dependerá de
múltiples factores. A continuación veremos diversas
situaciones que producen o pueden producir disonancia, así
como diferentes medios para
reducirla.

  • a. Toma de decisiones

Cada vez que alguien tiene que elegir entre dos o
más alternativas, lo normal es que experimente disonancia
en mayor o menor grado. Esto es debido a que no existe lo
absoluto, y en consecuencia, es muy difícil que se halle
la solución ideal. Esto significa que ninguna de las
posibles respuestas es totalmente positiva. Y viceversa: ninguna
de las alternativas no elegida es completamente
negativa.

Como consecuencia de ello, las cogniciones que la
persona tiene con respecto a las características negativas
de la alternativa finalmente elegida, son disonantes con la
cognición que tiene por haberla elegido. Y al contrario,
como las alternativas rechazadas tiene también aspectos
positivo, esto hace introducir disonancia, que será mayor
cuanto más atractiva sea la alternativa rechazada en
relación con la elegida.

Lo que los estudios han demostrado es que la persona
después de tomar la decisión, intentará
autoconvencerse de que la alternativa elegida es incluso
más interesante y positiva (en relación con las
descartadas) de lo que anteriormente suponía.

  • b. Otras derivaciones de la disonancia en la
    decisión

Cuando el grado de atracción entre alternativas
es muy similar, una vez tomada la decisión, la disonancia
conseguida es lógicamente mayor.

De la misma manera, la cantidad y no sólo la
cualidad de las alternativas influye en el grado de la
disonancia. Así, cuanto mayor es el número de
alternativas para escoger, mayor disonancia después de la
elección, ya que hay que renunciar a muchas cosas para
quedarse con una sola.

Por último, habrá que añadir que
cuanto más diferentes (cualitativamente hablando) son las
alternativas o posibilidades para elegir, mayor grado de
disonancia se presenta una vez tomada la decisión
(suponiendo que no habrá grandes diferencias de
atracción entre las diversas posibilidades).

Cada vez que una persona se halla en condiciones de
realizar o continuar un esfuerzo, a fin de alcanzar una meta que
se ha propuesto y no llega a alcanzarla, experimentará
inmediatamente disonancia.

Esto es debido a que su cognición o conocimiento
de estar realizando un esfuerzo es disonante con su
cognición de no haber alcanzado la meta, es
decir, que sus esfuerzos no han culminado con éxito.

Una de las formas que se da con frecuencia para reducir
este tipo de disonancia es tomar algo del entorno, algo
secundario y sobrevalorarlo, aún cuando éste
sustituto no tuviera inicialmente ningún valor o no
estuviese en la mente de la persona el hacerlo.

De aquí que mucha gente ante un fracaso afirme
que "de las equivocaciones también se aprende, o que, lo
sucedido le servirá para evitar errores en el futuro".
Todo ello no son sino intentos de justificación, a fin de
reducir la disonancia aparecida, ya que a nadie le gusta cometer
errores ni tropiezos, aunque de ellos pueda sacar una
lección provechosa. Existen otros métodos
más gratificantes de aprender y todo el mundo prefiere
sacar sus enseñanzas de ellos.

Cuando el esfuerzo a realizar es menor,
lógicamente, la disonancia introducida ante un fracaso
también es menor y en consecuencia, ese intento de
autojustificación también lo es.

  • c. La tentación como causa
    de disonancia

Cuando una persona realiza algo que ella considera
inmoral o no ético (independientemente de la
consideración que pueda tener para otras personas) a fin
de conseguir una "recompensa", el
conocimiento o cognición de que el acto es inmoral es
disonante con el hecho de haberlo cometido.

Al igual que sucede en otras ocasiones, tenderá a
reducir esa ansiedad, esa disonancia que se ha producido y una de
las formas más comunes de realizarla es precisamente con
un cambio de actitud. Esto es, tratar de autoconvencerse de que
en el fondo tampoco ha sido tan grave lo que ha hecho. O dicho de
otra manera, que el acto cometido no es tan inmoral o tan poco
ético como pensaba al principio, antes de
cometerlo.

Así pues, de acuerdo con la teoría de la
disonancia cognitiva, después de que alguien ha cometido
un acto poco ético, sus actitudes hacia dicho acto
serán más indulgentes de lo que fueron
anteriormente.

