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¡Fusilados! El triste final de Manuel Dorrego y sus gauchos (página 2)



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"Yo digo que es el que es capitalista el que no tiene
independencia, como tienen asuntos y negocios quedan más
dependientes del Gobierno que nadie. A éstos es a quienes
deberían ponerse trabas (…). Si se excluye a los
jornaleros, domésticos, asalariados y empleados
¿entonces quiénes quedarían? Un corto
número de comerciantes y capitalistas".

Y señalando a la bancada unitaria dijo: "He
aquí la aristocracia del dinero y si esto es así
podría ponerse en giro la suerte del país y
mercarse (…). Sería fácil influir en las
elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad
de la masa pero sí en una corta porción de
capitalistas. Y en este caso, hablemos claro: ¡el que
formaría la elección sería el
Banco!".

Ahí tenemos el discurso del caudillo popular
oponiéndose a la dictadura de los hombres ilustrados que
se creían con derecho para dirigir al país, por
supuesto en beneficio del capital financiero, como queda claro en
la cita. Es una brillante defensa de la soberanía popular
ante el poder de los grandes capitalistas nacionales y
extranjeros.

Hoy en nuestro país la democracia aparece
consolidada, por lo menos en cuanto se refiere a las elecciones,
al voto universal, secreto y obligatorio. Pero el sistema
democrático no significa de por sí un triunfo
popular, ya que los dirigentes suelen evadirse rápidamente
de sus promesas y campañas electorales, y tienden a
cumplir los acuerdos con los capitales que financiaron sus
candidaturas.

Es muy interesante lo que dice al respecto Juan
Villarreal, en su libro La Exclusión
Social
:

"Las sociedades de mercado y la democracia liberal
parecen haber resuelto parcialmente el problema de la libertad
civil en forma relativa. Su sistema electoral casi lo atestigua:
se puede elegir a quien decidirá, no decidir
posteriormente."

Entonces, ayer y hoy nos encontramos ante el mismo
problema: quienes siguen decidiendo son los Bancos.

Dorrego
gobernador

Rivadavia se vio obligado a renunciar a la
presidencia por el rechazo de las provincias a su
Constitución unitaria y por haber entregado la Banda
Oriental a Brasil cuando Argentina había ganado la batalla
de Ituzaingó. En un vergonzoso trato hecho por
García, se arreglaba la incorporación de la
provincia cisplatina al imperio de Brasil. Rivadavia
quería la paz rápida para reprimir con el
ejército a los caudillos federales. La Banda Oriental le
importaba un comino, había sido arrastrado a la guerra por
los 33 Orientales de Lavalleja. Quería al ejército
no como defensor de la soberanía argentina sino como
policía interna, como tantas veces se lo utilizó
tristemente en nuestra historia posterior.

Dorrego intentó algo distinto.
Tentó sin éxito a tropas mercenarias para que
secuestraran al emperador de Brasil, Pedro I. Procuró
también que Simón Bolívar mediara en el
conflicto a favor de Argentina, pero fracasó. El
Ejército se hallaba ya varios meses sin cobrar y el Banco
Nacional, dominado por intereses ingleses que querían la
independencia de la Banda Oriental, no proveía fondos para
esto. Dorrego, acorralado, tuvo que aceptar la paz con base en la
independencia de la Banda Oriental. Así Inglaterra se
vería favorecida ya que conseguía que ningún
país monopolizara el dominio del Río de la Plata y
ejerció siempre muchísima influencia sobre la
naciente República de Uruguay, que quedó separada y
débil ante el asedio británico. Dorrego
intentó remontar la entrega rivadaviana pero no lo
logró.

El gobernador encontró un estado
financiero desastroso, hecho por el defalco de la
administración rivadaviana y la deuda contraída con
la Baring Brothers. Lejos de quejarse por la "herencia recibida",
intentó mejorar la situación económica. Los
ingleses reclamaron el pago de intereses de esta deuda pero
Dorrego lo suspendió. Prohibió también la
exportación de metálico, o sea la fuga de divisas
(que nos sigue desangrando aún hoy).

