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Las dos repúblicas autoritarias en la historia colombiana: La regeneración y la seguridad democrática (página 2)



Partes: 1, 2

Como para entender ahora el por qué en esta
sociedad tan marcada por la precariedad en la construcción
de lo social, o en donde éste ha llegado a ser tan
líquido y gaseoso, han tenido lugar cosas y situaciones
tan desmesuradas asociadas a la malignidad y a la perversidad y
que hayan sido de diaria ocurrencia y hasta de amplia
aceptación social: por ejemplo, una constante
histórica de violencias; la creación de Escuelas de
enseñanzaaprendizaje sistemáticos del "arte" de
asesinar y hacer desaparecer personas ya en hornos crematorios ya
rebanadas por una sierra como tajadas de pan francés; la
proliferación de exalumnos que, sin ruborizarse, han
declarado como un tal Villalba, "en el aprendizaje del
descuartizamiento, declaró, usábamos
campesinos… los llevaban al sitio donde el instructor
esperaba para iniciar las primeras recomendaciones. Las
instrucciones eran, prosiguió, quitarles los brazos, las
cabezas, descuartizarlos vivos. A las personas se les
abría desde el pecho hasta la barriga para sacarles lo que
es la tripa, el despojo. Se hacía con machete o con
cuchillo. El resto, el despojo, con la mano. Nosotros, que
estábamos en instrucción, sacábamos
los intestinos…". Pero, para qué proseguir. He
ahí, una muestra mínima de cruel criminalidad
dentro de un universo que es amplísimo. Y habrá que
dejar registro de que a esos macabros sucesos nos hemos
acostumbrado los colombianos, ya nada nos sorprende y por eso,
después de medio leerlos en las páginas residuales
de los diarios, nos apresuramos a buscar en ellos la apetecida
página deportiva o la de las últimas banalidades de
la farándula.

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Pero, lo más preocupante no es que en Colombia
haya habido esa larga y compleja historia de perversidades
asociadas a distintas formas de violencia, lo más grave
nos lo reiteró, a finales del año pasado, el
Embajador francés de los derechos humanos, Francoise
Zimeray, cuando declaró, "hay una dimensión que me
impacta: cuando vemos como se atacan los derechos humanos en
Colombia, y veo muchos ataques en el nivel mundial- estuve en
Asia, en Palestina, en Africa, en Chechenia- lo que me impacta de
la situación colombiana no es solamente la
violencia…En Palestina…no se descuartiza a la
gente…
También me pregunto, remató,
si lo que se hace no tiene fundamento en el cuerpo
social".
(Subrayado nuestro). Constituye ésta la gran
pregunta. ¿por qué hemos llegado a esos extremos?
Zimeray sugiere que la situación se encuentra asociada a
la forma intrínseca de institución de esta
sociedad. Nosotros, cercanos a él, hemos dicho que
sólo la existencia de un social (un tejido social)
elevadamente gaseoso y vaporoso, puede aproximarnos a una
explicación del fenómeno.

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Elevada razón parecen tener, entonces, muchos
intelectuales extranjeros quienes, de diversos modos, han dudado
de que la nuestra sea una sociedad institucional. He aquí
una pequeña muestra: "es que como institucionalidad no
puede existir como sociedad un país donde las normas, las
leyes y el derecho no existen" (Johan Galtung); Colombia es "una
rosa educada por la sal" (Pablo Neruda en "Residencia en la
Tierra"); Colombia significa "un acto de fe" (Jorge Luis Borges
en el cuento Ulrika); y, para no sobreabundar, " Colombia, una
Nación a pesar de si misma" (el colombianista David
Busnhell). Digamos ahora que una sociedad así, con esos
rasgos estructurales, parecería ser una sociedad no
descifrable, casi ininteligible. Es la tesis que, con fervor, han
acogido algunos sectores de la dirigencia, por lo menos,
intelectualmente "responsables" de tanta malignidad;
también la han mirado con simpatía ciertos
estudiosos empiristas cuando señalan que
metafísicas son las preguntas que se formulan alrededor de
la inteligibilidad de nuestra sociedad. Pero no, como ya lo hemos
sugerido con esta primaria aproximación al Enfoque de lo
político, Colombia sí es una sociedad descifrable
y, por lo tanto, inteligible.

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Precisemos ahora que si hemos empezado estas notas
hablando de una sociedad donde se ha llegado a matar con
crueldad, ha sido con la intención de fijar ciertos
sentidos de las violencias que, de un lado, han sido
expresión casi natural de la precariedad de nuestro tejido
social y que, del otro, precedieron, acompañaron y
subsistieron a las dos Repúblicas autoritarias que se
fundaron, primero, como remedio contra ellas y, segundo, como
condición para la prosperidad económica.

