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En celebración de la Publicación de El Origen de Las Especies (página 3)




Enviado por Felix Larocca



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Para explicar la evolución Lamarck siguió la pista
del viejo concepto
aristotélico de generación que él
reconvierte en transformación, de manera que en el siglo
XIX sus tesis fueron
calificadas de "transformismo", sustituido luego, a partir de
Herbert Spencer, por el de "evolución". En Lamarck la
transformación conduce a la complejidad, hoy tan de
moda: de nuevo la
unitas complex, la unidad en la complejidad. La
clasificación de los seres vivos no es sólo
geográfica sino que, con el transcurso del tiempo, los
seres vivos trepan por una escala progresiva
cuya cúspide es el ser humano. Es una concepción
genealógica en donde si bien los organismos simples
aparecen por generación espontánea, los más
complejos aparecen a partir de ellos. El punto de partida de la
evolución es, pues, la generación, el origen de la
vida, que empieza -pero no se agota- con los seres más
simples entonces conocidos, a los que Lamarck llamó
infusorios. La unión de la generación a la
transformación en la obra de Lamarck incorpora la
noción materialista de vida, en donde no existe una
intervención exterior a la propia naturaleza, ni
tampoco una única creación porque la naturaleza
está (pro)creando y (re)creando continuamente: "En su
marcha constante la Naturaleza ha comenzado y recomienza
aún todos los días, por formar los cuerpos
organizados más simples, y no forma directamente
más que estos, es decir, que estos primeros bosquejos de
la
organización son los que se ha designado con el nombre
de generaciones espontáneas" (73). La materia viva
se mueve por sí misma, se (re)crea a sí misma y se
transforma a sí misma. La creación, pues, no es un
acto externo sino interno a la propia materia y al ser vivo; no
tiene su origen en nada sobrenatural sino que es una auto
creación: "La Naturaleza posee los medios y las
facultades que le son necesarios para producir por sí
misma lo que admiramos en ella", concluye Lamarck (74).

La generación es sucesiva, es decir, que contrariamente
a los relatos religiosos, las especies no han aparecido
simultáneamente en la misma fecha. Cada especie tiene una
fecha diferente de aparición y, por lo tanto, una
duración diferente en el tiempo. Una vez aparecidas, las
especies cambian con el tiempo porque, como acto de verdadera
(pro)creación, a cada momento la generación
desarrolla algo nuevo y distinto, modificaciones que
simultáneamente "se conservan y se propagan", es decir,
son venero de biodiversidad.
Esta idea fue recogida por el botánico soviético
Michurin, cuando sostuvo que la naturaleza alumbra una infinita
diversidad y nunca repite (75). La reproducción, por tanto, no consiste en la
obtención de copias idénticas a un original
preexistente, no es "papel de calco" como sostienen los
mendelistas en la actualidad.

En este punto es importante destacar que Lamarck dio verdadero
sentido evolutivo a la clasificación de los seres vivos
realizada por Linneo en el siglo XVIII. Además de la
biología,
Lamarck es el fundador de la paleontología evolutiva. A
diferencia del sueco, el francés integra en la
clasificación de los seres vivos a los seres muertos, a
los fósiles, que hasta ese momento no eran más que
una curiosidad histórica (76). Incluso crea nuevos
grupos para
poder integrar
a las especies extintas y compararlas con las existentes. Aparece
así una primera fuente de lo que se ha interpretado como
una forma de finalismo en Lamarck, que no es tal finalismo sino
una cierta versión del actualismo, parecido al que se
puede encontrar, por ejemplo, en el británico Lyell y que
está ligado al gradualismo de ambos (77). También
aparece en cualquier investigación histórica, en donde
las sociedades
más antiguas se estudian a partir de las más
recientes. En "La sociedad
antigua" el norteamericano Lewis H. Morgan estudió la
prehistoria en
las formas de organización de una colectividad humana
actual: los iroqueses que habitaban en su país a mediados
del siglo XIX. Se supone que los iroqueses conservan mejor
determinados comportamientos ancestrales que han desaparecido en
las sociedades urbanas e industriales de la actualidad. Del mismo
modo, cuando en Atapuerca o en cualquier otro yacimiento
paleontológico aparecen fósiles de homínidos
ya extinguidos, se comparan con los chimpancés o los
gorilas que hoy se conocen. No se trata de que inexorablemente
las especies tengan su destino fatal en la forma en que
actualmente aparecen, como se ha interpretado, sino justamente en
lo contrario: para conocer el pasado es imprescindible conocer el
presente; ese conocimiento
es posible porque hay especies actuales que también
vivieron en un pasado remoto y son, por consiguiente, otros
tantos testimonios de aquellos tiempos pretéritos.

En la teoría
de la evolución las especies no aparecen juntas por una
semejanza exterior sino por lazos internos de tipo
genealógico. Todas ellas son ramas un mismo
"árbol", tienen un tronco común que se diversifica
con el tiempo. Esta imagen es tan
importante en el pensamiento
darwinista que la única ilustración que tenía la primera
edición
de "El origen de las especies" representaba un árbol
genealógico. A mediados del siglo XIX era bastante
insólito insertar un dibujo en un
libro. El
diagrama se
imprimió en un papel de mayor tamaño que el libro,
por lo que había que desdoblarlo para poder verlo.
Además, redactó cinco páginas explicando la
interpretación de la
ilustración. La figura era de la máxima
importancia para explicar un nuevo concepto en la ciencia:
cómo la biodiversidad se reconduce a la unidad (unitas
complex
). La clasificación de los seres vivos
relaciona a las especies entre sí según
vínculos mutuos que son tanto evolutivos como progresivos
o de complejidad creciente. La evolución no es sólo
un proceso de
maduración, crecimiento y desarrollo; es
una diferenciación: la herencia con
modificaciones, la transformación de que hablaba Lamarck.
Expresa que algunos organismos vivos están más
desarrollados que otros, lo cual también significa
que:

a) los seres menos complejos son los primeros y
más primitivos de la evolución b) los seres
más complejos derivan de ellos o de seres parecidos a
ellos que los precedieron, de los denominados "gérmenes" o
"protozoos" c)
los seres menos complejos han evolucionado más lentamente
que los más complejos (78) d) los seres más
complejos coexisten actualmente con otros que no lo son tanto

No obstante, como veremos, el lenguaje es
confuso porque parece dar a entender que los seres menos
complejos son simples o, por lo menos, que son menos complejos
que los demás. No es así, ciertamente; no existe lo
simple, sólo lo simplificado. Los seres menos complejos
son tan complejos como los demás y su diferencia de
complejidad no es orden cuantitativo sino cualitativo. Esta
confusión tiene una raíz histórica en la
manera en que se ha gestado la clasificación de las
especies, que se fundamentó en la morfología, en la apariencia externa de los
seres vivos. La morfología de los seres más
complejos es más variada que la de los menos complejos. La
clasificación inicial de las bacterias
también se basó inicialmente en la arquitectura
externa, pero por ello mismo, no se pudo mantener mucho tiempo,
de manera que a partir de 1977 Woesse impuso un nuevo criterio en
la clasificación de los seres microscópicos que no
era ya morfológico sino analítico, basado en las
diferencias moleculares internas al propio organismo.

El tiempo no sólo es relativo en la física, sino
también en la biología. El tiempo mide los cambios
pero, a su vez, los cambios miden el tiempo. Si
comparáramos el devenir de las sociedades actuales con los
parámetros de la paleontología, con aquellos que se
utilizan para hablar de los australopitecos, por ejemplo, nos
veríamos sometidos a un ritmo vertiginoso, como cuando se
acelera una proyección cinematográfica. Si el
proceso de hominización se puede cifrar en cinco millones
de años, sólo hace cinco mil que apareció la
escritura. La
proporción es de un minuto actual por cada mil de la
antigüedad, o sea, por cada 17 horas. Como la
evolución, el tiempo tampoco es lineal ni
homogéneo. Existen procesos
vertiginosos -nunca instantáneos- junto a metamorfosis
desesperantemente lentas. Por consiguiente, tanto en la
astrofísica como en la naturaleza orgánica un salto
evolutivo no sólo no puede ser instantáneo en
ningún caso sino que tampoco es necesariamente un proceso
rápido.

Esto demuestra el error del gradualismo de Lamarck y Darwin y de los
"relojes moleculares" (79) que en base a ese gradualismo se
utilizan hoy para fechar el surgimiento de las especies. Por lo
tanto, contribuye a poner de manifiesto las limitaciones del
actualismo en todas las disciplinas históricas, incluida
la historia natural.
La teoría de los eslabones de Darwin es muy interesante
porque ofrece una imagen poderosa de la concatenación
interna de las especies a lo largo del tiempo. Sin embargo, es
difícil separar al eslabón de la cadena de la forma
parte, lo que conduce a una ilusión lineal, única y
uniforme, en donde cada eslabón da paso al anterior y es
igual a él. En una cadena no hay eslabones que abran
líneas divergentes unas de otras; cada eslabón
sólo conduce a otro que le continúa. Además,
todos ellos son iguales, tienen la misma forma, la misma
importancia, el mismo tamaño, etc.

El tiempo y la evolución tienen eslabones pero no son
uniformes. La heterogeneidad del tiempo se comprueba en la propia
evolución de nuestros conocimientos, de manera que si por
influencia bíblica a mediados del siglo XIX
datábamos la creación del universo en 4.000
años antes de nuestra era, luego se fue retrasando hasta
los centenares de miles de años, posteriormente en
millones y hoy en centenares de miles de millones. Las etapas
antiguas de la evolución se prolongan en el tiempo mucho
más que las modernas.

El actualismo de Lamarck es un antecedente de la ley de la
replicación de Haeckel que, además, deriva en una
propuesta epistemológica: la de iniciar el estudio de la
biología en la línea inversa de la que la
naturaleza ha seguido en la evolución, empezando por los
seres más simples, entonces los infusorios, hoy las
bacterias. La complejidad espacial, la coexistencia de especies
complejas con otras que lo son menos, permite estudiar la
complejidad temporal, es decir, la evolución, porque es
posible analizar en las especies menos complejas las formas de
vida más sencillas y, por tanto, las primeras.

