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Francisco Javier Muñizun: Ejemplo de vida (página 2)




Enviado por Antonio Sirino



Partes: 1, 2

Corria el año 1780 cuando el Virrey Don Juan
José de Vértiz y Salcedo pone en funciones el
Protomedicato el 17 de agosto de de ese año, comenzando la
primera etapa de la Medicina del Río de la Plata que
perduró hasta mucho después de la Revolución
de Mayo de 1810.

Al irlandés Miguel O´Gorman, le cabe el
honor de ser el primer protomédico que habiendo arribado
con el Virrey Don Pedro de Cevallos es quien toma las primeras
medidas sanitarias en Buenos Aires y emprende la lucha contra el
curanderismo indígena. Dado que la ciudad, al hacerse cada
vez más grande y poblada, tenía graves problemas
sanitarios, y sufría periódicos embates de las
pestes.

El protomedicato tomó medidas para evitarlas,
entre las cuales se incluía la inspección de
navíos extranjeros para detectar la presencia de
enfermedades traídas por viajeros, se impusieron medidas
de higiene en el ámbito de la ciudad, afronto la lucha
contra el problema del curanderismo. En la ciudad, muchos
preferían visitar a los curanderos antes que a los
médicos. Siendo poco frecuente la entrevista con los
médicos en las capas más populares de la
ciudad.

Por su parte, Gorman fue uno de los pioneros en dar
clases superiores de medicina en Buenos Aires, creando las bases
de lo que luego culminaría en la creación de la
Carrera de Medicina. Dificultades en su salud lo obligaron, a los
pocos años, a abandonar la docencia, y fue sucedido por el
Doctor Cosme Mariano Argerich y en Cirugía al Licenciado
Agustín Eusebio Fabre (1749-1820) considerado el primer
obstetra de Buenos Aires.

En 1801 ambos presentaron un plan de estudio de la
Medicina al Virrey Avilés y del Fierro para fundar
así la primera escuela médica en la que se anotaron
catorce alumnos para iniciar sus estudios.

El Doctor Cosme Mariano Argerich (1758- 1820) y
Agustín Eusebio Fabre fueron los verdaderos impulsores de
la Escuela de Medicina. Fabre dictaba Anatomía,
Clínica Quirúrgica y Partos para iniciar en 1805 la
Primera Cátedra de Obstetricia.

Agustín Eusebio Fabre en 1801 fue nombrado
Profesor del Primer Curso de la Carrera de Medicina, y en 1802,
Catedrático sustituto de Medicina y "Protomédico
General y Alcalde Mayor de todas las Facultades de Medicina,
Cirugía, Pharmacia y Phlebotomía". En tanto que
durante las invasiones inglesas fue Médico Jefe del
Hospital de la Caridad.

Ahora bien la Escuela de Medicina, no había
atraído la atención de muchos alumnos, por lo que
en 1814 a sugerencia del doctor Cosme Argerich se la
reemplazó por el Instituto Médico-Militar, con la
finalidad primordial de formar cirujanos para los
ejércitos patrios y contó entre los alumnos
inscriptos a Francisco Javier Muñiz.

En agosto de 1821, el ministro Bernardino Rivadavia, al
crear la Universidad de Buenos Aires con el departamento de
Medicina, clausura el Instituto Médico Militar en el mes
de septiembre, y a la Universidad se incorporaron los profesores
del Instituto.

El 24 de setiembre de 1821 el gobernador Soler nombra
"facultativo para el destino de Patagones a Don Celedonio
Fuentes, a quien debería acompañar en clase de
segundo Muñiz, el cual se excusa de aceptar la
designación, dado que aún no tenía el
título que, consigue, a decir de Domingo F. Sarmiento
graduándose como Médico y Cirujano el 3 de marzo de
1824, ante el Tribunal de Medicina en Buenos Aires que
había sido reemplazado en 1822 por el Protomedicato, es
así que Muñiz se ve obligado a rendir sus
últimos exámenes en dicho departamento para
graduarse como médico.