También lo contrario es fuente de disonancia.
Esto es, cuando una persona rehúsa cometer un acto que
ella considera inmoral o no ético (independientemente de
la consideración que puede tener para otras personas), con
ello pierde una "recompensa", el conocimiento o la
cognición de que ha perdido una recompensa es disonante
con la cognición de lo que ha hecho.

Nuevamente habrá un intento de reducir ese
malestar o disonancia, suele ser muy corriente en esta
situación un cambio de actitud. Si bien, en este caso, el
cambio incidirá en la misma dirección. Esto es,
ahora sus actitudes hacia dicho acto serán más
severas de lo que fueron anteriormente. De ésta forma, se
puede autojustificar por haber hecho lo que ha hecho.

  • d. Los hechos consumados como causas de la
    disonancia

Con mucha frecuencia, la gente se encuentra ante el
hecho de que tiene que sufrir una experiencia desagradable. El
conocimiento que esas personas tiene de lo que sucede es o
será desagradable, es disonante con el conocimiento de
tener que soportarlo. En esta situación, la forma
más típica de reducir la disonancia así
introducida es autoconvenciéndose de que en realidad la
situación no era tan mala ni tan desagradable como en
principio le parecía.

Hasta ahora hemos podido observar que el hombre no
necesita a nadie para poder experimentar disonancia, de la misma
forma que tampoco ha necesitado el concurso de otras personas
para reducirla. Se ha bastado a sí mismo como fuente de
reducción de disonancia.

A lo largo de este tema podremos probar cómo los
grupos en los
que está inmerso, o con los que se relaciona cualquier
persona, pueden ser también origen o reductores de
disonancia.

  • e. El grupo como causa de la
    disonancia

Son varias las circunstancias en las que el grupo puede
ser una fuente de disonancia.

El hombre no es siempre capaz de predecir el
comportamiento o las relaciones que van a establecerse en los
grupos en los que se integra o con los que se
relaciona.

De esta forma puede surgir disonancia si sus cogniciones
o conocimientos respecto a su esfuerzo e inversión de tiempo y dinero, no
encajan adecuadamente con el conocimiento de los aspectos
negativos de estos grupos.

Dos son las formas básicas de reducir su
disonancia en estas circunstancias:

a) Autoconvencerse de que en el fondo no hubo ni
tanto esfuerzo ni tanto gasto, por lo que tampoco ha perdido
mucho y no merece la pena seguir preocupándose del
tema.

b) Sobrevalorar al grupo, de tal forma que cierre
los ojos a los aspectos negativos del mismo, viendo solo aquellos
que son positivos.

La selección
de uno u otro sistema va a depender también del "coste
social" que haya tenido que pagar. Así, quienes hayan
tenido una iniciación más desagradable para
incorporarse al grupo, aumentarán su nivel de agrado por
los miembros. Aquellos que no tuvieron que hacer esfuerzos por
incorporarse, podrán sentir menos agrado por el
grupo.

c) Acciones forzadas: En determinadas ocasiones
los grupos en los que se muestran inmersas las personas (por
ejemplo las organizaciones
donde prestan servicios)
obligan a éstos a manifestarse abiertamente de una forma
que aparece disonancia en el mismo momento de ejecutar esos
actos.

La forma más "natural" de reducir esa disonancia
sería un cambio de actitudes. Esto es, un cambio en sus
creencias, de tal manera que tienda a coincidir en un grado mayor
con las acciones ejecutadas.

El grado de disonancia estará en función
de la "recompensa" obtenida y de la presión
efectuada.

Si una persona se ve forzada a realizar acciones o
declaraciones contrarias a sus creencias para recibir a cambio
una pequeña recompensa, cambiará su creencia
particular en la misma dirección de la conducta expresada
en público. Según vaya aumentando su "recompensa",
irá disminuyendo el grado en el que se modifica su
opinión particular al respecto. Así pues, la
disonancia es mucho mayor cuanto menor es lo que se obtiene a
cambio. La forma mejor de reducir esa disonancia o discrepancia
entre lo que cree y lo que dice o hace, es precisamente cambiar
su opinión particular, de tal manera que sus creencias
tiendan a coincidir con su conducta.

Con respecto a la presión social efectuada, cabe
señalar que si ésta es excesivamente fuerte, en
este caso la disonancia que se presenta es menor que la esperada
y en consecuencia, aunque se realicen los actos deseados, no por
ello se consigue un cambio de opinión al
respecto.