El método de
investigación es el opuesto al método de exposición
y la ciencia de la
vida se opone a la vida misma. La biología empezó
sus investigaciones
por el final, por los animales
superiores, los vertebrados; en el siglo XVIII los demás
(insectos y gusanos) eran despreciados como "innobles". Se
despreció lo que se desconocía. Pero Lamarck
tenía una concepción diferente y realizó una
tarea titánica con los invertebrados: descubrió
cinco grupos diferentes en 1794, otro en 1799, otro más en
1800 (arácnidos), otro en 1802 (anélidos), hasta
que en 1809, en su "Filosofía zoológica" añade
por primera vez, además de los cirrópodos, los
infusorios, diez en total que se convertirán en doce en su
monumental Histoire naturelle des animaux sans
vertèbres
, verdadera obra magna de la ciencia de
todos los tiempos. Desde Aristóteles, la clasificación de las
especies giraba en torno a la
sangre,
mientras que fue Lamarck quien introdujo la espina dorsal como
nuevo factor de división de las mismas, que se ha
conservado hasta la actualidad. El francés no sólo
crea una teoría, la biología evolucionista, sino
que desarrolla una metodología y una práctica nuevas,
diferentes, porque era el único en su tiempo que
había recorrido una multitud de disciplinas
científicas, pero especialmente aquellas que -cruelmente-
le han llevado al descrédito: la botánica primero, la paleontología
después, la zoología finalmente. Es el único
que tiene una visión panorámica que le permite
fundar una nueva ciencia, la biología, a la que dota de
todos los instrumentos imprescindibles: un objeto, un
método, unas leyes e incluso
todo un programa de
investigaciones para el futuro. Su estudio de los invertebrados
le conduce a poner al principio lo que debe estar al final y a
terminar por lo que debe estar al principio. El concepto de
"primate" introducido por Linneo no significa que sean los
primeros sino que son los últimos: son los últimos
seres aparecidos en la evolución y, sin embargo, de ellos
debe partir la
investigación. En la historia de la biología,
cuya médula espinal es la clasificación, siempre se
supo que el punto final era el hombre y lo
que se ha avanzado es en conocer el punto de partida: los
microbios más simples. La lógica
científica contradice la historia.

Desde su mismo nacimiento la biología centró su
atención en la diversidad. La
clasificación de las especies en el siglo XVIII no era
más que un intento de poner algún orden en el
cúmulo abigarrado de seres vivos. Ponía de
manifiesto la multiplicidad, pero ésta conduce a su
contrario, la unidad, a lo que Darwin calificó como la ley
de la unidad de tipo, cuya importancia se preocupó de
subrayar en distintos apartados de su obra capital:

Se reconoce generalmente que todos los seres orgánicos
se han formado según dos grandes leyes: la de unidad de
tipo y la de las condiciones de existencia. Por unidad de tipo se
entiende la concordancia fundamental de estructura que
vemos en los seres orgánicos de una misma clase, y que
es completamente independiente de sus hábitos de vida.
Según mi teoría, la unidad de tipo se explica por
la unidad de descendencia. La expresión de condiciones de
existencia, sobre la que tantas veces insistió el ilustre
Cuvier, queda comprendida por completo en el principio de la
selección natural. Pues la selección
natural obra, o bien adaptando actualmente las partes que
varían de cada ser a sus condiciones orgánicas e
inorgánicas de vida, o bien por haberlas adaptado durante
periodos de tiempo anteriores; siendo ayudadas en muchos casos
las adaptaciones por el creciente uso o desuso de las partes y
estando influidas por la acción
directa de las condiciones externas y sometidas en todos los
casos a las diversas leyes de crecimiento y variación. Por
consiguiente, de hecho, la ley de las condiciones de existencia
es la ley superior, pues mediante la herencia de las variaciones
precedentes y de las adaptaciones comprende a la ley de la unidad
de tipo.

Más adelante expone la misma ley desde otro punto de
vista:

Hemos visto que los miembros de una misma clase,
independientemente de sus hábitos de vida, se parecen
entre sí en el plan general de
su organización. Esta semejanza se expresa a menudo con el
término "unidad de tipo", o diciendo que las diversas
partes y órganos son homólogos en las distintas
especies de la clase. Todo el asunto se encierra en la
denominación general de "morfología". ésta
es una de las partes más interesantes de la historia
natural, y casi puede decirse que es su misma alma (80).

Con excepción de Gould, quien remarcó la
extraordinaria importancia de esta ley (81), la biología
la ha mantenido en el "olvido" esta ley, dando lugar a otro
cúmulo de equívocos y disputas interminables, como
veremos. Lo mismo que las lenguas o la
tabla de Mendeleyev de los elementos químicos, la
clasificación de los seres vivos no los separa ni los
divide sino que los une. La complejidad no es más que la
mutua interacción que emparenta a los seres vivos
entre sí: "La estructura de todo ser orgánico
está emparentada de modo esencialísimo, aunque a
menudo oculto, con la de todos los demás seres
orgánicos con que entra en competencia",
dice Darwin (82). El vínculo interno se manifiesta en el
tiempo y en el espacio, comprende tanto a las especies vivas
entre sí como a las vivas con las extintas (83). Al aludir
al parentesco de todas las especies, queda evidenciado que para
Darwin el hilo interno que une a las especies entre sí es
único: la herencia. Habitualmente sólo se tiene en
cuenta uno de estos aspectos, el temporal o vertical, o se
entienden separadamente del aspecto espacial u horizontal. No
obstante, como los primos en el árbol genealógico
familiar, las especies que coexisten en el tiempo se relacionan
entre sí a través de los antepasados comunes de los
que proceden. La ley de la unidad de tipo es el argumento
fundamental que le habilita a Darwin para repudiar el
creacionismo: "Si las especies hubiesen sido creadas
independientemente, no hubiera habido explicación posible
alguna de este género de
clasificación; pero se explica mediante la herencia y
divergencia de caracteres" (84).

Según Darwin, la evolución progresiva hacia una
mayor complejidad de los seres vivos no significa necesariamente
desaparición de los seres inferiores, por lo que si
éstos entran en competencia con los superiores, no se
comprende su subsistencia. Las nuevas especies, más
desarrolladas, exterminan a sus progenitoras, menos
evolucionadas: "La extinción y la selección natural
van de la mano" (85). Al mismo tiempo Darwin pone de manifiesto
las regresiones en la escala de los seres vivos, los retrocesos,
que la evolución no es un proceso lineal: ¿por
qué subsisten los seres de los escalones más bajos?
Apunta la misma explicación ofrecida antes por Lamarck: la
generación espontánea engendra continuamente seres
inferiores (86).

A partir de la generación de la vida surgieron las
diversas explicaciones acerca de los modos por medio de los
cuales se transforma. A este respecto, lo que se observa a
mediados del siglo XIX es que la biología pone su
atención en el ambiente. Las
concepciones ambientalistas recuperaban otras dos viejas nociones
filosóficas: primera, la del "horror al vacío" y
los cuatro elementos integrantes del universo (agua, aire, tierra y
fuego), y segunda, la empirista de la "tabla rasa" que deriva en
la noción biológica de "carácter" y en la teoría de la
"acción directa" del ambiente sobre el organismo. Por lo
tanto, el medio se concebía como "externo" al propio
organismo, ajeno a él. Esa es la concepción
-falsamente atribuida a Lamarck- que estuvo vigente hasta que
August Weismann lanza sus tesis en 1883. A sus dos componentes se
le añadió a mediados de siglo un tercero: el
concepto biológico de herencia. El medio "exterior" dejaba
su huella en los seres vivos, que se transmitía de
generación en generación de una manera acumulativa.
Esta teoría fue denominada "herencia de los caracteres
adquiridos". De esta manera hasta 1883 el núcleo esencial
de la biología se articulaba alrededor de los conceptos de
ambiente, carácter y herencia que pasamos a analizar
seguidamente.

En el siglo XVIII Buffon introdujo en la biología el
vocablo "medio" procedente de la mecánica de Newton, donde
formaba parte de la acción a distancia, como éter o
fluido intermediario entre dos cuerpos. El medio es el centro de
la acción de las fuerzas físicas. Tenía un
sentido relativo que luego se convirtió en absoluto, en
algo con entidad por sí mismo que, más que unir,
separa a los cuerpos. Después Lamarck lo trasladó a
la biología, aunque con notables precisiones de gran
importancia que importa mucho poner de manifiesto porque en este
punto el naturalista francés se aparta claramente de su
maestro Buffon y está bien lejos de la concepción
simplista (ambientalista) a la que habitualmente se asocia su
pensamiento, que aquí es también original,
innovador y de plena actualidad. Para él la especie y el
medio forman una unidad contradictoria; el medio es externo tanto
como interno al organismo y, por supuesto, es algo muy distinto
de lo que se entiende hoy habitualmente, por no decir opuesto.
Lamarck no separa la biología de la física (y la
química)
en compartimentos estancos. Para él todo fenómeno
vivo comporta un componente físico y "un producto de la
organización". Su teoría, pues, tiene un origen
dual y da lugar a otra dualidad porque, a su vez, está
estrechamente imbricado con su teoría de los fluidos, cuyo
origen está en la teoría de los humores de la
antigua medicina
griega. También aquí Lamarck se aparta de su
maestro Buffon y de la importación que éste realizó
del atomismo newtoniano a la biología. Lamarck vincula la
física más reciente con la medicina más
antigua, dos aspectos separados no sólo por el transcurso
del tiempo sino por el contexto científico en el que se
elaboraron. Como es característico en él,
clasifica, subclasifica y define los distintos tipos de fluidos
conocidos en su época y con las denominaciones que
entonces se conocían. Si dejamos al margen a los
sólidos y la distinción entre los sólidos y
los fluidos, la primera clasificación ya es sorprendente:
hay fluidos líquidos y fluidos "elásticos".

Estos últimos se entenderán mejor sin necesidad
de aportar explicaciones si pasamos inmediatamente a la
subclasificación que entre ellos establece Lamarck:
fluidos coercibles y fluidos sutiles. Los primeros los
llamaríamos hoy gases, esto
es, todos aquellos que pueden ser encerrados en un recipiente.
Los fluidos sutiles, por el contrario, no se pueden envasar
porque son penetrantes. Son los también llamados "fluidos
imponderables", es decir, los campos electromagnéticos
(incluida la luz) más
el calórico o energía cuyo papel el galvanismo
acababa de poner de manifiesto como una de las manifestaciones de
la interacción entre la materia inerte y la viva. Por lo
tanto, el concepto de medio en Lamarck es extraordinariamente
ambicioso y complejo. Pone de manifiesto un vasto campo de
investigación a caballo entre la física y la
biología, verdadera anticipación de muchos avances
posteriores. Desde luego no tiene nada que ver con el
reduccionismo con el que hoy se entiende el ambiente o las
circunstancias "exteriores", que apenas van más
allá de la geografía y la
meteorología. De la propia descripción que ofrece Lamarck se desprende
que el medio no es sólo externo sino interno,
anticipándose a las tesis de Claude Bernard acerca del
"medio interno" con las que surge la medicina moderna. En
realidad no hay tal separación entre lo externo y lo
interno porque los fluidos son penetrantes, entran y salen del
organismo, poniendo en comunicación al ser vivo con el medio. Por
lo tanto, es algo barroco y,
aunque no lo expresa así, rechaza el vacío (a
diferencia de Newton) porque los fluidos sutiles llenan el
planeta y la atmósfera y están en el interior de
los cuerpos vivos.

