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El concepto "solidaridad" (página 2)



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Tales empleos de la palabra modifican y en cierto modo
deforman y degradan el sentido de la solidaridad, al despojarla
de cinco principales contenidos de su acepción original:
a) la solidez de la interacción grupal que lleva a constituir
el hecho o la realidad solidaria como un cuerpo sólido
(algo consistente, denso, que no es líquido, fluido ni
gaseoso); b) la igualdad de
situación y de compromiso u obligación en que se
encuentran las personas que solidarizan; c) el relacionamiento de
todas ellas mediante un vínculo de mutualidad,
reciprocidad y participación en un colectivo o comunidad
(conformado por quienes solidarizan; d) la intensidad de la
unión mutua que hace constituir al grupo como algo fuerte,
definido, establecido por razones fundamentales y verdaderas; e)
el carácter no ocasional sino estable y
permanente de la cohesión solidaria.

Dijimos que los conceptos que expresan las palabras no son
estáticos y que el significado de los términos
evoluciona. Especialmente aquellos que se refieren a
comportamientos humanos, relaciones sociales, estructuras y
procesos
socio-culturales y políticos, y muy en particular aquellos
que expresan ideas provistas de connotaciones éticas,
axiológicas y estéticas, asumen y adquieren
significados, contenidos y sentidos diversos según los
contextos culturales e ideológicos en que se expresan y
emplean. Más aún, tales términos son
habitualmente objeto de debates, discusiones y conflictos
entre personas, especialmente entre los intelectuales,
y también entre los actores o movimientos sociales y
políticos, que los exponen e insertan en discursos
elaborados en función de
intereses, propuestas, ideologías y proyectos
predeterminados. En este sentido, y como los términos son
conductores de ideas y éstas generan acciones,
procesos y proyectos, observamos que muchas veces términos
y expresiones que se han cargado de contenido crítico y
aspiraciones de alteridad, con el tiempo son
despojados de su fuerza
combativa, reinterpretados en el marco de discursos legitimados y
aceptables para los poderes establecidos, y en cierto modo
"domesticados". Así ocurre, por ejemplo, con
términos y conceptos como capitalismo y
socialismo,
libertad y
justicia
social, democracia y
legitimidad, sociedad y
comunidad,
revolución
y cambio,
autoridad y
poder,
organización y conflicto,
utopía e ideología, y tantos otros. Entre los muchos
términos que han experimentado y sufren tales
manipulaciones podemos contar el de "solidaridad", que
no es ajeno a dicha multiplicación de sentidos ni ha
estado libre
de controversias y manipulaciones como las señaladas.

Es oportuno, pues, revisar la evolución de la palabra con el fin de
comprender sus más auténticos sentidos y recuperar
la riqueza de sus contenidos.

La palabra "solidaridad" era poco utilizada antiguamente y
estuvo por mucho tiempo ausente del lenguaje
popular corriente, quedando reservada para referirse al hecho
jurídico ya mencionado. Fue así hasta que en el
tardo medioevo la solidaridad fuera recuperada por los gremios y
agrupaciones profesionales y de oficios, que la emplearon para
referirse a la unión de personas que comparten condiciones
de vida y trabajos afines, y que por tal motivo son llevados a
organizarse e integrarse en agrupamientos corporativos y en
asociaciones de varios tipos. Es desde allí que la palabra
se transfiere después, y será asumida con un fuerte
contenido social, por los movimientos obreros y sindicales
modernos. Estas organizaciones la
emplearon para referirse, en particular, a la unión entre
los gremios y sindicatos de
una misma localidad, región o país que deriva de su
afinidad de intereses y que los lleva a apoyarse y asumir
mutuamente como propias las reivindicaciones de cada gremio o
sindicato,
considerándolas como partes o componentes de una causa que
los aglutina.

Hasta mediados del siglo XX y aún más
recientemente, hablar de solidaridad en el discurso
ideológico implicaba referirse a una causa
común
, a intereses compartidos, y al apoyo
mutuo
que se deben unos grupos y
organizaciones con otros grupos y organizaciones, en las luchas
sociales y políticas
que emprenden. Especialmente en la primera mitad del siglo XX,
cuando se invocaba la solidaridad en el seno de los movimientos
obreros, se entendía "solidaridad de clase",
asumiendo la palabra un fuerte contenido combativo. Al menos
hasta fines la década de los setenta el término se
reservaba para expresar la unión y mutuo apoyo de unos
gremios y sindicatos con otros, cuando emprendían acciones
de reivindicación y lucha social.