A favor de los sectores humildes
fijó precios máximos a los consumos de primera
necesidad (algo que no existe hoy, donde la inflación es
exorbitante justamente en estos productos) y prohibió el
reclutamiento forzoso del que eran víctimas los gauchos
antes de su venida. Cualquier pobre hasta ese momento
podía ser calificado de "vago" o "mal entretenido" y
recibir los peores vejámenes por eso, desde la
cárcel al enrolamiento en el ejército. Durante el
gobierno de Dorrego fueron tratados como seres
humanos.

Es abierta la animosidad del representante
inglés lord Ponsonby para con Dorrego conspirando para su
caída como puede notarse en algunas cartas que
escribió.

En una carta dirigida a Dudley del 2 de
diciembre de 1827 afirmó: "Mi propósito es
conseguir medios de impugnar al coronel Dorrego si llega a la
temeridad de insistir sobre la continuación de la
guerra".

Más tarde, en otra carta,
manifestó:"veré su caída con placer". Luego,
cuando se iniciaron las conversaciones para la paz también
comunicó a Londres: "Dorrego será desposeído
de su puesto y muy pronto".

Siempre bien informados, los ingleses ya
habían incentivado su reemplazo por hombres más
afines a sus intereses. Lo triste fue que la mano ejecutora de
estos designios no fueron los soldados extranjeros sino un
guerrero de la Independencia como Dorrego: el general
Lavalle.

El
derrocamiento

Durante su gobierno, Dorrego mantuvo una
postura tolerante para con sus opositores. No sólo no los
persiguió ni encarceló sino que dejó
también una total libertad de expresión para la
prensa opositora. Tampoco hizo caso de informes que le llegaron
sobre una conspiración y no intentó ninguna
intervención para desbaratarla porque no la creyó
posible hasta último momento.

La vuelta del ejército argentino
desde Brasil dio el caldo propicio para su caída. Los
soldados volvieron desalentados por lo que había sido un
gran triunfo militar argentino seguido de una vergonzosa entrega
diplomática perpetrada por Rivadavia y su enviado
García. Quien terminó no pudiendo impedir esta
derrota perpetrada por el gobierno rivadaviano fue Dorrego, pese
a sus intentos sin suerte que explicamos.

Se inicia la revolución de Lavalle y
Dorrego se resiste. Es completamente derrotado y parte hacia el
interior de la provincia de Buenos Aires. Se enfrentan otra vez
en Navarro y Dorrego huye luego de otra derrota. Juan Manuel de
Rosas le ofrece ayuda y la idea de partir a reunirse con
Estanislao López, caudillo de Santa Fe. Dorrego rechaza la
propuesta y parte hacia su fatal destino. Cercado y con poco
apoyo, es hecho prisionero por un comandante y un mayor que hasta
entonces le habían sido fieles: Bernardino Escribano y
Mariano Acha.

Lavalle en la
encrucijada. El fusilamiento

El general Lavalle se niega a ver
personalmente al prisionero y comienza a recibir las
instigaciones de los enemigos de Dorrego.

Juan Cruz Varela le escribe:
"Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el
proceso del que la ha hecho correr, está formado:
ésta es la opinión de todos sus amigos de usted;
esto será lo que decida de la revolución; sobre
todo, si andamos a medias… En fin, usted piense que 200 o
más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted
cuál es su deber… Cartas como éstas se rompen, y
en circunstancias como las presentes, se dispensan estas
confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su
atento amigo y servidor". (el subrayado es nuestro)

Juan Cruz Varela demuestra su
condición moral en esta última frase. Sabe que es
un crimen, una aberrante injusticia la que instiga a cometer.
Mientras tanto, había gozado de amplia libertad en el
diario Pampero para criticar al gobierno de Dorrego,
pagándole con este pedido perverso de su muerte. Juan Cruz
Varela fue un perverso, un inmoral, un hombre indigno. Lavalle
cometió un error gravísimo, un crimen terrible.
Pero reconoció su acción y asumió la
responsabilidad. Varela fue asesino y además
cobarde.

