- Sobre
el límite en los trastornos de la
alimentación - Sobre
el límite en educación - Sobre
el límite en la toma de decisiones
La observancia del límite me abre a
la posibilidad de percibir que hay un sentido en mi
existencia.
(Ricardo Peter)
Hablar de límite es hablar de filosofía. El límite es un concepto
filosófico, que fue definido por primera vez, como nos
recuerda Ricardo Peter[1]por Aristóteles, quien identificó cuatro
cualidades del mismo, entre las cuales destacan dos :
consistencia e insuficiencia.
[2]Es decir, todo lo que existe ocupa un lugar en
el espacio, y sólo ese lugar. La realidad tiene una
única forma de existir: siendo limitada. "El límite
se presenta como la consistencia de la realidad, y la realidad
como la insuficiencia de la consistencia." [3]
El hombre es
también un ser limitado, de eso se ocupa la
Antropología del Límite
[4]"Para contar con una condición real de
mejoramiento y desarrollo
personal, además de pactar con sus propios límites,
tiene que acomodarse con los límites ajenos y sortear con
los límites de sus alrededores."[5] Y es
aquí cuando los límites se vuelven existenciales,
es decir, cuando pasan de ser límites en el sentido
metafísico o filosófico de la palabra,
límites abstractos, a ser límites reales,
límites experimentados por mi persona. O sea,
cuando pasan de ser "límites en sí" a
"límites para mí".[6]
Los límites son entonces parte de nuestra existencia, y
los experimentamos constantemente: Cuando una tarde lluviosa
impide que salgamos a hacer una caminata. Cuando un grupo de
manifestantes dificultan nuestra llegada a tiempo a una
cita. Cuando suena el teléfono a mitad de la noche y es
número equivocado. Cada vez que nos enfermamos de algo o
que no nos sentimos bien. Cuando las cosas no resultan como
esperábamos en el trabajo. Al
no poder evitar
caer en un bache y que se nos ponche la llanta. Cuando nuestra
pareja no comprende la razón de nuestro enojo. Al
comprobar el paso del tiempo en nuestra figura. Cuando la
situación económica golpea la economía familiar. Si se acumula el rencor
que abre distancias con alguien que nos importa. Cada vez que
falla el servidor de
internet. Cuando
hay que esperar el resultado de un examen médico. Cuando
el desamor se hace evidente en una pareja. Al enterarnos de que
alguien que conocemos ha muerto.
Todos son límites existenciales, límites
padecidos por nosotros, personas, y frente a los cuales podemos
decidir reaccionar de muchas formas que pueden resumirse en dos:
o intentamos repararlos, o intentamos
aceptarlos.
La dificultad radica precisamente aquí, cuando no
sabemos qué es reparable y qué es
aceptable. Es decir, cuando la línea de lo que
podemos planear, prevenir, controlar, se va desdibujando, y
pensamos que todo se puede lograr, que todo tiene remedio, si se
planifica, se previene y se controla. El problema empieza cuando
pensamos que todo es mejorable, y por lo tanto la mejora no tiene
límite, y se convierte en insaciable: Lo que estamos
haciendo siempre puede estar mejor. Y sobre todo, el problema
empieza a generarse cuando se piensa que no hay razón por
la cual las cosas salgan mal, o que no tiene porqué haber
errores, si todo ha sido perfectamente calculado.
Con las cosas tangibles se puede visualizar mucho más
fácilmente dónde estuvo el error, dónde
estuvo la distracción, y probablemente en futuras
ocasiones se podrá prevenir. Sin embargo donde nos
confundimos con mucha facilidad es en cuestiones menos palpables,
es el caso de las relaciones
humanas.
Tendemos a pensar que la forma como nos relacionamos con los
demás también se puede controlar. Caemos en la
ingenuidad de pensar que podemos manipular la impresión
que causamos en los demás, o que lo que tenemos que
decirle a una persona es de fundamental importancia para su vida,
sin lo cual puede tomar un rumbo desastroso. Podemos pensar que
cuando hablamos con alguien con sinceridad, la otra persona lo va
a recibir con gran apertura, o que basta con nuestra buena
intención de arreglar un mal entendido para que la otra
parte se abra al diálogo.
Con muchísima frecuencia se da el caso de que pensamos que
nuestra forma de ver las cosas es universal, o al menos la mejor.
A veces no calculamos que nuestras palabras, aunque bien
intencionadas, pueden lastimar a la otra persona. Llegamos a
pensar que si las cosas son para bien, se darán sin que
nadie salga lastimado.
Nos cuesta mucho trabajo darnos
cuenta de que las relaciones humanas son muy poco controlables, y
mucho de nuestra vida se nos va en tratar de reparar lo
irreparable: en el terreno de la relación interpersonal,
siempre somos incolmables. El otro siempre nos queda debiendo
algo.
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