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Análisis de la novela El Moro



Partes: 1, 2

  1. Tema
  2. Resumen
  3. Personajes
  4. Análisis y comentario
  5. Figuras literarias
  6. Notas

Autor de la novela: José Manuel
Marroquín

Tema

El bestial dominio del hombre sobre el
caballo.

ARGUMENTO.

Un caballo ("El Moro"), en sus
últimos años de vida, relata su atribulada
historia. Cuenta sus aventuras y desventuras, dichas y desdichas
bajo el cruel trato de sus amos y de las personas que,
circunstancialmente, se beneficiaron de su trabajo. El Moro,
cosificado e instrumentalizado por los seres humanos, durante su
azarosa vida fue adquirido por consentimiento, comprado, robado,
recobrado, dado a prueba, prestado, expropiado, botín de
guerra, hurtado y depositado, alquilado, tuerto y
enfermo.

Resumen

El Moro nació en una noche
estrellada a las orillas del río Funza, en la hacienda
Ultramar, ubicada en la Sabana de Bogotá, de propiedad de
don Próspero Quiñones. Pocas horas después
de su nacimiento estuvo a punto de morir (a pesar de que en esa
entonces él no tenía ni la "menor idea de la
muerte") en un pantano, de donde fue sacado por el mayordomo y el
amansador de esa finca. Entonces comprendió que "el mundo
donde nació sólo ofrece peligros y amarguras".
Más tarde habría de entender "lo absoluto del
señorío del hombre sobre los seres de mi
especie".

Tras pasar en el potrero días muy agradables
retozando con los demás potros, y oyendo las
conversaciones que acostumbraban tener las yeguas, con lo que se
distraía y empezaba a conocer el mundo, le colocaron la
jáquima (cabezada de cordel, que suple por el cabestro,
para atar las bestias y llevarlas) y lo trasquilaron, luego de
haberlo sometido a la fuerza. Así empezó el
doloroso y salvaje proceso de domesticación o
amansamiento.

Su madre, que se llamaba La Dama, tuvo otro crío,
pero el Moro lo despreció porque era un muleto, producto
del apareamiento de su madre con un asno o burro. Por esta
razón no quiso saber nada de él, y lo desprecio.
"Instintivamente volví las ancas hacia donde estaba, y
produciendo el sonido, asaz contumelioso, que suele
acompañar a tales actos, disparé al aire un par de
coces, dedicándoselas acá en mis adentros al
bastardo orejudo, a quien no habría reconocido por hermano
ni aunque me lo hubieran predicado frailes descalzos

Desde entonces quedaron relajados los vínculos que me
unían a mi madre, y mi trato con ella empezó a
adolecer de una frialdad muy sensible; pero no puedo ocultar que
los desvelos y las caricias con que mi madre favorecía al
animal ese, excitaban en mi pecho celos y
envidia".

Tiempo después, aún siendo potro, fue
vendido a don Cesáreo, vecino de don Próspero, y su
nuevo hogar fue la hacienda Hatonuevo. Su nuevo amo, que no
gustaba de potros cerreros (bestias sin domar o amansar), lo
compró precisamente por su mansedumbre. Don
Cesáreo, que "era un viejo de corta estatura,
gordiflón y mofletudo, de mejillas y nariz coloradas y de
patillas abultadas y entrecanas
", practicaba el comercio
fraudulento de bestias, buscando "comprar a huevo y vender
luego a peso de oro
", para lo cual acudía a ardides,
trucos y artimañas que le permitían vender equinos
a incautos compradores como si estuvieran jóvenes y sanos,
a pesar de estar viejos y enfermos. Éste y otros
procederes indecorosos de su amo, le hicieron reconocer que
"el gran conocimiento del mundo que me precio de tener, se lo
debo en gran parte a la selecta sociedad en que viví
mientras estuve en poder de mi amo don Cesáreo
". El
Moro empezó a conocer las miserias y las grandezas del
alma humana. "Que los hombres sean de una naturaleza superior
a la de los brutos no puedo dudarlo; pero nunca entenderé
cómo se compadece esa superioridad del hombre con su
disposición a engañar. Yo me enorgullezco sintiendo
que no puedo hacerlo; y creo que aunque pudiera, me
contendría la vergüenza. Un hombre se sonroja de que
otros sepan que ha mentido y no se sonroja de saberlo él
mismo ¡Qué confesión tan oprobiosa de que su
propio juicio no vale nada! Don Cesáreo, que se estimaba
bastante para no sufrir que se le tuviese por ladrón, por
borracho, por libertino o por blasfemo, no se estimaba bastante
para huir de envilecerse a sus propios ojos mintiendo y
engañando".

Partes: 1, 2

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