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La autopsia del bicentenario (página 3)




Enviado por Carlos Blanco



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Con este entrerriano comienza lo que luego se
conocería como La Década
Infame.

Una muletilla, con la que radicales primero y peronistas
después, deformaron la mente de nuestros educandos,
quienes abrevaron de ese concepto en los libros de texto, que aun
tienen vigencia en las escuelas medias.

Pero el país retomo su cauce por las riendas del
crecimiento y sobretodo del orden.

Se ha criticado mucho el tratado Roca-Runciman, que su
vicepresidente hijo del zorro, suscribió en Londres, para
la exportación de carnes enfriadas.

Toneladas de tinta y papel, se han desperdiciado con
este asunto, tan maltratado por nuestros
historiadores.

El caso es que para 1933, cuando se formalizó el
convenio con Inglaterra, Argentina fue obligada a vender a un
precio más bajo que el resto de las colonias
británicas, proveedoras del mismo insumo.

Y una primera lectura del asunto parecería darle
la razón a estos palurdos progresisitas que ejercen el
papel de auditores de la historia.

Pero lo que nadie dice es que si el Reino Unido
dejaba de abastecerse con nuestras exportaciones nadie más
lo haría porque no teníamos a quien venderle
carne
.

Fácil es criticar desde el abstracto, pero los
ofendidos por este acuerdo, tal vez no recuerden que para
comienzos de esa época, la economía mundial estaba
sumida en la más profunda de las bancarrotas, desde el
crack financiero de Wall Street, aquel viernes negro de
1929.

Cierto es que Julio Roca (h) era de carácter
frívolo y tal vez un poco disociado de la responsabilidad
del cargo que ejercía.

A tal punto que la noche anterior a la partida para la
firma del trato, se quedo hasta altas horas de la madrugada
jugando poker con sus amigos en el Jockey Club.

Su revés lúdico, hizo que perdiera incluso
hasta la plata del viático para el viaje.

Presurosamente al día siguiente, dos funcionarios
del entonces Ministerio de Hacienda, corrieron hasta el vapor a
punto de zarpar, para reponerle sus malgastados
estipendios.

Pero esto incluso, no deja de ser una mera nota de
color.

Las cosas siguieron su rumbo hasta que en 1938, Roberto
Marcelino Ortiz, gana las elecciones con la ayuda de una alianza
entre radicales alvearistas y conservadores.

Se la conoció como La
Concordancia.

El Presidente electo, era abogado de las concesiones
ferroviarias británicas.

Por entonces no existía el Ministerio de Trabajo,
y en una oportunidad se presentó un diferendo entre la
Patronal y el personal ferrocarrilero.

Los ingleses, fueron distendidos a la audiencia
presidencial, que dirimiría el entuerto, ya que
después de todo el Presidente era del palo.

Ortiz laudo a favor de los obreros.

Así era este hijo de vascos que fue uno de los
Grandes Presidentes Argentinos.

Poseía una estancia en Ayacucho, que había
recibido por herencia paterna.

Durante su mandato la hipotecó.

Luego de su deceso fue subastada
judicialmente.

Cuando una severa y rebelde diabetes le hizo perder la
vista, dimitió a favor de su Vice.

Pero mientras la enfermedad aun no se presentaba como
terminal, y sabiendo de su inexorable condición,
abonó de su bolsillo todos los sueldos del personal de
la Residencia Presidencial
, que por entonces estaba ubicada
en la actual residencia de la Nunciatura, sobre la calle
Suipacha.

Porque consideraba que los contribuyentes no
debían correr con el consumo personal de un Mandatario
enfermo
.

Antes de delegar el mando, estalló un fenomenal
escándalo político, superior a cualquier otro del
pasado.

Se trató de un sobreprecio, en la venta de unos
terrenos ubicados en el Palomar, donde se erigiría el
actual asentamiento del Colegio Militar de la
Nación.

La investigación parlamentaria estuvo a cargo del
presidente de la Cámara Baja, Vicente Solano
Lima.

Se detecta un pago irregular en la casa central del
Banco Español, al que había concurrido la querida
de un hombre fuerte de la bancada oficialista: Víctor
Juan Guillot
.

El cheque percibido era por una suma irrisoria:
15.000 pesos.

Toda la pesquisa los lleva a Guillot.

Dice que nunca tocó un centavo de esa
presunta coima.

Y todos le creen.

La sospechada era una tal Ana López, quien a la
sazón, tenia con el señalado algunos hijos
extramaritales.

La abrumadora prueba de cargo, era demasiado para un
tipo de honor como él.

En la madrugada siguiente se dispara un tiro en la
sien.

Muere cuando la trasladan a la Asistencia
Pública
.

Lo he dicho antes y lo ratifico en esta
entrega.

Si los actuales legisladores de todas las extracciones
como los senadores que fueron sobornados en la gestión de
De la Rua, y todos aquellos de ambas cámaras que levantan
la mano, previa remisión de una valija antes de pulsar el
botón con su voto, imitaran la ejemplarizadora conducta
del malogrado diputado: La pira funeraria de los arrepentidos
treparía hasta sobrepasar la altura del domo del
capitolio.

Pero así eran las cosas entonces.

El pobre Comandante del Ejercito, que había
dispuesto que un camión de materiales, compuesto por diez
bolsas de arena, doscientos ladrillos y cuatro soldados, hicieran
un viaje raudo, para hacer una pequeña refacción a
su quinta de Pilar, presentó su dimisión en el
acto.

Comenzaban a apodarlo El General
Palomarquez.

El incidente fue demasiado para un Presidente que era
demasiado honesto y para entonces también
invidente.

Lo sucedió Ramón Castillo, que era muy
testarudo y dispuesto a alinearse con Alemania.

Impulsado sobre todo por su canciller Enrique Ruiz
Guiñazú, quien un día de 1942, cito al
embajador británico, para decirle: "Nosotros vamos a
jugar la carta alemana y ustedes van a perder la
guerra".

Ignoro porque su propia hija Magdalena, la periodista,
deshonró tan vilmente la impecable tradición
paterna.

El caso fue que este otro Presidente olvidado por la
historia, fundó la Dirección de Fabricaciones
Militares y los Altos Hornos de Zapla.

Si bien trató de recomponer en sus puestos, a los
amigos del partido, desplazados por su predecesor, poco o nada
pudo hacer en su gestión de gobierno.

El fraude electoral que había procurado evitar
Ortiz, fue reinstalado.

Castillo había sido Juez y Profesor de Derecho
Comercial en la Universidad de Buenos Aires.

Para concurrir a su cátedra y a su judicatura se
manejaba en Tranway, vistiéndose casi siempre con el mismo
perramus, a punto de ser tomado por sus alumnos como un
ropavejero.

Al morir, en su sucesorio el Banco de la Nación
se presentó con un crédito pendiente de pago
por la módica suma de dos mil pesos.

A los pocos días, el auditor general de esa
entidad crediticia, ordenó que se renunciara al mismo,
porque era inconcebible que la memoria de tan gran hombre quedara
en entredicho por una deuda tan insignificante.

Con Castillo fenecía esa década de
¿atribuladas ignominias?

Meras cuestiones de centavos, comparados con los cientos
de millones que consume este congreso de maleantes, del que cada
uno de sus representantes, sin distinción de
banderías, extracta todo aquello que le es
permitido.

Incluso los más avezados, tienen montada una
oficina paralela de venta de pasajes oficiales, a precio
irrisorio, que pertenecen a los paquetes asignados que los
legisladores no utilizan.

Todo está a la vista de cualquiera que desee
indagarlo.

A veces pienso que quienes denostan a la Concordancia,
lo hacen para tapar sin éxito su propio derrotero de
iniquidades, repulsivas en relación a cualquier desarreglo
de los acaecidos en la década del treinta y principio de
la del cuarenta.

Pero no debo desaprovechar un hecho por demás
pintoresco.

Cuando el levantamiento castrense en perjuicio de
Castillo, ya tenía una silueta delineada, un novel
diputado que contaba con menos de veintitrés años,
se trasladó en tren a City Bell, en las inmediaciones de
La Plata.

Era Pablo Gonzalez Berges, tío de Felipe
Sola.

Allí fue recibido por el hombre más
granado del partido conservador de entonces, el abogado penalista
y ex gobernador bonaerense Rodolfo Moreno.

En su paso como embajador argentino en el Japón,
se había convertido al shintoismo.

Su casa tenia la forma de una pagoda nipona.

Lo recibió enfundado en un pintoresco
kimono.

El visitante, inquieto y atribulado, por lo que era un
secreto a voces, le pidió un consejo, de cómo
actuar frente a las circunstancias que iban a
desencadenarse.

Con un aire paternal, Moreno lo tomó del hombro y
le dijo: "No se preocupe estimado joven por esta asonada
militar en ciernes ya que el peor momento que enfrentaremos en un
futuro lejano, será cuando nos gobierne un
sirio".

Cuarenta y seis años después, la
profecía de aquel Maestro de la Cosa Publica, se hizo
realidad.

Para describirlo y etiquetarlo de alguna manera
coherente: El Inolvidable.

Poco antes, había aconsejado a quien seria el
candidato del gobierno en las próximas electorales: Don
Robustiano Patrón Costas:

"Estas deberán ser las ultimas elecciones con
fraude
".

Pero todo ello quedo en el más absoluto
abstracto, porque para el 4 de junio de ese año, un grupo
de Generales, uno más imbécil que el otro, dieron
otro golpe.

Asumió Rawson.

A los tres días lo desplazó Ramírez
y poco después Edelmiro J Farrell, que seria el mecenas
del verdadero candidato para quedarse con el todo: Juan Domingo
Perón.