Lamarck utiliza el concepto de "intususcepción" que,
como tantos otros, se ha perdido irremisiblemente en la
biología moderna (87), pero desde el siglo XVIII fue clave
para entender la diferencias entre la materia orgánica y
la inorgánica, y desempeña un papel fundamental en
la comprensión de la teoría celular de Schwann. El
crecimiento de la materia inerte se produce por
yuxtaposición, por un incremento puramente cuantitativo y
exterior en donde más unidades de sustancia se suman a las
ya existentes, adhiriéndose a su superficie y sin
modificarse unas y otras por el hecho mismo de su
incorporación. Por el contrario, el desarrollo de la
materia viva se produce por intususcepción, es decir, por
asimilación de sustancias existentes en el medio
ambiente, incorporando materia extraña y
convirtiéndola en propia. Naturalmente, la
asimilación de nuevas sustancias supone la
desasimilación de otras, que son secretadas al exterior.
Con las sustancias ajenas el organismo vivo crea componentes
análogos a los suyos propios: se modifica a sí
mismo modificando la materia prima
que incorpora. Como decían los viejos fisiólogos,
es un desarrollo desde dentro hacia fuera estrechamente ligado a
la epigénesis. El metabolismo
transforma diariamente la materia inerte en materia
orgánica, en vida. El milagro de la creación se
repite cotidianamente sin requerir ninguna intervención
divina. El origen de la vida
tampoco, por lo que las dudas expuestas por las teorías
biogenéticas y los partidarios de la continuidad no pueden
resultar más infundadas: la materia viva siempre procede
de la inerte.

Además de fluidos, continúa Lamarck, el cuerpo
vivo tiene "partes contenedoras" a modo de recipientes en los que
se depositan los primeros. Son los órganos y los tejidos
celulares. Estos últimos son, de algún modo, la
ganga de la que se valen los fluidos contenidos para transmitir
el movimiento
(88). Los fluidos son la causa excitante de los movimientos
vitales de los cuerpos organizados. Así, la irritabilidad,
que es común a todos los seres vivos, no es producto de
ningún órgano en particular sino del "estado
químico" de las sustancias del organismo (89). Los fluidos
son los motores, y son
tan importantes que "sin ellos o al menos sin algunos de ellos el
fenómeno de la vida no se produciría en
ningún cuerpo" (90). Son a la vez concretos, diversos y
cambiantes, están en permanente actividad y
renovación. Al cambiar ellos cambian a su vez
continuamente los parámetros ambientales de temperatura,
luz, humedad, viento y cantidad de electricidad: "En
cada punto considerado de nuestro globo donde puedan penetrar la
luz, el calórico, la electricidad, etc., no se encuentran
allá dos instantes seguidos en la misma cantidad, en el
mismo estado y no conservan la misma intensidad de acción"
(91). El calórico cambia la densidad de las
capas de aire, la humedad de las partes bajas de la
atmósfera que desplazan la electricidad, la hace expansiva
o repulsiva (92). Otra función
trascendental que desempeñan los fluidos es la de
intercomunicación de los distintos órganos del
cuerpo entre sí. Lamarck relaciona esos fluidos, y
especialmente la electricidad, con el sistema nervioso:
por fluidos sutiles, dice, entiendo "las diferentes
modificaciones del fluido nervioso" (93) porque sólo
él tiene la rapidez necesaria de respuesta para establecer
la coordinación motora. Ahora bien, el
sistema
nervioso no sólo se manifiesta en la conducta externa
de los seres vivos sino también en las internas, de manera
que el "sentimiento" también es consecuencia del
movimiento de los fluidos.

Lamarck, pues, no era un ambientalista. En el naturalista
francés la escala progresiva de las especies es el
elemento fundamental, cuya diversidad no se puede explicar
recurriendo al ambiente: "La extrema diversidad de las
circunstancias en las cuales se encuentran las diferentes razas
de animales y vegetales no está de ningún modo en
relación con la composición creciente de la
organización entre ellos" (94). Según él, la
acción del medio sobre el organismo es indirecta y se
lleva a cabo a través del propio organismo: hay una
acción (del medio) y una reacción (del organismo).
La transformación requiere un cambio de
conducta previo a los cambios orgánicos. Comte
plagió esta concepción de Lamarck sin mencionarle
(95) y a finales del siglo Le Dantec definía la vida en
los mismos términos: "La vida de un ser viviente resulta
de dos factores: el ser y el medio. A cada instante el
fenómeno vital o funcionamiento no reside, ni
únicamente en el ser ni únicamente en el medio,
sino más bien en las relaciones actuales del ser y el
medio" (96). Las calificaciones habituales del lamarckismo como
una forma de ambientalismo son, pues, como poco, inexactas. El
único supuesto que Lamarck admite de acción directa
del medio es la generación espontánea, que
sólo alcanza a los infusorios.

El pensamiento de Lamarck tampoco es mecanicista: no hay
armonía entre el individuo y el
medio y, por tanto, no hay adaptación. La
concepción de que los seres vivos nacen adaptados al
entorno en el que deben desenvolverse es propia de las religiones;
por eso su concepción es estática.
Por el contrario, los transformistas observaron que la materia
viva es más reciente que la inerte, que surge de ella y,
por consiguiente, que debe adaptarse a ella. Sostienen, pues, una
concepción dinámica del universo. El medio más
que exterior es extraño a la especie y, además, al
ser efímero, exige un esfuerzo repetido y continuo de
adaptación materializado en costumbres, hábitos y
modos de vida. Su tesis, por tanto, remitía a dos factores
dialécticos simultáneamente: la práctica y
la interacción del individuo con el medio.

Darwin añadió a la concepción de medio en
Lamarck la interacción de los individuos entre sí a
través del medio. éste es el que pone en contacto a
los organismos vivos. Para Darwin el entorno es otro ser vivo, un
depredador o una presa, la lucha por la existencia y la
competencia. El centro de la relación se entabla entre
unos seres vivos y otros. Esta concepción -ya apuntada por
Lamarck- es una aplicación del maltusianismo a la
naturaleza: los seres vivos se reproducen hasta un punto en el
que no todos pueden sobrevivir por las limitaciones del entorno,
momento a partir del cual entran en una lucha interna en donde el
más apto sobrevive y el débil perece. En numerosas
ocasiones Darwin lo expone crudamente, afirmando que los lobos
más feroces tienen más posibilidades de sobrevivir
y equiparando la selección natural a la guerra. Pero
otras veces suaviza su expresión: "Cuando reflexionamos
sobre esta lucha nos podemos consolar con completa seguridad de que
la guerra en la naturaleza no es incesante, que no se siente
ningún miedo, que la muerte es
generalmente rápida, y que el vigoroso, el sano y el feliz
sobrevive y se multiplica". Sin embargo, la clave es que en
Darwin, como él mismo dijo, la lucha por la existencia
tiene un sentido amplio y metafórico; significa la mutua
dependencia de los seres vivos entre sí, su
interrelación (97). Es lo que algunos historiadores de la
biología como C. U. M. Smith reprochan a Lamarck
(exclusivamente a Lamarck, en ningún caso a Darwin): su
concepción ("invención", la califican) es
profundamente diferente de la "nuestra" porque reconoce la
interacción universal de todos los seres vivos. En los
viejos biólogos pre positivistas el medio
transmitía esa interacción mutua: "Lamarck
veía a los organismos a la luz de toda la tradición
antigua", concluye Smith en tono de reproche (98). Sin embargo,
la microbiología no sólo no ha
rechazado sino que es la más concluyente
demostración de la plena modernidad de las
"antiguas" concepciones aristotélicas sobre el medio:
"Todo se encuentra inmerso en lo demás" (99). Los virus y bacterias
no sólo pueblan el aire, el agua y el
suelo sino que
colonizan los tejidos internos de todos los seres vivos.

A mayor abundancia, en Darwin la interacción mutua de
los seres vivos no es más que un supuesto de lo que,
inspirado por Lamarck y Cuvier, califica como el "bien conocido
principio del desarrollo correlativo", esto es, que las
diferentes partes de un organismo no se desarrollan por separado
sino acompasadamente: "Con esta expresión quiero decir que
toda la organización está tan enteramente ligada
entre sí durante el crecimiento y desarrollo que cuando
ocurren pequeñas variaciones en alguna parte y son
acumuladas por la selección natural, llegan a modificarse
otras partes. Este es un asunto importantísimo, que ha
sido muy imperfectamente entendido, y en el que sin duda dos
clases de hechos completamente diferentes pueden ser confundidos
del todo. Veremos ahora que la simple herencia da frecuentemente
una apariencia falsa de correlación" (100). Por
consiguiente, los seres vivos se influyen mutuamente, lo mismo
que las distintas partes de un mismo organismo vivo. La
bipedestación no sólo modificó las
extremidades inferiores de los homínidos sino la
musculatura, la columna vertebral, el cráneo, la cadera y
la pelvis y, en definitiva, todos los miembros y articulaciones de
su cuerpo. Las extremidades anteriores (manos) se transformaron
en superiores y se pudieron utilizar para agarrar alimentos o
fabricar herramientas.
El pulgar, opuesto a los restantes dedos, se hizo más
largo en relación con el resto de los dedos; las
uñas se redujeron y la piel de los
dedos, en especial de las yemas, acumuló mayor cantidad de
terminaciones sensoriales, haciéndose muy sensible. Las
manos se fueron haciendo menos toscas y los dedos más
finos.

Los neo darwinistas han divulgado una visión
distorsionada de la concepción de Darwin, ceñida a
la selección natural de manera exclusiva y excluyente.
Pero para que haya selección tiene que haber materia prima
sobre la que poder seleccionar y en Darwin la tendencia a la
variación está promovida por diferentes causas, una
de las cuales son precisamente las condiciones de vida:
"Consideraciones como ésta me inclinan a conceder menos
peso a la acción directa de las condiciones de
ambientales, que a una tendencia a variar debida a causas que
ignoramos por completo" (101). La selección natural
también está ligada a las condiciones ambientales:
"Cuando una variación ofrece la más pequeña
utilidad a un
ser cualquiera, no podemos decir cuánto hay que atribuir a
la acción acumulativa de la selección natural y
cuánto a la acción definida de las condiciones de
vida". Ambos factores, pues, no son contradictorios sino
complementarios: "Es muy difícil precisar hasta qué
punto el cambio de condiciones tales como las de clima, alimentos,
etc. han obrado de un modo determinado. Hay motivos para creer
que en el transcurso del tiempo los efectos han sido mayores de
lo que puede probarse con clara evidencia. Pero seguramente
podemos sacar la conclusión de que no pueden atribuirse
simplemente a esta acción las complejas e innumerables
coadaptaciones de estructura entre diferentes seres
orgánicos por toda la naturaleza". Su formulación
está tomada casi literalmente de Lamarck; Darwin
también refiere la concurrencia de dos factores: las
condiciones de vida y el organismo, "que es el más
importante de los dos". Casi al final de su vida, en una carta a Moritz
Wagner escrita en 1868 Darwin escribía: "En mi
opinión, el mayor error que he cometido ha sido no
conceder suficiente peso a la acción directa del medio
ambiente, por ejemplo, a la comida y el clima, independientemente
de la selección natural. Cuando escribí "El origen"
y durante algunos años después, encontré
pocas buenas evidencias de
la acción directa del medio ambiente; ahora hay una gran
cantidad de evidencias". Por tanto, Darwin no contradice a
Lamarck sino que continúa su obra, a la que añade
la selección natural, verdadero núcleo del
darwinismo (y nunca con el carácter de factor causal
único).

