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Génesis del teatro panameño actual (página 2)



Partes: 1, 2

La política del
mundo
es una tragedia escrita en tres actos y en verso que,
a juicio de la crítica, manifiesta y es fiel ejemplo de la
cultura
nacional en aquella época, debido a que no se ha
comprobado que de la Guardia y Ayala hubiera estado en
España
o realizado estudios en Lima, Quito o
Cartagena. Otra obra suya está perdida se trata de La
reconquista de Granada
.

Debo destacar el hecho de que La política del
mundo
no ha sido editada en Panamá.
Al parecer, la Universidad de
Costa Rica
mantiene en su biblioteca
ejemplares de una edición
realizada en aquel país hacia principios del
siglo XX. La Universidad de Panamá,
por su parte, sólo tiene una copia mecanografiada
realizada por Margarita Vásquez de Pérez en
1961.

Con posterioridad a la independencia
de España en 1821, en el Istmo hubo brotes de
espectáculos escénicos inspirados por los triunfos
de batallas de independencia en los países
latinoamericanos o celebraciones locales. En este sentido
mención especial merece la puesta en escena, en mayo de
1832, de la tragedia en verso Oscar, del poeta
escocés James MacPherson, más conocido por su
heterónimo Ossian y traducida por el poeta español de
la
Ilustración Juan Nicasio Gallego Hernández. La
obra se presentó en la Plaza Catedral ante más de
dos mil personas.[7]

En nuestro recuento debemos tomar en
consideración que a mediados del siglo XIX se descubre el
oro
californiano. La fiebre
contagió a cuanto aventurero había en el mundo. Una
vez más, cuando el sosiego rondaba «la ruta»,
Panamá sirve nuevamente de puente. Europeos y
norteamericanos del este quieren llegar a California. La ruta
transístmica se inunda de almas, pese a las pestes, los
bandidos y las garrapatas. En 1855 se finaliza la construcción del primer ferrocarril
Atlántico-Pacífico. Y nuevamente el oro
realizó su recorrido histórico de Panamá a
Colón y luego a su destino, lejos de
aquí.

En 1850, quizás atraído por la
efervescencia de oro de California, llega a nuestras costas el
español Mateo Furnier e inicia actividades teatrales en
nuestro país. El 22 de septiembre de ese año
inaugura el primer teatro de la
ciudad, que funciona jueves y domingos. Operó regularmente
durante más de tres años y llegó a presentar
no menos de cien obras. Acontecimiento revelador por cuanto es un
antecedente claro del auge escénico que adquirió
Panamá en los últimos veinticinco años del
siglo XIX.

1853 es una fecha clave para el desarrollo de
nuestro teatro, porque es en ella cuando se monta la segunda obra
de autor panameño. Se trata de Dios i ayuda de
Tomás Martín Feuillet. Manuel Gamboa,
contemporáneo de Feuillet, nos cuenta que el poeta
dejó perder una excelente obra teatral, considerada por
quienes la leyeron entre sus mejores textos.

La idea de un canal interoceánico que
había surgido con Carlos V nunca se deshizo y cobró
nueva vigencia en vista del incremento del comercio
marítimo internacional y el surgimiento de Estados Unidos
como potencia mundial,
urgido ahora por el oro californiano. En 1879 se celebra el
Congreso de París, en donde se discuten las posibles rutas
para construirlo. Se determina que ella será la de
Panamá y los franceses, de inmediato, emprenden la tarea
que culminará diez años más tarde con un
contundente fracaso y un escandaloso fraude.