A renglón seguido, comienza su trabajo en
política, pregonando las ideas que anticipan el
federalismo y auspiciando instituciones de perfil liberal
escribiendo en la revista El Teatro de la Opinión. Durante
esta parte de su vida dedicada al periodismo, sufre un deterioro
de su salud que se extiende hasta enero de 1825 fecha en que
acepta el nombramiento de cirujano del Cantón de la
Guardia de Chascomús, uniéndose al regimiento de
coraceros de Buenos Aires al mando del Coronel Juan Lavalle, de
quien se hace amigo y a quien acompaña en los combates de
Sauce Grande y Toldos Viejos. Dando muestras de su
dedicación, el Dr. Muñiz una vez extinguido su
vínculo contractual con el ejército, que era de 6
meses, prosigue en el cargo por un mes más, hasta el
retiro del último soldado herido en el pueblo.

Durante el tiempo de las expediciones al desierto
invierte su tiempo en realizar estudios etnográficos
relativo a los usos y costumbres de los aborígenes;
inaugurando además los trabajos sobre paleontología
argentina al encontrar en la laguna Chascomus restos
fósiles que no documentar por ser un aficionado y que el
explorador francés D"Orbigny se adjudica trece años
después.

En sus excavaciones realizadas desde 1825 en
Luján reunió, estudió y clasificó
abundante material paleontológico, en el que hay restos
fósiles de megaterio, mastodontes, toxodontes, milodontes,
gliptodontes, etc. En 1841 lo obsequió al gobernador Juan
Manuel de Rosas, coleccionado en 11 cajas de cuyo contenido dio
cuenta La Gaceta Mercantil. Rosas a su vez, obsequió dicha
colección al almirante francés Juan Enrique
José Dupotet jefe de la escuadra de Francia en el Plata y
reemplazante de Leblanc. A pesar de este proceder, desde el punto
de vista de la ciencia nada se perdió con el obsequio, ya
que el envío fue a poder precisamente de la nación
que era el principal centro de estudios paleontológicos,
con sabios como Paul Rivet. El descubrimiento
paleontológico más importante de Muñiz fue,
según los historiadores el del tigre fósil, por
él descrito en 1845, en informe que publicó La
Gaceta Mercantil. Se trata de la especie que él
llamó Muñifelis bonaerensis, estudiado
también por Kaup, Owen, Lund, Cuvier y Blainville, y que
en la hodierna nomenclatura científica se denomina
Smilodon bonaerensis.

También encontró en Luján huesos de
un caballo fósil, bajo el esqueleto de un megaterio. Y
otra novedad fue el hallazgo de un árbol fósil en
la pampa, que anunció a diversos naturalistas y museos.
Las determinaciones del sabio argentino sobre estos
fósiles eran exactas, según aserto de Germán
Burmeister.

Muñiz regresa a Buenos Aires a ejercer su
profesión y proyectar sus estudio sobre ciencias
naturales, era el año 1826, y se declara la guerra con
Brasil. Es entonces que se le confía el cargo de
médico y cirujano principal con el grado de Teniente
Coronel, del Ejercito Argentino, en tanto que el General de
Alvear, asume el mando de las fuerzas. En combate es herido el
General Lavalle. Muñiz lo asiste y pone fuera de
peligro.

En 1827 por su desempeño en la guerra con Brasil
el jefe del Estado Mayor del Ejército, General Lucio
Mansilla, en el mes de abril deja constancia de la
dedicación en el ejercicio de sus funciones profesionales,
por lo fue distinguido por sus servicios junto a Francisco Paula
de Rivero en la batalla de Ituzaingó,con los Cordones y
Laureles de Ituzaingó y el Escudo de la
República.

Pero a pesar de la mención y su comportamiento,
no le responden favorablemente a su solicitud de ser designado
para ocupar la Cátedra de Partos y Medicina Legal de la
Escuela de Medicina desde el campamento General del
Ejército.

