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Conociendo a Napoleón y Hitler paralelo histórico (página 2)




Enviado por ramiolra ramiolra



Partes: 1, 2

A principios de
agosto el ejército había perdido ya 150.000 hombres
a causa de enfermedades y deserciones.
Napoleón avanzó hasta Vitebsk y
desde allí hasta Smolensko. Cuando salió de
Smolensko hacia Moscú su ejército apenas si contaba
todavía con 150.000 hombres. Pero el ejército no
quería luchar, y éste fue el segundo motivo que
hizo fracasar a Napoleón.

Antes de empezar la campaña,
Napoleón había reunido a sus generales en Danzig.
Napoleón preso de sombríos pensamientos dijo:
«Sé muy bien, caballeros, que ya no tienen ustedes
ganas de luchar más.» En efecto, los mariscales
estaban tan cansados como los granaderos. Napoleón
había obsequiado a sus generales con ducados y reinos, y estos
generales sentían más deseos de gozar sus bienes que de
seguir oyendo el ruido y
oliendo a pólvora de los campos de batalla.

Además, los generales de Napoleón
ya no eran en este tiempo
más que de segunda categoría. Las pocas excepciones
eran Murat, Davout, Ney y Jomini. Pero tampoco estos cuatro
relevantes hombres tenían ya confianza alguna en la empresa rusa.
Estaban cansados como Murat o disgustados como Jomini, que
consideraba insuficiente la seguridad de las
comunicaciones
con la retaguardia.

Napoleón mismo estaba enfermo y hubiera
rehuido gustosamente la aventura rusa, por poco que el Zar le
hubiera ofrecido la mínima posibilidad de hacer la paz.
Napoleón sufría entonces de icrericia, a
consecuencia de su dolencia del hígado, y había
perdido su antiguo brío. Se pasaba las noches delante de
su tienda, bebía vino caliente para mantenerse despierto y
maldecía la estrategia:

El arte de la
Guerra

Una voz interior le había dicho que
tenía que proyectar su campaña cuando menos tres
años, pero las circunstancias, el hambre y la mortandad de
los animales y de los
hombres, le habían obligado a obrar rápidamente. Al
principio quería invernar en Smolensko y hacer ir
hallá al teatro de
París. Pero, porque no podía sostener tres
años de campaña en Rusia,
quería encontrar rápidamente una gran batalla y no
la encontró. Por una gran batalla entendía
Napoleón una batalla de aniquilamiento. «Sólo
una buena batalla puede asegurar la paz», decía.
Pero el adversario lo rehuía a él y rehuía
esta batalla, y éste fue el tercer motivo por el que
fracasó. El zar Alejandro, el adversario de
Napoleón, no pensaba en absoluto en una batalla y se
burlaba de napoleón con sus retaguardias de cosacos. Cada
vez que el Corso creía haber encontrado al enemigo en
masa, no era más que una retaguardia de cosacos que se
perdía en el horizonte. El Emperador mismo
emprendía, solo, paseos de reconocimiento a caballo, que,
muchas veces, lo alejaban hasta seis horas de sus tropas. Todo
era en vano. Sólo poco antes de Moscú
presentó Alejandro batalla y aun ésta la
presentó únicamente llevado por los deseos de su
pueblo. Alejandro quería salir al encuentro de la
opinión de que no quería defender la ciudad santa
de Moscú. En la posteridad ha arraigado el convencimiento
de que Alejandro con su táctica de eludir una batalla
decisiva, obró respondiendo a profundas razones
estratégicas, que había recurrido conscientemente a
la táctica del agotamiento y que con ello había
convertido al espacio en su aliado. La realidad debe haber sido
algo menos contundente. Las fuerzas combatientes de Alejandro no
eran más que de 189.000 hombres. Napoleón era
considerado todavía como el maestro de las batallas de
aniquilamiento. Su aureola de invencibilidad no había
desaparecido todavía, a pesar de los descalabros sufridos
en España.
Además, avanzaba con un ejército de cuyas
pérdidas todavía no sabían nada en
Moscú, y era de suponer que fuera cuando menos el doble de
fuerte que el ruso. En estas circunstancias se da gustosamente
rienda suelta al temor, se evita todo el tiempo, que se puede en
una batalla, o, cuando menos, se retarda un pàr de
días.

