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Los mochicas (página 2)




Enviado por ramiolra ramiolra



Partes: 1, 2

Nuevos descubrimientos y nuevas
líneas de investigación han llevado a cuestionar la
existencia de un estado Mochica
único y unificado, y de una sola secuencia cerámica, pero a la vez han reafirmado la
uniformidad de "lo Mochica" como entidad cultural. Es cada vez
más claro que los Mochicas de diversas regiones
compartieron a lo largo de su historia una serie de
elementos en común, los cuales evitaron que las diferentes
entidades políticas
seconvirtieran en entidades culturales independientes.

Cuando pensamos en los Mochicas nos
imaginamos una sociedad
cohesionada, que compartía un ecosistema
definido por los valles costeños de Piura a Nepeña
(Donnan 1978) y que estaba expuesta a ciclos de Niños y
sequías. Es muy probable que los Mochicas hablaran una
misma lengua,
emparentada con la lengua Muchik (Carrera [1644] 1939);
participaran en ceremonias muy semejantes, como la Ceremonia del
Sacrificio (Alva y Donnan 1993) y rindieran culto a los mismos
dioses, especialmente Aia Paec (Larco 1948, Castillo 1989). Una
compleja jerarquización de la sociedad fue común a
todas las entidades políticas Mochicas (Larco 1938, 1939),
mostrándose la posición de los individuos en todos
los aspectos de la vida cotidiana; desde sus ropajes y
joyería, sus armas y literas,
los portadores y sirvientes que tenían, hasta su porte y
musculatura que dependía, al fin y al cabo, de su dieta.
Luego de su muerte cada
individuo
recibía un tratamiento funerario que reflejaba su
posición en la sociedad a través del tipo y
tamaño de su tumba y de los objetos depositados como
ofrendas en
ella (Castillo y Donnan 1994, Donnan n.d., Donnan y Mackey 1978).
Sabemos también que los señores Mochicas contaron
con artesanos de gran experiencia, capaces de enroscar
minúsculas laminas de oro y hacerlas
parecer hilos (Alva y Donnan 1993: Fig. 185), o de decorar
ceramios y paredes con detallados diseños que mostraban
ceremonias y rituales, así como animales
silvestres y monstruos sobrenaturales (Uceda, et. al. 1994;
Bonavia 1985; PACEB 1994). También construyeron algunos de
los templos y residencias más suntuosas que se hayan visto
en los Andes (Hass 1985). Si bien estos elementos nos hablan de
una sociedad compleja y jerarquizada, son las semejanzas
estilísticas de los artefactos producidos en diversas
regiones y bajo distintas administraciones las que nos indican
una tradición compartida y una fuerte interacción entre los Mochicas de diversas
regiones.

Primera parte:
una sola
cultura mochica

La idea que los Mochicas constituyeron una
sola entidad política y cultural
es el resultado de las peculiaridades de la evidencia
arqueológica. Para explicar como se llegó a esta
interpretación queremos plantear tres fases
en que las evidencias
fueron colectadas e interpretadas. En la primera fase se
determinó que existía una sola cultura
Mochica, diferente e independiente de otras culturas
prehispánicas. Esta cultura había antecedido a la
irrupción de elementos asociados con el Horizonte Medio y
la cultura Chimú. Esta interpretación estuvo basada
en la identificación en diferentes valles de la costa
norte de un repertorio de artefactos, especialmente ceramios, muy
semejantes en forma y decoración, y de una
comparación de este estiloe con el de objetos obtenidos en
otras regiones, especialmente en la costa central.

En la segunda fase se definió que
los artefactos cerámicos producidos por los Mochicas
habían evolucionado en todas las regiones influenciadas
por esta cultura de acuerdo a una misma secuencia, configurada
por Rafael Larco en cinco fases estilísticas. Esta
secuencia estuvo basada en un estudio sistemático de
grandes colecciones de cerámica, especialmente la
colección del Museo de Chiclín (hoy Museo
Arqueológico Rafael Larco H.), y de superposiciones de
contextos funerarios de donde provenían los ceramios.
Finalmente, en la tercera fase se definió el carácter político del
fenómeno Mochica. La expansión de la cultura
Mochica y la difusión de su cultura material
habrían sido el resultado de una sola entidad
política expansiva y militarista, que durante las fases
tres y cuatro alcanzó a conquistar la región
comprendida entre los valles de Lambayeque y
Nepeña. Signo inequívoco de este proceso era la
distribución de la cerámica Mochica,
especialmente de la cerámica elaborada que representaba a
las clases gobernantes de esta sociedad.

  • Una Sola Cultura

Las culturas precolombinas usualmente han
sido definidas a través de conjuntos de
objetos que comparten los mismos rasgos estilísticos,
especialmente objetos cerámicos. Conjuntos de objetos con
diferentes rasgos estilísticos representan diversas
culturas, e interacciones entre estilos, por ejemplo cuando un
estilos aparece influenciando a otro, se interpretan como
interacciones entre diferentes entidades culturales. Una vez que
el repertorio de rasgos ha sido definido, se estudia su
distribución en el espacio para entender cuál fue
el ámbito geográfico controlado o influenciado por
una determinada cultura. Culturas arqueológicas son, por
lo tanto, conjuntos de objetos distribuidos en el espacio, no de
personas ni de las sociedades que
las organizaron. El primer paso en la creación de una
cultura prehispánica, entonces, es caracterizar un estilo
cerámico, tanto a través del estudio de objetos en
contexto, como de objetos en colecciones. Con la cultura Mochica
la situación no fue diferente, y fue el peculiar origen de
la muestra
cerámica que se estudió lo que llevó a
pensar amuchos investigadores, incluidos nosotros, que los
Mochica habían sido una sola entidad cultural.

En el primer capítulo de la historia
de los estudios sobre la cultura Mochica destacan tres
personalidades: Max Uhle, investigador alemán que
realizó las primeras excavaciones científicas en
las Huacas del Sol y la Luna; Alfred Kroeber, uno de los pioneros
de la antropología norteamericana que
estudió en detalle las colecciones de Uhle; y
particularmente Rafael Larco, investigador peruano que
dedicó su vida, y buena parte de sus recursos, al
estudio de esta sociedad. Antes del trabajo de
estos investigadores, si bien existían colecciones en el
Perú y el extranjero que incluían piezas de esta
tradición, la cultura Mochica no existía como
entidad independiente. La primera tarea de estos investigadores
fue, pues, aislar el fenómeno Mochica de otros
fenómenos culturales, y ubicarlo en la secuencia de
culturas del antiguo Perú.

Max Uhle, en sus excavaciones a principios de
siglo en las Huacas de Moche, ubicó y excavó una
serie de tumbas Mochicas, especialmente en las áreas
definidas como sitios E y F al pie de la Huaca de la Luna (Uhle
1915, Kroeber 1925:213). Estas tumbas, lamentablemente nunca bien
publicadas, contuvieron más de 680 piezas de
cerámica estilísticamente muy consistentes. Muchas
compartían la característica decoración
pictórica en crema y ocre, y/o detallada decoración
escultórica que permitían diferenciarlas
fácilmente de otros estilos encontrados en el sitio,
especialmente del ubicuo estilo Chimú, y del estilo
Tiahuanaco encontrado por el mismo Uhle en Pachacamac en 1896
(1903). Uhle además determinó que este estilo era
contemporáneo con la construcción de la Huaca de la Luna (Uhle
1915:105), por lo tanto los arquitectos de estas masivas estructuras
pertenecían a la misma sociedad que había producido
a los maestros artesanos que elaboraron esta fantástica
cerámica.

