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El miedo a amarnos




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

    "El más grande defecto de la
    humanidad es de ser deshumana"

    (Del film: La leggenda del Santo
    Bevitore,

    de Ermanno Olmi).

    Cada uno de nosotros lleva dentro de sí una tragedia,
    que podemos plantearla en términos de desajuste consigo
    mismo. Cada uno de nosotros lleva consigo un drama existencial
    que no es otra cosa que el estar obligados a vivir dentro de las
    fronteras de lo desperfecto. Nadie es lo que desearía ser.
    De aquí la turbación y el escándalo que se
    experimenta por aquello que se ha hecho o por aquello que no se
    ha hecho, por aquello que se es o por aquello que no se es. En
    términos filosóficos el drama existencial al que
    aludimos es la conciencia de la
    propia finitud. El saber que somos un proyecto
    irresuelto y que, por más ganas y esfuerzos, estamos
    destinados a permanecer inacabados, incompletos, limitados.

    Este forzoso e inevitable drama es la base de un problema que
    rebasa lo psiquiátrico, y que en su mismo origen es
    antropológico, es decir, de naturaleza
    filosófica, pero que sucesivamente estalla y rebota en el
    terreno de la psiquiatría y se engalana como chifladura
    mental, adquiriendo un lugar privilegiado entre los trastornos de
    la
    personalidad.

    Para percatarnos de la profunda dimensión de este drama
    reparemos, primero, en qué consiste desde el punto de
    vista filosófico para después rastrearlo en el
    terreno de la psiquiatría. Filosóficamente, la
    hondura del problema reside en el hecho de que el hombre
    quiere enmendar su ser que a todas luces prueba y evidencia como
    limitado, inconcluso, inacabado. Queriendo echarle una mano en la
    resolución de su drama interior la razón seduce al
    hombre y como
    en los tiempos del paraíso vuelve a tentarlo con la
    insinuación de ser como dios. Justamente Jean Paul
    Sartre
    sostendrá que "ser hombre es fundamentalmente deseo de ser
    Dios".

    En su empeño por repararse, solucionar su drama
    interior, y corregirse para sentirse arreglado, lo que el hombre
    básicamente quiere retocar y corregir es la existencia
    misma. Pero esta obsesión de vivir sin fallas ni
    equivocaciones, sin desarmonías ni contradicciones,
    sólo lo vuelve enemigo declarado de lo humano que
    nativamente es imperfecto. De esta seducción racional
    surge el deseo de buscar la perfección y de ser perfectos.
    El drama a que aludimos es tan fuerte que las grandes religiones
    históricas han quedado maravilladas, intrigadas y hasta
    horripiladas por la saña que maneja el hombre contra
    sí mismo y contra sus semejantes a raíz de sus
    errores, fracasos y desaciertos. De aquí que todas
    coincidan en imponer algo que debería salir sobrando:
    el amor a
    sí mismo.

    La Terapia de la imperfección se ocupa de este drama.
    Es un método
    para el tratamiento del perfeccionismo basado en una
    concepción del hombre desde el concepto de
    límite. Es la primera psicoterapia
    relacionada de manera directa, explícita y
    sistemática con dicho concepto. La concepción del
    hombre que maneja la Terapia de la imperfección se
    yuxtapone a la concepción perfectocéntrica que
    caracteriza a Occidente donde el ideal de la perfección
    envuelve la existencia del hombre, su cultura, sus
    valores y la
    vida en general. Consiguientemente, lo que denominamos la horma
    mental, "forma mentis", del Occidente se arraiga sobre la
    noción de la perfección, es decir, sobre "un
    no-sentido típicamente metafísico" (Pietro Piovani,
    1977, p. 5). De aquí que los modelos de
    pensamiento,
    sentimiento y conducta
    establecidos en el Occidente tengan como pilar fundamental el
    ideal de la perfección. Sin embargo, antes de adentrarnos
    y examinar en qué consiste la Terapia de la
    imperfección, ventilemos el problema del perfeccionismo
    desde el punto de vista psiquiátrico. La psicología considera
    el perfeccionismo como un rasgo de la personalidad y
    según los principales enfoques de la personalidad (el DSM.
    IV, por ejemplo), algunas formas de perfeccionismo pueden
    resultar positivas para la persona. Por lo
    cual, desde esta posición blanda hacia el perfeccionismo,
    se distingue una forma neurótica del perfeccionismo y una
    forma normal y saludable.

    La Terapia de la imperfección rompe totalmente con
    estas concepciones y se adjudica tres enunciaciones, a saber:
    1°) desacredita la distinción entre perfeccionismo
    negativo y perfeccionismo positivo: no hay cáncer bueno
    por embrionario que sea; 2°) declara que la misma
    búsqueda de la perfección, afirmada y exaltada por
    Occidente como el modelo
    más elevado de comportamiento, encierra un peligro para la
    realidad de la persona que es sumamente frágil, precaria y
    vulnerable y; 3°) concluye que el perfeccionismo contribuye a
    la espiral disfuncional de la persona.

    Con relación a la primera enunciación, es una
    mera ocurrencia sostener que el perfeccionismo pueda darse en
    dosis mínimas, como si fuera un jarabe, y llegue a
    producirse una forma "moderada" de perfeccionismo y no más
    bien una dinámica que por su propia índole y
    propensión se dilata como un valor
    absorbente y acaparador de entero sistema mental.
    Precisamente de lo que carece esta dinámica es de mesura y
    de relación al límite. Con la segunda
    aseveración la Terapia de la imperfección destaca
    que la misma tendencia a la perfección, y no sólo
    el perfeccionismo, contamina la salud mental de
    la persona en términos profundos. Instala, en lo
    más íntimo del individuo, una
    adicción a lo insuperable, una tensión permanente,
    que nunca se agota, hacia objetivos
    personales exageradamente elevados, genera una compulsión
    hacia propósitos que no pueden cumplirse, una excesiva
    presión
    de intenciones irrealizables, una coacción hacia metas de
    logros o de productividad
    imposibles, y debido a esto, enraíza un sentimiento de
    inadecuación, una tendencia a ser desmedido y
    autocrítico.

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