El de Rivadavia no hace lugar a la solicitud, la
respuesta le causa mucha tristeza pero, a los pocos meses
después, en el último día de gobierno de
Rivadavia en que ocupa la Presidencia de la República
intenta remediar la injusticia designando a Muñiz al mando
de la cátedra, que se fundara en la Escuela de Medicina,
siendo Muñiz nombrado "Catedrático de
teórica y práctica de partos, enfermedades de
niños y de recién paridas, y medicina legal, con la
obligación de desempeñar el servicio de facultativo
del Hospital de mujeres.

Ahora bien el 20 de septiembre de 1827 por otro decreto
del gobierno de Manuel Dorrego le suspenden el nombramiento,
usando como escusa y agravio, que Muñiz no tenía el
título de Doctor en medicina.

Así las cosas, se alejado de la cátedra y
el 30 de septiembre de 1828 contrae matrimonio con Ramona
Bastarte paso seguido se aleja de Buenos Aires fijando su
residencia en la Villa de Luján donde permaneció
por 20 años lugar que favorecía su estado de
salud.

Los biógrafos que estudiaron su vida no ven
razón valedera del ¿Por qué decidió
retirarse al campo? no ven suficiente razón de peso en su
interés por la paleontología, posiblemente
existieron razones diferentes.

En la Villa de Luján es nombrado médico de
policía por el gobernador Dorrego, cumple con las
funciones de médico de policía del Departamento del
Centro, siendo encargado de administrar y propagar la vacuna
(antivariólica), enseña sobre las enfermedades de
los animales dada la carencia de veterinarios, y combate el
curanderismo y a las parteras ignorantes. Pero en 1830 el
gobernador Rosas lo nombra Cirujano del Regimiento 2 de Milicia
de Caballería con asiento en Lujan

Dedica su tiempo al tratamiento de afecciones
cutáneas con la inoculación múltiple de la
vacuna humana y en 1832 la Real Sociedad Jenneriana de Londres le
confiere el grado de socio correspondiente en mérito a sus
estudios sobre la vacuna y la acción de ésta como
agente terapéutico en algunas enfermedades
cutáneas; pasando a ser designado Miembro Honorario de la
Real Sociedad Jenneriana de Londres.

Por otra parte es en el campo de las ciencias naturales,
en especial en la paleontología, donde la figura de
Muñiz adquiere sus contornos más nítidos,
continuo con su trabajo de investigación
paleontología, sacando a luz, como dice Babini, "el
extraordinario mundo fósil sepultado en las barrancas de
su río Lujan". En Luján reunió,
estudió y clasificó abundante material, en el que
hay restos de megaterio, mastodontes, toxodontes, milodontes,
gliptodontes, etc.

Aproximadamente en esa misma época, otro joven
hombre de ciencia recorre el país. Es Charles R. Darwin,
naturalista del Beagle, que cumple entre 1831 y 1836 un crucero
científico. Este viaje de Darwin por las regiones
suramericanas sembrará en su espíritu la duda
acerca de la estabilidad de las especies.

Los resultados de las observaciones de Darwin
están descriptos en su Viaje de un naturalista alrededor
del mundo en el cual casi la mitad del mismo, está
dedicado a la Argentina, describiendo la geología y a la
fauna actual y fósil de las regiones del Plata.

Cuando en 1833 Darwin pasa por Luján, camino a
Santa Fe, toma contacto con un médico argentino, con el
cual más tarde entablará correspondencia
científica ya que andando por las pampas, se había
encontrado en dos ocasiones con una raza muy curiosa de vacas,
que tiene con los demás bueyes la misma relación
que los bulldogs con el resto de los perros. Su frente es muy
deprimida y muy ancha, el extremo de las narices está
levantado, el labio inferior esta echado hacia atrás de
modo que siempre está mostrando los dientes" (Vaca
Ñata).