Salvador María del Carril le
escribe: "(…) Ahora bien, general, prescindamos del
corazón en este caso (…) Si usted, general, la aborda
así, a sangre fría, la decide; si no, yo
habré importunado a usted; habré escrito
inútilmente, y lo que es más sensible, habrá
usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la
hidra, y no cortará usted las restantes; ¿
entonces, qué gloria puede recogerse en este campo
desolado por estas fieras?. Nada queda en la República
para un hombre de corazón". Lavalle se decidió a
fusilar a Dorrego sin verlo personalmente. Es un gran drama el
que se desarrolla. Para Lavalle, mirar a los ojos a Dorrego
significa no matarlo. En esa situación hipotética
que nunca se dio de enfrentarlo personalmente, podía
primar en él el "hombre de corazón" Fueron
compañeros en las guerras de la independencia bajo el
mando de San Martín. No guardaba rencores para con el
hombre que va a fusilar y hasta posiblemente le tuviera
algún afecto. Lavalle no puede verlo porque
implicaría arrepentirse. No tiene problemas con el hombre
Manuel Dorrego, no le debe ninguna afrenta pasada ni tiene con
él ninguna cuenta pendiente. Lavalle no quiere fusilar a
la persona de Manuel Dorrego sino al líder de las masas
humildes. Al líder político que había
considerado a los pobres y gobernado para ellos. No puede mirar a
los ojos a su víctima inocente e indefensa.

Un gobierno de minorías se impone
siempre con el terror. Porque el asesinato de Dorrego no
sería el acto último de violencia, sino el primero
de una carnicería horrorosa que iba a tener lugar
inmediatamente después. Para que de los pobres no quedara
ni rastro, para que el pueblo humilde, o lo que quedara de
él, vuelva a un papel subyugante.

Juan Cruz Varela, de quien ya nada puede
sorprendernos, escribió una mediocre composición en
el Pampero luego del derrocamiento del gobernador:

"La gente baja ya no domina, y a la cocina
se volverá".

El
genocidio

Pero la de Dorrego sería sólo
la primera muerte de miles que hubo en la dictadura genocida de
Lavalle. Es el único año el de 1829 en que las
muertes superan a los nacimientos. Se registraron en 1828, 1788
muertes. En 1829 el número creció hasta 4658.
¿Qué pasó? ¿Hubo una peste,
algún desastre natural? No, gobernó Lavalle. Los
unitarios plantearon así una dictadura sanguinaria
reprobada incluso por San Martín, que quiso volver a
Argentina pero se terminó yendo a Europa.

El general Iriarte, que muy lejos estuvo de
tener simpatías federales, consigna en sus
Memorias:

"Durante la contienda civil los jefes y
oficiales de Lavalle cometieron en la campaña las mayores
violencias, las más inauditas crueldades, crueldades de
invención para gozarse en el sufrimiento de las
víctimas, la palabra de guerra era muerte al gaucho y
efectivamente como a bestias feroces trataban a los desgraciados
que caían en sus manos".

Guerra de muerte al gaucho, a los pobres, a
los hijos políticos de Dorrego. El gobierno de
minorías necesita la sangre para imponerse. Una
minoría sin pueblo no encuentra otra vía que el
terror para gobernar. El mismo general consigna el sadismo de los
victimarios, que se aprovechaban de los paisanos desarmados que
encontraban.

"El coronel don Juan Apóstol
Martínez hizo atar a la boca de un cañón a
un desgraciado paisano: la metralla lo hizo pedazos y sobre
algunos restos que pudieron encontrarse el mismo Martínez
burlonamente esparció algunas flores. Otra vez el mismo
jefe hizo que unos prisioneros abriesen ellos mismos la fosa en
que fueron enterrados".

A la violencia ejercida se le agrega el
sadismo, la peor de todas las violencias. Esa que goza del
sufrimiento ajeno perversamente, de forma
patológica.

