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Análisis de “Los sufrimientos del joven Werther” de Johann Wolfgang Goethe (página 2)



Partes: 1, 2

Werther quedó tan prendado de los encantos de
Lotte que, cuando se separaron, le besó la mano "hecho un
mar de deleitosas lágrimas". Su amor por ella se
incrementó febril y desaforadamente, debido a que le
llenaba "por entero los sentidos y los sentimientos todos".
Ilusamente, leía "en sus ojos negros un sincero
interés" por él y por su suerte. Cegado por la
obsesiva pasión, ingenuamente sentía y daba fe que
ella lo amaba. Lotte era sagrada para él: "Todo deseo
desaparece ante su presencia. Nunca sé lo que me pasa
cuando estoy con ella. Es como si en mi alma se trastocaran todos
los nervios. Cuando se sienta al piano y empieza a tocar su
melodía, con ese aire angelical, tan simple y tan intenso,
desaparecen desde la primera nota todas mis penas, mis zozobras,
mis tribulaciones". Su encantadora manera de ser y la magia de la
música que tocaba en el piano lo ataban más y
más. A partir del instante en que la vio por vez primera,
su deseo insaciable era verla a cada instante. "Y desde entonces
ya no tengo otro deseo todo el día. Todo, todo se lo traga
esa perspectiva".

Su amigo Guillermo y su madre le recomendaron emplearse
en la Embajada (para que no estuviera inactivo), pero Werther no
procedió así porque no le gustaba la
subordinación ni la antipatía del embajador.
Además, consideraba que era una necedad dar gusto a los
demás, "sin que a ello le impulse su propia pasión
o necesidad, afanarse por dinero, honrar a lo que
fuere".

Con Alberto, el prometido de su idolatrada Lotte,
Werther estableció una amistad, a pesar de que buscaba
encontrarle defectos que lo hicieran indigno del amor de Lotte.
Lo encontró como una persona flemática, buena y
amable, que merecía "toda suerte de simpatías". No
deslucía su dicha con ninguna malhumorada salida, y lo
rodeaba de cordial amistad.

Cuando platicaban los dos conversaban sobre Lotte, hasta
el punto que de sus ojos les brotaban lágrimas. "Me cuenta
de la madre de Lotte, una mujer admirable, de cómo,
hallándose en el lecho de muerte, entregó a Lotte
la responsabilidad de la casa y los niños, y a él,
el cuidado de Lotte; que desde entonces Lotte estaba como animada
por un espíritu muy distinto, convertida en una
auténtica madre y preocupada por el quehacer de la casa,
sin que dejara pasar un solo instante de amor activo, trabajando
en todo momento y manteniendo su amabilidad y carácter
jovial. Camino a su lado, recogiendo flores de la vera del
camino, y preparo un ramillete que después tiro al agua,
para seguir con mis ojos cómo se lo va llevando la
corriente… He visto a pocos que puedan comparársele
en el método y la aptitud para los negocios… No hay
duda de que es Alberto el hombre mejor que existe bajo la capa
del cielo".

Werther percibió que Alberto tenía ideas
extravagantes, el pecado que más odiaba Werther de un
hombre. "Me considera un hombre sensato. Mi cariño por
Lotte, el profundo afecto que siento por ella en cada uno de mis
gestos, multiplica su triunfo y hace que él la quiera cada
vez más. No sé si de vez en cuando sufrirá
un pequeño ataque de celos; yo, en su lugar, no
estaría seguro de poder librarme de ese
demonio".

La presencia de Alberto junto a Lotte le confirmaba "que
no podía abrigar pretensiones respecto de ella", y su
alegría de estar cerca de ésta se le acababa. Cada
vez que lo veía sentado a su lado deliraba, hacía
payasadas y diabluras. Se encontraba ante el dilema de
ilusionarse con el amor de Lotte o no ilusionarse. Si se
ilusionaba tenía que ahuyentar las ilusiones, tratar de
poner fin al logro de sus anhelos, o hacer de "tripas
corazón" y tratar de sacudirse de encima un sentimiento
que inexorablemente acabaría con sus
energías.

Estaba hondamente confundido y se sentía
desdichado; su vida se consumía poco a poco "por efecto
del insidioso morbo…" Por primera vez pensó en el
suicidio como una posible salida a su tormento. No sabía
qué hacer ni a dónde ir.

En una ocasión en que Werther tomó un arma
de Alberto y se apuntó a la frente, éste le
manifestó que no podía comprender cómo un
hombre pudiera "ser tan loco como para pegarse un tiro…"
Así surgió entre los dos una interesante
polémica:

"-¡Oh, hombres! -exclamé-, cada vez que
hablan de una cosa tienen que decir: esto es una locura, esto es
inteligente, esto es bueno, esto es malo. ¿Qué
significado tiene todo esto? ¿Acaso han analizado
así en profundidad las razones de lo que uno ha hecho?
¿Conocen acaso con absoluta seguridad los motivos de la
determinación, por qué sucedió, por
qué tuvo que suceder? Si lo hubiesen hecho, no
serían tan ligeros a la hora de juzgar.

-Tendrás que reconocer -dijo Alberto- que hay
determinados hechos que son pecaminosos, cualquiera haya sido el
motivo que los generó.

-Pero, amigo mío -seguí-,
también en esto hay algunas excepciones. Es cierto que el
robo es un pecado, ¿pero el hombre que roba para salvarse
a sí mismo y a los suyos de morirse de hambre merece
compasión o ser castigado? ¿Quién tira la
primera piedra contra el marido que en su justa ira sacrifica a
su mujer infiel y al vil seductor? ¿O contra la muchacha
que en un instante de éxtasis se deja llevar por la
irresistible felicidad del amor? Incluso nuestras leyes, tan
frías y meticulosas, se dejan conmover y retienen su
castigo.

-Eso es completamente otra cosa -repuso Alberto-,
porque un hombre arrastrado por sus pasiones pierde la conciencia
de lo que hace y es tratado como un ebrio o un
loco.

