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Feuerhelder: Homenaje a Walter Benjamín (página 2)



Partes: 1, 2

Tesis III

El cronista que narra los acontecimientos
sin hacer distingos entre los grandes y los pequeños, da
cuenta de una verdad, a saber, que para la historia nada de lo que una
vez aconteció ha de darse por perdido. Claro que
sólo a la humanidad redimida pertenece su pasado de una
forma plena. Esto quiere decir que el pasado sólo se hace
citable, en todos y cada uno de sus momentos, a la humanidad
redimida. Cada uno de los momentos que ella ha vivido se
convierte en citas del orden del día, y ese día es
precisamente el del juicio final.

Tesis IV

Buscad primero la comida y el vestido, que
el

reino de Dios se os dará por
añadidura.

(Hegel,
1807)

La lucha de clases, que no puede perder de
vista el historiador formado en la escuela de
Marx, es una
lucha por las cosas rudas y materiales sin
las que no se dan las finas y espirituales. Ahora bien, en la
lucha de clases estas últimas están presentes, pero
no nos las imaginemos como un botín que cae en manos del
vencedor. En tal lucha están vivas como confianza, coraje,
humor, astucia o firmeza, y es así como actúan
retrospectivamente en la lejanía de los tiempos. Esa
finura y espiritualidad ponen incesantemente en entredicho cada
victoria que haya caído en suerte a los que dominan. El
pasado, al igual que esas flores que tornan al sol su corola,
tiende, en virtud de un secreto heliotropismo, a volverse hacia
ese sol que está levantándose en el cielo de la
historia. El materialista histórico tiene que aplicarse a
entender este cambio que es
el más discreto de todos ellos.

Tesis V

La verdadera imagen del pasado
se desliza veloz. Al pasado sólo puede detenérsele
como una imagen que, en el instante que se da a conocer, lanza
una ráfaga de luz que nunca
más se verá. "La verdad no se nos escapará",
esta frase que proviene de Gottfried Séller (y que
visualiza la imagen de la historia que tienen los historicistas)
señala con precisión, en la imagen de la historia
que se hacen los historicistas, el lugar en que la imagen es
atravesada por el materialismo
histórico. Irrecuperable es, en efecto, aquella imagen
del pasado que corre el riesgo de
desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en
ella. (La buena nueva que trae, anhelante, el historiador del
pasado, sale de una boca que en el mismo instante en que se abre,
quizá habla ya al vacío).

Tesis VI

Articular históricamente lo pasado
no significa "conocerlo como verdaderamente ha sido". Consiste,
más bien, adueñarse de un recuerdo tal y como
brilla en el instante de un peligro. Al materialismo
histórico le incumbe fijar una imagen del pasado, imagen
que se presenta sin avisar al sujeto histórico en el
instante de peligro. El peligro amenaza tanto a la existencia de
la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para
ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la
clase
dominante. En cada época hay que esforzarse por arrancar
de nuevo la tradición al conformismo que pretende
avasallarla. El Mesías no viene sólo como redentor;
también viene como vencedor del Anticristo. El don de
encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo le es
dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera
los muertos estarán seguros si el
enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.

Tesis VII

Considerad cuan oscuro y helador
es

este valle que resuena a
lamentos.

(Brecha, "La ópera de tres
centavos")