Yo he sostenido en mi Historia del teatro en
Panamá
que es precisamente en este período
cuando por primera vez hay actividad teatral en nuestro
país de manera continuada. Es evidente que ante
tamaña empresa la
bonanza económica era propicia, como en efecto lo fue,
para traer compañías extranjeras que representaran
sus trabajos escénicos en nuestro medio. Tan es así
que durante estos años se presentó en el llamado
Teatro de Las Monjas la ya en ese momento legendaria Sara
Bernhardt. La ciudad de Panamá no había dejado de
ser un poblado sucio y maloliente, de unos cuantos miles de
habitantes, rodeada de selva tropical, de malaria y fiebre. Es
significativa, entonces, la presencia de tan extraordinaria diva
aquí, corolario, asimismo, de este movimiento
escénico extranjero. Es fácil intuir qué
tipo de público asistía a estas representaciones.
Es obvio que el del arrabal no lo fue. Y lo más probable
es que estas funciones
estuviesen dirigidas al patriciado local y los comerciantes
extranjeros que nuevamente hacían de Panamá un
emporio lucrativo.

Existieron en aquellas décadas el Teatro de San
Juan de Dios, el Teatro Quevedo y el ya mencionado Teatro de Las
Monjas, rebautizado luego como Teatro Sara Bernhardt y el Teatro
de la Compañía Dramática de
Aficionados.

Esta Compañía Dramática de
Aficionados fue dirigida por Carlos Cucalón, quien
logró aglutinar en torno suyo a un
grupo de
jóvenes que lo secundaron en su actividad. Cucalón
fue la
personalidad panameña de mayor prestancia en el
ámbito teatral durante este último cuarto del siglo
XIX. No nos aventuraríamos mucho si pensamos que los dos
dramaturgos conocidos en ese momento fuesen representados por la
compañía de Cucalón. De los dramaturgos de
la época, sólo se conocen tres obras: Amor i
suicidio

de José María Alemán (1830–1887); de
Federico Escobar (1861–1912): La ley marcial
y La hija natural. Esto no quiere decir que hayan sido
los únicos, sino que son los textos que se lograron
conservar. Se sabe, para ahondar más y según
palabras de Rodrigo Miró[8]que durante
aquellos días Máximo Walker y Manuel José
Hurtado se contaron entre los jóvenes que escribieron
teatro.

En los últimos años del siglo XIX los
franceses regresan derrotados a su país. La maquinaria
queda esparcida a través de la ruta y Panamá vuelve
a un breve letargo, caracterizado siempre por la espera y por el
desdén colombiano a quien políticamente
estábamos unidos desde 1821, a instancias de Bolívar.

Algunos historiadores malintencionados han querido ver
en nuestra separación de Colombia un acto
de traición, por una parte, y por otra, la
creación, por parte de Estados Unidos, de una
república artificial que les permitiera reemprender la
construcción del canal. Lo cierto es que desde la
disolución de la Gran Colombia, con el alejamiento de
Venezuela y
Ecuador el
Istmo precisa hacer lo mismo. Prueba de ello son los intentos
separatistas de 1830, 1831 y 1840, y la creación del
Estado Federal en 1855, organización política que le daba a
Panamá autonomía.

En 1903, con el apoyo de Estados Unidos, Panamá
logra su independencia de Colombia. Casi simultáneamente y
con poca malicia política firma el tratado Hay-Bunau
Varilla con los norteamericanos, el cual le permitía a
éstos construir el canal por nuestro territorio. Desde
entonces y hasta el año 2000, la historia panameña
estuvo muy ligada a Estados Unidos y definitivamente a los
acontecimientos provocados por el canal.

El estigma de país de tránsito se
acentúa y pareciera hacerse perenne. Hasta ahora, los
conflictos
políticos con Colombia y con el sino del tránsito
habían impedido el desarrollo, de las actividades
artísticas. Algunas personalidades istmeñas se
habían destacado en el campo de la política, de la
jurisprudencia
y del periodismo,
pero hasta ahora no hay pruebas de que
hubiesen generado preocupaciones mayores en el campo que hoy nos
interesa. No hay una obra literaria de importancia que pueda
señalarse, realizada por un panameño. Ni poesía,
ni novela, ni
teatro. No obstante, en la gran mayoría de los
países latinoamericanos ya habían creadores de
trascendencia. Creo que el panameño, hasta entonces, y
aún años después, no asimilaba el trauma
tránsito/deseo de autonomía, aparte de todas las
condiciones de índole social y económica que
hacían de Panamá un punto atrasado
culturalmente.