Darwin recibió de parte de Muñiz, un
detallado informe que incorporó en las siguientes
ediciones del Diario, y a partir de allí, comenzaron un
intercambio de ideas más amplio entre los dos. Desde
entonces Darwin contó con un especialista en
Sudamérica para responder algunos de los muchos
interrogantes recogidos en su viaje. Por otra parte se
transformó en un difusor de la obra de Muñiz en
Londres, y no sólo en el campo paleontológico. Por
ello Francisco Javier Muñiz, fue considerado el primer
naturalista argentino, ya que inicia los trabajos que pueden
considerarse como los primeros estudios serios
paleontológicos argentinos, recogiendo y reconstruyendo
fósiles.

En 1844, realiza su descubrimiento paleontológico
más importante, el del "tigre fósil", hoy bautizado
como Smilodon bonaerensis

Escribió en el año 1848 en La Gaceta
Mercantil una obra descriptiva sobre el Ñandú o
Avestruz Americano, trabajo que fue publicado en varias entregas
y posteriormente recopilado y publicado por Sarmiento en un
trabajo sobre el Dr. Muñiz.

"Hemos concluido nuestra tarea: si hicimos lo que
pudimos por perfeccionarla, no creemos por eso haberlo
conseguido, pues como dicen en su idioma rústico, pero tan
significativo los gauchos – el argumento del Avestruz es muy
largo – y aun cuando esta descripción lo sea igualmente,
ni lo dijimos todo en ella, ni habremos acertado siempre, ni
evitado el error en que lo expusimos. Los venideros
reivindicarán esas faltas, siendo menos concisos y
más exactos que los naturalistas, que han tratado hasta
hoy sobre el Ñandú. Ellos reconocerán en
este trabajo, el corto estudio que hicimos de la hermosa familia
ñandúesica y nos es lisonjero esperar que
valorarán una parte, aunque mínima, del que
emprendimos sobre el genio y habitudes de nuestros apreciados
compatriotas de la campaña."

Por otra parte su actuación profesional como
médico fue notable para su época, debemos mencionar
y distinguir, lo ocurrido en los años 1836/37 cuando tuvo
que enfrentar en la campaña bonaerense una epidemia de
escarlatina que se venía expandiéndose desde el
Perú hacia el sur.

Demostró su gran experiencia clínica en el
manejo de la patología, y se vio reflejado en la
descripción y curación de la fiebre escarlatina,
que publicara ¨La Gaceta Mercantil¨ en 1844 y se editando
luego en un folleto de ochenta páginas. Sin olvidar los
trabajos sobre cirugía y medicina legal, además de
los realizados sobre vacunas y en especial la vacuna
indígena.

La viruela había sido introducida en Occidente,
según parece, por las invasiones árabes, que la
"importaron" desde China. Enfermedad de transmisión
interhumana exclusivamente, producida por un poxi virus, con
vía de  entrada respiratoria. La profilaxis por
inoculación también provenía de China, donde
se había practicado desde el siglo XI pero la forma de
aplicación era intranasal y no cutánea. A inicios
del siglo XVIII, Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador
de Gran Bretaña en Turquía, llevó el
método de inoculación a Inglaterra. Ella lo
había aprendido de Emmanuel Timoni, médico de la
Embajada, quien publicó en 1713, en Philosophical
Transactions of the Royal Society
, un tratado sobre este
método, luego introducido en Francia por Theodore
Tronchin, un suizo que fue médico personal de Voltaire, y
que además escribió el capítulo sobre la
inoculación en la Enciclopedia de Diderot. Por otra parte
en la India, la profilaxis de la viruela se hacía mediante
un tratamiento "ayurvédico" (medicina tradicional), que
consistía en la inoculación de un material
varioloso proveniente de las pústulas de enfermos de
viruela, con la diferencia de haber sido previamente guardado
durante un año, y posiblemente así los virus
estarían ya muertos al usarlos en la
inoculación.