En 1838 Comte, el fundador del positivismo,
convierte al medio en una noción abstracta y universal:
por un lado, es el "fluido" en el que el organismo está
sumergido y, por el otro, es el conjunto total de circunstancias
"exteriores" que son necesarias para la existencia de un
determinado organismo. Es continuo y homogéneo, un sistema
de relaciones sin soporte, el anonimato donde se disuelven los
organismos singulares. Según el filósofo
francés "el modo de existencia de los cuerpos vivos
está, por el contrario, netamente caracterizado por una
dependencia extremadamente estrecha de las influencias
exteriores" (102). Siguiendo a Descartes,
continuó con un dualismo mecanicista: organismo y medio, o
materia viva y materia inerte (103). Comte y su seguidor Segond
hablaron de la necesidad de elaborar una "teoría general
del medio" enfocada -además- de una manera "abstracta". El
medio ya no es algo relativo sino absoluto: un determinado factor
es interno o externo, subjetivo u objetivo; no
puede ser ambas cosas a la vez, ni puede ser de una forma a
determinados efectos y de otra a otros. El positivismo busca
explicaciones metafísicas: las bacterias que pueblan
nuestro intestino y contribuyen al metabolismo, ¿forman
parte de nuestro propio organismo? ¿son externas a
él? El medio de los positivistas no pone a las especies en
contacto entre sí, no es un vehículo de
comunicación. Los biólogos ambientalistas de
mediados del siglo XIX no eran lamarckistas sino positivistas:
siguieron a Comte, algo perceptible en Geoffroy Saint-Hilaire y
Pierre Trémaux. Por un lado, el sujeto pasivo que sufre
las inclemencias del medio es la tabla rasa empirista. Por el
otro, forjaron una concepción prefabricada del medio, unos
molinos de viento ideados para soportar todos los golpes de la
crítica
posterior. Ese medio es exterior, inalcanzable: la temperatura
ambiental, el clima, la humedad, el viento, el suelo, la lluvia,
etc. Sin duda todo eso es el medio, pero los vegetales
constituyen el alimento de los animales; a su vez, algunos
animales son el alimento de otros. En algunos casos, pues, la
vegetación no es el sujeto sino el medio
porque las nociones de sujeto y de medio son relativas. La
teoría de la cadena alimentaria demuestra la unidad de la
naturaleza y, por tanto, la interacción de todos los
elementos que la componen, que unas veces se pueden considerar
como sujetos y otra como medios. Para una hormiga las
demás hormigas con las que convive también son un
medio. Tampoco deberían caber dudas de que los virus
forman parte de ese mismo medio, que no es exterior sino que
también es interior. Por eso al menos una parte del genoma
de los animales superiores no lo hemos recibido de nuestros
ancestros sino que es de origen viral, algo externo que se ha
convertido en interno.

La noción de "carácter" se creó a efectos
de clasificación de las especies, expresión extrema
de la biodiversidad de los seres vivos. Condujo la
atención de la biología hacia la variabilidad
descuidando su opuesto, la unidad de tipo. Por carácter se
entendía todo aquello capaz de diferenciar a un organismo
de otro de la misma especie, es decir, aquellos rasgos aparentes
y exteriores que lo individualizaban. De ese modo se
convirtió en un saco sin fondo en el que se incluyeron los
rasgos corporales, desde los morfológicos, hasta los
fisiológicos y anatómicos. Esos rasgos se
caracterizaban por su superficialidad: no definían a la
especie como colectivo sino que se añadían a las
características propias de ella. Se consideraron como
caracteres los rasgos sicológicos, los comportamientos y,
sobre todo, las enfermedades. Especialmente
las patologías (mutilaciones, deformidades) se
convirtieron en el centro de la atención de los
biólogos. No sólo se mezclaba lo esencial con lo
accesorio sino, además, lo típico con lo
mórbido, poniendo todo ello en el mismo plano y creando
así un galimatías que luego favoreció las
críticas a la herencia de los "caracteres" adquiridos.
Cualquiera que fuese su naturaleza, todos los caracteres
obedecían a los mismos determinantes, de manera que si
eran hereditarios, lo eran de la misma forma. Se heredaba igual
el pulmón que el intelecto, el sexo que la
enfermedad; no parecía haber diferencia entre el hecho de
que el hombre fuera
un animal de sangre caliente o que su sangre fuera del grupo AB.
Ahora bien, aunque los mamíferos se puedan subclasificar de muchas
formas, ninguna de ellas excusa la necesidad de tomar en
consideración que todas tienen en común el hecho de
compartir elementos comunes. La diversidad no excluye la unidad
(de nuevo la unitas complex).

Esta concepción es muy diferente de la de Lamarck, e
incluso de la de Darwin. Si es posible imaginar que el
francés aludiera a un carácter, la mención
habría que entenderla referida a uno de los que se deben
tener en cuenta en la clasificación de las especies, es
decir, a un órgano determinante, no al color de las alas
de las mariposas sino al hecho de que las mariposas tienen alas.
Como consecuencia de la interacción entre el medio y el
organismo, en la obra de Lamarck la fisiología va por delante de la anatomía. Predomina
la idea dinámica de función, es decir, de
hábitos, modos de vida, uso y desuso: "Las diferencias en
los hábitos de los animales ocasionaron sus
órganos" y su empleo
frecuente los modifican (104). Es otra de esas tesis que confiere
a su teoría, y en parte también a la de Darwin, un
cierto carácter tendencial o finalista que, sin embargo,
Lamarck repudió explícitamente. Como bien
decía Gould, es una forma de argumentar muy poco
intuitiva, lo que dio lugar a que Faustino Cordón
preguntara: ¿cómo concebir una función sin
su órgano correspondiente? El órgano, decía
Cordón, tiene que ser anterior a la función (105).
No obstante, aquí la intuición propicia el
equívoco porque desde las más primitivas
sociedades, en cualquier colectividad humana la práctica
demuestra que los organismos e instituciones
aparecen después de las necesidades a las que tratan de
responder. Lo mismo sucede en la naturaleza, donde Lamarck no
sólo analiza la escala evolutiva con una lógica
inversa a la histórica, sino que además utiliza la
degradación de la organización como
expresión visible del empobrecimiento de facultades de los
seres vivos conforme se desciende por dicha escala. El
órgano revela la función pero ésta explica
aquel.

Es imposible entender a Lamarck sin poner sus tesis siempre en
relación con la escala progresiva de las especies. Los
órganos surgen unos después de los otros, se
especializan y perfeccionan sucesivamente de manera que al
descender en la escala se aprecia que a los seres inferiores les
faltan órganos y, por lo tanto, no pueden
desempeñar determinadas funciones. En
ocasiones un único órgano no especializado puede
desempeñar funciones diversas: es el caso de los dos
hemisferios del cerebro, que
desempeñan funciones bien distintas. En otras ocasiones,
hay determinadas funciones, como la homeóstasis, que no se
pueden adscribir a ningún órgano. A medida que
descendemos en la escala los órganos desaparecen pero las
funciones no desaparecen con ellos sino de una manera más
lenta. Así, los seres vivos se reproducen pero no todos
ellos disponen de órganos específicos para cumplir
esa función. Los infusorios, por ejemplo, se reproducen
con todo su cuerpo. Ahora bien, eso es posible porque la
reproducción es una función elemental inherente a
la vida, por lo que no se puede decir que los animales inferiores
pueden desempeñar las mismas funciones que se observan en
los superiores con la totalidad de su cuerpo. Para
desempeñar determinadas funciones deben existir
determinados órganos; una parte del cuerpo no puede
cumplir la función del cuerpo entero (106).

Apoyándose en la tesis lamarckista del desuso, en 1893
Robert Wiedersheim publicó una lista de 86 órganos
humanos que a lo largo de la evolución habían
perdido su funcionalidad, convirtiéndose en vestigios
(107). Uno de los casos más conocidos son los terceros
molares (cordales o muelas del juicio). En el pasado cumplieron
una función muy importante, cuando los alimentos se
comían crudos y había que masticarlos lentamente.
Con el fuego los alimentos empezaron a cocinarse, se
reblandecieron y las muelas del juicio dejaron de cumplir su
papel. Actualmente entre un 10 y un 30 por ciento de los seres
humanos nacen ya sin esas muelas. El apéndice es otro
vestigio evolutivo que indica el pasado herbívoro de los
seres humanos. Tenía como función almacenar
celulosa para
ser digerida por bacterias. Pero el hombre es incapaz actualmente
de digerir la celulosa, por lo que se trata de un órgano
sin función. El coxis, el último hueso de la
columna vertebral de los humanos, es un vestigio de la cola que
poseían nuestros antecedentes cuando se desplazaban por
las ramas de los árboles. Con la bipedestación la
cola devino innecesaria y ha ido desapareciendo. A pesar de ello,
hasta comienzos de la octava semana de gestación los
embriones humanos poseen cola, e incluso se conocen de casos de
niños
que nacen con una cola rudimentaria.

La tesis del uso y desuso hay que acompañarla del
principio del desarrollo correlativo entre los diferentes
órganos. Así, la ambliopía (defecto ocular
conocido coloquialmente como "ojo vago") es una pérdida de
agudeza visual producida por la falta de uso de un ojo durante la
infancia. La
visión no es una facultad sensorial innata; aunque tienen
ojos, los niños nacen casi ciegos. Su agudeza visual es
inferior al cinco por ciento. La visión es una facultad
adquirida, un aprendizaje que
se desarrolla durante la infancia y se prolonga durante varios
años. El niño aprende a ver interactuando con el
medio que le rodea. La agudeza visual alcanza su plenitud entre
los 4 y 6 años de edad, aunque puede prolongarse hasta los
8. La ambliopía aparece cuando el cerebro y los ojos no
funcionan coordinadamente porque aquel favorece a uno de estos en
detrimento del otro. El ojo preferido desarrolla una
visión normal pero como el cerebro ignora al otro, la
capacidad de visión de la persona no se
desarrolla normalmente. Sin embargo, no hay nada en el ojo vago,
ninguna lesión orgánica que justifique su falta de
agudeza visual. Un ojo vago es igual a un ojo normal.
Trasplantado al cuerpo de otra persona vería
correctamente. Por lo tanto, el fallo no está en el ojo
sino en el cerebro, que no aprendió a ver con el ojo
durante la infancia. La ambliopía es, pues, una
disfunción ocasionada por el desuso (el órgano no
desempeña la función prevista), o lo que es lo
mismo, por la falta de correlación entre el cerebro y
ambos ojos.