-Ah, ustedes los cuerdos -le contesté
sonriendo-. ¡Pasiones, embriaguez, locura! Ahí
están ustedes, los defensores de la moral,
impávidos, ajenos. Censuran al ebrio, sienten repulsa por
el loco, pasan de largo como un cura y, como los fariseos,
agradecen a Dios por no haberlos hecho como a uno de ellos.
Más de una vez estuve embriagado, mis pasiones nunca
estuvieron muy lejos de la locura, y no me arrepiento de lo uno
ni de lo otro. Porque a mi manera he aprendido a comprender que a
todos los hombres capaces de hacer algo extraordinario, algo
imposible, siempre se los calificó de ebrios y locos. Y
aun en la vida normal es insoportable escuchar como casi todos
exclaman "ese hombre está borracho, está loco" solo
por haber realizado algo medianamente noble o generoso. Ustedes,
hombres sensatos, cuerdos,
avergüéncense.

-Éste es otro de tus desvaríos -dijo
Alberto-, exageras todo, y al menos acá estás
errado, cuando quieres comparar el suicidio, y de esto estamos
hablando, con un acto pleno de nobleza, cuando en realidad no se
lo puede considerar de otra manera que como un gesto de
debilidad. Porque está claro que es más
fácil morir que seguir aguantando una vida llena de
tormentos.

-¿A esto llamas tú debilidad? Pero,
por favor, no te dejes deslumbrar por las apariencias. Un pueblo
que sufre bajo el insoportable yugo de un tirano, ¿acaso
es débil si por fin se levanta y rompe las cadenas?
¿Lo es un hombre que vence el terror de ver cómo su
casa es presa de las llamas y junta todas sus fuerzas para
rescatar cosas que en una situación normal sería
incapaz de mover? ¿Opuedes tildar de débil a aquel
que enfurecido por una ofensa se pelea con otros seis y los
vence? Y, querido amigo, si el esfuerzo significa valor,
¿por qué debemos considerar lo exaltado justamente
como lo contrario?

-No me lo tomes a mal pero pienso que los ejemplos
que has dado no corresponden.

-Puede ser -le respondí-, ya me han dicho
muchas veces que mi manera de argumentar a menudo raya con lo
disparatado. Veamos si encontramos otro camino para imaginarnos
cómo se debe de sentir un hombre que está dispuesto
a renunciar al peso, por lo general tan agradable, de la vida.
Porque solo si somos capaces de compartir lo afectivo tenemos
derecho a hablar sobre ello. La naturaleza humana
-continué- tiene sus límites: puede soportar la
felicidad, el sufrimiento, el dolor, solo hasta cierto grado,
sucumbe en cuanto lo ha sobrepasado. En esto no se trata entonces
de si alguien es débil o fuerte, sino solo de si es capaz
de soportar su grado de sufrimiento, ya sea moral o
físico. Y al mismo tiempo me parece equivocado decir que
un hombre que se quita Ia vida es un cobarde, así como
sería inoportuno llamar cobarde a alguien que muere por
una fiebre maligna.

-¡Paradojas, siempre paradojas!
-exclamó Alberto.

-Pero no tantas como supones -le contesté-.
Reconoces que denominamos enfermedad mortal a aquella que ataca
la naturaleza de modo que por un lado va consumiendo sus fuerzas
y por el otro las neutraliza, de tal manera que ya no es posible
que estas se repongan y, por medio de una venturosa
reacción, sean capaces de restablecer el normal
funcionamiento de la vida… Pues bien, querido amigo, apliquemos
esto al espíritu. Mira al ser humano en sus limitaciones,
cómo influyen en él ciertas impresiones, se fijan
las ideas, hasta que una pasión que se agiganta le quita
toda serenidad a sus sentidos y lo arruina. Será en vano
que el hombre sensato y sereno quiera evitar la situación,
será inútil que lo aconseje. Es lo mismo que un
hombre sano, que estando junto al lecho de un enfermo, tampoco
puede traspasarle ni lo más mínimo de su
energía… Amigo mío, el hombre es el hombre y
la inteligencia que puede llegar a tener no vale mucho cuando
golpean las pasiones y lo llevan hasta los límites de lo
humano…"

Lo que hacía feliz a Werther era a la vez su
desventura. La naturaleza viva, otrora escenario de sus deleites
y su paraíso, hogaño era su verdugo, un
atormentador espíritu que por doquiera que iba lo
perseguía. "Es como si en mi interior se hubiera corrido
un velo y el espectáculo de la vida infinita se
transformara ahora en un abismo ante una tumba, abierta para la
eternidad… Y de esta manera deambulo angustiado, rodeado
de cielo y tierra y sus envolventes fuerzas. No veo otra cosa que
un monstruo, un eterno rumiante que todo lo devora… En vano
extiendo mis brazos hacia ella, a la mañana, cuando
despierto de mis pesadillas, y es infructuoso buscarla de noche
en la cama, cuando despierto confundido después de un
sueño cándido, inocente, en el que estoy a su lado,
en un prado, tomado de su mano y recorriéndola con mil
besos. ¡Ay!, y cuando aún somnoliento trato en vano
de tocarla y en esa búsqueda termino de despertar,
entonces brota de mi corazón angustiado un torrente de
lágrimas y lloro sin consuelo por el oscuro futuro que me
espera… Es una desgracia, pero mis pujantes
energías se han ido transformando en un abatimiento
intranquilo, no puedo gozar del ocio pero tampoco soy capaz de
hacer algo. No tengo poder de imaginación, no siento nada
por la naturaleza, los libros me asquean. Si no estamos bien con
nosotros mismos, no hay nada que nos venga bien. Te lo juro, a
veces quisiera ser un jornalero, sólo para saber cuando
despierto a qué atenerme durante el día, tener un
impulso, una esperanza. A veces lo envidio a Alberto cuando lo
veo sumergido en montañas de expedientes y me imagino que
me sentiría bien si estuviera en su lugar. Tanto que en
varias ocasiones estuve a punto de escribirte, y al encargado de
negocios también, para pedirle aquel cargo en la
legación que tú me habías asegurado no me
iban a negar. El ministro me tiene afecto desde hace cierto
tiempo y me sugirió que me dedicara a algún tipo de
actividad. Lo pienso en serio durante una hora; después,
cuando vuelvo a recapacitar y me acuerdo de la fábula del
caballo que, impaciente por lograr su libertad, se deja ensillar
y termina sometido y maltrecho, no sé qué hacer.
Querido amigo, ¿no será la ansiedad que siento por
cambiar mi situación una irritante impaciencia interior
que me perseguirá a todas partes?"