Fustel de Coulanges recomienda al
historiador que quiera revivir una época, que se quite de
la cabeza todo lo que sepa sobre lo que ocurrió
después. Mejor no se puede describir el método con
el que ha roto el materialismo histórico. Es el
método de empatía. Nace de la desidia del corazón,
de la acedía, que da por perdida la posibilidad de
adueñarse de la auténtica imagen histórica,
esa que brilla fugazmente. Los teólogos de la Edad Media la
consideraban causa profunda de la tristeza. Flaubert, que la
conocía bien, escribe: "Pocos se imaginan cuanta tristeza
fue necesaria para resucitar Cartago". La naturaleza de
esa tristeza se hace más evidente cuando se plantea la
pregunta de con quien entra en empatía el historiador
historicista. La respuesta es que, innegablemente, con el
vencedor. Ahora bien, quienes dominan una vez se convierten en
herederos de todos los que han vencido hasta ahora. La
empatía con el vencedor siempre les viene bien a quienes
mandan en cada momento. Para el materialista histórico,
con lo dicho ya es bastante. Quien hasta el día de hoy
haya conseguido alguna victoria, desfila con el cortejo triunfal
en el que los dominadores actuales marchan sobre los que hoy
yacen en tierra. Como
suele ser habitual, al cortejo triunfal acompaña el
botín. Se le nombra con la expresión de bienes
culturales. El materialista histórico tiene que
considerarlos con un aire distanciado.
Todos los bienes culturales que el abarca con la mirada tienen en
conjunto, efectivamente, un origen que él no puede
contemplar sin espanto. Deben su existencia no sólo al
esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino
también a la servidumbre anónima de sus
contemporáneos. No hay un solo documento de cultura que no
lo sea a la vez de barbarie. Y si el documento no está
libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de
transmisión de unas manos a otras. Por eso el materialista
histórico toma sus distancias en la medida de lo posible.
Considera tarea suya cepillar la historia a
contrapelo.

Tesis VIII

La tradición de los oprimidos nos
enseña que "el estado de
excepción" en el que vivimos es la regla. Debemos llegar a
un concepto de
historia que se corresponda con esta situación. Nuestra
tarea histórica consistirá entonces en suscitar la
venida del verdadero estado de
excepción, mejorando así nuestra posición en
la lucha contra el fascismo. El que
sus adversarios se enfrente a él en nombre del progreso,
toma éste por ley
histórica, no es precisamente la menor de las fortunas del
fascismo. No tiene nada de filosófico asombrarse de que
las cosas que estamos viviendo sean "todavía" posibles en
pleno siglo XX. Es un asombro que no nace de un conocimiento,
conocimiento que de serlo tendría que ser éste: la
idea de historia que provoca ese asombro no se
sostiene.

Un temblor cada vez más progresivo e
insistente lo distrajo de la lectura que
estaba realizando y requirió todo su esfuerzo y atención.

Ese palpitar obsesivo de la realidad lo
llevó cual lámpara mágica a sus ya lejanos
paseos por París y sus pasajes con reminiscencias del
siglo pasado y nostalgias de una época pérdida en
la historia.

Todo se le representaba entre brumas como
un sueño; como si esa vivencia fuera de otro hombre y no de
él.

Recordaba la impresión que le
había causado sentir en todo su ser el impacto del
desarrollo
tecnológico que se apreciaba a cada instante tras cada uno
de sus pasos por la ciudad inocente.

También el paralelo sentimiento de
desasosiego y aprehensión que en ese momento no llegaba a
definir.

No todavía.

Poder llegar a
entrever la modernidad del
fascismo como resultante de esa loca locomotora llamada progreso
le iba a llevar muchas más horas de profundo cavilar y
poco dormir.

Continuó, como pudo, su lectura:

Tesis IX

Mis alas están listas para el
despegue,

con gusto volvería hacia
atrás,

porque aunque dispusiera de tiempo
vivo

tendría poca dicha.

(Gerhard Scholem, "Saludo del
ángel")

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus
Novus. Representa a un ángel que parece estar a punto de
alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos
están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas.
El ángel de la historia tiene que parecérsele.
Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se
presenta como una cadena de acontecimientos, él lo ve como
una catástrofe única que acumula sin cesar ruinas
sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera
él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los
fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento
huracanado que se arremolina en sus alas, tan fuerte que el
ángel no puede plegarlas. El huracán le empuja
irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras
el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros
llamamos progreso es ese huracán.