Si alguien ha delineado el comportamiento argentino,
civil, militar, sindical e incluso cultural, debemos
imperativamente tener a este sujeto como el adalid de toda la
Argentinidad.

Perón come aparte del resto de los hombres que
dejaron su impronta en nuestra malhadada historia, mucho antes y
mucho después que él.

Es una figura que tiene una trascendencia, que en poco
tiempo cumplirá setenta años de vigencia, como el
PRI mejicano.

Hay decenas de versiones sobre su origen
familiar.

La mayoría de ellas convenientemente
barnizadas.

Pero todas coinciden en que nació en
cercanías a Lobos.

Que era hijo de una cocinera, apellidada Sosa, de la
estancia de la familia Del Carril.

Y tomare de todas ellas, la que me confió el Dr.
Mariano Acosta, historiador autodidacta y hurgador de documentos
poco conocidos.

Su Padre biológico era uno de los hijos del
estanciero.

En aquellos lejanos tiempos de fines del siglo XIX, los
señoritos bien, solían tener aventuras amorosas con
la servidumbre.

El de Perón fue uno de esos casos.

Pero alguien arreglo las cosas, para que un tal
Perón, borracho de almacén y ebrio consuetudinario
se hiciera cargo del paquete.

Los Del Carril que eran muy acaudalados y referentes de
la zona, se contactaron con una orden monástica, que
estaba colonizando un Chubut despoblado, en la zona de
Bahía Camarones, en la cual se le adjudicó al
improvisado matrimonio Perón, una pequeña parcela
de campo.

Todo con tal de borrar el estigma familiar por los
desarreglos del patroncito.

Hacia allí se traslado la flamante familia y se
les pierde el rastro.

Se atribuye a un hermano de su padre adoptivo, el aval
de ingreso al Colegio Militar.

Pero los antecedentes han desaparecido, al menos para la
investigación publica.

El caso es que Pocho rinde su examen y se incorpora al
arma de infantería.

Cuando contaba con el grado de Teniente, en la semana
trágica de 1919, existe una referencia, que indica su
descollante actitud, al frente de un nido de ametralladoras, en
las adyacencias de los talleres Vasena en Parque de los
Patricios.

Algunos de los setecientos obreros que perecieron en el
enfrentamiento, habrán sido ultimados por la orden de
fuego, de ese joven e ignoto oficial.

Una más, de las tantas curiosidades de esta
historia nuestra tan errática como
incomprensible.

Nada se registra en los anales de la institución
castrense, hasta su incorporación al Grupo de Oficiales
Unidos, del que seria el líder nato.

Cuando asume su mentor Farrell, sus amigos se disputan
los cargos más relevantes.

Perón elige una desvencijada oficina con menos de
veinte personas a su servicio, en la Avenida de Mayo.

Era la desconocida Secretaria de Trabajo y
Previsión.

Ningún postulante había reparado en
ella.

Pero contaba con una ventaja incomparable.

Había sido destacado a Italia como Oficial
observador en un regimiento de infantes de
montaña.

Y en sus ratos libres había sido testigo
presencial de las alocuciones del Duce entronizado en el
balcón de su Palacio.

Descubrió como las masas lo vitoreaban,
después de proferida cada frase.

Una más intrascendente que la otra.

Pero era una meridiana demostración del
comportamiento colectivo.

Tomo debida nota de ello.

Para cuando retorno en 1942, la mesa estaría
servida exclusivamente para él.

Observo detenidamente el escenario.

El Presidente Farrell, era un caballo de dos
pisos
.

Su única aptitud era la de ser un eximio
guitarrista.

Hasta tocaba en las fechas patrias, el himno nacional
como solista, obligando a todos los que estaban comiendo
empanadas a ponerse de pie para continuar su ingesta.

No lo consideraba un rival de cuidado.

Más bien todo lo contrario.

Tanto que al poco tiempo retiene su cartera e incorpora
la de Guerra e incluso la Vicepresidencia.

En las reuniones de gabinete, a fin de certificar su
diagnostico, comienza a ser un poco levantisco,
rebelde.

Con un impecable e implacable sentido de la oportunidad,
peticiona un sueldo anual complementario para todos los
trabajadores: El Aguinaldo que la Patronal les venia
negando a los obreros desde hacia décadas.

El gabinete hace oídos sordos frente a su
vehemente reclamo.

Se hace ver en público con dirigentes de la
Federación Obrera de la Republica Argentina, el
antecedente de lo que seria después la CGT -el Kremlin
argentino
-.

Luego uno por uno, los invita a tomar café a su
despacho.

Después a todos juntos y más.

Se le suma un abogado, que pescaba bastante de
legislación laboral, apellidado Staforini, quien le
sugiere a Perón que forme un nuevo partido

Político y que se denomine
Justicialista.

Se entusiasma con la idea.

Pero para entonces, era 1945.

La segunda guerra mundial había concluido y
Farrell, presionado por los victoriosos norteamericanos,
debía convocar a elecciones.

No había tiempo material para la
inscripción partidaria.

Perón cuidadosamente, trama un plan muy bien
urdido con el propio Presidente.Era menester victimizarse, frente
a una opinión publica, para esos momentos bastante
diletante.

Simulan un enfrentamiento verbal y sin
testigos.

Perón es arrestado y confinado a la isla de
Martín García.

Pasan unos meses.

Cipriano Reyes, uno de sus contertulios en la Secretaria
y representante del gremio de la carne, haría los aprestos
para la movida callejera.

Lo lanzarían como el candidato de los
trabajadores.

Sin embargo, Perón que duda de una posible
traición del Presidente a ultimo momento, se reporta
enfermo y se hace trasladar en tal calidad al Hospital Militar,
para tener al populacho mas a mano.

Su jugada carecía de precedentes.

Era una movida a todo o nada, digna de un maestro
internacional del Ajedrez.

Su segunda esposa, Eva Duarte, sin demasiado
protagonismo personal, se incorpora a los movimientistas y es el
enlace que Perón establece como obligatorio, para con sus
seguidores.

Emerge victorioso.

El Presidente, consorciado con sus planes, permite que
hable ante sus seguidores desde el balcón, que
utilizaría cientos de veces y de manera tan triunfalista
como amenazante.

La plana mayor de Ejército, con el General Sosa
Molina a la cabeza, avala al Presidente.

Un notable comparativo con los jóvenes
coroneles turcos
, que destronaron al Sultan, con Mustafa
Kemal Attatur como su líder y caudillo.

Se lanza a la gente a las calles.

Para octubre, el día 17.

Había nacido un mito: El
Peronismo.

El precio de esa gesta, que muchos compatriotas la
consideran como gloriosa, seria tan funesta como todos los que
tuvieron un protagonismo destacado ese día.

Era el bautismo de fuego para muchos canallas, que
utilizarían ese sello de adhesión por casi
siete décadas
, hasta nuestros días.

Pero también lo fue para Evita, aunque ese
día, ella fue una oscura figura sin descollos de
significación.

Pero le acreditó su devoción y lealtad sin
fronteras.

Haré un paréntesis y me detendré en
esta indómita y colosal Mujer.

Había nacido en Los Toldos.

Hija natural, junto con otros tres, de un rico hacendado
de Chivilcoy, a cuyo funeral no le fue autorizado su ingreso ni
el de su madre y hermanos.

Seria su primera e indeleble marca.

Llevó su apellido materno hasta que fue
reconocida por su familia paterna en 1944, poco antes de contraer
nupcias con Perón.

En su juventud había sido atraída por un
guitarrista, Magaldi creo, para conocer las luces de Buenos
Aires.

Le regalo un pasaje en tren y se dispuso a
acompañarla y protegerla.

En el trayecto la vejo y también la
violo
, abandonándola a su suerte y sin un
céntimo, en una pensión de mala muerte en
Barracas.

Tenía tan solo quince
años
.

Pero esa brutal vejación, de la que fue objeto,
cruel, artera y propia de un cobarde maricón no asumido,
seria su estrella en el futuro.

Porque como a cualquier señorita de su
época, que se disponía abandonar el hogar familiar,
un episodio de esa naturaleza, podía ser asumido por la
víctima como una especie de muerte prematura: La que
hace fenecer la candidez y la de los tiernos
sueños
.

Evita fue la inocente receptora de todo
eso.

Otra prisionera del rechazo, del abandono.

Pero que le fue muy útil, para templar un
espíritu duro, implacable.

El destino la uniría con un hombre, que
había sufrido la estigmatización de una especie
imborrable de oprobio familiar
.

Juntos serian imbatibles.

Porque los gobernaría la formidable turbina
del odio
.

Desafortunadamente, la mayoría del pueblo
argentino, abonaría con creces esas culpas que le eran
absolutamente ajenas.

Pero todo estaba recién por comenzar.

El caso es que se eligió, tal vez solo por la
premura de las electorales, ese Peronazo para que mareas
de hombres y mujeres de todas las latitudes convergieran en
largas columnas sobre la Plaza de Mayo.

Se ordenó el levantamiento de los puentes que
conectaban a la ciudad con la provincia en el Riachuelo, pero la
gente arribaba igual por todas partes.

Mi Padre me contó, que ese día, como
muchos otros porteños salió temprano en la
mañana, al balcón de un pequeño departamento
que arrendaba, en Santa Fé y Callao.

Observó que un numeroso grupo de mujeres, que
avizoraba como de escasos recursos, se levantaban las faldas y en
dirección a los desconcertados observantes,
señalando su zona vaginal, proferían a los gritos:
"esta es pa" Perón".