Frecuentemente, Werther visitaba a Lotte; hablaba con
ella y jugaba con sus ocho hermanitos, quienes lo querían
mucho. Se creía un desdichado y se preguntaba si no estaba
loco. "¡Desdichado! ¿Estarás loco? ¿Te
estás engañando? ¿Qué esperas de esta
interminable pasión desenfrenada? Sólo a ella
dirijo mis ruegos; mi fantasía sólo puede
imaginársela a ella; y todo lo que me rodea en este mundo
lo relaciono con ella. Esto me depara de vez en cuando una hora
feliz, hasta que vuelvo a tener que alejarme de ella. …mi
corazón me obliga a cada cosa! Cuando paso dos o tres
horas junto a ella y me deleito con su cuerpo, sus modales, el
divino encanto de sus palabras, y siento cómo poco a poco
se van crispando mis sentidos, los ojos se me enturbian, apenas
puedo escuchar y una mano asesina sofoca mi garganta, entonces
empieza a latir el corazón frenéticamente buscando
oxígeno para los sentidos oprimidos y aumentando mi
desconcierto… A veces no sé si sigo estando en este
mundo. Cuando Lotte me permite el magro consuelo de llorar mis
angustias en sus manos cada vez que me inunda la
melancolía, ¡tengo que irme, alejarme! Y entonces
salgo a deambular por el campo; se convierte así en
alegría subir un cerro un tanto escarpado, o abrir una
senda a través de un insondable bosque, entre los arbustos
que me hieren, entre las espinas que me desgarran. Allí me
siento un poco mejor. ¡Un poco! También cuando,
agobiado por el cansancio y la sed me quedo en el camino, en el
bosque solitario, a veces ya bien entrada la noche e iluminado
porta luna llena, me siento junto al tronco de un árbol
torcido para aliviar de alguna manera mis pies lacerados, me voy
quedando dormido inmerso en un sueño, extenuado. La
solitaria morada de una celda, el cilicio y el cinturón
con espinas serían alivios por los que se deshace mi alma.
¡Adiós! No veo para esta miseria otro fin que la
tumba".

Werther, náufrago en el proceloso mar del intenso
e incontrolable amor pasional por Lotte, resolvió no
volver a verla más.

LIBRO SEGUNDO

A pesar de que no era su anhelo, Werther, hostigado y
atosigado por Guillermo y su madre, decidió trabajar al
servicio del embajador, un hombre de "desabrido carácter",
cominero, insatisfecho de sí mismo e incapaz de satisfacer
a los demás. Sus tirantes relaciones con el embajador le
ocasionan estados de mal humor. Se lamentaba por tener que tratar
con personas como éstas. Así el embajador le
proporcionara "muchas desazones", Werther se encontraba
allí relativamente bien, no obstante desagradarle la
dinámica de la vida cortesana y burguesa.

Conoció al Conde C, una persona apreciada y de
"cerebro amplio". En su trato encontró sentimientos de
amor y amistad; los dos lograron entenderse. "Y no hay
alegría más verdadera ni cálida en el mundo
que la de ver un alma buena que se nos abre". La lentitud y
meticulosidad del embajador, igualmente, molestaban al conde. El
entendimiento y la amistad del conde con Werther no eran del
agrado del embajador, un individuo que se amargaba la vida y le
amargaba la vida a los demás.

Werther estableció una efímera y
superficial amistad con la señorita B, "una criatura la
mar de simpática, que ha sabido conservar mucha
naturalidad en medio de esta engolada vida", encargada del
cuidado de su anciana y enferma tía.

Dentro de una choza solitaria, en medio de una tempestad
de nieve y fuertes vientos, Werther le escribe una carta a Lotte.
En ella le confiesa que la piensa, que era infeliz y que sus
sentidos estaban yertos. "No sé a punto fijo ni por
qué me levanto ni por qué me acuesto". Le reitera
que su más grande anhelo es estar junto a ella
compartiendo con sus hermanitos.

Su relación con el embajador se tornaba cada vez
más difícil. "Es un hombre desde todo punto
inaguantable". Sus desacuerdos y discrepancias laborales le
merecieron "una reprimenda" del ministro.

Esta situación y los desaires que recibe de todos
los arribistas cortesanos le generan rabia y desprecio. Su furia
era tal que deseaba agredir a alguien que le provocara el menor
reproche; quería "meterle en el cuerpo mi estoque, pues si
viera correr la sangre me sentiría más aliviado".
Nuevamente pensó en el suicidio… "Cien veces,
¡ay!, cogí un cuchillo con idea de abrir un
respiradero a mi oprimido corazón… quería
abrirme una vena que proporcionase eterna libertad".

Así las circunstancias, renunció a su
trabajo en la Corte, al cual había accedido por el
hostigamiento y atosigamiento de su amigo Guillermo y de su
madre, quienes no lo habían dejado en paz hasta que no
"cargó" con un puesto que no se había hecho para
él. Así su madre se lamentara porque se
había cortado "la bella carrera" que había de
llevarlo "directamente a los puestos del consejero secreto y
embajador", abdicó a su empleo. Tras la destitución
oficial de la Corte, Werther entró al servicio del
príncipe heredero, con quien sí se
entendía

Entonces inició una peregrinación al lugar
donde nació, con el ánimo de solazarse en los
recuerdos de su infancia. Añorando su remoto pasado, se
preguntaba de qué le servía saber que la tierra era
redonda, si "pocas paladas de tierra ha menester el hombre para
ser feliz encima de ellas y menos aún para debajo de ellas
descansar".

Con el príncipe era grata la convivencia, ya que
"es hombre sincero y sencillo". El príncipe estimaba
más la inteligencia y el talento de werther que el
corazón de éste; corazón que era el
único orgullo de Werther, "la única fuente de toda,
de toda fuerza, de toda ventura y de todo dolor".