Porque Alejandro había convocado al pueblo
ruso para una «guerra
santa» contra Napoleón, que tenía que
decidirse, finalmente, a una batalla ante las puertas de la
ciudad santa de Moscú. Napoleón venció en
esta batalla, pero esta victoria fue una victoria
«ordinaria», una victoria de los soldados, no una
victoria estratégica. En el campo de batalla quedaron
30.000 franceses y 60.000 rusos, pero apenas si se hicieron
prisioneros y el botín fue nulo. La mayor parte de los
muertos no los perdieron los rusos, por lo demás, en el
campo de batalla, sino debido al fuego de artillería, al
que estuvieron sometidos durante su retirada.

La Jauría
de Lobos al Acecho

Napoleón se sentía viejo y gastado
cuando entró en Moscú. «En el campo de
batalla se envejece pronto», esta frase del Emperador es de
los tiempos de su campaña de Rusia. La ciudad estaba
desierta cuando el resto del ejército de Napoleón
saludó alborozado las cúpulas doradas de la ciudad
de los zares. Al día siguiente se declaró el primer
incendio, y luego se cumplió la fatalidad que el general
Jomini había predicho. Se retardó la retirada, mal
organizada, porque el Emperador quería esperar
todavía un día el ofrecimiento de paz que no
llegó. El ejército ruso esperaba al Norte de
Moscú la retirada del Corso para caer, como lobos
hambrientos, sobre los restos del Ejército imperial,
debilitados, hambrientos y medio muertos de frío. El
Emperador huyó finalmente en un trineo, y de su orgulloso
ejército sólo hubo muy pocos soldados que volvieran
a la patria.

Este es el cuadro fidedigno
–¿qué es lo que puede compararse de este
cuadro, con el que se está ofreciendo al mundo desde el 22
de junio de 1941?

La fecha no permite establecer ningún
paralelo, porque Adolf Hitler no
tuvo que esperar el forraje verde para sus caballos.
Marchó el 22 de junio, porque quería aprovechar la
ventaja de la sorpresa. Además, marchó en un orden
completamente distinto del de Napoleón. El emperador
francés avanzó con una sola columna de
ejército, flanqueada por otras dos columnas secundarias.
Adolf Hitler
atacó en un ancho frente que llegaba desde el
Océano Glacial Ártico hasta el Mar Negro.
Napoleón tuvo que buscar al enemigo durante meses enteros
hasta que éste le presentó batalla en Borodino,
cerca de Moscú y ésta fue una batalla de frente
corriente. Adolf Hitler empezó con un ataque de frente, y
en los ocho primeros días logró ya convertir esta
batalla de frente en distintas batallas de copo.

Los Piro
maníacos en Acción

El zar Alejandro no tenía en la frontera de su
reino más que una retaguardia de cosacos, que no
quería comprometerse en ningún combate serio con
las fuerzas napoleónicas. Stalin, en cambio,
había concentrado en la frontera alemana fuerzas muy
poderosas, que desde el primer día de la campaña,
entraron en combate y que en las primeras seis semanas fueron
casi aniquiladas.

La comparación, pletórica de
esperanza, no se ajusta, pues, desde el primer día de la
campaña, a la verdad, y al cabo de seis semanas no hay
más que un solo hecho, todavía, que pueda
justificar la comparación. Cada ciudad y cada pueblo que
conquistan los alemanes está ardiendo, y la población civil de estas ciudades es
abandonada a menudo, por los soviets, hambrienta y privada de sus
míseras viviendas. ¿Por qué –se
lamentan los ingleses– no ha seguido Stalin el proceder de
su antecesor, del Zar Alejandro, más que en este solo
punto? ¿Por qué no ha dejado que se adentraran los
alemanes en el ancho espacio, lo mismo que hizo entonces el Zar
con las tropas de Napoleón?

El que así habla demuestra que no conoce
el bolchevismo ni por el forro. Stalin hizo avanzar a sus tropas
hasta la frontera germanorrusa, no para que fueran derrotadas por
Adolf Hitler, sino porque él quería derrotar a los
ejércitos alemanes. La esencia de bolchevismo es agresiva.
Desde hace veinte años sueña y habla el bolchevismo
de extender la revolución
mundial. La conquista de
Europa no es
más que la primera gran etapa. En esta idea ha sido
educada la juventud
soviética e instruido el soldado soviético. Stalin
quería derrotar y aplastar a Alemania. Este
era el sentido de su despliegue de fuerzas, y tenía que
ser así, porque la ideología bolchevique no puede negarse a
sí misma. Esta ideología es agresiva, y si no lo
fuera es no había tampoco ningún bolchevismo
más o lo negro no es negro, o los ríos
correrían aguas arriba. Stalin estaba en la frontera
alemana, porque tenía que estar allí. Sólo
los tontos podían, pues, suponer que se repetiría
aquí otra vez el juego de 1812.
pero en el Támesis se seguía creyendo en el gran
milagro.