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En la década de 1870, cuando se insinuaron las
primeras bases de la forma de gobierno que hemos llamado la
primera República autoritaria (La Regeneración), el
país pasaba por un especie de segunda "Patria boba", no
lograba regularizar e imponer un producto en el mercado exterior
y sus distintas regiones estaban tan alejadas del mundo como lo
estaban entre sí. En ese sentido, la Regeneración
de 1886 fue un re-direccionamiento, un giro radical "desde
arriba", pues en el mediano plazo, primero, se regularizó
la economía cafetera, segundo, los fragmentados Estados
regionales sintieron que, por fuera de ellos, de modo represivo
había empezado a funcionar un Estado central y, tercero,
una Cultura ciudadana en clave religiosa, de modo coercitivo,
cohesionó al país. En la coyuntura 1880-1882, la de
la primera presidencia de Núñez, el país
tenía puestas sus miradas en la agigantada figura del
cartagenero que, disidente del liberalismo oficial con una
fracción llamada los Independientes, había hecho
una sólida alianza con los conservadores liderados por
Caro.

Señalemos, como contrastante contexto, que el
Núñez de 1850 fue un liberal contestatario,
librecambista convencido, libertario efectista,
anticatólico ferviente y creyente decidido en la
efectividad de las revoluciones; en cambio, el
Núñez que, tras 10 años de diplomacia,
regresó de Europa, fue un personaje conservador
doctrinario, defensor del proteccionismo de Estado, enemigo por
principio de las guerras y amigo, por táctica, de la
Iglesia. En su opinión, las guerras civiles eran las
causantes de todas las desgracias de la sociedad y, sobre todo,
del atraso económico en que se encontraba el país.
Entonces, por convicción, planteó que un orden
político autoritario e inamovible, vale decir,
una República autoritaria ininterrumpida, era la forma
ideal de gobierno. Ya en 1868, desde Europa había
adelantado que en su país había intranquilidad
colectiva asociándola al régimen político de
1863, que, incapaz de controlar las guerras civiles, más
bien las inspiraba y animaba generando cada día que pasaba
mayor desorden, intranquilidad y anarquía; en 1882, al
aplicar su método spenceriano, "la paz científica",
señaló que el país requería un gran
cambio que, inscrito en la relación orden-progreso
económico, afincara una República autoritaria, para
él la forma ideal de gobierno, sobre bases
inamovibles.

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La Regeneración, no obstante su perversidad,
resultó siendo una experiencia duradera que, como orden
político autoritario, como normatividad constitucional
cerrada y como cultura política clientelista,
ajustándose a circunstancias cambiantes, duró 105
años, hasta 1991 cuando fue desmontada, por sus cimientos,
por una nueva Constitución. Pero, no es que en el
país en el siglo XX no hubiese habido luchas
democráticas. Entre ellas, por vigorosas, cabe destacar
las luchas de los trabajadores de las primeras tres
décadas del siglo XX cuando formalmente todavía no
había sindicatos; las luchas democrático burguesas
de la "Revolución en Marcha"; el vigoroso pero golpeado
movimiento gaitanista en el que, por vez primera en la historia,
el pueblo en sentido gramsciano se asomó como
protagonista; la amplia movilización social de los sin
propiedad por el derecho a la tierra en la década de 1960;
y el fuerte movimiento ciudadano que en la segunda parte de la
década del 80 le dio base social a la Constitución
de 1991; en todo estos casos, y en otros, se trató de
luchas muy variadas y de mucha calidad, aunque, en general y en
lo básico, se trató de luchas orientadas a derrotar
la República autoritaria heredada del siglo XIX. De todas
maneras, fue la Carta del 91 la que, en definitiva, marcó
la derrota política de la Regeneración. Esto no
obstante, más temprano que tarde, la neoderecha,
añorando el espíritu de la Constitución de
1886, se vino lanza en ristre contra aquella en un movimiento del
que el Uribe fue parte central.

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En el 2002, por su parte, cuando se echaron las primeras
bases de una forma de gobierno que hemos llamado la segunda
república autoritaria (La Seguridad democrática),
Colombia soportaba todavía los efectos de una aguda crisis
institucional que, evidenciada en todo su vigor en la
década de 1980, no había logrado ser superada por
la Constitución de 1991. La guerra interna se encontraba
in crescendo, la economía pasaba por la peor
situación de las últimas décadas y una
posible negociación política del conflicto armado
había perdido su norte. Fue éste el contexto en el
que apareció, cada día más agigantada, la
figura de Alvaro Uribe Vélez.

