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La reinserción ante la penología y las ciencias penitenciarias



Partes: 1, 2

    1. Sociología
      criminal

    2. Psicopatología forense

    3. La reinserción

    4. Bibliografía

    Sin requerir hurgar en la historia
    universal de la punición y simplemente valorando
    nuestra conciencia actual
    respecto al criterio que nos merece el hombre que
    ha delinquido, podemos justificar el intento de mostrar que el
    delincuente es un ser -como los demás- dotado de personalidad y
    dignidad
    humana.

    No obstante este reconocimiento, de que el delincuente
    participa de todos los requisitos y factores que estructuran
    la
    personalidad humana, se procede con frecuencia a establecer
    un concepto
    diferenciado que le discrimina socialmente a la par que le
    imposibilita una convivencia normal.

    La deshumanización del delincuente es el producto del
    prejuicio
    social de repulsa. El delincuente es el predilecto de nuestro
    dedo índice; el objeto de nuestra censura, medida y
    valoración de lo que muchas veces no somos y pretendemos
    ser.

    Etiología

    El delincuente suele ser el producto de la indiferencia
    paterna, de la incompetencia del educador, parto del
    subdesarrollo
    social y económico, de la cobardía del empresario, de
    la incomprensión del prójimo, personalidad
    patológica no tratada. Al delincuente lo vestimos con los
    harapos de nuestra indiferencia, le sancionamos a veces con
    medidas punitivas inadecuadas y desfasadas, le buscamos un
    vertedero lejos de nuestro roce, porque, aunque reconozcamos que
    es un ser humano, dudamos de esta realidad y no nos interesa su
    convivencia.

    Cuando valoramos el hecho delictivo y juzgamos su
    contenido, estamos jugando a representar una "cow boy" -mejor
    llamada western- de buenos y malos. En la exposición
    moral, social,
    ética
    del delito, tenemos
    necesidad de utilizar la dicotomía del bien y del mal y
    creamos un clima
    utópico donde el delincuente se traga vorazmente lo malo y
    el ciudadano que no delinque deglute plácidamente lo
    bueno.

    El desprecio hacia el delincuente se produce por una
    falsa autoestima
    plus-valorativa de del individuo que
    forma el juicio crítico, porque en la estimación de
    los valores
    delincuenciales -que generalmente se desconocen- solamente aflora
    el hombre con
    independencia
    de sus limitaciones, o acercándonos al pensamiento de
    Alexander y Staub3, tenemos una visión unilateral del "yo"
    y nos queda oculta la circunstancia. Ante esta apreciación
    universal el "yo" resulta orlado de una imperfección
    manifiesta y el hombre que ha delinquido se desdibuja del
    concepto de humanidad para transformarse en un ser ajeno a las
    medidas ortodoxas de lo que entendemos por hombre.

    Sociología
    criminal

    El delincuente no es un ser extra-social. La
    privación de libertad es un
    estado de
    hecho y derecho que perfila una forma de estar socialmente. El
    delincuente no se encuentra pendiente de ser aceptado como
    miembro de número de la comunidad.
    Pertenece ya de por sí al patrimonio
    social humano en la misma dimensión exactamente que el
    resto de los componentes.

    Al delincuente se le puede calificar, pero no se le debe
    discriminar ni llevarlo a un desahucio social con las
    consecuencias de negarle un sitio en la comunidad, ni ponerle
    barreras para que lo encuentre si quiere hacerlo. Todos los
    hombres tienen derecho a constituir su propia vida. El
    delincuente -lo hemos dicho- es plenamente un hombre. De igual
    modo, todo ser humano tiene derecho a reconstruir su vida si es
    preciso, y por ello la sociedad no se
    puede arrogar títulos ilimitados sobre estados anormales,
    ni defenderse más allá del límite de lo
    normal y justo.

    La realidad es que, la sociedad ataca al delito y al
    delincuente con evidente y justo fin de defensa; pero la
    situación que crea esta lucha, y el deseado triunfo sobre
    la delincuencia,
    provocan una situación que se distancia con largueza de
    los ideales sociales en la aspiración del bien
    común.

    Los intereses colectivos y particulares deben
    armonizarse en la planificación de la dinámica social hasta el extremo de que la
    presión
    colectiva no perjudique ni destruya los intereses particulares
    más que en la medida exacta de su defensa. A pesar de
    ello, la sanción que tiende a ser individualizada y
    significada a determinados efectos, siempre se desborda creando
    un daño
    marginal incontrolable y no querido. En el caso de la
    privación de libertad y en la aplicación de otras
    penas, el perjuicio intrínseco que estas siempre suponen
    trasciende de lo personal del
    autor, irrogando otros daños que afectan al mundo social,
    familiar, laboral y
    económico de los sancionados.

    La expurgación social del delito arrastra al
    delincuente hasta una discriminación, como queriendo hacer
    patente que el problema de la delincuencia tiene una vivencia
    individual en su autor. No obstante, el delito se engendra,
    fecunda y nace en el cuerpo social y consigue tener personalidad
    porque la sociedad existe. No se puede concebir el delito sin la
    arquitectura
    de una comunidad social y jurídicamente organizada. Y esta
    estructura
    significa, muchas veces, una participación activa en el
    nacimiento del hecho punible.

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