El hecho de ser puertos de tránsito, impidieron a
Panamá y Colón desarrollarse como otras ciudades
latinoamericanas. México,
Buenos Aires,
Bogotá, Lima eran ciudades terminales, Panamá era
solamente un punto de enlace. La tónica era que nada
permaneciera aquí más que el tiempo
necesario para ser embarcado a su destino. Suficiente
razón para conmocionar inconscientemente a una nación
que apenas comenzaba a establecerse
políticamente.

Es significativo el hecho de que nuestros primeros
escritores de valía surjan a partir de nuestra
separación de Colombia o un poco antes. Podría ser
el rompimiento del trauma y su catarsis;
porque nuestras aspiraciones de independencia continuaron una vez
enterados del contenido del tratado del Canal de 1903. No
obstante, con el transcurrir del siglo XX, y en cada jornada
diplomática o de enfrentamiento abierto con Estados
Unidos, se reforzaba nuestro sentir nacional. Sin embargo, el
sino del tránsito seguía persistiendo.

Siglo XX, primer
tercio

Señaladas las generalidades que han circundado
nuestro ser como pueblo, y dentro de ello el desarrollo de las
artes escénicas, el panorama del teatro panameño
del siglo XX se torna árido para intentar un análisis, sin que entre en juego la
escena netamente importada.

El centro de gravedad de nuestro teatro, en el
período 1908-1930, es indudablemente el Teatro Nacional,
edificio inaugurado el primero de octubre de 1908, conjuntamente
con el Palacio de Gobierno, dicho
mejor aún, ambos segmentos componían un mismo
edificio, en el solar que antes ocupo el Teatro de Las Monjas o
Sara Bernhardt.

En 1908 estaba en plena construcción el Canal de
Panamá, por parte de los norteamericanos. Cinco
años atrás, Panamá había obtenido su
independencia de Colombia y subía al poder, justo
ese primero de octubre, el segundo gobierno autónomo de
la
república, poder que sostendrían, casi con las
mismas características, los liberales hasta 1932, cuando
sobreviene la llamada revolución
de Acción
Comunal. Se trató de un coup de force llevada
adelante por diferentes tendencias políticas
en vista del deterioro que había sufrido el liberalismo.
Prueba de ello es que continúan en el poder connotadas
figuras liberales y se introducen en el movimiento otras de
tendencias conservadoras, como lo fue el caso de Arnulfo
Arias.

En el aspecto artístico quizás sólo
haya dos artes que logran un significativo desarrollo,
entendiéndolo desde el punto de vista de su trascendencia:
la poesía y la plástica. Ciertamente, ya en esta
época Panamá contaba con dos voces
poéticas de importancia regional: Ricardo Miró y
Amelia Denis de Icaza. Por su parte, el pintor Roberto Lewis
destacaba con su arte academicista
y referencial, de formación europea, que sin embargo,
sirvió de puntal y maestro a la primera generación
de pintores panameños, sobre la cual se fundamenta el
desarrollo actual de nuestra pintura.

La escena, dentro de este panorama general, permanece
callada antes de 1909. Hasta la fecha, no guardamos ningún
acontecimiento teatral de importancia desde la separación
de Colombia. Con la inauguración del Teatro Nacional, las
cosas cambian radicalmente. Desde entonces, hasta el final del
período que tratamos, el movimiento fue continuo.
Compañías de Europa, Norte y
Sur América
nos visitaron a diario.

En contraste, la actividad autóctona en este
campo no dio obras de valía. Anita y Ligia Villalaz, como
actrices, hicieron campaña con algunas
compañías visitantes. El señor Abelardo
Tapia, tramoyista del Teatro Nacional desde los años
veinte, nos habla de Benedetti, Fábrega y Saavedra
Zárate como dramaturgos cuyas obras fueron representadas
en el Teatro Nacional. Lo cierto es que no hay evidencia de
programas de
mano de esas representaciones y menos aún de los textos de
esas piezas.

La única constancia que nos ofrece la
colección de programas de mano del Teatro Nacional,
recopilados por el señor Tapia durante esa época,
es de pequeñas zarzuelas representadas por muchachos de la
alta sociedad
panameña y de una que otra coronación de reinas de
carnaval, una vez instituidos oficialmente en 1910.

Resulta significativo el hecho de que justo mientras
esto ocurría con la escena comenzaban a levantarse, en la
poesía, voces que a la postre han resultado de importancia
para nosotros: Demetrio Korsi y Rogelio Sinán, por
ejemplo. Ya en su momento, la crítica para esta primera
generación de poetas era ácida, pero nos habla de
una intelectualidad osca con la adulación.

"Durante los treinta años que llevamos de jugar a
la política nos hemos venido alimentando de halagadoras
mentiras hasta construir con ellas una institución
nacional… Los pueblos en gestación se apresuran
siempre a crear sus valores. No se
exige mucho para tener relieve en una
nación
recién nacida y se perdonan demasiadas faltas en la
urgencia de las primeras edificaciones… Lo malo es que en
Panamá se ha prolongado demasiado esta falsa
situación. "[9]

Justo es señalar, en beneficio del teatro, que
ésta, en contraposición de la poesía, es una
actividad de conjunto y no individual. De allí que los
intentos realizados carecieran de total importancia. Sin escuelas
ni maestros que permanecieran en el país, no se
podía alcanzar un conocimiento
cabal de lo que significa una representación teatral. Si
bien las capas más cultas de la sociedad panameña
tenían acceso a las representaciones teatrales que se
daban en el Teatro Nacional, al parecer no eran entendidas
motivacionalmente en ese momento. Hubo que esperar, al menos una
década, luego de este primer período para que el
primer nivel de la creación escénica, la
dramaturgia, fuera abordada con cierto sentido crítico y
estético.

Al analizar la labor del Teatro Nacional durante este
período, el historiador panameño Carlos Manuel
Gasteazoro, señala lo siguiente:

"Es bien fácil imaginar la fructífera
proyección espiritual del Teatro Nacional en una
época en que los medios de
comunicación como la radio, el
fonógrafo y la
televisión, no habían hecho su aparición
para difundir y democratizar las manifestaciones
culturales."[10]

El cine llega a
Panamá a mediados de la década del diez, la primera
emisora radial se instala en Panamá después de
1930, lo cual, en comparación con lo que sucede
actualmente, le daba al teatro un amplio margen de efectividad;
sin embargo, por sus características intrínsecas le
impedían ser más democrático de lo que en
verdad era. Cada obra que se estrenaba en el Teatro Nacional,
pasaba luego a presentarse en el Teatro Variedades que
funcionó desde 1914, y a partir de 1920, aproximadamente,
en el Teatro El Dorado. Ambos ya desaparecieron.

La inauguración del Teatro Nacional se realiza
con la presentación de la ópera Aida de
Verdi, interpretada por una compañía de
ópera italiana. En la colección de programas de
mano del teatro, el programa
más antiguo testimonia la presentación de la obra
El genio
alegre
de los hermanos Álvarez Quintero que
interpretara la Compañía Cómico
Dramática de María Diez el 19 de febrero de 1909.
Durante las semanas siguientes esta misma compañía
interpretó obras de distintos autores y el 25 de marzo de
ese año abrió temporada la Compañía
Dramática de María Guerrero y Frenando Díaz
de Mendoza con la obra El ladrón de Henry
Berstein continuando la temporada de varias semanas y un nutrido
grupo de obras.

Posterior a ello, continúan llegando
compañías extranjeras de teatro, zarzuela,
ópera y opereta. Resulta interesante la llegada en marzo
de 1913 de la W. S. Horking Players, compañía que
en doce días representa en el Teatro Nacional un total de
doce dramas en inglés.

Entre 1917 y 1918 Ana Pavlova actuó en el Teatro
Nacional en repetidas oportunidades, al igual que la
Compañía Italiana de Ópera. En 1924, durante
todo el mes de enero, el escenario de este teatro fue ocupado por
la Orquesta Nacional Rusa.

Pero en síntesis,
estos espectáculos no muy vinculados con nuestra lengua eran
los casos esporádicos. El grueso de la producción espectacular que ocupaba el
Teatro Nacional era llegada de España, Argentina y
México.

Hay que anotar, en resumen, que la mayor parte de los
trabajos que estas compañías de habla hispana
traían a Panamá eran producciones de escaso
valor
literario. Se trataba fundamentalmente de espectáculos
comerciales e insulsos, programas de moda que
intentaban cierto refinamiento superficial con escasa
intención de profundizar. ¿Se adecuaba eso a la
moda de nuestra clase alta? De
no ser así, probablemente el esplendor que vivió el
Teatro Nacional en esa época no habría sido
posible.

Interpretar las razones de este comportamiento
del auditorio sería mucho más complicado y
riesgoso. Creo que todo se sostiene gracias al espíritu
transitorio que anima nuestro espíritu, a la falta de
formación crítica con respecto al arte y, sobre
todo, al teatro y, también importante, a la aridez del
panorama cultural que nos circundaba.

Estas compañías que nos visitaron
también tenían en sus repertorios autores de gran
valía, valgan citar el hecho que en tres oportunidades
durante el periodo que nos detiene se presentó la tragedia
Hamlet. Se anotan en los catálogos del
señor Tapia, también, obras de Cervantes,
Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, El Duque de
Rivas, José Zorrilla, Benavente y adaptaciones de novelas de Benito
Pérez Galdós.

No creo que deba pasarse por alto el señalar el
carácter que debieron tener estos
espectáculos. Es muy improbable que superaran el mero
costumbrismo, luz y sombra que
caracterizó el gusto hispanoamericano de la época.
Shakespeare,
Cervantes, Lope, Calderón ¿habrán sido
interpretados en toda su magnitud, con toda su profundidad'? Yo
lo pongo en duda debido a que estas compañías,
junto a Hamlet, la anoche siguiente, salían con
cualquier tontería, lo que a la luz del tiempo nos hace
pensar en un criterio poco selectivo artísticamente,
característica principal en cualquier agrupación
que sepa que su trabajo es de
creación, primero que todo.

Es evidente que este falsificado movimiento teatral del
primer tercio del siglo XX en Panamá tuvo sus incidencias
en el público: lo entretuvo. Sin embargo, se
circunscribió a una pequeña élite, porque ni
aún saliendo del Nacional, al Variedades y al Dorado, pudo
cubrir gran parte de la población. No obstante, interpreto que
quizás nuestros primeros dramaturgos y teatristas
sí encontraron en ese movimiento su fuerza motriz,
de allí el valor trascendente que le encuentro.

Génesis
del teatro panameño

La década 1930-1940, para el Teatro Nacional es
de deterioro. Durante esos diez años es muy poco lo que
sucede en su escenario; sin embargo, ocurre el primer
acontecimiento memorable del teatro panameño en el siglo
XX: la puesta en escena de La cucarachita Mandinga de
Rogelio Sinán y Gonzalo Brenes, entre diciembre de 1937 y
enero de 1938. Para ese tiempo, el Teatro Nacional estaba a cargo
de la empresa de
Enrique Pascual y funcionaba igualmente como teatro que como sala
de cine.

La cucarachita Mandinga se convierte, de esa
forma, en la primera pieza de teatro panameña de
importancia en el siglo XX. Luego de su regreso de Europa, a
mediados de la década de 1920, Sinán se
había con vertido en promotor teatral. No se le puede
restar importancia al movimiento que entonces encontró en
el Teatro Nacional, y quizás de él parta su
preocupación, hasta convertirse en el primer dramaturgo
panameño que toma el oficio con
profesionalismo.

De 1940 a 1960, el Teatro Nacional vuelve a convertirse
en un centro de espectáculos vivos. Durante este
período es remozado, haciéndosele instalar un nuevo
sistema
eléctrico, se reacondiciona el mobiliario, las terrazas y
el escenario.

Hubo durante esos veinte años una actividad
teatral bastante regular, encabezada por Anita Villalaz y Rogelio
Sinán, logrando hacer presentaciones de las obras no
sólo en el Nacional, sino en otros locales de la ciudad de
Panamá. Es evidente que a diferencia del primer tercio del
siglo, estos años se caracterizan porque el trabajo
escénico es realizado por panameños. Tan es
así que surge una generación de dramaturgos:
Gumercinda Páez, Renato Ozores, Mario Riera Pinilla, Juan
Díaz Lewis, Mario A. Rodríguez y Mario J. de
Obaldía.

Pertenece a esta época, también, la labor
del sacerdote español Ramón María Condomines
quien forma el Teatro Experimental de Panamá que se
estrena con la puesta en escena Edipo rey de
Sófocles. De 1957 hasta 1965 este grupo montó
aproximadamente 30 obras, entre las cuales cabe mencionar La
dama boba
de Lope de Vega, El cerco de Numancia de
Cervantes, El oso de Chéjov, El
rinoceronte
de Ionesco, El viaje de un largo día
hacia la noche
, de O"Neill, etc. Repertorio que nos habla de
un interés
tanto por lo clásico, como por corrientes novedosas en ese
momento. En torno a este grupo surgen figuras que
continuarán trabajando hasta entrado el siglo
XXI.

Es precisamente en la década de 1950 cuando
aparecen grupos de teatro
completamente nuevos y son los que por vez primera nos dejan
traslucir lo que sería el verdadero teatro panameño
como movimiento, como oleada que obtuvo logros positivos. De esos
grupos iniciales surgen varios de nuestros pocos directores de
escenas que para finales del siglo XX nutrirían nuestra
escena y formaría a los directores del XXI.

En este renglón cabe mencionar la
formación del Teatro Infantil a cargo de Dora McKay,
apostado en la escuela
Nicolás Pacheco. Asimismo, en 1952, se crea la Cooperativa
Artística Teatral Istmeña (CATI), integrada,
según cronistas de la época, por
«jóvenes de gran dinamismo». CATI fue
responsable de montajes de autores como Pirandelo y Alejandro
Casona.

Es en este período de despegue cuando por primera
vez se monta una obra de teatro en la Universidad de
Panamá, primer centro cultural del país, fundado en
1935. 24 años después de erigida, en 1959, la
Universidad de Panamá contrata al señor Frank
McMullan, de la Universidad de Yale, para que ponga en escena
La casamentera de Thorton Wilder. Significativo el hecho
porque el elenco estuvo compuesto por estudiantes y porque desde
entonces y hasta la creación de la Escuela de Teatro, a
principios de la década de 1990, el teatro en la
Universidad de Panamá se continuó haciendo bajo los
mismos parámetros. Sólo años despuésn
la Facultad de Humanidades incorporó materias optativas
sobre la materia:
Dirección Teatral, Actuación e
Historia del Teatro.

Resulta de gran significación que entre 1934 y
1949, en la Zona del Canal, bajo el control de los
norteamericanos, el señor Subert Turbyfill montara unas
129 obras en inglés.
Autores: Shakespare, Wilde, O'Neill, Molière, Shaw.
Aquello que ocurría a unos cuantos metros de la ciudad de
Panamá pareció no afectar en nada nuestro
desarrollo teatral, a pesar de la relación que
existía entre el señor Turbyfill y la Universidad
de Panamá y sus autoridades.

En 1960, el Teatro Nacional vuelve a su angustioso
letargo que durará hasta su restauración de 1974.
Importante señalarlo, porque los grupos teatrales no
tienen otro espacio apropiado para montar sus obras. No es hasta
1979 cuando se abre una segunda sala para teatro en la
república de Panamá, ello es iniciativa del Teatro
en Círculo de Panamá, un grupo de beneficencia
privado. Estos setenta años que distancia la
construcción de ambos teatros, puede que sean una
señal precisa del panorama del teatro panameño
inicial.

