Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

En celebración de la Publicación de El Origen de Las Especies (página 5)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14

Otra consecuencia que se desprende de la reproducción sexual es que también
en ella heredamos tanto el plasma como el cuerpo por las
siguientes razones:

a) el óvulo es una célula
completa antes de la fecundación que, como cualquier otra, se
compone tanto de núcleo (plasma) como de citoplasma
(cuerpo) b) los cromosomas
(maternos y paternos) que se fusionan en su núcleo se
componen tanto de plasma (ácidos
nucleicos) como de cuerpo (proteínas)
c) un espermatozoide contiene 3 · 10-12 gramos de ADN, que
sólo constituye un 20 por ciento de su peso total

En los seres vivos que se reproducen sexualmente,
la vida no se agota con la fecundación sino, más
bien, es entonces cuando empieza. Una vez fecundado, el
óvulo permanece unido al cuerpo de la madre -precisamente
a su cuerpo y no a su plasma germinal- a través de la
placenta y del cordón umbilical, que le transmiten
oxígeno, anhídrido carbónico,
hormonas,
vitaminas,
sales, azúcares y la alimentación
imprescindible durante un periodo de gestación que parece
ajeno por completo a los manuales de la
teoría
sintética. Cabe decir que la madre le transmite al
feto tanto el
cuerpo como los anticuerpos. El sistema
inmunitario es un claro ejemplo de herencia de los
caracteres adquiridos: tanto el del feto como el del
recién nacido no son suyos propios sino heredados de la
madre. En el caso de los embriones de la mayor parte de los
mamíferos, los anticuerpos de la madre les
llegan atravesando la placenta; en el caso de los recién
nacidos, por medio del calostro y la leche materna
(188). Los fármacos, las drogas y
contaminantes de origen químico también alcanzan al
feto, provocando graves trastornos, aunque en la madre resulten
inapreciables. Algunos plaguicidas, metales pesados y
toxinas atraviesan la placenta y también se pueden
excretar con la leche materna. La exposición
al plomo y al mercurio del
feto y del neonato, a través de la sangre materna,
la leche materna y los alimentos, puede
tener efectos neurotóxicos. Los lactantes pueden estar
expuestos a micotoxinas (como las aflatoxinas) que proliferan en
el maíz, los
cacahuetes y otros cereales mohosos que ingiere la madre que
amamanta. El feto es vulnerable a virus, enfermedades y
patógenos que no provocan síntomas en las personas
sanas y, por tanto, tampoco en las embarazadas. En ocasiones, las
enfermedades causan síntomas en la madre, pero en otros
casos son asintomáticas o tan leves que la madre no nota
la infección y, sin embargo, la transmite al feto, sobre
el que los efectos pueden ser graves. Ya he mencionado el caso de
la sífilis,
pero también se puede mencionar la viruela y el
sarampión. La rubeola no es grave para la madre pero
ocasiona malformaciones en la cabeza del feto. La toxoplasmosis
es otra enfermedad que en una persona sana
habitualmente sólo provoca síntomas leves,
similares a los de la gripe. Sin embargo, tiene graves
consecuencias para el feto a largo plazo: puede causar retraso
mental, ceguera, parálisis cerebral, nacimiento muerto y
aborto
espontáneo. Otra enfermedad, la listeriosis, provocada por
una bacteria que afecta principalmente a adultos, es
especialmente peligrosa para el feto y en un 40 por ciento de los
casos tiene relación con el embarazo;
puede provocar aborto, nacimiento prematuro, nacimiento muerto y
enfermedad neonatal. La alimentación materna es la
principal vía de transmisión de la listeriosis al
feto.

Es necesario concluir, en consecuencia, que esa supuesta
separación entre el plasma y el cuerpo no aparece en
ningún ser vivo en ninguna etapa de su desarrollo; no
es más que un artificio analítico. También
es igualmente necesario concluir que los ejemplos mencionados son
otros tantos supuestos de herencia de los caracteres
adquiridos.

En Francia, por
influencia de Bergson, algunos embriólogos, como Charles
Houillon, han tratado recientemente de seguir defendiendo la
teoría del linaje germinal, es decir, la existencia de una
diferenciación absoluta entre las células
germinales y las demás células corporales.
Según Houillon éstas agotan su potencialidad por el
hecho mismo de la diferenciación, mientras que las
germinales las conservan puesto que son "toti potentes", es
decir, capaces de crear un nuevo organismo. Además, el
embriólogo francés enumera una serie de
singularidades, como que tienen una diferenciación
especial en células masculinas y femeninas o que
"evolucionan por su propia cuenta". No obstante, a medida que
avanza en su exposición, matiza muchas afirmaciones
iniciales hasta acabar reconociendo la evidencia. Así,
concluye que en organismos unicelulares no existe tal
diferenciación, como es obvio porque no hay más que
una sola célula. Es notable la reiteración con que
manifiesta que las células germinales aparecen
diferenciadas muy precozmente, pero parece natural concluir que
por muy pronto que se separen estuvieron indiferenciadas
anteriormente. Por ello afirma lo siguiente: "La noción de
estirpe germinal no puede ser considerada en el sentido estricto
de una separación entre soma y germen puesto que en los
metazoarios considerados como inferiores abundan las
observaciones que se oponen a esta concepción". Pero
resulta que no es la única excepción.
También se ve obligado a reconocer que las células
sexuales se pueden regenerar a partir de las somáticas, y
pone el ejemplo de las babosas (Arion rufus). Finalmente
Houillon concluye de la siguiente manera: "Si bien la
concepción weismaniana no ha sido enteramente confirmada
ni en genética
ni en embriología, ha proporcionado, sin embargo,
unas nociones básicas para el posterior desarrollo de
estas disciplinas. El problema de las células germinales
sigue siendo todavía uno de los más curiosos y
atrayentes de la biología" (189). De
tal afirmación se desprende que a pesar de que -cien
años después- las tesis de
Weismann no sólo no se han demostrado sino que se han
derrumbado (en genética y en embriología), sus
seguidores van a seguir manteniendo sus "nociones
básicas". Contra viento y marea.

Si de la embriología pasamos a la botánica, la conclusión es
idéntica: no existe ninguna diferenciación absoluta
entre las células germinales y las demás
células corporales porque los meristemos reproductivos se
forman a partir de los vegetativos, es decir, que el plasma se
forma a partir del cuerpo. Por ejemplo, las flores de
Arabidopsis thaliana nacen de los mismos primordios que
dan lugar a hojas durante la fase vegetativa de crecimiento. Que
estos primordios den lugar a una flor en lugar de formar una hoja
depende de algunas proteínas, como LFY, que funcionan como
un interruptor. La presencia de LFY por encima de cierto nivel
inicia el desarrollo floral, mientras que su ausencia impide la
formación de flores.

La regeneración que menciona Houillon ha constituido
desde hace siglos uno de esos "misterios" tan
discutidos en biología. En algunos vegetales y animales, los
órganos se pueden reconstruir a pesar de las amputaciones.
Si se corta una lombriz en dos mitades, cada una de ellas se
convertirá en un nuevo gusano; la parte de la cabeza
desarrollará poco a poco su cola y la otra parte
creará su propia cabeza. En mayor o menor medida, por
sí mismos los organismos vivos tienen una asombrosa
capacidad para reparar los daños que detectan, curar
heridas, sanar lesiones e incluso regenerar pérdidas. El
ejemplo más característico que se suele utilizar es
el de la hidra, que con sólo una centésima parte de
su cuerpo puede reconstruirlo por completo (190). Esa capacidad
es diferente en cada especie, aunque disminuye en los animales
superiores, como las aves y los
mamíferos. Sin embargo, en éstos algunos
órganos, como el hígado, se pueden regenerar casi
completamente a partir de un pedazo. La regeneración
depende también de la fase de desarrollo y, por
consiguiente, del grado de diferenciación de las
células, es decir, que disminuye con las células
maduras y aumenta en los embriones. Los embriones de los
vertebrados poseen "una misteriosa capacidad para reconocer si la
estructura
está intacta. Si se ha perdido parte de ella por accidente
o a causa de manipulaciones experimentales, se reconoce la
pérdida y entran en acción
procesos
reparadores" (191). En los seres vivos que tienen esa capacidad,
la regeneración de órganos incluye las
células y los órganos reproductivos, es decir, que
éstos se pueden regenerar a partir de las demás
células y órganos del cuerpo.

En cualquier caso, lo que parece claro es que si bien las
células somáticas surgen de las germinales,
éstas también pueden proceder de aquellas. En las
fases más tempranas no existe diferencia ninguna entre
linajes germinales o somáticos y, por consiguiente, ni
siquiera se puede hablar de una mutua transformación sino
de un género
indiferenciado de células embrionarias que pueden devenir
tanto de uno como de otro linaje (192). La separación
entre ambos linajes puede verificarse antes o después,
pero existe siempre. Existen células somáticas que
pueden convertirse en germinales incluso en adultos, del mismo
modo que hay invertebrados en los que las células
somáticas pueden reproducir nuevos individuos. Por decirlo
con las palabras de Carlson: "Los trasplantes de células
germinales primordiales de Xenopus [ranas] a
blástulas tempranas han mostrado que las células
contenedoras de plasma germinal no están irrevocablemente
determinadas a ser células germinales, en tanto tienen la
capacidad de diferenciarse en algunos tipos de células
provenientes de las tres capas germinales" (193). En cuanto a los
vegetales, la conclusión es idéntica:

De todos los órganos de las plantas se pueden
aislar tejidos capaces
de regeneración que pueden ser cultivados. Esto se ha
seguido hasta el extremo de llegar a regenerar plantas completas
con raíces, tallos y hojas de células
somáticas individuales […]

El éxito
de cultivo de tejidos y células en los cuales se obtiene
una nueva planta completa a partir de una célula
somática individual, tiene también un alcance
difícilmente subestimable para nuestra comprensión
fundamental de diferenciación y desarrollo. Con esto se
demuestra que cada célula somática contiene la
información genética completa para
la formación de todas las funciones que
ejerce una planta superior compleja, o sea, que es toti potente
(u omnipotente) como lo es el zigoto (194).

Como cualquier otra forma de desarrollo en biología, la
conclusión es idéntica: no existen barreras
infranqueables entre las células germinales y las
somáticas sino que, a partir de un determinado momento,
unas células se desarrollan hacia la línea germinal
y otras hacia la somática, un proceso que es
reversible en determinadas condiciones. Por lo tanto, las
células germinales no proceden sólo de otras
células germinales sino que pueden proceder también
de células somáticas. Tendremos ocasión de
volver a plantear esta cuestión al aludir a las
hibridaciones vegetativas que se practicaron en la URSS, que
fueron objeto de las más mordaces críticas por
parte de los mendelistas porque son uno de tantos ejemplos de la
falsedad de sus postulados. Como sostuvo Darwin
acertadamente, tanto la regeneración como la
hibridación vegetativa forman parte del mismo
capítulo de la genética y debían estudiarse
simultáneamente. Lo que ambos fenómenos demuestran
es la validez de la teoría celular en la forma que
expusieron Schleiden y Schwann: en esencia no hay más que
un tipo de células por lo que el intento de Weismann de
establecer una separación metafísica
entre células germinales y somáticas ha sido
desmentido repetidamente por la investigación científica. Por el
mismo motivo, queda evidenciado que también es falsa la
teoría de la continuidad de la vida, se acredita la
herencia de los caracteres adquiridos y la noción
potencialidad celular y biológica adquiere el protagonismo
que merece.