La función no sólo crea un órgano sino
que modifica los ya existentes. Se pueden encontrar ejemplos
rebuscados y otros más toscos. Por ejemplo, en la sociedad
actual el sedentarismo ha conducido a que los médicos
recomienden el ejercicio físico, lo que reviste tal
importancia que los gimnasios han proliferado en las
últimas décadas. Apenas cabe un ejemplo más
visual del uso y desuso lamarckista que las calles pobladas de
corredores y los maratones populares. Pero el ejercicio
físico no sólo desarrolla algunos músculos concretos sino que es
imprescindible para mantener un mínimo tono vital en el
organismo entero y prevenir numerosas enfermedades. El cuerpo
vivo no conoce el reposo, escribía Le Dantec (108). El uso
y desuso lo cambian casi todo. Experimentos
recientes demuestran que el ejercicio físico favorece
incluso la regeneración de las neuronas cerebrales.
También aquí algunas exposiciones de los manuales
constituyen una grotesca simplificación. Por ejemplo, la
innovación más importante en el
desarrollo de los homínidos fue la bipedestación.
Pero, aunque no se ponga de manifiesto, la bipedestación
no es más que un supuesto de uso y desuso, o mejor dicho,
de cambio de uso, de un uso diferente de un órgano
previamente existente: las extremidades posteriores se
transformaron en inferiores. Los simios no son cuadrúpedos
sino cuadrumanos; caminan sobre sus cuatro manos. Además,
hay que poner de manifiesto que la bipedestación no es una
mera estación erecta, la capacidad del hombre para
permanecer erguido, sino que se trata de la nueva capacidad de
marchar erguido, es decir, de andar y correr. Los cambios en la
musculatura y la osamenta no se adaptaron a una nueva
posición estática sino a un uso diferente: el
movimiento. Si el cambio hubiera consistido en la
estática, las modificaciones anatómicas hubieran
sido otras.

Del ejercicio físico se puede pasar a recordar lo que
Ramón y Cajal llamaba la "gimnasia mental",
que es otro ejemplo de uso de un órgano, en este caso del
cerebro: "El ejercicio mental suscita en las regiones cerebrales
más solicitadas un mayor desarrollo del aparato
protoplasmático [dendrítico] y del sistema de
colaterales nerviosas. De esta suerte las asociaciones ya
establecidas entre ciertos grupos de células se
vigorizarían notablemente por medio de la
multiplicación de las ramitas terminales de los
apéndices protoplasmáticos y de las colaterales
nerviosas; pero, además, gracias a la neo formación
de colaterales y de expansiones protoplasmáticas,
podrían establecerse conexiones intercelulares
completamente nuevas" (109).

Otro ejemplo de la importancia del uso es el sistema
inmunitario, que funciona reactivamente frente al medio externo.
Los mamíferos elaboramos anticuerpos al entrar en contacto
con cualquier elemento patógeno procedente del exterior
(bacterias, virus, parásitos, alérgenos). La
presencia de determinados anticuerpos en nuestro organismo
permite inducir que hemos estado en contacto con una determinada
enfermedad y la hemos superado. El sistema inmunitario se
fortalece con el tiempo al contacto con los patógenos y
dispone de una especie de "memoria" capaz de
"recordar" las agresiones anteriores para responder frente a
ellas. De ahí que, nada más nacer, los peligros
más importantes dimanan de la falta de desarrollo del
sistema inmunitario porque el organismo procede de un medio
estéril e inocuo. En esas fases tempranas, el organismo es
extremadamente sensible a las infecciones. Para acelerar el
desarrollo del sistema inmune, a los niños se les inyectan
vacunas como
medida preventiva que les pone en contacto con los
patógenos. Por lo tanto, la inmunidad no es una defensa
con la cual se nace sino que se adquiere con el uso;
además, es específica: sólo previene contra
aquellas infecciones con las que ya hemos estado en contacto
previamente. Si vamos a viajar a un país extranjero
necesitamos vacunarnos para entrenar al organismo a prevenir
determinadas enfermedades con las que no ha tenido ocasión
de entrar en contacto. Finalmente, el sistema inmune es un espejo
del medio exterior y, por consiguiente, cambia de unas a otras
regiones del mundo, del medio urbano al rural, de los climas
secos a los húmedos, de los trópicos a los
círculos polares, etc.

Darwin también defendió la tesis
lamarckista del uso y desuso, dándoles carácter
hereditario: "El uso ha fortalecido y desarrollado ciertos
órganos en nuestros animales domésticos […] El
desuso los disminuye y […] estas modificaciones son
hereditarias […] En suma, podemos sacar la conclusión de
que el hábito, o sea, el uso y desuso, han jugado en
algunos casos un papel importante en la modificación de la
constitución y estructura, pero que sus
efectos a menudo se han combinado ampliamente con la
selección natural de variaciones congénitas y a
veces han sido dominados por ella" (110). Por su parte, Engels
reiteró la noción de que "la necesidad crea el
órgano" y concretó la tesis del uso y desuso en la
noción de trabajo como
factor clave en la transición del mono al hombre. Al
caminar en bipedestación, la mano del simio quedó
liberada, pudiendo ser utilizada para usos diferentes y
alcanzando una mayor destreza y flexibilidad que se
transmitió hereditariamente. Pero la mano, añade
Engels, no es sólo el órgano del trabajo sino el
producto del trabajo y sus progresos se transmitieron a todos los
demás órganos del cuerpo, según la ley de la
correlación de Darwin, especialmente al cerebro. El hombre
aprendió a fabricar herramientas, verdadero comienzo del
trabajo en sentido estricto. Con ellas aprendió a pescar y
cazar, por lo que cambió su alimentación, su
dentadura y hasta la composición química de la
sangre (111).

Hoy la noción de "carácter" ha
suplantado el viejo recurso a la conducta animal, cuyo estudio ha
desaparecido del horizonte mismo de la ciencia de la vida. Las
menciones al "uso y desuso" de los órganos sólo se
recuerdan para presentar la concepción de Lamarck como si
se tratara de una antigualla superada por la biología.
Pero en aquella época la alusión al modo de vida,
el comportamiento, las costumbres, etc.,
constituía la parte más importante de la
biología. Incluso se identificaba a los seres vivos por el
movimiento, por el cambio, el crecimiento y el desarrollo. El
reduccionismo aún no se había impuesto y los
biólogos no pretendían buscar causas que lo
explicaran todo de manera excluyente. De ahí que para
Lamarck el "uso y desuso" sea "uno de los más poderosos
medios" de diversificación, aunque en ningún caso
el único. En este punto Darwin, como en tantos otros, fue
también uno de los más contumaces lamarckistas
(112):

— en "El origen de las especies" dedica un
capítulo completo al instinto — en "El origen del
hombre" le dedicó nada menos que tres
capítulos, dos a la comparación de las facultades
intelectuales
en los animales y en el hombre, y otro más a la diferencia
de facultades entre los salvajes y los civilizados —
escribió en 1862 una obra titulada "Los movimientos y las
costumbres en las plantas
trepadoras" — dedicó una obra entera, titulada "La
expresión de las emociones en los
animales y el hombre", a estudiar la conducta animal — hay
una obra póstuma suya dedicada al instinto.

Las tesis que Darwin defiende en esas obras son
dos: primera, que los hábitos están sujetos a la
selección natural y, segunda, que son hereditarias, es
decir, otro supuesto más de herencia de los caracteres
adquiridos. De ahí que estas cuestiones ya no interese a
algunos airearlas; afean el dogma neo darwinista y ponen al
desnudo la manera en que los discípulos acomodan las
enseñanzas de su maestro a sus propias convicciones,
tratando de hacerlas pasar como si hubieran salido de la misma
pluma del británico. Hoy estas cuestiones ya sólo
se estudian ocasionalmente en las facultades de sicología,
por lo que los biólogos las han perdido de vista y eso
facilita las versiones que vienen pregonando los mendelistas
acerca tanto de Lamarck como de Darwin. De todo el lastre que la
biología ha lanzado por la borda sólo queda la
noción de "carácter", cuyo origen es
sicológico; el resto no interesa. De este modo,
completamente fuera de contexto, el concepto de "carácter"
devino maleable: con él se podía decir cualquier
cosa acerca de cualquier cosa. A partir de la ruptura entre la
biología y la sicología, los caminos se separaron
cada vez más hasta convertir la ciencia en el discurso de un
esquizofrénico. En biología (casi) nadie quiere
saber nada de ambientalismo ni de conducta, mientras que en
sicología las tesis conductistas y ambientalistas han
inspirado algunas de sus corrientes más influyentes, cuyas
previsiones se han visto respaldadas por una amplia
experimentación. Aquí apenas podemos enumerarlas.
En primer lugar están los rusos I. M. Sechenov (1829-1905)
e I. P. Pavlov (1849-1936) cuya teoría de los reflejos se
fundamenta en la interrelación entre el organismo y el
medio. En segundo lugar, entre otros, está el
estadounidense J. M. Baldwin (1861-1934), cuyos presupuestos
de partida son los mismos de Lamarck, con el añadido de
que no se conformó con poner a la conducta (uso y desuso)
en el centro de la sicología sino que la reintrodujo en la
biología, creando una teoría de la evolución
ontogenética o herencia orgánica (113). En tercer
lugar está el suizo Jean Piaget,
que empezó como biólogo y acabó como
sicólogo, resultando su obra, especialmente "El
comportamiento, motor de la
evolución", absolutamente ignorada por los naturalistas.
Además, tanto Pavlov como Baldwin admitieron la
heredabilidad de los "caracteres" adquiridos; en un caso los
reflejos condicionados se transformaban en incondicionados; en
otro el aprendizaje en
instinto (efecto Baldwin).

La noción de carácter sufrió una profunda
ruptura en 1883 cuando Weismann separó el cuerpo en dos
universos separados, el germen y "todo lo demás",
reforzada en 1900 por el redescubrimiento de Mendel que
dará lugar en 1911 a la conocida escisión entre el
genotipo y fenotipo de la que el botánico danés
Wilhelm Johannsen (1857-1927) comenzó a hablar. Se
acabó así con el mandato bíblico: "creced y
multiplicaos". Desaparece la transformación, el
movimiento, y sólo queda la multiplicación, la
reproducción. Desaparecen los cambios cualitativos y
sólo quedan los cuantitativos. Con el nuevo siglo ya no
tiene sentido hablar de herencia de los caracteres adquiridos…
siempre que se acepte tal escisión metafísica
y exactamente en la forma metafísica en que se
estableció. El vuelco en la biología fue un
innegable avance porque introdujo un componente analítico
fecundo en lo que hasta entonces era un revoltijo; no obstante,
si bien se puede decir que superó la confusión
existente, también creó otra confusión que
se ha prolongado durante el siglo siguiente. El remedio fue peor
que la enfermedad.

No menos confusa era el modo de acción del medio sobre
los organismos. Desde mediados del siglo XIX los biólogos
positivistas y ambientalistas, hablaron de una supuesta
acción directa que Lamarck nunca admitió.
Inmediatamente después de aludir al clima y a las
circunstancias ambientales Lamarck advierte claramente:
"Ciertamente si se tomasen estas expresiones al pie de la letra,
se me atribuiría un error, porque cualesquiera que puedan
ser las circunstancias, no operan directamente sobre la forma y
sobre la organización de los animales ninguna
modificación. Pero grandes cambios en las circunstancias
producen en los animales grandes cambios en sus necesidades y
tales cambios en ellas las producen necesariamente en las
acciones.
Luego si las nuevas necesidades llegan a ser constantes o muy
durables, los animales adquieren entonces nuevos hábitos,
que son tan durables como las necesidades que los han hecho
nacer" (114). En consecuencia, la influencia ambiental ejerce un
papel secundario e indirecto: influye principalmente sobre los
órganos menos importantes del cuerpo. Los órganos
no esenciales están más influenciados por las
condiciones ambientales: "Es preciso, para modificar cada sistema
interior de organización, un concurso de circunstancias
más influyentes y de más larga duración que
para alterar y cambiar los órganos exteriores" (115).
Ahora bien, según la concepción positivista, el
medio incide en los organismos vivos del mismo modo que las balas
en una diana: todas dan en el blanco, de idéntica manera y
con los mismos resultados. Era una concepción determinista
que derivaba de la predestinación bíblica por
intermedio de la astrología. Por eso cuando a los
botánicos y agrónomos se les preguntaba por el
clima miraban al cielo: el clima de la próxima
estación estaba en las estrellas o en los astros.
¿Habrá un buena cosecha? El fatalismo está
escrito en el cielo, cuya influencia sobre la tierra es
inevitable.