La gran
Esperanza

Fieles a estas palabras de Schiller se obstinan
los corrillo alrededor de las chimeneas británicas y
americanas en la comparación de Hitler con
Napoleón, y dicen: «el espacio ruso vencerá,
al fin, a los alemanes. Cada día irán
atrayéndoles más a ese espacio, y en él se
estrellarán.»

Pero no hace falta que atraigan a los alemanes.
Ellos mismo se cuidan ya de avanzar en ese espacio. La diferencia
entre este avance y el de Npoleón es que los alemanes no
se adentran en un espacio vacío. Esta vez el espacio
está lleno de los ejércitos que Napoleón
buscó en vano en aquella fecha. En estos ejércitos
clavan sus cuñas los alemanes, las cuñas de
acero se
doblan detrás de los ejércitos soviéticos
formando bolsas, y todo lo que se encuentra en esas bolsas ha de
rendirse o es aniquilado. Los alemanes dan una batalla
aniquiladora tras otra y no tienen miedo del espacio. Al
contrario, el espacio es su aliado. Los alemanes utilizan el
espacio como arma contra los ejércitos
soviéticos.

Espacio y tiempo se pasa a los alemanes

Los astrólogos y estrategas «de
café», que tanto cariño
sienten por la comparación entre Hitler y Napoleón,
han hecho la cuenta sin contar con una cosa, y es que los
alemanes lucharon ya una vez en el Este, durante la guerra mundial, y
salieron victoriosos. El principio de su victoria fue la batalla
aniquiladora de Tannenberg. Esta batalla no decidió,
ciertamente el desenlace de aquella guerra, pero
enseñó a los alemanes algo valiosísimo, a
saber: el convencimiento de que las grandes batallas
aniquiladoras no pueden ganarse en ningún sitio mejor que
en un gran espacio. Las grandes superficies, ligeramente
onduladas, son las premisas ideales para las operaciones de
una batalla aniquiladora. El general «Espacio» se ha
pasado, pues, a los alemanes, y les ayuda en su estrategia de
aniquilamiento.

¿Es que el espacio no puede volverse a
pesar de todo contra los alemanes? ¿Es que cuanto
más se alejen los alemanes de su suelo patrio, no
tienen forzosamente que acercarse más al peligro del
desastre que sufrió Napoleón? ¿No
será el general «Espacio» un aliado inseguro,
por no decir pérfido, que sólo espera el momento de
poder saltar
al cuello de los alemanes? No.

El segundo
ejercito a la lucha

La organización del Ejército
alemán no puede compararse a ninguna de las antiguas
organizaciones
de ningún ejército. De esto han podido ya
convencerse los adversarios de Alemania en las otras
campañas victoriosas.

A veces casi directamente con las fuerzas
combatientes, casi siempre pisándolas los talones, marcha
todavía otro ejército, compuesto de trabajadores y
mandado por ingenieros. Este ejército en el que
están reunidos la
Organización Todt, el Servicio del
Trabajo del
Reich, la Organización para manutención de los
Servicios
Públicos y tropas técnicas,
y en el que se encuentran toda clase de
obreros especialistas, es inconcebiblemente grande. Cada
kilómetro de este espacio conquistado es reconocido
inmediatamente por este segundo ejército de trabajadores,
por lo que respecta a las posibilidades del aprovisionamiento y
repuesto, y arreglado para el envío de refuerzos y
provisiones. En los tres primeros meses de guerra contra los
soviets, este ejército, a parte de todo lo demás
que ha hecho, ha soltado y vuelto a fijar con tornillos 15.000
kilómetros de vía férrea rusa para ponerla
al ancho de vía de los ferrocarriles alemanes. Este
ejército no vuelve a poner en servicio únicamente
ferrocarriles y construye carreteras, sino que tiende
también puentes sobre todos los ríos y hace
terraplenes en todos los terrenos pantanosos. El ejército
de trabajadores mantiene a las tropas combatientes en constante
comunicación con aprovisionamientos y con
la patria.