Las células se pueden clasificar de muchas maneras pero
todas ellas tienen en común que son células y, por
consiguiente, que su composición y su funcionamiento son
sustancialmente idénticas. De todas las clasificaciones
con las que se pueden ordenar las células, una de las
más importantes es la que concierne a su grado de
desarrollo, según el cual existen células
embrionarias y células maduras, teniendo las primeras una
capacidad de transformación mucho mayor que las segundas,
que ya se han especializado formando parte de órganos y
tejidos concretos. Una célula embrionaria se puede
transformar en adulta, pero hasta la fecha no parecía que
el fenómeno fuera reversible. Las células
embrionarias se utilizan actualmente en medicina para
regenerar o sustituir a las células maduras destruidas o
dañadas en tejidos y órganos porque de ellas se
puede obtener cualquier otra célula especializada. Se
denominan células
madre porque disponen de esa potencialidad de desarrollo
diversificado.

A mayor abundancia, el empleo de
células embrionarias para la regeneración de
tejidos y órganos lesionados ha suscitado el rechazo de
los creyentes, quienes han puesto de manifiesto -con acierto- que
no es necesaria la destrucción de dichos embriones por
cuanto también hay células madre maduras en los
órganos especializados del cuerpo con la misma
potencialidad creadora que las embrionarias y, por consiguiente,
que no es necesario emplear embriones humanos para obtener
células madre pluripotentes. Es cierto que determinadas
células maduras son capaces de "volver atrás"
transformándose en células madre. Ahora bien, son
escasas y no proliferan de la misma forma que las embrionarias,
es decir, que no tienen la misma potencialidad de desarrollo.
Esta línea de investigación es muy reciente, por lo que
está lejos de arrojar resultados concluyentes y
definitivos. No obstante, son extraordinariamente ilustrativas y,
desde luego, confirman la falta de fundamento de la tesis de la
barrera de Weismann. Por lo demás, ponen de manifiesto un
segundo componente de un enorme interés
teórico: algunas de las técnicas
de obtención de células madre se apoyan en la
fusión
de células con diferente grado de desarrollo, lo que
acredita la inexistencia de barreras entre los distintos tipos
celulares. En noviembre de 2007 un equipo de científicos
japoneses anunció que habían logrado fusionar
células adultas (neuronales y cutáneas) con
células madre embrionarias de modo que aquellas adquieren
las propiedades de éstas. Se han denominado células
iPS (células madre pluripotenciales inducidas),
constituyendo verdaderos híbridos, es decir, diferentes de
las adultas de las que proceden pero con la misma capacidad de
desarrollo pluripotencial de las embrionarias.

Aunque a partir de Weismann la biología siguió
hablando en los mismos términos que Darwin, el marco
conceptual había cambiado radicalmente. Después del
vuelco sólo quedaba explicar lo inexplicable: cómo
era posible que algo que no cambiaba nunca pudiera determinar
algo que es cambiante, es decir, que el mismo plasma (factor o
gen) produjera efectos diferentes en el cuerpo a lo largo del
tiempo. Por
ejemplo, debía explicar que una niña comenzara a
ovular a partir de un determinado momento, transformándose
en mujer; o que
posteriormente esa misma mujer dejara de hacerlo en otro
determinado momento, transformándose en una anciana. Sobre
la generación, esto es, sobre el origen de los genes ni
siquiera cabe preguntar. Empezaba la gran paradoja de la
genética: no podía explicar la génesis. En
el futuro de la biología Darwin se iba a convertir en la
gran coartada; en adelante todo se iba a fraguar en su nombre. No
obstante, el neodarwinismo -el de Weismann y el de sus sucesores-
es una forma de anti darwinismo.

El espejo del
alma

En 1900 a las tesis de Weismann se le suman las del monje
checo Mendel, que
también escribía en alemán. Es lo que
habitualmente se califica como el "redescubrimiento" de unas
supuestas "leyes" que Mendel
había formulado ya en 1865. Décadas después
aquellas leyes se utilizaron como punta de lanza contra Darwin;
la genética le ganó el pulso a la biología,
de modo que entre 1900 y 1930 el darwinismo desapareció
del panorama científico (195). Darwin perdió la
batalla, pero no a manos de los creacionistas sino de los
mendelistas. Pero, ¿fueron los mendelistas fieles a la
obra de Mendel? La respuesta vuelve a ser negativa.

Sus fieles han erigido a Mendel como padre fundador de la
genética. Según ellos antes de Mendel la
genética no existía porque genética es
sinónimo de mendelismo. La palabra Genetik en
alemán es un neologismo que se añadió a la
voz autóctona Erblehre un siglo antes de que lo
empleara Bateson. Pero para los mendelistas ni Nägeli, ni
Prosper Lucas, ni Pierre Trémaux escribieron nunca sus
tratados sobre la
herencia natural; Darwin ignoró todo lo relativo a la pan
génesis; Charles Naudin no existe… La leyenda tejida en
torno a este
asunto asevera que el monje checo empezó desde cero, que
puso la primera piedra donde antes no había nada porque
ese el significado exacto de la palabra inventar. Es como el dios
creador que engendra el universo en
medio del vacío.

Como la obra de Mendel se resume en sólo 40
páginas mecanografiadas, se hace preciso recurrir a otros
datos para
tratar de reconstruir el posible itinerario de su pensamiento, a
elementos contextuales e incluso biográficos. Pero esto se
ha prestado a una manipulación aún mayor que su
propia obra: un monje aislado en el convento de una remota ciudad
perdida en el centro de Europa… Tampoco
esto es cierto. Brno no era ninguna aldea sino la capital de
Moravia, una próspera ciudad mercantil de 70.000
habitantes con una intensa vida económica, social y
científica. Desde comienzos del siglo existía
allá una asociación de ovejeros para la promoción de la ganadería
y la agricultura.
Querían mejorar la calidad de la
lana de sus ovejas y se dirigieron al naturalista Christian Carl
Andres, el cual, a su vez, les remitió al conde Festetics,
que elaboró un informe
posteriormente publicado en una revista
científica. En aquel informe no sólo aparecen ya
las supuestas "leyes de la herencia" sino también el
término "genética".

Desde la Edad Media los
conventos europeos eran el centro de conservación y
transmisión de la ciencia y
la cultura, que
entonces aún no se habían separado totalmente de la
religión.
En el siglo XVIII y primera mitad del XIX tanto en Europa central
como en Inglaterra
existían numerosos párrocos de provincias que eran
botánicos aficionados. Su "teología natural" era
una forma de honrar al creador estudiando las maravillas que
había sembrado en la tierra. Un
decreto imperial imponía a los monjes la enseñanza en las escuelas de Brno, donde el
convento era un importante centro de experimentación
científica. En 1830 el prior Franz Cyril Napp creó
en su interior un jardín botánico y un invernadero
experimental. Napp estaba entre los que investigaban en la huerta
con hibridaciones, participaba en las discusiones
científicas sobre genética y presidía las
asociación de cultivadores de manzanas creada por el
mencionado Christian Carl Andres. Aquella asociación local
trataba de mejorar el rendimiento de los árboles
frutales mediante polinización artificial y publicaba una
revista de genética con los resultados de los ensayos con
frutales, tanto en Brno como en Alemania y en
Londres. La revista tradujo y publicó los estudios de
Thomas Andrew Knight, presidente de la sociedad de
horticultura de Londres.

Mendel entró en el convento en 1843 para estudiar,
tomando el nombre de Gregorio. Allá coincidió con
el monje Frantisek Matthäus Klacel (1808-1882), encargado
del huerto y uno de los pensadores checos más importantes
de aquella época. Entre otras varias facetas, Klacel era
naturalista, un filósofo defensor de la filosofía de naturaleza
así como de la dialéctica hegeliana. También
publicó un extenso libro sobre el
origen del socialismo
utópico y el comunismo al
año siguiente de la revolución
que sacudió Europa central.

En 1850 se hospedó en él Carl Evangelista
Purkinje, uno de los impulsores de la teoría celular,
coincidiendo allí con Mendel. Luego en Viena Mendel
estudió teoría celular y métodos
experimentales de cultivo entre 1851 y 1853 con el
botánico Franz Unger y el famoso físico Christian
Doppler (el del efecto Doppler o de desplazamiento hacia el
rojo). Unger sostenía la tesis de que en la herencia se
transmitían pequeñas partículas materiales de
generación en generación, de donde proviene otra de
las ideas de Mendel: los factores procedentes de los padres no se
mezclan en la descendencia. Un estudio sobre este tema le
valió a Mendel obtener su licenciatura. J. K. Nestler le
transmitió sus conocimientos sobre herencia y sobre lo que
Mendel llamaría "desarrollo" (Entwiklung). El
alemán Gärtner publicó en 1849 un tratado
monumental en el que describía el método de
polinización artificial que había ensayado
más de 10.000 veces con 700 variedades distintas de
plantas, describiendo los cuatro primeros caracteres que Mendel
incorporó luego en su estudio. Mendel conocía este
estudio porque F. Diebl le había informado de ello en los
cursos que impartía en el instituto de filosofía de
Brno, a los cuales asistió. Mendel se refirió a ese
trabajo en su
memoria. Por
consiguiente, cuando en 1856 Mendel empezó a experimentar
con híbridos por su cuenta, tenía por detrás
una larga carrera universitaria, medio siglo de publicaciones
sobre genética, una de los mejores bibliotecas de
botánica dentro del convento, una infraestructura
experimental y el apoyo de su superior Napp, un experto en la
materia.

El monje estaba, pues, al corriente de los progresos de la
ciencia de su
época. La afirmación de Sinnot, Dunn y Dobzhansky
según la cual Mendel no era biólogo sino monje
(196) es un completo absurdo. La condición sacerdotal de
Mendel se presta a equívocos y simplificaciones, sobre
todo teniendo en cuenta la oposición católica a la
evolución. Por su formación, es
verosímil que estuviera influenciado por Aristóteles, cuyo pensamiento
biológico se presenta como opuesto al evolucionismo. Por
lo tanto, son muchas las circunstancias que inclinan a concluir
que Mendel formó parte de aquella campaña anti
evolucionista. De hecho su obra fue utilizada a partir de 1900
contra Darwin. Pero no estamos hablando de 1900 sino de 1865. Un
hecho cierto es que Darwin y Mendel se ignoraron mutuamente.
Mendel conoció los escritos de Darwin, pero no le
mencionó, como tampoco mencionó la
evolución, a pesar de que entonces constituía la
cuestión más candente. Darwin tenía en su
biblioteca un
ejemplar de la obra de Mendel y, aunque parece que no la
leyó porque permanecía sin abrir en su biblioteca,
conoció su contenido y realizó los mismos experimentos con
guisantes que Mendel. Además, sí leyó a
Naudin y Trémaux (aunque a éste no le cita) y tuvo
en consideración sus descubrimientos genéticos, que
discutió expresamente en la forma que vamos a exponer
luego. Mendel habla de unos "caracteres constantes" que parecen
opuestos a la teoría de la evolución. No cabe duda
que en numerosos aspectos, que reseñaremos, la obra de
Mendel contradice a Darwin y hay autores que han destacado la
oposición de Mendel a la teoría de la
evolución (197). Todo parece indicar, pues, que Mendel era
opuesto a la evolución.