La diferencia entre caracteres adquiridos e innatos (o
congénitos) era igualmente confusa. Se llamaban adquiridos
aquellos rasgos que los ancestros no poseían aparentemente
y, por lo tanto, no podían transmitir; era innato todo
aquello que estaba previamente en el gameto (óvulo o
espermatozoide). En ocasiones esto daba lugar a un círculo
vicioso: lo innato es hereditario y lo hereditario es innato.
Desde el punto de vista de la sicología, esa misma
dualidad se estableció entre el instinto y el
hábito. En este deslinde metafísico es donde radica
la confusión. Los caracteres innatos, ¿lo fueron
siempre? ¿Desde el mismo origen del hombre? ¿Se
adquirieron en algún momento de la evolución?
¿O quizá también descienden del mono? Por
ejemplo: el músico, ¿nace o se hace? Para que haya
herencia de los caracteres adquiridos primero habrá que
entender que hay unos caracteres que son adquiridos y otros que
son innatos, que los caracteres adquiridos son de naturaleza
distinta de los innatos y, en fin, que hay una barrera
infranqueable entre ambos: si un carácter es adquirido no
puede ser innato y si es innato no puede ser adquirido. Pero eso
es una contradicción absoluta porque la herencia de los
caracteres adquiridos significa que los caracteres adquiridos han
dejado de serlo para convertirse en innatos. Lo que para una
generación es adquirido resulta innato para la siguiente.
Por eso ni Lamarck ni Darwin hablaron nunca de herencia de los
caracteres adquiridos. Por eso también un lamarckista como
Le Dantec defiende que "en lenguaje
riguroso, todo carácter es un carácter adquirido"
(116), un axioma muy arriesgado en el que lo importante es ese
"lenguaje riguroso" en el que está escrito.

El sobredimensionamiento del "carácter" en los discursos
mendelistas es claramente ideológico. La palabra
"carácter" proviene del griego, donde significa sello,
cuño o marchamo, que tiene un componente político:
están selladas las disposiciones y actos oficiales para
que no se puedan alterar. Sellado es otro vocablo contradictorio
que significa, a la vez, público y secreto. Puede
emplearse también con la idea de "cerrado". Por
consiguiente, con esa expresión lo que los mendelistas
pretenden inculcar es la ideología de la predestinación, que
en biología se suele denominar como preformismo. Se trata,
pues, de ideologías que son a la vez esencialistas e
individualistas, es decir, la construcción de una biología
antropomórfica que toma al ser humano como modelo de los
demás organismos vivos: cada ser humano "es" diferente y
lo que "es" (o deja de ser) lo lleva consigo desde el momento de
la fecundación (como una maldición o
una bendición), está configurado de una vez y para
siempre: no cambia, no se desarrolla, no está influido por
nada exterior. Los demás rasgos de la persona son
consecuencia de su carácter, de su exceso de
carácter, de su falta de carácter, de su buen
carácter o de su mal carácter. A partir de
aquí la metafísica positivista pregunta: el
carácter, ¿es innato o adquirido? Además
reclama respuestas unívocas, claras, terminantes:
sí o no. Los preformistas de viejo y nuevo cuño
(mendelistas) dirán que no hay nada en los hijos que no
estuviera en los padres; los empiristas, por el contrario,
pretenderán que "todo carácter es un
carácter adquirido".

Pero la contraposición absoluta entre lo hereditario y
lo adquirido es metafísica. Lysenko fue uno de los pocos
que, décadas después, supo apreciar esta
circunstancia: "No existe un carácter que sea
únicamente "hereditario" o "adquirido". Todo
carácter es resultado del desarrollo individual concreto de un
principio hereditario genérico (patrimonio
hereditario)" (117). Los caracteres no "son" ni dejan de "ser"
sino que se desarrollan (o se frustran). Por consiguiente, los
positivistas que sostienen que los organismos son "tabla rasa",
absolutamente moldeables, incurren en una concepción
unilateral, y los mendelistas que sostienen la
predestinación fatalista congénita, incurren en la
unilateralidad simétrica. Los caracteres se desarrollan en
la forma ya expuesta por Aristóteles, no partiendo de la
nada sino de la fase previamente alcanzada. A eso se
refería exactamente Lamarck cuando aludía a la
"potencia"
creadora de la naturaleza y eso es exactamente la biodiversidad:
la capacidad que tiene la naturaleza de desarrollarse en muchas
direcciones diferentes. Esa potencia crece con la propia
evolución o, mejor dicho, en eso consiste la
evolución.

Aunque erróneamente se asocia al nombre de Lamarck, la
herencia de los caracteres adquiridos era un recurso generalizado
entre todos los biólogos desde Buffon en el siglo XVIII
hasta 1883. Sin embargo, ha quedado definitivamente asociado a su
nombre como otra manera de caricaturizarle y ridiculizarle. Pero
hay algunos detalles sobre los que tampoco se ha puesto la debida
atención. En primer lugar, el enunciado mismo de la ley es
bien claro: "Todo lo que ha sido adquirido, trazado o cambiado en
la organización de los individuos durante el curso de su
vida, se conserva por la generación y transmite a los
nuevos individuos que provienen de los que han experimentado esos
cambios" (118). Por lo tanto, no se refería a las
modificaciones de cualquier clase de "caracteres" sino a aquellas
que se produjeran en los órganos de los individuos. En
segundo lugar, las modificaciones se propagan a la descendencia
siempre que ésta siga sometida a las mismas circunstancias
que las hicieron nacer en los progenitores (119). En tercer
lugar, la ley tiene una aplicación parcial, según
Lamarck, en un caso determinado: "En las fecundaciones sexuales,
mezclas entre
individuos que no han sufrido igualmente las mismas
modificaciones en su organización, parecen ofrecer alguna
excepción a los productos de
esta ley; porque esos individuos que han experimentado unos
cambios cualesquiera, no siempre los transmiten o no los
comunican más que parcialmente a los que producen. Pero es
fácil sentir que no hay ahí ninguna
excepción real; la misma ley no puede tener más que
una aplicación parcial o imperfecta en esas
circunstancias" (120). Por consiguiente, las modificaciones se
propagan por la herencia sólo si concurren en los dos
progenitores: "Todo cambio adquirido en un órgano por un
hábito sostenido para haberle operado, se conserva en
seguida por la generación, si es común a los
individuos que en la fecundación concurren juntos a la
reproducción de su especie. En suma, este cambio se
propaga y pasa así a todos los individuos que se suceden y
que se hallan sometidos a las mismas circunstancias, sin que se
hayan visto obligados a adquirirlo por la vía que
realmente lo ha creado". De ese modo, continúa Lamarck, el
mismo mecanismo de propagación de lo adquirido, la
generación, crea una tendencia que la contrarresta: "En
las reuniones reproductivas, las mezclas entre individuos que
tienen cualidades diferentes se oponen por necesidad a la
propagación constante de estas cualidades y formas. He
aquí lo que impide que, en el hombre, que está
sometido a tan diversas circunstancias como sobre él
influyen, las cualidades o defectuosidades accidentales que ha
adquirido se conservan y propagan por la generación. Pero
de las mezclas perpetuas, entre individuos que no tienen las
mismas particularidades de forma, hacen desaparecer todas las
particularidades adquiridas por circunstancias particulares. De
aquí se puede asegurar que si las distancias de
habitación no separasen a los hombres, las mezclas por la
generación harían desaparecer los caracteres
generales que distinguen a las diferentes naciones" (121). Esa
concepción, tan próxima a la moderna genética
de poblaciones, influyó en las obras pioneras de Pierre
Trémaux y Mauritz Wagner sobre especiación
alopátrica, pero nunca ha sido tomada en
consideración. No interesa. Ni Lamarck ni Trémaux
ni Wagner.

Todos los pioneros y máximos defensores de la
teoría de la evolución en el siglo XIX, sin
excepción (Darwin, Spencer, Huxley, Haeckel), defendieron
la tesis de la herencia de los caracteres adquiridos; es
más, la pusieron en un primer plano: herencia de los
caracteres adquiridos era sinónimo de evolución. El
problema del origen de las especies depende de la solución
que se le dé a esta cuestión. Herbert Spencer
escribió que "o ha habido herencia de los caracteres
adquiridos o no ha habido evolución", una tesis que, aun
compartiéndola, Michurin matizó (122). Sin la
herencia de los caracteres adquiridos la evolución es
imposible de explicar; con la herencia de los caracteres
adquiridos la evolución deviene un proceso claramente
comprensible. Para Haeckel era algo "inquebrantable" y
constituía "la hipótesis capital" de Darwin (123). Nadie
con más énfasis que éste insistió en
que cualquier carácter adquirido era heredable, como en el
caso de los hábitos, "que tienden probablemente a
convertirse en hereditarios" (124). En consecuencia, tampoco
contrapuso lo hereditario y lo adquirido. La
transformación del hábito en instinto es uno de los
motores más poderosos de la evolución. En
consecuencia, aunque los neo darwinistas reniegan de ello, Darwin
incorporó a su teoría científica de la
evolución de las especies la tesis de la herencia de los
caracteres adquiridos, a la que llamó "herencia con
modificaciones" por influencia de Treviranus y,
consiguientemente, mantuvo una noción de herencia que no
es meramente transmisora de lo ya existente, sino creadora y
acumulativa. Al heredarse los caracteres adquiridos, con el paso
del tiempo se acumulaban o añadían a un fondo
común, un proceso dialéctico en el que la herencia
no sólo reproduce sino que produce. Según esta
"herencia creadora" al futuro no se lega lo que se ha recibido
sino algo más, algo distinto, como Darwin expuso de una
manera muy clara:

La palabra herencia comprende dos elementos distintos: la
transmisión y el desarrollo de los caracteres. No
obstante, por ir generalmente juntos estos dos elementos suele
omitirse esta distinción. Mas esto es evidente en aquellos
caracteres que se transmiten en los primeros años de la
vida, pero que sólo se desarrollan en la edad madura o
acaso en la vejez;
también la vemos, y con más claridad, en los
caracteres sexuales secundarios, que si bien se transmiten en
ambos sexos sólo se desenvuelven en uno de ellos […]
Finalmente, en todos los casos de retroceso, los caracteres se
transmiten en dos, tres o muchas generaciones, para desarrollarse
después al hallar ciertas condiciones favorables que nos
son desconocidas. La distinción importante entre la
transmisión y el desarrollo quedará mejor grabada
en el entendimiento si recurrimos a la hipótesis de la pan
génesis; según ésta, cada unidad o celda
[célula]
del cuerpo despide ciertas yemecillas o átomos no
desarrollados que, transmitidos a los descendientes de ambos
sexos, se multiplican por división en varias partes. Puede
ser que queden sin adquirir plenamente las propiedades que le son
debidas durante los primeros años de la vida, y acaso
durante generaciones sucesivas, porque su transformación
en unidades o celdillas semejantes a aquellas de que se derivan
depende de su afinidad y unión con otras unidades o
células previamente desarrolladas por las leyes del
crecimiento (125).

