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La ética en el ejercicio de la Gestión Pública



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    La ética en el ejercicio de la Gestión Pública – Monografias.com

    Es importante contextualizar que a partir de los años 80 del Siglo XX comenzaron a utilizarse los términos de ética de la gestión pública, ética de los controles públicos, ética y responsabilidad pública, ética pública, ética de las virtudes públicas, ética de la administración, etc. Estas denominaciones responden a la necesidad de elaborar y aterrizar la ética en el ejercicio de los funcionarios públicos, la responsabilidad y los deberes profesionales y morales que se derivan del difícil arte de la gestión de gobernar. Si es que esta quiere hacerse con la imprescindible transparencia que reclaman los tiempos contemporáneos.

    Sin embargo, la preocupación por estos asuntos es tan antigua como el hombre mismo. Los primeros en aproximarse al estudio de estos tópicos fueron entre otros pensadores griegos Sócrates, Platón y Aristóteles.

    Con independencia de los dos primeros pensadores, fue Aristóteles el que con mayor grado de argumentación aportó elementos fundamentales e indispensables para comprender el saber ético, de un modo sistemático. Es posible que este pensador sea el de mayor grado de importancia con Platón, en toda la historia de la filosofía.

    La filosofía práctica que cultiva Aristóteles, se compone de libros que tratan de ética y política: Ética a Nicómaco (la más importante, dedicada a su hijo Nicómaco), Ética mayor, o conocida también como Gran Ética, (breve y quizá reiterativa) y la Ética a Eudemo (platónica y posiblemente espuria, para algunos historiadores de la filosofía).

    Las diez partes de la Ética nicomaquea remiten a la política, obra en que, desde una perspectiva más empírica que ideal, Aristóteles estudia el régimen político, o el gobierno de la ciudad, ámbito donde se desarrolla la ética.

    Por esta razón estos trabajos contienen ideas referidas al arte de gobernar y es por esta cuestión que se le considera de obligada referencia para el estudio del tema que nos ocupa.

    En opinión de Aristóteles, el hombre es el único ser del universo que desarrolla de un modo racional la expresión del orden, o desarrollo de todas las capacidades que le brinda su esencia: mediante el conocimiento, en el terreno de la racionalidad teórica, captando de forma abstracta y conceptual la verdadera naturaleza de las cosas, y mediante la conducta moral, en el terreno de la racionalidad práctica, con el desarrollo de todas las potencialidades del alma con las que desea el bien.

    La vida propiamente humana es la vida ética y ésta consiste en el cultivo de las virtudes éticas y las dianoéticas; en la actividad (praxis) conforme a la virtud más excelente y según lo mejor que hay en el hombre; y también en ello consiste la felicidad y, por esto, la ética y la política son la realización del fin (telos) de la naturaleza humana". [1]

    Los historiadores de la filosofía consideran que su obra posee suficiente unidad y homogeneidad como hablar de un sistema y una filosofía aristotélicos.

    Por supuesto que existen reflexiones posteriores a este pensador que merecen la pena de ser estudiadas y que poseen valor para descubrir en ellas, al menos, elementos vinculados con el obrar de un buen gobernante. No obstante las más importantes pertenecen a los finales del siglo XX y a principios del XXI.

    En una pregunta realizada por Juan Arias a Fernando Savater en su importante libro El arte de vivir, el autor le pregunta: ¿puede existir una ética del poder público debido a que hoy en el mundo se afrontan todo un conjunto de problemas en cuanto a la gestión de gobierno, que van desde una alta, media y baja corrupción?

    Al respecto Fernando Savater reflexiona: Creo que el poder llega tan lejos como la falta de controles le permite. No hace falta que sea por maldad. Es decir, en el poder hay una tendencia a lo expeditivo. Por lo pronto, todas las personas que mandan, incluso por pereza, por ganas de acabar cuanto antes, tienden a ser expeditivas. Y por otra parte, tienden también a considerar el poder como algo patrimonial, como algo que se les debe, que ya es suyo para siempre, que si les quitan el poder, le hacen un daño.

    Esa tendencia no se controla con predicaciones, ni con sermones, ni con oficios de buena voluntad.

    Sí, hay personas con cierta ética, hay funcionarios con una mentalidad ontológica muy correcta y otros que no tanto. Pero lo importante es establecer los controles públicos, una ética para el difícil arte de gobernar.

    Ya hace muchos años Baruch Espinosa, en su tratado político, había establecido que el pensar que un Estado puede funcionar sólo por la buena voluntad de sus funcionarios, que los funcionarios puedan ser tan buenos que hagan sólo lo que deben hacer, es una utopía.

    Lo importante es que los Estados funcionen bien, sea por una motivación elevadamente ética de sus funcionarios o por miedo a que les pongan en la calle, o les metan en la cárcel. Lo importante es crear controles. En España, por ejemplo, lo que ha habido es un gran descontrol que ha permitido unos abusos tremendos, y esto puede también generalizarse a otras sociedades de nuestra región geográfica. [2]

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