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Breve reflexión sobre la vida y la muerte (página 2)




Enviado por Jaime Despree



Partes: 1, 2

Los primeros pasos de la vida en nuestro
planeta, durante varios miles de millones de años, no
debieron ser lo que se dice un éxito, pues
dependían de las eventuales descargas eléctricas
recibidas, y estas primeras moléculas morían una
vez consumida esa energía circunstancialmente adquirida.
Por tanto la vida, precaria pero persistente, tuvo que aprender a
conseguir la energía necesaria por medios propios,
alimentándose por sí misma, y desarrollar una forma
elemental de metabolismo, que no podía ser otra forma que
practicando el canibalismo, es decir, aprendiendo a asimilar
otras moléculas vivas similares cargadas de
energía. Algunas moléculas orgánicas, que
dieron origen a los vegetales, desarrollaron otro medio menos
"agresivo" a través de la fotosíntesis,
aprovechando directamente la energía irradiada por el sol,
pero tenía el inconveniente de permanecer arraigas en la
tierra.

Este largo proceso coincide plenamente con
el pasaje bíblico del Génesis, pero expuesto en una
síntesis que engloba sucesos de los orígenes de la
vida hasta épocas recientes de la evolución
natural. En efecto, el "hombre" (primera forma de vida) surge del
"barro" (materia inorgánica) y es animado por el "aliento
divino" (descargas eléctricas), para ser puesto en el
"Paraíso" (en una naturaleza abundante en alimentos, tras
haber desarrollado la capacidad de alimentarse). En cuanto al
necesario canibalismo inicial, el Génesis también
lo expone como el mito de la manzana, o la capacidad de la vida
de alimentarse y obtener energía de otros organismos
similares y que según este relato fue la causa de nuestro
"pecado original", pero también podemos relacionarlo con
el mito del asesinato de Abel por Caín.

Naturalmente que al aprender a alimentarse
no se cumplen las previsiones "teóricas" de la serpiente
de "vivir eternamente", pues a pesar de que los primeros
microorganismos iniciales son capaces de alimentarse por
sí mismos y tienen una vida más larga, al mismo
tiempo la propia búsqueda de alimentos supone la
realización de un trabajo que consume energía y el
desgaste del propio organismo, lo que le causará la
muerte, o la "disfunción", de sus mecanismos vitales. Esta
es la "maldición" inherente a la vida, el "pecado
original" según el relato bíblico, o la incapacidad
de evitar el desgaste de los organismos vivos hasta el extremo de
ser incapaces de retener la necesaria energía para
mantenerse vivos. Por tanto, la muerte de un organismo es la
causa de su disfunción, por desgaste natural, pero
también por causas no naturales, como enfermedades o
accidentes.

Por qué se desarrolló la vida
la capacidad de alimentarse y prolongar de esta manera su
supervivencia no tiene una sencilla explicación, pero la
tendencia de la materia en caos es a "evolucionar" formando
compuestos más complejos y estables, para lo que necesita
nuevos recursos provocados por la propia evolución. Eso
mismo sucedió tras la supuesta gran explosión y la
rápida inflación de la energía en caos por
el espacio, dando origen a sustancias complejas con masa, capaces
de gravitar ordenadamente y de esta forma llegar a formar las
estrellas, las galaxias y las constelaciones.

Por tanto, si la naturaleza
inorgánica desarrolló la capacidad de adquirir la
energía por medios propios fue sencillamente por que "era
necesario que lo hiciera", dado que ciertas sustancias no
podía estabilizarse sin convertirse en "organismos", causa
general que impulsa a toda forma de evolución.

Lo asombroso de este proceso es que tras
millones de años de reiterados fracasos, un primer
organismo vivo (una vez más el mito de Adán) fue
capaz de preservar la vida recién adquirida hasta nuestros
días. Es decir, que cada uno de nosotros de forma
individual tenía la oportunidad de llegar a vivir desde
ese primer instante, y naturalmente si estamos vivos es porque
nos ha llegado esa oportunidad después de 20 ó 30
mil millones de años.

Sin embargo tan larga espera se
resumirá en un brevísimo espacio de tiempo, en la
mayoría de los casos no superior a 100 años,
mientras que algunos microorganismos apenas vivirán unos
cuantos segundos, lo que parece un capricho de la naturaleza sin
demasiado sentido.

