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De la guerra Fría a la paz Caliente (página 2)




Enviado por Estuardo Meneses



Partes: 1, 2

La decisión política se convierte
aquí en un arte, donde influyen el conocimiento de la
realidad sobre la que se actúa, otros ejemplos
históricos que ejercen de precedentes y, sobre todo, la
intuición que aporta la experiencia. Nada queda del
argumento de necesidad como una ley objetiva y externa a los
agentes.

Kenneth Waltz en su libro clásico sostiene, que
toda la reflexión occidental sobre las causas de la guerra
y su inevitabilidad se pueden situar en una de las siguientes
tres imágenes: en el comportamiento humano (Imagen I); en
la estructura interna de los Estados (Imagen II); o, por
último, en la estructura anárquica y competitiva
del sistema internacional mismo (Imagen
III)[6].

Nos advierte que los grandes pensadores que han
reflexionado sobre la guerra no han situado sus causas, clara e
inequívocamente, en una sola de estas tres
imágenes. Por el contrario han rastreado un gran
número de registros en el amplio arco de reflexión
que va desde una concepción antropológica del
hombre y de su agresividad, avaricia y egoísmo o, por el
contrario su bondad, hasta la historia y estructura del sistema
europeo de Estados; es decir, de lo que hasta
prácticamente los años cincuenta del siglo pasado
ha sido considerado por nuestra tradición occidental como
el sistema internacional.

Pero aun advertidos y conscientes de que no se puede
encerrar tan rica reflexión en casilleros estancos,
sí podemos delimitar dos grandes líneas de
pensamiento: aquéllos que han situado el origen del
conflicto internacional – y de su expresión más
terrible, la guerra – en la estructura interna de los Estados, en
su organización social política y económica;
y aquéllos que sitúan ese origen en la misma
anarquía internacional, en la interacción de
unidades discretas y codiciosas que son los Estados.

En la primera corriente se sitúan todos aquellos
pensadores de la Ilustración que veían en las
ambiciones de los monarcas europeos, en su uso y abuso de la
razón de Estado, en la diplomacia oculta y sin
escrúpulos, y en la idea del equilibrio de poder, las
causas de la guerras que año tras año, siglo tras
siglo, asolaban a Europa[7]

La segunda corriente es la de la tradición de
Maquiavelo y Hobbes, la de los pensadores del derecho
internacional y de la guerra justa como Grocio y
Vattel[8], y los pensadores realistas de nuestros
días. Los primeros consideran que la guerra no es
inevitable, pues un cambio en la estructura interna de los
Estados, cambio deseable y posible, haría desaparecer las
causas de la guerra. Los segundos sostienen que la ausencia de
una autoridad superior a la de los Estados, en un mundo de
recursos escasos y de constante inseguridad, hace
históricamente inevitable el conflicto
internacional.

Estas dos líneas de pensamiento, estas dos
imágenes sobre dónde situar las causas de la guerra
– en el carácter interno de los Estados, en su
régimen político, social, etc., o en la estructura
del sistema internacional – están presentes en toda la
reflexión sobre las relaciones internacionales.

Lo que se ha producido con el fin de la Guerra
Fría es una renovación de la importancia de la
Imagen II. Es decir, los aspectos internos de los Estados entran
cada vez más en la reflexión de la disciplina. El
Estado, como acabamos de ver, no puede seguir siendo concebido
como una realidad cerrada, un actor unitario, una totalidad que
actúa con una sola voz en el escenario
internacional.

Hay que distinguir entre Estado, gobierno, sociedad,
pueblos, naciones, elites, clases, etc. Y aunque el Estado, como
totalidad, sigue teniendo intereses nacionales, debemos empezar a
distinguir entre intereses de esas distintas instancias y en sus
relaciones mutuas. De la misma forma, la soberanía ha
dejado de ser un escudo impenetrable, garantía de la
independencia y unidad de esa totalidad nacional
territorial.