Tesis X

Los temas de meditación que la regla
monástica asignaba a los monjes tenían por objeto
inculcarles el desprecio del mundo y de sus pompas. Las
reflexiones que estamos desarrollando aquí surgen de una
preocupación análoga. En un momento en que los
políticos, en los cuales habían puesto sus
esperanzas los enemigos del fascismo, andan por los suelos, agravando
su derrota con la traición a la propia causa, lo que estas
reflexiones pretenden es liberara a los hijos de este siglo de
las redes en que les
han aprisionado. El punto de partida de las mismas es que la fe
ciega de tales políticos en la idea de progreso, su
confianza en las "masas que les sirven de base" y, finalmente, su
servil sometimiento a un aparato incontrolable, son tres aspectos
de la misma realidad. Estas consideraciones quieren darnos una
idea de lo caro que cuesta a nuestro habitual modo de pensar
concebir una idea de historia que evite toda complicidad con
aquella a la que los susodichos políticos siguen
aferrados.

Tesis XI

El conformismo que desde el principio
encontró acomodo en la socialdemocracia, no contamina sólo a su
táctica política, sino
también a sus ideas económicas. Fue una de las
causas de su fracaso. Nada ha corrompido tanto al movimiento
obrero alemán como el convencimiento de que nadaba a favor
de la corriente. Para los obreros alemanes el desarrollo
técnico era la pendiente de la corriente a favor de la
cual pensaron que nadaban. Sólo había que dar un
paso para caer en la ilusión de que el trabajo
industrial, situado en la onda del progreso técnico,
representa un resultado político. Gracias a los obreros
alemanes la vieja moral
protestante del trabajo
celebra su resurrección bajo una forma secularizada. Ya en
el Programa de
Gotha se advierten señales
de esta confusión. Ahí se define el trabajo como
"la fuente de toda riqueza y de toda cultura". El propio Marx,
temiéndose lo peor, objetaba que el hombre que
no posea más que su fuerza de
trabajo "tendrá que ser esclavo de otros hombres que se
han convertido… en propietarios". Pese a esto, la
confusión sigue expandiéndose y pronto
vendrá Joseph Dietzgen proclamando que "el salvador
del mundo moderno se llama trabajo. En… la mejora del
trabajo… consiste la riqueza que ahora podrá hacer
realidad lo que hasta ahora ningún redentor ha llevado a
cabo". Esta concepción marxista vulgarizada de lo que es
el trabajo no se pregunta con el sosiego necesario como afecta el
producto del
trabajo al trabajador en tanto y en cuanto éste no puede
disponer de ello. Reconoce únicamente los avances en el
dominio del
hombre sobre la naturaleza, pero no los retrocesos de la sociedad. Esta
concepción prefigura los rasgos tecnocráticos que
encontraremos más tarde en el fascismo. Entre éstos
figura su concepto de naturaleza que rompe fatalmente con el de
las utopías socialistas anteriores a 1848. El trabajo tal
y como ahora se entiende, desemboca en la explotación de
la naturaleza, y con suficiencia ingenua se lo opone a la
explotación del proletariado. Comparadas con esta
concepción positivista, las imaginaciones fantasiosas, que
tanta materia
sirvieron para ridiculizar a Fourier, hacen
gala de un sorprendente sentido común. Según
Fourier, un trabajo social
bien organizado debería tener como consecuencia que cuatro
lunas iluminaran la noche de la tierra, que
los hielos se retirasen de los polos, que el agua del
mar no supiera a sal y que las fieras salvajes se pusiesen al
servicio de
los hombres. Todo esto ilustra un tipo de trabajo que, lejos de
explotar a la naturaleza, está en condiciones de dar a la
luz las creaciones que dormitan, como posibles, en su seno. Del
concepto corrompido de trabajo forma parte, a modo de
complemento, el de esa naturaleza que, como Dietzgen dejó
dicho, "está ahí gratis".

Tesis XII

Necesitamos historia, pero la necesitamos
de una manera distinta

a como la necesita el holgazán
malcriado en el jardín del saber.