El cúmulo de circunstancias es muy equívoco y
nadie más que los mendelistas se ha empeñado en que
ese equívoco se perpetúe; "el hábito no hace
al monje", dice un refrán castellano que
aquí ocupa también su lugar preciso. Mendel era
hijo de una familia muy
humilde y jamás hubiera podido recibir una educación
mínima si no hubiera ingresado en el convento. Durante
siglos las órdenes religiosas católicas reclutaban
niños
con grandes dotes intelectuales
para reforzar sus organizaciones.
Mendel no estuvo en el convento por vocación sino por
necesidad, como reconoció en un currículo escrito por él mismo: "El
respetuoso abajo firmante […] se vio obligado a ingresar en una
clase social
que lo liberó de las amargas preocupaciones del sustento;
las circunstancias decidieron su elección de estado".
Tenía una amante y por influencia de Klacel era de ideas
socialistas, como corresponde a su origen de clase. Por
consiguiente, no cabe pensar que tratara de defender el dogma
creacionista. Por lo demás, la obra de Aristóteles
no sólo no era opuesta a la evolución sino, por el
contrario, propicia la consideración dinámica del universo, como lo
demuestran los casos de Lamarck y Darwin, en donde la huella del
griego es aún bastante clara. Uno de los maestros de
Mendel, Franz Unger, fue uno de los precursores del evolucionismo
en Alemania. Por influencia de Klacel, entre los antecedentes de
Mendel hay que incluir a los filósofos alemanes de la naturaleza, y
especialmente a Lorenz Oken, en donde la evolución ya
está presente, aunque empleando el término
Entwiklung y no "evolución", que se introduce
posteriormente en la terminología científica
alemana. El empleo de la expresión "caracteres constantes"
también es congruente con lo que Mendel pretendía
exponer, por lo que hay que relacionarlo con el núcleo de
su teoría que, a mi modo de ver, se puede resumir de la
siguiente manera: la obra de Mendel tiene que ver con la
hibridación y no con la evolución. Su
concepción no está dirigida contra la
evolución porque la hibridación es ajena a ella,
responde a un tipo de prácticas botánicas
tradicionales.

Las hibridaciones constituían una técnica
complementaria con la selección.
Formaban parte, pues, de la ideología naciente de los mejoradores de
semillas que, como ha quedado expuesto, está en el origen
de la genética. No obstante, como en toda ciencia, la
práctica siempre fue por delante de modo que, cuando se
comenzó a trabar alguna explicación del
fenómeno, apareció un dilema. Por un lado, los
cruces híbridos eran observados como fenómenos
antinaturales, como monstruos y aberraciones estériles:
mestizos, bastardos, impuros. La etimología griega y
latina de la palabra indica una violación, el empleo de la
fuerza en la
fecundación. En el siglo XIX el utilitarismo capitalista
cambió completamente el significado a la palabra: se
hibrida para mejorar una planta y rentabilizar una
explotación agrícola. Los híbridos tienen
heterosis, esto es, un vigor superior al de sus progenitores. Los
primeros ensayos sistemáticos de hibridación
aparecen documentados en Inglaterra a mediados del siglo XVIII
con el ganado, especialmente caballos de carreras y ovejas. El
mencionado Knight también realizó cruces
experimentales con plantas y describió la dominancia,
uniformidad y segregación de los caracteres
morfológicos de la descendencia de los híbridos de
los que luego hablaron también Naudin, Darwin y Mendel.
Otros hibridadores confirmaron las mismas tesis de Knight: los
británicos John Goss (1822) y Alexander Seton (1824), que
cultivaban guisantes, y el francés Augustin Sageret
(1760-1851), que cosechaba melones (198). En 1865, cuando Mendel
exponía sus ensayos en Brno, aparecía publicada la
obra de Pierre Trémaux, donde se mencionan
idénticos experimentos de hibridación realizados en
París con linajes puros.

La selección y la hibridación forman parte de la
penetración capitalista en la agricultura. En Francia,
Delessert mejoró en 1812 la remolacha azucarera
introducida en 1786 por Vilmorin. Las pequeñas cantidades
de azúcar
transportadas desde la India hacia
Europa se utilizaban como medicamento. Traída a Europa por
los árabes, el cultivo de la caña de azúcar
se introdujo por Sicilia, desde donde pasó a las colonias
americanas. Cuando el bloqueo contra Napoleón privó a Francia de la
caña de azúcar, Delessert se propuso mejorar el
porcentaje de azúcar de las raíces de la remolacha,
que pasó de un 8 a un 15 por ciento. Lo mismo cabe decir
de los experimentos con guisantes de Goss y Seton, ya que las
leguminosas formaban parte de la alimentación del ganado.
Tanto en Goss como en Seton los fenómenos de dominancia y
recesividad de los híbridos aparecen claramente
expuestos.

Como todos los pioneros Mendel tiene que estar envuelto en el
misterio, como un personaje adelantado a su tiempo, un precursor
que nadie fue capaz de entender en su momento. Su lanzamiento e
instrumentalización tuvo una estrecha relación con
las querellas que se entablaron entre los tres "re descubridores"
por la prelación de sus descubrimientos. El
botánico holandés Hugo de Vries se había
adelantado publicando un artículo en francés
(Sur la loi de disjonction des hybrides) en el que
resumía sus ensayos de hibridación, coincidentes
con los de Mendel, pero en los que no le mencionaba para
atribuirse la primicia. Entonces, Carl Correns en Alemania estaba
corrigiendo las pruebas de
imprenta con
sus propios resultados sobre el mismo asunto cuando
conoció el artículo de De Vries, añadiendo
un "Epílogo tras la corrección", donde indicaba la
paternidad de Mendel para dejar en evidencia a De Vries, hasta el
punto de poner al monje en el título para que no cupiera
ninguna clase de dudas sobre la prelación. Por ello
éste reaccionó publicando una segunda
versión en alemán de su artículo (Das
Spaltungsgesetz der Bastarde
) en el que ya mencionaba al
monje checo como auténtico descubridor. Todo
empezó, pues, de una manera muy poco edificante, como un
litigio por la propiedad
intelectual. La solución salomónica fue "ni
para ti ni para mí": el primero fue Mendel. Los
demás precedentes no existían para ellos.

Sorprendido en su intento de plagio, en la segunda
versión de su artículo De Vries trató de
justificarse diciendo que el trabajo de
Mendel se mencionaba muy raramente, por lo que sólo pudo
conocerlo cuando ya había terminado la mayor parte de sus
investigaciones y había redactado el
texto (199).
Curiosamente los tres "re descubridores" tienen la misma
coartada; los tres llegaron a las mismas conclusiones que Mendel
sin haberle leído; los tres conocieron su obra justo en el
momento en que se disponían a redactar sus respectivos
artículos; los tres se apresuraron a enviarlos a la
imprenta, realizando incluso resúmenes de ellos para que
no se adelantaran los demás…

Hay razones más que sobradas para sospechar que los
mendelistas fraguaron sus fantasías desde un principio.
Por ejemplo, siete años después de su segundo
artículo, De Vries vuelve a "olvidarse" de Mendel en su
obra Pflanzenzuchtung y al año siguiente se
negó a firmar una petición dirigida al ayuntamiento
de Brno para que levantaran un monumento que recordara al monje.
El redescubrimiento de Mendel en 1900 es como el de
Cristóbal Colón en 1492: los que estaban
allá lo habían descubierto mucho antes. Como ha
escrito García Olmedo, "la historia del
redescubrimiento de las leyes de Mendel en el año 1900
puede considerarse como una farsa científica moderna"
(200). Habrá que averiguar los motivos por los cuales
algunos científicos son tan aficionados a sostener ese
tipo de farsas…

La torpe justificación con que De Vries disculpó
su plagio se convirtió en un mito: la obra
Mendel había sido ignorada por sus contemporáneos.
Esto es tan falso que, no por casualidad, su "redescubrimiento"
sucedió en tres lugares distintos (Holanda, Austria y
Alemania) por tres biólogos también distintos: Hugo
De Vries, Erich von Tschermack-Seysenegg y Carl Correns.

Es muy difícil comprender que si antes había
sido tan desconocido, posteriormente fuera reconocido
repentinamente de modo simultáneo. Lo cierto es que los
experimentos de Mendel no pasaron, en absoluto, desapercibidos en
el ámbito científico porque, en contra de lo que
también se afirma, la revista en la que se publicó
tenía una enorme difusión y era muy reconocida
entre los naturalistas de la época. Mendel envió
copias a más de 130 sociedades
científicas y bibliotecas de varios países, como la
Sociedad Linneana, la Librería del Congreso, el Instituto
Smithsoniano, la Libraría del Museo de Zoología
Comparada de la Universidad de
Harvard, la Academia Real de Ciencias
Naturales de Bruselas, la Sociedad de Ciencias
Naturales de Estrasburgo, entre otras. El artículo
apareció en un catálogo científico de
referencia de la Royal Society británica,
frecuentada por Darwin, el mismo año de su
publicación. Fue citado por H. Hoffmann tres años
después de publicarse en un artículo sobre
botánica. Sus leyes de la herencia se expusieron
públicamente en las universidades de Upsala (1872) y San
Petersburgo (1874). La Enciclopedia Británica
también lo mencionó en su edición
de 1880. El botánico suizo Nägeli, descubridor de los
cromosomas, mantuvo correspondencia con él pero en su obra
sobre genética, no le menciona. Correns era
discípulo de Nägeli y se casó con su sobrina,
por lo que parece inverosímil que nunca hubiera oído
hablar de Mendel. Tschermack era nieto de uno de los examinadores
de Mendel por lo que también es inverosímil que no
le conociera. En su tesis doctoral
sobre híbridos, leída en 1875, el biólogo
ruso I. F. Schmalhausen realizó una reseña
detallada de sus reglas de segregación. En Estados Unidos
también le conocían en 1894: Bailey le cita en su
obra Plant breeding. En 1881 Wilhelm Olbers Focke le
mencionó 17 veces en su obra Die Pflanzen-Mischlinge:
Ein Beitrag zur Biologie der Gewächse
. Se trataba de
una verdadera enciclopedia de la hibridación que todos los
botánicos tenían en sus librerías, en donde
una mención bastaba para ser conocido en ese
ámbito. Como muchos otros que ni siquiera le mencionan,
Focke considera que los estudios de Mendel sobre los guisantes
son irrelevantes en comparación con los de otros
investigadores. Los hibridistas de la época no prestaron
atención a sus tesis porque no eran
generalizables. Sin embargo, sus tres "re descubridores"
posteriores, también hibridistas todos ellos, sí le
prestaron atención tres décadas después, y
eso exige una explicación.