Pero aunque esta renovada importancia de la Imagen II,
puede ser un fenómeno relativamente nuevo en la
disciplina, hay que advertir que un examen somero de la historia
de las relaciones internacionales apunta a que el carácter
de los regímenes, los distintos principios de legitimidad,
las diferencias culturales y civilizatorias han jugado un papel
importante en las relaciones entre Estados y pueblos.

En este sentido cabe una distinción. El
reconocimiento de que la heterogeneidad de los sistemas era un
elemento de conflicto en las relaciones internacionales no fue
del todo olvidado durante la Guerra Fría. Como tal,
aparece centralmente en los análisis de Raymond
Aron[9].

Su concepción es una aceptación parcial de
la Imagen II, pues la heterogeneidad del sistema, es decir, el
tener en cuenta los diferentes principios de legitimidad, o las
diferentes ideologías, o las diferentes formas de
organizar la vida política, social o económica y
sus efectos conflictuales, no implica necesariamente situar las
causas de la guerra en las características internas de
este o aquel sistema, ni necesariamente supone que, a efectos de
análisis no se consideraran los distintos Estados como
totalidades nacionales territoriales.

La heterogeneidad del sistema de los bloques, y el hecho
de que estuvieran encabezados por las grandes potencias que
aireaban ideologías expansionistas, no implicaba que
éstas no funcionaran en el sistema internacional como
bolas de billar[10]

Tampoco la consideración de determinadas crisis
en el sistema de Estados como guerras civiles europeas
[11]supone una aceptación total de esta
imagen. La guerra civil europea entre el liberalismo y el Antiguo
Régimen en el período de 1789 a 1848, o entre
liberalismo, comunismo y fascismo en el período de 1917 a
1939, o la consideración de la Guerra Fría como
constituida, en parte, por elementos de guerra civil europea, no
suponen, en principio, situar las causas de la guerra en el
carácter de tal o cual régimen.

Sin embargo, aunque las apreciaciones anteriores –
la consideración de los elementos de heterogeneidad del
sistema y las crisis en el sistema europeo de Estados al
enfrentarse diferentes principios de legitimidad – no
suponen  situarse inequívocamente en la Imagen II,
sí nos acercan a una visión de las relaciones
internacionales donde los factores sistémicos entran en el
análisis.

La renovada importancia de la Imagen II viene de la mano
de la tesis de la paz democrática: los regímenes
democráticos establecen entre sí relaciones
pacíficas, aunque no necesariamente establecen relaciones
de este tipo con los regímenes no liberales. Esta tesis se
vincula con la línea de pensamiento de la
Ilustración, sobre todo de I. Kant,  de la que
hablábamos al comienzo de este apartado. La
consideración de que eran las elites aristocráticas
y la monarquías autoritarias las causantes de la guerra,
que estaba presente en el pensamiento de los ilustrados, se
transformó a principios de nuestro siglo en la idea de que
los imperios autocráticos y plurinacionales habían
sido los culpables de la Primera Guerra Mundial.

Se puede afirmar que con el fin de la Guerra Fría
y la crisis de la hegemonía de la visión realista
de las relaciones internacionales, se está produciendo una
saludable revitalización de los enfoques normativos en los
textos de las relaciones
internacionales[12].

Cuando hablamos de revitalización no ignoramos la
cantidad y calidad de innumerables trabajos que discuten un
horizonte normativo para el mundo de las relaciones entre los
Estados[13], sino que señalamos que, en su
mayoría, estos trabajos no formaban parte de los
cánones de las enseñanzas de la Relaciones
Internacionales y que, incluso, su lugar de publicación –
allí donde eran discutidas y criticadas – era distinto de
donde se publicaban y discutían los textos que han
conformado la disciplina de las Relaciones Internacionales en
estas últimas décadas. Ch. Beitz señalaba
hace ya años la fragmentación entre las disciplinas
y detectaba una división del trabajo entre la
Filosofía Moral y las Ciencias Sociales. Mientras que las
Ciencias Sociales se tecnificaban y se hacían cada vez
más instrumentales, los problemas normativos quedaban para
los filósofos[14]