(Nietzsche,
"Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia")

El sujeto del conocimiento histórico
es, por supuesto, la clase oprimida que lucha. En Marx se
presenta como la última clase esclavizada, la clase
vengadora que lleva hasta el fin la tarea de liberación en
nombre de las generaciones vencidas. Esta conciencia, que
vuelve a cobrar vigencia por breve tiempo en la Liga
Espartaquista, le ha resultado siempre escandalosa a la
socialdemocracia. En tres decenios casi logró apagar el
nombre de un Blanqui cuyo timbre de bronce conmovió al
siglo pasado. La socialdemocracia tuvo a bien asignar a la clase
obrera el papel de redentora de las generaciones venideras. Con
ello seccionaba los nervios de su mejor fuerza. La clase obrera
desaprendió en esa escuela tanto el odio cuanto la
voluntad de sacrificio. Uno y otra se nutren, en efecto, de la
imagen de los abuelos esclavizados, no del ideal de los nietos
liberados.

Tesis XIII

Nuestra causa resulta cada día
más clara, y el

pueblo es cada día más
listo.

(Joseph Dietzgen, "La filosofía
socialdemócrata")

La teoría
socialdemócrata, y todavía más su praxis, estaba
determinada por un concepto de progreso que no se atenía a
la realidad, sino que tenía una pretensión
dogmática. El progreso, tal y como se perfilaba en la
cabeza de los socialdemócratas, era, en primer lugar, un
progreso de la misma humanidad (y no sólo de sus destrezas
y conocimientos). En segundo lugar, un progreso inacabable (de
acuerdo con la infinita perfectibilidad de la humanidad). Pasaba
por ser, en tercer lugar, esencialmente imparable (capaz de
recorrer un trayectoria en línea o en espiral gracias a su
propia inercia). Todos estos predicados se prestan a discusiones
y a cada uno de ellos se podría aplicar la crítica. Pero si ésta quiere ser
rigurosa, debe ir más allá de esos predicados y
buscar algo que les es común. La idea de un progreso del
género
humano en la historia es inseparable de la idea según la
cual la historia procede recorriendo un tiempo homogéneo y
vacío. La crítica a la idea de un tal proceso tiene
que constituir la base de la crítica a la idea de
progreso.

Presentía que una oscuridad ominosa
se estaba extendiendo sobre el mundo que
conocía.

Era como si se estuviera viviendo una
época en que la humanidad entrara en un cono de sombras;
como si se tratara de una eterna medianoche.

Recordó con asco y terror todos los
intentos que llevó a cabo para comprender en su real
magnitud la tragedia que se avecinaba.

Quiso no abandonar el terreno y darle pelea
al fascismo hasta el último instante posible por eso se
escribió con Carl Schmitt
figura intelectual del futuro régimen nazi.

Sus cavilaciones, cada vez más
extraviadas, lo trasladaron a la situación actual y a su
desesperanza por no haber podido atravesar España y
hacerse de los papeles que le hubieran permitido llegar a
Norteamérica.

Muy débil ya, trató de
finalizar con su tarea, y leyó:

Tesis XIV

Origen es la
meta.

(Karl Kraus, "Palabras en versos –
I")

La historia es objeto de una construcción, cuyo lugar no está
constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino
por un tiempo repleto de ahora. Así, para Robespierre, la
antigua Roma era un
pasado cargado de ahora, que él arrancaba del continuum de
la historia. La Revolución
francesa se entendía a sí misma como una Roma
que retornaba. Citaba a la Roma antigua de la misma manera que la
moda cita un
traje de otros tiempos. La moda tiene buen olfato para detectar
lo actual sea cual sea el recoveco del pasado en el que esa
actualidad se mueva. La moda es el salto del tigre al pasado.
Solo que tiene lugar en una arena en la que manda la clase
dominante. El mismo salto, realizado bajo el cielo despejado de
la historia, pasa a ser el salto dialéctico, la revolución
tal y como la entendió Marx.