En aquél período la palabra solidaridad
empezó a ser utilizada también en el contexto de la
cultura y el
pensamiento
cristiano, donde fue introducida por autores de profunda
inquietud social y política como J.
Lebret y E. Mounier. En este contexto, la palabra solidaridad
rápidamente adquirió gran centralidad, al derivar
su significado hacia el que podemos considerar como el centro
gravitacional de la ética
cristiana. En efecto, la solidaridad llegó a emplearse
como un sinónimo, y en ciertos ambientes incluso como un
sustituto, del término fraternidad, expresándose
con ella tanto la común e igual condición de "hijos
de Dios" que vincula a los seres humanos, como el hecho de formar
todos parte de un mismo cuerpo social y espiritual, cuya vida y
destino son compartidos por toda la humanidad. En este sentido,
la palabra pierde el contenido "clasista" o de grupo social
que asumió en la cultura marxista y sindicalista, y se
postula como un vínculo y compromiso que se extiende a la
humanidad en su conjunto. Es siempre cierto que en este contexto
del pensamiento cristiano, las referencias a la solidaridad
siguen insertas en la temática de la justicia social y de
la cuestión obrera, aunque se la propone más como
solución a los problemas que
como medio o estrategia a
emplear en las luchas sociales. Es así que llega a
adquirir carta de ciudadanía en el marco oficial de la
Doctrina Social de la Iglesia.

En efecto, el pensamiento o Doctrina Social de la Iglesia, que
con la Encíclica Rerum Novarum del papa
León XIII comenzó a definir posiciones y principios sobre
la cuestión obrera y la justicia social, vino a darle a la
palabra solidaridad nuevos matices y significados, o más
exactamente, a agregarle ciertos contenidos originales. Sin
embargo, ello no ocurrió explícitamente en la
mencionada Rerum Novarum y ni siquiera cuarenta
años después en la Quadragesimun
Annum
de Pío XI, que de hecho no emplean el
vocablo solidaridad (aunque hacen referencia a la legitimidad y
validez de las asociaciones obreras y sindicatos con sus
reivindicaciones de un salario justo,
como también a la ayuda mutua y a la necesaria
cooperación entre organizaciones y grupos sociales). El
proceso de
aceptación e incorporación de la palabra
solidaridad, vinculada a la cuestión social y a la
búsqueda de un orden justo, se cumple lentamente, hasta
que finalmente, en la Encíclica Sollicitudo Rei
Socialis
de Juan Pablo II, adquiere nada menos que el
rango de uno de los principios fundamentales de la Doctrina
Social Cristiana.

Este "principio de solidaridad", complementario del "principio
de subsidiaridad", nos invita a incrementar nuestra sensibilidad
hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren. Pero
el Pontífice añade que la solidaridad no es
simplemente un sentimiento, sino una «virtud» real,
que permite asumir personal y
grupalmente las responsabilidades de unos con otros. El Santo
Padre escribía que no es «un sentimiento superficial
por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al
contrario, es la determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común; es decir, por el bien
de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos».

De este modo en la cultura social cristiana la solidaridad se
constituye con un contenido esencialmente ético, como un
valor y una
virtud particular que expresan contenidos muy cercanos a los que
se identifican con las nociones de fraternidad y de amor
universal, pero que contextualizados en la llamada
"cuestión social" no se limitan a manifestaciones
individuales o privadas sino que buscan plasmarse en un orden
social justo, e incluso en una civilización solidaria
(Lebret). Sin embargo debe reconocerse que, al insertarse en un
discurso ético y sólo genéricamente social,
particularmente referido a la necesidad de aliviar la pobreza y
asumir las necesidades ajenas como propias, ocurre a menudo en la
predicación y en la propuesta que se hace a los fieles de
comportamientos individuales consecuentes, que con demasiada
facilidad el significado de la solidaridad se desliza hacia la
mera caridad que han de manifestar las personas satisfechas o
privilegiadas para con sus hermanos desposeidos, marginados o
carentes de salud, educación o un
adecuado o digno nivel de vida.