Kroeber (1925), luego de un minucioso
análisis de las colecciones de Uhle en la
Universidad de
California, Berkeley, caracterizó por primera vez el
estilo, diferenciándolo de otros estilos encontrados en el
sitio. La información estratigráfica recogida
por Uhle permitía concluir que el nuevo estilo era
anterior a los estilos Tiahuanaco y Chimú, por lo que
Kroeber lo llama Proto-Chimú. El estilo caracterizado por
Kroeber no era exclusividad de la colección de Uhle;
piezas semejantes existían en otros Museos en Europa, los
Estados Unidos
y el Perú. Kroeber en su estudio comparó las
colecciones recogidas por Uhle con colecciones existentes
entonces en el American Museum of Natural History y el Peabody
Museum. En estos museos Kroeber encontró ceramios con las
mismas características estilísticas, confirmando
que se trataba no de un fenómeno aislado, sino de un
estilo consistente y difundido en la costa norte. Ahora bien,
pequeñas diferencias existían entre algunos
grupos de
objetos, especialmente en sus formas y contenidos
iconográficos, lo que hacía sospechar que
existían variaciones, quizá debidas a factores
cronológicos, en el estilo. Es decir que estas colecciones
incluían objetos de diversas épocas. Esta sospecha
no se comprobaría hasta que no se estableciera una
secuencia para la cerámica Mochica.

En base a la procedencia de estas
colecciones, y a informaciones recogidas durante sus propios
viajes de
investigación por la costa norte del Perú, Kroeber
inició el estudio de la distribución espacial del
estilo Proto-Chimú (Figura 3). Kroeber (1925:224-229)
concluyó que el estilo Proto-Chimú "en realidad es
característico sólo en […] el área de
Trujillo-Chimbote, ocurriendo infrecuentemente en las dos
áreas adyacentes (Casma al sur, y Pacasmayo-Chepén
al norte), y no apareciendo en lo absoluto en las dos
áreas más norteñas (Lambayeque y Piura).
Aún cuando estéticamente superior,
Proto-Chimú permanece siendo un estilo local.
Evidentemente existió durante un período de
limitadas comunicaciones, probablemente de unidades
políticas restringidas" (Kroeber 1925:228-229).

Las características
estilísticas que Kroeber encontró en los materiales
excavados por Uhle también estaban presentes en miles de
piezas en colecciones existentes en el Perú, especialmente
en la colección pionera que Víctor Larco creara y
que posteriormente fuera depositada en el Museo Nacional, y en la
gigantesca colección que Rafael Larco congregara en la
Hacienda Chiclín. Estas semejanzas estilísticas
confirmaban, como era de esperarse, la consistencia del estilo
Proto-Chimú y su enorme frecuencia. Se requería en
este momento de un amplio corpus de piezas cerámicas para
pasar de una simple caracterización a una
definición del estilo y la iconografía Mochica.
Rafael Larco, a través de excavaciones de cementerios en
diversos valles de la costa norte entre Chicama y Santa
(1945:30-41), y de la adquisición de colecciones menores,
logró reunir la colección más grande y
completa de cerámica Mochica que existe a la fecha. Fue en
base al estudio de esta colección, proveniente en su
inmensa mayoría de los valles de Chicama a Santa, que
Larco definió el estilo Mochica (1945:15,
1948).

El estudio de la cerámica Mochica
emprendido por Larco es radicalmente diferente al estudio de
Kroeber. Kroeber analizó la cerámica Mochica
solamente desde una perspectiva estilística, tratando de
identificar elementos que permitieran fechar sitios y comprender
la secuencia cultural de la costa norte. Kroeber estaba
interesado en identificar culturas (entendidas como unidades
estilísticas); Larco estaba interesado en entender la
mentalidad y la vida del hombre Mochica
del pasado. Para Larco la cerámica Mochica era primero un
documento de la vida en el pasado, y sólo en segundo lugar
una herramienta estilística o un instrumento
cronológico. Es por esto que Larco emprende y publica
primero (1938, 1939, 1945) sus estudios interpretativos, donde
describe al hombre Mochica y su sociedad, la religión y el
arte, el
gobierno y el
culto a los muertos. Larco entendía la totalidad de la
producción cerámica Mochica como el
resultado de un grupo de
individuos compartiendo un mismo sistema cultural,
un mismo idioma y una misma religión, y regidos por una
misma élite y un mismo sistema
político. No fue sino hasta 1946 y 1948 que Larco
publica su estudio de la secuencia estilística de la
cerámica Mochica. Es por el énfasis en el individuo
y no el estilo que Larco denomina a este fenómeno con el
gentilicio Mochica.

La acuciosidad y rigor del trabajo de Uhle,
Kroeber y Larco está fuera de duda. Lo que queda por
discutir es sólo si la base de datos
con que contaron estos investigadores era realmente
representativa de la totalidad del fenómeno Mochica. Por
lo temprano de estos estudios algunas omisiones son obvias.
Kroeber, por ejemplo, afirma en 1925 que en el valle de
Lambayeque las evidencias de la cultura Mochica "aún
esperan ser descubiertas o por lo menos publicadas" (Kroeber
1925:228). Larco, si bien menciona la presencia de
cerámica Mochica en los valles de Piura a Casma, afirma en
1966 que en Lambayeque "es escasa la orfebrería Mochica y
que tuvieron menor cantidad de oro a su disposición que
los hombres de Lambayeque" (Larco 1966b:97). Estas afirmaciones
contrastan con la magnificencia de la tumba del Señor de
Sipán, donde las asociaciones de los Mochicas con grandes
cantidades de oro y con una fuerte presencia en el valle de
Lambayeque quedan claramente confirmadas.

Es evidente, por ende, que tanto Kroeber
como Larco contaron para hacer sus observaciones con datos
arqueológicos y colecciones de ceramios procedentes
principalmente de los valles de Chicama, Moche, Virú,
Chao, Santa y Nepeña. Piezas de estas regiones conformaban
el grueso de la colección Larco, y de las grandes
colecciones del Museo Nacional de Lima, del Museo fur Volkerkunde
en Berlín, del Museo del Hombre de París, etc. En
base a estas colecciones es que se hicieron las primeras
observaciones y caracterizaciones del estilo Mochica y de su
secuencia cronológica. Los resultados fueron luego
comparados y confirmados con otras colecciones provenientes de
estas mismas áreas.

Larco sabía de la existencia de
algunos especímenes de cerámica Mochica en el valle
de Lambayeque, al norte de la zona antes definida (Figura 1),
pero por su reducido número los explicó en
términos de "intercambio comercial y cultural entre los
hombres de Lambayeque y los Mochicas. De allí que en
Lambayeque, Pátapo, Pomalca y otros lugares encontremos
sectores con tumbas correspondientes a Mochica III, IV y V."
(Larco 1966b:94). Kroeber, a su vez, menciona en su estudio de
1925 la existencia de 17 ceramios de estilo Mochica provenientes
de Chepén, en el American Museum of Natural History
(1925:225-226). Había evidencias de presencia Mochica al
norte del área cultural Mochica, pero estas evidencias,
por su baja incidencia y esporádica aparición
indicaban una presencia de naturaleza.