Para realizar en 1900 una valoración de la obra de
Mendel que no había existido en 1865 tuvieron que
desencadenarse otra serie de circunstancias en paralelo. En
botánica las cosas habían cambiado totalmente desde
1865. Los hibridistas leen a Mendel en 1900 con unas gafas que no
tenían antes. Son las gafas de Weismann, que habían
aportado dos nuevos cristales a la ciencia de la vida. El primero
fue la liquidación de la herencia de los caracteres
adquiridos, que había dejado huérfana a la
biología, necesitada de una concepción nueva en
este punto, convirtiendo los escritos de Mendel sobre
hibridación en una teoría general de la herencia. A
su vez, para acabar con la herencia de los caracteres adquiridos
había que acabar antes con la pan génesis.
Precisamente De Vries comenzó en 1876 sus ensayos de
hibridación para contrastar la pan génesis de
Darwin, sobre la cual escribió en 1888 su obra
Intracellulare pangenesis (201). El segundo fue la
separación que estableció entre el plasma y el
cuerpo y, sobre todo, que el plasma, lo mismo que el cuerpo,
también tenía un carácter material.

Como apuntan Hubbard y Wald, el monje checo no estaba
interesado por el genotipo sino por el fenotipo, y habló
de caracteres dominantes y recesivos, no de factores dominantes y
recesivos (202). La verdadera aportación de Mendel, pues,
residió en la separación de los caracteres entre
sí: en un ser vivo unos componentes se podían
separar de los otros y, por consiguiente, los unos se
podían transmitir independientemente de los otros. A esto
De Vries añadió su propia aportación: "Es
necesario un cambio
completo de los puntos de vista desde los cuales tiene que partir
la
investigación. Es necesario que pase a segundo
término la imagen de la
especie frente a su composición a base de factores
independientes". No sólo había que introducir el
micromerismo sino que, además, había que concebir a
los organismos vivos como conglomerados de caracteres
independientes. El botánico holandés
introducía así un nuevo punto de vista discontinuo
que rompía con la vieja teoría de los fluidos y,
subsiguientemente, con la noción de plasma de Weismann.
Esa nueva concepción coincidía con el auge de la
teoría celular, también discontinua, reforzada por
los éxitos del atomismo en la física. Los
sólidos parecen más propicios que los
líquidos para una explicación mecanicista y una
explicación de esta naturaleza tiene más visos
científicos para los positivistas: ofrecen la imagen
intuitiva de discontinuidad, mientras los líquidos parecen
expresar mejor la continuidad, ya que se puede lograr su
uniformidad fácilmente por medio de la mezcla; en
definitiva, son más propicios para las odiadas
divagaciones de tipo filosófico. La concepción
continua, el plasma germinal de Weismann, quedó
atrás definitivamente. De Vries partió de una
segregación (de caracteres) y eso le condujo a deducir
otra segregación (de factores), vinculados en forma de un
determinismo estricto: cada factor condiciona un único
carácter. Partiendo de caracteres contrastables y
discontinuos, sólo eran imaginables factores igualmente
discontinuos, porque eran ellos los que los determinaban. La
causa debía ser parecida al efecto. Por tanto, se
llegó a una conclusión por la elección de un
determinado punto de partida. Este punto de partida era opuesto
al de Darwin: donde la pan génesis concebía a las
células interrelacionadas, De Vries partió de la
independencia
de esos factores, así como su capacidad para combinarse.
Además, como ya ha quedado expuesto, la pan génesis
invierte la relación entre el factor y el carácter,
siendo éste el determinante de aquel, y no al
revés. Por supuesto, también es opuesta a la de
Lamarck, de manera que cuando los mendelistas se lanzaron a
liquidar a Lamarck, de quien pretendían deshacerse en
realidad era de ambos.

A diferencia de Weismann y De Vries, los "factores constantes"
de los que hablaba Mendel eran abstracciones, elementos puramente
formales e independientes de los caracteres concretos que
determinaban, una reminiscencia de la concepción
hilemorfista de la materia y la forma expuesta con otras palabras
que velaban su origen metafísico. Los "factores" eran
diferentes de los caracteres que determinaban del mismo modo que
la forma es distinta de la materia. Mendel no dio un nombre en
particular a esos "factores" pero por la misma época
abundaban los neologismos para hablar de ello: idioplasma,
plastídulas, bioforas, gémulas, pangenes, etc. La
expresión que Mendel utiliza es bildungsfähigen
Elemente
, que literalmente significa "elementos
constructores de la forma" o elementos formadores, cuyo origen
está en Goethe y que hoy algún manual
universitario copia al afirmar que la función
del ADN consiste en "transformar la información en forma"
(203). Cualquiera que sea su denominación, a mediados del
siglo XIX los factores eran entes especiales e inmateriales de
los que la materia era expresión, el "semen lógico"
de los estoicos que con distintas variantes expone el comienzo
del Evangelio de Juan: al principio fue el verbo que luego se
hizo carne. Hoy los mendelistas repiten eso mismo en un rebuscado
lenguaje
criptográfico, convirtiendo el verbo divino en un código
o en información génica. Con otros nombres, la
escisión metafísica entre genotipo y fenotipo
(plasma-cuerpo en Weismann, factor-carácter en Mendel)
tiene, pues, un origen muy antiguo. Una noción subyacente
a esas concepciones, además de su separación, es
que el genotipo es el motor y la causa
de todo lo demás. El alma utiliza
al cuerpo para manifestarse, decía Aristóteles, y
el genotipo hace lo mismo con el fenotipo, lo cual se expresa en
el viejo refrán popular de que "la cara es el espejo del
alma". Ahora bien, el cuerpo es mortal pero el alma es inmortal;
la copia (el cuerpo) nunca puede ser tan perfecto como el
original (el alma).

En cualquier caso, tanto la pan génesis, como el plasma
de Weismann o los factores de Mendel estaban envueltos en la
más absoluta oscuridad. Eran lo que Darwin había
calificado como "tinta invisible" (204), algo que no era posible
descifrar. Expuesto de una forma mística, como hasta la
fecha, hubiera sido inconcebible que esa clase de concepciones
prosperaran en el ambiente
positivista de mediados del siglo XIX. La ciencia repudia las
abstracciones que se escapan a su intervención. Los
biólogos no podían admitir que "formas", "entes de
razón" y abstracciones filosóficas semejantes
pudieran influir sobre un cuerpo material. De ahí la
importancia de Weismann al defender la materialidad del plasma
germinal, que luego se trasladó a aquellos nebulosos
"factores" de los que hablaba Mendel. Los "factores constantes"
de Mendel son el plasma de Weismann que se concretaban y
encarnaban en diferentes partículas materiales,
susceptibles de ser sometidas a experimentación, es decir,
cuyo funcionamiento se podía verificar y reproducir por
medio de la hibridación. Sin embargo, a pesar de su
materialidad nadie proporcionaba ninguna pista acerca de aquellos
"factores constantes". Con el tiempo las mismas nociones fueron
mutando, a veces sólo de nombre. Se empezó a hablar
cautelosamente de la "hipótesis del gen" hasta que acudieron en
su apoyo tres descubrimientos capitales de la primera mitad del
siglo XX, convenientemente interpretados para que la
hipótesis del gen pasara a convertirse en la teoría
del gen: en 1903 la teoría cromosómica, en 1925 los
efectos mutágenos de las radiaciones y en 1953 la
estructura de doble hélice.

Los conceptos iban tomando forma de una forma
paradójica, como suele suceder. La pan génesis de
Darwin se iba a transformar en su contrario pero manteniendo las
mismas expresiones o similares. La voz gen deriva de pan
génesis, e incluso la propia genética nació
entre los biólogos alemanes de la escuela de la
filosofía de la naturaleza de comienzos del siglo XIX con
un significado científico diferente, dialéctico,
que es el que había que eliminar: genética
significaba tanto creación como desarrollo o
transformación (205). En el siglo XIX Darwin es el
último en emplear dialécticamente ese concepto de
generación y transformación. A partir de 1900 gen y
genética parecen tener que ver con Darwin cuando son su
misma negación.

No hubo "redescubrimiento" porque las leyes de Mendel eran
conocidas con anterioridad a él. Si sus
contemporáneos no apreciaron sus conclusiones no fue por
su originalidad sino precisamente por su falta de originalidad.
Hacia mediados del siglo XVIII el alemán Joseph
Kölreuter ya describió que los híbridos de la
primera generación aparecen mezclados y uniformes y que,
al cruzar de nuevo estos híbridos, en la segunda
generación aparecían numerosas variaciones, algunas
de las cuales se aproximaban a los porcentajes de los que luego
habló Mendel. La obra de Kölreuter fue rescatada
hacia 1830 por otro hibridador alemán, Carl von
Gärtner. Existieron muchos otros precedentes en varios
países europeos, aunque quien más se acercó
a las tesis de Mendel fue el francés Charles Naudin
(1815-1899). En una de sus cartas a
Nägeli, Mendel le confiesa haber leído la obra de
Naudin, cuya conclusión era que los híbridos de la
primera generación presentan un aspecto uniforme
intermedio respecto al de los progenitores, es decir, se anticipa
a una de las leyes de Mendel. A partir de la segunda
generación consideraba que aparecía una variedad
abigarrada de formas que se aproximaba más o menos a
alguno de los progenitores. Para explicarlo introdujo el concepto
de "segregación", es decir, la coexistencia en la
descendencia híbrida de factores ("esencias" las llamaba)
no mezclados. Es otra de las leyes de Mendel. Antes se
creía que las células sexuales no contenían
más que un único factor pero, según Naudin,
el híbrido era un mosaico de componentes discretos que se
combinan de manera aleatoria. Los descubrimientos de Naudin le
valieron en 1862 el premio de ciencias físicas (206).

La diferencia entre Mendel y Naudin no son las leyes, que el
francés fija con cierta precisión, sino que
mientras Naudin se interesa por la especie con la que está
experimentando, por la totalidad de sus caracteres, a Mendel
sólo le interesan algunos de ellos. Como consecuencia,
mientras Naudin cruza especies distintas, Mendel cruza a una
especie consigo misma. La conclusión que se extrae del
monocultivo de guisantes es que Mendel no relaciona a las
especies entre sí sino a una especie consigo misma. Los
guisantes de Mendel no eran el objeto sino el instrumento de
estudio. Para un botánico que únicamente
trabajó con guisantes es muy significativo que nadie se
interesara nunca por lo que Mendel dijo de ellos. A Mendel no le
interesa la estabilidad de los guisantes con los que experimenta,
que está asegurada de antemano, sino la de sus rasgos
característicos. De ahí que utilice la
expresión "factores constantes": no le importaba la
especie en sí sino determinados rasgos de la misma y la
manera en que se podía lograr (o impedir) la
transmisión hereditaria de los mismos, una vez obtenidos.
Según C. U. M. Smith, Mendel dio un vuelco al enfoque que
sobre la hibridación había prevalecido hasta
entonces: "Era necesaria una orientación radicalmente
diferente para descifrar la clave hereditaria. En lugar de
estudiar la variación "per se", en lugar de ponderar el
cambio progresivo de una especie animal o vegetal conforme al
tiempo geológico, era necesario concentrarse sobre la
estabilidad en medio de la variabilidad, sobre la continua
reaparición de un rasgo invariable. Y esto desde luego es
precisamente lo que hizo Gregor Mendel durante sus ocho
años de labor experimental de crianza" (207).