La solidaridad
como
concepto
sociológico

Otra fuente importante de explorar en la búsqueda de
significados de la solidaridad son las ciencias
sociales modernas. La palabra solidaridad adquiere carta de
ciudadanía científica con Durkheim,
considerado fundador de la sociología moderna, que en La
División Social del Trabajo
busca dar a la
solidaridad, como hecho sociológico, un estatuto
científico. Considerando la proveniencia de la palabra en
el lenguaje
social, analiza la solidaridad en cuanto inserta en la
problemática que plantean a la sociología las
"agrupaciones profesionales", pero al hacerlo la proyecta
más allá de éstas, otorgándole un
sentido teórico general. Resulta altamente ilustrativo y
esclarecedor detenernos aunque sea brevemente en esta
formulación sociológica.

El hecho del que parte Durkheim es la
constatación de que con el surgimiento de la sociedad y la
economía modernas se cumplen dos procesos
simultáneos, aparentemente contradictorios. Por un lado,
la emergencia de la individualidad, o sea el proceso de
individuación que comporta hacer de cada individuo un
sujeto de derechos e intereses
legítimos; por el otro, la estructuración de un
sistema social
que vincula y hace depender crecientemente a las personas
individuales del orden social y de las instituciones
públicas. "¿Cómo es posible –se
pregunta Durkheim- que al mismo tiempo que se hace más
autónomo, dependa el individuo más estrechamente de
la sociedad? ¿Cómo puede ser a la vez más
personal y más solidario?; pues es indudable que esos dos
movimientos, por contradictorios que parezcan, paralelamente se
persiguen." (Prefacio de La División Social del
Trabajo
).Como sociólogo que considera los hechos
sociales en sí, descarta recurrir a la noción
abstracta de "sociedad" como constitutiva de la integración humana real; si por "sociedad"
entendemos una supuesta colectividad general que integra a todos
los seres humanos en una unidad societal, debemos entender que
ella no existe realmente. Lo que existe son los agrupamientos
concretamente constituidos por individuos determinados que han
estrechado relaciones, que comparten acciones y espacios
territoriales, que trabajan y tienen cierta vida grupal que los
une, y que se vinculan por un orden moral y
jurídico de normas, reglas y
leyes
generadas por ellos mismos y que les imponen ciertas conductas
compartidas. Tales agrupamientos no se constituyen como resultado
de un supuesto "pacto social", que tampoco existe ni ha existido
nunca en la historia. Ellos surgen, en
cambio, cuando se construyen vínculos reales que Durkheim
identifica como "solidaridad social". "Lo que existe, y realmente
vive -sostiene- son las formas particulares de la solidaridad, la
solidaridad doméstica, la solidaridad profesional, la
solidaridad nacional, la de ayer, la de hoy, etc. Cada una tiene
su naturaleza
propia. (…) El estudio de la solidaridad depende, pues, de la
Sociología. Es un hecho social que no se puede conocer
bien sino por intermedio de sus efectos sociales".

"Desde el momento que -escribe Durkheim- en el seno de una
sociedad política, un cierto número de individuos
encuentran que tienen ideas comunes, intereses, sentimientos,
ocupaciones que el resto de la población no comparte con ellos, es
inevitable que, bajo el influjo de esas semejanzas, se sientan
atraídos los unos por los otros, se busquen, entren en
relaciones, se asocien, y que así se forme poco a poco un
grupo limitado, con su fisonomía especial, dentro de la
sociedad general. Pero, una vez que el grupo se forma,
despréndese de él una vida moral que lleva, como es
natural, el sello de las condiciones particulares en que se ha
elaborado, pues es imposible que los hombres vivan reunidos,
sostengan un comercio
regular, sin que adquieran el sentimiento del todo que forman con
su unión, sin que se liguen a ese todo, se preocupen de
sus intereses y los tengan en cuenta en su conducta.

Ahora bien, esa unión a una cosa que sobrepasa al
individuo, esta subordinación de los intereses
particulares al interés
general, es la fuente misma de toda actividad moral. (…) Al
mismo tiempo que ese resultado se produce por sí mismo y
por la fuerza de las cosas, es útil, y el sentimiento de
su utilidad
contribuye a confirmarlo. (…) He aquí por qué
cuando los individuos que encuentran que tienen intereses
comunes, se asocian, no lo hacen solo por defender esos
intereses, sino por asociarse, por no sentirse más
perdidos en medio de sus adversarios, por tener el placer de
comunicarse, de constituir una unidad con la variedad, en suma,
por llevar juntos una misma vida moral".