Pero ¿no cesará algún
día este aprovisionamiento? Hasta ahora no ha cesado
todavía, y no parece que tenga trazas de cesar. Pero
¿no hará el invierno lo que entonces hizo con los
ejércitos de napoleón?

Los alemanes han invernado ya una vez, durante la
guerra mundial, tres años seguidos en Rusia, y no se
helaron. Y ahora, en estos momentos en que estamos escribiendo
estas líneas, ruedan ya por las carreteras alemanas de
aprovisionamiento en el Este infinidad de camiones, trenes de
todas clases y ferrocarriles hacia los lugares de
aprovisionamiento de las fuerzas combatientes en la unión
Soviética. Estos trenes de transporte
están cargados hasta los techos con todo lo que puedan
necesitar las tropas para establecer sus cuarteles de invierno en
caso de que no existan ya hace mucho tiempo. Pero antes de
levantar su cuartel de invierno el soldado alemán hace el
balance.

Y en los cuatro primeros meses de guerra contra
el bolchevismo le ha roto el soldado alemán la columna
vertebral a la mayor potencia militar
del mundo. Y en el curso de esta empresa
aniquiladora, no ha salvado únicamente gigantescos
espacios, sino que incluso los ha utilizado. Esta
afirmación se demuestra con la índole de las
operaciones alemanas. No ha sido el bolchevique el que ha
atraído al soldado alemán, sino el soldado
alemán el que ha buscado al bolchevique, en el transcurso
de la lucha, allí donde podía batirlo con mayor
seguridad. Los alemanes han jugado con el espacio, por
consiguiente, del modo que han querido, y lo han utilizado
únicamente como instrumento de exterminio. Sus operaciones
constituyen la prueba de que en ningún momento les han
importado los éxitos de prestigio. Nunca han conquistado
ciudades ni fortalezas únicamente por adquirir con su
posesión una ventaja moral. Esta
clase de estrategia que renuncia a fáciles éxitos
de prestigio, no solo ha ahorrado muchas vidas de soldados
alemanes, y también muchas de parte del adversario, sino
que, ante todo, permite darse cuenta de lo que quieren los
alemanes. Estos no quieren otra cosa que destruir el
poderío del bolchevismo, y esta finalidad la alcanzan
aniquilando los ejércitos soviéticos. Para el logro
de esta finalidad alemana, la posesión de ciudades y
fortalezas no es importante más que cuando éstas
son posiciones militares llave de verdadera importancia. Todo lo
demás es indiferente. Adol Hitler quiere aniquilar al
ejército soviético, y ya en las primeras semanas lo
tocó en la médula.

Napoleón no logró este
aniquilamiento y hubo de contentarse, por consiguiente, con el
éxito
de prestigio de Moscú, con la peculiaridad, sin embargo,
de que el infranqueable espacio que había entre esta
ciudad y su base de aprovisionamiento se convirtió par
él en su fatalidad.

Los generales de
Hitler y Napoleón

Por lo demás, el Ejército
alemán de 1941 no se puede comparar, ni en su estructura
fundamental ni en su equipo y armamento, con las abigarradas y
cansadas tropas de napoleón del año 1812, como
tampoco pueden compararse los generales alemanes con los
mariscales y generales napoleónicos.

Napoleón era el hijo de la Revolución
francesa, su ejecutor y su vencedor. Para poder ser todo esto
hubo de convertirse en un usurpador que no toleraba ninguna otra
voluntad ajena. Agrupó a su alrededor hombre
valientes, pero no formó escuela y no
creó ningún general verdaderamente grande. Tuvo
héroes en su ejército, pero ningún
táctico sobresaliente. Él mismo era el dios de la
estrategia y, por su naturaleza
misma, no podía tolerar ningún otro dios a su lado.
El único que tenía verdaderamente genio
táctico, Jomini, no pasó nunca de cargos de
gobernador o de ayudante, y no tuvo nunca un gran puesto de
mando. Cómo quiere compararse a estos valientes guerreros
y medianos tácticos, que Napoleón había
congregado a su alrededor, con los generales alemanes cuyos
nombre brillan cada vez de nuevo en los comunicados del Alto
Mando de las fuerzas armadas alemanas, como jefes de grandes
cuerpos de ejército.