En los años sesenta, con el
descubrimiento de cerámica Mochica en Vicús, surge
la primera posibilidad de contrastar el estilo Mochica definido a
partir de evidencias de la región sur de la costa norte,
con una muestra de origen totalmente distinto. Larco
encontró en las piezas provenientes de Vicús
suficientes elementos en común con ceramios Mochicas de
fases tempranas como para calificar a este nuevo grupo de objetos
como una nueva manifestación del mismo fenómeno
cultural. Larco reconoció en estas piezas el uso de las
mismas formas, especialmente el asa estribo, los mismos o
semejantes motivos decorativos, la bicromía, el
tamaño y el peso, etc. La procedencia de este nuevo
conjunto de ceramios era, en síntesis,
prueba fehaciente de que, incluso desde muy temprano, la cultura
Mochica, había controlado un territorio aún
más vasto del presupuesto. Las
diferencias entre estos nuevos objetos y los ya conocidos para el
período Mochica I en la secuancia cerámica de
Rafael Larco, no eran destacables (Larco 1965, 1966a).

En síntesis, la consistencia y
unidad de la cultura Mochica se definió a partir de las
semejanzas de un enorme conjunto de ceramios provenientes tanto
de colecciones y museos (Kroeber 1925, Larco 1938, 1939), como
especímenes excavados arqueológicamente (Bennet
1939, Larco 1945, Kroeber 1925, Uhle 1915). Estas piezas
demostraban una enorme consistencia estilística e
iconográfica, que reflejaba la uniformidad cultural de la
sociedad que las produjo. Ahora bien, esta consistencia
estilística se debía a que los objetos estudiados,
en gran medida, provenían de un área restringida,
los valles de Chicama a Nepeña. Especímenes
provenientes de los valles al norte del Chicama eran
prácticamente inexistentes en estas colecciones, por lo
que mal podían proporcionar evidencias de la diversidad
del fenómeno cultural Mochica. La cultura Mochica descrita
en la literatura es
la cultura que se desarrolló en la región
comprendida entre Chicama y Nepeña, es decir el
Mochica-Sur. En este momento no era posible determinar si las
conclusiones planteadas podían extenderse a la
región norte, y hasta antes del descubrimiento de
Vicús, esto era ser innecesario ya que el fenómeno
Mochica parecía circunscribirse a la región sur de
la costa norte.

  • Una misma secuencia

Larco no sólo tuvo acceso a la
colección más grande de cerámica Mochica,
él mismo excavó un gran número piezas en
tumbas, dandose cuenta de sus asociaciones y relaciones
estratigráficas (Larco 1945). Estas excavaciones le dieron
acceso a conjuntos de objetos de indudable contemporaneidad y a
superposiciones de tumbas que reflejaban secuencias
cronológicas. En base a esta información de campo y
al estudio minucioso de las características formales de la
cerámica, Larco pudo establecer cinco fases sucesivas a
través de las cuales evolucionó la cerámica
Mochica (Larco 1948, Figuras 4 a 9). Esta secuencia describe en
gran detalle la evolución de la cerámica decorativa
Mochica, especialmente de las botellas de asa estribo, a
través de un minucioso estudio de aspectos formales,
técnicos y decorativos.

La cronología Mochica esbozada por
Larco a principios de los años cuarenta y finalmente
publicada en 1948 sirvió de base para una serie de
estudios de campo que se trazaron como meta entender la prehistoria de la
costa norte. El primero de estos fue el Proyecto
Virú, que a partir de 1946 realizo un estudio
sistemático y multidisciplinario del valle del mismo
nombre. Los miembros del Proyecto Virú tuvieron acceso a
las ideas de Larco en la famosa Mesa Redonda
de Chiclín, el 7 y 8 de Agosto de 1946.

Las ideas de Larco y Kroeber fueron de
mucha importancia para los jóvenes investigadores del
proyecto Virú, especialmente porque el reconocimiento y la
caracterización de los estilos de la costa norte planteada
por estos autores se vio confirmada en sus investigaciones.
La ocupación Mochica de Virú, y la variante
regional del estilo Mochica en esta zona, fue denominada
Huancaco, por el centro administrativo Mochica del mismo nombre.
Luego de un minucioso análisis y de comparaciones con
fragmentería proveniente de otros valles, James Ford
arriba a la conclusión que la cerámica Huancaco de
Virú es la misma que la que Larco denominaba Mochica en
los valles de Moche y Chicama (Ford y Willey 1949). Las
semejanzas eran tan grandes que Ford llega a afirmar que "si
muchas de estas piezas no fueron hechas por los mismos artistas o
de los mismos moldes, fueron producidas por lo menos por artistas
entrenados en la misma escuela" (Ford y
Willey 1949:66). Ford concuerda con Larco en que la
cerámica Mochica evoluciona en Moche y Chicama de un
sustrato Salinar, mientras que en Virú predomina
cerámica "principalmente en técnicas
de decoración negativas" (Ford y Willey 1949:66). La
cerámica Mochica llega a Virú, de acuerdo a Ford,
como un estilo maduro y como resultado en un proceso abrupto que
se interpreta como una conquista
militar que abarca los valles de Virú, Chao, Santa y
Nepeña. El impacto de la cerámica Mochica se deja
sentir con mayor fuerza en la
cerámica decorada, y en menor grado en la cerámica
simple, que permanece usando las mismas formas y técnicas
que en el período anterior.

Duncan Strong y Clifford Evans (1952), a
cargo de las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo
por el proyecto, encontraron algunas diferencias entre la
cerámica Mochica excavada por Uhle (Kroeber 1925) y Larco
(1945, 1948) y la cerámica de estilo Huancaco que
apareció en Huaca de la Cruz y otros sitios Mochica de
Virú. La más importante diferencia era el uso de
pintura negra
orgánica, aplicada después de la cocción.
Ahora bien, las semejanzas eran suficientes como para
considerarlos expresiones de la misma identidad
cultural y, más aún, corresponderían con las
fases III y IV de la cronología de Larco.

La secuencia de Larco fue corroborada
posteriormente en numerosos trabajos de reconocimiento regional y
excavación, especialmente cuando se descubrieron tumbas
Mochicas. Las asociaciones de objetos encontradas en estos
trabajos concuerdan con las características
señaladas por Larco. En algunos casos es posible encontrar
piezas que reflejan el tránsito entre períodos
contiguos, por ejemplo piezas Mochica III-IV, donde encontramos
características de los períodos III y IV, o ligeras
diferencias que podrían deberse a variaciones regionales.
La validez de la secuencia de Larco también fue puesta a
prueba en un minucioso estudio emprendido en las colecciones
cerámicas excavadas por Uhle (Rowe 1959, Donnan 1965). Los
resultados de este estudio confirmaron la secuencia de
Larco.

Christopher Donnan (1973), y posteriormente
Donald Proulx (1968, 1973), realizaron trabajos de reconocimiento
en los valles de Santa y Nepeña respectivamente. Si la
cerámica Mochica en estos valles periféricos era semejante a la planteada
por Larco, entonces la secuencia debía ser correcta.
Donnan, familiarizado con las colecciones de Uhle y con los
resultados del proyecto Virú, encontró que la
cerámica Mochica en Santa era casi idéntica a la
reportada en Chicama, Trujillo y Virú. Proulx
también encontró especímenes semejantes en
Pañamarca y una serie de cementerios alrededor de este
centro ceremonial en el valle de Nepeña. Proulx
confirmó la presencia Mochica en Nepeña en mayor
detalle que simplemente los magníficos murales de
Pañamarca (Bonavia 1985, Schaedel 1951).

