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Feuerhelder: Homenaje a Walter Benjamín



Partes: 1, 2

    1. Resumen

    Resumen

    Breve homenaje a Walter Benjamín y a
    todos los "avisadores de incendio".

    El hombre
    estaba tomando lentamente un café
    sentado a la mesa de un pequeño bar del sur de la
    ciudad.

    Había desistido de dirigir su mirada
    por la ventana ya que el vidrio
    empañado por el contraste entre el frío de la calle
    y la temperatura
    del salón ofrecía tenebrosamente una
    película borrosa y distorsionada de la gente que pasaba
    por allí.

    Debería pedir una copa más de
    ginebra – se dijo –

    Ese hielo interior que sentía
    parecía querer perpetuarse eternamente y congelar todas y
    cada una de sus tripas.

    Apoyó el pocillo sobre el plato y
    corrió ambos a un costado para hacer un poco de lugar en
    la destartalada mesa que le servía de escritorio y,
    entonces, abrió su maletín y colocó frente a
    sí un cuadernillo de apuntes medio amarillento y algo
    ajado por el uso.

    Comenzó entonces a leer los esbozos
    de una historia que
    todavía demoraba en finalizar.

    Su editor ya lo había amenazado por
    enésima vez para que la acabara así que se dispuso
    a corregir los trazos y garabatos que desfilaban frente a
    él aunque tuviera que morir en el intento.

    Lentamente, lápiz en mano,
    comenzó a analizar pausadamente el texto:

    «El hombre
    llegó al pueblo con sus últimas fuerzas.

    La travesía por los Pirineos
    cargando su preciada carga le había consumido lo que
    quedaba de su precaria salud.

    La carretera sinuosa los llevaría
    – viajaba con un reducido grupo de
    personas – hacia el pequeño pueblo de
    Portbou.

    Tras ellos, mordiéndoles los
    talones, los seguía la bestia nazi.

    Desde las cercanías podía
    divisar la playa y el mar.

    Un viento salobre salpicó su mejilla
    como instándole a que apurara el paso.

    Consiguieron alojarse en una viejo hotel pensando partir en cuanto
    amaneciera.

    Pero el destino estaba sellado.

    Las autoridades certificaron que no
    poseían visado de salida de Francia por lo
    que debían quedarse para ser entregados a la
    GESTAPO.

    Supo que no tenía más
    tiempo, que
    nunca volvería a un campo de
    concentración.

    Abrió su equipaje y extrajo unas
    manchadas fichas, que
    alguna vez escribió, y comenzó a releerlas mientras
    apuraba la sobredosis de morfina que finalmente lo
    ayudaría a escapar:

    Tesis I

    Sabido es que debe haber existido un
    autómata construido de tal suerte que era capaz de
    replicar a cada movimiento de
    un ajedrecista con una jugada contraria que le daba el triunfo en
    la partida. Un muñeco, trajeado a la turca y con una pipa
    de narguile en la boca, se sentaba ante el tablero, colocado
    sobre una mesa espaciosa. Gracias a un sistema de
    espejos se creaba la ilusión de que la mesa era
    transparente por todos los costados. La verdad era que dentro se
    escondía, sentado, un enano jorobado que era un maestro
    del ajedrez y que
    guiaba con unos hilos la mano del muñeco. Una
    réplica de este artilugio cabe imaginarse en filosofía. Tendrá que ganar siempre
    el muñeco que llamamos "materialismo
    histórico". Puede desafiar sin problemas a
    cualquiera siempre y cuando tome a su servicio a la
    teología que, como hoy sabemos, es enana y fea, y no
    está, por lo demás, como para dejarse ver por
    nadie.

    Tesis II

    "Una de las peculiaridades más
    notables del temple humano", dice Lotze, "es, además del
    mucho egoísmo particular, la generalizada falta de envidia
    del presente respecto al futuro". Esta reflexión nos lleva
    a pensar que la imagen de
    felicidad que tenemos está profundamente teñida por
    el tiempo en que ya nos ha colocado el decurso de nuestra
    existencia. La felicidad que pudiera despertar nuestra envidia
    sólo existe en el aire que hemos
    respirado, con las personas con las que hubiéramos podido
    hablar, gracias a las mujeres que hubiesen podido
    entregársenos. Dicho con otras palabras, en la idea de
    felicidad late inexorablemente la de redención. Lo mismo
    ocurre con la idea que la historia tiene del pasado. El pasado
    lleva consigo un índice secreto que le remite a la
    redención. ¿Acaso no flota en el ambiente algo
    del aire que respiraron quienes nos precedieron? ¿No hay
    en las voces a las
    que prestamos oídos un eco de voces ya acalladas? Y las
    mujeres que cortejamos ¿no tienen hermanas que ellas nunca
    conocieron? Si esto es así, entonces existe un misterioso
    punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra.
    Hemos sido esperados sobre la tierra. A
    nosotros, como a cada generación precedente, nos ha sido
    dada una débil fuerza
    mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede
    despachar esta exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo
    histórico lo sabe.

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