Esta división era tanto más arbitraria
cuanto que la teoría de las Relaciones Internacionales,
incluso en su versión más positivista, tiene un
alto contenido normativo: asume el Estado como forma de
organización de las comunidades políticas
diferenciadas, como un hecho incontrovertible, como el valor
fundacional de la disciplina. Como ya hemos visto, todo el
análisis y la misma constitución de las relaciones
internacionales como una disciplina diferenciada se basa en la
inclusión-exclusión, dentro-fuera, cuya
demarcación es la soberanía territorial.

La concepción del Estado habitual en nuestra
teoría es de clara consistencia jurista y está
plagada de principios de alto contenido valorativo, sin embargo,
el profundo contenido normativo de los fundamentos de la
disciplina de las Relaciones Internacionales – su enorme herencia
de la tradición clásica de la filosofía y la
teoría política – permanece oculto en el discurso
por un movimiento donde el olvido del origen crea el
hábito de vivir sin cuestionar el fundamento mismo de la
reflexión[15]la prioridad absoluta,
ética, política y práctica, de la seguridad
y el bienestar de una determinada comunidad y del instrumento que
las garantiza, el Estado.

M. Walzer, en la ya glosada lectura del diálogo
tucididiano de Melos, nos recuerda que los juicios de necesidad
son cosa de los historiadores y no de los agentes
históricos, y que siempre cabe preguntarse, en primer
lugar, si lo que se presenta como necesitado de defensa y da
lugar al juicio de necesidad – el imperio ateniense, en el caso
del diálogo de Melos, la seguridad y el bienestar del
Estado en nuestro caso – es a su vez ético. De la misma
manera, la disciplina podría preguntarse si su fundamento
mismo no debe ser objeto de debate moral[16].Por
el contrario, estas preguntas básicas han quedado
enterradas por los análisis positivistas dominantes. El
positivismo dominante en la teoría de la política
mundial entendido como la existencia de leyes objetivas y
atemporales, y la necesaria exclusión de consideraciones
normativas[17]- puede deberse a razones que tienen
que ver tanto con la coyuntura científica como con la
histórico-política.

Nos referimos, en primer lugar, al famoso complejo de
las Ciencias Sociales frente a las Ciencias Naturales y a los
consiguientes intentos de imitación. En segundo lugar, al
miedo a caer en el error de las relaciones internacionales de
entreguerras: el olvido de las realidades del poder, en la
conocida formulación de E. H. Carr [18]. En
tercer lugar, ese positivismo se manifiesta en la determinada
financiación de los estudios orientados hacia la
formulación de políticas concretas.

Este último aspecto, que vincula la
elaboración teórica a la coyuntura política,
tiene especial importancia, en la medida en que esa
revitalización del enfoque normativo antes señalado
puede ser interpretada como síntoma de una nueva forma de
entender las identidades y los intereses de los
Estados.

En estos últimos años, en primer lugar,
aparecen cada vez más trabajos en esta línea y, a
menudo, son publicados en revistas que habitualmente no daban
cabida a la discusión ético filosófico. Dos
ejemplos[19]de este reencuentro en la
teoría política y el mundo de las relaciones
internacionales, pudieran ser la reciente publicación por
parte de John Rawls de una extensión de su teoría
de la justicia a la escena internacional[20]y la
publicación por parte de M. Walzer de un texto que
extiende la discusión moral dentro y
fuera[21].

Este renacer del debate normativo que, aun partiendo en
estos casos de la teoría política, empieza a
generalizarse en la disciplina de relaciones internacionales,
abre nuevas perspectivas a una renovación de las
Relaciones Internacionales.

De esta manera, este debate no sólo es necesario
para intervenir en el diseño de ese nuevo orden mundial,
sino que empieza a construir una parte cada vez más
considerable de la reflexión sobre relaciones
internacionales.