El fracaso del
genio "La vanidad"

¿Cómo se quiere comparar a Hitler
con Napoleón, y, sobre todo, cómo se explica la
comparación de Stalin y el zar Alejandro I?

Es cierto que ambos hombres, Hitler y
Napoleón, se han encumbrado desde lo desconocido y que los
dos han asombrado a su tiempo con una serie de victorias que no
eran victorias parciales sino victorias de aniquilamiento. Pero
incluso en esta coincidencia aparente radica ya la
separación de ambos hombres. Napoleón, el soldado
de oficio, arrolló con las columnas de la
Revolución los ejércitos extranjeros porque el
imperativo de la Revolución era arrollarlo todo. Cuando
Napoleón hubo vencido a la Revolución,
sustituyó la idea de conquista de la Revolución,
por su propia idea de la monarquía universal. Napoleón
fracasó a causa de su genio, porque ese genio le
impedía ser feliz en el seno de su patria corsa o
pretender como individuo al
todo de la nación
francesa.

Los alemanes no llevan a cabo sus batallas de
aniquilamiento, por que lo mande un genio extraño, sino
porque no les queda más remedio si es que quieren mantener
su existencia nacional como corazón de
Europa. En la lucha por esta existencia nacional los conduce
el hombre
alemán que encargaron de ello, y cuyo encargo ha sido
legitimado por el curso de los acontecimientos.

De estos hechos se desprende un claro rayo de
luz que incide
sobre los dos hombres alumbrando su contraste. Napoleón
fue a Rusia por las razones de su egocéntrica personalidad.
Luego, cuando se hallaba derrotado en Santa Elena, imaginó
una concepción fantástica europea que
pretendía quitar posteriormente a sus empresas el
odioso carácter del egoísmo. Hitler no ha
ido a Rusia únicamente con un encargo alemán, sino
con un claro encargo europeo. Este encargo se expresa como
sigue:

El bolchevismo en
acción

Aparte del encumbramiento que tienen en
común Adolfo Hitler y
Napoleón, no hay nada que permita comparar a estos dos
hombres extraordinarios. Napoleón decía de Francia que
ésta era su amada, que se acostaba con él, que la
daba todo lo que tenía, la vida y la hacienda. Esta amada
hubiera podido ser igualmente Italia o
España. Hitler, en cambio, el voluntario de 1914, es
imposible imaginárselo en otro país que no sea
Alemania. También otros países han encargado su
suerte a otros hombres con poderes dictatoriales, pero
sería desconocer el sentido de la Historia de los
últimos 100 años, de la lucha por la existencia
nacional de los pueblos, si se quisiera comparar a uno solo de
estos hombres con Napoleón.

Si volvemos ahora a los orígenes del
paralelo entre Hitler y Napoleón, ya no nos queda
más que una frase de Winston Churchill en la Cámara
de los Comunes. Él mismo no las tenía todas consigo
con respecto a esta problemática comparación entre
Hitler y Napoleón, y por eso dijo que había que
recordar que con el ejército de Napoleón iba el
año 1812 la libertad,
mientras que el imperio de Hitler rige la bota militar
prusiana.

La bota
militar

Prescindiendo de que ha sido Inglaterra la que
durante veinte años ha hecho la guerra contra el
«espíritu de la libertad» de Napoleón,
sólo puede aludirse con la «bota militar
prusiana» al hecho de que Adolf Hitler haya vencido
aniquiladoramente a los enemigos de Alemania.

Todo el que conoce la Historia sabe muy bien que
el concepto de
«bota militar» nació en la época de
Napoleón, y que se refería a la irresistible
fuerza con la
que éste, con su genio militar, sustituyó las
guerras de
maniobra por las guerras de aniquilamiento absoluto. Respecto a
este embozado paralelo hay que entrar todavía en detalles,
ya que éste es el que conduce al verdadero tema.

Es cierto que los alemanes bajo Adolf Hitler han
ido venciendo a uno tras otro de sus enemigos, incluso a la
Unión Soviética, con victorias aniquiladoras. La
tendencia a esta clase de victorias no responde, sin embargo, al
carácter prusiano. Prusia (Alemania) ha hecho muchas menos
guerras que otras naciones. Pero, desde que Napoleón le
puso la bota militar en la nuca, se sacudió esta bota,
batió primeramente a Napoleón con arreglo a su
propia receta del aniquilamiento, y, como nación
ambiciosa, tuvo luego que reconocer que en las contiendas
bélicas con otros países no le han servido de nada
las victorias parciales.