Este es el concepto que Durkheim propone de la solidaridad
social, que -dice- "es un fenómeno completamente moral
que, por sí mismo, no se presta a observación exacta ni, sobre todo, al
cálculo", pero que podemos identificar a
través de un hecho externo que la simbolice.

En efecto, "allí donde la solidaridad social existe, a
pesar de su carácter inmaterial, no permanece en estado
de pura potencia, sino
que manifiesta su presencia mediante efectos sensibles.
Allí donde es fuerte, inclina fuertemente a los hombres
unos hacia otros, los pone frecuentemente en contacto, multiplica
las ocasiones que tienen de encontrarse en relación.
Hablando exactamente, es difícil decir si es ella la que
produce esos fenómenos, o, por el contrario, si es su
resultado; si los hombres se aproximan porque ella es
enérgica, o bien si es enérgica por el hecho de la
aproximación de éstos. Mas, por el momento, no es
necesario dilucidar la cuestión, y basta con hacer constar
que esos dos órdenes de hechos están ligados y
varían al mismo tiempo y en el mismo sentido.

Cuanto más solidarios son los miembros de una sociedad,
más relaciones diversas sostienen, bien unos con otros,
bien con el grupo colectivamente tomado, pues, si sus encuentros
fueran escasos, no dependerían unos de otros más
que de una manera intermitente y débil. Por otra parte, el
número de esas relaciones es necesariamente proporcional
al de las reglas jurídicas que las determinan. En efecto,
la vida social, allí donde existe de una manera
permanente, tiende inevitablemente a tomar una forma definida y a
organizarse, y el derecho no es otra cosa que esa
organización, incluso en lo que tiene de más
estable y preciso."

Durkheim atribuye una gran importancia a estas formas de
solidaridad social. Pues – indica – "una sociedad compuesta de
una polvareda infinita de individuos inorganizados, que un Estado
hipertrofiado se esfuerza en encerrar y retener, constituye una
verdadera monstruosidad sociológica. La actividad
colectiva es siempre muy compleja para que pueda expresarse por
el solo y único órgano del Estado; además,
el Estado
está muy lejos de los individuos, tiene con ellos
relaciones muy externas e intermitentes para que le sea posible
penetrar bien dentro de las conciencias individuales y
socializarlas interiormente. (…) Una nación
no puede mantenerse como no se intercale, entre el Estado y los
particulares, toda una serie de grupos secundarios que se
encuentren lo bastante próximos de los individuos para
atraerlos fuertemente a su esfera de acción
y conducirlos así en el torrente general de la vida
social".

La solidaridad como
concepto económico

Es interesante observar que mientras el reconocimiento
sociológico de la solidaridad se verifica desde los
orígenes mismos de esta disciplina, su
reconocimiento como hecho económico ocurre
tardíamente y sólo ha empezado a cumplirse
recientemente, con la formulación de la denominada
economía de solidaridad o "economía
solidaria".

En efecto, la ciencia
económica moderna se ha construido sobre un supuesto
antropológico individualista, y específicamente
sobre la noción del homo oeconomicus, esto es, el
individuo egoísta, ávido, que persigue
exclusivamente su propio interés y utilidad, que se
esfuerza en maximizar siempre y a toda costa, sin importarle
sacrificar los intereses ajenos ni el bien común. De
hecho, hasta hace poco más de veinte años, cuando
comenzamos a formular la concepción de la economía
de solidaridad, esta palabra estaba ausente del lenguaje
económico y no tenía reconocimiento alguno como
hecho económico real. Por ello causó sorpresa
asociar en una sola expresión los dos términos.

Las palabras "economía" y "solidaridad" formaban parte
de lenguajes y "discursos" separados. Ponerlas unidas en una
misma expresión constituyó entonces un llamado a un
proceso intelectual complejo que debía desenvolverse
paralela y convergentemente en dos direcciones: por un lado,
había que desarrollar un proceso interno al discurso
ético y axiológico, por el cual se recuperara la
economía como espacio de realización y
actuación de los valores y
fuerzas de la solidaridad; por otro, se trataba de desarrollar un
proceso interno a la ciencia de la
economía que la abriera al reconocimiento y
actuación de la idea y el valor de la solidaridad.