Transcurrido algún tiempo abandonó al
príncipe y regresó a Wahlheim para estar cerca de
Lotte.

Su existencia cerca de Lotte se colmó de
amarguras. Tenía todo, pero sin ella nada tenía. En
su delirio, muchas veces intentó arrojarse a su
cuello… Sentía mucho su corazón, y de
él ya no brotaba ningún deliquio; "secos
están mis ojos, y mis sentidos, faltos ya del
bálsamo de las sedantes lágrimas hacen que mi
frente se frunza con angustia". Padecía mucho porque
perdió aquello que era el único goce de su vida,
"esa energía santa vivificante, con que creaba mundos en
torno mío…"

Lotte le reprochaba sus excesos. Un día cuando
ella tocaba el piano, Wether se extasió de tal manera con
la música, que abruptamente le pidió que no tocara
más. Lotte le dijo que él estaba enfermo y lo
instó a que abandonara el lugar. "Yo me fui de su lado,
y… ¡Dios!, tú ves mi miseria y le
pondrás fin".

Werther, obsesionado como estaba por Lotte,
seguía buscándole defectos a su esposo que lo
convirtieran en indigno de ella, pero no los hallaba. Se
preguntaba si los negocios de éste serían
más importantes que su esposa; si sabría apreciar
su dicha, y si sabría estimarla como ella se
merecía. "De qué me sirve que me repita una y otra
vez que es bueno y honesto, si al mismo tiempo me desgarra las
entrañas. No puedo ser justo. …¿Y perdura la
amistad entre nosotros? ¿No ve como una intromisión
en sus derechos cualquier acercamiento mío hacia Lotte,
cualquier atención hacia ella como un reproche silencioso?
Lo sé, lo presiento, le desagrada tener que verme, desea
que esté lejos, mi presencia lo incomoda…
¿Acaso no lo atrae cualquier negocio, por más
miserable que sea, mucho más que su adorable esposa?
¿Sabe apreciar esa dicha? ¿Sabe respetarla tal como
ella se lo merece? La tiene, está bien, la tiene. Lo
sé, como también sé muchas otras cosas. Creo
haberme acostumbrado a este pensamiento, pero igual me
sacará de quicio, me va a matar".

Alberto, que había discrepado con Werther
respecto a un suceso en que éste se oponía a que
condenaran a un homicida pasional, censuró y acusó
a Werther "de oponerse a la acción de la justicia".
Expresó su deseo de alejarlo de la vida de Lotte, y de que
disminuyera la frecuencia de sus visitas, ya que estaban dando
"qué hablar a la gente…". Lotte no vuelve a
mencionarle a su esposo el nombre de Werther, "y cuando ella
sacaba a relucir su nombre cortaba la conversación o le
daba otro giro".

La condena del desdichado homicida (enamorado de una
viuda) afectó profundamente a Werther, que se identificaba
con el infortunio del reo. "En su interior sufría una
constante alteración de sensaciones. Todos los sinsabores
que había sufrido en su vida…, todo lo que le
había salido mal, todo lo que lo había mortificado
sacudían su alma. Sintió que aquello justificaba su
inactividad; consideraba que estaba alejado de toda perspectiva,
incapaz de tomar la iniciativa por nada, aunque fueran las cosas
cotidianas de la vida. De esta manera, sumido en su particular
sentir, forma de pensar y un infinito sufrimiento, en la eterna
monotonía de su triste relación con ese ser
adorable al que tanto quería y cuya tranquilidad él
perturbaba, consumiendo sus energías en un esfuerzo
estéril, sin sentido y perspectiva, se iba acercando cada
vez más a un triste fin".

Lotte le pidió a Werther que no la visitara antes
de Nochebuena para recibir un regalo de navidad. "Por favor
–prosiguió ella-, las cosas son así, se lo
ruego por mi tranquilidad; esto no puede seguir así".
Lotte se percató del terrible efecto de su "no puede
seguir así
", y trató de distraer su
pensamiento, haciéndole algunas preguntas que resultaron
en vano:

"-No, Lotte -dijo-, no la volveré a ver nunca
más.

-Pero ¿por qué? -inquirió
ella-. Usted podrá, usted deberá volver a vernos,
pero modérese. Oh, ¿por qué habrá
usted nacido con tanta pasión irrefrenable, con un
temperamento tan vehemente por todo lo que llega a tocar alguna
vez? Se lo ruego -continuó mientras le tomaba la mano-,
modérese. ¡Cuántas satisfacciones tan
diversas pueden llegar a ofrecer aún su intelecto, su
sabiduría, sus talentos! Sea un hombre. ¡Aparte
usted su aciago cariño a este ser, que lo único que
puede hacer por usted es sentir compasión! Solo un
instante de calma, Werther. ¿Acaso no siente que se
está engañando, que su deseo lo está
arruinando? ¿Por qué yo, Werther?
¿Justamente yo, que pertenezco a otro? ¿Justo yo?
Sospecho, sí, sospecho que tal vez sólo sea eso, la
imposibilidad de poseerme la que genera en usted esta
exaltación del deseo.

-Sabio -exclamó-, todo muy sabio. ¿Fue
Alberto quien expuso estas observaciones?
¡Diplomático, muy
diplomático!

-Cualquiera las puede hacer -interpuso ella-;
¿no hay en este inmenso mundo ni una sola mujer que pueda
satisfacer los deseos de su corazón? Haga un esfuerzo,
sobrepóngase y búsquela, se lo juro, la va a
encontrar. Porque le digo, hace tiempo que me preocupa, por usted
y por nosotros, ese aislamiento que se ha impuesto
últimamente. ¡Supere esta situación! Haga un
viaje, le permitirá pensaren otras cosas. Busque,
encuentre a alguien digno de su amor y regrese para que podamos
disfrutar entre todos la dicha de una auténtica
amistad.

-Se podría imprimir todo esto y
recomendárselo a los que tienen como vocación la
enseñanza. ¡Querida Lotte!, tenga un poco más
de paciencia, pronto todo tendrá
solución.

-Es sólo eso, Werther, que no venga antes de
la Nochebuena
".