Voy a exponer esto mismo desde otro punto de vista: en lo que
a los caracteres respecta, a diferencia de Lamarck, que estudia
los componentes fundamentales de los organismos
(vértebras, corazón,
ojos, etc.), Mendel se refiere siempre a los rasgos secundarios y
diferenciales (color,
tamaño, forma, etc.). Se ocupaba de aspectos tales como el
color de las alas de una mariposa, mientras que a Lamarck lo que
le interesaba es que las mariposas tuvieran alas. Sólo una
vez que se toman en consideración los componentes
constitutivos de una especie, aquellos que son iguales en todos y
cada uno de sus individuos, se puede pasar al estudio de aquello
que diferencia a unos otros, a la variabilidad, que es el
núcleo de la obra de Mendel. Si el monje hubiera fijado su
atención sobre los elementos constituyentes de las
especies, no hubiera podido proceder siquiera a la
hibridación: no se puede hibridar una especie con pulmones
con otra con branquias.

No es ninguna casualidad que todos los hibridadores del siglo
XIX trabajaran con un número enorme de variedades mientras
Mendel sólo experimentó con una. El monje checo no
fue el primero en usar guisantes para experimentar pero sí
fue el único que limitó sus experimentos a los
guisantes. Por el contrario, Kölreuter ensayó 500
tipos distintos de hibridaciones con 138 especies también
distintas y Focke experimentó con unos cien tipos
diferentes de plantas. Luego el mendelismo ha convertido en
ley general
unos ensayos restringidos sobre los que Mendel nunca
pretendió establecer leyes que comprendieran a todas las
especies vivas. No todos los vegetales reúnen las
características del guisante, cuya planta se puede auto
fecundar. Además, también hay muchas variedades
distintas de guisantes. Por eso las excepciones a sus leyes
superan, con mucho, los casos que las confirman y, para evitar su
derrumbe, los mendelistas han ido colocando un remiendo
detrás de otro. El propio Mendel pudo comprobarlo.
Nägeli le sugirió que estudiara otras plantas para
ver si confirmaban los resultados obtenidos con los guisantes.
Mendel dedicó cinco años a la tarea pero los
intentos con otro tipo de plantas no coincidieron con los de los
guisantes, comprobando así que sus resultados eran de
aplicación limitada. Correns criticó a De Vries por
haber supuesto la existencia de unas leyes de la herencia, que
él prefirió calificar como reglas para destacar ese
valor limitado
(208). De 1900 hasta 1927 Correns se dedicó a experimentar
para probar precisamente el carácter limitado de las
reglas de Mendel. Fue el primero en clasificar los
fenómenos hereditarios en mendelianos y no mendelianos.
Actualmente los propios mendelistas empiezan a reconocer que "la
inmensa mayoría" de las variaciones no se heredan en forma
mendeliana (209).

Pero la concepción opuesta a la de Mendel, que es la
que Naudin mantenía, tampoco era cierta. Mientras Naudin
consideró que los híbridos eran inestables y que no
existía un orden en la herencia, Mendel afirmó todo
lo contrario. Pero Mendel no era mendelista; lo mismo que Lamarck
y Darwin, él tampoco es responsable de lo que 35
años después sus "re descubridores" quisieran leer
en sus escritos. La propia leyenda fabricada en torno a los
guisantes poco tiene que ver con el original. Los experimentos de
Mendel, como él mismo dijo en el título de su
conferencia,
se referían a la hibridación de una planta
concreta. Como los botánicos del siglo XIX, Mendel se
centró en la variabilidad, no en la evolución. No
habló nunca de la existencia de unas supuestas leyes de la
herencia de validez universal (210). Lo que Mendel dijo
exactamente de su concepción fue lo siguiente:
"Todavía no se ha podido llegar a deducir, por la
formación y el desarrollo de los híbridos, una ley
extensible a todos los casos sin excepción; eso no
podría dejar de extrañar a cualquiera que conozca
la extensión del problema y sepa apreciar las dificultades
que uno tiene que superar en ensayos de esta naturaleza. Una
solución definitiva sólo podrá intervenir
como consecuencia de experiencias detalladas hechas en las
más variadas familias vegetales. Si se echa un vistazo de
conjunto a los trabajos acometidos en este terreno, se
llegará a la conclusión de que, entre numerosos
intentos, no hay ninguno que se haya ejecutado con suficiente
amplitud y método para permitir fijar el número de
las diferentes formas en las cuales aparecen los descendientes de
los híbridos, clasificar esas formas con seguridad en cada
generación y establecer las relaciones numéricas
que hay entre esas formas. En efecto, es necesario tener un
cierto coraje para emprender un trabajo tan considerable. Sin
embargo, sólo él parece poder conducir
finalmente a resolver una cuestión cuya importancia no hay
que ignorar para la historia de la evolución de los seres
organizados" (211).

Como el mismo Mendel indica, una solución definitiva no
podía derivar sólo de los experimentos con
guisantes sino que era necesario comprobarlo "en las más
variadas familias vegetales", lo cual está mucho
más allá del alcance de su obra. Lo mismo que la
clasificación de las especies, la evolución se ha
se construido habitualmente sobre la zoología. Es
difícil encontrar un significado botánico al uso y
desuso de Lamarck o a la lucha por la existencia de Darwin. Los
zoólogos consideran a los vegetales como alimento de los
animales y, en consecuencia, la vegetación no es el sujeto sino el medio.
Pero ese tampoco es el aspecto fundamental de la cuestión:
lo que se trata de determinar es si por medio de la
hibridación se podía llegar a explicar la
evolución.

Aunque la hibridación es una práctica
agrícola y ganadera tradicional con más de 6.000
años de antigüedad, desde finales del siglo XVIII se
convirtió en uno de los recursos
más corrientes para explicar la biodiversidad,
una práctica tradicional que consumió muchas horas
de experimentación, las primeras de una ciencia basada en
la observación pura. En la primera mitad del
siglo XIX a los agrónomos se les llamaba precisamente
"hibridadores". Su interés era económico: estaba
naciendo la agricultura capitalista para alimentar con nuevas
variedades de ganado y plantas más baratas a una clase
obrera creciente que poblaba las ciudades procedente del campo.
Aquellos ensayos de hibridación plantearon los primeros
interrogantes concretos y prácticos de la genética.
Fue una manera experimental de poner a prueba la
clasificación de los seres vivos que Linneo había
establecido. ¿Es posible la hibridación entre
distintas especies? ¿Hasta qué punto el hombre era
capaz de crear o de modificar lo ya creado? Demuestran que la
genética tenía ya un importante recorrido
-práctico y teórico- en la primera mitad del siglo
XIX y, por lo tanto, que esa ciencia ni nace con Mendel ni con su
manoseado "redescubrimiento" de 1900.

Los mendelistas han reducido las hibridaciones del siglo XIX a
meras fecundaciones, es decir, a hibridaciones sexuales,
silenciando el largo repertorio de hibridaciones vegetativas que
se ensayaron. Pero en "El origen de las especies" Darwin trata de
las hibridaciones sexuales y en "Variación de los animales
y las plantas bajo domesticación" trata de las
hibridaciones vegetativas. Él mismo en persona
realizó experimentos prácticos de
hibridación, algunos de ellos con guisantes precisamente,
y dedicó muchas páginas a discutir esta
cuestión, en las que -insisto- coincide exactamente con
las aborrecidas tesis de Michurin y Lysenko. Le sirvieron para
refrendar su teoría de la pan génesis y la
heredabilidad de los caracteres adquiridos.

La hibridación que practica Mendel no es cualquier
clase de hibridación sino una hibridación de tipo
sexual precisamente. A partir de 1900 este tipo de ensayos
conduce a otra de las tergiversaciones más comunes de los
mendelistas: la de que toda hibridación tiene un origen
sexual, no existen los híbridos vegetativos de Darwin y,
por tanto, a sostener a toda costa la separación del
plasma y el cuerpo, suplantar la biología por la
genética y, en definitiva, al pansexualismo, a deducir
conclusiones meramente reproductivas, es decir, cuantitativas. La
evolución es un problema multiplicativo: prospera quien
reproduce un mayor número de ejemplares, todos esos
ejemplares son idénticos (teoría de la copia
perfecta), toda diversidad tiene un origen sexual y, finalmente,
la dotación hereditaria es ajena a cualquier
condicionamiento exógeno, somático o ambiental.
Mendel ignoró completamente el medio en el que
crecían sus guisantes, pero ningún ganadero piensa
que el rendimiento de una vaca lechera depende exclusivamente de
sus ancestros y no de una buena alimentación.

No obstante, para comprender la obra de Mendel desde la
perspectiva actual, evolucionista, la pregunta clave es, sin
duda, si se puede desarrollar una teoría de la
evolución exclusivamente sobre la hibridación y,
especialmente, sobre la hibridación sexual. Aún
situándose en un horizonte más amplio que Mendel,
la propia obra de Darwin demostró, hace siglo y medio, que
la respuesta es negativa. El error de los mendelistas consiste en
creer lo contrario. La fecundación sexual es una
consecuencia de la evolución, no su causa. Sólo
existe en los seres más evolucionados, si bien no cabe
duda que, una vez aparecida, se convierte, a su vez, en un motor
acelerado de esa misma evolución.

Con el mismo experimento, Mendel y Darwin se sitúan en
contextos científicos diferentes. Utilizando el ejemplo
anterior cabe afirmar que el color de las alas de una mariposa
puede tener interés a determinados efectos, aunque
limitados, pero en ningún caso para explicar la
evolución. El objetivo de
Mendel era explicar la diversidad y no la continuidad. Como ha
quedado expuesto más arriba, los caracteres que son
iguales, es decir, los más importantes, aquellos
relacionados con la clasificación de los seres vivos,
carecen de explicación mendelista. La hibridación
trataba de contestar a la pregunta acerca de si la
clasificación de las especies establecía fronteras
absolutas entre ellas, imposibles de sortear: ¿Es posible
la hibridación entre distintas especies? La pregunta
cuestionaba la fecundidad de los híbridos, es decir, su
capacidad para engendrar descendencia. La palabra más
utilizada por Darwin al hablar del asunto en "El origen de las
especies" es esterilidad que, naturalmente, conduce a la
extinción, no a la evolución. Por eso, comentando
la obra de Trémaux, Marx
escribió que, contrariamente a una opinión
generalizada, no son los híbridos los que crean las
diferencias, sino al revés, demuestran la unidad de tipo
de las especies: "Lo que Darwin presenta como las dificultades de
la hibridación son aquí [en Trémaux], al
contrario, pilares del sistema, puesto que [Trémaux]
demuestra que una "espèce" solo está constituida
cuando el "croisement" con otras deja de ser fecundo o posible"
(212). La hibridación, pues, no puede explicar la
evolución, y ese fue uno de los errores básicos de
los mendelistas, que quisieron hacer pasar los resultados de unos
experimentos de hibridación con guisantes como leyes
generales aplicables a todas las especies vivas en cualquier
época histórica, por remota que pudiera ser.

La oposición entre Mendel y Darwin es clara en la
continuidad o discontinuidad de los caracteres. Mientras Darwin
desarrolla una teoría basada en la continuidad,
descartando los saltos y la discontinuidad, las leyes de Mendel
eran discretas, requieren rasgos morfológicos
contrastables. Como consecuencia de ello, la hipótesis del
gen se va a construir sobre la base de que dicho componente
explica no exactamente los caracteres sino la variación de
los caracteres: si todos los hombres fueran rubios, nadie hubiera
sospechado jamás que existiera un gen determinante del
color del pelo. Por lo tanto, no hay tantos genes como caracteres
sino tantos genes como caracteres diversos. Pero hay variaciones
casi imperceptibles, por lo que el número de genes
será el mismo que el de los cambios que seamos capaces de
observar, es decir, no dependerá sólo de nuestra
perspicacia sino de la potencia del
microscopio
con el que trabajemos. Por otro lado, Mendel sólo
tomó en consideración unos pocos y secundarios
rasgos de la planta, ignorando otras diferencias porque no eran
suficientemente contrastables. Sus ensayos eran impracticables
con tipos intermedios que, como el tamaño de las hojas y
de las flores, presentan un amplio rango de variaciones. Los
guisantes debían ser amarillos o verdes y no valían
las tonalidades intermedias.