Parece conveniente hacer una breve referencia a lo que
en la literatura de Relaciones Internacionales se conoce como
constructivismo. Aunque dentro de esta corriente hay diversas
visiones[22], su popularidad en la disciplina ha
venido sobre todo de la mano de los trabajos de A.
Wendt.

Este autor define el constructivismo como una
teoría estructural de la política internacional
construida sobre tres puntos:

(1) los Estados son los principales actores del
sistema;

(2) las estructuras del sistema son intersubjetivas
más que materiales (3) los intereses e identidades de los
Estados están condicionados por esa estructura social,
más que dados exógenamente por la naturaleza humana
o por la política interna [23].

Distingue en la política internacional entre
estructura – anarquía y distribución del poder – y
proceso, que es interacción y aprendizaje. En la
teoría clásica de las Relaciones Internacionales,
según nuestro autor, los comportamientos cambian pero no
así las identidades e intereses que permanecen constantes,
previos y no afectados por la acción. Sin embargo, debemos
considerar que identidades e intereses no son exógenos a
la acción, sino endógenos, son parte de la
acción, inscritos en ella y transformados por
ella[24]. A su vez los intereses son dependientes
de las identidades[25]

Distingue entre la que denomina identidad corporativa y
la identidad social. La identidad corporativa designa las
cualidades intrínsecas y auto-organizadoras que
constituyen la individualidad de un actor. Si hablamos de
organizaciones, tales cualidades son los individuos que las
constituyen, sus recursos físicos, sus creencias e
instituciones compartidas, en función de las cuales los
individuos funcionan como un "nosotros". La identidad corporativa
del Estado genera cuatro intereses o apetitos
básicos:

  • 1. la seguridad física, incluyendo la
    diferenciación con otros actores;

  • 2. la seguridad ontológica, es decir, la
    estabilidad de la propia identidad en relación con
    otras identidades y la predictibilidad en sus relaciones con
    el mundo;

  • 3. el reconocimiento por parte de otros
    actores, por encima y más allá de la pura
    supervivencia; y

  • 4. el desarrollo, en el sentido del
    cumplimiento de las aspiraciones humanas a una vida mejor,
    cuya dimensión colectiva es depositada en los Estados.
    Estos intereses corporativos mueven a los Estados a la
    interacción. Pero la forma en que el Estado satisface
    sus intereses corporativos depende de cómo se define
    en relación con el otro, lo que a su vez es una
    función de la identidad social.

Ésta es el haz de significados que el actor se
atribuye a sí mismo cuando se pone en la perspectiva de
los otros[26]. Las identidades e intereses
sociales están siempre en proceso durante la
acción. Puede que sean relativamente estables en un
determinado período de tiempo o situación, pero
sería un error tratarlas como dadas, pues son
prácticas que expresan una relación entre el "self"
(el uno) y el otro, no un dato fáctico del
mundo[27].

La teoría de las Relaciones Internacionales ha
deificado la estructura del sistema, en palabras de Berger y
Luckman[28]convirtiendo un opus propium en opus
alienum. La anarquía y la distribución del poder
sólo tienen sentido para el Estado en virtud de su forma
de entenderlas y de sus expectativas, que constituyen sus
identidades y sus intereses institucionalizados: la
anarquía es lo que los Estados han hecho de ella. Las
amenazas son, asimismo, construcciones y no productos
naturales[29]. Los estímulos ínter
subjetivos dan significado a los estímulos materiales: las
armas nucleares británicas no tienen para Estados Unidos,
por ejemplo, el mismo significado que las armas nucleares
rusas.

J. G. Ruggie, en la obra citada, ha sintetizado lo que
para él son las grandes diferencias entre los relatos neo
utilitaristas – realismo estructural  e
institucionalismo liberal – frente a la lectura constructivista
del mundo. Para nuestro autor aquéllos "comparten una
visión utilitarista del mundo de las relaciones
internacionales: un universo atomístico de unidades
autocentradas cuya identidad está dada y fijada, y que son
responsables de la consecución  de los intereses
materiales estipulados en sus asunciones de
partida"[30] .

