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Los dados mágicos (Novela) (página 6)




Enviado por Fandila Soria



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—Lo- mismo- da-. En- cambio-, los-
shímpfatos- nodisponemos- de- esos- escritos- tan-
artísticos- que- tenéis- vosotros-, ni- somos- tan-
impulsivos- o- improvisados-. No- podríamos-.

—Claro. De todo tiene que haber. Y dónde
guardáis vuestros saberes.

—Nuestro- saber- está-, en- todas- las-
cosas- y- en- nuestramente-.

— ¿Y los detalles
pequeños?

—En- lo- pequeño- de- las- cosas-. Todo-
puede- medirse-, verse, o- palparse-.

—En definitiva, que los libros no existen. No los
necesitáis.

—Sí- existen- -dijo la shim molesta-. Como-
cosas- antiguas-. De- museo-.

CUARTA PARTE

XXXVII

Calíguenes miró al cielo con
preocupación, convencido de que aquellas no eran
precisamente la condiciones más propicias para un vuelo.
Sin embargo, no observaría en sus anfitriones el menor
indicio de que ello les inquietase; y si parecían
inquietos y se frotaban con las manos las vestimentas,
sólo sería por desprenderse de la
lluvia.

Quizá él se excediera en sus
apreciaciones. O tal vez los otros no se paraban en esas
minucias. Cuando aquella máquina echase a volar, a lo
mejor no se afectaba por vientos y temporales. Scropbim nada
objetó al permitirles su uso, pese a un viaje como aquel,
cuyo objeto no era otro que la colonia. Y ésta se hallaba
al otro lado del mundo Shim nada menos. Puede que El Sabio
hubiese puesto pegas de no ir ellos también, pero ante la
pareja no supo decir que no. Aquel mismo día, la
pequeña nave fue sacada de la mayor, y quedó
dispuesta.

Calíguenes fue a visitar a su familia, por si
acaso no regresaban antes de que ellos partiesen. Digno fue de
ver las lágrimas del comandante, cuando se despedía
de Belaura; "que nunca fuera de ayudante tan bien servido" como
le diría. Y cómo no, Noyndia les suplicaba que
volviesen a la Tierra, al menos para que pudieran conocer a su
nieto.

—O nieta… —dijo Belaura.

—Ya me conformaría yo con verlo como fuera,
ya macho ya hembra —respondió la mujer con
lágrimas en los ojos.

Un trecho tan corto fue suficiente para que la lluvia
los empapara de arriba abajo. Los cinco había llegado
corriendo hasta la aeronave, y al punto se agachaban por buscar
cobijo bajo la cola. Los shímpfatos no dudaron en
introducirse por la escotilla, lo que hicieron en primer lugar y
con premura; acceder por la entrada común les hubiese
supuesto otro remojón y algún traspié. Acto
seguido lo hicieron ellos, que de reparar en aquel
vehículo tan formidable, pensaban que dispondría de
una tripulación, como era lo lógico, pero cual no
sería su sorpresa al recorrerlo de cabo a rabo, y
comprobar que allí no había ningunos tripulantes,
como no fueran ellos.

La pequeña nave no podía ser más
escueta. Constaba de tres salones a distinto nivel, y sólo
el central se rodeaba de otros ambientes con ventanas al
exterior. Puertas no había, o al menos no las vieron, y
muebles y enseres brillaban por su ausencia. Algo que se le
pareciera, como a especie de un banco, corría todo
alrededor, integrado en las paredes. Sobre el asiento, los
humanos constataban con extrañeza lo más
insospechado: unos cojines y almohadones distribuidos de forma
arbitraria. En general el ambiente resultaba diáfano y
luminoso pese a que los puntos de luz eran
inexistentes.

Los cinco habían entrado chorreando de agua y
humedecidos, salvo Uatrozur que llevaba el protector. Una vez
dentro, la pareja shim se desnudó, y Uatrozur se
quitó el traje; lo que venía a ser lo mismo, pues
al quitárselo, la túnica se arrastraba con
él de forma milagrosa: Xántriul gesticuló,
instando a los humanos a hacer lo propio; por que se secaran sus
ropas seguramente.

Belaura se llevó las manos a sus partes, y
dijo:

—De eso nada. Lo que es yo, la ropa íntima
al menos no me la quito.

—Mejor-quitársela-. De estar-
húmedo- se-puede- enfermar- – dijo
Xántriul.

Ella esbozó un cómico gesto.

—Mira lo que dice Calíguenes … Qué
le irá el culo al pulso…

—Culoalpulso- puede- enfermar- si- está-
mojado-.

Calíguenes se echó a reír, y acto
seguido comenzaría a desvestirse. Ella permaneció
remisa en su tapadura, que no le era óbice para que su
incipiente embarazo se hiciese de notar. Por lo que ellos
inferían, y vista la desenvoltura en su despelote, la
falta de atuendo en los shímpfatos sería su
costumbre, si no estaban en público.

Que la nave fuese prácticamente sin nada
podía pasar, pero es que ni siquiera habían visto
una cabina de pilotaje o unos simples mandos. Para qué
hablar de las máquinas.

Xántriul lo aclaró todo poco
después al mostrarles las esferas de confinamiento.
Según dijo, en ellas iba, en síntesis, cuanto
necesitaban. De allí surgirían todo tipo de
artefactos, vituallas, y hasta muebles.

— ¿Cómo algo tan pequeño
puede contener cosas tan grandes? —cuestionó
Calíguenes.

—Por- la- técnica- de-
condensación-. ¿Acaso- vosotros- no-
laconocéis-?

—Pues no. Al menos en ese grado.

—Nuestro- pueblo- padre-, los- zirdal-, ya- la-
conocían- —dijo Xántriul-
orgulloso-.

— ¿Y cuáles son sus
principios?

—No- lo- sé-. Yo- no- estoy- muy- puesto-
en- esos- saberes-. Setrata- de- una- manipulación-
íntima- de- la- materia– y- susfuerzas- elementales-. El-
resumen- de- todas- ellas-.

— ¿Entonces, domináis la fuerza
última? ¿Aquella de la que todas
proceden?

—Algo- así- debe- ser-.

— ¿Y la de gravitación
también?

—Supongo-. Al- menos-, sus- efectos- son-
controlables-.

Calíguenes,, con admiración, hizo un
asentimiento ladeando la cabeza.

—No está mal…

Así pudieron comprobarlo ellos al poco, pues
donde no había otra cosa sino la esfera surgió una
especie de pedestal transparente cuajado de pulsadores.
Xántriul ante él se lo quedó observando. En
su interior aparecían uno tras otro sucesivos planos en
relieve, llenos de bandas y líneas luminosas, y no pocos
signos brillantes. Llegado a un punto, el shim posó sus
dedos sobre un pulsador, y el pedestal en bloque volvía a
reintegrarse a la esfera. Al poco la aeronave se
elevó.

Aquello no fue todo. Uatrozur fue hasta el banco
corrido, empujó con la mano bajo el asiento, y del hueco
que se originaba surgió otra de aquellas esferas. La
empujó con el pie hasta el centro de la estancia, y
allí la manipularía en su superficie. De la bola
salieron esta vez, una ancha mesa y cinco divanes en rededor.
Cada shímpfato ocupó el suyo y los invitaron a
ellos a hacer lo propio.

Sobre la mesa había unos recipientes
herméticos con una boquilla cada uno. En el centro, estaba
otro mayor, con varios agujeros en la parte de arriba, enmarcados
de luces. Según las indicaciones de la pfato, por
allí habrían de meter el dedo hasta que las luces
se apagaran. Así lo hicieron, y acabada la metedura, cada
cual introdujo la boquilla de su recipiente en el hueco asignado.
Al momento, Xántriul dijo:

—Ya- está-. Sacadla-, y- bebed-.

Calíguenes, no muy seguro de qué se
proponían, cuestionó:

— ¿Por qué hemos de hacerlo,
amigos?

—Es- nuestra- forma- de- alimentarnos- durante-
el- viaje- —dijo Axoncer.

— ¿Y también es válida para
nosotros?

—Claro-. La- máquina- ha- leído- a-
través- de- los- dedos- losnutrientes- que- cada- cual-
precisa-. Y- ahora- nos- los- sirve-.

La pareja chupó, cada uno de su boquilla, y se
sorprendieron gratamente. Sin duda que nunca acordaran sus bocas
algo tan exquisito. Justo lo que les apetecía. Pero lo
bueno era, que el sabor de la bebida les proporcionaba todos los
matices a su gusto, pese a ser única.

Aún con la botella en la mano y la boquilla entre
sus dientes, Belaura dijo:

—Mis felicitaciones al cocinero.

La pfato sonrió.

—Difícil- será- que- les- lleguen-.
Y- muy- fácil- al- mismotiempo-, si- es- que- pudiera-
oírlo-, pues- lo- tienes- delante.

—Éste cocinero no habrá de soportar
las impertinencias de sus comensales. Seguro -dijo
Calíguenes, dando una palmadita al aparato.

XXXVIII

Redonda y achatada como una lágrima, la aeronave
hendía las alturas, tan arriba, que parecía estar
inmóvil en relación a los velados confines. Sin
embargo, bajo su vertical podía verse, como el paisaje se
desplazaba sin tregua. Los humanos desistieron de mirar por las
ventanillas, ante la visión de un océano de nubes
sobre el verde farragoso. En lontananza, por el curvo horizonte,
se entreveía un retazo de mar.

Calíguenes se sorprendió. Más
parecía que la aeronave estuviese en órbita. No
quiso preguntar a Xántriul, que le hubiese contestado como
siempre con vaguedades, porque no pensase que eran unos
atrasados. De todas formas, las naves humanas eran igual de
efectivas, aunque más prosaicas quizá. No todo iba
a ser tan sutil, que no pudiera sentirse o palparse. Porque toda
aquella ciencia tan esotérica, no pensaba él que la
entendiese todo el mundo. No había más que fijarse
en el shim, que ante cualquier cuestión apenas se
explicaba de forma general sin entender los fundamentos.
Habría que haberlo visto de surgir algún fallo.
Seguro que llamaba a la grúa.

Belaura y las shímpfatas subieron al salón
que había arriba. Éste era casi idéntico al
anterior, pero más reducido. En la pared de fondo
venía proyectado el horizonte, y en las otras, Uatrozur
hizo aparecer unas escenas, de ellas mismas con otros
compañeros, por extrañas calles plagadas de
tenderetes y unos transportes animales insólitos y
rudimentarios.

— ¡Pero qué bonito!
—Exclamó Belaura—. ¿Y esas criaturas
qué son?

—Animales- de- transporte– —dijo
Uatrozur.

—Pero si parecen tortugas… ¡Y qué
grandes!

—Eso- parecerán-, pero- sólo- son-
kiespi-.

—Serán…

Las tres se sentaban luego en el banco corrido, y por
momentos estuvieron pendientes de las imágenes, hasta que
éstas acabaron en una toma panorámica fija. Menudos
cuadros -dijo para sí Belaura.

Al poco, Axoncer observó:

—Uatrozur- desea- tener- un- hijo.

—Y cómo es que no lo ha tenido
ya.

—Ella- es- una- pfato-.

— ¿Qué pasa con eso?

—Mejor- que- te- lo- diga- ella-.

El rostro de Uatrozur se alargó, que no
parecía gustarle que su compañera dijese
aquello.

Axoncer cogió su mano.

—Acaso- no- es- la- verdad-, Uatrozur-.

—A- Belaura- no- creo- que- le-
importe-.

— ¿Por qué? Qué pasa.
¿No puedes concebir? —dijo ella.

—Él- es- un- shim-. Pfato- con- shim- no-
pueden- procrear-. Pese a la respuesta, ella no lo
entendía.

— ¿Y sabiéndolo, cómo no le
ponéis remedio?

—Cuál- remedio-.

—Anda… Cómo hay pocos… Podéis
acudir a un banco de semen. O adoptar. Y como último
recurso, algún pfato habrá… quiero
decir…

— ¿Qué- nos- dices- Belaura-?
¿Banco- de- semen-? ¿Adoptar-?

—Claro. Una inseminación. Una
manipulación para que puedas concebir de alguien que no
sea tu pareja. O acoger a un hijo de otros

—Yo- ya- acojo- al- niño- de- mis-
compañeros-. Y- esa manipulación- de- que- hablas-
no- nos- está- permitida-.

—Pues entonces…

Fija la vista en el horizonte virtual las
shímpfatas se eclipsaron y a Belaura cierta tristeza le
ensombreció el semblante. ¿Serían acertados
los pensamientos que le venían a las mientes?
¿Acaso, aquellas dos pretendían, que por su
confianza, Calíguenes fuera el más idóneo
para fecundar a Uatrozur? Pues si era eso, iban listas, que por
ahí no estaba dispuesta a pasar. Por muy color de rosa que
se lo pintasen.

No quiso expresarles lo que pensaba. Para qué, si
Uatrozur, de querer, podía calar de sobra sus
pensamientos.

Se levantó de su asiento, y dijo:

—Por qué no bajamos. Ellos nos
echarán en falta.

Cada uno en su diván cara a la mesa, los cinco
aventurados se distendían, y desde aquella laxitud,
pareció que a los tres shímpfatos se les iba el
santo al cielo. Bien distantes habrían de estar los
conocidos con quien luego contactaron. Uno detrás del
otro, los shímpfatos plasmaban sus visiones en la pared, a
fuerza de imágenes, y a cual más extraña. A
la pareja también les extrañó que
compartiesen con ellos algo tan personal. Aunque lo cierto era,
que nada entendieron de lo que decían, ni de lo tratado, y
que tampoco tenía visos de comprometer a nadie.

Finalizadas las trasmisiones, Calíguenes
quedó pensativo, y algo cortado, como si dudara. Al fin
cuestionó:

— ¿También yo podría hacer
eso?

— ¿Qué-? —dijo el
shim.

—Contactar como vosotros.

Xántriul sonrió y miró a sus
compañeras.

—Seguro- que- sí-. Pero- a- tu- forma-. La-
transmente- requiere-entrenamiento– y- ciertas-
dotes-.

— ¿Quieres decir, que nosotros somos
negados para ello?

—Yo- no- he- dicho- tal- cosa-. Desconozco-
vuestras capacidades- y- el- sentido- que- tengan-. Puedes-
intentarlo-, que nada- perderás- por- eso-. Pero- a-
través- de- mí-, naturalmente-.

— ¿Y cómo puedes tú contactar
con mis conocidos humanos?

—Directamente- no- podría-. Pero-
sí- entrándome- en- la- radioo- la-
radiovisión-. Yo- sólo- recibiré- y-
emitiré- tus- pensamientos-, lo- demás-
déjalo- de- mi- cuenta-.

—Bueno. Siendo así…

—Has- de- relajarte- y- olvidar- el- entorno-.
Piensa- luego- enaquel- con- quien- quieres-
contactar-.

Calíguenes hizo lo que Xántriul
decía, y pensó en su padre. Poco a poco, lo que no
era más que una imaginación comenzó a
concretarse. Se transformaba y se transformaba, hasta que pudo
ver a su progenitor, descolgando el teléfono ante su mesa
de trabajo.

— (Sí… ¿Quién llama?)

Lo que Calíguenes sintió por dentro no era
tan diáfano como estas palabras, pero él lo
interpretaba de esta manera, tal que si pusiese voz a una
película muda.

Él habló en sus pensamientos para
decirle:

— (Papá, soy yo) —

— (Dónde estás) —

— (Volando. Según me han dicho, nuestra
llegada a la colonia está próxima)

— (Volved pronto. Nosotros ya hemos iniciado los
preparativos para la travesía. No quisiera marcharme sin
ver que tú quedas al mando de la Estrella. Saludos a
Belaura.) —

Y el mayor cortó.

Aquello era fantástico. Le demostraba que el don
para la intermente no era exclusivo de los shímpfatos. La
verdad que Xántriul había sido el artífice
de todo, pero algo es algo.

Las shímpfatas dejaron su diván para ir
hasta el asiento, por cambiar de aires seguramente, se alargaba
ya demasiado el permanecer tendidas en la misma posición.
Las dos a la par se inclinaron por recomponer su cojín, y
al verlas desde los divanes ellos que se emocionaban.
Calíguenes se volvió boca abajo por disimular sus
deseos, mas el shim quedó tal cual y sin importarle que
los otros se apercibieran de sus ardores. Belaura se le
quedó mirando, y en algo la turbaría, pues vuelta
hacia Calíguenes intercambió con él una
mirada de complicidad. Éste, al poco reaccionó, y
dijo:

—Por favor, Xántriul, ¿un
reservado?

—Para-…

—Para qué va a ser… Para
reservarse…

—Ah-, bueno-…

El shim se levantó, y sin desmerecer en nada de
su apasionamiento, fue hasta uno de los ambientes junto a las
ventanas, y en un santiamén, donde sólo hubo un
vano, una puerta se establecía.

La pareja entró apresurada, dejándose caer
al suelo y en su mullido protector, sin reparar apenas en la
estancia ni en su contenido, que a otra cosa no atendieron que a
lo que atendían. Y si por atención era, ni un cabo
dejaron suelto, que aquella escena daría de sí
cuanto dio porque no encontraban de grado ningún
desenlace.

Pese al incomodo, ella se retorcía, por mirar con
la portezuela entreabierta como se la amañaban los tres
shímpfatos y como era su apasionamiento.

—Desde luego, Xántriul está como
para hacerle un favor.

Al pronto, Calíguenes no dijo nada.
Después le preguntó:

—Y para ellas qué…

—Ah, eso tú sabrás. Tú eres
el entendido —sonrió de espaldas, que él no
podía verla.

XXXIX

Fue divisar la aeronave, y los cuaralinios comenzaron a
darse voces y hacer señas, indicándose con sus
palos, porque los animales se reunieran en el centro de la
manada. Sin duda pensaron que los que venían eran
compradores.

Las bestias, hostigadas, echaron a correr cerrando el
círculo hasta concluir en un reducido espacio. Los ocho
cuaralinios, a su alrededor, quedarían sobre sus monturas,
vigilantes.

Los animales eran enormes. Tan altos como cuatro
zirdalaix, tenían la cabeza pegada al cuerpo, y los ojos,
uno a cada lado, redondos y oscuros, no daban trazas de que se
movieran. Lo que serían las orejas, luengas y verticales,
se alzaban hacia arriba como dos tubos, y lo mismo las patas, que
eran igual de erguidas. Los jinetes los montaban en unas
reposaderas, como jaulas, que más que por su gusto
parecían ir presos.

Cerca de los bosques se dejaron caer una especie de
grandes pájaros, que planeaban a trechos mientras
corrían. Para ello, desplegaban en abanico desde la
cabeza, su única ala, lo que no les permitiría
girarse para observar, hasta estar parados. Su cuerpo era robusto
y redondo, y las patas largas y musculosas.

Nada más descubrirlos, los zirdalaix les dieron
voces y hacían aspavientos hacia allí porque se
fueran.

— ¡¡Eeeiii…!!
¡¡Eeeiii…!!

Las zancudas ni se inmutaron. Se sabían
más veloces, y su alimento no era otro que pequeños
animales y carroil. En nada competirían con ellos, y si
acaso los cuaralinios no los soportaban, era, porque a veces,
hasta allí llegaban planeando sobre sus lomos los ladrones
de ganado. Propiamente no eran cuatreros, sino algunos
esquilmados, que por circunstancias habían perdido todos
sus animales.

Todavía en el aire, los cinco venturosos miraban
por las ventanillas, mientras el vehículo efectuaba de su
cuenta las maniobras de aproximación. En aquel momento iba
hacia los pastizales con lentitud y a baja altura. Una gran
extensión de prados, contrastaba con los bosques gigantes
a sus orillas, y en uno de sus extremos se extendía una
laguna casi redonda. Más allá, un altozano cuajado
de matorrales, y otra vez los árboles.

— ¡Qué barbaridad!
—Exclamó Belaura—. ¿Qué se
supone que son, Xántriul?

—Te- refieres- a- ellos-, o- a- los-
animales-.

Si ella no se había fijado, ahora sí que
lo hizo. Los jinetes tenían la piel requemada por el sol,
y tan oscura como el chocolate, sus miembros eran largos y
huesudos y su cabeza ancha, lo mismo que los ojos y la boca. Nada
más verlos, le vino al pensamiento Scropbim; pero
dónde iba a parar, sus características ni
podían comparársele. De los jinetes pasó a
las monturas. Aquellas bestias eran tan altas como la aeronave, y
sus cuerpos anchos en extremo y muy voluminosos. Rabo no
tenían, o por lo menos, ella no se los había visto,
y su boca habría de cerrarse a la perfección pues
no se le notaba. Las sillas de los zirdalaix eran espaciosas, y
se aseguraban al animal sobre un entrante que éste
poseía entre los lomos.

Xántriul le explicó:

—Ellos- son- los- cuaralinios-, que- significa-,
los- primeros habitantes-. También- se- llaman- a-
sí- mismos- los- zirdalaix-, o sea-, los- zirdal-
independientes-. Nunca- quisieron- salir- de- sumedio- ni-
abandonaron- la- región-, y- aborrecen- la-
tecnología. Su- cultura– apenas ha variado- desde- la-
época- del- oscurantismo-, un- largo- periodo-, en- que-
la- civilización- vino- a- decaer- hastala- barbarie-. En-
cuanto- a- los- animales-, estos- son- los- búrgan-. Ya-
ves- como- son- de- dóciles-, aunque- no- muy-
agraciadosfísicamente-.

— Cómo se las apañan para comer con
esas patas y sin cuello — preguntó
Calíguenes.

—Esas patas pueden flexionarse bastante más
de lo que parece. Y bajo la cabeza llevan enrollada una larga
trompa, que sólo es visible cuando la utilizan.

La aeronave se posó ante la manada, y
Xántriul fue a parlamentar con uno de los jinetes. El
zirdalaix desde su altura, él desde abajo, hablaron a
gritos, y algún desencuentro habría, pues el
cuaralinio dio una estrechada sobre la montura y se
encogió de hombros. Acto seguido silbó, y
agitó el garrote en dirección a sus
compañeros. De inmediato las bestias se echaron a correr
como en una estampida.

Antes de dejar la nave, Calíguenes
preguntó al shim, por si acaso fuera su costumbre, si
habrían de bajar desnudos. Desde luego, que después
de su experiencia, a ellos ya, casi les daba lo mismo.

—No- es- lo- recomendable- -dijo Xántriul,
y al decirlo miró a la pfato.

Belaura no lo entendía. De estar solos,
qué más daba. Aparte de que había visto a
los jinetes tan desnudos, que no creyó que llevaran
vestimenta de ningún tipo. Aunque el negro de su piel
tampoco era para distinguírsela precisamente.

En cuanto bajaron, lo primero que les llamó la
atención fueron las zancudas. Desde lejos, las observaron
moverse y planear de un sitio a otro, que más
parecían jugar. Si estarían puestos en aquellas
faunas los humanos, que las creyeron planeadores, y el sitio en
donde estaban, un campo deportivo.

Por fin, la laguna. El tono verde azulado de sus aguas
les atraía, siquiera fuese por su desentono con el
paisaje. Salió el sol y el gran charco brilló,
reflectante, cual espejo redondo de colosales proporciones. A sus
orillas todos se desnudaron, incluso Uatrozur. Para qué
más protección si se metía en el agua. Y eso
fue precisamente lo que ella hizo. Los otros, con ganas de
zambullirse, la siguieron. Belaura se asoció con el shim,
y los dos nadaron laguna adentro. Los otros serían
más parcos. Pronto dieron por terminado el remojón,
para ir a descansar bajo las sombras. Al rato, ella y
Xántriul salían juntos. Sin detenerse, anduvieron
de seguido hasta los árboles. De allí a poco, y
como quien no quiere la cosa, se les vio desaparecer bosque
adentro.

Calíguenes encajó los dientes, y la rabia
lo atenazó sin poder evitarlo. Al cabo, se
distendía ante la visión de las shímpfatas,
que exultantes, yacían en abandono sobre la tierra. Sin
pensárselo mucho, se arrellanó con Uatrozur, tan
larga que ella era, y se alargó cuanto pudo hasta
cubrirla. La pfato se desgañitaba, gritando como una
posesa, y él que la poseía acabó por
obligarse de aquel motivo.

Axoncer se fue hacia el agua al primer escarcen, y ya
casi sin fuerzas por mantenerse a flote, vio como los otros se
sosegaban. Llegó hasta ellos y se dejó caer cuan
larga era bajo las sombras. Poco impedimento pondría,
cuando Calíguenes, esta vez contra ella, volvió a
la carga. Las dos compañeras, por la misma
enajenación, reposaron, que como tales quedaban tendidas,
anchas y largas sobre la tierra.

En aquel punto, los dos aventurados volvían de su
retiro. Belaura, extrañamente feliz, se cogió a
Calíguenes.

—Al final lo has conseguido -dijo
él.

—El qué.

—Yacer con Xántriul. No creas que no me
haya dado cuenta.

Pude observar como caminabais cogidos por la
cintura.

La mujer se estiró y anduvo callada un
trecho.

—Pues la verdad, no creo que a ti te importe
mucho. Vi como te abrazabas a esas dos, y no me pareció
que jugarais precisamente. Calíguenes torció el
gesto.

—Y que bien esté. Y todo sea por no
contravenimos. Ella entonces, se volvió.

— ¿Sabes? Ya no veo a esta gente como unos
extraños.

—Y sus descargas eléctricas qué.
¿Ya no te asustan?

Belaura quedó perpleja. Luego, entreabriendo los
brazos, y dijo:

—Qué descargas… ¿Lo dices, porque
has sentido las de Uatrozur tal vez, o por las de
Axoncer?

—A lo mejor.

XL

A partir de allí, sobrevolarían el
territorio en dirección a Dorul, la única ciudad
costera y quizá la más cosmopolita.

Desde arriba se divisaban algunas construcciones,
dispersas acá y allá sobre los campos, que
más daban la impresión de provisionales. Muy pocas
gozaban de accesos, y se erguían en posición
irregular, como dejadas caer en aquel punto; eso, si no es que
fueran prefabricadas. Más allá, verían a lo
lejos pequeñas aglomeraciones, para comprobar al
acercarse, que no eran sino ranchos o centros de
experimentación animal.

Volvieron a ver los búrgan y unas manadas de
animales bípedos, que en la distancia cualquiera los
catalogaría de antropomorfos. Sin embargo, se desplazaban
a gran velocidad, y sus miembros superiores eran extremadamente
cortos, lo mismo que la cabeza que también era
reducida.

Al fin divisaron la ciudad.Pasaban una larguísima
ría, y sobre ella apareció, lo que los humanos
creyeron, una especie de globo que centelleaba en millares de
reflejos.

— ¡Si parecen lentejuelas…!
—exclamó Calíguenes.

—Son- peces– voladores- —le aclaró
Axoncer—. Este- tiempo– esmuy- propicio- para-
ellos-.

La ciudad se extendía siguiendo la costa, amplia
y aplastada, que ninguno de sus edificios era más alto que
otro. Ningún dique flotante se adentraba en el mar, como
era lo corriente en las hacinadas ciudades de la Tierra.
Aquí si algo sobraba era espacio. Muchos vehículos
aparecían por el aire, y algunos estaban inmóviles
sobre las casas. Otros, suspendidos en las calles, se
unían a unas plataformas vinculadas a las construcciones.
Xántriul recabó de la esfera el pedestal de mando,
y maniobró, según la carta que le ofrecía.
El vehículo fue a posarse, bajando en vertical, sobre una
terraza, en el sitio justo que le dejaban otros voladores. Desde
allí se asomaron sobre la calle. El espacio de aceras y
calzada, se confundía, que todo era el mismo. Para
qué delimitarlos, si sólo había peatones.
Sí que se delimitaban por contra los soportales, por un
pequeño muro a ras de los edificios. Podían verse,
sin solución de continuidad, por toda la avenida, la cual
se alejaba describiendo unas amplísimas curvas. Si la
mayoría de las calles estaban desiertas, allí no
era el caso. Grupos de individuos, parados en mitad, forzaban la
circulación de los peatones, que hacían lo posible
por evitarlos. Dos zirdalaix llevaban tras sí unos
ejemplares de pequeños cuadrúpedos acorazados, que
olisqueaban a diestro y siniestro con sus finas trompas. Y en los
soportales, un grupo de niños se agolpaban en torno a una
mayor, cuentacuentos. Los cinco no verían el fin a la
avenida por más que la recorrieron. Antes bien, llegados a
cierta altura y a instancias de Xántriul, entraron en un
local. Por reponer fuerzas, les dijo. El establecimiento era de
planta elíptica, transparente al exterior, y unas terrazas
escalonadas subían de un lado hasta lo alto, para bajar
por el opuesto de igual manera, y confluir abajo. Cada una
albergaba una mesa y un asiento alrededor, y bajo aquella
sucesión de palcos tan singulares estaban las
únicas dependencias. Éstas, sin que por nada en
concreto se identificasen, sin duda que serían las
cocinas. Para qué más almacenes ni reservados con
aquellas mágicas esferas que se gastaban.El local estaba
vacío. Y ellos, por no pasarse ni quedar cortos, se
aposentaron a media altura. Al poco, abajo apareció una
joven zirdal, alta y huesuda, como correspondía, que
elevándose con una plataforma, saludó a
Xántriul, y por extensión a quienes lo
acompañaban. Acto seguido se fue, y al poco volvió
de nuevo para preguntarle si aquellos otros eran los
humanos.

Se aproximó a la pareja y dijo:

—Humanos- bienrecibidos-.

De cómo aprendiera a decir tal cosa la zirdal,
Calíguenes y Belaura no tenían ni idea, pero les
agradó escucharlo. A lo mejor, ella estuvo presente cuando
el encuentro y las connivencias. Lo raro era que hubiese llegado
hasta Dorul antes que ellos. Todo podía ser. E incluso que
se hubiera tomado la molestia de estudiar el idioma por
transmisiones.

La encargada sirvió a los shímpfatos
sendos tasajos de carne, acompañados de unos
insólitos frutos, que más parecían flores.
La pareja sin embargo, se conformó con meter los dedos en
la consabida máquina y que ésta les llenase del
condumio sus vasijas. Lo mismo ocurrió con la bebida. Los
unos llenaron los vasos de un líquido azul que
habían elegido, los otros obtuvieron el suyo de la misma
máquina, con sólo girar las coronas luminosas de
los agujeros. Terminado el refrigerio, Xántriul
sacó una especie de monedero que llevaba en el costado
bajo las ropas, y de él extrajo unas cuentas de colores,
aplastadas y no más grandes que una uña.
Combinó varias de ellas, que dejaría sobre la mesa,
y la zirdal estuvo conforme.

Otra vez se anduvieron la atestada avenida para la
vuelta. Tal vez, por la ciudad subterránea el recorrido
fuese más favorable. Por ella circularían libres de
la bulla de afuera y su calor húmedo. Mas

Uatrozur, quien más lo precisara, prefirió
los soportales de arriba.

No quiso complicar a todos en aquel laberinto. Y la
verdad, que ir por abajo era más aburrido.

Aquel edificio, en cuya terraza permanecía la
aeronave, no era uno de tantos, ni casa particular, sino
pública. Allí se ubicaba un centro de reserva, de
los de la urbe, que venía a ser, lo que se dice un
almacén de abastos. Por arriba del todo, el patio interior
se cubría de un tragaluz a nivel con la terraza. Lo
demás eran, grandes depósitos cilíndricos de
color blanco alrededor, que se ampliaban a todo el edificio. Uno
de aquellos volúmenes se constituía como acceso, y
era tan grande, que podía albergar con toda holgura, naves
de mediano tamaño. Los cinco foráneos subieron por
él y llegaron hasta el vehículo.

Xántriul aprovechó para ponerse al
día en sus meditaciones.

Tras aquel periodo de inactividad, habría de
volver de nuevo a sus estudios y a sus enseñanzas. Era
cierto que los alumnos no estaban allí, pero tampoco
tendrían porque estarlo. No por eso iba a descuidarse.
Cuando llegara la hora del reencuentro, serían ellos
mismos quienes le avisaran.

Esta vez no había problema en alejarse. La
colonia estaba allí de forma definitiva, y sus ciudades
eran demasiado extensas para pensar siquiera en un cambio de
emplazamiento.

No muy lejos de la partida, divisó una estrecha
nava a cuyos flancos fluían sendos arroyos. El cielo se
había nublado y el ambiente despintaba aplomado y
húmedo. La temperatura, idónea, ni era de notar, y
la luz tampoco le molestaba.

Llegado al sitio aquel, que mejor estimara, se
tumbó, abiertas las piernas, los brazos en ángulo y
los ojos mirando al cielo. No tardó mucho, en intuir la
provisionalidad de aquella atmósfera a punto de romper a
la mínima de cambio. Estaba seguro de que bastaría
un movimiento por ínfimo que fuera, para que rompiese.
Permanecía inmóvil, como temiendo influenciar en el
frágil equilibrio, cuando un pez volador, en su
frenético vuelo, cruzó por el aire ante sus
narices. Fue como la gota que desbordara el vaso. El
mágico equilibrio se rompió, vino el viento, y
comenzó a llover.

— ¡Maldito pajarraco! —Fue a decir el
shim—. Sólo un poco más y habría
concluido.

Dijo esto, aunque sabía que un pez volador no se
aventuraba de ser muy copiosa la lluvia. Pero para desbaratar su
estado de meditación era suficiente. Aguantó
imperturbable el calabobos, al tiempo que se desconcentraba. Al
rato, como la lluvia persistía, se puso en pie, y
avanzó luego con parsimonia hasta el vehículo.
Qué distinto el transporte esta vez, pues era holgado y
potente. Aquel mismo día lo recabó de las esferas,
buscando en la propia nave, que no pensaba encontrar una cosa
como aquella, tan a medida.

Una vez dentro, se tendió bajo el tragaluz,
confiando en que el material no dejase oír el golpeteo de
la lluvia. Y así fue. El suave murmullo, casi inaudible,
no lo importunaba. Antes bien, le ayudó en el
relax.

Ya volvía de sus introspecciones, cuando pudo
ver, tras la ventana a un cuaralinio. El intruso le hacía
señas de que saliese, y por la expresión de su cara
que no parecía muy contento.

Nada más salir descubrió al otro. No era
uno sino dos los zirdalaix. Para no ir desnudos tampoco era que
se excediesen, pues sólo se cubrían de un escueto
taparrabos. Su piel requemada y oscura, era brillante, como si
fuera ungida de algún aceite, y sobre el hombro, a ambos
se les descubría la temida arma: una especie de catapulta,
fija a la cintura por atrás, que accionaban por dos
correas. Sus proyectiles no eran otra cosa que guijarros, pero
toda una ristra de piedras salía disparada, y donde
ponían una las ponían todas.

Xántriul habló con ellos, pero no daban
muestras de entenderse. La conversación subió de
tono, hasta el punto, de que uno de los zirdalaix comenzó
a dar garrotazos sobre el fuselaje del vehículo. El shim
ante ellos, se quedó inmóvil y los miró a
los ojos. Qué verían en él los cuaralinios,
qué comenzaron a parpadear y a mirar en rededor medio
extraviados. Al tiempo movían las piernas, nerviosos, que
no sabían que hacer con ellas. Pero más les vagaba
moverse que estar quietos, por lo que concluyeron con salir
pitando. Y cuando lo hacían, esbozaron un tímido
adiós esgrimiendo sus garrotes.

Por lo visto, los dos airados iban tras quienes le
robaran tres de sus búrgan. Seguramente,
confundirían en la distancia el vehículo del shim
con una de las aves planeadoras de los cuatreros.

—De buena me he librado —vino a decir el
shim.

Bien sabía él, por referencias, que el
apedreamiento con las catapultas era de fatales
efectos.

Y tampoco es que hoy hubiera adelantado mucho en su
estado de éxtasis. Ni hubo premonición, ni
descubriría nada del obro mundo. Aunque bien mirado, desde
otro mundo se lo colocaban. Ni más ni menos se le
desveló, que Calíguenes emparentaba con su familia;
no con él, que no tenía arte ni parte. Al menos ya
estaba prevenido. No le vendría de sorpresa.

Regresaba para Dorul, cuando acertó a divisar los
búrgan. Los tres iban montados, seguro que de sus
captores. Muy lejos en la distancia, los pobres zirdalaix
corrían sudorosos, al límite ya de sus fuerzas.
Xántriul no se lo pensó, y se lanzaría en
vuelo rasante sobre los jinetes, lo que les obligó a
tirarse al suelo. De tal altura, el golpe no fue poco, y de
milagro se levantaron indemnes, para correr medio magullados
hasta la vegetación y hacia los cerros.

Los zirdalaix llegaron al fin y salieron en su
búsqueda. Xántriul no supo si lo
conseguirían o no, aunque era lo lógico que de
cansados, acabarían yéndose hacia los
búrgan, y más que nada por si acaso se les fueran.
Cuando estuvieron a la altura la aeronave, elevaron sus brazos
hacia ella e hicieron mil aspavientos con sus garrotes, dando
muestras de su gratitud. El shim sonrió.

XLI

Con todo, aquel mundo no dejaba de ser extraño.
Allí no había prisas ni estridencias, la
música era inexistente, y una tibia paz adormecía
sus calles. El pensamiento y la imagen eran su expresión,
la palabra un sustituto, y cualquier despropósito una
falacia. Sin duda que aquellos casi hermanos de evolución
primaban en el pensar, y habrían de ser buenos
filósofos. Y no en vano la filosofía llama al saber
y busca el conocimiento. Ella no es más que un viaje, del
que cada parada es otro inicio, y no por ir muy lejos aprovecha
más. Pero si los humanos querían alternar con
aquella gente, no les quedaba otra opción que ponerse a su
nivel, o al menos que los otros abrieran las puertas a su
cultura. Y recíprocamente, también ellos
tendrían este deber.

En cuanto Xántriul volvió,
Calíguenes se sintió interesado en la ciencia y el
pensamiento símpfatos y así se lo dijo. El shim,
dado su saber casi exclusivo en torno a la mente y sus
potencialidades, en lugar de embargarse en un largo discurso, que
por fuerza habría de ser tedioso e inexacto, le propuso ir
al Centro de las Ciencias, como el sitio más seguro de
recabar sus saberes.

Abandonaron la nave, dejando a sus anchas a las
compañeras, que no ardían en deseos de salir del
confortable refugio precisamente.

Ellos tomaron calle adelante, hasta doblar a otra poco
después, vacía de transeúntes.

— ¿Vosotros qué opinión
tenéis sobre la trascendencia? —dijo
Calíguenes.

— ¿Qué- quieres- decir- con- eso-?
No- sé- a- que- se- refiere- la-palabra-.

—Quiere decir, lo que trasciende, lo que va
más allá. Qué hay más allá de
nosotros.

—No- conozco- a- nadie- que- haya- pasado- por-
eso-.

—Pero alguna creencia tendréis. ¿No
te dice nada la palabra religión?

— ¿Religión-?

—Eso mismo. El re ligare, o volver a ligarse con
Dios, el Ser Supremo.

—Bueno-. Hablar- de- algo- así-, como- de-
todo- lo- intangible-, es- aventurado-. Nuestro- pueblo- ha-
tenido- y- tiene-, ciertascreencias-. La- mía-
particular-, se- debate– entre- la- ignorancia- yel- imposible-.
Ninguna- concreción- al- respecto- me- hace- serriguroso-.
He- experimentado- tantas- formas- de- huida- de-
mímente-…, y- jamás- logré- que- el- yo-
saliera- de- mí- mismo. Nunca- me- sentí- dentro-
de- nadie- por- muy- allegado- quefuese, aunque- sí- he-
podido- experimentar- sus- sentimientoscomo- propios-, con- la-
telepatía- Con- eso- digo-, que- si- mi- yono- puede-
salir- de- mí- mismo- por- más- que- yo- lo-
quiera-, cuánto- menos- una- vez- muerto- que- ya- nada-
podré- querer-.

—Entonces, tampoco admitirás el paso a un
mundo diferente, a otra dimensión.

—Nuestra- idea- de- la- existencia- pasa- por-
considerar-, sólode- forma- filosófica- o- por-
extrapolación- matemática-, laexistencia- de-
infinitos- universos-, donde- cualquier- estado-
ycomposición- es- posible-. Según- esto-, por-
fuerza- han- de- existirmuchos- de- esos- cosmos- en- nuestro-
estado- presente

Por- lamisma- razón-, cada- cual- de- nosotros-
estaremos- repetidos- enmuchos- de- ellos-, lo- que- no- quita-
que- no- tengamos- lasvivencias- de- nuestros- dobles- de-
allí-; de- lo- contrarioviviríamos- muchas- vidas-
a- la- vez-. Si- yo- muero-, mi- vivir- seinterrumpe-, y- no-
podré- seguir- viviendo- en- uno- de- esosdobles- como-
yo- mismo-, pues- he- dejado- de- ser-. De- otramanera-,
también- ellos- vivirían- en- mí-, y- es-
algo- de- lo- queyo- no- tengo- conciencia-, por- tanto- no- me-
resuelve- nada-.

—Cómo puede ser tal cosa. Infinitos
universos afectarían a éste de alguna manera. Por
ejemplo, nos llegaría tanta luz y radiación que
todo se volatilizaría. Por no hablar, de las fuerzas e
interacciones entre ilimitadas masas.

—Pero- no-. No- han- de- ser- por- fuerza-
universos- igualesa- éste-. Por- qué-
habrían- de- repetirse- de- esa- forma-. Porel-
contrario-, se- trataría- de- algo- azaroso-. Infinitas-
dimensionesy- posibilidades-, no- siempre- como- las- nuestras-.
Y- aunque- asífuese-, no- habría-
interacción– entre- esos- cosmos-. Cara- alexterior- se-
comportarían- como- inmensos- agujeros- negros- delos-
que- nada- escapa-. De- no- ser- de- esta- manera-,
tododevendría- a- un- único- universo– de-
universos-. Más- bien- será-, que- se- comporten-
como- islas- autónomas-, recicladas- en- símismas-
sin- final- alguno-. Ante- tal- desconexión-, el-
espaciotiempo- sólo- sería- coincidente- por- una-
casualidad-.

— ¿Qué te hace pensar en esos
términos.

—La- verdad- que- no- soy- yo-, los-
teóricos- son- otros-. Yosólo- lo- interpreto-.
¿Te- has- preguntado- alguna- vez-, por-
quétú-, y- precisamente- tú-, estás-
aquí- y- ahora-? ¿Que- con- unaposibilidad- tan-
remota- te- haya- tocado- a- ti-? ¿Qué- eres-
túante- el infinito-? Sin- embargo- de- no- haber-
límite- en- elnúmero- de- universos-,
necesariamente- cualquier- persona– esposible-, y- es- seguro-
que- se- repita-, antes-, ahora- y- después.

—Tal como lo dices…-reflexionó
él-. ¿Y más allá de esa existencia,
no puede haber otra? ¿Una, de la que venimos y adonde
vamos, o sea Dios?-De- todas- formas-, el paso- de- lo- tangible-
a- lo- espiritual-, no- es- constatable-. En- este- mundo- de-
materia-, el- espíritu- noparece- manifestarse–Qué
somos entonces. Qué nos anima. Por qué somos
conscientes. Cuál es el ente que siempre nos
acompaña y que nos hace pensar libres.

—La- verdad-, que- aquello- que- nos- anima- no-
es- diferentede- lo- que- anima- al- cosmos- en- su- conjunto-,
o- a- un- sercualquiera-. Pero- nosotros- somos- un- caso-
aparte-. Nuestramente-, es- un- hervidero- aleatorio- de-
reacciones- y- procesos– deinterconexión-, atemperados-
por- el- organismo-, que- la- influyen-, y- de- la- que- es-
influido-. Nuestra- consciencia-, un- punto- deencuentro-, y-
sólo- uno-, pues- de- haber- más- entrarían-
enconflicto-; un- individuo-, un- regidor-. Ni- más- ni-
menos- setrata- del- resultado- último- de- las- dichas-
reacciones-. Digamos-, la- que- está- de- moda– en- cada-
momento- por- ser- la- másfuerte-. No- es- sino- el- punto
en- candelero-. El- cúlmen- inestableque- va- pasando-,
aupado- de- las- conexiones- en- vigor-. Ciertoque- es- libre-,
como- lo- son- las- reacciones-, con- su-
probabilidadcaótico-cuántica-, que- pueden- tomar-
cualquier- camino- probable, si- se- las- deja- en- paz-, o- un-
camino- determinado- si- seinfluyen- por- el- rescoldo- de-
memoria-, presente- o- genético-, ylas- sensaciones-
externas-. Todo- este- errático- conglomerado- dael-
pensamiento-. Una- maravillosa- máquina-. A- mí-
forma- dever-, nada- de- otro- mundo- nos- anima.

Calíguenes, prendido de su discurso, al cabo
esbozaría un cómico gesto.

—Ni siquiera por la transmente…

Xántriul se sorprendió, y se echó a
reír

—Pobres- de- nosotros-, y- de- tan- pocos-
alcances-…

Él miró hacia el cielo.

—Pues la verdad, que yo no pierdo la esperanza.
Sería demasiado absurdo, que todo funcione tan bien, menos
para eso.

De pronto se toparon con la zirdal, la misma que les
atendiera con la comida rápida. Venía por los
soportales, e hizo un quiebro hacia ellos, que no parecía
que fuese intencionado. Tampoco les dirigió ningún
saludo, limitándose a mirarlos al pasar. Calíguenes
no se extrañaría por eso, nunca había visto
que aquella gente se saludara. Como máximo se miraban unos
a otros, y por aquel mirar se detenían o no y conversaban,
si era el caso. Por lo visto, ella regía el comedor en sus
ratos libres, siendo en realidad una empleada del Centro de
Informaciones. Nunca pensó Calíguenes que los
shímpfatos necesitasen toda una institución para
este menester, creía que para aquel cometido su
comunión mental les bastaba.

—Esto- no- es- lo- mismo-. Como- no- sea-
así-, nadie- manejacon- detalle- la- información
de- tres- mundos-: Shímpfatos-, el- Gemelo- y-
éste-. A- la- mayoría- tampoco- le- interesa-
enparticular- tanto- informe– -dijo Xántriul.

—Ya entiendo. Vuestra nación necesita una
red más amplia y unos apoyos
informáticos.

—Algo- así-. Estos- empleados- son- muy-
valiosos- y- personasaltamente- cualificadas-.

—Para el resto de administraciones también
necesitareis otros centros por el estilo.

—Bueno-. Nuestra- estructura– estatal- es- muy-
simple-. Sólotres- de- nuestras- actividades- requieren-
tanta- organización-.

— ¿Sólo tres…? Las nuestras sin
embargo son innumerables. Y el número de ministerios
aún se incrementa.

—Lo- cual- me- da- a- entender-, que- sois- un-
puebloconflictivo-, o- muy- perfeccionista-.

Las palabras de Xántriul dieron a
Calíguenes en que entender. No por ser acertadas, era
menos cierto que acaso el shim los consideraría un tanto
inmaduros.

—La verdad, que los humanos, ni somos
ángeles ni demonios. Somos partícipes de grandes
tinos y desatinos, y no creo que la vida sea un camino de rosas
en ningún sitio. Sólo una filosofía del
vivir permite una existencia grata. Lo peor es que no todo el
mundo la posee.

El shim lo escuchó con interés al tiempo
que lo miraba con sus nobles ojos de shímpfato. Por vez
primera Calíguenes vería en ellos un destello de
inquietud.

—Ese- camino- de- rosas- de- que- hablas-,
supongo- que- serefiera- a- un- devenir- siempre- dichoso-. Y-
no- creo- que- exista-. Sin- alternancia-, algo- como- la- vida-
carece- de- sentido-. Seríacomo- un- cuadro- uniforme-
monocolor- o- una- imagen- de- luz- ysin- sombras-. Nada-. Pero-
dentro- de- la- variabilidad-, éstapuede- que- sea-
más- acusada- o- menos-. ¿Cuál- es- la-
mejor-? Sinduda- la- que- no- se- tiene-. Por- ejemplo-, yo-, si-
algo- admiro- envosotros- es- eso- precisamente-.

—De todo quiere Dios un poco, no
—apostilló Calíguenes.

Al fin estuvieron ante un edificio cuya fachada se
alargaría a toda la calle quizá, de tan amplia.
Tenía un colosal acceso que más parecía
dividir la construcción en dos partes. A ambos lados,
sobre los muros, Calíguenes contemplaba con asombro sendos
escritos. La primera vez que veía las formas de escritura
de aquella gente. Se conformaba por grandes letras, unidas entre
sí de manera irregular, en posición y
número. Aquellos trazos eran tan simples como figuras
geométricas sencillas.

—Creía que no usabais la escritura. Hasta
ahora nunca la había visto.

—Y- tienes- razón-. Esto- que- ves- no- es-
másque- una- reliquia-. Aunque- no- lo- parezca-, en- ese-
escritoque- está- ahí-, se- resume- a- grandes-
rasgos- la- historia– denuestra- ciencia-.

Calíguenes quedó perplejo.

—Pues de qué se trata, ¿de
claves?

—No-. Si- te- fijas- bien-, verás- que-
cada- signo- está- trazadoa- base- de- otros-, estos- de-
otros- más-, y- así- sucesivamentehasta- no-
distinguirse- como- no- sea- con- el- microscopio-.

—Y por qué esa
complicación.

—En- cierto- modo- sigue- la- pauta- de- nuestra-
lengua-. Laspalabras- se- engloban- unas- en- otras- a- medida-
que- hablamos-. Tal- vez- aquí- se- exceda- un- poco-,
pero- fue- una- forma- eficazde- esoterismo-, ante- inexpertos-,
y- quienes- usaran- la- cienciapara- fines- impropios-. Por-
entonces- la- microvisión- no- era- deldominio-
común-. Te- estoy- hablando- de- milenios-
atrás-.

— ¿Qué interés tiene
ahora?

—El- de- un- testimonio-. Ya- no- podría-
resumirse- en- tanpoco- espacio- la- complejidad- de- la-
ciencia-. Esto- es- lo- quepuede- leerse-:LOS CONOCIMIENTOS DE
NUESTRO PUEBLO, CONSTITUYEN UNA APORTACIÓN CONTINUADA DE
SUS HIJOS, DESDE LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN. QUE TODOS
LOS SABERES VALGAN POR IGUAL A NUESTROS DESCENDIENTES EN SU
EVOLUTIVA PROGRESIÓN Y EN EL GOCE DE SUS BENEFICIOS…
Desde el descubrimiento del fuego a los primeros instrumentos.
Desde la superación de los meros instintos a la conducta
racional, nuestro pueblo ha persistido en su privativa
visión del mundo a lo largo de los tiempos, y el devenir
de la cultura y de la ciencia que ahora nos asisten, no ha estado
exenta de vicisitudes y fracasos… Estos son los logros
científicos que a lo largo y ancho de nuestra historia
han…

El Centro de las Ciencias más parecía un
museo. La cantidad de artilugios que albergaba y las exposiciones
en imágenes a lo largo y ancho de su laberinto de paredes,
eran todo un compendio de imaginación y formas nuevas.
Mucho tiempo les llevaría recorrer de pasada tan amplio
recinto. Y eso, porque lo hicieron en unos desplazadores con la
forma de un tonel, que más parecían asomados a un
púlpito en movimiento.

Al fin entraron a un salón de estructura redonda
absolutamente. Varias personas se sentaban junto a las curvas
paredes sobre sillones, y en el centro había una especie
de cono hasta media altura de color negro.

— ¡Cuánta cosa se encierra en este
sitio! -dijo Calíguenes.

—Pues- lo- que- has- podido- observar- no- es-
mucho-, comparado- con- lo- que- contienen- las- esferas- de-
confinamiento-. ¿A- ti- qué- te- ha- llamado- la-
atención- más- que- nada-?

—Por supuesto que los vehículos. Me
interesa mucho su modo de impulsión y el por qué de
sus formas.

—Esta- vez- sí- que- podré-
contestarte-. Sólo- tengo- querecabar- con- la-
transmente- en- los- archivos-.

No fue difícil para el shim entrar en trance. Y
además, lo hizo mientras conversaba, como si allí
el recogimiento fuese seguro de antemano. Y no era poco el que ya
tenían.

XLII

Preguntado del por qué de aquellas formas en las
aeronaves, siempre curvadas y sin más planos de
sustentación que ellas mismas, el shim pareció
concentrarse, y explicó a Calíguenes, que
sólo era por un mejor aprovechamiento de los campos de
fuerza que generaban. ¿Y por qué su maquinaria o
sus impulsores, no estaban a la vista ni se hacían notar
por ningún sitio? A ello Xántriul le
contestó, que eran las propias paredes las que los
contenían.

—En- realidad- nuestras- naves- no- vuelan-,
permanecen ingrávidas-, y- se- deslizan- con- un-
mínimo- impulso-. Dichoimpulso- se- genera-, y- recabo-
textualmente-, "por- medio- de- susgeneradores- y- reactores- de-
partículas-. Éstos- crean- un- campo-, que- viene-
a- ser- de- naturaleza– variable- según- los-
usos-".

—Y el grosor de las paredes es suficiente para
albergar todo eso… —cuestionó
Calíguenes.

—Así- es- . Las- máquinas- no- son-
muy- aparatosas- porqueno- precisan- altas- potencias-… Lo-
comprometido- es- sin- dudaconseguir- la- ingravidez-, o- un-
cierto- grado- de- ésta- sólo- parael-
vehículo- en- sí-. Los- viajeros- por- su- parte-,
han- de- seguiren- su- peso- habitual-, independientemente- del-
campogravitatorió-. Ello- se- consigue- diferenciando-
entre- las- personasy- su- base- de- estancia-, de- lo- que- es-
la- aeronave- en- sí-".

—Y cuál es el proceso exacto, para esa,
digamos, desgravitación. Pues yo no conozco ninguno.
—Xántriul se echó a reír.

-Si- te- digo- la- verdad- yo- tampoco-. Y- no-
acabaría- deentenderlo-, por- mucho- que- me- lo-
explicasen-. Pero- conestos- apuntes- que- tengo- ante-
mí-… -Xántriul cerró los ojos y se
reconcentró-: "El- vacío- como- tal- no- existe-.
Por- todo- elUniverso- pululan- como- en- un- hervidero-
ingentes- cantidadesde- pequeñísimas-
partículas-. Hay- un- campo- particular- quelo- impregna-
todo-, y- que- lleva- en- sí- ciertos- tipos- de-
taleselementos-. Éstos- son- tan- sutiles- que- traspasan-
limpiamente- lamateria-. Todo- cuerpo- inmerso- en- este- campo-,
y- debido- a- él-, genera- su- masa-; desde- el-
más- grande- al- más- pequeño-. Sólo-
hay- que- contrarrestarlo- de alguna- forma-, en- lo- que-
elvehículo- lo- ocupa-, para- alcanzar- su-
ingravidez".

-Sí, no es mala idea. Y cómo hacer tal
cosa. Pues nada tiene de trivial.

—Como- decís- vosotros-, del- dicho- al-
hecho- hay- un- trecho-. Pero- supongo – que- los- humanos- no-
andaréis- pregonandovuestros- más- preciados-
tesoros-. Menos-, cuando- lacomplejidad- de- ciertos- hallazgos-,
no- los- hace- comprensiblespara- la- mayoría-. Y- por-
tanto- poco- o- nada- les- aprovecha-.

-Eso que has dicho, nosotros lo expresamos de una forma
lapidaria: No echéis perlas a los cerdos no sea que se
revuelvan y os devoren.

Xántriul puso cara de
extrañado.

-Lo- de- perlas- y- cerdos-, vendrá- a- ser-
como- tesoros- eignorantes-, no-.

-No exactamente -dijo él enarcando una sonrisa-
Si bien una perla puede ser un tesoro, también significa
algo limpio o bienintencionado. En cuanto a cerdo, aparte de un
animal, puede ser alguien sucio y torpe.

—Mal- me- lo- pintas-, Calíguenes-. No-
creo- que- los- artefactos que- nos- ocupan-, sean- como- esas-
perlas- que- me- dices-, puesno- son- otra- cosa- que-
útiles- o instrumentos-. No- más- limpioso- mejor-
intencionados- que- un- hacha- de- piedra- o unoszapatos-. Y-
por- supuesto- que- yo- no- te- considero- a- ti- ni- alresto-
de- los- humanos- como -a- esos- cerdos- o- animales-,
pormás- que- de- todo- haya- como- es- lógico-. S-i
los- humanossentís- la- inquietud- y- la- necesidad- de-
adquirir- losconocimientos-, no- dudo- que- no-
encontraréis- obstáculo- pornuestra- parte- para-
algo- tan- meritorio-. Si- estos- temas- teatraen- sólo-
habrás- de- solicitarlos-, por- los- cauces- sinceros- y-
eficientes- de -nuestra- ciencia-, y- quedarás-
complacido-.

—Tampoco exageres. Mi interés
científico se circunscribe a mi condición de
navegante. Lo que exceda de ahí, sólo es curiosidad
y cierta vocación de pionero. Pero seguro, que aun de este
lugar, recabes si tú quieres, también la letra
pequeña.

—Desde luego, que para técnicas de esa
envergadura será necesaria mucha energía. Para
nosotros, dominar las partículas elementales es
conflictivo y nada económico. Aparte de que aún no
hayamos logrado dominar esos campos.

—En- eso- te- equivocas-. No- sé- cual-
será- el- consumo– denuestros- reactores-. Pero- no-
será- gran- cosa-, cuando- nunca- hevisto- que- se-
reabastezca- ninguno-. Más- me- inclino- a- pensar-, que-
toda- su- provisión- la- obtengan- del- medio- que- les-
rodea-.

Por satisfacer su curiosidad, Xántriul lo
llevó luego fuera de allí, hasta unos hangares, en
donde se recomponían varios vehículos.
Amplísimos fuselajes colgaban del techo por piezas, todos
ellos de formas ovaladas o redondas. De pie sobre el suelo
había unos módulos de color blanco, muy estrechos,
y alabeados, que seguro encajaban a la perfección con los
fuselajes. Tampoco es que Calíguenes, a la vista de un
artificio como aquel, se sorprendiera mucho. Más grandes y
aparatosos los veía a diario. Lo que más le chocaba
sin duda, era su simplicidad y aquellos módulos, que
según dijo Xántriul eran los reactores.

La impresión de Calíguenes y su sorpresa
no pasaron desapercibidas para el shim.

—Antes- de- que- lo- preguntes- yo- te- lo- digo-:
no- tengo- niidea- de- lo- que- guardan- en- su- interior-. En-
realidad- no- creoque- nadie- lo- sepa- a- ciencia- cierta-.
Unos- dicen-, que- songeneradores- de- energía-
materia-antimateria-. Otros-, de- iones- ode- partículas-,
y- generadores- de- campo-, eléctrico- y-
magnético-, o de- otros- tipos-. Yo- creo- que- de- todo-
habrá-. Según- lostécnicos-, van- montados-
por- módulos-, que- se- fabricanen- lugares- distintos-,
e- independientes- entre- sí-. Ningúninvestigador-
los- conoce- todos-, sino- el- suyo- y- su- forma- deensamblaje-
con- los- demás-. Una- vez- montados; el- conjunto-
sesella-. Y- si- se- abren- se- inutilizan-.

Pues vaya unas esperanzas las de los .humanos, para
hacerse con tales conocimientos. Pero si aquella empresa, por las
trazas más se atenía a los manejos de un
monopolio

—Creo- que- sé- lo- que- estás-
pensando- -dijo el shim-. Siestas- tecnologías- no-
están- al- alcance- de- todos-, sólo- es- debidoa-
su- peligrosidad-. Lo- mismo- que- son- de- útiles-
pueden- serde- catastróficas-. No- se- juega- con- fuego-,
sino- con- fuerzassupremas-, y- pese- a- su- engañosa-
simplicidad-, se- trata- de- algomuy- complejo-. Ahí-
radica- su- inconveniente-: un- fallo- nosignifica- nada-, un-
enfoque- equivocado-, un- desastre.

XLIII

Reposaban tras la comida, cuando Oxisos llegó
hasta ellos. Nunca imaginó Xántriul que su amigo se
prodigara hasta aquel punto. Era verdad, que el asentamiento a
que ahora pertenecía se hallaba en la colonia. Sin
embargo, por lo distante de Dorul, venir a donde ellos estaban no
era un paseo precisamente. Aparte de eso, él sabía
que los cinco estaban a punto de marcharse. Fue todo un riesgo el
que corrió de no encontrarlos. A no ser que su visita a la
ciudad más obedeciera a otras cuestiones.

Oxisos subió a la terraza, y comenzó a
golpear la puerta de acceso de la aeronave. Con lo fácil
que hubiera sido transmitirles su presencia. Calíguenes se
sobresaltó al oír aquellos golpes, creyendo que
tenían su origen en un fallo de los dispositivos. No
obstante, los tres shímpfatos seguían indolentes,
como lo estaban en su prolongado reposo. Belaura miró a
Calíguenes interrogante.

— ¡Oye Xántriul…! ¡¿Y
esos golpes?! —dijo él.

El shim se enderezó en su diván con
parsimonia y se puso en pie.

—Llaman- a- la- puerta- —dijo.

Xántriul abrió.

Oxisos se introdujo agachándose, y tan doblado
que no sabía donde meter sus rodillas, lo miró cara
a cara, y lo mismo hizo con los demás. Luego
recorrió con los ojos la estancia.

Al ver la estatura del recién llegado,
Calíguenes no pudo callarse.

—Qué tal el tiempo por ahí
arriba.

Inopinadamente el shim contestó:

—Noarriba-. Bienaquí

Belaura no pudo reprimirse y soltó una carcajada.
Calíguenes en cambio se quedó
patidifuso.

Como era lo razonable, Xántriul le
hablaría en la lengua símpfata:

— ¿Cómo es que has
venido?

— ¿Que por qué he venido? Porque
tenía ganas de verte. Y también a tus
compañeras.

— ¿Sólo por eso?

— ¿Te parece poco? De paso aprovecho para
conocerlos a ellos. Pues estos son los humanos,
verdad.

Oxisos trabajaba en las excavaciones, justo al
límite de la región con los cuaralinios. Desde que
éstas comenzaron, tiempo atrás, muchas veces
había ofrecido sus servicios para aquella causa. Ahora ya
formaba parte de la plantilla con todas las de la ley, pues no en
vano alcanzara el nivel supremo en sus estudios.

Ni corto ni perezoso, se sentó en medio de todos,
y se sacó las botas.

—Ya que pensáis iros, de paso quizá
os guste acompañarme a las excavaciones.

— ¿Qué ha dicho, Xántriul?
—preguntó Calíguenes.

—Que- podemos- ir- con- él- a- las-
excavaciones-.

—Excavaciones de qué.

Algo entendió Oxisos de lo que decía, pues
repuso:

—Descubrimiento- antiguo-.

—La verdad que yo, antes que nada, hubiese querido
contactar con vuestros administradores. Por plantearles alguna
iniciativa con respecto a mi gente.

—Tal- cosa- no- será- necesaria-.
Nuestros-representantes- ya se- encargan- de- eso-
—contestó el shim.

— ¿Ellos- en- urgencia-?—dijo
Oxisos.

—No- es- eso- amigo-. Puede- que- crean- estar-
abandonados-. Calíguenes sonrió.

—Qué le va lo uno a lo otro… Si por eso
fuera, nosotros sabemos arreglárnoslas muy
bien.

—Nada- arreglarnos-, bientodo-.

Las shímpfatas, expectantes, escuchaban con
interés, aunque más que eso parecían
ansiosas por entrar en el discurso. Al final la ocasión
pintaba, y en un lapso Axoncer se destapó:

— ¿Por- qué- te- fuiste-, Oxisos-?
¿No- estabas- bien- con nosotros-?

Él miró hacia los humanos. Ante ellos no
estaría bien que hablara en lengua
extraña.

—Si bien-. Futuro- aquí-.

— ¿Ni- siquiera-
tienes-contigo-a-Lorarse?

—No-. Ella- con- mundo- Gemelo-.

—Y- para- cuándo- aquí-.

—Ya- poco-.

La ruta que ambas naves emprendían, se apartaba
con mucho de la que ellos habían de seguir de abandonar la
colonia. Era la franja de los subterráneos, como la
llamaban, el punto de destino a dónde Oxisos los
requería. Más o menos, era equidistante en
perpendicular con la supuesta línea para el regreso de los
cinco y la ciudad de Dorul. En este espacio intermedio, se
extendía una dilatada llanura que llegaba por el este
hasta la costa.

Finalizado el recorrido, las dos aeronaves se posaron en
el lugar aquel, que no era diferente del entorno, ni presentaba
peculiaridad alguna; ni una construcción, ni un camino, ni
nada que lo distinguiese.

Oxisos bajó de su transporte y los otros fueron
tras él. El antropólogo echó a andar y todos
lo siguieron, hasta que de pronto, se encontraron al borde de un
socavón, tan amplio y profundo como sorprendente. Al fondo
se veían unas entradas, como de cuevas, y un camino
sinuoso iba pendiente abajo hasta su base. Allí el verdor
desbordaba, y en mitad fluía un riachuelo, que iba y
venía de aquel lugar por una garganta. Tras aquello,
retornaron hasta los vehículos, por recabar unos
transportes más aparentes; uno para Xántriul y su
amigo, otro para las shímpfatas, y un tercero que
ocuparían los humanos.

A medida que bajaban pudieron descubrir cuán
grandes eran aquellas bocas. Y ya se disponían para
entrar, cuando de una de las cuevas, salieron varios cuaralinios,
al igual que otros, que lo harían por el río desde
la angostura. Los zirdalaix, sin más aviso ni amenaza,
comenzaron a lanzar piedras con sus catapultas, que Belaura y
Calíguenes no pensaron que saldrían de aquella.
Pero más parecía, como si todos los proyectiles se
desviasen hacia Xántriul y Oxisos, hasta el punto, que de
tales golpes su vehículo cayó a tierra, y se
paró. Los dos infortunados corrieron hacia una de las
bocas por donde el aparato con las shímpfatas se
había colado.

Calíguenes, ante aquel desmán,
maniobró frente a los agresores, lanzándose hacia
ellos todo derecho. Del primer envite, los cuaralinios no
quedarían muy persuadidos, y el piloto levantó el
vuelo y volvió a lanzarse.

— ¡Calíguenes! ¡Por Dios!
¡Que nos estrellamos!

— ¡Descuida, que no les daré ese
gusto!

Esta vez, los cuaralinios, que se vieran atrapados, se
escabulleron, y en su carrera se les vio pugnar a su paso por la
angostura, tan aprisa que caían tropezados unos con
otros.

Los dos en su artefacto, la pareja se internó
tras los shímpfatos, que encontrarían al poco
acurrucados en el vehículo con las compañeras, con
más miedo que vergüenza. Los cuatro se asomaban por
el tragaluz, tan apretados que ni podían
revolverse.

— ¡Mejor será que uno se venga con
nosotros! —gritó Calíguenes.

Ellos ni se estremecieron.

— ¡No- compliques- las- cosas-, que- peor-
que- estar- apretadosserá- salir- de- esta- apretura-!
—contestó Xántriul.

Ante un laberinto de galerías como aquel, los dos
pensaron, que no sería otra cosa que una antigua
explotación minera. Tal vez por eso, los zirdalaix la
guardaban con tanto celo. Sin embargo, aquella opinión no
acababa de convencerles. Eran unas prospecciones demasiado
espaciosas y muy bien distribuidas.

Volaron sin inconveniente por un amplio
cañón, las luces encendidas a tope ante la falta de
luz. Mas a poco que lo hicieron, no precisaban más para
entenderlo. A un lado y a otro aparecían sucesivas
construcciones, que no eran sino casas pegadas a los flancos de
la excavación, como si cada galería fuese una
calle. Lo que aún quedaba en pie, no eran sino ruinas
destronadas y sucias, y por el centro, unos raíles
oxidados, que escasamente se adivinaban. Ante aquello, no
cabía otra conjetura. Era una población
subterránea.

XLIV

Las construcciones iban siendo cada vez más
sólidas y ya no era tan evidente su deterioro.

Más adentro, el largo túnel estaba
revestido de mampostería, y así continuó,
hasta que los aparatos llegaron a un ensanche, tan espacioso como
una catedral. Abocaban a él varias galerías, y por
su bóveda, una singular abertura dejaba ver el cielo. Todo
alrededor, las paredes se cegaban de mastodónticas
máquinas y raros artilugios, tan extraños como
descompuestos. Ante aquellos derroches de metal, recomidos por el
orín y enmohecidos, ¿quién
barruntaría como funcionaban o cual era su uso? Todo el
cruce se cubría de montones de tierra y utillajes de todo
tipo. Pese a todo había algo aún más
sorprendente: varias filas de cuerpos momificados, y con
extrañas formas. Cuanto más los miraban más
raros les parecían. A saber qué eran; si personas,
animales, o una combinación de ambos.

—A mí estas cosas no me entusiasman mucho,
eh. Ve tú. —dijo Belaura.

Calíguenes se apeó y fue hacia los
otros.

Xántriul y Oxisos, a duras penas lograron
librarse del aprieto en que venían, y pusieron pie a
tierra.

— ¿Qué es todo esto?
-preguntó Calíguenes señalando hacia las
momias.

—Parte- de- las- excavaciones- — dijo
Xántriul.

Pues menuda extrañeza la de él. El shim
dijo aquello como si tal cosa. ¿Acaso aquellas raras
criaturas existirían aún?

— ¿Y esos seres, de dónde provienen?
No serán antepasados vuestros…

—Pues- no- —dijo Xántriul con
sequedad-. O- puede- que- sí. Nadie- lo- sabe-. Es- de-
lo- que- se- trata-.

—Historia- perdida- —dijo Oxisos.

—Poblaciones- subterráneas- como-
ésta-, las- hay- en- muchossitios-. Era- la- única-
forma- que- tenían- de- protegerse- delmedio- exterior-
por- aquel- entonces-. Y- quisieron- conseguir- lomismo- por-
otras- vías-. Aquí- se- realizaron- experiencias-
que -nofueron- muy- afortunadas-.

—De tipo genético, supongo.

—Entre- otras- -dijo Xántriul.

—Y seguro los cuaralinios los padecerían en
sus propias carnes. Nunca mejor dicho.

—Algo-así-.

—Tiempos- difíciles- —saltó
Oxisos.

Al otro extremo de aquel maremagnun, aparecieron los
entendidos que a todas luces compartían la labor con el
antropólogo, pues éste se fue hasta ellos seguido
de Xántriul. Calíguenes, indeciso, quedó
parado en mitad y optó por irse con su
compañera.

—Menuda invitación la de ese Oxisos
—dijo Belaura.

—Pues eso. Mucho interés tendrá para
ellos, pero a nosotros lo único que nos reporta es
confusión y sorpresa.

—Y mira ellas… Tan panchas. No hacen sino hablar
y hablar, contemplando esta aberración como el que mira un
paisaje.

En la intimidad de la cabina los dos se abrazaron, y
casi les era más ventajoso que no cada cual contra los
laterales, en la estrechura de su asiento.

— ¿Sabes? Volveré a ser
padre.

—Por qué dices eso. Es que te has notado
alguna disfunción. ¿No estás
bien?

—No es eso. Quiero decirte, que después que
nazca nuestro hijo, seré padre de nuevo.

-Hasta ahí estamos. Si no pasa nada, me
imagino.

—No te enteras, eh -dijo él medio
enfadado-. Uatrozur y Axoncer están
embarazadas.

Belaura enrojeció y apretó los
puños. Se soltó de él con
violencia.

— ¡Maldita sea! ¡Mejor que te lo
hubieras callado, traidor! — Hubo una pausa—.
¿Y ahora qué…? ¡Dime!

—Pues nada.

— ¿Nada? ¿Así, tan
sencillo…? Podías habérmelo dicho por lo
menos.

—Eso es lo que hago, no. Antes no lo sabía.
Pero si prefieres que no te lo diga…

Los ojos de Belaura se humedecieron.

—A buenas horas… Lo mejor sería que no lo
hubieses hecho.

— ¿Y qué querías que yo
hiciera?

—Pues nada, estarte quietecito.

Calíguenes miró al exterior por un
instante, y se volvió hacia ella.

—Como tú hiciste, claro.

—No es lo mismo, yo ya estaba embarazada…
¿Pero cómo has sabido tal cosa? No me digas que
ellas… Otra vez no, eh.

—Pues claro que no. Xántriul me lo
dijo.

La mujer se había eclipsado, puestos los ojos en
el otro vehículo y en las shímpfatas, cuyas cabezas
se veían al trasluz de la cabina.

— ¿Y cómo él lo ha sabido tan
pronto…?

—Él sabrá. Pero mejor que haya sido
así. Y al menos tampoco parece que le ofenda.

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