A pesar de la claridad de esta concepción, verdadero
núcleo fundacional de la biología, el positivismo
y, más concretamente, Morgan acabarán con ella
apenas medio siglo después, abriendo un cúmulo de
equívocos de los que aún no ha logrado salir la
ciencia de la vida. Como veremos, Morgan -y con él la
teoría sintética- separará la
transmisión (genética) del desarrollo (embriología), imponiendo una línea
anti evolucionista en nombre del propio evolucionismo. Esa
concepción nada tiene que ver con Darwin, para quien el
desarrollo y la embriología son "uno de los asuntos
más importantes de toda la historia natural" (126). En
contra de este criterio, a partir de 1900 nace la teoría
de la división celular y de la herencia como "copia
perfecta" de un original previo. Al separar el genotipo del
fenotipo, la generación de la herencia, a finales del
siglo XIX la biología reintrodujo la metafísica
eleática: no se hereda lo nuevo, sólo lo viejo; la
herencia transmite lo que hay, que es lo que siempre hubo. Por lo
tanto, era una operación involucionista. La
evolución no se puede concebir más que dentro de un
proceso de cambio, dialécticamente. Si hasta 1883 los
ambientalistas plantearon, además de la generación
espontánea, que el organismo es una tabla rasa en donde el
ambiente imprime su huella como quien escribe sobre un folio en
blanco, a partir de aquella fecha las concepciones se volvieron
del revés y la herencia se puso en primer plano: existen
unos corpúsculos que se transmiten de manera inalterable
de padres a hijos a los que no les afecta nada ajeno a ellos
mismos y, sin embargo, son capaces de condicionar la
configuración de los seres vivos. Si hasta 1883 la
biología sostuvo que los caracteres adquiridos eran
heredables, a partir de entonces, con Weismann prevaleció
la concepción opuesta exactamente: ningún
carácter adquirido era heredable.

Este giro demostraba la inmadurez de esta ciencia, que
había reunido un enorme cúmulo de observaciones
dispersas relativas a especies muy diferentes (bacterias,
vegetales, peces,
reptiles, aves) que
habitan medios no menos diferentes (tierra, aire, agua,
parásitos), sin que paralelamente se hubieran propuesto
teorías, al menos sectoriales, capaces de explicarlas.
Sobre esas lagunas y tomando muchas veces en consideración
exclusivamente aspectos secundarios o casos particulares, los
positivistas han proyectado sus propias convicciones
ideológicas y, desde luego, han tomado como tesis lo que
no eran más que conjeturas. Pero no siempre es sencillo
separar una hipótesis (ideológica, religiosa,
política,
filosófica) del soporte científico sobre el que se
asienta.

La ideología
micromerista

Para un ciencia que estaba en sus inicios era inevitable
empezar poniendo el énfasis en el ambiente exterior, e
incluso identificar esa concepción con el fundador de la
misma, Lamarck. Pero a lo largo del siglo las alusiones
ambientalistas van a ser erradicadas de una manera tajante y, con
ellas, saldrá despedido de la biología aquel a
quien se imputaba su introducción: Lamarck. Me resulta imposible
descifrar -ni siquiera imaginar- los motivos por los que el
ambientalismo se imputó a Lamarck y no a Comte.
Quizá ello sea achacable a que muy pronto el positivismo
iba a tener un carácter dominante, hasta el punto de
identificarse con la ciencia y, por tanto, había que poner
a Comte más allá de cualquier crítica.

En cualquier caso, esa mistificación es equiparable a
las demás que se produjeron a finales del siglo XIX,
ninguna de las cuales tuvieron -como veremos- carácter
científico alguno, abriendo una etapa de la
biología repleta de paradojas y contradicciones que
aún no han sido ni siquiera despejadas. Así, no
cabe duda de que es una gran incongruencia de algunos partidarios
de la teoría sintética que, por un lado, rechazan
la influencia de los factores ambientales en la evolución
de las especies y, por el otro, recurren a las catástrofes
geológicas cuando sus postulados se encuentran ante un
callejón sin salida. Como antes le ocurrió a la
sicología, la ecología
crecerá como una disciplina
independiente de la biología, ambas mal articuladas entre
sí y, por consiguiente, sosteniendo tesis
contradictorias.

Por ejemplo, la edición digital de 5 de octubre de 2009
de la revista
Proceedings of the National Academy of Sciences
tituló así un artículo de dos investigadores
de la Universidad de
Kansas: "Un cambio climático pasado provocó el
enanismo de las lombrices de tierra y otros pobladores del
suelo". Del mismo modo en los manuales de ecología es
posible leer afirmaciones tales como que la "tensión
ambiental" produce nuevas especies y que el hombre es "producto"
de las glaciaciones (127). Si los ciclos climáticos no han
podido influenciar la evolución, como sostiene la
teoría sintética, no tienen sentido esas continuas
alusiones de los paleontólogos a las glaciaciones que ha
experimentado el planeta. Los manuales de biología y
genética de los mendelistas siguen de espaldas a la
realidad sin aludir para nada a ningún factor ambiental.
En ellos apenas encontramos algo más que las famosas
"mutaciones al azar", siempre referidas al genoma. Pese a ello,
los mendelistas nunca lograron erradicar al ambiente de la
biología sino que las referencias a su influjo se
utilizaron de una manera oportunista. En el caso de los dinosaurios,
los meteoritos no explican su vida pero sí su muerte (128),
si bien a fin de mantener la validez de los postulados anti
ambientalistas es imprescindible, a su vez, sacar a la muerte (a
las extinciones y a la enfermedad) de la biología y
llevarlos a los estudios de medicina.

En el nacimiento de la teoría de la evolución en
1800 las referencias a las circunstancias, al medio y al entorno
eran tan ambiguas como cualesquiera otras utilizadas en la
biología (y en la sociología), pero no son suficientes para
explicar el repudio que empezaron a desencadenar en un
determinado momento del siglo. Nos encontramos ante un caso
único en la ciencia cuya explicación
merecería reflexiones muchísimo más
profundas del cúmulo de las que se han venido exponiendo
durante cien años. Resultaría sencillo comprobar
que, además del estado inicial de la biología,
concurrían también factores ideológicos,
políticos y económicos para un rechazo tan
visceral. Las alusiones ambientalistas tenían un
componente corrosivo para una burguesía atemorizada por la
experiencia del siglo XIX. Sobre todo tras la I Internacional y
la Comuna de París, hablar del ambiente se hizo
especialmente peligroso, signo de obrerismo y de radicalismo, y
Lamarck era la referencia ineludible en ese tipo de
argumentaciones.

Entendido a la manera usual, el lamarckismo rompía la
individualidad clasista de la burguesía, la
disolvía en una marejada informe. Frente
al ambientalismo socialista, la burguesía comienza a
alterar los diccionarios y
a dar a la expresión "herencia" un contenido
semántico nuevo: primero tuvo un significado nobiliario
(feudal), luego económico (capitalista) y finalmente
biológico (imperialista). Pero, según los manuales
mendelistas, la esencia del fenómeno es idéntica:
cuando se hereda una casa cambian los propietarios pero no la
casa, de la misma manera que en la herencia biológica
cambian los cuerpos pero no los genes (129). En cierto modo es
otro neologismo cuya utilidad iba a ser la misma que el grupo
sanguíneo, la raza, el gen o las huellas dactilares.

La herencia es algo esencialmente individual, se ciñe a
los individuos de una especie, no a la especie misma y, desde
luego, tampoco al propio ambiente, que es colectivista por
antonomasia. Sin embargo, parece obvio constatar que la
introducción de una especie en un hábitat
que no es el suyo, modifica éste de manera radical y
definitiva. Si habitualmente no se considera este supuesto como
"herencia de un carácter adquirido" es porque, lo mismo
que el carácter, la expresión "herencia" se toma en
un sentido individual. ¿No es heredable el medio? Cuando
algunos simios comenzaron a caminar en bipedestación, no
se trató de una modificación del medio, ni del
organismo sino de ambas cosas a la vez y, desde luego, fue algo
heredado porque no vuelve a repetirse en cada generación.
Lo mismo cabe decir de la domesticación de algunos
animales por los seres humanos, que no sólo los
modificaron irreversiblemente sino que la especie humana
también quedó modificada junto con ellos.

Por ese motivo, lo mismo que Lysenko, Lamarck es otra figura
denostada y arrinconada en el baúl polvoriento de la
historia científica. Es muy extraño porque es
realmente difícil encontrar una rama del saber cuyo origen
deba tanto a un solo científico, como la biología
evolucionista debe a Lamarck. Me parece muy pertinente la
valoración que realizó Gould de la obra del
naturalista francés: "Una idea tan difusa y amplia como la
de evolución no puede reclamar un único iniciador o
punto de partida […] Pero Lamarck ocupa un lugar especial por
ser el primero en trascender la nota a pie de página, el
comentario periférico y el compromiso parcial, y en
formular un teoría de la evolución consistente y
completa: en palabras de Corsi, "la primera gran síntesis
evolucionista de la biología moderna"" (130). Naturalmente
que el olvido del naturalista francés no se puede atribuir
a la ignorancia porque incluso la ignorancia (que la hay) no es
aquí casual sino plenamente deliberada, es decir, que se
trata de un caso claro de censura académica. Por ejemplo,
en castellano de
toda la obra de Lamarck sólo se ha traducido la
"Filosofía zoológica", una tarea que se
llevó a cabo hace ya cien años para conmemorar el
centenario de su publicación. No hay traducciones de otras
obras y, naturalmente, Lysenko ni existe. Por eso cuando algunos
ensayos
critican a Lamarck o Lysenko, no aparecen citas textuales sino
vagas referencias, tópicos y lugares comunes que se
vierten en la medida en que se necesitan y en la forma en que se
necesitan. Lamarck marcó una pauta a la que
seguiría Lysenko: la "crítica" es tanto más
estridente cuanto más desconocido es aquello que se
"critica". Para poder divulgar tan infundadas "críticas"
hay que obstaculizar el acceso directo a las fuentes
originales. Es la mejor forma de preservar el engaño. En
2009 se conmemoró el 150 aniversario de la
publicación de "El origen de las especies" sin una sola
mención al 200 aniversario de la "Filosofía
zoológica", lo cual es bastante más significativo
que un simple descuido.