La idea estratégica de la batalla
aniquiladora ha nacido en Alemania de la sangre y las
cenizas de las derrotas. Del mismo modo que la derrota prusiana
de 1806 condujo a la idea de aniquilamiento de Napoleón,
ha conducido la derrota alemana de la guerra mundial a la idea de
las batallas de aniquilamiento de hoy. La misión
histórica de Adolf Hitler se comprenderá mejor si
los adversarios de Alemania tienen presente que Adolf Hitler ha
sido un combatiente de la guerra mundial. Decir más de
parte alemana acerca del rol de este hombre sería
inmodesto. Tampoco está bien, como sucede a veces en estos
últimos tiempos en las conversaciones que se tienen
alrededor de la chimenea, en el extrajero, hablar de la
superioridad de una ideología sobre la otra. Las
ideologías no son máquinas
de coser ni automóviles. No hay ningún pueblo que
pueda elegirse una ideología a su voluntad. Las
ideologías son en los pueblos la consecuencia de su
destino.

La gran
aniquilación

Alemania ha aniquilado a los ejércitos
enemigos que se le han opuesto, pero este aniquilamiento lo ha
llevado a cabo en el espíritu de la reconciliación
de los pueblos, es decir, que ha «aniquilado» de tal
modo que el enemigo de hoy puede ser el amigo de mañana.
Desde septiembre de 1939, Alemania ha hecho más de 6
millones y medio de prisioneros. Si Alemania hubiera querido
poner verdaderamente la bota militar en la nuca de los otros
pueblos no hubiera necesitado hacer un número tan enorme
de prisioneros. Hubiera podido hacer correr más sangre. De
1914 a 1918 hizo Alemania 2 millones y medio de prisioneros, de
ellos 1,4 millones de rusos. En los últimos cuatro meses
ha hecho Alemania más de 3,5 millones de prisioneros
soviéticos, en la campaña de los Balcanes hizo
592.000, en Francia 1.900.000 y 694.000 en Polonia.

Antes hemos dicho que la comparación entre
Hitler y Napoleón no podría hacerse, si no se
hubiera comparado también a Stalin con el zar Alejandro I.
¿Qué hay de ello? ¿Cree alguien
verdaderamente en serio que el Zar, tan temeroso de Dios, que en
la guerra con Napoleón no tenía otra
preocupación que la de preservar su ejército, puede
compararse con Stalin? Si los alemanes tuvieran verdaderamente la
intención de tratar a los pueblos con la bota militar, no
se encontrarían seguramente 3,5 millones de prisioneros
soviéticos en manos de los alemanes. Y estos prisioneros
tienen incluso de qué comer, mientras que los amigos de la
comparación entre Napoleón y Hitler hace 4 meses
que habían profetizado ya que los alemanes se
morirían de hambre y de frío si llevaban a cabo el
intento de meterse con el espacio ruso.

Entretanto tienen los alemanes este espacio. Y lo
han conquistado y utilizado únicamente para poder llevar a
cabo su idea de la destrucción del bolchevismo. Los amigos
del paralelo han de resignarse fatalmente ante el hecho de que
este espacio, en el que los alemanes -según habían
profetizado-, se estrellarían seguramente, está
constituido hoy de un modo muy distinto que antes.

En 1812 no había en este espacio
más que campesinos, cosacos cantantes y unas cuantas
minas. Hoy este espacio está saturado de importantes
distritos industriales. Los dos tercios de toda la industria
siderúrgica y de guerra de los soviets, se encuentran en
el «espacio mortal» para los alemanes.

Las preocupaciones de este espacio ya no son
preocupaciones alemanas. Las preocupaciones las tienen ahora los
«contertulios de la chimenea». Ahora han de buscar
otros temas para consolarse, y ya lo hacen, según lo ha
anunciado Lindley-Frazer el 21 de octubre por la radio inglesa.
«En el sur de la Unión Soviética»
-dijo-, «hay artistas en el lanzamiento de cuchillos, y los
partidarios se entienden por las noches por medio de gritos de
pájaro.»

Los gritos de los abandonados y los cuchillos que
vuelan por encima del campo de batalla, que el vencedor
inatacable ha dejado a su espalda son el símbolo
trágico de la gran derrota.

 

 

 

 

Autor:

Ronald Ramírez Olano

Partes: 1, 2
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