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El despegue cultural de la isla de Cuba (1762-1834) (página 2)




Enviado por Ramón Guerra Díaz



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En 1763 llega a Cuba como Capitán General Ambrosio Funes Villalpando, conde de Ricla acompañado de Alejandro O"Reilly, impector general del ejército; ellos inician la organización y reforma de las defensas de La Habana: le continúan en la Capitanía General de Cuba, Antonio Mª Bucarelli (1769-1771) y Felipe de Fondesviela, marqués de la Torre (1771-1777), "un típico gobernador ilustrado atento a las cuestiones urbanísticas y culturales"[1].

Continúa un período convulso de guerra contra Inglaterra que beneficia a los comerciantes de la isla por sus vínculos con los aliados de España y el hecho de ser La Habana la principal base para la reconquista de las Luissiana y la Florida.

En 1790 comenzó en Cuba el gobierno de Luis de las Casas (1790-1796), notable representante del Despotismo Ilustrado y activa figura que supo vincularse al grupo habanero culto y acaudalado, encabezado por el abogado Francisco de Arango y Parreño, verdadero líder del grupo criollo que conformó la política económica de la isla durante el período. Junto a él es nombrado José Pablo Valiente, Intendente de Haciendas, la mano ejecutiva de las autoridades coloniales.

Ambos, Don Luís de las Casas y Valiente fueron incondicionales ejecutores de los intereses de la oligarquía azucarera habanera, pagados por esta que los hicieron socios de sus negocios[2]y por esta razón ponderados por este grupo social como los "mejores gobernantes coloniales que pasaron por la isla", créditos que aún repite la historiografía cubana.

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La oligarquía criolla fue cobrando una gran fuerza económica a lo largo del siglo XVIII, que la lleva a fines del mismo a iniciar un momento de liderazgo, no solo económico, sino cultural y político en los asuntos que tuvieran que ver con Cuba.

El Capitán General Luis de las Casas desarrolló una inteligente política administrativa apoyado por el gobierno central. Escuchó el criterio de los criollos en materia de desarrollo económico de la isla, quitó trabas jurídicas que dificultaban el comercio, alentó la trata de esclavos africanos, base de la plantación capitalista y apoyó todas aquellas medidas que se le propusieron para modernizar el país y la sociedad. Fue la mano ejecutora de los proyectos de la oligarquía criolla que inició un período de auge, como nunca había alcanzado.

La década del noventa del siglo XVIII venía precedida de una serie de acontecimientos políticos y sociales muy importantes: la insurrección y liberación de las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica (1783), la Revolución Francesa contra la monarquía (1789) y el inicio de la Revolución antiesclavista de Haití (1791). Fundamentalmente esta última por la repercusión que en la economía de la isla tuvo la destrucción de la rica colonia de Saint-Domingue por las dotaciones de esclavo en lucha por su emancipación. Habían destruido las prósperas plantaciones que abastecían a Europa de azúcar, café y otros productos tropicales, creando un desabastecimiento de estos productos en el mercado mundial y la subida de precios.

Esta coyuntura hizo que los hacendados criollos y las autoridades españolas vieran la posibilidad de convertir a Cuba en un rico estado, si se aprovechaban las circunstancias, se aumentaba la producción y se creaban las condiciones para aligerar las barreras del monopolio comerciales que imponía España y alcanzaban la libre trata de esclavos, base económica de las grandes plantaciones.

Lograr estos objetivos fue el empeño de Francisco de Arango y Parreño, Apoderado del Ayuntamiento de La Habana quien rindió un brillante informe sobre el futuro económico de Cuba en un documento conocido como: "Discurso sobre la Agricultura y los medios de fomentarla"(1791), presentado en el momento en que los precios del azúcar subía tras la Revolución de Haití, lo que hizo posible que el Rey de España concediera el libre comercio de esclavo(24/nov./1791), la primera y más necesaria aspiración de la oligarquía de la isla.

La libertad comercial, otro reclamo de los ricos criollos, recibió la oposición de los comerciantes monopolistas de Cádiz con poderosos intereses también entre la oligarquía habanera y tuvo que esperar.

La invasión de España por Napoleón Bonaparte (1808) y el inicio de la guerra de liberación en la propia España, provoca el debilitamiento de los vínculos metrópoli colonia en Hispanoamérica, lo que da lugar al inicio del proceso independentista en el continente.

Ante los hechos consumados la burguesía criolla da un paso audaz con relación a los sucesos que ocurren en España, Francisco de Arango y Parreño, el líder de aquel influyente grupo y el más alto exponente del pensamiento burgués en la América española, presenta en julio de 1808 ante el Ayuntamiento Habanero, un proyecto para constituir una Junta Tuitiva[3]de los derechos del monarca depuesto y de gobierno local independiente, hasta tanto se restableciera la monarquía en la península ibérica.

Tan audaz fue la propuesta que los elementos más conservadores de la colonia, los poderosos comerciantes, refaccionarios e intermediarios se oponen y frustran el intento de los más liberales liderados por Arango, que tiene que replegarse y dar marcha atrás a su propuesta[4]

Esta actitud anticipa lo que ocurrirá meses después en el resto de las colonias española en América, que fueron creando Juntas de Gobiernos y declarándose posteriormente independientes, mientras los hacendados criollos permanecieron fieles a la Corona, temerosos de una posible sublevación de la enorme masa de esclavos africanos que sostenían la producción y se convirtieron en sólidos aliados de la Monarquía tanto en el proceso de reconquista en América, como en el de sometimiento a la burguesía liberal en España.

Los hacendados criollos habían conformado un influyente grupo de presión en Madrid que ayudó mucho en el apoyo de sus intereses económicos y que explica cómo entre 1790 y 1819 lograran del gobierno monárquico de Fernando VII la aprobación de un conjunto de instituciones sociales, jurídicas y políticas que garantizara el amplio ámbito ejecutivo del que gozaron[5]

La economía criolla de Cuba dependía ya totalmente de la mano de obra esclava y en medio de la crisis revolucionaria del momento consolidó un poder económico en manos de los oligarcas criollos que fue decisivo en la restauración de la monarquía en la península y del afianzamiento del estatus colonial en Cuba.

La proclamación de la Constitución Liberal de Cádiz en 1812 enfrentó a los conservadores y ricos criollos con los liberales de España, al intentar estos abolir la esclavitud y mantener los privilegios de los comerciantes gaditanos, por lo que la restauración de Fernando VII fue apoyada por la influyente oligarquía criolla de la isla que alcanzó durante su reinado una mayor participación en el gobierno de la colonia y una marcada influencia en la política del rey con respecto a Cuba.

Arango y Parreño fue designado Consejero de Indias (1816), nombramiento con rango ministerial, en tanto se le concedieron a los criollos las principales demandas pedidas: desestanco del tabaco (1817), libertad de comercio (1818), ratificación de la propiedad de la tierra (1819) y fomento de la emigración blanca.

Durante el reinado de Fernando VII los Capitanes Generales nombrados se guiaron por las necesidades de los hacendados y cogobernaron con los Intendentes de Haciendas, administradores de la economía de la Isla, entre los que sobresalieron el propio Arango y Parreño, Alejandro Ramírez y Claudio Pinillo, Conde de Villanueva, impulsores de grandes reformas modernizadoras en el país.

En poco menos de seis décadas la oligarquía criolla consolida un poder que se traduce en su incorporación a la clase de hijodalgo comprando títulos y convirtiéndose en la más numerosa nobleza de cualquier provincia española, prueba de ello son los 43 títulos de Castilla, 17 Grandes Cruces, 77 Caballeros de Isabel la Católica y Carlos III, 7 Consejeros Honorarios, 11 Oidores, 6 Secretarios del Rey, 14 Intendentes, 17 Auditores, etc.[6]

La muerte del rey Fernando VII y la llegada del capitán General Miguel Tacón y Rosique, cambió las relaciones entre la oligarquía criolla y el poder colonial.

En lo económico durante este período se consolida el sistema económico de plantación esclavista como pilar principal de la estructura económica del capitalismo colonial dependiente desarrollado por la oligarquía criolla con la mano de obra esclava como base para su desarrollo y grandes ganancias[7]

La plantación típica era en este período una empresa capitalista agrícola-industrial, cuya base era la mano de obra esclava, destinada a producir para el mercado mundial. La parte agrícola la componían unas 90 caballerías de tierra, unas 50 de ellas dedicadas a caña de azúcar y el resto a servicios propios de la producción y mantenimiento de la mano de obras esclava. La parte industrial era el ingenio donde se elaboraba el azúcar y contaba con una dotación de unos 400 esclavos africanos promedio, destinados a hacer funcionar ese complejo productivo. Había una pequeña fuerza de trabajadores libres que incluye a los técnicos, mayorales, administrador, contador, etc.[8]

En este empeño fundacional de las grandes plantaciones azucareras en el occidente de Cuba jugó un importante rol la emigración franco-haitiana, desalojada por la revolución antiesclavista de la vecina isla y que se asentó en buena parte del territorio oriental, en las regiones de Guantánamo y Santiago de Cuba y en el occidente de la isla, donde su capital económico y su pericia tecnológica impulsó el desarrollo azucarero en la isla. Técnicos franceses fomentaron los grandes ingenios del valle de Güines, introdujeron el trapiche de agua perfeccionado, los trapiches horizontales, los nuevos sistemas de transmisión de fuerza para los trapiches y muchas otras innovaciones que revolucionaron la fabricación de azúcar en la isla[9]

En medio de este auge económico se produce la abolición de la esclavitud en Inglaterra y sus colonias, lo que determinó una fuerte presión política de los ingleses sobre las autoridades españolas para que hicieran lo mismo en sus colonias. Ya conocemos de la reacción contraria de la oligarquía criolla ante el intento de los liberales españoles por abolir la esclavitud, por lo que finalmente se firma el tratado anglo-español (23/sep/1817) que fija el fin del comercio negrero para el 30 de junio de 1820.