Después de irse a casa, Werther "se fue solo a su
cuarto y allí lloró sin consuelo, habló a
solas, muy excitado, recorrió el cuarto de un lugar a otro
hasta que al final se echó sobre la cama aún
vestido. Así lo encontró el criado a eso de las
once, cuando se atrevió a ver lo que pasaba y preguntarle
al señor si debía quitarle las botas. El
accedió pero le prohibió ingresar al cuarto a la
mañana hasta tanto no lo llamara". Luego escribió
la siguiente carta, la cual fue encontrada después de su
muerte:

"Está decidido, Lotte, quiero morir y te lo
escribo sin ninguna exaltación romántica, en calma,
en la mañana del día en que te voy a ver por
última vez. Cuando leas estas líneas, querida
mía, la helada tumba ya habrá cubierto los restos
rígidos del desdichado, del afligido, que en los
últimos instantes de su vida no encuentra cosa más
dulce que dialogar contigo. Tuve una noche terrible y, al mismo
tiempo, ¡ay!, una noche benefactora. Fue la que
confirmó, la que determinó mi decisión:
¡quiero morir! Ayer, cuando me separé de ti,
¡qué indignación más espantosa se
apoderó de mis sentidos, adueñándose de mi
corazón, y mi desesperanzado y desdichado existir a tu
lado me asaltó con un frío aterrador! Apenas
alcancé a llegar a mi cuarto cuando caí de
rodillas, fuera de mí y, ¡oh Dios mío, fuiste
tan generoso en darme el último bálsamo de las
más amargas lágrimas! Mil ideas, mil planes se
acumulaban en mi pecho hasta que, al final, quedó uno
solo; ahí estaba, firme, el último y único
pensamiento: ¡quiero morir! Me acosté y a la
mañana siguiente, en la calma del despertar,
permanecía firme, seguía inquebrantable en mi
corazón: ¡quiero morir! No es desesperación,
he pergeñado una convicción, y me voy a sacrificar
por ti. ¡Sí, Lotte! ¿Por qué he de
callarlo? Uno de nosotros tres tiene que desaparecer y ese quiero
ser yo. ¡Ay, mi preciada! En este atormentado
corazón anduvo rondando con tanta furia, tantas veces,
¡matar a tu esposo, a ti, a mí! ¡Así
será! Cuando subas al cerro, en un bello atardecer del
verano, acuérdate de mí, de las veces que
habré llegado del valle, y después mira hacia el
jardín de la iglesia, con mi tumba, y cómo se mecen
las espigas con el viento a la luz de los rayos del sol que se va
poniendo! Al empezar estaba tranquilo, ahora lloro como un
niño, todo se aparece tan vivo ante
mí".

Werther, incumpliendo su promesa, visitó a Lotte
antes de Nochebuena porque su ansia de verla era más
fuerte que sus promesas. "Werther caminaba por la
habitación de un lugar a otro; ella intentó tocar
el piano, un minué, pero no pudo. Terminó por
dominarse y se sentó tranquilamente al lado de Werther,
quien se había ubicado en el lugar de siempre, en el
canapé". Luego le leyó Los Cantos de
Ossián
(que él mismo había traducido)
del poeta escocés Ossián.

Durante la lectura, "un torrente de llanto que
brotó de los ojos de Lotte y alivió su
corazón angustiado" hizo que Werther la tomara de la mano,
prorrumpiendo en llanto amargo. "Lotte, apoyada en la otra mano,
escondía el rostro en su pañuelo. La emoción
que embargaba a ambos era indescriptible. En el destino de los
nobles veían reflejada la propia desdicha, sus
lágrimas se entremezclaron. Los labios y los ojos de
Werther ardían en los brazos de Lotte, que sufrió
un estremecimiento; quería apartarse, el dolor y la
compasión le pesaban como plomo. Respiró hondo para
calmarse y le solicitó, entre sollozos, que prosiguiera,
se lo pidió con una voz celestial. Werther temblaba, su
corazón quería explotar, levantó los papeles
y siguió leyendo con voz entrecortada".

Al término de la lectura, Werther "se
arrojó a los pies de Lotte en absoluta
desesperación, la tomó de las manos, las
acercó a sus ojos y a la frente y en esos instantes ella
sintió cómo le atravesaba el alma el presentimiento
de la terrible decisión. Con los sentidos turbados ella le
tomó la mano y se la llevó hacia el pecho, se
inclinó con un movimiento enternecedor hacia él y
las ardientes mejillas se rozaron. El mundo entero
desapareció para los dos. Él la tomó en sus
brazos, estrechándola contra su pecho, y con sus labios
balbuceantes y temblorosos la cubrió de apasionados
besos… Con la mirada llena de amor hacia el desdichado
corrió a la habitación contigua y se
encerró. Werther extendió sus brazos hacia ella,
pero no se atrevió a detenerla…Comenzó a
caminar por el cuarto y cuando volvió a estar solo se
dirigió a la puerta del gabinete y con voz muy baja
llamó: ¡Lotte, Lotte! Tan solo una palabra
¡una palabra de despedida! Ella mantuvo el silencio. El
insistió y suplicó e insistió, hasta que por
fin se separó de la puerta exclamando:
¡Adiós, Lotte! ¡Adiós, para
siempre!".

Ya en su casa, Werther escribió la siguiente
carta para Lotte:

"Por última vez, abro estos ojos por
última vez. Ya no volverán a ver el sol; el
día gris y con neblina lo mantiene oculto. Así es,
ponte de luto, naturaleza. Tu hijo, tu amigo, tu amante
está llegando a su fin. Lotte, es una sensación sin
igual, pero es lo que más se asemeja al sueño
inconsciente en el que uno se dice: este es el último
amanecer. ¡El último! Lotte, ya no encuentro sentido
a la palabra ¡último! Acá estoy, en
posesión de todas mis fuerzas, y mañana
estaré inerte, tirado en el piso. ¡Morir!
¿Qué significa eso? Mira, cuando hablamos de la
muerte, soñamos. He visto morir a unos cuantos. Pero la
humanidad es tan limitada que no encuentra una explicación
para el comienzo ni para el fin de su existencia.
¡Todavía mía, y tuya! ¡Tuya, oh amada
mía! Y dentro de un momento, separados, alejados,
¿tal vez para siempre? ¡No, Lotte, no!
¿Cómo puedo dejar de ser yo? ¿Cómo
puedes dejar de ser tú? ¡Si somos! ¡Dejar de
ser! ¿Qué significa? ¡Otra de esas palabras!
Un sonido vacío, sin mayor importancia para mi
corazón. Muerto. ¡Lotte! Sepultado en la tierra
fría, tan estrecho, tan oscuro. Tuve una amiga que lo fue
todo para mí en mi cándida juventud. Murió y
acompañé el féretro, me quedé junto a
la tumba para ver cómo descendían el ataúd y
el ruido seco de las sogas cuando lo soltaron y volvieron a ser
recogidas hacia arriba, después, la primera palada de
tierra, otro sonido sordo al golpear la tierra sobre el
cajón, una y otra vez, hasta quedar cubierto. Me
dejé caer junto a la tumba, conmovido, estremecido,
angustiado, desgarrado en lo más íntimo de
mí ser. No supe lo que me estaba pasando, lo que me
pasará. ¡Morir!, ¡sepulcro!, ¡ya no
entiendo estas palabras!

¡Oh, perdóname!
¡Perdóname! ¡Ayer! Tendría que haber
sido el último instante de mi vida. ¡Oh,
ángel mío! Por primera vez, fue sin duda la primera
vez en que ardió en lo más profundo de mi alma una
dicha inconmensurable. ¡Me ama!, ¡me ama! Aún
quema en mis labios el fuego sagrado que nació de los
tuyos. Mi corazón vuelve a gozar ese delirio.
¡Perdóname!,
¡perdóname!

Yo sabía que me amabas, lo supe desde esas
primeras miradas tan significativas, desde que nos tomamos de las
manos la primera vez, y sin embargo, cada vez que me iba, al ver
a Alberto a tu lado, volvía a caer en el desaliento de las
afiebradas dudas.

¿Te acuerdas de las flores que me enviaste
después de aquella fatal reunión en la que no
pudiste hablar conmigo, no pudiste darme la mano? ¡Oh,
pasé media noche mirándolas, sabiendo que eran
testimonio de tu amor! ¡Pero ay!, esas impresiones fueron
pasajeras, al igual que se desvanece paulatinamente en el
creyente aquel sentimiento de gracia que su dios le había
concedido en su magnificencia divina con claras señales
sagradas.

Todo es efímero. ¡Pero ninguna
eternidad podrá extinguir la ardiente llama de la vida que
gocé ayer en tus labios, que sigo sintiendo en mi
interior! ¡Me ama! ¡Este brazo la ha estrechado,
estos labios temblaron junto a sus labios, esta boca estuvo
balbuceando junto a la suya! ¡Es mía!
¡Sí, Lotte, para siempre!

¡Y qué importancia tiene que Alberto
sea tu marido! ¡Marido! Para este mundo eso es… Para este
mundo es un pecado el que yo te ame, el que quiera arrancarte de
sus brazos para cobijarte en los míos. ¿Pecado?
Bien, entonces por él me castigo. He saboreado ese pecado
con un gozo sublime, mi corazón ha bebido del
bálsamo y la energía de la vida. ¡Desde ese
instante eres mía!, ¡mía, oh, Lotte! Te
precederé en el camino. Iré hacia mi Padre y el
tuyo. Ante él lamentaré y me consolará hasta
que llegues tú, y volaré a tu encuentro y te
tomaré de la mano y me quedaré contigo ante la
presencia del Todopoderoso en un eterno abrazo.

¡No sueño, no deliro!
Acercándome a la tumba voy encontrando claridad.
¡Seremos!, ¡nos volveremos a ver! ¡Veré
a tu madre!, iré a verla, la buscaré y ante ella
vaciaré todo mi corazón!, ¡tu madre, tu
imagen!"

Mientras tanto Lotte pasó una noche agitada.
"Estaba decidido lo que temía, decidido de una manera que
ella no podía presentir ni sospechar. Su sangre, por lo
general tan pura y liviana, se encontraba en una
ebullición febril, su hermoso corazón era sacudido
por mil sensaciones. ¿Era el fuego de los abrazos de
Werther lo que sentía en su pecho? ¿O la
indignación por su atrevimiento? ¿Se trataba acaso
de una comparación ilícita de lo que sentía
ahora con aquellos días de naturalidad e inocencia plena y
de una despreocupada confianza en sí misma?
¿Cómo iba a presentarse ante su marido?
¿Cómo iba a confesarle una situación que en
realidad no tenía porqué ocultar y sin embargo no
se atrevería a contar? Habían callado ya tanto
tiempo al respecto, ¿ella debía ser ahora la
primera en romper el silencio para hacerle a su marido, en un
momento por cierto inoportuno, semejante revelación?
Temía que la sola noticia de la visita de Werther le
causara ya malestar, ¡y encima esta inesperada
catástrofe! ¿ Podía confiar en que su marido
podía entender la situación sin prejuicios de
ningún tipo? ¿Y podía desear además
de él que fuera capaz de ver en el interior de su alma?
Por otra parte, ¿podría fingir ante el hombre ante
quien siempre se presentó tan franca y transparente como
un cristal, a quien jamás ocultó o pudo ocultar
ninguno de sus sentimientos? Todo esto, lo uno y lo otro, le
preocupaba y además la turbaba. Una y otra vez
volvía a pensar en Werther, ahora perdido para ella, pero
al que no podía dejar, al que ¡qué pena!
Debía abandonar a su suerte, y a quien, una vez que la
sintiera perdida, no le iba a quedar nada más.
¡Cómo le pesaba ahora algo de lo que no se
había percatado en su momento, la parálisis de
sentimientos que había surgido entre los dos! Dos personas
tan comprensivas y buenas habían dejado de hablar sobre
ciertas diferencias íntimas, cada uno pensando en su
razón y la sinrazón del otro, y las cosas se iban
entreverando y complicando cada vez más, hasta que a la
hora de tener que resolverlas el nudo parecía imposible de
desatar. Si por lo menos hubiesen podido acercarse en una feliz
intimidad que abriera sus corazones, permitiendo que se
alternaran el amor y la tolerancia, entonces tal vez se
podría haber salvado al amigo".