El médico ingles Edward Jenner también era
partidario de la inoculación, pero había escuchado
hablar de una creencia popular según la cual, si alguien
contraía la viruela de las vacas (cow pox), no se
enfermaba de viruela humana. Es así que se decide a
realizar una experiencia temeraria, el 14 de mayo de 1796 tomo e
inoculó a un niño de 8 años, llamado James
Phipps, con el pus extraído de la mano de una campesina
ordeñadora, que se había infectado del cow
pox
de una  vaca. Espero tres meses, al cabo de los
cuales tomo nuevamente al niño, y esta vez lo inoculo con
la viruela humana, comprobando así que no se enfermaba, ya
que el niño había sido inmunizado. La
vacunación se generaliza, reemplazando a la
inoculación o variolización.

En septiembre de 1841 Muñiz reconoce la
existencia del mal de cow pox en una vaca. Saca de las ubres seis
costras, las envuelve en láminas de plomo, las sella y las
entrega al dueño del animal. Días después y,
ante la presencia de testigos y un juez de paz, vacuna a varios
niños con las costras. Los resultados positivos no se
hicieron esperar. En pagos de Luján, este incansable
observador obtiene con vacas de la zona el cow pox
antivariólico, que su descubridor Eduardo Jenner aseveraba
que sólo era posible lograr con animales
de Glowcester

En 1844 la ciudad de Buenos Aires quedó sin
disponibilidad de la vacuna antivariólica, requirieron la
ayuda del Dr. Muñiz, quien con un gesto inédito se
trasladó a la metrópoli con una de sus hijas, de
pocos meses, la que se encontraba recién vacunada, y con
su linfa pudieron ser inoculadas más de veinte personas,
actitud que permitió restablecer la práctica de la
vacuna en la gran ciudad. Lamentablemente la pequeña muere
al contraer una enfermedad infecciosa.

En marzo de1844 publica: "Descripción y
Curación de la Fiebre Escarlatina", anticipándose a
un concepto que aún hoy pugna por abrirse camino: el
médico es del todo médico sólo si a la vez
es psicólogo.

Muñiz se aproximaba a los 50 años de edad
sin haber obtenido el título de Doctor en Medicina.
Entonces, el 17 de septiembre de 1844 presentó su tesis y
se le fue otorgado el anhelado diploma.

A fines de 1848 resuelve regresar a la escena
metropolitana.

En abril de 1849, Juan Manuel de Rosas lo designa
Conjuez del Tribunal de Medicina y en febrero de 1850 se hace
cargo de la enseñanza de partos, enfermedades de mujeres y
niños en la Facultad de Medicina.

Al respecto Andrés Ivern puntualiza que la
entrega de tan valioso material a Francia fue hecha por Rosas,
seguramente, con el doble fin de cicatrizar heridas de guerra y
de demostrar la capacidad científica argentina a una
potencia que nos había creído colonizables. Desde
el punto de vista de la ciencia nada se perdió con el
obsequio, ya que el envío fue a poder precisamente de la
nación que era el principal centro de estudios
paleontológicos, con sabios como Paul Rivet. Si hubo
protestas de algunos naturalistas, como Florentino Ameghino, hay
que tener en cuenta que de aquel centro científico
provinieron las refutaciones a ciertas conclusiones de este
último. Por otra parte debe recordarse que el propio
Ameghino en 1878 viajó a Europa y allí
exhibió su colección paleontológica en la
Exposición Universal de París vendiendo luego una
colección de fósiles a ciento veinte mil francos al
famoso y acaudalado paleontólogo americano Cope. El propio
Muñiz ofreció en venta a Darwin otra
colección y en 1861 donó otros fósiles a la
Academia de Ciencias de Estocolmo.

En 1859 ofreció sus servicios al ejército
y es nombrado cirujano principal del ejército en
campaña, organizando los hospitales, los carros de sanidad
y los botiquines.