Para Uribe, la violencia subversiva, la de las Farc,
sobre todo, era la causa general de todas las perversidades de la
sociedad y, en particular lo era del bajo desarrollo
económico del país. Urgía, entonces, generar
un orden político inamovible que él, sin la
honradez intelectual de Núñez, no se atrevió
a llamar "República autoritaria", sino, más bien,
"Seguridad democrática" buscando tapar "lo que de perverso
hizo, el todo vale", mediante el uso ideológico y
efectista de la palabra "democracia". En su concepto, ésa
era una condición sine qua non de la prosperidad
económica. Se trató de una especie de modelo
neohobbesiano con el que le dijo al país, "si quieren
seguridad policial, yo se las daré en la medida en que me
transfieran sus derechos y reservas
democráticas".

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Entonces, donde Ñúñez habló
de "república autoritaria", Uribe habló de
"seguridad democrática"; donde el cartagenero
escribió "orden político autoritario e inamovible",
el antioqueño, sin proclamarla, "repitió la
fórmula"; donde el habitante de El Cabrero dijo "progreso
económico de cien años", el habitante del
Ubérrimo señaló "prosperidad
económica de un siglo"; donde el primero
pergeñó "cohesión social asociada a la
Iglesia católica y al unanimismo de la
Regeneración", el segundo reiteró "cohesión
social asociada a la confianza inversionista, a la fe absoluta en
el capital extranjero y en los Estados Unidos y, sobre todo, a la
adhesión emotiva y acrítica al mesías
redentor" que los salvaría a todos.

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En los últimos meses del 2009 y los inicios del
2010, en casi todas sus intervenciones centrales, sobre todo al
inaugurar obras del sector privado, el presidente Uribe
fungió como historiador caricaturesco obsesionado por
uniñizar la Seguridad democrática así, 1. En
el siglo XIX en el país "sólo habría habido
siete años de paz", los de Núñez, siendo
éstos y no tanto las políticas económicas
"los que permitieron la industrialización del
país"; 2. Núñez habría sido una
"figura internacional y latinoamericana", que "se anticipó
en 40 años a los desarrollos latinoamericanos en materia
de moneda, de intervención del Estado y de
dirección de la economía"; 3. En el siglo XX, en
cambio, "sólo hubo paz hasta 1940, dos centurias con solo
47 años de paz, dijo, constituyen una tragedia"; y
4.entonces, introdujo su propuesta, "necesitamos que este sea un
siglo de prosperidad, que sea un siglo de desquite de
prosperidad…La seguridad no es un capricho. No es una pose
doctrinaria, para que haya un siglo de prosperidad, se requiere
de un siglo de orden, sin salirnos de tres caminitos…del
caminito de la seguridad, del caminito de la confianza
inversionista y del caminito de la cohesión
social".

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Vayamos ahora sí a nuestra pregunta central, en
esas dos Etapas de República autoritaria, inamovibles en
la intencionalidad, ¿qué papel cumplieron el
Estado, los subalternos sin propiedad y la Cultura
política en darle forma a lo social
institucional?

La Regeneración de Núñez y Caro
pregonó la necesidad de un nuevo orden político
autoritario generador, siendo ésta una importante
diferencia entre los dos, de los mayores avances en lo
económico en el caso de Núñez y del progreso
moral en el caso del segundo. Pero, no era en la gestación
de relaciones sociales capitalistas en lo que el cartagenero
estaba pensando cuando impulsó una buena lista de medidas
económicas (creación del Banco Nacional, acciones
orientadas a atender el desarreglo monetario y a proteger a los
artesanos, apoyo a la creación de dos ferrerías en
Boyacá y Cundinamarca, estímulos a la
navegación fluvial por los ríos Magdalena,
Sinú y Lebrija, así como a la creación de
algunos ferrocarriles…). Incorrecto es afirmar, como lo ha
hecho Uribe, que Núñez inició la
industrialización en Colombia pues, más allá
de las anteriores medidas, el cartagenero dejó que el
país marchara a merced de los intereses de los grandes
propietarios de la tierra, de los exportadores e importadores y
de la Iglesia católica. Se podrá inducir, entonces,
que el Estado de la primera República autoritaria no
cumplió un papel importante en la institución de lo
social siendo, en este caso la cohesión social un asunto
más ligado a la coerción- represión del
Estado y al peso de la ideología bajo su forma eclesial
religiosa que a la aparición de nuevas relaciones sociales
de producción. Ahora, si nos preguntamos por las
condiciones sociales de vida de los subalternos y de los sin
propiedad, se podrá decir que ése no era un asunto
que el Estado sintiese como suyo o como de su competencia, que
allá cada quien se las arreglase como pudiese acudiendo,
sobre todo, a las organizaciones de beneficencia y de caridad,
que el Estado, hasta donde le alcanzasen sus escasos recursos,
brindaría algún apoyo. No se podrá olvidar,
por otra parte, que los delegatarios que formalizaron los
contenidos de la Constitución de 1886, asustados y
asustadizos de cara a las contestatarias "Sociedades
democráticas" en las que se fundieron los hilos de vida de
muchos subalternos, prohibieron la creación de sociedades
permanentes. Es decir, que como mandato constitucional
prohibieron que los sin propiedad, los "don nadie", se
organizaran participando así en la institución de
lo social colombiano. Finalmente digamos que la etapa vivida por
el país entre 1863 y 1886, entre la Federación y la
Regeneración, fue la etapa de la involución desde
una incipiente modernidad a la más atrasada premodernidad.
En ese contrapunteo, que venía desde mediados del siglo
XIX, entre una Cultura democrático secular racional, que,
en la década de 1860 se asomó hacia la
hegemonía, y una Cultura cerradamente religiosa,
ésta se impuso durante esa primera República
autoritaria. De nuevo las valoraciones sociales dominantes no
favorecieron, desde la intimidad de la ciudadana, las
dinámicas propiciadoras de la construcción de lo
social moderno.