El éxito de las leyes de Mendel en 1900 hay que ponerlo
en relación con las leyes que sobre la herencia estaban
vigentes antes de 1900. Hasta esa fecha las concepciones
dominantes acerca de la herencia defendían la mezcla,
interpretada de manera que no sólo no explicaba la
biodiversidad sino que pronosticaban la mediocridad, es decir, la
tendencia de las especies a la uniformidad y, en el hombre, la
tendencia sociológica hacia la denominada "clase media".
La cantidad se opone a la calidad. Para impedir la
regresión a la mediocridad, la burguesía
implementó toda esa batería de políticas
aberrantes de tipo aristocrático en los países
capitalistas más "avanzados". Como los miserables se
reproducen más que los burgueses, no solamente
había que impedir la hibridación interclasista sino
que había que esterilizarlos.

Con Mendel el asunto se podía presentar de otra forma.
Sus leyes demostraban que la hibridación no sepultaba los
caracteres "puros" más que aparentemente porque en la
segunda generación reaparecían. Era una
explicación convincente de algo que venía
preocupando a los biólogos: la estabilidad de los
híbridos, a veces calificado como el problema de la
"constancia de las razas", que contrastaba con su opuesto, el de
la regresividad o reaparición en la progenie de rasgos
provenientes de los ancestros al cabo de algunas generaciones. A
mediados del siglo XIX las controversias sobre hibridación
planteaban si los híbridos constituían nuevas
especies o, por el contrario, eran un retorno a una variedad
preexistente, esto es, supuestos de involución y atavismo,
el retorno de caracteres pasados en las nuevas generaciones.

La regresión de los caracteres ya era conocida desde
comienzos del siglo XIX, pero se había interpretado
erróneamente, en el sentido de que la regresión
demostraba una tendencia hacia las especies originales, que
serían inmutables, cuando en realidad es una forma de
segregación, como probaron Naudin y Mendel, es decir, de
conservación y, por consiguiente, de continuidad de la
herencia. Había algo en la forma-factor-gen que no se
manifestaba, que quedaba latente, escondido en medio de la
impureza. Las leyes de Mendel proporcionaban un método
para sacarlo a la luz, que fue el
utilizado por los eugenistas y racistas para extraer la pureza en
medio de la mezcla degenerativa. Esto era algo tan conocido en la
segunda mitad del siglo XIX que Darwin hace un uso intensivo de
esta concepción, citando siempre a Naudin y nunca a Mendel
ni a Trémaux. "Un híbrido es un mosaico viviente",
dice Darwin parafraseando a Naudin.

También habla de "prepotencia" para aludir al
carácter dominante, así como de "caracteres
latentes" para aludir a los recesivos, sobre los que escribe: "En
toda criatura viva podemos asegurar que subyace una multitud de
caracteres perdidos, lista para desplegarse bajo condiciones
adecuadas" (213). En una carta a Wallace
fechada en 1866, el mismo año de la publicación del
trabajo de Mendel, Darwin le dice: "No creo que comprenda lo que
quiero decir cuando afirmo que ciertas variedades no se mezclan.
Esto no se refiere a la fertilidad. Un ejemplo explicará
el punto. He cruzado guisantes Painted Lady con
Purple, variedades de colores muy
diferentes, y he obtenido, incluso en la misma baya, ambas
variedades perfectamente separadas y no un estado intermedio.
Pienso que debe ocurrir algo parecido, por lo menos, con sus
mariposas y las formas arbóreas de Lythrum. Si
bien estos casos son, en apariencia, tan maravillosos, no
sé si son, en realidad, más maravillosos que el
hecho de que todas las hembras del mundo produzcan machos y
hembras bien distintos como descendencia". Parece obvio, y no es
ninguna casualidad, que también Darwin realizó
experimentos con guisantes con dos objetivos:

a) para refutar la hipótesis de la herencia mezclada
que, al diluir las variedades y uniformizar gradualmente a los
individuos, socavaba la selección natural

b) para explicar la regresión en los caracteres;
siguiendo a Naudin Darwin considera que mientras la primera
generación de híbridos es uniforme, la segunda
experimenta una regresión, reapareciendo caracteres
ancestrales que habían permanecido ocultos hasta
entonces.

Aunque no fue ni el primero ni el único que la
defendió, la teoría de la dominancia y la
recesividad es el verdadero núcleo de la obra de Mendel
que, a partir de 1900, alcanzó gran difusión porque
permitió otro vuelco a la concepción misma de la
selección natural de Darwin, cuyo objeto ya no
serán los cuerpos, las especies vivas, sino los genes.
Así, reconoce Jacob, se empieza a sostener que la
selección natural ya no opera sobre el cuerpo sino
sólo sobre las células germinales, con lo cual "la
concepción de la herencia sufre así una
transformación total" (214). Es el denominado polimorfismo
genético, es decir, la concepción de que un mismo
carácter puede estar determinado por varios genes
diferentes, de los cuales sólo opera uno, quedando los
demás latentes o inactivos. Si la selección natural
de Darwin requería de biodiversidad, la selección
natural de los neo darwinistas requerirá de polimorfismo,
de genes variables. En
contra de lo que Darwin había repetido con insistencia, la
selección natural, se convierte en el único
mecanismo de la evolución.

Como reconoció Bateson, uno de sus primeros fieles, los
escritos de Mendel no son una descripción literal de sus investigaciones
sino una "reconstrucción" de las mismas, que relató
de manera diferente a la forma en que las había llevado a
cabo. Los números no cuadran en ningún caso.
Así, por ejemplo, dice que utilizó 22 plantas en
total, pero dado que estudió siete caracteres en plantas
que sólo diferían en uno de ellos, sólo
hubiera necesitado siete parejas, es decir, 14 en total. Sus
experimentos son absurdos e imposibles, concluye Di Trocchio:
"Mendel no llevó a cabo experimentos en el jardín
del convento sino en su celda con papel y pluma" (215). Lo mismo
sostiene Michael Ruse: "Mendel había ya descubierto las
leyes antes de realizar la mayor parte de los experimentos con el
guisante" (216).

Otra demoledora crítica
contra Mendel la lanzó en 1936 Fisher desde el punto de
vista estadístico (217). Mendel concentró su
atención en siete caracteres dominantes de los guisantes
que, además, presentó como mutuamente
independientes. Pero hoy sabemos que eso sólo es posible
si cada factor que lo produce (gen) se encuentra en un cromosoma
diferente. De todos los caracteres posibles Mendel
seleccionó los que él creía que
cumplían sus previsiones, es decir, aquellos situados en
cromosomas distintos. Sin embargo, el guisante tiene un total de
siete cromosomas y la probabilidad
de que siete caracteres tomados al azar pertenezcan cada uno de
ellos a un cromosoma distinto es de un 0"6 por ciento, es decir,
sólo seis de cada mil. Lo más normal es que uno o
varios formen parte del mismo cromosoma, por lo que se heredan de
forma conjunta y, por tanto, la proporción prevista por
Mendel no podía funcionar en la mayor parte de las
ocasiones. De hecho, los genetistas usan la proporción en
que dos caracteres distintos se heredan de forma conjunta para
calcular la distancia a la que se localizan estos dos genes en un
mismo cromosoma.

De los siete caracteres que Mendel estudió, y que
presentó como independientes, sólo dos eran
realmente independientes. El resto no podía cumplir sus
leyes. La conclusión fue que las había elaborado no
como conclusión de sus experimentos, sino calculando
numéricamente cuál sería el resultado si
todos los caracteres se transmitieran de manera independiente.
Sus leyes son un fraude en el
sentido que le dieron sus secuaces a partir de 1900. Mendel se
limitó a exponer en forma de experiencia práctica
lo que no era más que un modelo
teórico, abstracto.

Si las cifras son incongruentes resulta absurdo que los
mendelistas destaquen en su obra precisamente sus resultados
cuantitativos, es decir, su aspecto menos interesante. Tampoco
cabe apreciar el carácter experimental de sus
hibridaciones, un tópico de moda en la
botánica del siglo XIX. Sus referencias al cultivo de
guisantes no eran más que la
ilustración del mensaje que Mendel pretendía
transmitir, de su concepción de la variabilidad vegetal.
Hasta entonces había habido muchos hibridadores que
habían destacado un sinfín de observaciones
empíricas y de metodologías de cultivo. Por eso
nadie prestó atención a Mendel hasta 1900, porque
parecía otra experiencia más, esta vez de alcance
mucho más reducido. Sobraban los ensayos sin teoría
previa, sin hipótesis de trabajo. Mendel tenía un
teoría en una disciplina en
la que nadie se había preocupado por alcanzar ninguna.
Según Mae Wan Ho, Mendel "procedió deductivamente
desde principios
generales a lo específico, con una teoría matemática
ya en mente que buscaba confirmar mediante la
experimentación". Existían muchos caracteres que no
encajaban en el complejo modelo de la herencia mendeliana: "Pero
Mendel se concentró solamente en los que sí lo
hacían. Por lo tanto, la teoría resultante solo
puede ofrecer, en el mejor de los casos, una descripción
muy parcial e idealizada de la herencia […] Mendel
eliminó las desprolijas complejidades de los organismos
vivos para experimentación y optó por entidades
ideales y eternas que se comportan de un modo simple y
lógico" (218). Eso es lo que le vuelve contradictorio:
él sí tenía una teoría capaz de
resultar contrastada. Hasta entonces los hibridadores no
esperaban nada de sus cultivos. El caso de Mendel es totalmente
distinto; concibió un modo de transmisión
hereditaria de los caracteres y lo contrastó en una serie
de ensayos, confesando que recomenzó sus pruebas cuando
comprobó que los resultados no eran los esperados. En una
carta a Nägeli de 8 de abril de 1867 Mendel le dice: "La
realización de una gran cantidad de fecundaciones entre
1863 y 1864 me convenció de que no era fácil
encontrar plantas apropiadas para una amplia serie experimental y
de que en caso favorable podrían transcurrir años
sin obtener la conclusión deseada". Por eso sólo
experimentó con guisantes, la "planta apropiada" y con
determinados caracteres, también apropiados para ilustrar
de una manera concreta lo que se proponía.