Muchos advirtieron por esos modismos gestuales y otros
similares, que los morochos, a quienes Evita bautizaría
luego como Mis Cabecitas Negras ya habían ungido a su
candidato.

Pero la clase media por entonces era muy numerosa y
referente.

Los guarismos de indigencia no eran como los actuales,
ni mucho menos que eso.

Muchos historiadores, con el mismo astigmatismo con que
analizaron nuestros orígenes, han dejado como inadvertido
lo más trascendente de esas elecciones a punto de
realizarse en febrero de 1946.

La Unión Democrática, compuesta por los
jóvenes radicales intransigentes, socialistas,
conservadores y hasta algunos comunistas, no tomaron debida nota
de una jugada demasiado brillante, planeada por el propio
Perón con el Departamento de Estado
norteamericano.

Perón había formulado con los servicios de
informaciones de la Policía Federal, su propia
encuesta.

El resultado era que los votos no le
alcanzarían.

Sus ideas demasiado innovadoras, no cautivaban demasiado
a los sectores asalariados medios, demasiado tradicionalistas y
sin fogueo político.

Después de todo, La Argentina era una
nación ordenada y muy rica a expensas de la guerra
europea.

Era nuestro momento.

Que un país aguarda por décadas, siglos
tal vez.

Pero como veremos nada de ello habría de
producirse.

El candidato de la oposición seria José P.
Tamborini, ex senador nacional, secundado por Enrique Mosca, que
había sido gobernador de Santa Fe.

Ambos radicales de origen, eran de la opinión,
que la elección no seria demasiado
reñida.

Tamborini, pronunció algunos discursos radiales
sin vigor.

Su mayor talento: haber sido campeón de tute
en los salones del Jockey Club
.

Un opa, también su socio en la aventura que se
venia.

A comienzos de 1976, fui a visitar al Dr. Oscar
Ivanissevich a su lecho de enfermo.

Había sido muy amable conmigo cuando anciano ya y
ejerciendo el cargo de Ministro de Educación de Isabelita,
ordenó a mi solicitud, una remodelación, generosa,
de una vieja escuela pública en Paso de los Libres
-Corrientes-, donde el Dr. Frondizi, había cursado su
ciclo primario.

A sus dichos, le adjudicaré la develación
de un secreto que había guardado el moribundo, quien tal
vez, quiso compartir conmigo, por esas cosas inexplicables de la
vida y quizás también su inminente
partida.

Me reveló el plan que llevó a cabo un
colega y estrecho amigo de este.

Perón hizo los arreglos necesarios para
conectarse, merced a una gestión secreta de un prestigioso
médico: José Pepe Arce, que estaba
destacado como embajador Argentino en China.

Quien aprovecho una visita a Pekín del anciano
general George Marshall, que a pesar de sus años en el
servicio, era el todopoderoso de la política exterior
norteamericana.

Por entonces el Presidente Truman y su canciller,
estaban espantados, de la reguera de pro comunistas dispersados
copiosamente en la intelectualidad yankee, incluso en el plano de
los escritores hollywoodenses, que era el más
peligroso.

Eran de la opinión que toda América Latina
podría comunizarse también, por las
simpatías que generaba en una importante porción de
la dirigencia gremial, el camarada Stalin.

Sus premoniciones no eran para nada infundadas, a poco
que observemos que para 1953, enviaron a la silla
eléctrica a un matrimonio, nada menos que de
judíos: Los Rosenberg, reclutados por la KGB, para que la
Unión Soviética se hiciera de los planos de la
temible de la bomba atómica.

Las cacerías del Senador Joseph McCarthy, en las
sesiones públicas del Comité de actividades
Antipatrióticas, estarían también a la orden
del día.

Por otro lado, veían a los radicales, con serios
pronósticos de ser desbordados por los sindicalistas
anarquistas, que pululaban por las fábricas
argentinas.

Habían tomado nota de la experiencia de Yrigoyen
en la Patagonia, pero los tiempos eran otros.

Más dinámicos, incluso en el terreno
comunicacional, por el crecimiento de la
radiofonía.

No podían correr el riesgo, que un grupo de
bizarros políticos de salón, se hiciera del poder,
incorporando a una Argentina tan estratégicamente
posicionada en el cono sur, dentro del bloque
oriental.

Requerían de alguien
confiable
.

Con autoridad probada y algo de carisma.

Vieron a Perón como un tanto fascistoide, pero
dentro de los canones de tolerancia que las circunstancias
exigían, con una Europa hambreada, todavía humeante
y para colmo de males partida al medio.

No eran tiempos de dubitaciones.

Tomaron la opción de bendecir a
Pocho
.

Pero ¿Cómo ayudarlo guardando un poco las
apariencias?

Spruille Braden era el embajador aquí.

Conocía bastante de la cuestión
sudamericana, por su intervención como delegado de los EE
UU en el diferendo Boliviano-Paraguayo de 1937.

Se había granjeado la amistad de muchos
argentinos.

Particularmente de Arce, a quien admiraba notablemente
por su descollo internacional como eminente cirujano.

Fue la solución.

El diplomático norteamericano encabezaría
a la oposición.

Con un referente extranjero y para más
norteamericano, Perón le pondría el cerrojo
rapidamente a la trampa.

El plan perfecto.

Triunfo por más de cuatrocientos mil votos, que
para la década del cuarenta, eran un montón, ya que
las mujeres aun no votaban.

Perón fue el innovador de tácticas
políticas, que no tenían antecedentes.

Su astucia era colosal.

Muy superior a la de Roca, que se desplazaba por los
salones de las grandes residencias porteñas, pero que
jamás necesito meterse en la calle, donde se debaten
hechos y no ideas.

Aprendió, tal vez por un don natural que la
política se ejerce a los codazos.

Fue inmisericorde con todos sus enemigos.

Trato de capturar al radicalismo, al ofrecerle la
vicepresidencia, al referente nacional de entonces, el
cordobés Amadeo Sabattini, muy afecto a atender a sus
invitados en pijama y una desvencijada bata,
de cuyos
bolsillos casi siempre extraía para su ingesta,
pequeños mendrugos de un pan flauta, mientras otorgaba sus
audiencias.

Un intelectual de fuste, al estilo radical va
de suyo, que desdeño el convite.

Pero tuvo más suerte con los yrigoyenistas, que
en masa se pasaron a las filas del nuevo orden, con Jauretche y
Scalabrini Ortiz como sus más conspicuos
representantes.

Con Atilio Bramuglia, sumo a muchos provenientes del
socialismo.

Perón, como nadie más, fue el
único Presidente que tuvo en su poder todas las cartas del
mazo
.

Incluso las marcadas.

Contaba con la clase obrera a la que le
prodigaría ingentes beneficios, que los diputados
socialistas, no habían podido hacer sancionar con fuerza
parlamentaria, desde la época del Orden
Conservador.

Nuestras reservas, sin contar como cierta, esa
anécdota pueril de los lingotes de oro, que estaban en los
pasillos del Banco Central, eran muy abultadas.

La guerra europea, nos había transformado en
fuertes acreedores de todas las potencias vencedoras.

Era nuestra oportunidad, para superar con creces lo
alcanzado en el periodo de Alvear.

Pero mas fácilmente, porque el mundo entero
estaba ávido de recibir nuestras manufacturas y
cereales.

Teníamos crédito y éramos
solventes.

Dos condiciones que casi nunca concurren entre si y que
por cierto es la ecuación mas difícil de alcanzar,
en el plano de una augurosa política monetaria y
cambiaria.

Eramos confiables internacionalmente, porque
habíamos honrado siempre nuestros compromisos
externos.

No podíamos contar con más dicha y
esperanzas.

Y habíamos alcanzado ese cenit irreproducible sin
disparar un solo proyectil, ni contar con ninguna
victima.

Era el momento propiciatorio para importar
tecnología industrial, como la alemana y la japonesa, que
estaban intactas y se podían adquirir por
monedas
.

Ya que sus fábricas estaban derruidas, pero
el know how se vendía al mejor postor y era de
punta
.

No existían problemas sociales de importancia,
porque Argentina, con pocas cosas, como el tango, el futbol y los
asados, era una sociedad medianamente feliz.

Sin embargo, Perón se encargo personalmente de
destruir un modo de ser, bajo el disfraz del
distribucionismo
.

Porque bajo su epidermis, era un espíritu
inferior de gran sagacidad, pero para lo
anómalo.

Fabricó un enfrentamiento de clases innecesario,
criminal incluso, por esa dosis ácida de lo impio que
imprimió a su gestión de gobierno.

Podría haber gobernado durante
décadas
sin la falacia de una lucha intestina, que
inventó deliberadamente y promovió con
ardor.

Después del cuarenta y cinco, el mundo libre
asistía a un nuevo régimen:

El de la Sociedad de Consumo.

Con la guerra y la tecnología que en ella se
utilizó, había nacido un nuevo fenómeno:
la fabricación en serie.

Una oportunidad formidable para incorporarnos a esos
nuevos mercados.

Bajo un barniz de derecha, escondía sus
simpatías al marxismo, sin atreverse a correr ese velo,
que hubiese puesto al desnudo sus verdaderas
intenciones.

Lo haría fervientemente después, cuando
apadrino a Los Montoneros, quienes como las Brigadas Rojas en
Italia, surgieron desde la derecha y velozmente se transformaron
en ultramarxistas.

Pero gobernó para un pueblo dócil, que no
supo defender sus derechos.

Cuando ello sucede, los escarnios son más
voraces.

Se perfeccionan a través de la tolerancia de los
oprimidos.

Sus defensores podrán decir, que nadie hizo
más por los necesitados.

Y es verdad.

Obsequio casas, departamentos, maquinas de coser y
bicicletas.

Pero dentro de un contexto, que ha sido inmutable hasta
este ominoso presente: El Clientelismo.

Ese que nada tiene que ver con las reglas de la
democracia
.

Las cosas no fueron demasiado graves durante su primera
gestión, porque el dinero circulaba.

Nadie para entonces notaba que en realidad se estaba
dilapidando.

Que no existía una política de crecimiento
planificada.

Se liquidaban reservas, con obras públicas
sobrefacturadas y con grandes desaciertos como la política
armamentista.

Algunos científicos de origen alemán,
fueron reclutados en Europa.

Kurt Tang, un eximio diseñador de aviones,
desarrollo en dependencias del

Área de material Córdoba, el avión
Pulqui, que podía competir en eficiencia con sus
equivalentes cazas a reacción norteamericanos y
soviéticos.

Pero no teníamos la tecnología para
fabricar los motores a reacción
.

Porque nadie nos vendería esa tecnología
capturada a la BMW germana, que cayó en manos aliadas, a
cargo de la Rolls Royce británica, por una
parte.

Por la otra, los norteamericanos que la desarrollaron en
el parque industrial de California.

Y con los rusos, en las antípodas que
decodificaron la misma y la produjeron en los Urales.

Quedó como un mero modelo a escala y cientos de
millones de pesos del presupuesto, arrojados al
incinerador.

Otro tanto sucedió con el Proyecto Huemul,
desarrollado en la isla con el mismo nombre, frente a
Bariloche.

Para ello trajo a un sombrío y excéntrico
austriaco, sin antecedentes académicos, más que los
que declamaba sin pruebas, para que obtuviéramos la
fusión nuclear
.

Otra millonada tirada a la basura.

Basta correrse a la isla donde se emplazó el
laboratorio, para advertir la

presencia de enormes y grises muros sin ningún
propósito útil.

Perón fue lo que en el plano del derecho civil se
denomina un Prodigo.

Aquel que dilapida su propio patrimonio en detrimento de
su propia familia.

El comparativo creo que es de aplicación
automática.

Su patrimonio: los caudales
públicos
.

La familia: El Pueblo Argentino.

Se debe atribuir a su exclusiva autoria, el uso
caprichoso que hizo del dinero de todos los
Contribuyentes.

Atacó y destruyó todo lo que pudo a su
paso.

Reformuló su propia policía secreta:
Orden Político.

Que se había credo en tiempos de la Segunda
Guerra, para combatir el espionaje, tanto aliado como su
contrapartida alemana.

Contaba con un presupuesto autónomo, era
independiente a la Jefatura de la Federal y estaba exenta de la
autoridad de los Magistrados.

Se torturo gente por el solo hecho de pensar distinto o
simplemente por expresar sus ideas, contrarias al gobierno que
para entonces ya era un régimen.

Hasta nuestro primer galardonado con el Premio Nobel:
Carlos Saavedra Lamas, sufrió la prisión como si
fuese un vulgar maleante.

Jorge Luís Borges y su anciana madre.

Perón no conoció de
límites.

Quizás, lo más canallesco de todo, es que
nos heredó todas sus iniquidades, que se multiplicaron y
potenciaron después al infinito, en su nombre y
representación, hasta el tiempo presente.

Con Perón, retrocedimos a lo más
profundo de nuestras decadencias
pretéritas
.

Al Rosismo, en cuanto al injusto y soez tratamiento de
los adversarios políticos y a ese intoxicante manejo del
más rancio de los unitarismos, por ejercer un modo de
administración tan distante del federalismo que se
proclamaba, como si estuviera en ejercicio.

A Urquiza, en los lujos y extravagancias, producidos al
calor de los más viles de los peculados.

Y a Yrigoyen en ese populismo barato, aunque mucho
más potenciado.

Perón, que se autoproclamaba como el
pregón de la causa nacional, emulaba precisamente a esos
tres predecesores que tanto daño le habían irrogado
a la Patria.

Fue en esencia Un Profeta del Odio.

Pero la Argentina que había tomado como
botín, no tenía arraigada esa aversión antes
de él.

No fue un intérprete de los oprimidos, sino
el hacedor de los que nacerían bajo su
manto
.

Al asumir su gobierno, el único asentamiento de
emergencia se encontraba en Puerto Nuevo, como una cicatriz de la
miseria que nos venia desde la década del
treinta.

El los multiplicó
exponencialmente
.

Hizo venir del interior a muchos hijos de chacareros,
porque en la Reforma Agraria que se sancionó a su pedido,
establecía que los dueños de una chacra no
podían trabajar de consuno con sus
progenitores.

Transformo a potenciales agricultores en simples
villeros
.

Gobernaría con la angustia de millones de
prisioneros del sistema.

Favoreció a inquilinos que se transformaron de la
noche a la mañana siguiente en propietarios, frenando
así cruelmente el motor de la construcción, como
movilizador de toda la economía y espantando la
inversión extranjera.

Para 1949, un conjunto de empresarios belgas, que
habían acumulado una masa dineraria, equivalente en la
actualidad a unos diez mil millones de dólares, puso sus
ojos en la Argentina.

Antes de venir, solicitaron una copia de la
Constitución recién reformada.

Cuando leyeron que El Capital era una función
social,
desistieron del viaje e invirtieron en el Brasil,
esos fondos frescos, dispuestos para hacer crecer la
ecuación económica.

Una viñeta de color, para describir mejor aun,
esos turbulentos años:

La familia Pinedo era propietaria de un pedazo de campo
en Villa La Angostura, con un muy pintoresco casco sobre las
orillas lacustres de esa localidad.

Se le encargo al entonces Presidente de la Corte Suprema
de Justicia, un petiso de apellido Valenzuela, para que redactara
el texto expropiatorio.

No encontraba fundamentos hasta que vino a su estrecha
mente uno, tan absurdo como original:

"Porque la casa obstaculiza la vista del lago al
pueblo argentino
".

Otra, que nos habla sobre el sentido del humor,
ardorosamente capcioso del General.

Se conmemoraba un nuevo aniversario de la
fundación de la ciudad capital de La Plata.

El gobernador era un mayor retirado del Ejército,
pero muy amigo del caudillo, apellidado Aloe.

Al parecer, en medio del ágape se descompuso y se
inclino abruptamente sobre Perón.

Su edecán, inmediatamente incorporó en el
asiento al enfermo.

Perón guiñándole un ojo le dijo:
"Gracias Cabral".

Evita le seguía los pasos, bastante
cerca.

Una mañana, a la sazón de 1950,
concurrió en visita de protocolo a la fundación, el
embajador español.

El camarlengo de la Señora, se
introdujo en su despacho, para anunciarle la presencia de tan
ilustre visitante, cometiendo la torpeza de dejar la puerta
entreabierta.

Al tomar conocimiento Evita de esa
circunstancia, de mal humor le contesta a su secretario:
"Decile a ese gallego de mierda que espere".

Al escuchar esos graznidos, el atribulado
mensajero enmudeció.

El diplomático lo ayudó un
poco al decirle: "Dígale a Doña Eva que el
gallego se va pero la mierda se queda
".

El anecdotario es tan numeroso, que
pecaría de tedioso, reproduciendo algo que es del
conocimiento de muchos, que al igual que este autor peinan
bastantes canas.

Por ello me detendré solamente en la
reflexión, sobre el ideólogo de este estilo de vida
que ha calado tan profundo en nuestro modo de ser y sobre todo de
pensar.

Lo haré con la formulación de
una auto pregunta, a la que tratare de imprimirle una
respuesta.

Ninguna causa ni real ni aparente,
justificó una gestión de gobierno tan divorciada
con sus tiempos.

Lo tenía todo.

Era bien parecido y bastante
culto.

Profesor de historia en el Colegio
Militar.

Contaba con un gabinete de hombres bastante
idóneos, lo suficiente como para ejercer adecuadamente y
sin contratiempos, una gestión de gobierno: Remorino,
Ivanissevich, Cereijo, Gómez Morales, un afamado
sanitarista como el negro Carrillo y otros que mejor seria
omitirlos como "Cafierito".

Retenía el mando supremo de las
Fuerzas Armadas.

Con un país notoriamente
enriquecido, sin deudas.

Y el todo por hacer.

En lugar de aprovechar ese irrepetible
viento de cola, se dedico a dividir groseramente a una
población mansa, que carecía de reyertas raciales o
étnicas.

Y que a su manera era alegre,
despreocupada.

Pero todo tiene un porque.

Las conclusiones, empero, sobre este
ítem, las realizaré casi sobre el epilogo de este
trabajo.

Así es pues que seguiré con
la fase meramente descriptiva.

Junto con el paso del tiempo, comenzaron:
el auge de la demagogia, el autoritarismo y un culto a la
personalidad que tomo de muchos de sus
contemporáneos.

Como de Adolfo Hitler en la verba
beligerante, explosiva y marcial.

De José Stalin, en la
constitución de un estado policíaco y de Mao Tse
Tung, en ese intoxicante culto a la personalidad, que estudio en
las ediciones traducidas al castellano, de La Revolución
Cultural, que imperaba en la China Continental, con furor en esos
años y de la que era ferviente devoto.

Pero todo eso era prestado, porque cada uno
de esos fenómenos tenían distintas
cimientes.

En el caso germano, la figura del Fuhrer,
emergió por la vindicta que todo el pueblo teutón,
reclamaba por los ominosos términos del tratado de
Versalles.

El fenómeno maoísta,
también abrevaba de distintas fuentes.

Se debía terminar con una sociedad
en estado feudal, desde la época de los
Mongoles.

Y de Stalin, porque no tuvo el valor
para identificarse abiertamente por su verdadera vocación
de ser nada más que otro marxista
.

Perón pretendía imitarlos, pero
elaboró con sus planes una mala copia.

Un facsimil aparente, sin sustento de una realidad, a la
que se le debía de aplicar un remedo, un emético,
pero con un sesgo improvisado.

Pero las cosas con esa tonada autócrata,
siguieron ese errático rumbo.

En su fundación, Evita que luego de su gira
europea, prestigió enormemente su imagen internacional,
comenzó de una manera muy particular a ejercer la
institucionalización de la dadiva, de una manera frontal,
sin cortapisas.

Cada mañana enormes hileras de gentes,
concurría a verla para recibir regalos e incluso dinero en
efectivo.

Esas limosnas oficiales sin fronteras, hicieron de
catalizadoras para que de una forma incipiente al principio y
descarada luego, se creara el fermento para que el intersticio de
la cultura del trabajo y del esfuerzo honrado, fuera mutado por
un asistencialismo que tenia otro propósito: la captura de
adeptos, de seguidores a cualquier parte, a cualquier
precio.

De todos los males, de todos los vicios, de todas
nuestras malformaciones, esta fue la quintaesencia.

Porque se comenzó a delinear una forma de ser
distinta, de la conocida hasta entonces.

Los premios sin esfuerzo, que además
profundizaron las diferencias sociales, ya que algunos dejaron de
ser pobres a expensas de otros menos afortunados en el reparto de
prodigalidades.

El Peronismo no destruyó ni por mucho la
pobreza
.

La sectorizó, conforme a quienes les dispensaban
esa suerte de lealtad vacuna.

Pero las cosas siguieron su trayecto, más
torcido, va de suyo, que el imperante antes del arribo de esta
nueva forma de gobierno.

De alguna manera le modificó a la sociedad su
estructura natural e histórica.

El dinero, como muchos opositores y analistas
venían anunciando, se consumió en menos de cinco
años.

La devoción popular al matrimonio presidencial,
no sufrió en cambio, mayor mengua.

El ritualismo peronista se mantenía
incólume, entre los más necesitados, quienes
aguardaban su turno, para eyectarse de la humillación de
la indigencia.

Pero los asentamientos emergentes fueron
multiplicándose, sobre todo hacia el sureste de la
Capital.

Los hacinados en esos bolsones de pobreza crecieron de
manera acelerante.

Perón iba de un desacierto al
siguiente.

Sin embargo, en consonancia con su elección como
el delfín de los norteamericanos que no le
habían sacado todavía la ficha se
asientan más industrias con capitales originarios de ese
país.

Que reemplazarían a los británicos, que
habían abandonado su rol de referentes en el comercio
mundial, luego de la conferencia de Yalta, en la que la suerte de
Inglaterra comenzó a opacarse, por su desaparición
como potencia colonial.

Para 1946 y como una de las primeras medidas de
gobierno, se funda un organismo tan siniestro como el
parapolicial del espionaje, pero en materia comercial y
productiva: El Iapi (Instituto Argentino de Promoción e
Intercambio).

Con esta herramienta, el gobierno peronista le asesta el
primer mandoble al sector agropecuario.

Ya que le fija un precio a los cereales que era el
equivalente a la mitad del precio internacional
, esto es,
con una base confiscatoria lisa y llana.

De esa artera manera le declara la guerra abierta al
campo.

Hoy se ha reemplazado por uno de hecho: Las
Retenciones
.

Pero luego lo extendería a todas las actividades
productivas con un control feroz a las importaciones.

Utilizaría esos saldos de tesorería, para
fortalecer el establecimiento de un aparato industrial que ya era
obsoleto antes de instalarse.

Comenzarían a exhibirse las nuevas caras
corruptivas de la administración: Los Permisos de
Cambio.

Mediante la tenencia de una sola de esas autorizaciones
de importación, el beneficiario podía importar un
auto, venderlo en el mercado local y comprarse una casa en
Palermo, Recoleta o Belgrano.

Se distribuyeron cientos de ellos, como premio y ofrenda
a la lealtad partidaria.

Una economía global de mercado en fuerte
expansión a nivel mundial, fue sustituida aquí por
la planificada del modelo Peronista, imitado del stalinista,
mediante un sistema de circuito cerrado, tan asfixiante como
anticuado.

Farrell, para facilitarle las cosas a su pollo
le declara la guerra al eje Berlín-Tokio-Roma, una semana
antes de culminar las hostilidades en Europa.

Nacionalizando todas las empresas de capitales
germanos.

Con la Brasserie Quilmes de los Bemberg y la
farmacéutica Merk, como las mas paradigmáticas de
todas ellas, en una operación que se conoció como
el apoderamiento de La Propiedad Enemiga.

Con los buques de carga de bandera alemana, en un acto
de piratería barata, engrosa la flota marina mercante con
pabellón argentino, que había sido fundada
honradamente por Ramón Castillo en 1942, quien
compró naves, en lugar de expropiarlas como lo hizo
este corsario de rías.

Ese oprobio, propio de los vencedores, pero impropio de
los oportunistas, nos alejaría cada vez más de las
naciones desarrolladas.

Turquía, otrora aliada de los imperios centrales,
cuando la segunda guerra europea, se apropio de todas las
patentes alemanas en la misma época que el pillaje
peronista, pero tan solo, para protegerlas de los
aliados.

Luego se las retornaron, alcanzando con ello una
solidaridad con los germanos, que los convertirían a los
beneficiarios unos años después, en sus socios y
protectores.

Nosotros comenzábamos a convertirnos en
carroñeros de la mano de Perón, quien recién
para 1953 comenzó una tibia devolución, que se
sanearía recién en 1965.

Estos desatinos que comenzaron en mayo de 1945, no
fueron olvidados hasta hoy en día.

Con los ferrocarriles, liberó más de
doscientos cincuenta millones de libras esterlinas, para
indemnizar a los concesionarios ingleses y nacionalizar todos los
corredores de corta, media y larga distancia.

Los defensores de la medida, siempre dijeron que era una
deuda inglesa no convertible.

Las concesiones vencerían en menos de diez
años
y llevaban décadas de desinversión
por el breve lapso de expiración del contrato.

Y la inconvertibilidad se liberaría en cinco
años.

Otro fraude, pergeñado por un
chatarrero
, amigo de Perón y Presidente del Banco
Central: Manuel Miranda.

Para entonces una libra esterlina se cotizaba a
veinte dólares norteamericanos.

Se desbarataron así más de cinco mil
millones de dólares de reservas a punto de
extinguirse.

En síntesis, la mentalidad justicialista de una
manera muy particular, nos impregnó a todos los
argentinos, en una forma de ser y de pensar.

Pero en 1951, el General Benjamín
Menéndez, tío de Luciano, el actual prisionero de
guerra, que con pronunciado estoicismo enfrenta una condena
tras otra
y del idiota que estuvo como Gobernador militar en
Malvinas, se alza en armas contra el régimen.

Perón vapulea a todos los insurgentes, como
Hitler con ingleses y franceses, en las playas de Dunkerque en
1940, en el desértico paso de Kaserina con los restos del
África Korps a finales de 1942 y en los puentes holandeses
de Arnhem con un reducido grupo de unidades de las waffen
ss, en septiembre de 1944.

Su estrella aun estaba fulgurante.

Pero entrado 1953, las arcas del Erario Público
estaban exánimes.

Ya no se contaba con los recursos para distribuir
caprichosamente los obsequios del Estado.

Un año antes, su esposa fallece retorcida por el
dolor de un cáncer de cuello de útero
fulminante.

Evita, lejos de haber sido lo que muchos relataron a
favor o en contra de su figura, no fue otra cosa que la
primera fan de Perón
.

No tuvo ninguna gravitación en la obra de
gobierno peronista
.

Su relevancia se redujo a ser un mero símbolo
de lealtad sin límites
, hacia un hombre que la
había rescatado de la pobreza y la indignidad.

Que la convirtió en una Señora con letras
mayúsculas.

Fue su socia menor y para ajustar su sitio más
adecuadamente: su verdadera secretaria
privada
.

Se ganó el fervor popular, porque era tan solo la
cara femenina del Peronismo.

Obtuvo la autorización del Líder para que
las mujeres se ganaran el derecho al voto, pero nunca
participó de las decisiones de gobierno, más que en
una mera apariencia.

Pese a todo lo que se escribió sobre ella, su
ingerencia sobre política de Estado, fue de un rango muy
menor.

Era más bien el emblema de una forma de hacer
política.

Su poder y la leyenda sobre su imagen empero, mas
aparentes que reales, no fueron óbice sin embargo para
que se granjeara el corazón de los pobres
.

Su odio y pasión sin límites, le
consumieron velozmente su rebelde energía.

En esencia Perón despreciaba sus nocturnidades,
que compartía con su malogrado hermano Juan y una corte de
alcahuetes.

Y que concluian casi siempre, a la misma hora en la que
el Presidente se disponía a concurrir a su
despacho.

Sus encuentros eran casi siempre casuales,
circunstanciales.

Perón la reprendía a voz en cuello, cuando
sus fortuitos cruces.

Y aunque las apariencias indicaran lo contrario, Evita
no tenia copulamientos carnales con nadie, solo era adicta a los
espectáculos musicales.

Hipólito Jesús El Tuco Paz, me
contó hace muchos años, que algunas veces la
acompañaba en sus inocentes correrías de
varietes.

Una noche, compartiendo la misma mesa de fandango Evita
le dijo al oído: "Usted y yo nos parecemos mucho, nos
gusta el tango, la noche…somos dos
grasitas
".

Antes de morir y cuando su suerte era irreversible,
Perón que demostraba así, lo que realmente era:
un reverendo canalla, se informaba de su salud a
través del Profesor Finochieto, ya que el hedor de la
enferma lo indisponía y se limitaba a leer los partes
médicos y saludarla con el brazo extendido, sin ingresar
en su habitación.

A pesar de ello, moribunda y dolorida al extremo, la
hizo preparar con inyecciones de morfina
, para escenificar
su renunciamiento en el balcón de la Rosada, a la
candidatura a una vicepresidencia, que el Ejército ya le
había vetado.

Cumplimentando en ese mismo acto la despedida a sus
entristecidos y acongojados seguidores.

Evita fue solo una leyenda viviente.

Un mito que simboliza a un movimiento tan maleable como
su mal pretendida ideología.

Pero justo es reconocer que sin ella, Perón se
sintió desvestido y sin el mismo carisma, que antes de la
partida de una mujer, que había dado por su esposo
hasta la última gota de su sangre
.

Promediando 1954, Perón que avizoraba el
aislamiento internacional, por sus políticas solo
compatibles con las de la Europa del Este, en manos de Stalin,
intentó vanamente ganarse el favor de los norteamericanos,
e invitó a la Petrolera California, para que se sumara a
un plan de perforación en la Patagonia.

Pero para entonces era demasiado tarde, porque sus
protectores, los gringos le habían bajado el
pulgar.

Stalin había muerto y la excursión de
Corea, terminaba de delimitar las barreras necesarias para
impedir una escalada en las pretensiones chinas y
soviéticas.

Ante tal adversidad, decidió subir la apuesta
levantando sus puños contra la Iglesia, para perpetuar esa
diabólica jugada de seguir dividiendo a los
Argentinos.

Y así fue que con cada paso que daba, se
ajustaba aun más la soga en su propio
cuello
.

Para 1955 la suerte estaba echada.

Una vil y traicionera jugada de la aviación
naval
, aceleró la caída, con el bombardeo de
la Casa Rosada, para el mes de junio.

Nadie, hasta ahora supo o quiso explicar esa criminal
intentona, que dejó trunca la vida de más de
cuatrocientos civiles, incluyendo a casi una centena de
criaturas.

Que seguramente con sus ojitos llenos de
confusión
, observaban desde unos micros escolares,
como eran los destinatarios de esas bombas, que impactaron con
una precisión, propia de asesinos
profesionales.

Para ultimar a Hitler, los generales alemanes
comisionaron a dos individuos

para que depositaran un explosivo en el cuarto de mapas
de su refugio en Rastenburg, en los bosques de la entonces Prusia
Oriental.

Era lo que se conoce como una explosión
controlada.

No destinaron una escuadrilla de la Luftwaffe para
asegurarse el éxito.

Pero así somos nosotros de atropellados y
espasmódicos, con independencia del periodo de nuestra
historia que tomemos al azar.

La cosa es que para septiembre, con el apoyo del
Departamento de Estado, que había ungido a Perón
diez años antes, las fuerzas armadas, poniendo de
estandarte a un aturdido Lonardi, que era un hombre decente y sin
ambiciones, destituyeron a un Perón solitario y sin
adherentes en los cuadros superiores del generalato.

El líder de la sublevación corrió
igual suerte que su predecesor cuarenta días
después.

Pero nacía la oportunidad; no una más de
ellas.

El momento para derribar no solo al Peronismo, sino a
esa mentalidad que era un mero acontecimiento fáctico,
enquistado en una sociedad, desagarrada gratuitamente por el
culto a la personalidad
de un hombre que se había
cargado a toda la Nación, para satisfacer nada más
que su vanidad personal.

Miles de elementos probatorios de una inexplicable
prodigalidad hubiesen servido de pruebas irrefutables, para
ordenar a un País, desquiciado por un odio insuflado
artificialmente.

Pero una miopía sin limites, también se
apodero por quienes lo sucedieron.

Se autodenominaban como Los Gorilas.

Su basamento se limitaba a exteriorizar el odio visceral
al régimen que terminaban de derrocar.

En su defensa debo de añadir que ni el General
Aramburu, ni su segundo el Almirante Rojas, eran corruptos ni
engrosaron sus patrimonios personales cuando dejaron la
función.

Pero ello no fue óbice, para que comenzara a
correr una cadena ininterrumpida de errores que gobierno a ese
periodo que se conoció como La Revolución
Libertadora.

Se apresó a la masa de dirigentes peronistas que
no lograron exiliarse.

Para 1956, algunos oficiales de Ejercito, comandados por
un general peronista apellidado Valle, intentan una
sublevación, desarmonica e improvisada.

Se los reduce fácilmente.

El cabecilla junto con algunos otros es fusilado en las
instalaciones de la entonces Penitenciaria Nacional.

Y se presenta un hecho destacable.

Tanto el ajusticiado Valle como su ejecutor Aramburu,
dan muestras de una muy pronunciada hidalguía,
propia del linaje de los Caballeros Militares -hace largo tiempo
extinguido-.

El primero porque no solicitó ningún
tipo de clemencia.

Y el segundo porque tuvo el coraje de rubricar el
decreto que disponía el fusilamiento
.

El destello de una segunda oportunidad, fue
rápidamente desaprovechada.

Pero estos desaguisados, también me exhiben una
que fue la primigenia de todas ellas.

Se le otorgo a Perón, un breve lapso, pero el
suficiente, como para que abordara una desvencijada
cañonera paraguaya, para ponerse a salvo de quienes
tomaron el poder.

Si con la suma del poder público y las Fuerzas
Armadas cohesionadas detrás de quienes lo desalojaron de
ese absurdo sultanato, la decisión hubiese sido juzgarlo
con todo el rigor de la norma jurídica, que los habilitaba
para tales fines, y se lo hubiese puesto de espaldas al mismo
paredón, en el que fue sellada la suerte de sus
seguidores, me pregunto en ese insondable abstracto

¿Cuántas miles de muertes
inútiles se hubiesen evitado en estos últimos
cincuenta y cinco años
?

Pero como esta semblanza por vía del
reduccionismo, transita por el impalpable derrotero de lo
hipotético, debo de concluir que la respuesta para este
acertijo es inexistente.

Para complicar aun más las cosas, a orillas de un
basural, en forma sumarisima, sin juicio previo, y de aberrante
manera, son también ejecutados una treintena de civiles,
adherentes al perseguido Justicialismo en la
clandestinidad.

Emergerían así, en el horizonte de esta
política de bajo costo, los primeros mártires del
Peronismo.

Ello, en vez de menguarla, fortalecería cada vez
más la figura de Perón, quien deambulaba sin
destino, como invitado de Trujillo en la Dominicana

primero y del venezolano Pérez Jiménez
después.

Todos los yerros y las calamidades de la etapa
Peronista, desaparecieron rápidamente, después de
las ejecuciones de sus seguidores.

Su movimiento creció en proporciones
astronómicas, porque el oprobio oficial sobre su figura no
hacia más que ganar más adeptos, como siempre
sucede con lo prohibido.

La Libertadora intervino los sindicatos y colocó
en la CGT a un Capitán de Navío Patrón
Laplacete.

Fue el comienzo de otro desastre.

Se comienza a exponenciar el coqueteo con los
sindicalistas
.

Desaprovechando una coyuntura histórica que
también seria irrepetible: La desperonización
de la dirigencia obrera
.

Los poco despabilados que constituían ese
gobierno, eran de la idea que si les quitaban a los obreros esa
identidad, se volverían marxistas.

No hipotizaron que se les debía educar en un
principio nacionalista, libre de folklore, como el que les
inoculaba su líder prófugo, al que no tuvieron
los cojones de eliminar cuando lo tenían rodeado
,
antes de refugiarse en una cañonera paraguaya, anclada en
la rada del puerto porteño, a la que ascendió con
su esfínter muy dilatado, por el temor acumulado en esas
horas desesperadas.

Para sintetizar porque el tema no amerita demasiadas
prolongaciones, el gobierno de Aramburu ensayó, apenas un
tenue maquillaje, que pretendió sin suerte ni voluntad,
mitigar los excesos del Peronismo.

Nada hizo para concientizar a toda una Nación,
sobre la inconveniencia de la doctrina Justicialista, basada en
la dádiva, la rosca y el control logístico del
aparato sindical, que para esos tiempos se mantenía
incólume.

Se limitó a timonear un cambio de mando, no de
ideología, aunque ello sea un cumplido inmerecido para la
doctrina peronista.

El caso es que ese gorilismo tan absurdo en esencia como
su némesis peronista, se apropió de una vertiente
del partido radical, hasta entonces bastante
cohesionado.

La figura referente fue la de Ricardo Balbín,
descripto impecablemente por una sagaz pluma como la de Arturo
Jauretche.

Al referirse a este individuo lo definia con sorna como
El ecuador de la palabra, la soledad polar de la idea "Pobre
mi Madre Querida
".

Aramburu, advirtiendo el fracaso de su
administración y por otra nueva sugerencia de los Estados
Unidos, decide convocar a elecciones.

El plenario radical se reúne.

Por un voto del convencional del Chaco, de apellido
Cuareta, los seguidores del Presidente de la Unión
Cívica Radical Don Arturo Frondizi, imponen su
candidatura
.

Como respuesta a su derrota Balbín rompe el
partido
y funda la Unión Cívica Radical del
Pueblo, para autoproclamarse luego como el candidato de esa
fracción, con todo el apoyo del gobierno de
entonces.

El Frondizismo bautiza su nueva sigla: La Unión
Cívica Radical Intransigente.

Aparece entonces en escena Rogelio Frigerio, quien en su
juventud había militado en el marxismo.

Viendo estos acontecimientos, a mis años y en
perspectiva, debo de reconocer que junto con Frondizi fueron los
dos únicos grandes espíritus de la segunda mitad
del siglo veinte.

Se había acercado a Don Arturo, como el
ideólogo de una política de largo plazo, de la cual
se carecía por completo desde la época de los
Conservadores.

Sabía que para ganarle a los radicales
disolventes pro libertadora, se requería de los votos que
Perón tenia en el bolsillo.

Se embarca en un avión a Caracas, para seducirlo
y lo convence rápidamente, con la promesa de levantar si
fuesen gobierno, las prohibiciones electorales.

El destino nos extiende una mano extra; un salvoconducto
para alejarnos de un fracaso tras otro.

El 23 de febrero de 1958 el Dr. Arturo Frondizi triunfa
por poco margen.

Se lo harían notar en sus casi cuatro años
de mandato, porque desde su asunción, tanto militares,
radicales como los incorregibles peronistas comenzaron a medirle
el ataud.

La historia Argentina, se detiene por ese breve
período, para conectarse con la realidad
internacional.

En esta tierra de oportunidades sin límites, se
presenta una más, que desafortunadamente seria la
última.

Comienza el plan de gobierno, al que de inmediato se
calificó como Desarrollista.

El Presidente advierte que está todo por hacer y
que será en un todo difícil tener las manos
libres.

Comienzan a proyectarse todas las ideas truncadas por
los populismos Yrigoyenistas y sus herederos
Peronistas.

Se anclan las bases para el surgimiento de la industria
metalmecánica pesada, la siderurgica y la
petroquímica, para reemplazar la de utilería
creada por Perón
.

En cuarenta meses de gestión, se logra un
sueño inconcebible un lustro atrás: el
autoabastecimiento petrolero, monitoreado por YPF, a la que se le
otorga rango ministerial.

Se instalan centrales eléctricas de última
generación, como la Central Costanera, vitales para el
crecimiento industrial.

Nuevas y potentes redes de Gasoductos que conectan a una
Patagonia olvidada con el seno de la Nación.

Funda el PoloPetroquimico en Bahía Blanca y
Neuquén, dando inicio a lo que se conocería
décadas después como el anillo
energético.

Se promueve la enseñanza libre universitaria,
sobre todo, para descomprimir a la estatal, para entonces un
tanto colapsada.

Se duplica el presupuesto del CONICET, para el avance de
la investigación científica.

Ordena la construcción de diez mil
kilómetros de nuevas carreteras.

Decidido firmemente por hacer conocer a una Argentina en
el plano de las inversiones internacionales, relegadas por la
desconfianza generada por el siempre sombrío Peronismo, es
el primer Presidente en hacer giras por todo el orbe.

Con una visión futurista y casi mesiánica,
visita la India y se entrevista con el Primer Ministro Neruh,
previendo que Asia seria el futuro de nuestras exportaciones
primarias, cuarenta años antes que la comunidad
internacional advirtiera esa misma circunstancia
.

Traba una amistad corta pero intensa con JFK, a quien
también visita en Palm Beach.

Cada uno de sus movidas, la tiene en cuenta para
proyectarnos por los cincuenta años venideros.

Pero su dinámica es demasiado veloz para que una
dirigencia político-militar idiota en demasía, lo
interpretara en su estricto sentido.

Designa embajadores a sus enemigos más cercanos,
justificándose ante sus colaboradores que las legaciones
diplomáticas deben recaer en la oposición, para que
no molesten.

Gran parte de sus correligionarios también
abandonan las filas del oficialismo, en su mayoría viejos
radicales que no podían metabolizar tantos cambios en tan
corto tiempo.

Se nuclean detrás de Balbín, quien
dirigirá la batuta en el Congreso para torpedear cada uno
de los proyectos de ley, remitidos por el Ejecutivo.

Pero no seria este retrogrado platense el
único.

Pronto de la mano de John William Cooke, comisionado por
el mismo

Perón, el Justicialismo se sumaria a la gesta de
un inevitable derrumbe.

Y por último, el enemigo más gravitante:
El Ejército.

Nunca antes ni después que él, un
Presidente tuvo una tormenta perfecta hacia la que
navegaba su administración.

El gobierno de Frondizi, fue el primero y el
único que estableció Una Política de
Estado
.

Antes y después que él, solo conocimos de
improvisaciones, sin distingos entre militares y
civiles.

Para mediados de 1960, canceló nuestra deuda
externa
, acreditando así lo que era el supremo
sentido del Nacionalismo.

Tal vez por ello y como castigo a sus innovaciones y
arrojo, fue también la única administración
que logró que todos sus enemigos se unieran contra
él, a pesar de la repulsión que entre ellos mismos
se dispensaban, con una sola consigna que servia de argamasa:
Vendepatria.

Gobernó para una futura generación, pero
no le permitieron que ese anhelo se cristalizara en el
tiempo.

Nuestras esperanzas, prontamente devinieron en
desdichas.

Hubo en ello un puntal, que era un sujeto de baja
estofa, más precisamente un comemierda, como
dicen los españoles: El General Carlos Severo Toranzo
Montero.

Treinta y dos pronunciamientos castrenses, fagocitados
por este tenebroso personaje y sus amigos de la trenza de la
Caballería finalmente mutaron por uno
definitivo.

Para la mañana del 28 de marzo de 1962, todo
había concluido.

El Presidente fue apresado.

Intentaron convencerlo de renunciar.

Luego que se suicidara.

Don Arturo hizo caso omiso a tan lascivas
invitaciones.

Ese día, cuando el avión catalina que lo
transportaría a su celda en la Isla

Martín García, uno de los sublevados, el
Brigadier Cayo Alsina, mientras divisaba el aparato que levantaba
vuelo desde el rió, le susurra al Comandante de la Armada
Clement: ¿Pero que carajo estamos
haciendo
?

Era tarde ya para lamentos.

No tanto para el atribulado Comandante de la Fuerza
Aérea, que lanzó ese interrogante, ya que diez
años después se afilió al
Desarrollismo.

Ni para cientos de sus Camaradas de las tres armas que
como él, confesaron sus errores cuando la oportunidad
había pasado a la vuelta de la esquina.

Pero fue La Patria, quien resultó herida
gravemente con esa intempestiva decisión
conjurativa.

Si alguno de nuestros Jefes de Estado, no mereció
jamás un final tan injusto fue precisamente Don
Arturo.

Con su derrocamiento la Argentina descendió del
colectivo de la historia, que la hubiese catapultado, tal vez al
mismo sitial de privilegio que cuando ocupamos el décimo
puesto entre las economías más prósperas del
orbe hacia 1928.

Todo se había resumido a una epopeya tan solo
onírica.

Por razones generacionales, comencé mi militancia
partidaria en ese núcleo de ideas, a comienzos de la
década del setenta y me mantuve al lado de ese, ahora
Prócer, hasta su deceso en 1995.

Nunca en ese cuarto de siglo que lo acompañe, le
oí pronunciar una palabra de rencor hacia
nadie.

Creo que no había aprendido a odiar.

Ese motor de la naturaleza, tan imprescindible en la
política y que coadyuva mucho en el ascenso, he advertido
hace muchos años que está reservado para seres
inferiores, como todos estos granujas que se presentan en
sociedad como referentes partidarios.

El pobre de Frondizi, comía aparte como antes que
él, lo hicieron Sarmiento, Avellaneda, Roque Sáenz
Peña y Carlos Pellegrini entre otros, muy pocos por
cierto.

Los Militares en esa gala incesante de tropelías,
entremezcladas con el absurdo más primario, lo eyectaron a
Frondizi, tan solo para que un año mas tarde un anciano
afable, pero con pocas luces, ocupara su sillón: Arturo
Humberto Illia.

Tendría en la otra esquina, al resentido de
Balbín, quien se maldecía a si mismo por no haber
sido el candidato, en lugar de este viejo médico, oriundo
de Pergamino, cuyos únicos blasones eran los de haber sido
Intendente de Cruz del Eje en Córdoba.

Actuaría casi en forma idéntica que con su
antiguo compañero de bancada, a cuyo deceso
político contribuyo grandemente.

La Patagonia que había contado con el acelerador
lineal del Frondizismo, también cayó en
desgracia.

Los contratos petroleros suscriptos en la etapa anterior
fueron anulados por un idiota como Facundo Suárez, que
presumía saber de crudo, pero que tal vez en su supina
ignorancia confundía con un varietal de
jamón.

Nuestro Sur perdió un envión del que
jamás se recuperaría.

Las cosas siguieron su curso con la consabida parsimonia
radical, hasta que en 1966, un mediodía en reunión
de gabinete, el Ministro de Defensa y hermano del que
denunció las concesiones petrolíferas, le sopla al
oído a

Palmero que era el responsable de la cartera de
Interior: Hay rumores de un golpe.

El oyente cordobés le replica de inmediato:
"No lo digas en voz alta porque Illia se pone nervioso con
esas cosas y después no puede dormir la
siesta
".

No estaba demasiado equivocado en su diagnostico el
responsable del área política, ya que la
Nación había ingresado en un letargo somnoliento
durante tres largos años.

Era hora de despabilarse.

Nos despertó abruptamente Juan Carlos
Ongania.

Curiosamente, el único General que había
accedido a esa jerarquía sin contar con el circulito en su
uniforme como egresado de la Escuela Superior de
Guerra.

Era parco, pero tenía don de mando.

Cuando asumió, reunió a todos los
Comandantes de Cuerpos y Brigadas.

Los encerró en su despacho del edificio
Libertador y les dijo en subido tono: Yo conspiré. A
quien lo haga contra mí le deseo suerte. Si lo pesco
será fusilado de inmediato
.

Por algunos años, al parecer su arenga amenazante
seguía repicando en la voluntad de sus
camaradas.

Pero los errores cuando uno se duerme en los laureles
son inevitables.

Cometió dos, uno más funesto que el
otro.

Relegó la Jefatura del Ejército en un
tipo, en apariencia, con bastante personalidad: Alejandro
Lanusse.

Su segundo y fatal yerro fue el posterior.

Por medio del aparato de Inteligencia, había
tomado conocimiento de los nutridos contactos que Aramburu estaba
haciendo directamente con Perón, para entonces residente
en Madrid.

Por su lado, Ongania venía trabajando con los
dirigentes gremiales, encabezados por Augusto Timoteo Vandor,
para legitimarse en el poder con el caudal electoral
Justicialista.

El Lobo ya había profetizado a quien
quisiera oírlo que los votos eran de los gremialistas
y no del viejo.

El choque de ambiciones entre el Presidente y su antiguo
predecesor era por entonces inevitable.

Es entonces que Ongania hace su primera
movida.

Y según me lo confió Aldo Luís
Molinari, en su vejez, ordena el secuestro de Aramburu,
comisionando la faena a dos de sus colaboradores más
estrechos: Imaz y Miori Pereyra.

Como no se fiaba en los Generales en actividad, se
recurre a un grupo de muchachos, ex militantes de Tacuara que
prestaban servicio como agentes civiles en el Batallón
601, ubicado en Viamonte y Callao.

Se les provee de automóviles, uniformes y de una
zona liberada para la fuga programada.

So pretexto de una reunión de los altos mandos,
Firmenich con uniforme de salida de Teniente Primero, presiona el
timbre en el departamento de la calle Montevideo entre Marcelo T.
de Alvear y la Av. Santa Fé, donde residía
Aramburu.

El viejo General al principio cae en la celada y se
dispone a acompañarlos.

Pero una vez en el auto, advierte que lo
están chupando
.

Sufre una descompensación.

El captor se desconcierta y recurre
telefónicamente en consulta a Imaz.

Este le ordena que lo conduzcan urgentemente al Hospital
Militar.

Cuando arriban a la Guardia del nosocomio, Aramburu
había muerto
.

Ongania no era de la idea de liquidar a su adversario,
sino separarlo de su intento de retorno.

Las cosas se le van de las manos y los muchachos toman
una iniciativa.

Le extractan partido al desafortunado
incidente.

Trasladan el cuerpo inerte hasta un campo del padre de
uno de los secuestradores, apellidado Ramus.

Y proceden a formalizar el simulacro de un
fusilamiento.

El de un cadáver.

Ese fue el bautismo de fuego de una agrupación
terrorista, que se conocería inmediatamente como Los
Montoneros, quienes nacieron como fuerza a partir de un ardid, de
una mentira.

Una burda patraña que mutiló
inútilmente, la vida de miles de jóvenes que
creyeron en ellos.

Y que paradojalmente estaba comandada por jóvenes
provenientes de la ultraderecha nacionalista, pero que para
comienzos de los setenta no era redituable, por lo cual se
volcaron de un día para el otro, a la
ultraizquierda.

Para cuando Ongania advierte la mala hechura de su plan,
se tambalea.

Exactamente un año antes de ese operativo,
Lanusse aprovecha los servicios de la Inteligencia de
Ejército, para fogonear aun más, un incipiente
reclamo de los obreros de las automotrices cordobesas.

La mediterránea arde con el concurso de un
centenar de infiltrados que prenden fuego a todo lo que
encuentran a su paso.

Lo que había comenzado como una mera
reivindicación salarial, gana las calles de manera
incontrolable.

Después de estos dos rounds, sería el
réquiem para un Ongania, que había prometido varias
décadas de paraíso militar, tan solo cuatro
años atrás.

Dos Presidentes habían intentado vanamente
capturar a la masa peronista
.

Otros tantos líderes sindicales, que puerilmente
se creían autónomos de las directivas de Puerta de
Hierro, como Vandor y Alonso, también son ultimados por
órdenes directas de Perón.

Como para que no hubiese ninguna duda respecto de su
autoridad al frente de su agrupación.

Retornando a los anteriores, vemos que no fueron otra
cosa que meros oportunistas que nada hicieron para desterrar
el flagelo que el Justicialismo implicaba para un
país
, que se hundiría cada vez más en
lo insondable del inframundo de ideas superadoras.

El Cano rechaza la posibilidad de suceder al
depuesto, que solicita 48 hs. para mudar sus cosas de Olivos que
le son concedidas.

Opta por importar a un General de Bajo Costo
como Abelardo Ramos se refería al elegido a
dedo.

Era Roberto Marcelo Levingston, que cumplía
funciones como agregado militar en Washington.

Calculaban por su afección a la bebida que no
seria de cuidado.

Pero un día, temprano en la mañana, se
reúne la Junta de Comandantes en la Rosada con el
Presidente, como lo hacían habitualmente cada
semana.

Habiendo promediado el mitin, Lanusse sin consultar al
dueño de casa, le dice al titular del Banco Central, a la
sazón un tal Daniel Fernández, que unos
parientes

suyos, consignatarios de hacienda -La Casa Pedro &
Antonio Lanusse-, necesitaban un crédito con tasa
preferencial.

Levingston lo interrumpe, adicionando que esas
solicitudes debían de ser giradas a su persona
previamente.

Instantes después se retira brevemente con
dirección al toilet.

Al retornar había dejado de ser el Primer
Mandatario
.

Lo sucede el propio Lanusse.

Un personaje extraño, por sus vinculaciones con
tipejos como David Graiver, a quien incorpora a su gobierno, no
pudiendo desconocer sus vinculaciones directas con las bandas
subversivas y el manejo personal del botín de sesenta
millones de dólares que los Montoneros obtuvieron por el
secuestro de los hermanos Born.

También a Edgardo Sajón, como su vocero,
que luego sería un desaparecido.

Los radicales, de la mano del inefable Balbín, un
perpetuo intrigante, se suben al flamante micro.

Con menos perspectiva visual que un invidente, planean
desafiar a un Perón que suponían estaba a punto de
retirarse.

Sabedores por medio del embajador en Madrid que un
cáncer de próstata tumbaría a un anciano en
desgracia.

No lo conocían ni someramente.

La turbina generadora del resentimiento que
oportunamente fue su vector en 1945, estaba intacta.

Estos perdularios cívico-militares, no
habían tomado nota de ello.

Ni siquiera de la circunstancia en el doble juego que
Pocho venia desarrollando impecablemente azuzando al mismo tiempo
a la Patria Sindical de Rucci y Lorenzo Miguel versus la Patria
Socialista de Firmenich y Vaca Narvaja.

El Cano incluso lo desafía puerilmente,
pregonando "que no le daba el cuero para
volver".

Cuando el ofendido recoge el guante y retorna en 1972,
se produce la masacre de Ezeiza.

Es en esa oportunidad que Perón le exhibe a todos
por igual, de como había dividido al Movimiento
haciendo que unos ametrallasen a los otros y
viceversa.

Otra irrefutable prueba de esa personalidad, tomada como
un ejemplo de libro de Gramsci.

A pesar de lo que implicaba esa diletante conducta, el
cronograma electoral se mantiene inmutable, con la
proscripción de Perón, como acicate de ese dudoso
desafió.

El 11 de marzo de 1973 se vota.

Triunfa por casi el sesenta por ciento el caballo
del Comisario
: Héctor J. Cámpora, un oscuro
odontólogo de San Andrés de Giles.

Los Montos, heridos casi de muerte en el Aeropuerto,
aprovechan la debilidad del Presidente electo y le copan el
gabinete.

A los pocos meses, Cámpora sin posibilidad alguna
de imponer el orden partidario, convoca a elecciones nuevamente y
renuncia dejando a toda una Nación en manos del Presidente
de la Cámara de Diputados Raúl Lastiri.

Perón se presenta en formula con su tercera
esposa Maria Estela Martínez.

La había conocido durante su primera etapa
panameña del exilio.

Ella era vendedora ambulante de cigarrillos en
un cabaret de mala muerte en Panamá City, en el que
Lastiri era el adicionista
, quien a su vez era yerno de
López Rega.

Esto que se asemejaría bastante a un culebron
televisivo venezolano o mejicano, era empero la cruda
realidad.

Perón que conocía a la perfección
su inminente deceso, quiso que todo se terminara de destruir con
su partida.

Como Luís XIV "Después de mi el
diluvio".

Era de todo, menos tonto.

Y así fue que menos de un año
después de vestir por tercera vez la banda presidencial,
partió hacia el gran puede ser.

Dejaba atrás una tierra arrasada por la guerrilla
de extrema izquierda, alzada en armas contra cualquier
fisonomía de orden, al que tampoco contribuya la de
ultraderecha comandada por López Rega.

El fermento de una nueva masacre, más potente y
extensiva en el tiempo era imposible de soslayar como una
calamidad aun más siniestra y cruenta en
ciernes.

Los Argentinos que contamos en nuestro haber con
bastante originalidad, anotamos entonces otra marca en ese
record.

Teníamos a la primera Presidente mujer, que
gobernaba sin tener idea de lo que firmaba en su
despacho.

Creo que en esencia no tuvo malicia.

Solo una mayúscula ignorancia.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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