Muchos historiadores se ocupan de la muerte
de Dorrego pero pocos nombran la matanza que se desarrolló
después. Es el deseo de realizar esta masacre de gauchos
la que produce el fusilamiento de Dorrego. Aislado un hecho y
otro, el asesinato de Manuel Dorrego parece un golpe de
cúpulas, una rencilla entre las clases gobernantes en su
disputa por el poder. Nada más alejado de la realidad: el
asesinato y la masacre son las dos caras de una misma
represión bestial, inhumana y cobarde de los que, desde
aquel momento, serán llamados "salvajes
unitarios".

La violencia y la
política

El desarrollo de los movimientos
políticos y los gobiernos argentinos en el siglo XIX y el
siglo XX pueden analizarse desde una lectura entre dos polos: la
violencia, por un lado; y la política como diálogo,
discusión y modo de resolver las diferencias por el otro.
Polos que a veces se entrecruzan y confunden.

Manuel Dorrego, durante su militancia
política y su gobierno, se inclinó a favor de la
política, no practicando la violencia en ningún
momento. Desde su posición de gobernador toleró a
sus opositores, no realizó persecuciones ni represiones de
ninguna clase. Lavalle, su asesino, eligió la violencia
para imponerse y concretar así una dictadura sangrienta y
asesina de pobres.

Lavalle terminó asesinando al
líder más democrático del partido federal.
Rosas, sin los mismos principios democráticos, fue el
federalismo que sobrevivió, hostigado por los mismos
enemigos de Dorrego.

Manuel Dorrego fue un líder que
intentó ahorrar sangre hasta en el momento mismo de su
muerte. Sabiendo el desdichado final que le esperaba, le
escribió a Estanislao López:

"Mi apreciable amigo: En este momento me
intiman a morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte;
pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por
mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de
derramamiento de sangre. Soy su afectivo amigo. Manuel
Dorrego".

Es la carta de un hombre que sabe que va a
morir y ni aún así desea la venganza y el
derramamiento de sangre argentina. Pero se equivocó
Dorrego: el destinatario de la carta debió ser Lavalle,
que fue quien hizo el derramamiento de sangre luego de su
muerte.

Pero en lo que no se equivocó es en
el contenido de la misiva, en la importancia siempre de mantener
el diálogo, la política y desterrar la violencia.
Cuando la violencia se impone, la tragedia tiene lugar y esto lo
vimos reflejado los argentinos en el resto del siglo XIX con una
cruenta guerra civil y en hechos terribles del siglo XX: en la
masacre de peones rurales en la Patagonia, en el bombardeo a la
Plaza de Mayo, los fusilamientos de 1956, en el genocidio que se
perpetró con la dictadura de 1976. Momentos aciagos que
pudieron evitarse con más política y menos
violencia. Como lo enseñó Dorrego. Como no lo
supieron valorar sus contemporáneos. Como nos cuesta,
aún hoy, llevarlo a la práctica.

Bibliografía
consultada

  • Ferns, H.S. Gran Bretaña y
    Argentina en el siglo XIX. Solar Hachette, Buenos Aires,
    1966.

  • Iriarte, Tomás de. Memorias,
    tomo 3, Ed. Goncourt, Buenos Aires, 1945.

  • Lestrade, Eliseo. Rosas, estudio
    demográfico de su época, en Revista del
    Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan
    Manuel de Rosas. Número 58. Buenos Aires,
    2000.

  • O Donell, Pacho. Juan Manuel de Rosas.
    El maldito de nuestra historia oficial. Ed. Planeta. Buenos
    Aires, 2001.

  • Peña, R.O; Duhalde, E. El
    asesinato de Dorrego. Ed. Contrapunto. Buenos Aires,
    1987.

  • Villarreal, Juan. La exclusión
    social. Grupo Editorial Norma. FLACSO. Buenos Aires,
    1996.

 

 

Autor:

Sebastián
Giménez

Lic. En Trabajo Social y Profesor de
Enseñanza Primaria.

Partes: 1, 2
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