Estos corpus teóricos difieren entre sí,
pero incluso las instituciones propias de los análisis de
los segundos son descritas en términos instrumentales cara
a la búsqueda del beneficio material individual o
colectivo. Por el contrario, el constructivismo en su
versión más básica intenta explicar lo que
los neo utilitaristas dan por supuesto: las identidades e
intereses de los actores. El constructivismo parte de una
"ontología relacional" y atribuye a los factores
ideacionales, incluyendo cultura, normas e ideas una eficacia
social por encima de la de la utilidad funcional que puedan
tener: un papel en la forma en que los actores definen sus
identidades e intereses[31].

Los neo utilitaristas han podido converger porque
comparten los mismo fundamentos analíticos: ambos
presuponen la existencia de una anarquía internacional;
ambos creen que los Estados son los principales actores en las
relaciones internacionales; ambos creen que las identidades y los
intereses de esos Estados son fijos y exógenos a la
acción; y que éstos son actores racionales que
intentan maximizar sus utilidades definidas en término
materiales como poder, seguridad y bienestar.

Ruggie realiza tres críticas fundamentales a las
escuelas neo utilitaristas:

  • 1. no dan  repuesta a la cuestión
    fundacional de cómo los actores, es decir los Estados,
    llegan a asumir las identidades e intereses que
    marcarán sus políticas;

  • 2. aunque es indudable que los Estados
    territoriales tienen identidades e intereses
    específicos, estas escuelas no tiene instrumentos
    analíticos para explicar por qué las
    identidades específicas conforman lo que son
    percibidos como sus intereses y, por tanto, los modelos de
    acción internacional; y

  • 3. hay una creciente evidencia empírica
    de que los intereses de los Estados están conformados
    no sólo por sus identidades sino por factores
    normativos cuyo origen puede situarse en el ámbito de
    lo internacional o de lo
    doméstico[32]

Cabría añadir que el olvido de los
procesos de relaciones donde las identidades e intereses se
construyen socialmente y considerarlos exógenos a la
acción dan lugar a serias distorsiones y
omisiones.

Por el contrario, el rasgo más importante que
diferencia el constructivismo de otras lecturas del mundo es que
éste postula que las creencias no son simples
añadidos teóricos que se pueden utilizar para
completar los análisis instrumentalistas, sino que en
determinadas circunstancias fuerzan a los Estados a redefinir sus
intereses, y su misma visión de sí
mismos[33]

La idea de que la política era y es cosa de seres
humanos y de que quien intente comprenderla debe interpretar el
significado, que para los protagonistas tienen la elección
y la acción políticas, estaba presente en algunas
de las aportaciones clásicas de la literatura de la
Relaciones Internacionales antes de que el positivismo se
tornara  dominante.

M. Wight propone en un esclarecedor pasaje la
consideración del estudio de las relaciones
internacionales como un ejercicio cercano a la crítica
literaria, un ejercicio de hermenéutica: "los estadistas
actúan bajo diversas presiones, y apelan, con diversos
grados de sinceridad, a principios morales. Es cosa de los que
estudian las relaciones internacionales el juzgar sus acciones,
lo que implica juzgar la validez de sus principios éticos.
Éste no es un proceso de análisis
científico; está más cercano a la
crítica literaria. Necesita del desarrollo de una
sensibilidad para estar atento a la dificultad de todas las
situaciones políticas y a las encrucijadas morales en las
que opera la acción del Estado"[34]
.

Sin embargo, la teoría de las Relaciones
Internacionales, como el resto de las llamadas Ciencias Sociales,
ha seguido mayoritariamente un camino diferente: no ha intentado
comprender las acciones y relaciones humanas, sino
explicarlas.