  • f. El grupo como motor reductor de la
    disonancia

Dos son los métodos empleados para reducir la
disonancia con el apoyo del grupo o a través de
éste. Generalmente, las personas utilizan ambos
simultáneamente.

Un primer sistema consiste en buscar el apoyo y el
contacto de aquellas personas que ya creen y están de
acuerdo con aquello que él desea creer y convencerse. Un
segundo sistema para reducir la disonancia consiste en convencer
a otros de que también crean en aquello que él
quiere creer o convencerse.

Como ya hemos dicho anteriormente, ambos sistemas se
pueden emplear simultáneamente, si bien la elección
de uno u otro en primer lugar, dependerá de factores
varios.

De esta manera, si una persona tiene ideas bastante
claras y perfectamente consonantes entre sí todos sus
conocimientos y se enfrenta con alguna otra persona cuyas ideas y
opiniones no estén de acuerdo con las suyas,
aparecerá un disonancia que romperá el equilibrio y
la armonía interna. En éste caso, su primera
reacción para restablecerse el equilibrio será la
utilización del segundo sistema. Esto es, tratará,
en primer lugar de convencer a su interlocutor de que está
en un error y que lo correcto y adecuado es lo que él
piensa.

Pero también puede suceder que una persona con
unas ideas iniciales bastantes concordantes entre sí, haya
tenido ya unos enfrentamientos con personas que opinan de
diferente manera, lo que hace que sus convicciones empiecen a
perder fuerza y que su disonancia vaya aumentando. Si vuelve a
tener un enfrentamiento con otra persona que mantenga lo contario
que él, es posible que intente convencerla de que
está en un error. No obstante y aún cuando consiga
hacerlo, es muy poca la disonancia que reducirá, ya que el
verdadero problema no es esa persona. En ese caso lo que
hará con más probabilidad
es echar mano del primer sistema, esto es, buscará el
apoyo de personas que crean como él.

Esto le dará nuevamente fuerza, ya que
tendrá la ocasión de conseguir nuevos argumentos y
que al mismo tiempo echen por tierra las
ideas y las opiniones de sus contrincantes, que son
lógicamente disonantes con las suyas.

2.3- IMPLICANCIAS

a- Una vida sin disfraces

Todos solemos contemplar con admiración a las
personas, las familias o las instituciones
que están basadas en principios sólidos y hacen
bien las cosas. Nos admira su fuerza, su prestigio o su madurez,
y habitualmente nos preguntamos: ¿Cómo lo logran?
Tendría que aprender a hacerlo así.

Lo malo es que muchas veces buscamos un consejo que sea
una solución rápida y milagrosa a nuestros
problemas, como si fuera todo cuestión de una especie de
sencilla cosmética de los valores.

Sin embargo, desde los filósofos griegos hasta
nuestros días, los autores que han estudiado seriamente la
búsqueda humana de las claves del vivir con acierto, se
han centrado básicamente en los esfuerzos que el hombre
hace por integrar profundamente en su naturaleza ciertos
principios y valores como la honestidad, la justicia, la
generosidad, el esfuerzo, la paciencia, la humildad, la
sencillez, la fidelidad, el valor, la mesura, la lealtad, la
veracidad, etc. Y no como una cuestión cosmética
sino profunda, que busca cambiar por dentro a la persona,
constituir hábitos y rasgos que conformen con hondura el
propio carácter.

Puedes producir de modo ficticio una buena imagen en un
encuentro o un trato más o menos ocasional, pero
difícilmente podrás mantener esa imagen en una
convivencia de años con tus hijos, tu cónyuge, tus
compañeros o tus amigos. Si no hay una integridad personal
profunda y un carácter bien formado, tarde o temprano los
desafíos de la vida sacan a la superficie los verdaderos
motivos, y el fracaso de las relaciones humanas acaba
imponiéndose sobre el efímero triunfo
anterior.

Hay personas que presentan una imagen exterior de cierta
categoría personal, y logran incluso un considerable
reconocimiento social de sus supuestos talentos, pero carecen en
su vida privada de una verdadera calidad humana.
Antes o después, y de modo inevitable, esa mezquindad
personal se traslucirá en su vida social y en todas sus
relaciones personales prolongadas.

b- Balance de la propia vida

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Hay vidas llenas de aparente éxito que son
profundamente infelices y están dominadas por el
desencanto ante ese estilo de
vida, quizá espléndido en sus resultados, pero
que se percibe como suplantador del que se hubiera debido tomar.

A muchas personas les cuesta abordar esa pregunta tan
sencilla y tan crucial como es ¿por qué y para
qué vivo?, ¿qué sentido debe tener mi vida?
Tienden a eludir esa cuestión, a aplazarla continuamente,
como esperando a que la misma vida se lo acabe
descubriendo.

Lo malo es que, si lo retrasan mucho, corren el riesgo de
encontrarse un día con la impresión de haber vivido
hasta entonces sin apenas sentido. Y cuanto más tarde
sucede esto, más difícil resulta corregir el rumbo.
Tanto, que a muchos entonces ese descubrimiento les llena de
angustia y lo sepultan bajo la adicción al trabajo, una
pose escéptica o un activismo irreflexivo.

Hay etapas en la vida que propician más esa
tendencia a hacer balance de la propia vida: la adolescencia,
el término de los estudios, la crisis de madurez de los
cuarenta o cuarenta y cinco años, la jubilación, la
pérdida de facultades propia de la entrada en la
ancianidad, etc.

En muchos de esos balances existenciales es fácil
pensar (en muchas ocasiones con poca objetividad) que se
podría haber hecho mucho mejor uso de ese tiempo de vida
ya consumido. Y por eso pueden dejar un cierto sabor amargo, de
lo que pudo ser y no fue, de tantas limitaciones, de tantos
errores y fracasos.

Pero también esas crisis pueden ayudar a
rectificar una vida equivocada. Serán útiles en la
medida en que ayuden a tomar conciencia de los errores (y
descubrir, por ejemplo, que había bastante mediocridad, o
que junto a un cierto éxito exterior se ha llegado a una
situación de grave empobrecimiento interior, o que se
estaba demasiado centrado en uno mismo, etc.). Podemos sacar
provecho, y mucho, en la medida en que ese balance se aborde con
ilusión y esperanza de cambiar, sin ignorar las conquistas
y aciertos pasados, y sin hacer tabla rasa de todos esos
empeños que valieron verdaderamente la pena y que
también jalonan nuestra vida.

Es cierto que los viejos hábitos ejercen sobre
nosotros una inercia muy fuerte, y que romper con modos de ser o
de hacer muy arraigados puede resultarnos verdaderamente costoso.
A veces, no nos bastará con sólo una firme
resolución y nuestra propia fuerza de voluntad, sino que
necesitaremos de la ayuda de otros. Para superar hábitos
negativos, como por ejemplo los relacionados con la pereza, el
egoísmo, la insinceridad, la susceptibilidad, el
pesimismo, etc., puede resultar decisiva la ayuda de personas que
nos aprecian. Si se logra crear un ambiente en el
que resulte fácil comprender al otro y al tiempo decirle
lo que debe mejorar, todos se sentirán a en tiempo
comprendidos y ayudados, y eso es siempre muy eficaz.

La reflexión sobre la propia vida aleja al hombre
de la visión superficial de las cosas y le hace recorrer
su propio camino. La vida le presenta numerosos interrogantes, de
los que normalmente sólo obtiene respuestas parciales e
incompletas, pero con una reflexión frecuente puede lograr
que la multitud de preocupaciones, afanes y aspiraciones de la
vida diaria no desvíen su atención de lo realmente
valioso.

Por eso es importante que el goteo de pequeños
esfuerzos cotidianos no ocupe con tal fuerza el primer plano de
nuestra atención que deje sin espacio para las cuestiones
de verdadera relevancia.

c- Aprender a ser feliz

Es curioso cómo muchas personas piensan que la
felicidad es algo reservado para otros y muy difícil de
darse en sus propias circunstancias. Corremos el peligro de
pensar que la felicidad es como una ensoñación que
no tiene que ver con el vivir ordinario y concreto. La
relacionamos quizá con grandes acontecimientos, con poder
disponer de una gran cantidad de dinero, gozar de una salud sin
fisuras, tener un triunfo profesional o afectivo deslumbrante,
protagonizar grandes logros del tipo que sea. Pero la realidad
luego resulta bastante distinta a eso.

Partes: 1, 2, 3
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