Wewrther envió a su criado a donde Alberto,
pidiendo prestadas sus pistolas. Éste le dijo a Lotte que
se las entregara. De regreso, el criado le contó que fue
ella misma quien se las entregó. Werther las besó
porque habían sido tocadas por las manos de su idolatrada
Lotte. Luego escribió lo siguiente:

"Han pasado por tus manos, les has quitado el polvo,
las beso mil veces, las has tocado. ¡Y tú,
espíritu del cielo, facilitas mi acción! ¡Y
tú, Lotte, me entregas las armas! Tú, de la que yo
deseaba que fueran sus manos las que me acercaran la muerte y
ahora me la acercan! ¡Oh, le he preguntado todo a mi
criado! ¡Temblaste al entregárselas, no dijiste
adiós! ¡Ay, ay! ¿Ningún adiós?
¿Me has cerrado tu corazón, solo por culpa de ese
instante que me unió a ti para toda la eternidad?
¡Lotte, no habrá milenio que pueda borrar ese
recuerdo! ¡Y lo siento, eres incapaz de odiar a aquel que
tanta pasión ardiente siente por ti
!"

Luego de arreglar unos asuntos y cancelar las deudas,
escribió esta última carta para su amigo:
"Guillermo, por última vez vi el campo y el bosque y
el cielo. ¡Adiós, también a ti! ¡Madre
querida, perdóneme! ¡Guillermo, por favor,
consuélala! ¡Dios los bendiga! Mis asuntos
están todos arreglados. ¡Adiós, nos
volveremos a ver donde seremos más felices
!". Y para
Alberto la siguiente: "Alberto, te he pagado mal pero te pido
que me perdones. He estorbado la paz de tu hogar, he sembrado la
desconfianza entre ustedes. ¡Adiós! Quiero llegar al
fin. ¡Oh, espero que sean felices tras mi muerte!
¡Alberto, Alberto! ¡Haz feliz al ángel!
¡Que la bendición de Dios esté
contigo
!"

Después de cavilar largo rato, decidió
propinarse el letal disparo. Al día siguiente el criado lo
encontró malherido y en sus últimos estertores.
Cuando el criado enteró de lo sucedido a Alberto y Lotte,
ésta se desmayó.

Tras la muerte de Werther, unos jornaleros cargaron el
ataúd para su entierro. A sus exequias no asistieron los
clérigos.

ANÁLISIS

Estructura superficial

La obra consta de dos libros. En el primero se
encuentran sólo cartas de Werther a Guillermo, excepto una
remitida a Lotte. En el segundo se hallan otras cartas,
también enviadas a Guillermo, Lotte y Alberto,
además de aclaraciones y el relato del editor y
testimonios de personas que conocieron a Werther. La primera
carta está fechada el 4 de mayo de 1771 y la última
el 20 de diciembre de 1772. No aparecen en la obra las respuestas
a ninguna de las misivas. La novela tiene un fondo
autobiográfico, a manera de monólogo.

Estructura profunda

A pesar de que no es una obra fluida y carece de
argumento concreto, tiene enorme profundidad psicológica y
filosófica, que exploran las hondas miserias y grandezas
del alma humana. Asistimos a la tragedia de la
desadaptación en una sociedad altamente jerarquizada. La
soledad de Werther le causó una progresiva
alienación que no le permitió resolver el conflicto
entre la realidad y los sueños. La obra nos muestra que al
burgués le era imposible definirse dentro del sistema
feudal imperante y encontrarse a sí mismo.

Personajes

WERTHER

Era un joven con un corazón sensible y
atormentado, "desigual e inconstante", borrascoso y angustiado,
al que trataba como a un bebé enfermo y le permitía
todo antojo. Su corazón era el artífice de su
propia desdicha. Era un idealista, iluso, intenso, infeliz,
intelectual, atribulado, posesivo, malhumorado, inconforme,
apasionado, obsesivo, atormentado, timorato, confundido, ansioso,
soñador, pusilánime, introvertido, huraño,
impaciente, disparatado, incomprendido, conformista y
carecía de confianza en sí mismo. Se daba miedo a
sí mismo. Tenía valor para morir. Se dejaba
arrastrar por la indiferencia. "Pasaba de la tristeza a la
disipación, de la dulce melancolía a la perniciosa
pasión". A veces deseaba estar en el lugar de Alberto,
vivir la vida de éste. Estaba totalmente perdido en su
frenético enamoramiento. Era evidente su cansancio de
vivir. Para su miseria no encontraba otro fin que la
tumba.

Pensaba que podía ser feliz si no fuera por su
locura. Reconocía que si fuera más ligero
sería más feliz. Planteaba que la dicha o la
desdicha nos la proporcionaban los objetos con los cuales nos
relacionamos. Sostenía que la paz interior y la
satisfacción eran algo magnífico. El amor y la
lealtad eran para él los sentimientos más bellos
del hombre. Prometió no volver a lamentarse por el pasado:
"…gozaré lo presente, y lo pasado, pasado
será para mí". Sostenía que por no atenernos
"a la indiferente actualidad" sufrimos al recordar "males
pasados". Tras aclarar un asunto relacionado con una herencia de
su madre, colige que "los equívocos y la indolencia son,
quizá, causa en este mundo de más líos que
la astucia y la maldad".

Advertía que la soledad era algo peligroso.
Estaba en desacuerdo con la dinámica de las relaciones
burguesas. Le hartaba que midieran a las personas con el mismo
rasero. Se lamentaba que los hombres se mataran por "salud,
reputación, alegría, descanso… estupidez,
incomprensión y estrechez de espíritu…" Lo
agobiaba una profunda e insondable angustia
existencial.