Estas dos vías de acercamiento a la realidad son
planteadas explícitamente por M. Hollis y S. Smith en una
obra conjunta titulada Explaining and Understanding International
Relations[35]

Sostienen estos autores que las Ciencias Sociales beben
de dos tradiciones diferentes. La primera es heredera directa del
auge de las Ciencias Naturales en los siglos XVI y XVII, que
plantea una observación desde fuera y, a la manera de un
científico natural, intenta explicar el funcionamiento de
la naturaleza, incluyendo dentro de ella a los seres humanos, sus
acciones y sus relaciones.

La segunda es heredera de las ideas
historiográficas del siglo XIX, que abogaban por una
comprensión de los acontecimientos desde dentro, buscando
el significado de unos hechos – los hechos humanos – que no
responden a leyes de la naturaleza[36]

La primera de estas aproximaciones busca deducir de los
hechos una secuencia causal, y de esta secuencia extraer las
leyes naturales, que son efectivas en circunstancias similares y
que gobiernan los acontecimientos. En su versión
más extrema, esta aproximación no considera
relevante lo que los actores, en nuestro caso en la arena
internacional, piensen o sientan, pues su comportamiento
está gobernado por un sistema de fuerzas y estructuras,
que podemos conocer mediante la observación. De esta
manera, si nuestro conocimiento es apropiado podremos predecir
los acontecimientos futuros.

La segunda aproximación pretende,
fundamentalmente, comprender; pues, a diferencia de otros
elementos de la naturaleza, los seres humanos atribuyen sentido a
sus acciones. El mundo social es una construcción de
reglas y significados: "el mundo social debe ser visto a
través de los ojos de los actores porque (ese mundo
social) depende de cómo sea visto por los actores, y su
funcionamiento depende de cómo sean ejercidas las
capacidades sociales de aquéllos"[37]
.

Señalan cuatro razones por las cuales el mundo
social tiene significado para los actores:

  • 1. los seres humanos encuentran significado en
    su experiencia y este significado depende de símbolos
    y sólo puede tener una expresión
    simbólica;

  • 2. dado que el lenguaje es el vehículo
    de la expresión humana, el significado
    lingüístico es un componente esencial de la vida
    social, así las palabras tienen significados
    públicos regidos por reglas y, al mismo tiempo, los
    seres humanos tienen intenciones y motivos cuando las
    usan;

  • 3. las acciones se producen en contextos y
    estos contextos no pueden separarse de la forma en que son
    entendidos por los actores; y;

  • 4. los actores tienen ideas sobre el mundo
    social y sobre su funcionamiento, y se crean expectativas
    sobre el comportamiento de otros
    actores[38].

Esta segunda aproximación apunta a una segunda
diferencia entre el estudio de la naturaleza y el estudio de las
acciones y relaciones humanas: "… la aplicación al
estudio del comportamiento humano de los medios de las Ciencias
Naturales tiene un límite muy claro, ya que el objeto de
nuestro estudio es también un sujeto con capacidad
cognitiva y, por lo tanto, capaz de aprender y de cambiar de
conducta, a diferencia del carácter repetitivo del
comportamiento en el mundo natural"[39]
.

Concluyen Hollis y Smith que siempre habrán dos
historias que contar de las relaciones internacionales. Una, que
explique estructuras y procesos, y otra que comprenda las
acciones de los individuos y de los agregados
sociales[40]. Pero lo que me interesa resaltar
aquí es que ha sido la primera de estas historias la que
ha dominado la disciplina, olvidando los significados que las
relaciones internacionales tienen para los Estados y para otros
actores de la política mundial.

 

 

 

 

Autor:

Dr.C. Estuardo Meneses

[1] Walt, S.M., The Origins of Alliances,
Cornell University Press, Ithaca, 1987.

[2] Sobre la idea clásica de
equilibrio de poder ver, Wight, M., "The Balance of Power and
International Order" en James. A., (ed.), The Bases of
International Order, Oxford University Press, Oxford, 1973;
Butterfiled, H., "The Balance of Power" y Wight, M., "The
Balance of Power" en Butterfiled, H., y Wight, M., (eds.),
Diplomatic Investigations, Allen and Unwin, Londres, 1966;
Claude, I.L., Power and International Relations, Random House,
Nueva York, 1962 y Gulick, E.V., Europe's Classical Balance of
Power, Norton, Nueva York, 1955.