Un elemento indispensable para actuar este doble proceso
intelectual era reconocer que, aunque ausente intelectualmente,
la solidaridad no ha sido ni es ajena a la economía real:
a las empresas, al
mercado, a las
políticas económicas, etc. Pero más
allá de ello, el análisis de diferentes tipos de empresas
asociativas, cooperativas,
mutualistas y de beneficio social, llevó a reconocer que
existía una racionalidad económica solidaria
común a muchas de ellas, cuyo fundamento finalmente
identificamos en la presencia activa de la solidaridad social,
operante no de modo accesorio y ocasional sino central y
establemente. Y como dicho elemento solidario es constitutivo de
las realidades económicas en referencia, fue preciso
reconocerla empleando conceptos y terminologías propias de
la ciencia económica. Es así que identificamos la
solidaridad económica activa y operante al interior de las
empresas solidarias, como un factor económico, al que
denominamos "Factor C".

Lo llamamos "Factor", porque se hace presente como una fuerza
productiva, a la que debe reconocércele un aporte
específico en la creación de valor
económico. En tal sentido, se constituye como factor
económico en el mismo sentido en que lo son los factores
trabajo,
capital,
tecnología
y gestión
La letra C obedece al hecho que dicha fuerza productiva se hace
presente en la cooperación, colaboración, comunicación, comunidad, compartir, y
muchas otras palabras que empiezan con la letra "c", en
razón del prefijo "co" que significa "juntos", "unidos",
"asociados".

Dicho Factor C es, pues, la solidaridad en
cuanto presente en la economía, formulada en el lenguaje
de la ciencia económica. La expresamos,
sintéticamente, indicando que la unión de
conciencias, voluntades y sentimientos tras un objetivo
compartido genera una energía social que se manifiesta
eficientemente, dando lugar a efectos positivos e incrementando
el logro de los objetivos de
la organización en que opera
.En lo
específicamente económico, se manifiesta en el
hecho de poner en común recursos materiales,
fuerzas de trabajo, conocimientos técnicos, capacidades
organizativas y gestionarias, y otros variados recursos de los
asociados, esperándose que de su combinación
técnica y gestión comunitaria se verifiquen efectos
positivos en cuanto a producción, ingresos y
bienestar, para cada uno de los participantes, y también
para la comunidad (o colectividad) como tal.

La presencia activa de este "Factor C" se constituye
como un hecho que caracteriza y distingue a las formas de
empresas solidarias, presencia que puede considerarse extensiva a
todo un sector de economía de solidaridad, e incluso a una
más general estrategia de desarrollo
alternativo. Siendo así, es conveniente hacer algunas
precisiones sobre los contenidos y los efectos económicos
de esta solidaridad económica.

Un primer contenido de la solidaridad en la economía es
la cooperación en el trabajo,
que puede acrecentar el rendimiento de cada uno de los
integrantes de la fuerza laboral y la
eficiencia de
ésta en su conjunto. De este modo, la comunidad
proporciona beneficios superiores a los que cada integrante
alcanzaría recurriendo exclusivamente a la propia fuerza
individual. Hay que tener en cuenta que son cada vez más
los trabajos que no pueden ser emprendidos sino por un sujeto
colectivo; en tales casos la cooperación voluntariamente
buscada y aceptada permite el más perfeccionado grado de
integración del sujeto laboral capaz de asumir su
realización y control.

Otro contenido importante es el uso compartido de
conocimientos e informaciones, tanto de carácter
técnico como de gestión, y relativos a las funciones de
producción, comercialización, administración, etc.; ello implica
beneficios adicionales, como también ahorro de
costos (dado que
las informaciones no suelen ser gratuitas en el mercado, teniendo
al contrario costos significativos).