No aceptaba que la gente joven desperdiciara su juventud
atormentándose y amargándose entre sí por
pequeñeces sin importancia. Pedía a los sacerdotes
que predicaran sobre el mal humor, al que consideraba como un
vicio con el que nos hacemos daño y se lo hacemos a los
demás. "¿No es bastante, ya que no podemos hacernos
felices unos a otros, para que encima nos arrebatemos ese deleite
que cada corazón más de una vez logra depararse a
sí mismo?". Consideraba que el mal humor iba unido a la
envidia y a la vanidad. Le incomodaba que cuando hablaba con toda
la fuerza de su corazón, alguien le viniera con un lugar
común carente de toda profundidad.

Su agitada perturbación mental, su pasión,
su incesante agitarse y luchar y su cansancio de vivir lo
atribulaban y lo hacían infeliz, y lo sumían en un
estado parecido al de aquellos infelices poseídos por un
demonio. "A veces lo siento en mis adentros, no es miedo, tampoco
deseo, se trata de un furor interno, desconocido, que amenaza con
destrozarme el pecho, que me ahoga la garganta. ¡Ay, ay! Si
me asalta, salgo a deambular por los terribles escenarios
nocturnos de esta inhumana estación".

Le profesaba a Lotte un amor santísimo,
purísimo, de hermano. Era tan desaforado su amor por ella
que tenía llenos de confusión sus sentidos. "En
parte alguna me encuentro a gusto, y en todas me hallo bien". Su
obsesiva y frustrada pasión por Lotte acrecentaba su
infanda idea de suicidio. "En este tiempo y bajo tales
circunstancias, en el ánimo de Werther se fue enquistando
cada vez más la determinación de abandonar el
mundo. Tenía decidido que era el último recurso, el
fin de toda esperanza desde que había vuelto a ver a
Lotte. Pero se había propuesto que no debía ser un
acto espontáneo, tomado a la ligera, sino que el paso
debía ser meditado con la mayor de las cautelas y darlo
con plena convicción… Al final se había
compenetrado y familiarizado tanto con esta triste idea, que la
decisión estaba tomada y era irrevocable". Tenía
dudas, inquietudes y una interminable lucha interior que lo
afligía. "Su situación presente, su destino, su
participación en el mío, exprimen de mi calcinado
cerebro hasta la última de las lágrimas.
¡Bajar el telón y retirarse! ¡Eso es todo!
¿Por qué tantas dudas y titubeos? ¿Porque no
se sabe qué es lo que vendrá? ¿Y porque ya
no se regresa? ¿Y porque nuestro espíritu tiene la
característica de intuir la confusión y las sombras
antes de que tengamos la certeza de algo?"

Para él, la posición social era lo de
menos, porque el primero rara vez desempeñaba el primer
papel. "¡Qué necios aquellos que no ven que en
realidad no es importante la posición en sí, y que
los que están ubicados en el primer puesto casi nunca
juegan realmente el primer papel! ¡Cuántos reyes son
gobernados por sus ministros y cuántos ministros por sus
secretarios! ¿Y quién es entonces el primero?
Aquel, creo yo, que supera a los otros y además dispone de
tanta fuerza y viveza como para aprovecharse del ímpetu y
las pasiones ajenas en la consecución de sus propios
fines".

Llegó a la conclusión que su sino era
causar penas a quienes debía alegrar.

Según testimonios recogidos por el editor, de
Werther se conoció lo siguiente:

"El descontento y la melancolía habían
echado raíces muy profundas en el alma de Werther, se
entrelazaron cada vez más y se fueron apoderando poco a
poco de toda su personalidad. La armonía de su
espíritu había sido destruida por completo. Un
virulento fuego interior minó todas sus facultades y
generó los efectos más terribles,
postrándolo al final en una depresión, a la que
intentó sobreponerse con una angustia aún mayor a
la que había vivido hasta ahora en su lucha contra otros
males. El temor en su corazón fue consumiendo las otras
fuerzas de su espíritu, su vivacidad, su sagacidad; se
volvió un ser triste, cada vez más infeliz y
más injusto a medida que crecía su infelicidad. Es
al menos lo que dicen los amigos de Alberto: aseguran que Werther
no fue capaz de aceptar al hombre sereno que, habiendo conseguido
por fin esa dicha tan anhelada, solo pensaba en adoptar una
conducta que le permitiera mantenerla en el futuro. Werther, en
cambio, consumía día a día todas sus
facultades para llegar a la noche envuelto en
sufrimientos…

El buen tiempo, despejado, poco pudo influir en su
estado de ánimo sombrío; sentía en el alma
una presión sofocante, las tristes imágenes se
habían apoderado de él, y el único
movimiento que registraba su mente era el pasar de un pensamiento
doloroso a otro…

Como vivía en una frustración
continua, le parecía que el estado de los demás
también estaba dominado por la confusión y el
descontento, creía que había desequilibrado la
hermosa relación entre Albertoy Lotte, se hacía
reproches y en ellos se mezclaba un inconsciente resentimiento
hacia el esposo…"

CARLOTA

Era una joven agradable que allí donde
ponía su vista calmaba los dolores y hacía felices
a los demás. Esta señorita de estatura mediana,
labios rebosantes de vida, lozanas y alegres mejillas,
tenía ocho hermanitos a los que cuidaba con esmero.
Huérfana de madre, velaba por la deteriorada salud de su
longevo padre. Amaba y respetaba su esposo Alberto.

Era una persona amable, jovial, espontánea,
comprensiva, angelical, encantadora…

Apreciaba tanto a Werther que hubiera querido casarlo
con una de sus amigas, pero en ellas encontraba defectos que las
hacían indignas de él. "Werther le significaba
tanto; desde el primer instante en que se conocieron se dio
cuenta de que las coincidencias eran muchas y hermosas, el
prolongado trato que mantuvieron desde entonces y algunas
situaciones vividas habían dejado una impresión muy
honda en su corazón. Estaba acostumbrada a compartir con
él todo lo interesante que sentía y pensaba, y su
alejamiento amenazaba con dejar en ella un profundo vacío
que no iba a ser ocupado nunca más. ¡Oh, si en ese
instante hubiese podido convertirlo en su hermano, qué
feliz habría sido! De haber podido casarlo con una de sus
amigas hubiese mantenido hasta la esperanza de volver a
restablecer la relación con Alberto".

 

 

 

 

Autor:

Luis Ángel Ríos
Perea

2010

Partes: 1, 2
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