Lamarck y Lysenko son dos personalidades científicas
vilipendiadas y ridiculizadas aún hoy en los medios
científicos dominantes por los mismos motivos: porque
defienden la misma teoría de la heredabilidad de los
caracteres adquiridos. Pero hay algo más que une a Lysenko
con Lamarck: si aquel defendió la revolución
rusa, éste defendió la revolución
francesa y la reacción burguesa es rencorosa, no
olvida estas cosas fácilmente: "No sorprende que el
pensamiento lamarckiano haya influido sobre los pensadores
revolucionarios franceses y tampoco que haya sido la doctrina
oficial de Rusia en la
época (aproximadamente 1937-1964) en que la ciencia
agrícola estuvo dominada por las opiniones de Trofim
Denisovich Lysenko y los genetistas mendelianos se encontraban en
desgracia por creer en la desigualdad genética de los
hombres" (131). Los revolucionarios como Lamarck creen en la
igualdad de
todos los hombres; por eso murió en la miseria, ciego,
abandonado por todos y sus restos han desaparecido porque fueron
arrojados a una fosa común, mientras los de Darwin yacen
en el centro mismo de Londres, en la abadía de
Westminster, junto a los de Newton. Quizá porque Lamarck
no dedicó su obra a un príncipe, ni a un
marqués, ni a ningún potentado sino "al pueblo
francés", una dedicatoria nada habitual en los libros de
ciencia.

La biografía de Lamarck es tan sorprendente
-por lo menos- como su obra. La revolución
francesa había aupado a los científicos a las
más altas cumbres de la gloria política como nunca
se había visto anteriormente. Fueron adulados, agasajados
y recompensados en vida con cargos de responsabilidad, sueldos elevados y menciones
honoríficas, tanto durante la monarquía, como durante la
república, el consulado y todas las formas de
gobierno que se fueron sucediendo posteriormente.
Científicos como Laplace,
Lamarck o Cuvier mueren aproximadamente en las mismas fechas,
coincidiendo con la revolución de julio de 1830 que
inició en Francia el
reinado de Luis Felipe de Orleans. Todos ellos, excepto Lamarck,
estaban entonces en la cúspide de su gloria, disfrutando
de innumerables prebendas. Aunque ambos habían trabajado
juntos, Cuvier era una generación más joven que
Lamarck y cuando le encargan leer el discurso funerario de
éste, lo que prepara es una diatriba en toda regla contra
su viejo amigo y colega, "un panfleto tan magistral como
repugnante", en palabras de Gould (132). Afortunadamente Geoffroy
Saint-Hilaire logró impedir a última hora
tamaño despropósito. Sin embargo, no pudo impedir
que en lo sucesivo Lamarck fuera olvidado junto con sus
últimos restos y que él mismo se viera obligado a
mantener con Cuvier una agria polémica al año
siguiente. Los términos eran los mismos que luego se
reproducirían en 1900: ¿cambios cuantitativos y
graduales o saltos cualitativos y catástrofes? Lo mismo en
1830 que en 1900 bajo las catástrofes y mutaciones lo que
se ocultaban eran concepciones anti evolucionistas, como las de
Cuvier, De Vries o Bateson.

Cuando en 1856 aparecieron en Alemania los
primeros fósiles de neandertal Virchow negó que se
tratara de un antecedente humano: era un hombre pero deforme, un
monstruo. A Cuvier le corresponde una frase célebre de las
que deben pasar a la historia de los disparates
científicos: "El hombre fósil no existe" (133). A
pesar de ello, Cuvier ha pasado a la historia como uno de los
fundadores de la paleontología, mientras que Lamarck es
ajeno por completo a ella. Lamarck fue enterrado muy pronto
porque era la única manera de enterrar el
evolucionismo.

Los motivos de este funeral no son científicos sino
políticos. Nunca existió una autopsia que
diagnosticara cuáles eran las causas de la muerte
científica de Lamarck. El naturalista francés ni
siquiera era digno de una crítica porque la crítica
mantiene vivo el pensamiento del autor; el de Lamarck era mejor
olvidarlo. Las exequias científicas del francés las
llevaron a cabo políticos y no científicos, por
más que sus sepultureros ostentaran indiscutibles
títulos académicos. Lo mismo que Virchow, Cuvier
(1769-1832) era un político muy influyente en la corte de
Carlos X, de la que llegó a ser presidente del Consejo de
Estado. Ambos, Virchow en Alemania y Cuvier en Francia,
sólo fueron científicos durante su juventud; el
resto de sus vidas las dedicaron al ejercicio profesional de la
política, con una especial capacidad para influir sobre
los planes de educación, las
inversiones en
instituciones científicas, la financiación de
determinadas revistas, etc. Ambos, Virchow y Cuvier, eran anti
evolucionistas y esas concepciones fueron las que promocionaron
desde los cargos de responsabilidad que ocuparon. Virchow
advirtió del riesgo que
suponía para el capitalismo la
difusión del darwinismo, cuyas conclusiones eran
favorables al movimiento obrero. Consecuente con ello,
sugirió la posibilidad de limitar la enseñanza de las ciencias.
Engels había pronosticado que "si la reacción
triunfa en Alemania, los darwinistas serán, después
de los socialistas, sus primeras víctimas" (134). Sin
embargo, parece evidente concluir que el ostracismo de Lamarck -y
de las primeras concepciones evolucionistas- no se puede atribuir
exclusivamente a la labor de Cuvier sino a un cúmulo de
factores de todo tipo, ajenos a la ciencia misma, que
están en la sociología, la economía, la política y la cultura, en
general, así como en los derroteros que fueron
experimentando a lo largo del siglo.

Había que acabar con la maldición lamarckista y
el mal ambiente revolucionario del momento. A finales del siglo
XIX la burguesía tenía que dar un giro de 180
grados a su concepción de la biología: empezar de
dentro para ir hacia fuera. Es el papel que
desempeñó el micromerismo, una corriente
ideológica asociada al positivismo que trata de explicar
la materia viva a partir de sus elementos componentes más
simples. A partir de 1839, con el desarrollo de la teoría
celular, el micromerismo fue encontrando partículas cada
vez más pequeñas de la materia viva (núcleo,
cromosomas y
genes), reales o inventadas, sobre las que concentrar la
explicación de los fenómenos vitales.

El micromerismo se incuba a mediados del siglo XVIII por dos
vías diferentes. En Francia por el esfuerzo de Buffon para
trasladar a la biología la física de Newton y,
más concretamente, su atomismo. En Alemania y en
Maupertuis es consecuencia de la influencia de las mónadas
de Leibniz. Sin embargo, el micromerismo obtuvo su impulso
definitivo en la teoría celular, un extraordinario ejemplo
de la dinámica de los descubrimientos científicos
(135). La célula
era una partícula conocida desde el siglo XVII y a la que
Lamarck prestó una considerable atención en su
"Filosofía zoológica". Lo que en 1839 llevaron a
cabo Schleiden y Schwann no consistió, pues, en aportar un
nuevo descubrimiento sino en desarrollar una nueva teoría
en torno a algo ya conocido, la célula, poniéndola
en el primer plano de la fisiología de los seres vivos.
Engels destacó la teoría celular como uno de los
tres avances científicos más importantes del siglo
XIX. Pero la teoría celular de Schleiden y Schwann no es
la teoría celular de Virchow; la primera se expone en 1839
y la segunda en 1855; entre ambas, más que un breve lapso
temporal, lo que se levanta es el abismo de la revolución
de 1848, que marca el final
del romanticismo, del
idealismo
alemán y de la filosofía de la naturaleza, y el
comienzo de la era positivista.

Conviene aclarar las repercusiones de esta ruptura de 1848
sobre la teoría celular porque en ella se combinan
históricamente aspectos distintos a través de los
cuales Virchow deslizó sus propias convicciones
ideológicas. Comte fue un enemigo declarado tanto del
concepto de célula como de la teoría celular, de
manera que lo que Virchow logra es una componenda entre ambas
corrientes hasta entonces enfrentadas: el positivismo y la
teoría celular. Su éxito
es que a través del positivismo los científicos
incorporen para sí un concepto que hasta entonces les
parecía excesivamente filosófico. No obstante, para
lograrlo era imprescindible realizar una serie de retoques a la
teoría.

Lo mismo que en física, también en la
biología venían pugnando de antaño
concepciones tanto continuas como discontinuas. La teoría
de los fluidos vitales, aquella vieja teoría de los
humores procedente de la medicina hipocrática griega, se
basaba en la continuidad. Los fluidos o humores, especialmente la
sangre, eran los elementos que determinaban los caracteres del
organismo y ponían en relación entre sí a
sus diferentes componentes.

A diferencia de los sólidos, los líquidos
(plasma) pueden mezclarse y combinarse en cualquier
proporción y tienen un carácter originario. Un
organismo presentaba determinados rasgos característicos
como consecuencia de una determinada combinación de los
fluidos vitales, algo que ha trascendido al lenguaje coloquial
(buen humor, mal humor). Así, originariamente la
noción de protoplasma no era un componente de la
célula sino un fluido originario a partir del cual se
desarrollaban los organismos (136). Por lo tanto, hasta el siglo
XIX, quizá hasta la obra de Bichat (137), los fluidos
desempeñaban el papel que luego se atribuyó a los
genes. La pan génesis de Darwin, por ejemplo, formaba
parte de esa concepción continua, totalmente coherente con
el gradualismo de su teoría evolutiva. En la mayor parte
de los estudios sobre el origen de la vida, tanto en
biología como en cosmología, es frecuente emplear
las expresiones "caldo" o "sopa" para aludir a una supuesta
sustancia líquida -caliente y originaria- cuyos
precedentes están en la teoría de los humores.

Con su teoría celular Schleiden y Schwann no
sólo no modifican esa concepción continua sino que
la conciben dialécticamente, es decir, integran la
continuidad con la discontinuidad característica de las
células como unidades complejas de todos los organismos
vivos. Esa integración es clara cuando el protoplasma
se concibe no sólo como una parte integrante de la
célula sino como la parte decisiva de ella porque es el
componente originario. Según Schwann las células no
eran originarias sino que procedían de un blastema o
retoño primitivo. De una forma transfigurada, esa misma
concepción adquiere hoy una nueva forma trascendental para
la teoría de la evolución: la del paso de las
células procariotas, sin núcleo definido, a las
eucariotas o células nucleadas. Si bien tampoco se conoce
con certeza el modo en que ese salto se produjo, lo que parece
indudable es, sin embargo, que existió y, por tanto, que
las células procariotas son antecedentes de las
eucariotas. Esto indicaría que la concepción de
Schwann sería correcta.

La teoría celular Schleiden y Schwann expresa la unidad
de la diversidad, es decir que, junto al concepto de "unidad de
tipo" que luego defenderá Darwin, reconduce la gigantesca
multiplicidad de los seres vivos, animales y plantas, a un
único componente: la célula. Los seres vivos son
todos ellos diferentes pero todos ellos se componen
también de células similares, que desempeñan
funciones similares, se duplican de manera similar, etc. La
teoría celular descubre la unidad interna de la materia
viva en medio de la gigantesca biodiversidad, reconduce la enorme
multiplicidad de animales y plantas a un componente común
a todos los seres vivos. Pese a sus enormes diferencias, todos
los organismos vivos se componen de células, que son
parecidas para todos ellos: unidades que se reproducen a
sí mismas. Cualquier organismo vivo, por complejo que sea,
se desarrolla a partir de una única célula.

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