Por tanto parece evidente que la vida tiene
como una de sus principales funciones el desarrollar formas
orgánicas estables, o individualidades (individuos)
espacio-temporales partiendo de sustancias que carecían de
esta capacidad. Desde la primera molécula orgánica,
cada ser vivo constituye un organismo independiente y
único hasta su muerte, y durante este breve periodo de
tiempo tiene que aprender a alimentarse y a reproducirse;
información que transmite a sus descendientes contenida en
el ADN, o información genética básica
presente en todas las células de un tejido.

La evolución de las diversas formas
de vida no cambia lo fundamental de este cometido, y el ser
humano es el último eslabón de una larga cadena de
"individuos", fruto del éxito de la misma evolución
de los seres vivos desde sus orígenes.

Pero dejando ya a un lado los aspectos
históricos de este relato, lo que tenemos es un hecho
relevante y fundamental, como es que todo organismo vivo debe de
estar compuesto de materia y una determinada contingencia de
energía asociada y retenida por esa materia, a lo que
llamamos "energía vital". Los organismos mantienen esa
energía en forma de campos electromagnéticos, que
fluyen en torno y a través de la propia materia de forma
ordenada y estable, mientras el organismo tenga actividad vital.
Como hemos visto, esta energía debe ser constantemente
renovada a través de los alimentos también
orgánicos y en las plantas por medio de la
fotosíntesis. Esta energía es la responsable de la
"individualidad" de todo organismo, pues sin ella el organismo
perdería su capacidad de permanecer "organizado", unido a
sí mismo, para dispersarse y deformarse, proceso de
corrupción tras la muerte de los organismos.

De manera que se mire por donde se mire, en
una cosa viva no hay más que materia, que retiene
energía en reposo con campos electromagnéticos
estables, y energía activa que retiene la materia en forma
de campos electromagnéticos también estables pero
fuera de la estructura atómica de la materia.

La interacción entre ambos es
evidente: la energía activa es asimilada progresivamente
en forma de nueva materia, que acumula esta energía en
campos electromagnéticos estables (cohesión
atómica), impidiendo así su liberación y
facilitando la "unidad material del individuo". Por tanto, esto
prueba que la tendencia natural de toda forma de evolución
es hacia la "estabilidad" gracias al "orden", una tendencia que
será asimilada incluso por nuestro comportamiento
social.

Cada una de las partes de un organismo,
materia y energía, tienen una función vital
fundamental: en la materia se "almacena" el conocimiento (ADN) y
en la energía se "genera" ese conocimiento (Psique, alma o
mente, dependiendo del contexto propio de la evolución del
lenguaje). Por tanto todos los organismos vivos tienen "psique",
concepto descrito ya por Aristóteles, que no son
más que los procesos cognoscitivos que tienen lugar en la
energía. En el transcurso de la evolución y con la
aparición del sentido de la visión, en esta misma
energía se proyectarán las imágenes
retenidas en la memoria física, es decir, es el lugar
donde surge la imaginación, y, posteriormente, en un nuevo
salto en la evolución, se causarán los pensamientos
que darán origen a la conciencia.

En el desarrollo ontológico del
lenguaje a la primera forma de energía sin el sentido de
la visión se la denominó "psique", lenguaje natural
o primitivo, o "alma vegetativa" según Aristóteles;
posteriormente, y con el sentido de la visión, se denomina
"alma", lenguaje teológico o religioso; y finalmente, con
la impresión de las formas de las cosas, lo llamamos
"mente", lenguaje filosófico o intelectual. Pero lo cierto
es que estos tres fenómenos suceden en la energía
que retiene todo organismo vivo, y dejan de suceder una vez que
un organismo pierde su vitalidad, o fallece, y por tanto ya no
necesita de esa "energía vital".

De manera que de acuerdo a esta simple
reflexión ni la psique ni el alma ni la mente, que son una
misma cosa en tres contextos distintos, deben sobrevivir tras el
fallecimiento del un organismo. Pero la energía consumida
permanece en reposo, "presa" en la materia inerte, o simplemente
muerta. Este sería el proceso lógico que debe de
acaecer después de la muerte.

Por tanto, si insistimos en buscar algo
"inmaterial" que sobreviva a la muerte, tan sólo lo
tenemos en la energía que permanece en la propia
estructura atómica de nuestra materia fallecida. Pero en
ausencia de energía vital, el organismo fallecido deja de
ser un individuo para ser parte del todo que constituye la
materia inerte. De manera que esa energía deja de ser
"nuestra energía" para ser nuevamente parte de la
energía del universo, pero integrada en la materia ya
muerta.

Por otro lado, no hay razón alguna
para creer que la energía, activa o en reposo, retenga
algún conocimiento en sí misma excepto su
polaridad. La energía no tiene otra experiencia de
sí misma que la de su positividad o negatividad, pues
necesariamente siempre debe de haber la misma energía
positiva que negativa, polaridad que la energía retiene en
el transcurso de su existencia. Pero necesariamente debe ser, en
esta energía activa que mantiene la individualidad de un
organismo, donde tienen lugar todos los fenómenos
"psíquicos", "espirituales" o "mentales", según sea
su grado de evolución, pero ninguno de estos
fenómenos podemos decir que sea "sobrenatural", pues no
puede haber nada fuera de la propia naturaleza; es decir, fuera
de la materia y de la energía.

De manera que después de que nuestra
oportunidad de estar vivos haya concluido, lo único que
queda de nosotros es la memoria física de lo que hemos
sido en una determinada cantidad de nueva materia, que se suma a
la materia total del universo. Pero esa memoria física de
nuestra pasada individualidad no puede ser restaurada como un
nuevo individuo, entre otras razones por la segunda ley de la
termodinámica, que establece que algo disperso no puede
volver a concentrarse. Pero también por algo
todavía más simple de entender, y que forma parte
de esta reflexión: si la vida es todo lo que está
vivo, la vida sólo puede surgir de la propia vida; en
tanto que si la muerte es todo lo que está muerto, la
muerte solo puede surgir de lo que está muerto. Es decir,
ni de la vida puede surgir la muerte, ni de la muerte puede
surgir la vida.

Pero este axioma también solemos
plantearlo de este otro modo: si la vida concluye en la muerte,
la muerte debe concluir en la vida. Sin embargo este argumento,
que considera la posibilidad de la "reencarnación", puede
rebatirse simplemente diciendo que mientras vivir es hacer algo,
morir es no hacer nada; y aquello que no hace nada no va a
ningún sitio ni puede concluir en ningún
lugar.

Un buen ejemplo de esta situación lo
tenemos en un rito religioso de encender una vela en memoria de
algún difunto. Lo que hacemos es tomar el fuego de las
velas ya encendidas, pero una vez agotada la nuestra, ésta
no se reencarna en otra vela ni tiene posibilidad de hacerlo.
Nuestra vela ha agotado su probabilidad de estar encendida y ya
no volverá a tener una nueva oportunidad, a pesar de que
tanto el fuego mismo como la cera misma sigan existiendo en otras
velas encendidas también temporalmente. Como reza el dicho
popular: "No hay más cera que la que arde".

Pero a pesar de este último
razonamiento, es evidente que no podemos aceptar que la muerte no
transcurra en el tiempo, pues si toda la vida que está
transcurre junto con toda la muerte que está, la muerte
necesariamente transcurre en el tiempo gracias precisamente al
transcurrir de la vida. En otras palabras, que no podemos
concebir que algo sea y no esté vivo. Reflexión que
cuestiona la misma teoría de la "Gran explosión"
como causa del universo, pues hemos visto que el universo para
transcurrir debe de estar "vivo", o simplemente no
transcurriría en el tiempo. Por tanto, todo lo que es,
está necesariamente vivo y muerto al mismo tiempo, pues el
tiempo en sí mismo sólo transcurre por causa de las
cosas vivas, y no de las muertas, pero ambas transcurren en un
mismo tiempo y espacio. Por lo tanto la muerte sólo es
posible si hay vida.

Pero entonces ¿qué es el
universo? Sea lo que sea debe de contener necesariamente vida, y
por esta razón debe contar con dos formas de ser de su
energía: la pasiva y la activa. La primera proporciona
cohesión a su materia y la segunda a su peculiar forma de
estar o soportar alguna forma de vida interior o por encima de la
nuestra, sea la que sea y como sea.

Una hipótesis perfectamente
razonable es que el universo se trate de un planeta habitado
perteneciente a un sistema estelar en un supuesto "exouinverso",
o universo exterior, en cuyo caso su origen sería similar
a del resto de los planetas. Hipótesis que mantiene muchos
aspectos en común con la teoría de la supuesta
"Gran explosión".

En este supuesto, el universo
tendría el mismo final que tendrá nuestro planeta
tras la muerte térmica del sol, siendo parte de una
estrella supernova, reiniciando el proceso una vez más.
Pero dado que no es sino un astro dentro de un exouniverso, este
colapso no afecta al espacio y el tiempo en sí mismos, que
en este supuesto deben ser razonablemente infinitos. Por tanto,
simplemente podemos decir que, pese al colapso del universo, la
vida y la muerte seguirán "estando" en alguna parte y en
algún tiempo. Pero mientras razonablemente a la muerte no
le sucede ninguna "otra vida", a la vida le sucede
inevitablemente "otra muerte". Punto y final de nuestro "ser en
este mundo", pese a que de alguna manera, gracias a nuestras
cenizas, sigamos "estando en este mundo". Pero al no estar vivos,
nuestros restos carecen de energía vital, y por tanto no
son posibles los fenómenos de la imaginación ni de
la conciencia; es decir, no sólo no seremos conscientes de
que "estamos muertos", sino que tampoco podremos imaginar que
"estamos vivos".

Esta conclusión no parece muy alegre
pero tampoco es triste, porque si bien no concede ninguna
esperanza para una vida sobrenatural, tampoco prueba que deba de
haber un padecimiento o felicidad eterna posterior por causa de
nuestro buen o mal comportamiento en este mundo. Este argumento
deja sin una de las bases de la moralidad religiosa fundamental y
que se supone deben ser motivo para que llevemos una vida
ejemplar, pero es evidente que nuestro comportamiento no puede
ser recompensado o castigado después una experiencia
irreversible, como es la muerte, sino que esta recompensa o
castigo debe producirse cuando tenemos la capacidad de sufrirlo o
gozarlo; es decir, si creemos que debe de haber un cielo y un
infierno, estos deben de estar aquí en la tierra, y
experimentarse durante la vida y no después de la muerte.
Por otro lado, aún hoy se siguen cometiendo atroces
crímenes contra la humanidad con la esperanza de una
hipotética recompensa en el más
allá.

Otro de los aspectos extraordinarios de la
muerte es que vamos a tener la oportunidad única de
experimentar el "efecto" contrario de un fenómeno sucedido
por primera vez hace 30 ó 40 mil millones de años,
cuando tuvo lugar el suceso inverso al de la muerte, la descarga
de una determinada energía que avivó unas
sustancias muertas, obligándolas a "trabajar y padecer"
para mantener esa vida recién adquirida, sin que por ello
se pudieran librar de la muerte. Suceso narrado por el
Génesis de forma alegórica y considerablemente
alterada. De manera que con la muerte llega por fin la "paz" a
las sustancias que hacen posible la vida, volviendo a su estado
anterior, y que sólo el azar y la accidentalidad fueron la
causa de su catarsis vital, que para millones de seres vivos ha
sido, y aún hoy sigue siéndolo, una experiencia
extremadamente dolorosa e infeliz.

No obstante, tras la extraordinaria
experiencia de morir, que debe tener sin duda una "agradable
sensación de paz y descanso", seguimos siendo parte de la
vida misma, pues es innegable que todas las imaginativas
teorías sobre mundos celestiales, reencarnaciones y
resurrecciones de la carne deben tener algún fundamento,
ya que se trata de ideas concebidas gracias a la
intuición, y por tanto deben tener una razonable
explicación.

La única explicación de una
posible "vida en otro mundo", no sólo razonable sino
científica, es que pese a estar muertos cada
molécula de "nuestras cenizas" contienen una cantidad de
energía en reposo procedente de la conversión de
energía vital en nuestra materia ya fallecida. Esta
energía "capturada" se liberará cuando suceda el
colapso térmico del sol, y una vez convertido en
supernova, esa energía se "reencarnará" en nueva
materia viva, cuando la evolución del nuevo sistema astral
permita la consolidación de nueva vida en un nuevo
planeta, es decir, en un "nuevo mundo".

Pese a lo razonable de esta
hipótesis, nada hace suponer que esa energía
recuperada contenga algo más que el signo de su polaridad,
con lo que puede comenzar todo el proceso una vez más,
pero ni el más remoto recuerdo del ser humano al que
perteneció en "una vida anterior".

 

 

Autor:

Jaime Despree

Partes: 1, 2
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