Tesis XV

La conciencia de hacer saltar el continuum
de la historia es propia de las clases revolucionarias en el
momento de su acción.
La gran Rebolución introdujo un calendario nuevo. El
día con el que comienza un calendario oficia de compendio
histórico acelerado. En el fondo, ese día es el
mismo que vuelve siempre bajo la forma de días festivos,
que son días de recordación. Los calendarios no
miden el tiempo como los relojes: son monumentos de una
conciencia histórica de la que no queda en Europa la menor
huella desde hace cien años. En la Revolución de
julio se registró un incidente en el que esa conciencia
todavía se hizo valer. Al caer la tarde del primer
día de lucha sucedió que en varios sitios de
París, al mismo tiempo y sin previo acuerdo, se
disparó contra los relojes de las torres. Un testigo
ocular, que acaso deba su acierto a la rima, escribió
entonces:

¿Quién lo creyera? Se dice
que indignados contra la hora

estos nuevos Josué, al pie de cada
torre,

disparaban contra los relojes, para
detener el tiempo.

Tesis XVI

El materialista histórico no puede
renunciar a la idea de un presente que no es tránsito,
sino que es un presente en el que el tiempo está en
equilibrio y
se encuentra en suspenso. Esta idea define precisamente ese
presente en el que él, en tanto y en cuanto ese presente
le afecta, escribe historia. El historicismo postula una imagen
"eterna" del pasado; el materialismo histórico, en cambio,
una experiencia con ese pasado, que es única. Deja a otros
malgastarse con la ramera "érase una vez" en el burdel del
historicismo, mientras él se mantiene dueño de sus
fuerzas: lo suficientemente hombre como para hacer saltar el
continuum de la historia.

Tesis XVII

El historicismo culmina con todo derecho en
la historia
universal. De ella se separa quizá la
historiografía materialista, en lo tocante a metodología, más que de ninguna
otra. Esa historia universal no tiene ningún
armazón teórico. Su método es aditivo:
utiliza la masa de datos para llenar
el tiempo vacío y homogéneo. La
historiografía materialista, por su parte, se basa en un
principio constructivo. Propio del pensar es no sólo el
movimiento de las ideas, sino también su
suspensión. Cuando el pensamiento se
detiene de repente en una constelación saturada de
tensiones, provoca aquél en ésta una sacudida en
virtud de la cual la constelación cristaliza en
mónada. El materialista histórico se acerca a un
objeto histórico sólo y únicamente cuando
éste se le enfrenta como una mónda. En esa estructura el
reconoce el signo de una suspensión mesiánica del
acontecer o, dicho de otra manera, de una oportunidad
revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido. El
materialista capta esa oportunidad con el fin de hacer saltar una
determinada época del curso homogéneo de la
historia; una determinada vida, de una época; y una
determinada obra, de entre toda la actividad laboral de una
vida. La ventaja de este procedimiento
consiste en que la actividad laboral de toda una vida está
guardada y conservada en la obra; y toda una época en la
vida; y el decurso completo de la historia, en la época.
El fruto nutritivo de lo que se puede comprender
históricamente tiene en su interior, cual semilla preciosa
aunque carente de sabor, al tiempo.

Tesis XVIIa

Marx ha secularizado la idea del tiempo
mesiánico en la sociedad sin clases. Y ha hecho bien. La
desgracia comenzó cuando la socialdemocracia elevó
esa idea a "ideal". La doctrina neokantiana definió el
ideal como una "tarea infinita". Y esa doctrina fue la
filosofía escolástica del partido
socialdemócrata – de Schmidt y Stadler hasta Natorp
y Vörlander -. Una vez definida la sociedad sin clases como
tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo se
transformó en una especie de antesala en la que se
podía esperar, con mayor o menor relajamiento, la entrada
de la situación revolucionaria. La verdad es que no hay un
solo instante que no lleve consigo su oportunidad revolucionaria.
Sólo exige que se la entienda como una oportunidad
específica, es decir, como la oportunidad de dar una
solución nueva a desafíos totalmente
inéditos. Para el pensador revolucionario la oportunidad
revolucionaria propia de cada momento tiene su banco de pruebas en la
situación política existente. Pero la
verificación no es menor si se efectúa valorando la
capacidad de apertura de que dispone cada instante para abrir
determinadas estancias del pasado hasta ahora clausurado. Le
entrada en esa instancia coincide de lleno con la acción
política; y es a través de esa entrada que la
acción política puede ser reconocida como
mesiánica, por muy destructiva que sea.