Bateson advirtió que en sus experimentos Mendel no
utilizó líneas puras para los siete rasgos
estudiados, de manera que coexistían rasgos
múltiples en la misma planta. Era necesario empezar por
obtener ejemplares genéticamente puros, si es que eso es
factible en condiciones silvestres. Para obtener lo "impuro"
primero hay que disponer de lo "puro", de manera que la
reproducción asexual preserva el patrimonio
hereditario (permite la continuidad de la "pureza") en tanto la
sexual propicia la hibridación (permite la "impureza"). Al
mismo tiempo, a fin de que la experimentación se pueda
repetir, es necesario definir un tipo igual de cobaya, como
propuso Morgan con sus moscas, lo cual tampoco es fácil
porque los organismos nunca coinciden genéticamente de
manera exacta. Por eso cuando aluden al desciframiento del genoma
humano, no dicen el de quién exactamente. Para obtener
ejemplares parecidos se crían artificialmente en
invernaderos o laboratorios, en condiciones muy diferentes de las
que existen en la naturaleza. No obstante, se pretende que esas
condiciones de laboratorio
reproducen con cierta fidelidad los fenómenos de la
naturaleza. Así, en ocasiones se pretende extrapolar el
cultivo de enfermedades en un ratón de laboratorio con las
que se observan espontáneamente en el hombre. Ni los
guisantes, ni las moscas, ni los perros, ni las
bacterias, ni
los ratones, silvestres o de diseño,
sirven para establecer leyes generales sobre la evolución
de todos los seres vivos.

A diferencia del mendelismo, la corriente dominante en la
genética soviética se fundamentó en
postulados mucho más amplios, que fueron los establecidos
por el botánico ruso K. A. Timiriazev (1843-1920).
Éste diferenciaba entre una reproducción simple,
que es la repetición del desarrollo de los ancestros,
característico de las plantas que se multiplican de manera
asexual, junto a la reproducción que denominaba doble o
compleja, es decir, la multiplicación sexual, normalmente
asociada a los dos organismos progenitores. A su vez, en esta
última diferenciaba tres supuestos:

a) mixta, en la que se incluyen las quimeras, un tipo de
herencia no mezclada en el que los caracteres de uno de los
progenitores se manifiestan en una parte del organismo y los
caracteres del otro en la otra parte.

b) conjunta, que es la más importante para Timiriazev,
que se produce cuando los caracteres de los dos progenitores se
fusionan en la descendencia, aunque sin manifestarse en estado
puro, ya que se obtienen nuevas propiedades.

c) antagónica, cuando los caracteres paralelos pero
opuestos de los antecesores no se fusionan en la descendencia
híbrida. En estos casos no se obtiene una propiedad
nueva o intermedia sino que se expresa la propiedad de uno solo
de los progenitores mientras que la del otro desaparece.

En la herencia antagónica, continúa Timiriazev,
se observan dos posibilidades:

a) el millardetismo, nombre derivado del botánico
francés Millardet, que estudió esta
categoría de híbridos: son aquellos supuestos en
los que los híbridos, uniformes en la primera
generación, lo son también en las generaciones
siguientes. La descendencia híbrida no se diversifica, no
se segrega en las generaciones sucesivas, ya que las propiedades
de uno de los progenitores quedan totalmente absorbidas por el
otro.

b) el mendelismo, al que Timiriazev considera como un hecho
aislado que no se produce más que en condiciones
determinadas y que, además, no fue descubierto por
Mendel.

Como se observa, es un cuadro mucho más completo que el
esquema simplificado en extremo que se ha difundido y sigue
vigente en los países capitalistas. Según ello, no
hay un rechazo de los supuestos de herencia mendeliana sino una
integración como un caso particular y
restringido que no excluye otras formas diferentes de herencia.
Como afirma Mae Wan Ho, "la herencia mendeliana se aplica
sólo a un conjunto restringido de caracteres observados a
lo largo de un número limitado de generaciones en
condiciones ambientales más o menos constantes, y
sólo cuando se cruzan organismos dentro de la misma
especie y con el mismo número de cromosomas. En realidad,
uno de los caracteres que Mendel estudió, el de los
guisantes rugosos, fue introducido por un elemento
genético móvil o "gen saltador", que se
había insertado en el alelo salvaje normal de los
guisantes redondos, un proceso decididamente no mendeliano"
(219). El mendelismo, pues, elevó a regla general, lo que
no era más que un caso particular.

No fueron sus "re descubridores" quienes lanzaron a Mendel a
la fama, sino William Bateson (1861-1926), que le tradujo al
inglés,
el idioma de la genética naciente. De Vries, Correns y
Tschermack eran centroeuropeos y el centro del mundo estaba
entonces en Inglaterra. Bateson, al que Lysenko califica de
"oscurantista", necesitaba utilizar a Mendel contra la
teoría de la evolución, ya que era preformista y
defendía las teorías
catastrofistas de Cuvier. Bateson ataca al darwinismo en varios
puntos: pan génesis, herencia de los caracteres adquiridos
y cambios graduales. Para ello, junto con el francés
Cuenot, transformó la leyes de la hibridación en
leyes de la herencia, demostrando que su validez no se limitaba
únicamente a las plantas sino también a los
animales. Bateson publicó el primer manual sobre la
herencia basado en sus leyes, en donde anticipaba una buena parte
de la nueva terminología (alelomorfos, heterocigoto).

Hoy Mendel es un mito al que los mendelianos le rinden el
culto debido, sin escatimar adjetivos que harían sonrojar
al propio monje agustino. Se han excedido en su culto a la
personalidad; le han catapultado a un Olimpo del que
aún no le han bajado. Por ejemplo, Rostand se atreve a
decir que toda la genética está contenida en las 40
páginas en las que Mendel resumió sus experimentos
sobre hibridación: "Leyendo hoy esas cuarenta
páginas, a uno le sorprende a la vez la novedad de los
resultados obtenidos y la circunspección del autor, que no
adelanta nada más que lo perfectamente probado, y se
contenta con encadenar los hechos con hipótesis
estrictamente necesarias. Más de un siglo después
de la publicación de la memoria de
Mendel, no se encuentra, por así decirlo, nada que
rectificar, ni un error de hecho ni de interpretación. De un golpe Mendel vio todo
lo que se podía ver y todo comprendido: es casi
único en la historia de la ciencia" (220). Lleno de
entusiasmo por su maestro, el biólogo soviético
Medvedev le pone a la altura de Copérnico, Leonardo da
Vinci, Newton,
Galileo y Darwin: "El descubrimiento de Mendel es tan importante
como el de Darwin" porque sólo después de haber
descubierto las leyes de la herencia se pudo hacer de la
teoría de la evolución la base de la
biología moderna (221). ¿Cómo pudieron
Lamarck y Darwin escribir sus obras sin conocer las leyes de
Mendel? Otra historia que parece vuelta del revés…

La deificación de Mendel ha convertido a todos los
demás en herejes. La crítica del mendelismo se
presenta en sociedad como una crítica a la
genética, como si genética fuera sinónimo de
mendelismo. Como los fundamentos son erróneos, desde el
comienzo se va tejiendo el mendelismo con continuas amalgamas
entre concepciones dispares, con un remiendo detrás de
otro para no dejar caer a los mitos sobre
los que se ha construido. Con la teoría de las mutaciones
los factores-genes siguieron su andadura. Lo crean todo y no son
afectados por nada. La evolución se detiene a sus puertas.
Como escribió Bertalanffy, la biología podía
ser evolucionista pero la genética quedaba como el reducto
de la inmutabilidad. A partir de entonces y sobre fundamentos tan
poco claros, el mendelismo se convierte en el centro de las
ciencias biológicas. A ella se subordinan la
citología, la embriología, la paleontología,
la antropología, la medicina y otras
disciplinas.

No es un fenómeno exclusivamente científico,
sino también mediático, es decir,
ideológico, político y económico. Los
mendelistas acaparan los premios Nobel, aparecen en primera plana
en los medios de
comunicación y conceden ruidosas conferencias de
prensa.
Cualquier fenómeno publicitario de esa naturaleza tiene
como contrapartida el silenciamiento de otro tipo de
investigaciones y concepciones y, en consecuencia, un determinado
tipo de explicaciones aparece como la única
explicación existente, o incluso posible. Una interesante
investigación de Matiana González Silva ha sido
sugestivamente titulada de la forma siguiente: "Del factor
sociológico al factor genético. Genes y enfermedad
en la páginas de "El País" (1996-2002)", donde
analiza cómo ha cambiado la divulgación
periodística acerca de las causas de las enfermedades, a
favor de una explicación genética y,
lógicamente, en detrimento de otra clase de explicaciones
(222). La genética lo invade todo porque hay poderosos
intereses económicos, bélicos y políticos
que así lo determinan. Los intereses estrictamente
científicos no coinciden necesariamente con ellos. Pero
donde estaba ocurriendo eso era en los países capitalistas
precisamente, por más que la burguesía intente
proyectar sus espectros contra la URSS.

En el confuso estado que mantenían, los ingredientes
ideológicos de la genética se convierten en
dominantes en la cultura
capitalista y propician el racismo y la
xenofobia. En
1900 se descubren los grupos
sanguíneos, de los cuales se extraen otras tantas nociones
oscurantistas a sumar a las que la teoría sintética
engendraba por sí misma. Los lazos nacionales y raciales
son una extensión de los familiares y éstos se
basan en la consanguinidad. La sangre es la unión
más próxima y más íntima; en la
Biblia está asociada al alma y a Aristóteles y
Linneo le sirvieron para realizar la primera clasificación
de los animales en dos grandes grupos: los que tienen sangre y
los que carecen de ella. Pero pronto el papel místico de
la sangre pasará a ser desempeñado por lo
genético. Se forma un "darwinismo social" que divide a los
seres humanos entre los ostentadores de un pedigrí
secular, una estirpe superior, y los portadores de malformaciones
hereditarias, predestinados al exterminio. En definitiva, lo que
se observa con el cambio de siglo es la emergencia de dos
teorías de marcado sesgo anti evolucionista, la de
Weismann y la de Mendel, que se ensamblan y,
paradójicamente, se incorporan al evolucionismo
distorsionándolo. No era la primera síntesis
ni será la última. Cada una de esas confusas
amalgamas no hace más que poner de manifiesto los endebles
fundamentos sobre los que ha pretendido construirse el edificio,
la insuficiencia conceptual y la precariedad de hipótesis
que son clave para futuros desarrollos.

La teoría
sintética de Rockefeller

Desde mediados del siglo XIX el positivismo
confió en la posibilidad de extraer la ideología (y
la filosofía) de la ciencia, que podría seguir su
marcha sin resultar alterada por adherencias extrañas.
Influidas por él, algunas corrientes marxistas, como el
estructuralismo de Althusser, han sostenido el
mismo criterio. Incluso han llegado a convencerse de que eso se
ha podido lograr con el propio desarrollo científico, de
modo que les repugna que una ideología aparezca
explícitamente "mezclada" en las investigaciones
científicas. Pero lo novedoso no consiste en "introducir"
la filosofía en la ciencia sino en el hecho de haberla
sacado previamente de ahí. Por lo demás, la
repugnancia por la mezcla sólo se experimenta cuando esa
ideología no es la suya propia. En ocasiones algún
científico manifiesta carecer de ideología alguna,
o ser neutral ante todas ellas, o ser capaz de dejarlas al
margen. Lo que sucede en esos casos es que se deja arrastrar por
la ideología dominante, que queda como un sustrato
sobreentendido de sus concepciones científicas y, en
consecuencia, no se manifiesta conscientemente como tal
ideología. Bernal lo expuso con relación a la
influencia de Ernst Mach en la física: "Muchos
físicos han absorbido tanto positivismo en su
educación que lo consideran como un elemento
intrínseco de la ciencia y no advierten que es simplemente
una manera ingeniosa de explicar el universo objetivo en
términos de ideas subjetivas" (223).