La medida incentivó el comercio de esclavo en la isla ante la perspectiva de la abolición de la trata y entre 1816 y 1820 se introdujeron en la isla 111 014[10]esclavos, en su mayoría traídos por compañías negreras de la isla que ya copaban el negocio de la venta de esclavos.

Con la entrada en vigor del tratado aboliendo la trata de esclavos, comienza un triste capítulo de continuidad de la misma con la anuencia de las autoridades españolas, el enriquecimiento de los "negreros"[11]. Según fuentes confiables entre 1820 y 1860 fueron introducidos en Cuba de contrabando entre 356 mil y 375 mil esclavos.[12]

En este período se produjo un cambio de consecuencia capital para la historia de Cuba: el predominio de los Estados Unidos en el comercio cubano, desplazando a España como metrópoli económica de la isla.

La independencia de las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica y la creación de los Estados Unidos como nación, provocó que los ingleses cerraran sus colonias caribeñas al mercado norteamericano lo que determinó que esa nación buscara y encontrara en Cuba un destino comercial para sus producción y un proveedor de mercancías tropicales para la nación norteña, esto unido a la libertad comercial practicada por los productores y comerciantes de la isla desde fines del siglo XVIII, a pesar de que su autorización oficial se produjo en 1818, benefició a los Estados Unidos y a la oligarquía criolla y peninsular de la isla que junto a las autoridades coloniales obtuvieron grandes ganancias en este comercio bilateral.

Ya en 1826 las importaciones de la isla desde España ascendían a 2 858 793 pesos y la exportaciones a 1 992 629 pesos. Ese mismo año la colonia de Cuba importaba de los Estados Unidos 7 658 759 pesos y exportaba 6 132 432 pesos[13]a partir de este momento esta situación de dependencia económica de los Estados Unidos se fue profundizando.

El impacto de la esclavitud masiva

El desarrollo de la plantación esclavista en Cuba provoca como primera consecuencia el arribo a la isla de una avalancha de esclavos africanos a partir de 1762, cuando los ingleses introdujeron en La Habana alrededor de diez mil "piezas de ébano" en los pocos meses que ocuparon la capital de la colonia.

"Como resultado de ello, si en 1774, durante el primer censo de población, en Cuba fueron registrados 44 300 esclavos, ya en 1792 la cifra ascendió a 84 400, en 1804 a 138 000 (75 000 hombres y 63 000 mujeres)"[14]

En 1792 se creó en La Habana la Nueva Compañía de Comercio, primordialmente de capital criollo, que tenía por finalidad recibir los esclavos en consignación y revenderlos a los hacendados.

La vertiginosa entrada de mano de obra esclava africana estimuló un rápido crecimiento de la economía de plantación en el occidente de la isla y la rápida reducción porcentual de la población blanca y libre[15]

Durante poco más de dos siglos, desde la conquista hasta la ocupación inglesa de La Habana, arribaron a Cuba, legalmente unos sesenta mil esclavos aproximadamente. A partir de esa fecha la mano de obra esclava se convierte en la base de la riqueza de la oligarquía criolla y sus aliados, y la arribada de estos seres humanos, legal o de contrabando, inunda el mercado y provoca un desequilibrio demográfico en la isla.

El salto más espectacular en la importación de esclavos se produce se produce entre 1790 y 1820 al ser traído de forma legal 236 599 africanos, casi cuatro veces más que todos los arribantes en el primer período colonial, sin contar con los esclavos traídos de contrabando.

Pese a los malos tratos y la despiadada explotación de las plantaciones, la población de color en la isla, pasó de un 43, 6 % en 1762 a un 54,5 % en 1811, lo que atemorizó a las clases dominantes en el país. En 1820 Cuba tenía una población de 627 238 habitantes de ellos el 55 % era de color, un 40 % esclavos y un 15 % libres[16]

El negro está presente en la población de la isla desde la conquista, su asimilación gradual y equilibrada con el resto de los componentes étnicos, forma parte de la identidad del criollo. Incluso un minoritario grupo de "gente de color" se perfila a principios de este período como una pequeña burguesía con base en algunos oficios, el comercio minorista, los servicios y algunas esferas artísticas.

Este estrato social asimila la cultura predominante en la colonia y al igual que la oligarquía criolla procura hacer méritos a los ojos de las autoridades coloniales, formando parte en los batallones de milicias de color, donde son premiados con grados de oficiales y condecoraciones por estos servicios.

Con el desarrollo plantacionista de este período se consolida una pequeña burguesía de color cuyo número no era despreciable y que fue mirada siempre con desconfianza por las élites de la sociedad colonial.

El conocimiento de un oficio artesanal y la demanda en el mercado de su trabajo especializado, hizo que el negro cubano ocupase un sitio vital en el seno de la economía: la sociedad no puede prescindir de él y por tanto se produce su integración a ella sobre la base de su utilidad e insustituibilidad"[17]

El incremento desmesurado de la mano de obra esclava prejuició a la población blanca con respecto al trabajo manual dando lugar a un agudo fenómeno de vagancia[18]

El esclavo fue la principal fuente de trabajo en 1825, de un total de 140 mil dedicados al cultivo de exportación, 66 mil laboraban en las plantaciones azucareras y de los 260 mil esclavos existentes en la isla para esa fecha, 73 mil (28%) vivían y trabajaban en áreas urbanas[19]

A partir de la masiva y forzosa llegada de esta población africana y pese a las prohibiciones de las autoridades civiles y eclesiásticas, su acervo cultural llegó con ellos y encontró acomodo en la cultura popular del país, en un proceso de aculturación con las otras formas culturales presentes en el mismo.

El africano desarrolla en difíciles condiciones su cultura, a veces de forma encubierta, otra de forma abierta. Sus creencias sobreviven en los barracones y cabildos; en su forma original o sincretizados. Su religiosidad, su música, la tradición oral y otras formas de su cultura, enriqueció el tronco común de la cultura de esta tierra.

A Cuba fueron traído de forma forzada personas de más de cien étnias africanas, predominando los yorubas, bantúes, carabalíes y ararás, de ellos los dos primeros grupos son los de más fuerte arraigo cultural en Cuba.

Los yorubas proceden de la costa occidental de Nigeria, a su llegada a la isla encontraron en la cultura popular predominante una mezcla religiosa que iba del cristianismo más ortodoxo hasta el animismo.

Será la estructura jerarquizada y piramidal de la religión cristiana, con un Dios supremo y deidades inferiores (santos), la que asimilaron para encubrir en un proceso de sincretismo religioso de rápido y fuerte aceptación en las clases populares. En un período relativamente corto crearon un culto sincrético de doble identidad (Regla de Ocha o Santería), que es un ejemplo de cultura de resistencia, al sobrevivir al conquistador, conquistándolo.

Los principales orichas del panteón yoruba, encontraron un equivalente en el santoral cristiano. Changó(Santa Bárbara), oricha de la virilidad; Yemayá(Virgen de Regla), señora del mar; Ochún(Virgen de la Caridad del Cobre), la fertilidad y el amor, son sus atributos; Obatalá( Virgen de las Mercedes), señor de la sabiduría; Babalú Ayé(San Lázaro), señor de la salud y las curaciones y Ogún(Santiago Apóstol), dueño del monte y del trabajo, entre otros muchos, los más conocidos y arraigados en la cultura popular del país.

La difusión que ha tenido la santería en Cuba parte de esta época cuando comenzó a desarrollarse no solo entre los esclavos, sino también entre la población de color y la blanca de origen humilde, teniendo en la región occidental su mayor arraigo con una expansión rápida y sostenida al resto del país.

La étnia bantú o congos fue también de mucha importancia en la conformación de la cultura popular de Cuba. Traídos en la Gran Avalancha de principios del siglo XIX, conforman un grupo humano disperso en diversos reinos o tribus en la cuenca del río Congo, de ellos los más importantes llegados al país fueron los mayombes, loangos, angolas y balubas.

La cultura de estos grupos giraba alrededor de un sistema religioso animista, que atribuye poderes a los elementos naturales personificados en el bosque, los árboles, los animales, fenómenos naturales, etc. Por esta razón no les fue difícil mantener sus cultos durante la esclavitud, en constante sincretismo con otros étnias africanas y con el catolicismo.

Por centrar sus ritos en los palos del monte, se les reconoció en Cuba como "Paleros", extendiéndose de forma similar a la santería pero sin alcanzar su popularidad.

Yorubas y Bantues aportaron elementos religiosos que refundidos con el catolicismo oficial dieron lugar a los cultos sincréticos que se arraigaron en la cultura popular cubana.

Otra institución de origen africano fueron los Cabildos de Nación, que existen en la isla desde el siglo XVI con la autorización de los funcionarios coloniales. Su finalidad es proteger y conservar la cultura de un grupo étnico, costumbres, ritos, e instrumentos, modificados en el nuevo contexto. Formaban parte de ellos los individuos de una misma étnia, en cofradías de cooperación y ayuda mutua que con el tiempo asimilaron a descendientes de otros grupos africanos minoritarios.

En Cuba, principalmente en la región occidental, surgieron Cabildos congos, lucumíes, arará, y la Secta Abakúa. Esta última secreta, cerrada y con membresía masculina, pero con objetivos similares a los cabildos.

El Cabildo de Nación era presidido por un Rey o una Reina, un Rey suplente, un abanderado, el Mayor de Plaza, el Mayordomo, el Tesorero y la Corte. Ellos dirigían las festividades, desarrolladas los domingos en la mañana, de 10 a 12 del día y en la tarde de 3 a 8 de la noche, bajo la constante vigilancia de las autoridades y los amos.

La festividad más importante de los Cabildo de Nación y que en el siglo XIX se convirtió en la más significativa fiesta popular del país, fue el Día de Reyes, celebrado el 6 de enero. Esta festividad cristiana se celebraba en Cuba desde la Conquista, pero su esplendor se da en ese siglo por la incorporación masiva de los negros. Ese día salían a las calles y plazas, ataviados con sus trajes típicos o imitando al blanco, llevando estandarte y atributos, al son de la música. Era una festividad que los esclavistas permitieron pero que nunca entendieron.

La masiva estrada de esclavos africanos fue un suceso determinante para la conformación del etno nacional a partir de que la presencia de esta raza de origen y culturas múltiples se integra al proceso de transculturación cultural que Fernando Ortiz reconoce como el modo creativo y formativo de toda cultura mestiza.

La Sociedad Patriótica de la Habana

Esta institución fue muy propia del reinado de los primeros monarcas Borbones en España y de su política de "despotismo ilustrado" caracterizado por la máxima de "todo para el pueblo pero sin el pueblo". Las primeras Sociedades de Amigos del País se fundaron en la península y agruparon en su membresía a destacados científicos, intelectuales, políticos y ricos miembros de la sociedad española. Tenía como objetivo principal ayudar a resolver los problemas fundamentales de la comunidad en la que eran fundadas, tanto en la esfera de lo económico como de lo social y cultural, incluyendo la educación y la salubridad, temas en los que hicieron importantes aportes para la solución y adelanto de ciudades y regiones.

Las Sociedades Económicas pretendían ser las impulsoras de las medidas pragmáticas que emprendía el gobierno de la monarquía española para modernizar el país y ponerlo a la par de los más adelantados de su tiempo.

La primera de estas instituciones que surgió en Cuba se funda en la ciudad de Santiago de Cuba el 13 de septiembre de 1787, apoyada por las autoridades y con la membresía de sesenta notables figuras de la región oriental. Su labor aunque valiosa, no pudo ir más allá de los cinco años debido al pobre desarrollo y poco poder económico de la burguesía criolla de esta parte del país. Aunque tuvo un segundo momento de gestión a partir de 1825.

"Las primeras sesiones de la Sociedad Patriótica se celebraban en el seminario San Basilio, y fue la educación una de sus mayores preocupaciones al punto de promover la erección de un aula financiada por sus miembros" [20]

En 1791, veintisiete influyentes habaneros firmaron una petición a la Corona para que se fundara en La Habana una sociedad económica tal y como ya se habían constituido en la península, recibieron de inmediato el apoyo del Capitán General Luís de las Casas y algunos meses después se recibe el Real Decreto de Carlos IV de 6 de junio de 1792, autorizando la creación de la Real Sociedad Patriótica de La Havana[21]instalada el 9 de enero de 1793 y apoyada por la oligarquía criolla que se sirvió de ella como vehículo de transformación del occidente del país.

Esta institución contaba con las Secciones de Ciencias, Economía, Agricultura, Comercio e Industria Popular y Hermosura de Pueblos. En 1816 creó la sección de Educación y en 1830 la Comisión Permanente de Literatura, ese mismo año se reúne por vez primera la Sección de Historia, fundada en 1794.

El primer Presidente Honorario y Socio Protector de la Sociedad fue el propio Capitán General Luís de las Casas, auspiciador durante sus seis años de gobierno de todo aquello que contribuyera al mejoramiento y desarrollo de La Habana.

La membresía de la institución se componía de los más relevantes miembros de la sociedad habanera, encabezados por Francisco de Arango y Parreño, abogado y economista, líder del grupo de los ilustrados criollos; Tomás Romay, médico, investigador y escritor; José Agustín Caballero, sacerdote, maestro, reformador de la enseñanza; Luís Peñalver, arzobispo de Guatemala, quien fuera su primer presidente; Félix Fernández Veranes, sacerdote, orador sagrado y publicista; José María y Nicolás Calvo, estudiosos y emprendedores de reformas; Antonio Robredo, fundador de la primera biblioteca pública de la isla, Francisco Joseph Basabe, Juan Manuel 0'Farrill, Ignacio Montalvo y Albulodi, primer Conde de Casa Montalvo, José Arango y Castillo y Diego de la Barrera, entre otros.

Es importante destacar la labor de los clérigos en la Sociedad Patriótica, hecho que es consecuente con la identificación de los mismos con la causa de la aristocracia criolla, de la que muchos de ellos formaban parte. Junto a la figura de Luís Peñalver, su primer director y el presbítero José Agustín Caballero, se unen las figuras de Félix Varela, Juan Bernardo O´Gavan y el obispo Espada quien fue director de la institución durante ocho años y otros clérigos que en su conjunto sumaron la cifra de 22 en los dos primeros años de trabajo activo por el desarrollo de la sociedad colonial[22]

La Sociedad Patriótica de La Habana se propuso dar solución a los problemas que afectaban al desarrollo de la industria, la agricultura y el comercio, apoyando cuantas reformas e iniciativas se presentan para mejorar estos sectores económicos.

En lo cultural, jugó un papel muy activo al fundar la primera biblioteca pública, preocuparse por la educación general y en particular de las mujeres, impeccionar el estado de la enseñanza primaria, fomentar la enseñanza de la química y de la economía política; crear la Academia de Música Santa Cecilia, la de Pintura y Dibujo San Alejandro y de escuelas primarias; fundar el Jardín Botánico y patrocinar proyectos de investigaciones científicas y prácticas.

A partir del año 1813 la Sociedad Patriótica de La Habana crea "Diputaciones Económicas" en varias villas del interior de la isla con el fin de ayudarlas a resolver diversos problemas dentro de sus comunidades que le permitieran progresar acorde con los tiempos. Las primeras de estas diputaciones fueron en Puerto Príncipe (1813), Trinidad (1827) y Santa Clara (1829), posteriormente se crearon otras.

Desde 1793 y hasta mediados del siglo XIX, la Sociedad Económica de Amigos del País fue la institución más influyente de la colonia, impulsora del programa de desarrollo de la burguesía criolla. Era una organización de carácter privado, sostenida por las donaciones de los ricos socios habaneros.

La pérdida de influencia de esta institución dentro de la sociedad colonial va aparejada al estancamiento y decadencia de la poderosa oligarquía criolla, que a lo largo del siglo XIX va perdiendo su preponderancia política en la toma de decisiones políticas y al entrar en crisis el sistema de plantación pierde también su poder económico.

Otra importantísima institución criolla del período lo fue el Real Consulado de agricultura, Industria y Comercio fundado en 1795 por el Capitán General Luís de las Casas a instancias de Arango y Parreño, quien fue nombrado su primer síndico. Esta institución fue el mecanismo dinamizador de los cambios que requerían los ricos hacendados criollos de occidente tales como el desestanco del tabaco, la libertad de comercio y los estudios sobre las riquezas del país, mejora de vías de comunicación y el estudio e introducción de nuevos cultivos que resultaren productivos en estas tierras.

Surgido al amparo del Real Reglamento de Libre comercio (1778) de España los consulados jugaron un papel muy influyente en las colonias americanas al convertirse "no sólo en instituciones dedicadas a la defensa de los intereses corporativos y al fomento general de la producción en su área de influencia, sino también en centros de producción de literatura económica y (de impulso a la) enseñanza técnica a partir de la creación de numerosas escuelas de matemáticas, dibujo y náutica, entre las especialidades más frecuentes."[23]

El pensamiento político y filosófico del período

Los grandes cambios que se producen en el país desde finales del siglo XVIII tienen necesariamente que influir en el desarrollo del pensamiento político y filosófico de Cuba, prácticamente inexistente durante los primeros siglos de colonización.

El primero en rebelarse contra el dogmatismo escolástico y la rigidez de la ideología predominante fue le presbítero José Agustín Caballero (1762-1825), criollo formado en la isla en medio de la cultura inquieta del "Siglo de las Luces" y primero en expresar un pensamiento liberal en la sociedad habanera.

Como profesor del Seminario San Carlos introdujo cambios en la enseñanza de la filosofía, enfrentándose a los anquilosados dogmas de la escolástica aristotélica, superada en Europa, pero vigente en el sistema de enseñanza de la isla dominado por la Iglesia.

En 1797 el presbítero Caballero rebate en las clases de filosofía la rutina, combatiendo la enseñanza memorística al tiempo que introducía las novedosas ideas de Descartes y los materialistas ingleses a través de un texto redactado por el mismo, Filosofía electiva, escrito en latín y que es el primer tratado de filosofía escrito en Cuba[24]Todo eso sin renunciar a los dogmas de la fe cristiana.

En su obra el padre Caballero sitúa a Dios como creador de la naturaleza, la que a su vez es el objeto de estudio de la filosofía, por lo que el estudio de esta debía llevar al conocimiento de Dios. Esta armonización entre Dios y la filosofía lo llevó a la defensa del estudio de las ciencias experimentales y de la naturaleza y con ello la modernización de concepciones que permitieran los avances que se producían en la isla.

Fue uno de los primeros animadores de los cambios que se producían en el país, miembro destacado de la Sociedad Patriótica habanera, propagador de ideas en el "Papel Periódico" y precursor de la política reformista en la isla.

Resumiendo los valores intelectuales y éticos de este precursor del pensamiento cubano, José Martí escribe, "(…) el sublime Caballero, padre de los pobres y de nuestra filosofía, había declarado, más por consejo de su mente que por el ejemplo de los enciclopedistas, campo propio y cimiento de la ciencia del mundo el estudio de las leyes naturales (…)[25]

En 1811 aprovechando la convocatoria a las Cortes de Cádiz escribe un proyecto de reformas para el gobierno colonial en Cuba que en pocos artículos proponía la creación de un Consejo provincial que colaboraría con el Capitán General en la administración de la colonia, tanto en lo político como en lo económico y la administración pública. Tendría veinte miembros y no podría funcionar sin la presencia al menos de doce de ellos como mínimo, en tanto que el Capitán General tendría que contar con el Consejo para las decisiones fundamentales, lo que de hecho limitaba sus facultades absolutas.

El proyecto no aspira a la separación de Cuba de España, sino al reconocimiento jurídico de la sociedad de la isla. En la práctica este proyecto nunca fue presentado a las Cortes.

La figura más influyente y representativa de la burguesía criolla en estos años fue el abogado habanero Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), estadista de primera línea que supo conducir los asuntos e intereses de su clase ante las Cortes y el Rey, convirtiéndose en el vocero de los hacendados y alcanzando importantes concesiones de la Corona para esta clase.

Nombrado Apoderado del Ayuntamiento de La Habana (15/julio/1788) ante las Cortes, Arango y Parreño declaró: "Toda la atención del Apoderado debe ocuparse y fomentar la felicidad de su patria. Con este solo principio consultará sus ideas y por él dirigirá sus apoderaciones"[26]

De esta forma se condujo al aprovechar la situación política internacional para proponerle al Rey Fernando VII una serie de medidas tendientes a convertir a Cuba en la colonia más próspera del mundo. En su "Discurso sobre la agricultura en La Habana y medios de fomentarla" (1791), expone las causas del atraso económico de la isla y las medidas para aprovechar el momento y ocupar los mercados de productos tropicales vacantes desde la Revolución de Haití.

Arango propició cambios prácticos para el país, dando a conocer adelantos industriales y agrícolas que había visto en otros países, además de otras ideas que había visto en otras partes y que consideró beneficiosa para la isla.

Defendió la esclavitud como insustituible base de la economía azucarera, combatiendo más adelante la trata por ser un negocio que iba en contra de los intereses de los productores criollos. En sus escritos de los últimos años hizo críticas veladas al sistema de esclavitud, aunque nunca la combatió por considerarla un "mal necesario".

Sostuvo que era una necesidad futura la desaparición de la raza negra de la nación cubana, no por la expulsión de estas personas sino por las mezclas raciales con la población de origen europeo.

En cuanto al status del país, fue partidario de reformas que dieran una mayor participación política al criollo en los asuntos internos pero no fue partidario de la independencia por la escasa población de la isla y sus extensas y desguarnecidas costas.

Al terminar su extensa y fructífera carrera como Apoderado del Ayuntamiento de La Habana escribe: "Esta ha sido mi profesión de fe; defender con todo vigor los derechos de la isla y sostener al mismo su unión con la madre patria"[27]

En sus escritos están las ideas más novedosas de la nueva ciencia económica que conoció en sus viajes a las colonias inglesa del Caribe y de los Estados Unidos; fue el introductor principal de los grandes cambios en la economía de la colonia, de la Revolución Industrial, el sistema de plantación y la masiva introducción de esclavos africanos para su uso intensivo en la producción, conocía a conciencia sus riesgos y ganancias, pero lideró a la oligarquía criolla en las transformaciones económicas y sociales que revolucionaron la isla y los hicieron la oligarquía más rica y poderosa de América Latina.

Como pensador político fue una figura de transición en la que se expresa el pensamiento de la doble nacionalidad (cubano-española). Su vida está ligada al desarrollo económico y social del país, durante más de tres décadas ocupa importantes cargos en el Real Consulado de Agricultura y Comercio y la Sociedad Patriótica. Pese a sus grandes méritos se negó a aceptar títulos nobiliarios, pese a los reiterados ofrecimientos para los mismos.

En 1802 llega a Cuba el Obispo Espada[28]a encargarse de la mitra del obispado de La Habana, hombre de ideas liberales y de formación ilustrada se incorpora con su influencia y entusiasmo a la tarea reformadora emprendida por los criollos. "Durante su obispado llevó a cabo una labor social, humanista, cultural, religiosa y política, tan vasta y multifacético que lo sitúa en el centro del proceso de formación de nuestra nacionalidad. Su obra mayor estuvo vinculada al amplio movimiento intelectual que superó la escolástica y forjó los cimientos de nuestra cultura"[29]

Aunque fue un hombre de la ilustración no fue un incondicional de la oligarquía criolla con la que tuvo serios enfrentamiento por sus ideas liberales en diversos asuntos del reordenamiento social de la colonia. Por estas ideas Espada obtuvo el apoyo de la clase media criolla, de inquietudes liberales y aliada de la oligarquía criolla en temas medulares, pero más radical en cuanto al tema de la política colonial, Félix Varela fue su representante más sobresaliente.

A principios del siglo XIX se consolida en el Seminario San Carlos una tendencia reformadora en el pensamiento filosófico. Estas reformas se caracterizan por la incorporación y conocimiento de nuevas materia científica al currículo de estudio (química, física, botánica, anatomía, economía política, etc.), desplazando el interés de los estudios de lo religioso a lo filosófico, sin abandonar del todo lo primero; se produce la introducción de la filosofía moderna mediante el estudio de la obra de seguidores españoles y americanos de los principales filósofos de la modernidad(Bacón Locke, Descartes) y manteniendo una parte importante del pensamiento escolástico y teológico, sin pretender terminar con la influencia del pensamiento aristotélico.

El padre Félix Varela (1787-1853) es el introductor de la filosofía moderna en Cuba, desde su Cátedra del Seminario San Carlos, infunde una mayor radicalidad al reformismo filosófico del siglo decimonónico. Su llegada a la cátedra (1811) apoyado por el obispo Espada, significó un importante cambio en la enseñanza de esta asignatura y a la educación en general: eliminó la escolástica como sistema de enseñanza, sustituyó el método irreflexivo de memorización por el explicativo; cambió el latín por el español para la enseñanza y otras novedades que revolucionaron el pensamiento filosófico en Cuba.

En Varela se mezclan los postulados idealistas con los materialistas, compartiendo por igual ideas de sensualismo materialista y el nominalismo escolástico. Sostiene que los conocimientos los adquiere el hombre por medio de los sentidos, con la particularidad de que primero se conoce la cosa concreta, que los conceptos generales, que no son independientes en su existencia, sino abstracciones lógicas.

En cuanto a la relación entre el alma y el cuerpo, Varela resuelve de modo materialista la cuestión, al plantear que las funciones vitales del organismo no dependen no dependen del alma, sino de las funciones del organismo vivo.

Considera que no existe relación entre la teoría científica de la psiquis y la doctrina religiosa del alma. Varela reconoce la existencia de Dios y estima superflua toda discusión sobre el tema.

"Félix Varela fue el primero en pensar la filosofía a partir de la realidad cubana, pensando en Cuba"[30]

En teoría social es idealista considerando que la vida pública se desenvuelve de acuerdo a los deseos y aspiraciones de algunos hombres. Defendió la teoría del derecho natural, pero mezclado con algunas consideraciones religiosas.

En 1820 al restaurarse la Constitución Española de 1812 la isla se ve envuelta en los acontecimientos provocados por esta creciente liberal en la península. Por presiones de la burguesía criolla el obispo Espada abre la Cátedra de Constitución en el Seminario San Carlos (1821), para enseñar en el país el derecho constitucional burgués, y fue nombrado para explicarla el más destacado y joven de los profesores del Seminario, Félix Varela, la mente más clara y liberal del país en esa época.

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La Constitución liberal española explicada por Varela derivó en un movimiento ideológico a pesar del poco tiempo de su vigencia. Era un status novedoso para Cuba y el efecto de su enseñanza a pesar de su moderación, estaba muy lejos de ser conservadora. Sus conferencias fueron muy seguidas por la intelectualidad habanera fundamentalmente los jóvenes, convirtiéndose en un acontecimiento cultural y político al que acudía mucho público, que abarrotaba el recinto donde se impartía.

Al ser electo Varela diputado a Cortes, la cátedra quedó a cargo de Nicolás Escobedo (1795-1840) quien continuó la línea de Varela basándose en un texto escrito por este, "Observaciones sobre la Constitución Política de la Monarquía Española" (1821)

Félix Varela, definido por José de la Luz y Caballero como quien "(…) nos enseñó en pensar primero"[31], avivó los intereses políticos y filosóficos de la burguesía criolla, influyendo de manera determinante en los primeros momentos formativos de la conciencia nacional.

Desde su cátedra Varela enseñó las ideas del individualismo burgués, donde lo principal es asegurar los derechos humanos. No eran ideas nuevas en Cuba, pues desde 1818 las enseñaba Justo Vélez en su cátedra de economía del Seminario San Carlos.

En las Cortes, Varela continuó su tendencia liberal y reformista que lo lleva a presentar un proyecto de Estatuto Autonómico para Cuba (1823), que levantó desconfianza entre muchos diputados y fue secundado por muy pocos.

En ese estatuto se critica el mando arbitrario de los Capitanes Generales a quien se pretende mantener a raya con su "Proyecto de Instrucción para el Gobierno Económico y Político de las Provincias de Ultramar" (1823), en el que pormenoriza las funciones y obligaciones de los ayuntamientos, los alcaldes, las diputaciones provinciales y los jefes políticos.

Con la caída del gobierno liberal se disolvieron las Cortes y fueron condenados a muerte los diputados que votaron la incapacidad del rey, entre ellos Félix Varela.

Varela pasó a vivir a los Estados Unidos y en 1824 comienza a publicar su periódico "El Habanero", en cuyo primer número escribe el artículo, "Consideraciones sobre el estado actual de la isla de Cuba" donde aparecen por primera vez sus ideas independentistas. En otros números del periódico la idea de la independencia va madurando, declarándose partidario de que la obtención de la misma sea por el esfuerzo de los cubanos.

La influencia del pensamiento de Varela en la sociedad cubana disminuye, no solo por su alejamiento de la isla, sino por su rápida radicalización hacia posiciones independentistas que lo adelanten a su tiempo histórico y a los intereses de los ricos criollos, la clase más politizada en el país.

Otra figura que marca parta en el pensamiento de la sociedad criolla fue José Antonio Saco (1757-1879), hombre de espíritu liberal y práctico, discípulo de Varela y formado en medio de los cambios que se están produciendo en el país.

El se da cuenta de los problemas que aquejan al país y comienza un profuso trabajo de divulgación y crítica desde la prensa habanera. No tenía compromiso con ninguna tendencia política, ni ocupó cargos oficiales, considerándose él mismo un hombre libre, sin la obligación de moderar lenguaje, lo que junto a sus consideraciones de defender los intereses de la isla, le ganó poderosos enemigos.

Para José Antonio Saco, la existencia de la nacionalidad cubana era un hecho y reconocía su deber de servirla y agradecerla. Sus ideas eran en esencia separatistas, aunque creyó impracticable la independencia por la sujeción que tenía el país a la esclavitud como base de su economía y a los poderosos intereses extranjeros que ambicionaban apoderarse de ella.

Su reconocimiento público como vocero de la burguesía y la intelectualidad criolla le llega a partir de 1829 a partir de una polémica que sostiene con el científico español Ramón de la Sagra, en defensa del poeta cubano José María Heredia.

En sus ensayos maneja con profusión cifras y datos como apoyo a sus argumentos, maneja bien la prosa, sobre todo al exponer y argumentar sus razones, lo que lo hace un polemista temido.

En 1830 escribe su conocido ensayo, "Memoria sobre la vagancia en la Isla de Cuba", premiada por la Sociedad Patriótica. En ella aborda los males provocados en el país por la extensión de la esclavitud, la aberración del trabajo como forma de progreso humano y la extensión del juego, el vicio más extendido en Cuba, desbaratando la imagen idílica que se tenía de la colonia.

En 1832 dirige la Revista Bimestre Cubana, tribuna liberal de la intelectualidad criolla, allí se vio envuelto en una nueva polémica sobre el derecho a formar una Academia de Literatura Cubana en la que se enfrentó a la poderosa Sociedad Patriótica y a las autoridades coloniales. Su deportación en 1834 por el Capitán General Miguel tacón, marcó el inicio del divorcio del poder político español y la oligarquía criolla.

Establecido en España, José Antonio Saco siguió prestando valiosos servicios al país, no solo defendiendo los intereses de la burguesía criolla, sino oponiéndose a estos cuando coquetearon con la anexión a los Estados Unidos.

Mejoramiento de la enseñanza de las clases dominantes e interés por la educación popular

Junto con el mejoramiento económico comenzó a perfilarse un progreso en la vida cultural, de la isla. En la enseñanza superior se reorganiza el Seminario de San Ambrosio (1773) tras la expulsión de los jesuitas del reino español y pasa a llamarse ahora Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Esta institución aparece en momentos de consolidación del espíritu criollo y de auge de la ilustración lo que hace que sus programas de estudios sean más avanzados que los de la Universidad de Jerónimo en La Habana. Allí se estudia Gramática, Retórica, Metafísica y Física Experimental y Superior. Terminado sus estudios de filosofía el alumno podía optar por ingresar en una de las facultades mayores: Teología, Derecho o Matemática.

El Seminario de San Carlos es la institución educacional más importante e influyente del período, de sus aulas egresaron los hombres que impulsaron las reformas de finales del siglo XVIII y principios del XIX: José Agustín Caballero, Félix Varela y Francisco de Arango y Parreño son apenas tres nombres que confirman esta afirmación.

El magisterio de José Agustín Caballero desde su cátedra de Filosofía fue el impulso renovador que estas inquietudes intelectuales criollas necesitaban, al renovar la enseñanza de esta disciplina social y arremeter contra los métodos y postulados de la escolástica, él sentó las bases para los mayores cambios que desde esta misma cátedra hará el joven presbítero Félix Varela apoyado por el obispo Espada.

Los mayores cambios en la educación de la isla ocurrieron en la educación superior, impulsados por las reformas que los criollos de la parte occidental del país introdujeron en la más prestigiosa institución educacional de la isla, el Seminario de San Carlos. Se dieron avances importantes de la mano del obispo de La Habana, Juan José Díaz de Espada y Fernández durante su largo mitrado de 1802 a 1832. Impulsó las reformas educacionales que se estaban haciendo, principalmente en el Colegio San Carlos, aprovechó los estatus liberales del Colegio y fundo las cátedras de Derecho Real y Matemática (1807); más tarde con apoyo de la Sociedad Patriótica crea la cátedra de Economía Política y la de Constitución; con su propio dinero compró el equipamiento de un gabinete de física para el uso de la cátedra de filosofía y apoyó los cambios introducidos en la cátedra de filosofía en época de Félix Varela.

Por el Seminario pasaron los más eminentes profesores criollos imbuidos de la necesidad de cambios, haciendo de esta institución la más avanzada en cuanto al desarrollo educacional y formadora de la vanguardia intelectual de la Ilustración liberal criolla.

Estas primeras décadas del siglo XIX fueron de fuerte influencia del Seminario San Carlos como formador de seglares, en la medida que avance el siglo y se agudicen las contradicciones entre colonia y metrópoli y disminuía el poder económico de la burguesía criolla, el Seminario fue perdiendo (…) "prestigio dentro del ambiente de progreso de la cultura y de la ciencia"[32]. En 1874 ya no cumplía los requisitos para la enseñanza general y en 1886 se convirtió en un centro formador de sacerdotes exclusivamente.

Las propuestas para mejorar la enseñanza superior fueron constante, casi todas salidas de la Sociedad Patriótica, apoyada en muchos casos por el Real Consulado de Agricultura y Comercio en la figura de Francisco de Arango y Parreño que durante estos primeros años del siglo XIX presidía ambas instituciones. Él estaba empeñado en introducir y desarrollar las ciencias experimentales en el país, como base para el mejoramiento de la isla, principalmente en el renglón azucarero, pilar fundamental de la economía de Cuba.

Arango y Parreño ve con claridad la necesidad urgente de introducir la educación científico técnica en el país, "(…)no es menester pasearse por los campos de la Habana para saber que en ellos son forasteros absolutamente desconocidos, hasta por sus nombres, los útiles conocimientos de Física, de Química y de Botánica"[33]

Al nombrársele Síndico del Real Consulado propone fomentar las artes prácticas de cultivo y elaboración para los jóvenes y la instrucción teórica "(…) para que también sepan los dueños de nuestras haciendas la teoría de aquellas artes, queremos decir las ciencias naturales"[34]

Ya estando al frente de la Sociedad Patriótica Arango se dio a la tarea junto a Nicolás Calvo de crear un Plan de Estudio que propone crear un Instituto Habanero en el que se estudiara Matemática, Náutica, Química, Lengua y Dibujo con el fin de graduar pilotos navales, químicos agrícolas y los técnicos que necesitara el país, el plan fue aprobado y enviado a España, donde durmió el sueño burocrático y nunca se aprobó, ni rechazó.

Nicolás Calvo O" Farrill propuso en 1793 establecer una Escuela de Química, pensada para mejorar la formación de los "peritos azucareros", y con ello la calidad de la misma, fue creada en 1819 luego de vencer múltiples dificultades y gracias al apoyo Alejandro Ramírez y a la Sociedad Patriótica. Su primer director fue el profesor José Tasso y tuvo su sede el en Hospital de San Ambrosio.

En 1794 la Sociedad Patriótica propuso al Rey un Plan de Enseñanza Secundaria que incluye las asignaturas de matemática, dibujo, física, química, historia natural, botánica y anatomía, el plan no fue aprobado, pero la Sociedad Patriótica introdujo las asignaturas en las escuelas ya existentes.

Se fundó la Escuela Náutica de Regla (1812), primera de carácter técnico del país, en principio bajo la dirección del Comandante de la Marina de La Habana y luego del Real Consulado que quiso trasladarla a la ciudad e incluirla en un plan de mejoras y perfeccionamiento similar a el Instituto Asturiano de Gijón, pero que al final languideció en Regla con pocos fondos y menos atención hasta mediados de la década del 40 del siglo XIX en que fue trasladada para el edificio del antiguo convento de San Isidro.

Con la restauración liberal en España en 1820 se producen algunos hechos de importancia en la historia de la enseñanza de la isla, el nuevo gobierno español toma medidas para sacar del dominio escolástico y religioso de la Iglesia Católica a la enseñanza superior y las instituciones de salud y beneficencia pública:

Se crea la Cátedra de Constitución en el Seminario San Carlos, impartida por Varela, apoyada por el obispo Espada y la Sociedad Patriótica y con una gran repercusión política y social en la ciudad de La Habana, la cátedra llegó a reunir más de 200 alumnos y muchos curiosos.

La Universidad de La Habana, pese a su conservadurismo, se vio obligada también a abrir una Cátedra de Constitución que ejerció primero Prudencio Hechavarría y luego Evaristo Zayas.

Se confisca la Capilla de la Tercera Orden de San Agustín, la Sociedad Patriótica propone crear en ella una Escuela Normal.

Se obliga a los dominicos a renunciar al privilegio de nombrar rector, secretario y conciliadores en la Universidad.

Félix Varela en su condición de Diputado por La Habana presentó a la Dirección General de Estudios en Madrid, una propuesta para reformar la enseñanza en Cuba, lamentando el bajo nivel de la Universidad de San Gerónimo y el monopolio de los religiosos de la orden de los dominicos en su plan de estudios y su administración. Agrega el informe de Varela los cambios introducidos en el Colegio San Carlos, su mejoría y la propuesta de que pasara la Universidad a dicho centro, porque "(…) si se reconcentraran pasando la Universidad al Colegio San Carlos (…) podría adquirir gran estímulos y fomento de la instrucción (…)"[35]

El gobierno liberal español vio con simpatía la propuesta de Varela pero antes de que se pudiera poner en práctica se restableció el régimen absolutista en España y no se habló más de asunto.

Abolido el régimen constitucional en España y sus dominios
se revocaron todos los cambios hechos en su nombre.

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En 1825 a propuesta del Intendente de Haciendas Claudio Pinillo se crea en La Habana una Comisión para proponer un Plan de estudios para la isla de Cuba presidida por Francisco de Arango y Parreño. Esta fue el último gran servicio de Arango a su país y su clase, le tomó tres años, durante los cuales estudió ampliamente la situación de la educación superior y técnica en la isla y presentó su informe en 1828 donde la principal propuesta fue la eliminación de la Universidad de San Gerónimo por inoperante, proponiendo en su lugar una institución similar pero secular.

"En la nueva Universidad, dice Arango y Parreño en el artículo 2 de su pla, se enseñará Gramática Latina y Castellana, Dibujo, Instituciones Filosóficas, Física Experimental, Química, Elementos de Historia Natural, Principios de Matemática, de Náutica, de Agrimensura, Geometría aplicada a las Artes, Teología, Leyes, Cánones, Medicina, Cirugía, Historia, Geografía y Cronología, enorme cantidad de materias que procede a organizar en un todo racional y económico"[36]

El proyecto de Arango corrió la misma suerte de otros, trabado en el mecanismo burocrático de la metrópoli y el rejuego de los poderosos intereses que se movían en la isla y la península.

La mejoría de la educación elemental en el país fue una preocupación constante de la Sociedad Patriótica de La Habana desde su fundación. Una de sus primeras preocupaciones fue encargas a Fray Félix González un informe sobre la situación de la enseñanza elemental (1793), el resultado fue conocer el total abandono de la educación en la colonia: en La Habana había 8 escuelas de varones y 32 de hembras. La matrícula de las primeras era de 552 niños de ellos 408 blancos y el resto pardos y morenos libres. En las escuelitas de hembras había 490 niñas a las que apenas se les enseñaba algo más que la preparación para sus funciones de madre y esposas.

Para aliviar en algo la situación la Sociedad Patriótica abrió dos colegios gratuitos, uno para cada sexo y constituyeron una comisión para redactar el programa de estas escuelas[37]En el programa se regula el sueldo del maestro, horario de clase, exámenes, impección, condiciones del local y otros aspectos sobre la escuela.

En 1801 La Habana contaba ya con 71 escuelas primarias y una matrícula de unos 2 000 alumnos, en su inmensa mayoría de familias blancas, pudientes o con algunos recursos. En el resto del país la enseñanza elemental era casi inexistente.

En estos primeros años de su labor de fomento de la enseñanza primaria, la Sociedad Patriótica se encontró con la resistencia del obispo de La Habana, Felipe José de Trespalacios, negado a cooperar en estos planes educativos.

Con la llegada del obispo Espada el respaldo de este prelado impulsó esta noble encomienda que se consolida con la creación de la Sección de Educación de la Sociedad Patriótica en 1816 por iniciativa del Intendente de Hacienda Alejandro Ramírez presidente de la Sociedad Patriótica en ese momento. Ese mismo año el Capitán General Ramón Cienfuegos dispone que los Ayuntamientos de la Isla dedicaran el 3 % de las recaudaciones municipales para el fomento de la enseñanza primaria.

Los programa de estudio de las escuelas primarias diferían de acuerdo a si eran para niños blancos o de color; públicas o privadas: a los niños de color apenas se le enseñaba a leer, escribir y rezar; en tanto las escuelas para blancos agregaban la enseñanza de la gramática, castellana aritmética y en las mejores de ellas, por lo general privadas se añadía n los estudios de música, caligrafía y lenguas extranjeras (Inglés y/o francés).

La Sección de Educación de la Sociedad Patriótica tuvo dificultades a partir de 1825 cuando le fue recortado su presupuesto de 32 000 a menos de 7 000 pesos, con lo que tuvo que abandonar algunos proyectos de crear escuelas gratuitas y un año después cierra la Cátedra de Economía Política, en tanto la Academia de Pintura San Alejandro se mantiene por los esfuerzos de su fundador Alejandro Ramírez y por donativos privados.

Una de las contribuciones culturales más importante de la Sociedad Patriótica de La Havana fue la creación de una biblioteca para los socios de la institución y hecha pública por deseo expreso del Capitán General Luís de las Casas al año siguiente de ser fundada. Fue nombrado como su director Antonio Robredo quien puso manos a la obra contando con el entusiasmo y la colaboración de los socios. Se inició con 77 volúmenes y al año de fundada tenía 1402 libros.

Al hacerse pública su director redactó un Reglamento para la biblioteca que requería a quien la utilizara la petición de un permiso por escrito para servirse de ella. En 1813 la biblioteca fue trasladada al convento de San Francisco y se le encargo a Pablo Boloix y Mauricio Zúñiga redactar un índice de los libros de la misma para uso de la institución y su publicación para conocimiento público, en 1818 se acuerda que la documentación de la Sociedad Patriótica estuviera en la biblioteca para poder ser consultada por los socios, lo que puede ser considerado como el origen de los archivos público en Cuba[38]

Expansión de la imprenta

La producción de la imprenta ya es un hecho desde la década del veinte del siglo XVIII, pero la censura y el restringido ambiente intelectual de la isla hicieron que sobrevira lánguidamente durante más de setenta años. Tras el regreso de La Habana a dominio español, el estimulante trabajo de los Capitanes Generales de la Ilustración y el Despotismo Ilustrado animaron la actividad editorial en la ciudad.

El tercer impresor establecido en La Habana fue Blas de Olivo quien ya estaba establecido en la ciudad cuando llega al gobierno el Capitán General Ambrosio Funes, conde de Ricla llegado a la ciudad luego de la ocupación inglesa. El venía con instrucciones de favorecer el desarrollo cultural de la isla por lo que pensó en la necesidad de estimular la impresión de libros y periódicos en la misma, para ello contactó con Blas de Olivo quien le presentó sus ideas sobre el tema las cuales aceptó en principio y las envío al consejo de Indias junto con sus consideraciones:

«No habiendo copia de imprenta en esta plaza, ni en toda la Isla, se carece muchas veces aún de los libros más precisos para la educación cristiana y enseñanza de primeras letras. Con este motivo y el de civilizar más a estos vasallos, he tenido el pensamiento de facilitar aquella importante impresión, añadiendo a ésta la de gacetas, mercurios y demás papeles y noticias interesantes.»[39]

El proyecto fue rechazado y la isla tuvo que esperar una mejor ocasión pana tener periódico e impulsar la edición de libros.

En 1762 se establece la imprenta del Computo Eclesiástico a cargo de José Arazosa, dedicada a la impresión de oraciones, misas, calendarios de rezos anuales (analejos) y otros impresos religiosos. De este taller salió el folleto, Relación y diario de la prisión y destierro, escrito en versos en 1763 narrando los hechos ocurridos al obispo Morell de Santa Cruz, desterrado por las autoridades inglesas durante la ocupación.

En 1776 se funda la imprenta de Esteban Bolaños que se mantuvo hasta 1817, su taller distinguido por la calidad de las ediciones y sus viñetas, salieron numerosos títulos de diversos géneros, entre ellos el libro del habanero Martín Félix de Arrate, Teatro histórico, jurídico y político-militar de la Isla de Cuba y principalmente de su capital La Havana (1789).

En 1781 se crea la imprenta de la Capitanía General "(…) El establecimiento gozó del privilegio de editar la Gaceta[40]que empezó a salir a luz en 1782, cuya publicación tuvo en un principio a su cargo D. Diego de la Barrera, a quien sucedió D. Francisco Seguí, que se había enlazado con la familia de Olivos." [41]

La Guía de Forastero comenzó a circular en 1781 en la imprenta de la Capitanía General, en sus inicios tenía 30 páginas pero ya en 1814 tenía 284, con el título de Guía de Forasteros de la Siempre Fiel Isla de Cuba y su Calendario Manual para 1814. Era un libro muy útil que daba al viajero numerosos datos de la isla referidos a su economía, cultura, historia, geografía, etc. Tenía una impresión muy cuidada en un formato de bolsillo (13 x 7,5 cms)[42]

En 1787 se publica en los talleres de la Capitanía General de la Isla el libro del naturalista portugués Antonio Parra, Descripción de diferentes piezas de Historia Natural, las más del ramo marítimo, representadas en setenta y cinco láminas, el primer libro científico editado en Cuba. Parra que había llegado a Cuba como soldado en 1763 describe importantes especies de la fauna cuna, principalmente peces y crustáceos, los cuales en detallas ilustraciones que resaltan el valor del libro.

Con el impulso cultural que va adquiriendo la colonia comienza a tener una utilidad mayor la imprenta, prueba de ello es que entre 1791 y 1799 se imprimieron cien folletos, tanto como los aparecidos desde la introducción de la imprenta en la isla.

La consolidación definitiva de las letras impresas en Cuba lo da el Capitán General Luís de las Casas al fundar el Papel Periódico de la Havana, (24 de octubre de 1790), el primer periódico del país, publicado dos veces a la semana (jueves y domingo) y hasta 1804. Su primer director fue Diego de la Barrera y se imprimía en el taller de Francisco Seguí en un formato de medio pliego de papel español y con cuatro páginas, a partir de 1793 la Sociedad Patriótica se hace cargo de la redacción del periódico.

En sus páginas se trataron diversas temáticas referidas a la política, la literatura, las ciencias y sobre todo la economía, además de referirse a las noticias de la ciudad. Fue tribuna de las diversas ideas que sobre el desarrollo económico se discutían en ese momento y jugó un papel primordial en la difusión de las mismas

Aparecen en sus páginas artículos sobre mejoras del cultivo de la caña de azúcar, fertilización, tratamiento de esclavos, introducción de cultivos y cuantos temas podían interesar a los ricos hacendados criollos. También fue preocupación de este vocero de la ilustración habanera, la salubridad, el ornato público, la educación, las buenas costumbres y cuanta idea novedosa podía servir el mejoramiento de la sociedad, sin olvidar las colaboraciones literarias que se fueron haciendo cotidianas.

En 1794 el periódico contaba con 120 suscriptores que pagaban seis reales al mes, fondos que servían para sostener la Biblioteca Pública sostenida por la Sociedad Patriótica de La Habana.

En 1805 le periódico cambia su nombre por el Aviso, con Tomás Agustín Cervantes en la dirección; otro cambio de nombre se produjo en 1810, Diario de la Habana, dirigido por José Agustín Caballero y Nicolás Calvo como redactor, finalmente en 1845 se le nombra Gazeta de la Habana, perdiendo su carácter comercial y literario para transformarse en órgano oficial del gobierno colonial.

Hasta 1812 se crearon una veintena de periódicos de corta tirada y efímera vida; impulsados por las personalidades de vanguardia que recogen en sus páginas noticias sociales, llegadas y salidas de barcos, artículos económicos, de divulgación científica y colaboraciones literarias. Eran defensores de la ética y la ideología del grupo criollo y en ocasiones dejan entrever opiniones políticas en forma velada, dada la férrea censura ejercida por la Iglesia.

Entre los más importantes se publican, El Regañón de la Havana (1800-1801), dirigido por Buenaventura Pascual Ferrer; El Criticón de la Havana (1804); El Lince (1811), El Patriota Americano (1811-12), y Gaceta Diaria y Mensajero Político, Económico y Literario (1811), entre otros.

En Santiago de Cuba la imprenta se introduce en 1792 llevada por el arzobispo Joaquín Oses quien la puso en manos del músico e impresor Matías Alqueza, al igual que en La Habana, las primeras publicaciones fueron de temas religioso, novenas de santos y sermones considerándose el primer impreso santiaguero un sermón del presbítero Félix Veranes, miembros de la Sociedad Patriótica de La Habana y oriundo de esta ciudad oriental. La imprenta funcionó en el edificio del Seminario de San Basilio el Magno y posiblemente trabajó hasta 1808. El primer periódico de Santiago de Cuba data de 1805, El Amigo de los Cubanos fundado por la Sociedad Patriótica de esa ciudad y redactado por José Villar y Agustín Navarro.

Con la intervención napoleónica a España y el fuerte movimiento de resistencia popular encabezado por los liberales en la península, se pone en vigencia la Constitución de 1812 y con ella la libertad de imprenta, ambas medidas abarcaron a los dominios coloniales españoles en América. En Cuba se desató un auge notable de las publicaciones, muchas de ellas libelos de poca monta, folletines y hojas sueltas, pero también impulsó la creación de periódico, solo en 1812 circularon alrededor de veinte en La Habana[43]Al restaurarse la monarquía muchos de estos periódicos desaparecieron al restablecerse el régimen de censura.

En el interior de la isla aparece el primer periódico de Puerto Príncipe, El Espejo de Puerto Príncipe (1813) editado por Mariano Seguí; el segundo de Santiago de Cuba, El Canastillo (1814) fundado por el poeta Manuel María Pérez y en 1819 el gobierno principeño pone en circulación la Gaceta de Puerto Príncipe (1819).

Mención aparte para El Filarmónico Mensual de la Habana (1812) dirigido por Francisco de frías, primera publicación especializada editada en Cuba y dedicada a la música.

La restauración de la Constitución de 1812 en el reino de España trajo consigo nuevamente la libertad de imprenta y el aumento de publicaciones de corta duración y diversos temas[44]aunque predomina el carácter político, su número no llega al nivel de 1812 y al igual que entonces restaurado el absolutismo se vuelve al estado de férrea censura.

Los periódicos literarios aparecen en la década del veinte, dos sobresalen por la calidad de sus redactores y colaboradores, Biblioteca de Damas (1824-1826), dirigido por el poeta José Mª Heredia y La Moda o Recreo del bello Sexo (1829) a cargo de Domingo del Monte, estos junto a El Nuevo Regañón de la Habana (1829) y el Puntero Literario (1830) abren el período de las publicaciones románticas en Cuba.

En las ciudades del interior se produce un salto de calidad en las publicaciones periódicas al aparecer, La Minerva (1821) en Santiago de Cuba, uno de las mejores de la época por su contenido y forma elegante, dedicado a la divulgación científica, literaria y tratamiento de los temas políticos; en la ciudad de Trinidad se funda Corbeta Vigilancia (1820) por Cristóbal Murtha de corte muy similar a los periódicos de su época y en Matanza aparece un periódico único, La Aurora de Matanzas (1828) que marca un cambio cualitativo, tanto en el modo de redacción, el renombre de sus colaboradores y la belleza de su diseño. Se publicó hasta 1857 en que se funde al periódico Yumurí y crear la Aurora de Yumurí.

Terminado el segundo período constitucional en España, la censura en la colonia de Cuba dejó poco espacio para las ideas y por ello solo se permitieron publicaciones que no tocaran los temas políticos y sociales, por lo que estos temas fueron tratados desde el extranjero, en esta década del veinte se redactan en el extranjero, El Habanero, de Varela desde Nueva York (1824-1826), El Iris (1826) y Miscelánea (1830-31) en México por Heredia y El Mensajero Semanal, desde Estados Unidos (1828-30) de Varela y Saco.

La década del 30 marca un viraje cualitativo en el periodismo de la isla, por el énfasis cultural de sus páginas y la variedad de temas de la isla que se insertan escritos por jóvenes colaboradores de la generación romántica criolla, como José Jacinto Milanés, Gabriel de la Concepción Valdés, Anselmo Suárez y Romero, Domingo del Monte, José Joaquín Palma, Cirilo Villaverde y otros muchos.

En 1831 se crea la Revista y Repertorio Bimestre de la Isla de Cuba, dirigida por Mariano Cubí y Soler, a partir de segundo número cambia su nombre por Revista Bimestre Cubano, dirigida por José Antonio Saco, al hacerse vocero de la Comisión de Literatura de la Sociedad Patriótica. Esta revista se convierte en una de las publicaciones culturales más importantes del siglo XIX. En ella colaboran los más importantes intelectuales de la isla, tratando temas medulares de la sociedad dentro de los moldes permitidos por las autoridades. Fue la tribuna de los anhelos criollos hasta que el gobierno colonial desterró a José Antonio Saco en 1834 y sus redactores dejaron de publicarla en protesta por la arbitrariedad.

Aparece también en 1831 el periódico Lucero de la Habana, publicación en la que se introdujeron notables cambios al refundirse con el Noticioso Mercantil para dar lugar al Noticioso y Lucero de La Habana (1834). Para su impresión sus dueños compraron una moderna prensa norteamericana que entregaba 1 500 diarios por horas.

Será la primera empresa periodística de Cuba, con una mayor tirada, circulación diaria, cambio de formato, tamaño y diseño de títulos y viñetas. Se publicó hasta 1844 ofreciendo información sobre economía, política historia y cultura[45]

En Villa Clara aparece el primer periódico, El Eco (1831) y el Sancti Espíritus, El Fénix (1834) a instancia de la diputación de la Sociedad Patriótica local.

La censura junto con el bajo nivel de la población hacía que las revista no tuvieran larga vida, dado el costo y los pocos suscriptores a pesar de la notable calidad de algunas de ellas.

En cuanto a la producción de libros y folletos literarios, su publicación no tenía el mismo desarrollo que las publicaciones periódicas. Los motivos son varios, el mayor de todo el bajo nivel cultural de la mayoría de la población, lo que no hacía rentable la producción de libros, costeada por sus autores, con tiradas limitadísimas y con la poesía como el género más publicado. El primer libro de poemas de un autor cubano impreso en Cuba fue Ocios poéticos (1819) de Ignacio Valdés Machuca.

En cuanto a la literatura de divulgación científica también ocupa el interés del reducido círculo intelectual de la época siendo el tema más publicado; aparecen folletos, memorias, manuales y traducciones de autores extranjeros con temas de importancia para el desarrollo económico y científico. En este aspecto sobresale el trabajo divulgativo y publicístico del doctor Tomás Romay.

Reformismo y cubanía en la literatura

La ocupación de La Habana por los ingleses en 1762 dejó en la conciencia de los habaneros un sentimiento de ira e indefensión que culpa a la monarquía española por no haber podido defender con éxito su ciudad. Eran sentimientos cruzados, que no cedieron a la tentación anexionista y se mostró mayoritariamente fiel a la cultura española de la que provenían, más que a la monarquía que no supo defenderlos.

La expresión más clara de esos sentimientos está en las décimas de Beatriz Jústiz de Zayas Bazán (1733-1803), marquesa de Jústiz de Santa Ana autora de la "Dolorosa y métrica expresión por el sitio y entrega de la Habana dirigida a Nuestro Católico Monarca Carlos III" a propósito de la responsabilidad de las autoridades españolas en la toma de la ciudad, tema que ya había tratado en un Memorial dirigido al rey por veintitrés mujeres habaneras probablemente escrito por la propia marquesa de Jústiz. La "Dolorosa y métrica expresión…" se compone de de veinticuatro décimas de no muchos valores literarios y, "(…) escrito con energía y en tono recriminatorio y con motivo de un suceso bélico, en cuyo desarrollo se respira la decisión y valentía de los combatientes en defensa de La Habana"[46]

El costumbrismo es género de expresión de la identidad al reflejar el ser autóctono con sus matices, virtudes y defectos, mirada a si mismo, ocupa un espacio importante en la producción literaria del criollo, ejemplo de ello es, "Testamento de Don Jacinto Josef Pita", escrita entre 1770 y 1790, por el presbítero Rafael Velázquez, en prosa y verso en el que su autor hace un cuadro de costumbre y crítica utilizando la sátira para atacar los convencionalismos sociales y sin temer el uso del lenguaje habanero de la calle, ni medirse en el uso de vulgarismos. Obra de limitados valores literarios es sin embargo predecesora del costumbrismo que florecerá en el siglo XIX. Entre sus personajes aparece un mulato con pretensiones de sabio, ascendiente del negrito catedrático del teatro bufo cubano.

Desde la aparición del primer periódico en la isla la literatura estuvo presente con la colaboración de algunos de los socios de la Sociedad Patriótica con inquietudes literarias. Entre sus colaboradores se encuentran, Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero, Tomás Romay, Félix Veranes y Manuel Zequeiras Aragón. La mayor parte de estos colaboradores eran personas que se dedicaban a las letras por afición sin grandes dotes para la literatura. Los géneros eran diversos, poesía, crítica, artículos de costumbres y comentarios. El estilo no es lo sobresaliente en estos trabajos, con muchos más valores por lo primigenio que por su calidad estética. Pese a esto esta "literatura" recibía de los redactores el estímulo para incentivar el oficio de escribir y desarrollar una cultura y una intelectualidad. A partir de 1800 otros periódicos de la capital y el interior siguen está tónica de motivar y difundir la obra literaria.

Entre los géneros literarios, la poesía ocupa el mayor espacio en la prensa, poesía laudatoria, de elogios al suelo natal, de costumbres, satírica, que roza asuntos de la realidad cotidiana, defectos y hábitos del criollo, pero sin tocar los más sensibles problemas de la sociedad o utilizar un tono más directo, dada la censura que imperaba, aunque en los breves períodos de libertad de expresión se dio rienda suelta a la sátira más hiriente, en el estilo más mordaz

Entre las individualidades de las letras sobresale Manuel de Zequeiras y Arango (1764-1846) redactor del Papel Periódico de la Havana en el que aparecen sus obras en verso y prosa, esta última en artículos críticos de costumbre que lo va a caracterizar.

En poesía se atiene a los moldes neoclásicos, de tardía llegada a la isla; no fue poeta de alto vuelo, ni su lírica marca pauta, pero es precursor de las letras criollas, exaltando los valores de su tierra, identificándose con los suyos y con los cambios que se producen en la isla. Su obra más conocida en la Oda a la Piña, en la que exalta a la naturaleza cubana como reafirmación del espíritu criollo.

Sus artículos de costumbre abordan diversos temas, la moda, el juego las reuniones sociales, la charlatanería política o el estado de la salubridad en La Habana. Para estas críticas no solo se valió de la prosa sino que la poesía, manteniendo en todo momento un afinado sentido crítico[47]

Otros poetas de la isla destacados de este período fueron, Manuel Justo Rubalcava (1769-1805) y Manuel Pérez Ramírez (1772-1852) en los que se expresa la criollidad con la exaltación del paisaje y el entorno de la isla natal y las diferencias ya acentuadas con el peninsular. Rubalcava es el poeta de más sentido estético entre sus contemporáneos[48]visible en su poesía más conocida, Silva de Cuba, apología poética a las frutas del país, escrito en versos de influencia neoclásica.

Un aparte para Esteban Salas, quien además de músico de mucha valía se revela como poeta de sensibilidad neoclásica, principalmente en las letras de sus villancicos, aunque también escribió poesía. Incursionó en los temas religiosos de inspiración bíblica y litúrgica, sin las alusiones mitológicas tan frecuentes en las tendencias neoclásicas[49]

La obra de estos poetas criollos de entre siglos, "(…) significan el paso de la versificación a la poesía, de la poesía asumida como improvisación, (…) a la poesía asumida ya con una conciencia definida de sus funciones estéticas, como destino personal, (…) social, muy vinculado con la realidad colonial en Cuba de fines del siglo XVIII y principios del XIX" [50]

En cuanto al desarrollo de la prosa reflexiva se puede decir que es el género que alcanza una madurez más palpable y destacada, partiendo de la oratoria religiosa de amplia tradición en la isla y continuando con la oratoria académica, utilizada en la enseñanza superior, tanto de la universidad como en los Seminarios de San Carlos y San Basilio. Ellas serán la base para una oratoria civil que tendrá un amplio auge en este período, en voces como las de Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero y Félix Varela, entre otros, que disertan sobre temas de economía, política, costumbres y sociales en sentido general.

La oratoria es el vehículo ideológico de las clases dominantes en la colonia y de ella se valen para ejercer su influencia y exponer sus ideas las figuras más importantes del patriciado criollo. Es una prosa de notable calidad que expresa de modo brillante tanto el pensamiento conservador del clero, como las inquietudes reformistas de la oligarquía criolla.

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