La mayor limitación de la secuencia
de Larco fue no incluir ceramios de manufactura
simple y de uso doméstico. Ollas, cántaros simples,
cuencos, y otras formas domésticas, figurinas y
cántaros de cuello efigie no están reflejadas en la
secuencia de Larco. Esto ha hecho difícil utilizar esta
secuencia para fechar gran cantidad de sitios Mochica que no
presentan cerámica elaborada en superficie, o en estudios
de contextos que no incluyen este tipo de cerámica. Una
salvedad es de rigor en este punto. Por mucho tiempo se ha
criticado el hecho de que Larco no incluyera objetos de uso
cotidiano en su cronología. Se argüía que,
como coleccionista, Larco no estuvo interesado en este tipo de
objetos. Pero a juzgar por la evidencia disponible de tumbas
excavadas arqueológicamente (Donnan n.d., Donnan y Mackey
1978) un aspecto notorio de las tumbas Mochicas en las
áreas estudiadas por Larco es la baja incidencia de
materiales domesticos (Donnan y Mackey 1978, Kroeber 1925).
Ollas, cuencos, cántaros simples y otros recipientes
rudimentarios, si bien se encuentran en contextos
domésticos con cierta frecuencia, aparecen en cantidades
muy limitadas en las tumbas. Adicionalmente estas formas no
cambian de manera significativa a través del tiempo, lo
que las hace de difícil inclusión en secuencias
cronológicas.

La conclusión del trabajo de Larco,
y de las posteriores investigaciones en que éste fue
comprobado y aplicado, es que la secuencia cronológica
desarrollada por él es la mejor aproximación a la
evolución del estilo Mochica con que se cuenta.
Existiría, por lo tanto a partir de estos estudios una
sola secuencia cerámica aplicable al fenómeno
Mochica en las regiones estudiadas. La uniformidad en la
evolución de la cerámica, a su vez
confirmaría la noción de que los Mochicas fueron
una sola entidad cultural. Lo que quedaba por definir era el
ámbito geográfico al que aplicarían estas
conclusiones.

Si bien gran parte de los investigadores
han encontrado la secuencia de Larco de gran utilidad, no
todos están de acuerdo con la aplicabilidad irrestricta de
esta cronología. Ultimamente un número de
investigadores que trabajan en la región norte del
territorio Mochica han cuestionado la validez de la secuencia
descrita por Larco (Kaulicke 1992, Shimada 1994). Peter Kaulicke,
por ejemplo, afirma que "las subdivisiones de mochica (I hasta V)
no se vislumbran claramente a través de las evidencias
publicadas, ni para la zona sureña (territorio Mochica),
ni para el norte. La deficiente precisión de los datos
publicados (frente a una cantidad mucho mayor de datos
inéditos) apenas permite una separación
cronológica de elementos pre y post Mochica" (Kaulicke
1992:898). Para arribar a esta conclusión Kaulicke
reexamina las evidencias funerarias disponibles, especialmente
los contextos funerarios excavados en la Huacas de Moche por Uhle
(1915, Kroeber 1925) y por el proyecto Moche-Chan Chan (Donnan y
Mackey 1978). En estas evidencias Kaulicke no encuentra sustento
empírico para la cronología de Larco, sino
más bien evidencias para refutar su validez. A partir de
nuestro propio análisis de los mismos datos, incluyendo el
examen de las piezas inéditas de la colección de
Uhle, no podemos estar de acuerdo con Kaulicke. Si bien es cierto
que los datos para la fase temprana de la secuencia
(especialmente la fase II) son casi inexistentes, existe
suficiente información para confirmar la validez de la
primera y las últimas tres fases. La colección de
Uhle corrobora la secuencia de Larco, ya que existe una marcada
consistencia entre los lotes funerarios y las fases
cerámicas. No es posible hacer una crítica
cabal de la secuencia de Larco sin contar con los materiales que
este utilizó para establecer la secuencia o de las tumbas
excavadas por Uhle, estos datos lamentablemente aún
permanecen inéditos.

Todo parece indicar que la secuencia de
Larco describe básicamente la evolución del
fenómeno Mochica en las regiones comprendidas entre
Chicama y Nepeña que, como se dijo antes, son las regiones
de donde provienen los materiales en los que se basa la
secuencia. Trabajos de investigación en los valles de
Virú, Santa, Nepeña y últimamente Chao
(Víctor Pimentel comunicación personal)
confirman la presencia Mochica en estos valles y validan la
caracterización planteada por Larco de su estilo
cerámico. Este no es necesariamente el caso de la
secuencia cerámica en los valles al norte de esta
región. Como se discutió antes, la arqueología de los valles de Jequetepeque,
Lambayeque y Piura era casi desconocida cuando Larco realizaba
sus estudios. No cuestionamos la validez de la secuencia de
Larco, sino su ámbito de aplicación. No es de
extrañar que los investigadores que trabajan en los valles
de Jequetepeque, Zaña, Lambayeque y Piura consideren que
la secuencia es de difícil aplicación a sus
materiales. Esto nos lleva a concluir que es necesario construir
una secuencia cerámica alternativa para estas regiones.
Esta secuencia deberá ser compatibilizada con las cinco
fases de Larco a fin de permitirnos comparar los desarrollos de
las diversas regiones.

  • Una sola entidad
    política

La tercera característica de la
sociedad Mochica, y por cierto la menos discutida, es la
concerniente a su estructura
política. Si bien nunca se ha publicado un tratado
comprensivo acerca de la
organización política de la sociedad Mochica, a
través de los años se han planteado algunos
argumentos acerca de su nivel de complejidad (ver Shimada 1994).
Estos argumentos, como veremos, adolecen de los mismos defectos
que discutimos en las dos secciones anteriores. En la
caracterización de las estructuras políticas se ha
proyectado lo que sabemos para la región sur a todo el
ámbito Mochica, asumiendo que todos los valles de la costa
norte estuvieron en algún momento bajo el control
político de un estado centralizado con sede en Moche. El
colapso de este estado fue, por lo tanto, el fin del
fenómeno Mochica en toda la costa norte. En un estado
centralizado esperamos que el desarrollo en
diversas regiones sea idéntico o por lo menos congruente,
es decir que las instituciones
sociales, económicas e ideológicas debieron
desarrollarse paralelamente, sólo alcanzando mayor
complejidad en el centro administrativo. El impacto de agentes
exógenos debió afectar a todas las regiones
integradas bajo el régimen centralizado por igual. Esto es
aparentemente lo que sucede con el estado que
se desarrolló entre Chicama y Nepeña, pero la
información disponible en este momento contradice estos
argumentos para la zona al norte de la Pampa de
Paiján.

La indicación más clara de la
complejidad, capacidad administrativa y militar de la sociedad
Mochica-Sur, y de la necesidad de integrar a la esfera del estado
nuevos territorios y una fuerza laboral
más extensa está dada por el proceso de
expansión y conquista de los valles al sur de Moche. Se ha
argüido que esta expansión está documentada en
dos fuentes: en
las escenas de guerra o
combate características de la iconografía Mochica y
en la distribución de una serie de artefactos y elementos
Mochicas en los valles de Virú, Chao y Santa. Ford, por
ejemplo resume este proceso diciendo que " Chicama parece haber
vencido en la carrera local por cohesión política y
poder militar.
El movimiento que
esparció el fenómeno ceremonial Mochica hasta
Nepeña fue casi seguramente militar en naturaleza" (Ford y
Willey 1949:66). Ford veía en este proceso no sólo
un aspecto militar, sino una expresión de instituciones
que combinaban el poder físico de la guerra con el
consenso generado por los sistemas
ideológicos. El impacto e influencia de la ideología Mochica esta evidenciado en la
producción y distribución de la cerámica
ceremonial Mochica. Para Ford la ideología Mochica tuvo un
papel preponderante en el proceso de incorporación de los
territorios conquistados, cosa que se podía ver en las
piezas decoradas que debieron de haber sido hechas por sacerdotes
ceramistas, ligados a las clases gobernantes (Ford y Willey
1949:66).