En ocasiones eso se debe a la ignorancia de la
filosofía, pero también a la pretensión de
originalidad, de ausencia de precedentes; a veces porque parece
poco científico mencionar, por ejemplo, las mónadas
de Leibniz como un antecedente de las células de Virchow,
de los factores de Mendel, de las bioforas o de los genes. Un
concepto filosófico, por su propia naturaleza, siempre le
parece especulativo al científico, nunca parece probado y
siempre vulnerable a la crítica. Prefiere inventar un
neologismo, aunque la noción sea exactamente la misma.

Esa actitud
positivista, que es ideológica en sí misma, es lo
que hace que el linchamiento de Lysenko reincida en dos puntos
que, al parecer, resultan impensables fuera de un país
como la URSS. Uno de ellos es la injerencia coactiva y
omnipresente del Estado en la investigación
científica, y el otro, la no menos asfixiante injerencia
de una ideología, la dialéctica
materialista, en detrimento de otras ideologías y, por
supuesto, de la ciencia, que debe permanecer tan pura como la
misma raza.

Sin embargo, en los países capitalistas, que
habían entrado ya en su fase imperialista, las ciencias
padecían esas y otras influencias, de manera que los
científicos estuvieron directa e inmediatamente
involucrados en los peores desastres padecidos por millones de
seres humanos en la primera mitad del siglo pasado (224). Ahora
bien, subjetivamente los científicos no perciben como
influencia extraña aquella que se acopla a su manera
previa de pensar, sobre todo si dicha influencia está
generosamente recompensada con suculentas subvenciones. Entonces
la influencia se convierte en ayuda, en fomento de la
investigación. Por eso prefieren ponerse al servicio de
las grandes multinacionales que al de un Estado socialista, que
les resulta extraño.

En particular, la genética fue seriamente sacudida por
la crisis
capitalista de 1929. A partir de aquel momento, la
Fundación Rockefeller inicia un giro en su política de
subvenciones favorable a la nueva ciencia y en detrimento de
otras, como la matemática o la física. Entre 1932 y
1945 dicha Fundación contribuyó con aproximadamente
25 millones de dólares de la época para financiar
la nueva genética sintética o "formalista".

La dinastía comenzó con William Avery
Rockefeller quien acumuló su fortuna engañando a
los incautos con medicamentos fraudulentos embotellados como
pócima milagrosa para cualquier clase imaginable de
patología. A finales del siglo XIX, junto con otros
conglomerados farmacéuticos, Rockefeller controlaba ya
hospitales, universidades e instituciones
sanitarias.

En la Fundación Rockefeller no había
ningún interés de carácter estrictamente
científico; se trataba de un proyecto
hegemónico imperialista cuya clave está en la
guerra
bacteriológica, que inició su andadura con el
lanzamiento masivo de gases letales
durante la I Guerra Mundial.
En 1931 Cornelius P. Rhoades, del Instituto Rockefeller de
Investigaciones Médicas, infectó a seres humanos
con células cancerígenas, falleciendo 13 personas.
Rhoades dirigía los servicios de
salud del
Instituto de Medicina Tropical en San Juan de Puerto Rico.
Desde allí escribió varias cartas a sus amigos en
Estados Unidos en las que describía su odio hacia los
puertorriqueños. Hablaba de ellos con desprecio: "Los
puertorriqueños son sin duda la raza de hombres más
sucia, haragana, degenerada y ladrona que haya habitado este
planeta. Uno se enferma de tener que habitar la misma isla que
ellos. Son peores que los italianos. Lo que la isla necesita no
es trabajo de salud
pública, sino una marejada o algo para exterminar
totalmente a la población. Entonces pudiera ser habitable".
En una de aquellas cartas, fechada el 11 de noviembre de 1931,
confesaba sus crímenes. Reconocía haber implantado
células cancerígenas a pacientes
puertorriqueños sin su consentimiento. Las cartas fueron
interceptadas por los independentistas, quienes denunciaron el
crimen. Pero las complicidades llegaban muy alto, de modo que el
gobierno en lugar
de encarcelar a Rhoades, le puso a cargo de los proyectos de
guerra bacteriológica del ejército estadounidense
en Maryland, Utah y en Panamá.
Fue condecorado por el gobierno con la medalla meritoria de la
Legión. Tras la II Guerra Mundial, le nombraron director
de investigaciones del hospital Sloan Kettering Memorial de Nueva
York, el centro oncológico más importante del
mundo. En sus instalaciones Rhoades emprendió la
investigación de 1.500 tipos de gas mostaza
nitrogenado con la excusa de un supuesto tratamiento contra
el
cáncer. Utilizaron isótopos radiactivos con
mujeres embarazadas y virus patógenos en otros pacientes.
Luego Rhoades formó parte de la Comisión de
Energía Atómica de Estados Unidos, donde
siguió experimentando con radiaciones, tanto en soldados
como en pacientes de hospitales civiles.

La referida Comisión de Energía Atómica
desempeñó un papel fundamental en la
imposición de la hegemonía científica de la
teoría sintética. Al concluir la II Guerra Mundial,
Estados Unidos no encomendó la producción de armas nucleares
al Pentágono ni al Departamento de Defensa, sino a una
agencia civil, la Comisión de Energía
Atómica, responsable tanto del diseño de armas
nucleares, como del desarrollo de la energía
nuclear para usos civiles. En este último aspecto,
debía ocuparse a la vez de la promoción de la
energía atómica civil y de la regulación de
la seguridad en las centrales nucleares. Las investigaciones
genéticas formaban parte del capítulo de seguridad
nuclear. Su objetivo era estudiar los efectos de las radiaciones
sobre los cromosomas humanos, en busca de mutaciones y
anormalidades inducidas por los programas
nucleares, tanto militares como civiles (225). Se creó una
Oficina de
Investigación Sanitaria y Ambiental encargada de
supervisar la seguridad en los trabajos con radiaciones. En los
años ochenta esta Oficina disponía de presupuestos
gigantescos (del orden de 2.000 millones de dólares) para
el estudio de los efectos de la energía sobre el genoma
humano. Su interés por los efectos genéticos de las
radiaciones permitió que Dobzhansky, entre otros, tuvieran
acceso a una fuente constante de financiación y
colaboradores, mientras que otro tipo de proyectos de
investigación quedaron relegados. El proyecto de
secuenciación del genoma humano tuvo este origen
(226).

Rockefeller puso la ciencia al servicio de la eugenesia y a lo
largo del siglo XX articuló su proyecto en cuatro fases
sucesivas: la primera es el maltusianismo, control
demográfico, restricciones a la inmigración y planes antinatalistas; el
segundo es la eugenesia, la nueva genética, la
esterilización y el apartheid; el tercero es la
"revolución verde", los fertilizantes, abonos y pesticidas
usados masivamente en la agricultura a partir de 1945; el cuarto
son los transgénicos, el control de las semillas y de la
agricultura mundial. Al final de la II Guerra Mundial los
laboratorios militares estadounidenses habían sintetizado
muchos compuestos bacteriológicos nuevos destinados a
transformarse en armas letales, tanto para los seres humanos como
para las cosechas; con algunas variantes, muchos de ellos se
podían utilizar como insecticidas o herbicidas. Por
ejemplo, el DDT lo diseñó Monsanto en la
década de los cuarenta como un arma de guerra química, reconvertida
luego en el agro tóxico estelar con el que envenenaron a
los trabajadores, las tierras y las aguas de todo el planeta en
la década siguiente (227).

Para lograr la comercialización de las armas
químicas era necesario crear un mercado civil
capaz de consumir sus subproductos en gran escala.
Habían invertido mucho capital como para abandonar las
investigaciones, así que se montó un negocio para
rentabilizarlas, sacando a un oscuro agrónomo de un
laboratorio militar aún más oscuro, secreto: Norman
E. Borlaug (1914-2009). La Fundación Rockefeller le
propuso cambiar de trabajo y trasladarse a México
para iniciar allá la "revolución verde" que
-volveré sobre ello- es uno de los mayores desastres
sociales y ambientales del siglo pasado. Se trataba de acabar con
el autoconsumo y las prácticas agrícolas
tradicionales, introduciendo el capitalismo
salvaje en el campo: fertilizantes, pesticidas, maquinaria y,
ante la imposibilidad de obtener nada de esto, introducción del crédito
para endeudar al campesinado, arruinarle y hacerle perder la
propiedad de sus tierras. Por su probado servilismo hacia las
multinacionales, a Borlaug le recompensaron con el Premio Nobel
de la Paz en 1970. En México Borlaug pirateó una
variedad híbrida de trigo capaz de soportar el uso masivo
de agro tóxicos. Se trataba de una espiga de trigo con un
tallo mucho más corto y grueso robada a los japoneses tras
la guerra (228).

La Fundación Rockefeller colaboró con el
Instituto Kaiser Guillermo III y con Ernst Rüdin, el
arquitecto de la política eugenista del III Reich. A pesar
de los asesinatos de presos antifascistas en los internados y
campos de concentración, continuó subvencionando en
secreto las investigaciones nazis al menos hasta 1939,
sólo unos meses antes de desatarse la II Guerra Mundial.
El famoso gas Zyklon B, utilizado en los campos de
concentración, fue fabricado por Bayer, una de las
empresas
integrantes del consorcio I. G. Farben que mantenía
titularidades accionariales cruzadas con Rockefeller: la alemana
era accionista de la Standard Oil y viceversa. En
Núremberg fueron condenados 24 directivos de I.G. Farben
por cometer crímenes contra la humanidad y el tribunal
ordenó desmantelar el consorcio, que se dividió en
las multinacionales Hoechst, Bayer y BASF, un mero cambio de
marca
comercial (229).

El químico alemán Gerhard Schrader
(1903–1990) trabajó de 1930 a 1937 para Bayer,
sintetizando más de 2.000 nuevos compuestos
químicos organofosforados, entre ellos algunos
insecticidas que se podían utilizar también como
armas neurotóxicas contra seres humanos, como el
tabún. Tras la guerra, Schrader fue más
hábil que sus jefes de I. G. Farben. Se refugió en
Estados Unidos y, como tantos otros, encontró allí
impunidad por
sus crímenes, a cambio de poner sus conocimientos
científicos al servicio de sus nuevos amos. Los pesticidas
que se utilizaron en la "revolución verde" eran derivados
químicos de las sustancias utilizadas como armamento en la
I Guerra Mundial y producidas por los mismos laboratorios que
fabricaron las bombas
químicas arrojadas durante la guerra de Corea. Se trata de
un proceso que no ha terminado. A través de la
multinacional suiza Syngenta y del CGIAR (230), hoy Rockefeller
sigue manteniendo su red para el control de la
población mundial y de sus fuentes de
alimentación. En Puerto Rico los experimentos
bioquímicos con la población han sido una
constante. En los años sesenta utilizaron mujeres
puertorriqueñas como conejillos de indias para probar
anticonceptivos. Algunas murieron. La
población de El Yunque fue irradiada para probar el agente
naranja con el que se bombardeó Vietnam; hasta finales de
los años noventa utilizaron cancerígenos sobre la
población de Vieques; contaminaron con iodo radioactivo a
pacientes en el antiguo hospital de veteranos; también
profanaron cadáveres de la antigua Escuela de Medicina
Tropical y los enviaron a Estados Unidos para analizarlos
(231).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter