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El miedo a amarnos (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

Recurriendo a una imagen dolorosa
para el Occidente pudiéramos decir que la búsqueda
de la perfección abre un espacio interior a la
inquisición. La perfección emplaza en lo más
íntimo del sistema mental la
presencia de un juez implacable frente a todo lo que se presenta
fallido, insuficiente, carente, incompleto. Desde esta
posición de exigencias y expectativas, el perfeccionismo
se concreta en una dinámica expansiva y compulsiva de enmendar
y rectificar lo incorrecto; desencadena una necesidad de
perfeccionar lo perfectible, de corregir lo defectuoso. Lo que en
términos filosóficos valdría al
perfeccionista el calificativo de restaurador ontológico.
Cuando esto sucede lo imperfecto viene desnivelado, es decir
desvalorizado, considerado anómalo, raro, inferior. En tal
caso, la resolución o dictamen frente a lo imperfecto
será de adjetivarlo como algo anormal, grotesco,
irregular, ilógico, malsano y patológico.

Pero el perfeccionismo no provoca solamente una
distorsión cognitiva en la manera desajustada de percibir
la realidad, sino que dicha percepción
cuaja en una neurótica sensación de
inadecuación, como ya señalábamos y que
sucesivamente da pie a una excesiva necesidad de estructurar: de
controlar el espacio, el tiempo, el
mundo personal e
interpersonal. Por lo que la necesidad de estructurar la realidad
se expresa conductualmente en una forma de tratar la realidad que
se caracteriza por la tendencia desmedida a inspeccionar,
subyugar, dominar, arreglar y reparar la realidad. Para el
perfeccionista todo, absolutamente todo, está necesitado
de reparación. Como ya señalamos en otra
ocasión, "la preocupación que experimenta el
perfeccionista como impelente de tener ordenado y controlado de
manera perfecta su mundo mental (ideas y sentimientos) y sus
relaciones con los demás, es causa de dureza consigo mismo
que adopta la forma de la autoculpa y del autorechazo" (Peter,
2002,p.116). El trastorno del perfeccionismo, cuyas
características esenciales son, como hemos descrito, una
sensación de inadecuación y una necesidad de
estructurar, es siempre un problema de no aceptación, con
sus expresiones de autoestima
negativa, de temor a equivocarse y de sentimientos de
rechazo.

En la forma del autorechazo, la Terapia de la
imperfección acusa un trastorno de desorientación y
define el perfeccionismo como pérdida del sentido de
orientación. De hecho, el desvío de uno mismo es
común a todas las neurosis.
Así lo vemos, por ejemplo, en la neurosis de vacío
o frustración existencial resaltada por la logoterapia.
Sólo que en el caso de perfeccionismo, el
auto-descarrilamiento al que aludimos no afecta solamente a la
existencia, sino al propio ser. Arremete no sólo contra el
sentido de la vida, sino contra su fundamento, el sentido del
ser. El ideal de la perfección tiende a derribar al
hombre dentro
de sus propias fronteras. A erigir el rechazo dentro de sí
mismo. Esencialmente, el accidente perjudica al hombre en lo que
respecta al sentido de su propio ser. De hecho, toda forma de
autorechazo, que es desesperación de sí mismo, es
también estado de
autodesorientación. Y un naufrago es naufrago cuando no
encuentra la orilla. Un errante es tal cuando pierde la ruta. La
ruta, en el caso del hombre, lo lleva hacia sí mismo; la
orilla que se pretende es la de llegar a ser lo que es. El
perfeccionista se desorienta de su propia realidad limitada,
pierde la dirección hacia sí mismo, vale
decir, desconoce su ser indigente. No aceptarse a causa de los
errores, de las imperfecciones y limitaciones existenciales,
equivale a desorientarse y a extraviar, por consiguiente, el
sentido de la vida y el mismo sentido del ser. El perfeccionista
es un desubicado con respecto a la realidad limitada de su propio
ser, su indigencia, y de la vida en general. En su tercera
afirmación, la Terapia de la imperfección destaca
también que el perfeccionismo forja una espiral de
disfunciones.

Efectivamente, varios factores indican que el perfeccionismo
está en la raíz de diversos trastornos. Analicemos
algunos de ellos. El perfeccionismo es un rasgo común
entre quienes sufren de depresión.
En la depresión falta la capacidad aceptativa. El
depresivo no se acepta: entra en una situación de
autodesorientación, es decir, de autorechazo, que como
hemos señalado, es el contenido o factor esencial del
perfeccionismo. El individuo,
consecuentemente, no logra integrar sus experiencias negativas y
pierde la capacidad de empatizar consigo mismo, lo cual conduce a
la depresión. El sujeto no se siente bueno, repite que
nunca ha logrado nada, que nadie lo quiere, que nunca será
mejor, que no se siente digno de vivir porque ha hecho cosas
irreparables. En la base de toda depresión
neurótica hay, pues, una componente perfeccionista.

El trastorno del perfeccionismo y la depresión
neurótica coinciden, además, en el aspecto de
"situación sin solución". En ambos casos el sujeto
desea decidir, pero no lo logra. El perfeccionista teme
equivocarse y se repara de esa posibilidad no decidiendo; el
depresivo se ha vuelto, a raíz de su baja capacidad
autoaceptativa, incapaz de decidir. Pero dado que el
perfeccionista tiene una mayor predisposición a sufrir del
juicio de la no aceptación o aprobación de parte de
los demás o de ser evaluado, la fobia social puede
relacionarse con el perfeccionismo. La timidez, que es una forma
de ansiedad social, surge entonces por la excesiva autoconciencia
del temor a ser criticados por las propias fallas y por lo que
puedan pensar los demás de uno mismo.

El perfeccionismo es también una componente de los
trastornos alimentarios tales como la anorexia
nerviosa, la bulimia
nerviosa y de la última disfunción recién
llegada a la lista, la vigorexia,
donde el sujeto se valora o mejor dicho se desvalora por la
imagen, la figura y el peso. En todos ellos, el aumento de peso
es considerado como una derrota de la capacidad de autocontrol,
una pérdida de la autodisciplina.

Asimismo, el perfeccionismo puede ser asociado a otro
trastorno emocional como la
personalidad tipo A: sujetos descontentos,
hipercríticos, competitivos, demandantes, que no se
conforman con nada, censuradores de errores, necesitados de
reconocimiento externo, seres obsesionados por alcanzar metas
demasiado elevadas. El perfeccionismo, según el enfoque de
la Terapia de la imperfección no es otra cosa que una vida
vivida a la defensiva, listo para enmendar, enderezar y remediar,
para controlar todo. Es la orgía, el banquete, la
borrachera de la auto-recriminación, como diría
Berkowitz.

Ahora bien, no debemos usar nuestra energía en
defendernos de nuestros límites o
para evadirlos, sino para observarlos, acogerlos y respetarlos.
En la observación, respeto y
aceptación de nuestros límites se aloja la salud mental. A
este propósito, la Terapia de la imperfección
maneja una especie de intuitive training, o entrenamiento
emocional y para ello ofrece dos propuestas terapéuticas:
la inclusión del límite y la
conciencia del límite, pues, a quien le falta el
sentido del límite, le falta el sentido de humanidad.

La inclusión del límite consiste en
desarrollar una óptica
de la vida desde el límite, en otras palabras, es una
motivación constante a ser humanos, es
decir a cultivar el deseo de humanizarnos.

Para ello se practica la revisión de los paradigmas
perfeccionistas, determinando su origen y realizando ejercicios
de esquemas y de conductas alternativas que tienen en
común la referencia al límite. En esta etapa, el
recurrir al humor, al sentido del ridículo y a la
autoironía es constante y progresivo

La conciencia del límite es una forma de
operar, de tratar la realidad, esto es, comporta un quehacer, un
actuar compasivo. La autoaceptación, que sólo puede
surgir desde la conciencia del
límite, no es una destreza cognitiva sino una pericia, una
industria, una
habilidad compasiva. Cooperar en términos de
aceptación con lo inevitable es una manera de desarrollar
la conciencia del límite. Para lograr esto, la Terapia de
la imperfección trabaja a un nivel más profundo que
la percepción, que es el plano al cual se limitan muchas
teorías
psicológicas tales como el cognitivismo y la terapia
racional emotiva-conductual. El problema del perfeccionismo, en
efecto, no se localiza a ras de la percepción como
tradicionalmente sostiene la psicología, sino de
la perspectiva, que es el nivel desde el cual se percibe la
realidad de la manera como se percibe.

Es a esta profundidad donde la Terapia de la
imperfección localiza la raíz del trastorno del
perfeccionismo. A un nivel propiamente filosófico. La
percepción tiene una influencia profunda en la
conformación u organización de los estímulos.
Sabemos que la percepción da forma a los estímulos,
los dispone de una determinada manera, pero el "perfil" o la
manera de disponer los estímulos como se disponen
corresponde a una especie de percepción de la
percepción, a la perspectiva. Al hablar de perspectiva nos
colocamos en un nivel anterior, precedente, previo a la
percepción. Hablar de perspectiva es referirnos al a
priori
, presupuesto o
supuesto propio de cada uno de los procesos
mentales.

Los procesos mentales (racionales e intuitivos) están
sustentados o respaldados por un a priori que hemos denominado
perspectiva, y cuya función es
pre-encanalar, pre-configurar, pre-condicionar, de alguna manera,
la percepción misma. Debido a sus respectivos a priori,
los procesos mentales predeterminan o preestablecen la manera
como la percepción actúa.

Así, los procesos mentales racionales perciben la
realidad en términos de ser reparada, superada, completada
debido a que están afianzados, aguantados o apuntalados
por un a priori que hemos denominado perspectiva de la
indefectibilidad y que necesariamente percibe los
estímulos y los reorganiza en términos
perfectibles, es decir defectuosos, y por lo mismo requeridos de
ser enmendados, corregidos, rectificados, reparados, subsanados,
remendados.

Los procesos mentales racionales son pertinentes, eficaces,
exactos, lógicos y puntuales para funciones
especulativas (una investigación filosófica,
teológica o científica) donde no puede anidarse el
error, la contradicción, la confusión, la
incoherencia, la sinrazón. Igualmente, los procesos
mentales racionales son funcionales para desempeños,
maniobras, ejecuciones y actividades meramente practicas,
empíricas y concretas (reparar un objeto, armar, componer,
ordenar o construir algo) donde el caos y el desorden no pueden
tener cabida. Sin embargo, el recurrir a los procesos mentales
racionales, como es lo frecuente en la cultura
occidental, para enfocar límites existenciales (la
pérdida de un ser querido por divorcio,
abandono o muerte, el
envejecimiento, un mal incurable, etc.) sólo empeora la
condición que se enfrenta pues ofrece un conocimiento o
lectura
disfuncional de las "situaciones límites" de la vida, de
los problemas
existenciales. La razón no sabe cómo enfrentarse a
los absurdos, a las situaciones paradójicas, los
sinsentidos, de la vida.

El a priori que caracteriza, en cambio, los
procesos mentales intuitivos estimula la percepción a
conformar los estímulos de manera tal que surjan o se
despierten emociones de
compasión, de aceptación y de afectos tales como la
tolerancia, la
conformidad, la clemencia, la paciencia, el perdón, la
condescendencia, la piedad, la indulgencia, la absolución,
la remisión, la venia, ante las experiencias fallidas,
fracasos y equivocaciones que afectan de manera irrevocable la
frágil existencia humana.

En pocas palabras, el problema del perfeccionista es que
piensa excesivamente en la vida, en vez de experimentarla y
sentirla. Recurre excesivamente a la razón. La maneja al
máximo volumen lo cual
le impide percibir lo saludable de las paradojas y tonos
claroscuros de la vida. El perfeccionista es un cartesiano
habituado al "pienso, luego existo". Su forma de conocer es
dominantemente racional. El
conocimiento racional es eminentemente crítico: se
guía por causas y efectos, es lineal. De aquí que
solamente perciba peligros y daños en las fallas, errores
y fracasos existenciales. Prepara para estar en contra, pues
tiende a encasillar la realidad, la clasifica, la introduce en
categorías, la define. Adapta la realidad a sus exigencias
de certeza, de no-contradicción y elimina lo que no tiene
entrada en las casillas de la lógica,
de lo deducible, de lo argumentable, del juicio exacto, de la
sensatez racional. Su interés
por la oposición, la controversia, el debate, la
discusión, el análisis, lo lleva a polarizar la realidad,
a organizar la realidad en términos jerárquicos, y,
consiguientemente, a percibir la diferencia, que es una constante
de la realidad, en términos de superior-inferior, de
bueno-malo y a crear rivalidades entre las diferencias. Se sirve
de la diferencia para demostrar que el otro está
equivocado, deteriorado, es imperfecto, anormal o malo, no
reconoce la diferencia como un valor, como un
dato específico de la realidad.

El pensamiento
racional que deriva de esta forma de conocimiento estimula la
lógica, la inteligencia,
pero lo hace a expensas de la intuición, de la
sabiduría, de la compasión.

El conocimiento intuitivo, en cambio, es fuente del pensamiento
creativo. El a priori de los procesos mentales
intuitivos dispone, acomoda, alinea, por así decir, hacia
actitudes de
tolerancia, de resistencia
frente a las circunstancias inevitables e insuperables de la
vida, de comprensión, de paciencia ante hechos ineludibles
e irrevocables, de espera y de calma frente a las situaciones sin
salida, de disimulo ante lo irremediable, de benevolencia, de
aceptación de las condiciones fatales de la vida. Su forma
de conocimiento es humilde en contraste con la forma arrogante
del pensamiento crítico.

El objetivo
entonces de la Terapia de la imperfección es un cambio de
perspectivas. Facilita el paso o desplazamiento de la perspectiva
de la indefectibilidad, característica de los procesos
mentales racionales, a la perspectiva de los procesos mentales
intuitivos o emotivos que se caracterizan por lo que denominamos
perspectiva de la defectibilidad.

Cambiando de perspectiva se cambia el tipo de
percepción. Hemos dicho que este cambio equivale a dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios. No podemos tratar la existencia como si fuera un existente,
un ente racional o un ente material en el sentido fáctico,
efectivo, objetivo, sin subjetividad.

Está de más recordar que el primero y el mejor
terapeuta de la imperfección es la vida misma: las cosas
que nos suceden, los hechos y las personas que nos impactan y
dañan, los errores y los fracasos. La vida, en este
sentido, maneja la Terapia de la imperfección y la
técnica psicoterapéutica que hemos denominado
inclusión del límite. Es más: a base de
golpes, la vida misma nos lleva hacia una conciencia del
límite. Sin embargo, mientras se espera que la
auténtica terapia de la vida dé sus frutos, el
terapeuta de la imperfección no se cruza de brazos y le
echa una mano en la tarea de anular fantasmas de
grandeza, megalomanías, expectativas y deberías. Se
empeña en reducir el excesivo recurso de la razón y
sus "consuelos" perfeccionistas, y favorece el amor a
nosotros mismos. Este es el milagro que la razón no puede
otorgarnos.

 

 

 

 

Autor:

Dr. Ricardo Peter

Partes: 1, 2
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