Varios de nuestros directores salieron al extranjero a
estudiar teatro en la década de 1960. Alguno a Europa,
otros a Estados Unidos y México. En ellos,
básicamente, estuvo cimentada la formación de
nuestros teatristas de finales del siglo XX. A mediados de la
década de 1970 se creó la Escuela Nacional de
Teatro del Instituto Nacional de Cultura que no dio los frutos
esperados y que, aún en la primera década del siglo
XXI, no es un ente enteramente vivo dentro de la menguada
actividad teatral. Por su parle, entre 1975 y 1987, Jarl Babot,
en la Universidad de Panamá, y egresado del Instituto
Lunacharski de Moscú, estuvo continuamente realizando
seminarios de instrucción para teatro con logros
positivos, dadas las precarias posibilidades con las que se
contaba.

Los 15 años que antecedieron a la crisis
política y económica de 1987, estuvieron signadas
por el contraste entre los grupos pobres y las grandes
producciones. En esos años era común encontrarse
pequeños grupos, por demás efímeros,
montando piezas con menos de cien dólares, al lado de
fastuosos montajes que alcanzaban los cien mil. Para este
país era grotesco encontrarse con una localidad para una
función
teatro, producida en el país, a cien
dólares.

Los últimos treinta años antes de la
invasión norteamericana de 1989, quizás debido a
una mayor actividad de grupos y de gente en el teatro, dieron
lugar a una nueva generación de dramaturgos como Miguel
Moreno, Carlos García de Paredes, José de
Jesús Martínez, Eustorgio Chong Ruíz,
José Ávila, en el punto de transición y
luego, en el de consolidación, a Manuel de la Rosa,
Ernesto Endara, Raúl Leis, Alfredo Arango, Edgar
Soberón Torchía, Mireya Hernández y Rosa
María Britton. No obstante, merecen mención
especial Jarl Babot y Agustín Del Rosario, sin duda
alguna, nuestros mejores dramaturgos.

Creo que las contradicciones, en el momento actual,
aparecen de manera acentuada y nos obligan a ver el problema del
teatro panameño como parte del sino transitista
que nos ha mantenido maniatados y contra el cual luchamos
diariamente. Aún hoy, bien entrado el siglo XXI, estamos
escribiendo la génesis de nuestro teatro. Hace treinta
años, cuando por primera vez recopilé los primeros
datos para una
historia del teatro panameño, pensé que este
capítulo inicial estaba por concluirse; hoy, debo
reconocer que estaba equivocado y que continuamos escribiendo las
mismas páginas una y otra vez.

La primera versión de este trabajo se
publicó en la Revista Universidad Nº 46,
Universidad de Panamá, 1992.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Héctor Rodríguez
C.

[1] Power, Eileen. Gente de la Edad Media.
EUDEBA, Buenos Aires, 1966. Pág. 88.

[2] Miró, Rodrigo. «Noticia
sobre el teatro en Panamá». Revista
Lotería. Panamá, feb., 1971. Pág. 28 y
29.

[3] Ídem. Pág. 29.

[4] Ídem. Pág. 30.

[5] Navarro, Rosa E. Manifestaciones
teatrales en Panamá durante el último cuarto del
siglo XIX. Tesis.
Universidad de Panamá, 1953. Pág. 3 y 4.

[6] Miró, Rodrigo. Op. cit.,
pág. 31.

[7] Ídem. Pág. 32.

[8] Ídem. Pág. 34.

[9] Laurenza, Roque Javier. "Los poetas de la
generación republicana". Revista Lotería Nº
348-349, Panamá, abril de 1985.

[10] Gasteazoro, Carlos M. Breve historia del
Teatro Nacional. INAC, Panamá, 1974. Pág. 2.

Partes: 1, 2
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