[3] Walt, S.M., op. cit., p. 265.

[4] Tucídides nos cuenta la
reunión entre los generales atenienses Cleomoedes y
Tsias y los magistrados de Melos que, aun siendo una colonia de
Esparta, se habían mantenido neutrales en la guerra. En
este diálogo los generales griegos argumentan que la
sumisión de Melos es una necesidad para el mantenimiento
del imperio ateniense, y aunque Atenas no haya sido agredida
por Melos, la supervivencia de ésta última
supondría un mal ejemplo para el resto de las ciudades
sometidas a Atenas. Historia de la guerra del Peloponesio, a
cargo de Romero Cruz, A., editada en Madrid por Cátedra,
1998.

[5] Walzer, M., Just and Unjust Wars…,
op. cit., p. 8.

[6] Waltz, K., Man, the State and War,
Columbia University Press,  Nueva York, 1959.

[7] Ver Hazard, P., El pensamiento europeo en
el siglo XVIII, Alianza, Madrid, 1985, especialmente el cap. 5:
"El Gobierno" y Cassels, A., op. cit., Ideology and
International Relations…, cap. 1: "Raison d'état meets
the Enlightenment".

[8] Para un interesante discusión
sobre Vatel en relación con Kant, ver Gallie, W.B.,
Philosophers of war and Peace,  Cambridge University
Press, Cambridge, 1978, pp. 26 y ss.

[9] Ver Paz y Guerra…, op. cit., cap. IV,
epígrafe 1: "Sistemas homogéneos y
heterogéneos", pp. 140 y ss.

[10] Ver Halliday, F., Rethinking
International Relations, Macmillan, Londres, 1994, cap. 8:
"Inter-systemic Conflict: The Case of the Cold War".

[11] Ver Preston, P., "La guerra civil
europea" en  Claves de Razón Práctica,
núm. 53, 1995.

[12] Aguirre, I.,"La teoría normativa
de las relaciones internacionales hoy" en Cursos de Derecho
Internacional de Vitoria-Gasteiz, Tecnos, Madrid, 
1996.

[13] Ver: Thomson, K.W., The Moral Issue in
Statecraft, Louisiana State University, 1966; Beitz, C.,
Political Theory and International Relations, Pricenton
University Press, Princeton, 1979; Hoffmann, S., Duties Beyond
Borders, Syracuse University Press, Syracuse, N. Y., 1981;
Nardin, T., Law, Morality and the Relations of States,
Pricenton University Press, Princeton, 1983, VV.AA., Ethics and
International Relations, Fulbright Papers II, , Manchester,
Manchester University Press, 1986; Frost, M., Toward a
Normative Theory of International Relations, Cambridge
University Press, Cambridge, 1986; Pogge, T.W., Realizing
Rawls, Cornell University Press, Ithaca, N. J., 1989 y la
polémica desarrollada en Philosphy and Public Affairs
recogida en Beitz, C., Cohen, M., Scalon, T. y Simmons, J.,
(eds.), International Ethics, Pricenton University Press,
Princeton, 1985.

[14] Beitz, Ch., "Bounded Morality: justice
and the state in world politics" en International Organization,
vol, 33, núm. 3, 1979, p. 424

[15] Ruby, C., en su Historia de la
filosofía, Talasa, Madrid, 1994, p. 41, nos remite al
análisis de Foulcault y nos recuerda como el Estado
ordena las relaciones sociales por el poder y la conquista, y
se asienta sobre el olvido del origen y el hábito de la
opresión.