Tesis XVIII

"Los cinco raquíticos milenios del
Homo sapiens", dice un biólogo contemporáneo,
"representan con relación a la historia de la vida
orgánica sobre la tierra, algo así como dos
segundos al final de un día de veinticuatro horas. Medida
con esa escala, la
historia entera de la humanidad civilizada llenaría un
quinto del último segundo de la última hora". El
ahora, que como modelo del
tiempo mesiánico resume en una exagerada abreviatura la
historia de toda la humanidad, coincide rigurosamente con la
figura que la historia de la humanidad ocupa en el
universo.

Fragmento A

El historicismo se contenta con establecer
un nexo causal entre diversos momentos históricos. Pero
ningún hecho es ya histórico por el mero hecho de
ser causa. Llega a serlo póstumamente gracias a
circunstancias que pueden estar separadas por milenios. El
historiador que parta de ese supuesto dejará de desgranar
la sucesión de circunstancias como un rosario entre sus
dedos. El capta más bien la constelación en la que
se encuentra su época con otra muy determinada del pasado.
De esta suerte fundamenta un concepto de presente como ahora en
el que se han incrustado astillas del tiempo
mesiánico.

Fragmento B

Seguro que el
tiempo al que los adivinos interrogaban para conocer lo que
ocultaba en su seno, no lo experimentaron ellos ni como
homogéneo ni como vacío. Quien tenga esto presente
quizás llegue a comprender como se hizo la experiencia del
tiempo pasado bajo la forma de recordación: precisamente
así. Sabido es que a los judíos
les estaba prohibido escudriñar el futuro. La Torá
y la oración les instruyen, por el contrario, en la
recordación. Esta desencantaba el futuro, al que
sucumbían cuantos buscaban respuestas en los adivinos.
Pero no por eso se convirtió el futuro para los
judíos en un tiempo homogéneo y vacío,
porque en ese futuro cada segundo era la pequeña puerta
por la que podía entrar el Mesías.

Cuando fueron a buscarlo por la
mañana ya agonizaba y solamente tuvo tiempo de entregarle
a una de las mujeres del grupo un par
de cartas antes de
desmayarse y morir de un derrame cerebral.»

Cerró despaciosamente el cuaderno y
lo volvió a guardar en su lugar.

Llamó al mozo que se encontraba en
la barra y abonó su consumición dejándole el
vuelto como propina.

La
televisión informaba sobre los allanamientos a
instalaciones culturales judías venezolanas por las
fuerzas de seguridad de la
"república bolivariana" en busca de armas y droga.

La pareja real argentina festejaba la ley
que posibilitaba el manejo discrecional de los medios de
comunicación.

¿Víspera de nuevos incendios?
– pensó -.

Se levantó y se echó encima
el viejo y pesado sobretodo que le servía de contrapeso,
como algo que lo anclaba a este mundo.

Subió las solapas para proteger su
cuello, tomó el maletín y abrió la puerta
del bar despaciosamente.

Un viento frío le dio la bienvenida
y la noche lo vio perderse entre las brumas como una figura
fantasmal del pasado.

Fuentes
consultadas

1) "Medianoche en la historia" de Reyes
Mate (2006)

2) "Sobre el concepto de historia" de
Walter Benjamín (1940)

 

 

 

 

 

 

Autor:

Mario A. Geller

Datos biográficos:

País: Argentina

Ciudad: Buenos Aires

Fecha de nacimiento: 22 de Diciembre de
1958

Estudios cursados: Análisis de sistemas

Profesión: Analista

Datos de la monografía:

País: Argentina

Ciudad: Buenos Aires

Fecha de la monografía: Febrero de 2010

Partes: 1, 2
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