El uso compartido de los conocimientos se expresa en otro
contenido importante del "Factor C", cual es la adopción
colectiva de las decisiones, que pueden resultar más
eficientes (cuando se adoptan bajo ciertas condiciones
organizativas apropiadas), especialmente debido a que quienes las
adoptan son los mismos que se responsabilizan de su
ejecución. Una buena planificación colectiva de las actividades
resulta especialmente ventajosa, porque los planes son buenos
cuando son actuables, y son actuables cuando los que participan
en su realización práctica están impregnados
de sus objetivos, conocen el lugar y el significado de la propia
acción en el conjunto, están personalmente
interesados en su buen cumplimiento, y adhieren por su propia
voluntad en la ejecución de lo planificado por haber
participado en su elaboración.

Vinculado a lo anterior, destaca como otro contenido
importante el logro de una más equitativa y mejor distribución de los beneficios logrados por
la unidad económica entre sus integrantes, lo cual
indudablemente colabora en la motivación del esfuerzo y de los aportes
que cada uno hace a la obra común.

Otro contenido del "Factor C" digno de ser tenido en
cuenta, se relaciona con los incentivos
psicológicos que derivan de ciertos rituales propios del
trabajo en equipo
o comunitario, que se expresan tanto en el mismo proceso de
trabajo como en las actividades anexas que inciden sobre las
distintas funciones necesarias al funcionamiento de la empresa. Estos
rituales o hábitos de grupo colaboran en la
creación de un clima social
favorable al desarrollo de las actividades, y facilitan los
procesos de adaptación y socialización indispensables.

Un no menos importante contenido es la reducción de la
conflictualidad social al interior de la unidad económica
comunitaria, debido a que al menos los conflictos derivados de
intereses antagónicos quedan excluidos, mientras que otros
conflictos inevitables pueden encontrar adecuados canales de
resolución. Este elemento puede resultar significativo en
términos económicos, pues los costos de los
conflictos laborales y empresariales suelen ser elevados en las
empresas privadas.

A todo lo anterior hay que agregar que el mismo hecho
comunitario o asociativo constituye de por sí un beneficio
especial para cada integrante, que debe sumarse a la cuenta
subjetiva (e incluso objetiva, cuando dicho beneficio permite
ahorrar los costos de su logro alternativo fuera de la comunidad
laboral) de los resultados globales de la actividad. Tal
beneficio especial dice relación con la
satisfacción de un conjunto de necesidades relacionales y
de convivencia, que los miembros de la
organización pueden alcanzar en el mismo proceso de
trabajo y gestión asociativa.

Vinculado con esto cabe destacar también que el hecho
comunitario, y específicamente la presencia operante del
"Factor C", es uno de los elementos que explican que las
unidades económicas alternativas tengan una tendencia a la
integralidad en cuanto a la combinación de los aspectos
culturales y sociales con los económicos. Además de
los ya mencionados efectos de este hecho, cabe destacar que
implica que la comunidad o grupo organizado se constituye como
parte integrante de las estrategias de
subsistencia, modos de vida y estilos de desarrollo, asumidos por
cada integrante y sus familias.

La solidaridad económica tiene, así, un
significativo impacto sobre el desarrollo personal de los
individuos asociados, pues la cooperación se convierte en
un elemento favorable al desarrollo de una personalidad
más integrada, capaz de articular las distintas
dimensiones de la vida en un proceso de crecimiento que es a la
vez personal y comunitario.

Un último pero no menos importante contenido de la
presencia de la solidaridad en la economía son los
beneficios de la acción comunitaria y colectiva sobre la
comunidad más amplia y sobre la sociedad global en que
opera la unidad económica. Tales beneficios son de muy
variados tipos y características, pero pueden resumirse en
el impacto de las unidades económicas alternativas en la
transformación y desarrollo hacia una sociedad más
justa, libre y solidaria.

Los mencionados no son los únicos aspectos relativos al
contenido y a los efectos económicos del que llamamos
"Factor C"; pero ellos nos dan una idea precisa de su
significado e importancia en las empresas alternativas y en la
economía de solidaridad. Podemos intentar una
definición económica sintética.

En síntesis,
el "Factor C" significa que la formación de un
grupo, asociación o comunidad, que opera cooperativa y
coordinadamente, proporciona un conjunto de beneficios a cada
integrante, y un mejor rendimiento y eficiencia a la unidad
económica como un todo, debido a una serie de
economías de escala,
economías de asociación y externalidades positivas
implicadas en la acción común y comunitaria.

