Abstract
In this paper the effectiveness of artificial
sweeteners is questioned on the bases of their lack of
efficacy.
Likewise, the mechanisms that are operational
in the brain to detect the taste and the calories of the real —
natural — sugar, as it exists in Nature, are
described.
Clemente II, víctima de la dulzura
"Sin azúcar,
contiene cero calorías"
Incontables bebidas y comidas se mercadean con
esa etiqueta para inducir su consumo por
las tantas personas que sufren de la "enfermedad del dietar"
(Véase, La cuarta disorexia en
monografías.com).
Los edulcorantes artificiales, sin
calorías, son un mercado
importante, porque prometen "engañar" el paladar,
permitiendo a quienes los usan tener el mejor de todos los mundos
(to have your cake and eat it too).
El propósito de este artículo es el
de clarificar todo lo que, hasta ahora conocemos, acerca de este
importante asunto por quienes se interesan en las dietas, para
evitar ser gordos.
La situación actual, es, que se duda que
estas sustancias puedan ser muy efectivas porque, aunque logren
engañar nuestras papilas gustativas, no logran hacerlo a
nivel del cerebro.
Los edulcorantes artificiales han avanzado mucho
en las últimas décadas
Uno de los primeros, y el peor, fue el plomo.
Uvas romanas
Los romanos hervían las uvas en calderos
de plomo, mezclando el dulce metal en su comida.
La costumbre sobrevivió el Imperio Romano
por muchos siglos, aunque se cree que le costara la vida a muchas
personas eminentes, entre ellas, el Papa Clemente II, muerto en
el 1047.
Pero, los tenemos, asimismo, en nuestro
hemisferio
Algunos aborígenes de la América
del Sur usan una hierba llamada stevia, que contiene sustancias
que saben dulce, pero que no se metabolizan en el intestino
humano.
La
sacarina
La sacarina fue el primero de los endulzantes
artificiales producidos para la venta.
(Véanse mis artículos al respecto).
Fue descubierta en el siglo XIX, adquiriendo
popularidad inmediata.
Pero, los impuestos y
patentes restrictivas mantuvieron su precio muy
elevado, lo que generó un mercado negro en Europa.
El problema con su uso, es su regusto amargo, lo
que le ha restado popularidad.
Hoy disponemos de una amplia variedad de estos
productos,
incluyendo el ciclamato, aspartamo, la sucralosa, y la Rebiana,
derivada de otra yerba sudamericana.
Los centros de la recompensa cerebral nos
avasallan
Lo importante aquí es algo que John
Blundell, Profesor de la
Universidad de
Leeds, una vez compartiera conmigo acerca de experimentos que
su grupo
había conducido con mujeres en esa universidad.
Los edulcorantes sintéticos no
satisfacían a quienes lo usaban, resultando en que ellas
terminaban bebiendo las bebidas azucaradas, ganando, finalmente,
de peso.
Los mismos resultados actualmente parece ser que
estén siendo replicados recientemente.
Guido Frank, de la Universidad de Denver, para
comparar las respuestas del cerebro a la sucralosa y la sacarosa,
le administró el endulzante y el azúcar
a 12 mujeres, ajustando las concentraciones para que los sabores
fueran idénticos.
Las voluntarias no podían distinguir entre
ambas sustancias, pero, el cerebro sí.
Las imágenes
obtenidas por la resonancia magnética funcional (fMRI)
eran claramente distintas.
La sacarosa produjo una activación
más pronunciada en las áreas de recompensa del
cerebro, las mismas que se encienden en respuestas a actividades
placenteras como son comer y beber.
La sucralosa no activó esas regiones tan
fuertemente, sino que sincronizaba la actividad de una entera
constelación de áreas del cerebro asociadas con el
sabor, lo que hiciera con mayor intensidad que la sacarosa.
Frank sugiere, que la sucralosa activa regiones
cerebrales que registran sabor placentero, pero no lo suficiente
para causar la saciedad.
Lo que induce a la persona a comer
algo dulce o alto en calorías más adelante.
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