"El más grande defecto de la
humanidad es de ser deshumana"
(Del film: La leggenda del Santo
Bevitore,
de Ermanno Olmi).
Cada uno de nosotros lleva dentro de sí una tragedia,
que podemos plantearla en términos de desajuste consigo
mismo. Cada uno de nosotros lleva consigo un drama existencial
que no es otra cosa que el estar obligados a vivir dentro de las
fronteras de lo desperfecto. Nadie es lo que desearía ser.
De aquí la turbación y el escándalo que se
experimenta por aquello que se ha hecho o por aquello que no se
ha hecho, por aquello que se es o por aquello que no se es. En
términos filosóficos el drama existencial al que
aludimos es la conciencia de la
propia finitud. El saber que somos un proyecto
irresuelto y que, por más ganas y esfuerzos, estamos
destinados a permanecer inacabados, incompletos, limitados.
Este forzoso e inevitable drama es la base de un problema que
rebasa lo psiquiátrico, y que en su mismo origen es
antropológico, es decir, de naturaleza
filosófica, pero que sucesivamente estalla y rebota en el
terreno de la psiquiatría y se engalana como chifladura
mental, adquiriendo un lugar privilegiado entre los trastornos de
la
personalidad.
Para percatarnos de la profunda dimensión de este drama
reparemos, primero, en qué consiste desde el punto de
vista filosófico para después rastrearlo en el
terreno de la psiquiatría. Filosóficamente, la
hondura del problema reside en el hecho de que el hombre
quiere enmendar su ser que a todas luces prueba y evidencia como
limitado, inconcluso, inacabado. Queriendo echarle una mano en la
resolución de su drama interior la razón seduce al
hombre y como
en los tiempos del paraíso vuelve a tentarlo con la
insinuación de ser como dios. Justamente Jean Paul
Sartre
sostendrá que "ser hombre es fundamentalmente deseo de ser
Dios".
En su empeño por repararse, solucionar su drama
interior, y corregirse para sentirse arreglado, lo que el hombre
básicamente quiere retocar y corregir es la existencia
misma. Pero esta obsesión de vivir sin fallas ni
equivocaciones, sin desarmonías ni contradicciones,
sólo lo vuelve enemigo declarado de lo humano que
nativamente es imperfecto. De esta seducción racional
surge el deseo de buscar la perfección y de ser perfectos.
El drama a que aludimos es tan fuerte que las grandes religiones
históricas han quedado maravilladas, intrigadas y hasta
horripiladas por la saña que maneja el hombre contra
sí mismo y contra sus semejantes a raíz de sus
errores, fracasos y desaciertos. De aquí que todas
coincidan en imponer algo que debería salir sobrando:
el amor a
sí mismo.
La Terapia de la imperfección se ocupa de este drama.
Es un método
para el tratamiento del perfeccionismo basado en una
concepción del hombre desde el concepto de
límite. Es la primera psicoterapia
relacionada de manera directa, explícita y
sistemática con dicho concepto. La concepción del
hombre que maneja la Terapia de la imperfección se
yuxtapone a la concepción perfectocéntrica que
caracteriza a Occidente donde el ideal de la perfección
envuelve la existencia del hombre, su cultura, sus
valores y la
vida en general. Consiguientemente, lo que denominamos la horma
mental, "forma mentis", del Occidente se arraiga sobre la
noción de la perfección, es decir, sobre "un
no-sentido típicamente metafísico" (Pietro Piovani,
1977, p. 5). De aquí que los modelos de
pensamiento,
sentimiento y conducta
establecidos en el Occidente tengan como pilar fundamental el
ideal de la perfección. Sin embargo, antes de adentrarnos
y examinar en qué consiste la Terapia de la
imperfección, ventilemos el problema del perfeccionismo
desde el punto de vista psiquiátrico. La psicología considera
el perfeccionismo como un rasgo de la personalidad y
según los principales enfoques de la personalidad (el DSM.
IV, por ejemplo), algunas formas de perfeccionismo pueden
resultar positivas para la persona. Por lo
cual, desde esta posición blanda hacia el perfeccionismo,
se distingue una forma neurótica del perfeccionismo y una
forma normal y saludable.
La Terapia de la imperfección rompe totalmente con
estas concepciones y se adjudica tres enunciaciones, a saber:
1°) desacredita la distinción entre perfeccionismo
negativo y perfeccionismo positivo: no hay cáncer bueno
por embrionario que sea; 2°) declara que la misma
búsqueda de la perfección, afirmada y exaltada por
Occidente como el modelo
más elevado de comportamiento, encierra un peligro para la
realidad de la persona que es sumamente frágil, precaria y
vulnerable y; 3°) concluye que el perfeccionismo contribuye a
la espiral disfuncional de la persona.
Con relación a la primera enunciación, es una
mera ocurrencia sostener que el perfeccionismo pueda darse en
dosis mínimas, como si fuera un jarabe, y llegue a
producirse una forma "moderada" de perfeccionismo y no más
bien una dinámica que por su propia índole y
propensión se dilata como un valor
absorbente y acaparador de entero sistema mental.
Precisamente de lo que carece esta dinámica es de mesura y
de relación al límite. Con la segunda
aseveración la Terapia de la imperfección destaca
que la misma tendencia a la perfección, y no sólo
el perfeccionismo, contamina la salud mental de
la persona en términos profundos. Instala, en lo
más íntimo del individuo, una
adicción a lo insuperable, una tensión permanente,
que nunca se agota, hacia objetivos
personales exageradamente elevados, genera una compulsión
hacia propósitos que no pueden cumplirse, una excesiva
presión
de intenciones irrealizables, una coacción hacia metas de
logros o de productividad
imposibles, y debido a esto, enraíza un sentimiento de
inadecuación, una tendencia a ser desmedido y
autocrítico.
Página siguiente |