Ahora bien, la economía tiene muchos y variados
aspectos y dimensiones y está constituída por
múltiples sujetos, procesos y actividades. A su vez, la
solidaridad tiene tantas maneras de manifestarse. Por ello, la
economía de solidaridad no es un modo definido y
único de organizar actividades y unidades
económicas, pues en ella se hacen presente muchas y muy
variadas formas y modos de hacer economía solidaria. En
todos los casos, se tratará de introducir y hacer operante
la solidaridad en las empresas, en el mercado, en el sector
público, en las políticas económicas, en el
consumo, en el
gasto social y personal, etc.

Si la economía de solidaridad se
constituye poniendo solidaridad en la economía, ella se
manifestará en distintas formas, grados y niveles
según la forma, el grado y el nivel en que la solidaridad
se haga presente en las actividades, unidades y procesos
económicos. Por esto podemos diferenciar en ella y en el
proceso de su desarrollo dos grandes dimensiones. Por un lado,
habrá economía de solidaridad en la medida que en
las diferentes estructuras y organizaciones de la economía
global vaya creciendo la presencia de la solidaridad por la
acción de los sujetos que la organizan. Por otro lado,
identificaremos economía de solidaridad en una parte o
sector especial de la economía: en aquellas actividades,
empresas y circuitos
económicos en que la solidaridad se haya hecho presente de
manera intensiva y donde opere como elemento articulador de los
procesos de producción, distribución, consumo y
acumulación.

Distinguimos, de este modo, dos componentes que aparecen en la
perspectiva de la economía solidaria: un proceso de
solidarización progresiva y creciente de la
economía global, y un proceso de construcción y desarrollo paulatino de un
sector especial de economía de solidaridad. Ambos procesos
se alimentarán y enriquecerán
recíprocamente. Un sector de economía de
solidaridad consecuente podrá difundir sistemática
y metódicamente la solidaridad en la economía
global, haciéndola más solidaria e integrada. A su
vez, una economía global en que la solidaridad esté
más extendida, proporcionará elementos y
facilidades especiales para el desarrollo de un sector de
actividades y organizaciones económicas consecuentemente
solidarias.

En uno u otro nivel la economía de solidaridad nos
invita a todos. Ella no podrá extenderse sino en la medida
que los sujetos que actuamos económicamente seamos
más solidarios, porque toda actividad, proceso y estructura
económica es el resultado de la acción del sujeto
humano individual y social.

¿Es posible
incrementar la solidaridad social y
económica?

Considerada la importancia de la solidaridad tanto en la vida
personal como en los procesos sociales y en las actividades
económicas, surge la interrogante de sí ella sea
susceptible de ser fomentada, promovida y desplegada, mediante
acciones sistemática y consecuentemente orientadas a
lograrlo.

Sabemos que, en la práctica, las organizaciones
sociales solidarias y las empresas o unidades económicas
provistas de Factor C, se constituyen como resultado de
procesos sociales y culturales complejos. Hay múltiples
evidencias,
además, de que el potencial de solidaridad es siempre
mayor que la solidaridad que se manifiesta efectivamente, tanto
por parte de los individuos como al interior de los
pequeños grupos y de las sociedades
mayores. En efecto, existen muchas organizaciones, asociaciones y
agrupamientos sociales que no llegan a manifestar los
vínculos de integración que permitiría
reconocerlas como efectivamente solidarias. Igualmente, y
así como a menudo permanecen desocupados e inactivos los
recursos cognitivos, laborales, organizativos, etc., disponibles
socialmente, sin convertirse en factores económicos
propiamente tales, siempre existe una importante cantidad de
"energía social" como recurso que permanece
económicamente inactivo, sin convertirse en "factor
C"
como tal.

Conviene, pues, examinar cuáles sean las condiciones
que hacen posible activar la solidaridad potencial, tanto para la
generación de organizaciones sociales solidarias como para
la creación de empresas y actividades de economía
de solidaridad.