La sociedad Mochica ha sido caracterizada
con mucha frecuencia a partir de una serie de evidencias
indirectas como una sociedad guerrera. Entre estas evidencias
destacan ajuares funerarios de individuos adultos masculinos que
incluyen parafernalia militar como porras, hondas, lanzas y mazas
de guerra, y representaciones iconográficas donde dos
grupos de guerreros combaten. Estas características han
sido muchas veces usadas como demostración de la capacidad
de esta sociedad para emprender la conquista de un amplio
territorio. El uso de la iconografía Mochica como fuente
histórica, como lo señalara Strong y Evans
(1952:216-226) no sólo es peligroso sino que puede
resultar francamente erróneo cuando se utiliza
descuidadamente. La famosas escenas de guerra o combate presentan
una serie de problemas si
se quieren interpretar como ilustraciones de combates reales,
especialmente si suponemos que representan los combates que se
realizaron para expandir el territorio Mochica hacia el sur. En
las escenas de combate ambos bandos en conflicto son,
en la mayoría de los casos, Mochicas, en base a sus
tocados, ornamentos y ropajes. En estas escenas rara vez se
produce la muerte de
un enemigo, sino que el derrotado es despojado de su tocado y sus
ropajes, se le ata una cuerda al cuello y se le transporta a un
recinto ceremonial, o en balsas. El destino final de los
guerreros vencidos será la muerte por desangramiento, y la
sangre
será a su vez consumida "ritualmente" por una serie de
divinidades (Alva y Donnan 1993, Donnan y Castillo 1992,
1994).

Si éstas son realmente
representaciones de guerra resulta sospechoso que no se produzcan
muertes, que luchen Mochicas contra Mochicas y que no hayan
escenas de conquista o saqueo. Donnan y Hocquenghem han planteado
convincente e independientemente que lo que se representa son
combates ceremoniales donde grupos de guerreros Mochicas se
enfrentan, uno a uno y cuerpo a cuerpo, en pos de prisioneros
para los rituales de la ceremonia del sacrificio (Alva y Donnan
1993, Donnan 1988, Hocquenghem 1987). El acentuado militarismo
Mochica, sobre todo la guerra expansiva (Wilson 1988), no
está necesariamente representado en el arte, como tampoco
está su maestría en tecnología
hidráulica, su capacidad para organizar grandes fuerzas
laborales, su complejo sistema de comunicaciones, ni siquiera la
producción especializada de cerámica, pinturas
murales y otras actividades de la vida cotidiana.

La segunda fuente de información, la
presencia de elementos Mochicas en los valles de Virú a
Nepeña, es claramente indicativa de la naturaleza
expansiva del estado Mochica-Sur. La difusión de la
cerámica y otros elementos Mochicas en los valles de
Virú, Chao y Santa no obedece a un patrón de
intercambio restringido o de una colonia, sino a la estrategia
geopolítica de un estado expansivo y
unificado. La cerámica de estilo Mochica comienza a
aparecer en estos valles en la fase III (Donnan 1973, Proulx
1973, Strong y Evans 1952, Wilson 1988). A partir de este
período estos valles son inundados con sitios de clara
filiación Mochica, y muchos sitios asociados con la
precedente ocupación Gallinazo son abandonados. La
edificación de nuevos centros de acuerdo al plan Mochica
implica cambios en las técnicas constructivas, en la
producción de adobes, en la planificación y localización de los
sitios, es decir, en todos los patrones de asentamiento. Toda la
distribución de los sitios y su jerarquía relativa
es alterada. Estos cambios son obviamente el resultado de un
cambio de
mandos, y políticas.

Ya que es lógico asumir que la
expansión Mochica no contó con el entusiasta apoyo
de las élites locales, podemos deducir por la intensidad y
el efecto que tuvo sobre la población local que ésta se
realizó a través de un proceso de conquista
militar, o que el proceso tuvo un fuerte componente de este tipo.
Hay que reconocer en este punto que carecemos de evidencias
arqueológicas directas que nos indiquen cuál fue la
mecánica de la expansión. A
raíz de esta conquista grandes centros Mochicas aparecen
en las partes bajas de los valles (Huancaco, Pampa de los
Incas). La
cerámica asociada con estos centros es a partir de este
momento el ubicuo estilo Mochica IV, caracterizada por Moseley
como el estilo corporativo de esta sociedad (1992). A partir de
estas evidencias se concluye, por lo tanto, que durante la fase
Mochica IV todas las áreas de la costa entre Chicama y
Nepeña estuvieron bajo el control de un único y
unificado estado Mochica.

El fenómeno expansivo evidenciado en
los valles del área Mochica-Sur es el resultado del
crecimiento de un sistema estatal centralizado. La naturaleza
estatal de la sociedad Mochica-Sur resulta una
interpretación obvia de una abrumadora cantidad de
evidencias. Entre estas destacan evidencias funerarias (Donnan
n.d., Donnan y Mackey 1978) y de organización interna de los sitios (Bawden
1977, Topic 1977) que indican que la sociedad Mochica estuvo
complejamente jerarquizada, con posiciones sociales definidas
desde el nacimiento y con una élite gobernante que basaba
su poder en una combinación de coerción y consenso
a través de la manipulación de violencia
institucionalizada y de rituales así como otros mecanismos
ideológicos. Los Mochicas tuvieron una economía planificada, centralizada y al
servicio
preferente de las élites gobernantes, con un vasto
número de especialistas controlados por el estado, y un
uso casi ilimitado de la mano de obra de los segmentos sociales
dependientes. La magnitud de las obras públicas
emprendidas por los Mochicas, tanto de infraestructura productiva
como ideológica, implican niveles de trabajo y de
planificación sorprendentes. La elaboración en las
ceremonias religiosas, especialmente las relacionadas con el
sacrificio de prisioneros y con rituales funerarios, y la
participación diferenciada en ellos de diversos segmentos
de la población (Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo
1992, 1994) demuestran la importancia de este ámbito en la
sociedad Mochica. Evidencias de todos estos aspectos, y no
sólo unas cuantas piezas cerámicas, aparecen
implantadas en los valles de Virú, Chao, Santa y
Nepeña a partir de la fase Mochica IV.

Al sur del valle de Nepeña
encontramos algunas evidencias de presencia Mochica, pero ninguna
que implique ocupación permanente o control
geopolítico. En el valle de Nepeña, que
correspondería a la frontera sur
del estado Mochica-Sur, encontramos una distribución de
sitios Mochicas muy peculiar y que permitirían entender
algunas características del proceso expansivo. En el valle
de Nepeña, a diferencia de Virú y Santa, no
encontramos un conjunto de sitios de diverso tamaño y
función
distribuidos homogéneamente a lo largo del territorio,
sino un único gran centro ceremonial, Pañamarca,
rodeado de pequeños cementerios (Proulx 1968, 1973). Este
gran centro ceremonial vendría a ser un puesto de
avanzada, con el que los Mochicas habrían iniciado la
penetración en el valle de Nepeña. Este puesto
está constituido, contrariamente a lo que podríamos
imaginarnos, no por un edificio militar o defensivo, o por una
sede administrativa, sino por un centro ceremonial. Encontrar
templos donde esperábamos fortalezas nos permite entender
que la ideología tuvo un importante papel en la
penetración y expansión del estado
Mochica.

Como se discutió en las secciones
anteriores, debemos de preguntarnos cuál es el
ámbito geográfico al que se aplicaría esta
reconstrucción de la naturaleza política del estado
Mochica. Larco y otros investigadores pioneros formularon sus
interpretaciones pensando, nuevamente, en el área nuclear,
y no en los valles de la periferia. Sus datos provenían de
esta región, por lo tanto sus interpretaciones
serían válidas sólo a ella. Larco estuvo en
lo cierto al pensar que toda esta región estuvo en
algún momento bajo la autoridad de
una sola entidad política segmentada en diversos niveles
de administración regional y local. De
cuánta autonomía gozaron las diversas regiones
comprendidas dentro del estado Mochica, no lo podremos saber
hasta que no se realicen más excavaciones en sitios
domésticos y centros administrativos Mochicas. En
cualquier caso, Larco ya afirmaba que existía, bajo la
autoridad centralizada de un Cie quich, un conjunto de
gobernantes regionales, los Alaec (Larco 1945:22-23).
Larco dedujo esta organización sólo de la
distribución de vasos retratos; posteriormente sus ideas
han sido corroboradas en base al estudio del patrón de
asentamiento en los territorios conquistados.

Las numerosas investigaciones en la
región comprendida entre Chicama y Nepeña han
producido resultados que contrastan dramáticamente con los
resultados de proyectos
realizados al norte de esta región. Una de las diferencias
más significativas es que la cerámica de los
periodos Mochica III y IV, el estilo corporativo directamente
asociado con la expansión y consolidacion del estado
Mochica-Sur respectivamente, y encontrado en enormes cantidades
en los valles entre Chicama y Nepeña, sea casi inexistente
en los valles entre Piura y Jequetepeque. Cómo explicar
que el patrón de asentamiento de este estado expansivo,
caracterizado por un gran centro ceremonial/administrativo entre
los valles medio y bajo, no se vea reflejado en ninguno de estos
valles. Se trata acaso de un problema en la muestra, o estas
diferencias obedecen a diferencias estructurales, es decir son el
resultado de la acción
de estados o entidades políticas distintas. La
circunscrita aplicabilidad de las interpretaciones antes
señaladas comienza a ser evidente cuando se trata de
aplicarlas a los valles de Jequetepeque, Zaña, Lambayeque
y Piura. En esta región desde los años 60'
comenzaron a aparecer importantes evidencias de la
ocupación Mochica. En estos valles aparecen evidencias que
permiten definir grupos semejantes en muchos aspectos al
Mochica-Sur, pero aparentemente con un desarrollo independiente y
con características peculiares en su cultura material que
serán discutidas en la siguiente
sección.

Segunda Parte:
Los Mochica del Norte y los Mochica del Sur

Hasta este momento nos hemos limitado a
cuestionar la idea que sostenía que la cultura Mochica, en
todas las regiones donde ocurrió, fue el resultado del
mismo fenómeno político y social. Si esta
noción no es válida, y lo que entendíamos
como Mochica sólo es aplicable a la esfera sur de este
fenómeno, entonces cómo debemos caracterizar a la
sociedad Mochica-Norte.

La intención de esta sección
no es dar cuenta definitivamente de todas las
características del fenómeno Mochica-Norte. Esta
tarea es teórica y prácticamente imposible a estas
alturas por cuanto la mayor parte de la información
arqueológica que se tenía antes de 1985 tiene que
ser analizada e interpretada nuevamente, y la información
que se ha recogido después de esta fecha en su
mayoría aun no ha sido publicada. Lo que podemos hacer con
los datos con que contamos es ofrecer una perspectiva regional,
la del valle del Jequetepeque, donde se han concentrado nuestras
investigaciones hasta la fecha.

Una salvedad es de rigor en este punto para
evitar caer en el mismo tipo de error que se critica aquí.
El valle del Jequetepeque, y la historia cultural que allí
estamos reconstruyendo con un programa
sistemático de investigaciones, no necesariamente
deberá ser entendido como un microcosmos de la historia
cultural de toda la región Mochica-Norte. Es muy posible
que los resultados con que contamos para esta región nos
presenten un desarrollo que, si bien más cercano a lo que
aconteció en Lambayeque y Piura que lo que pasaba en la
región sur, es sin embargo sólo una
expresión regional. No podemos asegurar, en resumidas
cuentas, si los
diferentes valles de la región Mochica-Norte no tuvieron
desarrollos independientes. Todo parece indicar, por ejemplo, que
la secuencia de Piura sería distinta, y posiblemente
más corta que la secuencia de los otros valles;
Lambayeque, por otro lado experimentó un florecimiento
durante el período Mochica Tardío que no es
comparable con el de los otros valles. Dicho esto podemos
regresar a las diferencias entre el Mochica-Norte y el
Mochica-Sur, y la secuencia planteada aquí para
caracterizar el desarrollo del fenómeno Mochica-Norte en
el valle del Jequetepeque.

Aparentemente los valles de Jequetepeque,
Zaña, Lambayeque y Piura estuvieron física y
culturalmente separados de los valles del territorio Mochica-Sur.
Entre las dos regiones se encuentra la Pampa de Paiján,
una llanura desértica de más de 50
kilómetros de extensión que sirvió como
barrera natural y cultural para sociedades prehispánica
antes y después de los Mochicas (Donnan y Cock 1986b).
Esta barrera no sólo fue cosa del pasado; Trujillo y
Chiclayo, cada una con sus respectivas órbitas de
influencia, marcan todavía la separación de las dos
grandes regiones de la costa norte. La gran cantidad de
cerámica de estilo Cajamarca hacia fines del desarrollo
Mochica en Jequetepeque indica, más bien, que los Mochicas
de Jequetepeque mantuvieron un fuerte contacto con las sociedades
que se desarrollaban en la sierra norte aledaña. El valle
del Jequetepeque parece haber servido de eje de transición
para una serie de movimientos y rutas comerciales que
unían la costa norte con la zona andina central. Estos
intercambios experimentaron un inusitado desarrollo durante las
primeras fases del horizonte medio, coincidiendo con el final de
la cultura Mochica y su evolución hacia otras tradiciones,
entre ellas el conspicuo estilo Lambayeque.

Cuando juzgamos la relación entre
las sociedades Mochica-Norte y Mochica-Sur nuestra fuente de
información más importante es la cerámica,
especialmente la compleja cerámica ceremonial. En
ésta se reflejan vívidamente los cambios y las
interacciones entre diversas sociedades, las tendencias
estilísticas, los prestamos y las idiosincrasias
locales.

Cuatro grandes características
distinguen los desarrollos de las tradiciones cerámicas
sureña y norteña:

a) la escasez
pronunciada de cerámica Mochica-Sur de la fase IV y de una
serie de formas como huacos retratos, cancheros y floreros en los
valles al norte de la Pampa de Paiján, así como de
decoración pictórica de línea fina del tipo
Mochica IV (Castillo y Donnan 1994);

b) la excepcional calidad y belleza
de la cerámica Mochica-Norte Temprana, especialmente en
piezas escultóricas donde se representan seres humanos o
animales (Donnan 1990, Narváez 1994);

c) la predominancia de jarras y
cántaros de cara-gollete en las fases Media y
Tardía del Mochica-Norte (Ubbelohde-Doering 1983);
y

d) el extraordinario desarrollo de la
pintura de línea fina durante el período
Mochica-Norte Tardío (McClelland 1990, Donnan y McClelland
1979).

  • El fenómeno Mochica
    Norte

El primer indicio que nos reveló que
la secuencia cerámica, y por lo tanto la historia
ocupacional de las dos regiones de la costa norte habían
seguido diferentes derroteros fue la carencia de una serie de
formas y estilos comúnmente asociados con el
fenómeno Mochica-Sur. Dos formas son peculiarmente
escasas: los floreros, y los cancheros. Algunos floreros de
estilo Mochica V han sido excavados en Pampa Grande (Shimada
1976:194) pero podrían haber sido importados desde el sur.
Igualmente cancheros han sido reportados muy pocas veces en la
región norte, en Sipán (Alva, comunicación
personal 1994) y en la región de Vicús (Makowski,
comunicación personal 1994). Tampoco aparecen en esta
región los llamados huaco retratos. La carencia de estas
formas, de acuerdo a lo planteado por Larco, significaría
que esta región no estuvo dentro del ámbito de
control de los Cie quich con sede en Moche y Chicama.

La escasa presencia de cerámica de
estilo Mochica IV en los valles al norte de la Pampa de
Paiján es aun más significativa. Es importante
recalcar que no se trata de una absoluta carencia ya que existen
algunos reportes de cerámica Mochica IV en la
región, sino de una escasez pronunciada, especialmente en
relación a las cantidades que encontramos en los valles de
la región sureña. Carlos Elera (comunicación
personal, 1994) excavó un conjunto de ceramios de este
estilo en Puerto de Eten (ver Shimada 1994:55). Carlos Deza
(comunicación personal, 1993) afirma haber visto a
huaqueros ofreciendo piezas Mochica IV en el valle de
Zaña. Izumi Shimada también ha reportado este tipo
de cerámica para una serie de sitios en Batán
Grande pero sin documentar sus aseveraciones (1994). En
colecciones del valle del Jequetepeque existen algunas pocas
piezas en este estilo, pero parecen haber sido traídas
desde el sur. Shimada (1994:39) publicó un mapa de "las
ocupaciones Moche documentadas" en los valles de Reque-Chancay y
Zaña con indicaciones de las fases Mochicas en que estos
sitios fueron ocupados. Una inspección directa de una
serie de los sitios presentados en dicho mapa (Santa Rosa,
Sipán, Saltur, Collique y Cerro Corbacho) arrojó
resultados negativos en cuanto a la presencia Mochica IV. Tampoco
encontraron este estilo de cerámica investigadores que han
trabajado en esta región por varios años (Walter
Alva, Jorge Centurión, y Carlos Wester;
comunicación personal, 1993). Con relación a Pampa
Grande, también mencionada en dicho mapa, si bien en un
reconocimiento parcial del sitio no pudimos encontrar materiales
Mochica IV es posible que excavaciones estratigráficas
pudieran haber producido este tipo de materiales. Esperamos la
publicación de los resultados de la
investigación de Kent Day y Izumi Shimada donde estas
incógnitas deberán ser resueltas y
documentadas.

En conclusión, existen evidencias de
la presencia de cerámica de estilo Mochica IV en la
región norte, pero en cantidades muy limitadas y en
contextos muy mal documentados. Por falta de información
contextual no se puede determinar aún si se trata de
piezas intercambiadas, o de evidencias de pequeños
asentamientos controlados por los Mochica-Sur. Aparentemente un
cierto intercambio de cerámica existió entre las
dos regiones (Larco 1966b. También se intercambiaban
piezas de cerámica con la sierra norte aledaña,
conchas de spondylus con el Ecuador y
plumas con la región amazónica. Por cierto, ninguno
de estos intercambios tuvo consecuencias de largo plazo en
términos de la identidad o independencia
política del estado Mochica-Norte. El conjunto de
piezas encontrado por Elera en un pozo de prueba en el Puerto de
Eten, y los materiales encontrados por Shimada en Batán
Grande podría corresponder a la segunda posibilidad, un
pequeño asentamiento. Lo que resulta sospechoso es que,
hasta la fecha, sitios arqueológicos Mochica IV,
especialmente sitios de la magnitud de los asentamientos
encontrados en los valles de Chicama a Nepeña, no han sido
reportados. Si los Mochica-Sur de la fase IV controlaron los
valles de Piura a Jequetepeque lo hicieron a través de un
sistema de asentamientos insólito y que además ha
burlado a cinco generaciones de arqueólogos.

Lo que esta carencia implica en
términos de la estructura política de los estados
Mochicas es muy importante. Moseley definió acertadamente
al estilo Mochica IV como el estilo corporativo del estado
Mochica expansivo. Su presencia en un sitio arqueológico
delata la presencia, y en algunos casos permite documentar la
expansión del estado Mochica. Si bien algunos ejemplares
de este estilo confirman que hayan habido contactos entre estas
entidades políticas, cantidades limitadas de este estilo
cerámico no pueden ser interpretadas como evidencias de la
conquista y control geopolítico de la región. Los
Mochica-Sur durante la fase IV no estaban dedicados a la exportación de cerámica, sino a la
conquista de grandes territorios, que inmediatamente eran
reorganizados de acuerdo a un patrón de asentamientos que
maximizaba los intereses del conquistador. Ninguno de estos
fenómenos, conquista o reorganización, se reflejan
en los datos recogidos al norte de la Pampa de Paiján.
Debemos concluir entonces que el estado Mochica-Sur no
cruzó esta barrera. En la región norte se
desarrollaron independientemente otros estilos, que
también pueden ser considerados corporativos, con
características propias que reflejan entidades
políticas y sociales independientes. Estos estilos, por la
cercanía cultural de las dos regiones Mochicas, presentan
muchos rasgos en común con su contraparte sureña,
sin embargo su desarrollo, es decir su secuencia, es diferente y
sus características son peculiares. Esto nos lleva a
enfatizar que diferencias en las estructuras políticas no
necesariamente indican diferencias culturales, es decir que los
Mochicas constituyeron diferentes estados pero no diferentes
culturas. Es claro que los estados Mochica-Norte y Mochica-Sur
compartieron suficientes elementos en común, como la
religión y las costumbres, que impidieron una deriva
cultural, es decir que al estar aislados uno del otro con el
tiempo se convirtieran en dos culturas diferentes. La
religión y el sistema ceremonial, uno de los mecanismos de
poder político de las élites aparece como uno de
los más importantes elementos de intercomunicación
entre estos estados.

  • La secuencia cerámica del
    Mochica Norte

Las diferencias entre las tradiciones
cerámicas Mochica-Norte y Mochica-Sur permiten aislar
estos dos estilos y seguir independientemente su desarrollo. En
el caso de la cerámica Mochica-Norte este desarrollo puede
ser dividido, en este momento, en sólo tres fases: Mochica
Temprano, Medio y Tardío (Castillo y Donnan 1994). Las
tres fases del Mochica-Norte en Jequetepeque (Figura 10) han sido
reconstruidas a partir de un cuidadoso análisis de datos
estratigráficos provenientes de las excavaciones en San
José de Moro (Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo
ms., Castillo y Rosas ms.) y
Pacatnamú (Donnan y Cock 1986b, Ubbelohde-Doering 1983),
del examen de contextos funerarios excavados en La Mina,
Pacatnamú y San José de Moro (Castillo ms.,
Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo ms., Donnan y Cock
1986b, Donnan y McClelland ms., Narváez 1994,
Ubbelohde-Doering 1967, 1983) y de información derivada de
un análisis cuidadoso de colecciones locales. La
información estratigráfica encontrada hasta la
fecha sugiere dos períodos ocupacionales, que incluyen la
construcción de tumbas, que estarían asociados con
especímenes cerámicos de lo que más adelante
se caracteriza como Mochica Medio y Tardío. No se ha
podido ubicar aún evidencia estratigráfica para la
fase temprana de la secuencia, sin embargo, es posible encontrar
conjuntos de ceramios que corresponderían con este
período. En base a estos datos se han podido organizar
más de ciento treinta entierros Mochicas excavados
arqueológicamente en Jequetepeque en estos tres
períodos. Los materiales asociados con estos entierros, y
su ocurrencia en los perfiles estratigráficos han
permitido reconstruir las tres fases estilísticas de la
cerámica Mochica en el valle del Jequetepeque.

  • El período Mochica
    Temprano

De los tres períodos que conforman
la secuencia ocupacional Mochica del valle del Jequetepeque, el
período Mochica Temprano es el menos documentado.
Evidencias de este período han sido encontradas en
sólo cuatro sitios del valle: Pacatnamú, La Mina,
Tolón y Dos Cabezas (Figura 10). Lamentablemente, con
contadas excepciones, la mayor parte de la información que
poseemos de la ocupación Mochica Temprano de estos sitios
no ha sido documentada arqueológicamente. Por esta
razón casi toda la cerámica que podemos reconocer
para este período es de alta calidad; ceramios de calidad
media, como jarras y figurinas, o ceramios simples de uso
doméstico, como ollas y cuencos, son casi
desconocidos.

En Pacatnamú, ubicado al norte de la
desembocadura del río Jequetepeque, el período
Mochica Temprano está representado únicamente por
una botella con asa estribo modelada en forma de búho
(Figura E1). Este ceramio fue excavado por Heinrich
Ubbelohde-Doering en una simple tumba de pozo junto con una olla
con cuello que posiblemente pertenece al período Mochica
Medio (Ubbelohde-Doering 1967:26, 67; 1983: 128-129). Cabe la
posibilidad que la tumba, y no sólo la olla, pertenezca al
período Mochica Medio, en cuyo caso la botella con asa de
estribo habría sido considerablemente antigua cuando fue
puesta en la tumba. Ninguna de las otras 126 tumbas Mochicas
excavadas en Pacatnamú contenían cerámica
diagnóstica para el período Mochica Temprano,
así como tampoco se reportaron fragmentos de
cerámica de este período de las extensas
excavaciones conducidas en el sitio por Ubbelohde-Doering en
1937-39, 1953-54 y 1962-63, y por Donnan y Cock entre 1983 y
1987. Esto implica que si bien Pacatnamú tuvo una
ocupación Mochica significativa durante los
períodos Medio y Tardío, el sitio no fue ocupado
durante el período Temprano.

El sitio de La Mina es posiblemente el
lugar más importante donde cerámica del
período Mochica Temprano ha sido encontrada (Donnan 1990,
Narváez 1994). La Mina se encuentra en la margen sur del
valle del Jequetepeque, aproximadamente a 5 kilómetros del
mar (Figura 10). La historia de la excavación de la Mina
es un tanto penosa, ya que si bien es el único sitio
Mochica Temprano que se ha podido excavar
arqueológicamente, esto fue posible únicamente
después de que los huaqueros habían dado cuanta de
casi todo el contenido de la tumba. Aproximadamente a mediados de
1988, un grupo de huaqueros comenzó a extraer una gran
cantidad de objetos de oro, plata y cobre
aparentemente de una rica tumba Mochica en el valle del
Jequetepeque. La tecnología, forma y extraordinaria
calidad artística de estos objetos (Lavalle 1992) era
similar a la de objetos encontrados en las tumbas reales
excavadas por Walter Alva en Sipán, en el valle de Reque
(Alva 1988, 1990; Alva y Donnan 1993; Figuras 1 y 2). Sin
embargo, el estilo de estas piezas era suficientemente diferente
del estilo de los objetos encontrados en Sipán como para
distinguir fácilmente ambos conjuntos (Donnan 1990). Junto
con los objetos metálicos los huaqueros aparentemente
encontraron un gran número de botellas de cerámica
modeladas en forma de seres humanos, animales y aves,
incluyendo búhos casi idénticos a la botella
encontrada por Ubbelohde-Doering en Pacatnamú.

En Mayo de 1989 la tumba de La Mina fue
finalmente localizada por personal del Instituto Nacional de
Cultura, iniciándose inmediatamente una excavación
de salvataje a cargo de Alfredo Narváez, y con la
colaboración de Christopher Donnan y Alana Cordy-Collins
(Narváez 1994, Donnan 1990). Excavando cuidadosamente un
área de la tumba que no había sido disturbada, los
arqueólogos encontraron siete botellas de cerámica
que habían escapado a la atención de los huaqueros (Figura E2).
Estas incluían un guerrero arrodillado, una persona llevando
una jarra en su hombro izquierdo, un felino cuyos ojos estaban
adornados con incrustaciones, un individuo sentado con la cara
decorada con un diseño
de ola (Figura E3), un búho (Figura E4), y un individuo
sentado con un tocado circular (Figura E5). También se
encontró una pieza en cerámica negra modelada en
forma de un cóndor (Figura E6) y una jarra con
abultamientos en la cámara (Figura E7). Los ceramios
recuperados arqueológicamente de La Mina estaban todos
rotos por compresión debido al peso del relleno.
Más aún, durante la excavación de salvataje
se recuperaron numerosas piezas de concha cortada que
originalmente fueron incrustaciones usadas para adornar los ojos
y otros accesorios de las piezas cerámicas que fueron
extraídas de la tumba por los huaqueros.

Tolón, un tercer lugar en donde se
encontraron especímenes cerámicos del
período Mochica Temprano, a diferencia de los otros tres
sitios está localizado en la margen sur del valle medio
del Jequetepeque, aproximadamente a 33 kilómetros del mar
(Figura 10). A mediados de los años setenta un numero de
tumbas simples de pozo conteniendo ceramios de estilo Mochica
Temprano fueron huaqueadas del sitio (Figuras E8 a E16). Estas
piezas están modeladas en forma de individuos sentados o
arrodillados (Figuras E8 a E11), felinos (Figuras E12 a E14) y
aves, incluyendo búhos (Figuras E15 y E16). Muchas de
estas piezas son casi idénticas a las encontradas en La
Mina (por ejemplo, comparar las figuras E5 y E9), y por lo tanto
su contemporaneidad y afiliación estilística parece
segura.

El cuarto sitio donde cerámica del
período Mochica Temprano ha sido encontrada es Dos Cabezas
(Figura 10), ubicado al sur de la desembocadura del río
Jequetepeque. El sitio está constituido por varias
pirámides de regular tamaño, áreas de
aparente carácter doméstico adyacentes a las
grandes estructuras y lo que parecen ser basurales, que
además contienen evidencias de pequeñas
habitaciones y numerosos fogones. Si bien Dos Cabezas no ha sido
aún excavado arqueológicamente, un examen cuidadoso
de los fragmentos de cerámica que se encuentran en el
sitio sugiere que su ocupación incluye tanto el estilo
Virú, que normalmente precede al estilo Mochica,
así como el período Mochica Temprano. Hasta que no
se realicen excavaciones en el sitio no se podrá
determinar cual es la relación exacta entre estos dos
estilos, es decir si uno precede al otro o si ambos son
contemporáneos. Además de estas evidencias, se sabe
que un número de tumbas que contenían ceramios de
estilo Mochica Temprano fueron huaqueadas de Dos Cabezas a
principios de los años ochenta. Estas piezas
incluirían los característicos felinos

 

 

 

 

 

 

Autor:

Ronald Ramírez Olano

Partes: 1, 2
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