El 23 de octubre de ese año, en la batalla de
Cepeda, atiende a los soldados heridos de ambas vanguardias y
mientras desempeñaba sus funciones como médico,
recibe un lanzazo que lo hiere de gravedad.

Por el Pacto de San José de Flores firmado el 11
de noviembre de 1859, Buenos Aires se declara parte integrante de
la Confederación y renuncia al mantenimiento de relaciones
diplomáticas con las potencias extranjeras.

Se convoca a elecciones de convencionales con el objeto
de proponer reformas a la Constitución Nacional de 1853.
En los comicios del 2 de diciembre Muñiz resulta electo
pero aún no repuesto de su herida, se incorpora al cuerpo
el 25 de abril. En las elecciones del 5 de agosto de 1860 sale
electo senador por la Capital a la legislatura de la Provincia.
Poco tiempo dura esta representación pues resulta
consagrado diputado Nacional al Congreso de Paraná el 23
de diciembre de ese año. En 1861 remite una nota al Senado
de la Provincia notificándole que se considera separado de
este cuerpo por apreciar incompatible su desempeño con la
diputación nacional. En septiembre de 1861 se designa a
Muñiz senador por la Capital. Al año siguiente
forma la Comisión de Negocios Constitucionales y establece
en octubre de 1862 que la Asamblea General de la Provincia no
acepta ley sancionado por el Congreso de la Nacional, en cuya
virtud se federaliza por tres años el territorio de la
Provincia. Es reelecto senador el 29 de marzo de 1863.

Guerra con el Paraguay: Cuando en 1865 estalló la
guerra del Paraguay, con 70 años, el Vicepresidente Marcos
Paz la acepta y agradece en nombre del país, se alista,
junto con sus hijos y es nombrado único director de los
hospitales instalados en Corrientes, vestido de paisano, con su
instrumental quirúrgico a cuestas se presenta en el
Cuartel General de Paso de los Libres ante el sorprendido General
Mitre. En febrero de 1866 se le encomienda la organización
y dirección de todos los hospitales instalados en
Corrientes donde combate la epidemia de cólera y ayuda a
morir a uno de sus hijos. Permanece en Corrientes hasta octubre
de 1868, año en que fallece su esposa. En agosto de 1869
renuncia a sus cargos y se retira a la vida privada. La
Legislatura de Buenos Aires le rinde homenaje al acordarle una
pensión.

Epidemia de Fiebre Amarilla en Buenos Aires 1871: Antes de fin
de mes de enero, para el día 20, al periódico La
Nación le da por sospechar que estamos sintiendo los
amagos de algún flagelo. La denuncia del mal se retarda en
tres días, que resultan fatales, y eso ocurre dado que el
cargado de abrir el buzo del Consejo de Higiene ha faltado y
nadie lo examino para saber si había alguna denuncia. El
27 de enero de se conocieron tres casos de fiebre amarilla en
Buenos Aires, ocurridos en el barrio de San Telmo, en el que se
encontraban numerosos conventillos. A partir de esa fecha se
registraron cada vez más casos, principalmente en ese
barrio. La Comisión Municipal, presidida por Narciso
Martínez de Hoz, desoyó las advertencias de los
doctores Tamini, Larrosa y Montes de Oca sobre la presencia de un
brote epidémico, y no dio a publicidad los casos. Mientras
tanto la Municipalidad trabajaba intensamente preparando los
festejos oficiales del carnaval. A fines de febrero el doctor
Eduardo Wilde aseguró que se estaba en presencia de un
brote febril (el 22 de febrero se registran 10 casos) e hizo
desalojar algunas manzanas, pero los festejos de carnaval
entretenían demasiado a la población como para
escuchar su advertencia. La polémica creció y
llegó a los diarios y casi en seguida como un reguero, se
corre que Buenos Aires ha recaído en la fiebre amarilla de
1858.