[16] Walzer, M.,  Just and Unjust
Wars…, op. cit., p. 8

[17] Hollis, M. y Smith, S., Explaining and
Understanding International Relations, Clarendon Press, Oxford,
1990, p. 46

[18] Carr, E.H., The Twenty Years' Crisis,
1919-1939, Harper and Row, Nueva York, 1964 (1a. ed. en
inglés, 1939)

[19] Elegimos estos dos ejemplos por su
particular significación. Estos autores son dos
clásicos de la filosofía política cuyas
incursiones en el campo de la relaciones internacionales han
sido escasas -una sucinta mención en su A Theory of
Justice en el caso de J. Rawls- o de hace tiempo, caso de M.
Walzer que publicó su Just and Unjust Wars en los
años setenta. Cabría mencionar otros dos buenos
trabajos al respecto con sólo dar una idea más
amplia de esa revitalización mencionada: Brown, Ch.,
International Relations Theory. New Normative Approaches, Hemel
Hemsptead, Herts., Harvester Wheatsheaf, 1992 y Nardin, T. y
Mapel., D.R., (eds.), Traditions in International Ethics,
Cambridge University Press, Cambridege, 1992.

[20] Rawls, J., "The Law of the Peoples" en
Critical Inquire, vol. 20, núm. 1, 1993.

[21] Walzer, M., Thick and Thin. A Moral
Argument at Home and Abroad, University of Notre Dame Press,
Notre Dame, 1994, traducción española a cargo de
Rafael del Águila, Alianza, Madrid, de próxima
aparición.

[22] Por ejemplo, Onuf, N.G., A world of our
making. Rules and Rule in Social Theory and International
Relations, University of South Carolina Press, Columbia, S. C.,
1989 y Kratochwill, F., Rules, Norms and Decisions, Cambridge
University Press, Cambridge, 1989.

[23] Wendt, A., "Identity and Structural
Change in International Politics" en Lapid, Y. y Kratochwil,
F., (eds.), The Return of Culture and Identity in IR Theory,
Lynne Rienner, Boulder Co., 1996.

[24]   Wendt, A., "Anarchy is what the
states make of it" en International Organization, vol. 46,
núm. 2, 1992, pp. 398 y ss.

[25] Wendt, A., "Collective Indentity
Formation and the International State" en American Political
Science Review, vol. 88, núm. 2, 1994, p. 385.

[26] Wendt, A., "Anarchy is what the states
make of it" en International Organization, vol. 46, núm.
2, 1992, pp. 398 y ss.

[27] Wendt, A., "Collective Indentity
Formation and the International State" en American Political
Science Review, vol. 88, núm. 2, 1994, p. 385.

[28] Una crítica interesante al
planteamiento de Wendt es la realizada por Chakarbarti, S.,
"Culturing International Relations Theory: A Call for
Extension" en Lapid, Y. y Kratochwil, F.,  (eds.), op.
cit., p. 100, que propone considerar la civilización
como identidad colectiva, que se constituye en el contacto con
el otro. Las ideas de los Estados están definidas por
las ideas del sistema o de la civilización donde se
inscriben. Propone una sugerente analogía: los miembros
de una familia no sólo están definidos por su
papel en el seno de esa familia, por sus interacción,
sino también y de forma fundamental por su idea de lo
que es una familia.

[29] Wendt, A., “Collective
Identity…", op. cit., pp. 385 y 386.

[30] Berger, P. y Luckman, T., La
construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos
Aires, 1991, décima ed.

[31] "Anarchy…", op. cit., p. 405.

[32] Ibíd., pp. 14 y 15.

[33] Ibíd., p. 19.

[34] Wight, M., International Theory. The
Three Traditions, Leicester University Press,
Leicester, 1991, p. 258.

[35] Clarendon, Oxford, 1990.

[36] Ibid., p. 1.

[37] Ibíd., p. 6.

[38] Ibíd, pp. 68-70.

[39] Rodrigo, F., La teoría de las
Relaciones Internacionales y el fin de la Guerra Fría:
algunas consideraciones metodológicas, mímeo,
UAM, 1995, p. 6.

[40] op. cit., p. 211.

Partes: 1, 2
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