Expresadas sintéticamente, entendiendo que se trata de
condiciones independientes entre sí, de modo que cada una
de ellas, o varias conjuntamente, pueden por sí ser
suficientes para favorecer el surgimiento y desarrollo de
vínculos solidarios, podemos enumerar las siguientes:

a. La existencia de una necesidad económica imperiosa,
o de un problema de subsistencia que enfrenten personas que
comparten un mismo territorio, una vecindad, o condiciones de
vida que les implican relacionarse cotidianamente. En tal
sentido, la desocupación y la marginación, que
constituyen fenómenos estructurales en los países
subdesarrollados, derivados del modo en que se encuentra
organizada la economía, son generadoras de procesos
organizativos que se despliegan, tanto en un sentido de
organización social con fines de reivindicación y
defensa de derechos conculcados, como de iniciativas
económicas tendientes a enfrentar asociativa y
solidariamente las necesidades y problemas compartidos. A menudo
es la común experiencia de la exclusión y
marginación lo que en muchos casos motiva la
cooperación y solidaridad que se traduce en la
gestación de organizaciones sociales y de iniciativas
colectivas de producción, distribución y consumo
solidarios.

b. La presencia previa de organización de individuos
con propósitos que no siendo inicialmente de
carácter solidario, permite el establecimiento de
relaciones sociales y el estrechamiento de vínculos
grupales, que a menudo se refuerzan frente a obstáculos,
amenazas o presiones externas. Ante cambios en la
situación en que operan y junto al surgimiento de demandas
de participación por sus integrantes, muchas
organizaciones sociales creadas con otros fines se plantean el
objetivo de realizar en conjunto actividades solidarias, sociales
y/o económicas organizadas. Se expresa en tal sentido lo
que Albert Hirschman ha denominado "el principio de
conservación y transformación de la energía
social", según el cual ciertos movimientos sociales
organizados cambian de carácter luego de experiencias de
lucha social fracasada, o terminada por el éxito
en el logro de sus primitivos objetivos. Lo que se señala
es que la experiencia en anteriores organizaciones puede cumplir
la función básica de reunir a personas con
problemas comunes e ideas similares, en una empresa
común. En cualquier caso, la condición
mínima para la emergencia de una organización
social o económica solidaria es un proceso previo en que
se supere el aislamiento y la desconfianza mutua, y se compartan
ciertos intereses y aspiraciones.

c. La intervención de un estímulo externo
orientado a promover la organización con fines de
autoayuda, de cooperación y de solidaridad. Hay en tal
sentido una extendida práctica de apoyo a la
generación de actividades colectivas, que se manifiesta
tanto en donación de financiamientos para proveer a los
grupos de los recursos materiales y de operación
indispensables, como en servicios de
capacitación, asistencia técnica,
asesoría y acompañamiento organizacional. Debe
reconocerse en este estímulo externo un elemento
importante en la gestación y desarrollo tanto de
organizaciones sociales como de formas económicas
solidarias o de tipo comunitario.

d. Las motivaciones ideológicas y axiológicas,
que llevan a muchas personas y grupos a buscar formas de vida, de
organización y de acción alternativas respecto a
las predominantes basadas en las opuestas tendencias hacia el
individualismo y hacia la masificación despersonalizante.
Las ideas y valores
humanistas, solidarios y cooperativistas tienen a menudo
concreción y aplicación práctica en
organizaciones sociales y económicas de los más
variados tipos y características. En muchos casos
encontramos que el origen de la organización solidaria es
un estímulo interno, proveniente del grupo como tal o de
algunos de sus integrantes más conscientes e inquietos.
Cabe incluir en este sentido la ampliación de ciertas
experiencias asociativas, cooperativas y solidarias como
resultado del esfuerzo hecho por ellas mismas para difundir,
socializar y extender los propios modos de organizarse y de
actuar.

Son estas las principales condiciones que pueden detectarse al
origen de la mayoría de las organizaciones sociales y de
las experiencias de acción económica cooperativa y
solidaria. Cabe advertir -además de que es posible que
surjan grupos por otras razones que no hemos contemplado-, que a
menudo es la presencia de más de una de las
señaladas, o una combinación de todas ellas, lo que
hace germinar aquella energía social que se transforma en
el "Factor C" de contenido económico, cuya
importancia en toda organización económica
solidaria hemos destacado.

Luis Razeto M.

(Publicado en Pensamiento Crítico Latinoamericano.
Conceptos Fundamentales
, Volumen III,
págs. 971-985. Ediciones Universidad
Católica Silva Henriquez, 2005)

 

 

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