Por su parte, preguntarse por el papel de la "Seguridad
democrática" en la institución de lo social,
implica preguntarse por varios asuntos centrales. Ante todo y
sobre todo, por el carácter de su llamado "Estado
Comunitario", que no es más que neoliberalismo (el mercado
como el más importante regulador de la vida social) untado
de un comunitarismo inspirado en una concepción
individualista de la ciudadanía (el ciudadano como miembro
abstracto de la comunidad y desprendido de toda forma de
organización autónoma.) Ha sido éste el
Estado que, desde hace ocho años, se ha venido
preanunciando, los sábados, sobre todo, en los llamados
Consejos Comunitarios, que ya han alcanzado las 300 sesiones
efectuadas con un costo cercano a los treinta mil millones de
pesos. Cien millones por sesión. En estos eventos se les
ha prometido, y efectivamente entregado, a la masa de "pobres
desorganizados" las más abundantes migajas sociales
mientras que los otros días de la semana el Estado real
funcionaba empeñado en acercar el país a la forma
ideal de una sociedad de mercado.

Al pretender cohesionar la sociedad desde el mercado en
un país donde el 70% de la población, la masa de
pobres e indigentes, casi nada tiene que ver con él, el
Estado comunitario de la Seguridad democrática ha
fracasado en todo intento por otorgarle calidad al tejido social.
Por otra parte, dada su concepción individualista de la
ciudadanía- el ciudadano sujeto individual y ojalá
desorganizado-, la Seguridad democrática ha mirado con
desprecio y tratado, de modo represivo, a los subalternos
organizados, sobre todo a los sin propiedad con empleo y con
algún asomo de organización autónoma.
Aún más, los ha percibido como presumibles amigos
de los "terroristas". De nuevo, por esta vía, la
construcción de tejido social ha sido la
sacrificada.

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Una sociedad en la que a dos siglos de fundación
de su Estado, éste ha fracasado en su papel
protagónico en la historia de institución de lo
social- por ahora, así lo hemos avizorado en dos etapas
críticas de su historia- en definitiva debe ser una
sociedad en la que la cuestión del Estado debe ser un
asunto todavía sin resolver. Al iniciarse en ella el siglo
XXI, su Estado continúa "entre paréntesis", objeto
de la más enconada lucha entre fuerzas oficiales,
paramilitares e insurgentes. He ahí, entonces, con lo que
nos encontramos al traer ahora a la recordación este
Bicentenario: con la necesidad de reinventarnos el
Estado.

 

 

Autor:

Humberto Vélez Ramírez

atisbosanaliticos2000.blogspot.com

[1] Este Articulo, con algunos ajustes en la
exposición y en las hipótesis centrales, producto
de unos primeros debates, es una condensación del
Ensayo, “A Propósito del Bicentenario, ¿De
dónde viene, en qué situación se encuentra
y hacia donde marcha esta Sociedad.? Núñez y
Uribe Vélez: Un Enfoque desde lo Político”,
40 cuartillas, publicado en, Atisbos Analíticos No 111,
ECOPAIS, Santiago de Cali, Universidad del Valle, marzo 2010,
ecopaisatisbosanaliticos2000.blogspot.com,

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