El fantasma huesudo de la fiebre y la muerte abre entretanto
las puertas y va casa por casa del barrio de San Telmo. La
Tribuna anuncia que "no puede asumir la responsabilidad del
silencio". Mencionando que una pavorosa tragedia,
maldición y castigo, se abate sobre Buenos Aires en pocos
días. De los cuartuchos de inquilinato empieza a salir,
picado por el mosquito de la peste, un cargamento de enfermos y
cadáveres. Habría provenido de Asunción del
Paraguay, traída por los soldados argentinos que
regresaban de la guerra que se terminaba de librar,
habiéndose propagado previamente en la ciudad de
Corrientes. Es así como le llega a la población
porteña en su peor momento, por lo que se redujo a la
tercera parte su población, ya sea por las muertes o bien
debido al éxodo de quienes la abandonaban buscando escapar
del flagelo La población y la prensa culpan a las aguas
cenagosas del Riachuelo de Barracas, a las viviendas pobres de
los barrios linderos y los desperdicios del mercado. Se alza un
clamor contra la ciudad sucia, en tanto que las autoridades no
alcanzan a dominar el flagelo.

Existen lugares donde vive mucha gente y el hacinamiento los
torna insalubres ellos son los conventillos de la calle
Venezuela, de la calle Montevideo, de la plaza Libertad.

Eduardo Wilde, Juan Ángel Golfarini médicos de
la sanidad, no dan abasto. Familias enteras del patriciado
argentino mueren en un día.

La ciudad, situada en una llanura, no tenía
ningún sistema de drenaje ni agua potable, dada la
situación era muy precaria en lo sanitario con la
existencia de muchos focos infecciosos, como en los conventillos
lugares donde se apiñaba la gente, carentes de normas de
higiene elementales, generalmente ocupados por inmigrantes pobres
venidos de Europa o gente de raza negra. Sin mencionar el
límite sur de la ciudad donde está el Riachuelo,
convertido en sumidero de aguas servidas y de residuos arrojados
por los saladeros y mataderos situados en sus costas. No
existía un sistema de cloacas, los desechos humanos
acababan en los pozos negros, que a su vez terminaban
contaminando las napas de agua y en consecuencia a los pozos de
agua que usaban para beber. Siendo una de las dos principales
fuentes del vital elemento para la mayoría de la
población. La otra fuente era el Río de La Plata,
del cual se extraía el agua por medio de carros aguateros,
sin ningún proceso para sanearla se repartía en la
población.

Evaristo Carriego, hombre del pueblo, viendo la
desprotección de los que menos tenían y la falta de
atención ante el flagelo de la epidemia. Sugiere fundar
una asociación humanitaria que sirva para prestar
asistencia a los indigentes que no la tienen.

La iniciativa toma cuerpo y es publicada en los diarios
de Buenos Aires. Manuel Bilbao, en La República,
Héctor Varela en La Tribuna, Francisco Uzal en El
Nacional, Carlos Paz en La Prensa, reciben con palabras generosas
la inspiración de Carriego.

El sábado 11 de marzo, en la imprenta de La
Tribuna,
Héctor Varela hace la lista de los
iniciadores de la "Comisión Popular Humanitaria" que ha de
"socorrer en sus domicilios, a los atacados de la fiebre". Los
nombres que han de ir adelante rodean a Héctor Varela como
estandarte de la esperanza pública son Adolfo Alsina,
Aristóbulo Del Valle, Carlos Paz, Manuel Bilbao, Bernardo
de Irigoyen y entre otros Matías Behety.

La comisión popular, delega su accionar en su
secretario, y bajo el lema, "Que nadie caiga sin tener al lado de
su lecho los cuidados de la ciencia y los consuelos de la
filantropía" Dicho por Guido Spano, salen a la calle a
socorrer al necesitado.

El hospital General de Hombres, el General de Mujeres,
el Hospital Italiano y la Casa de Expósitos (Casa Cuna) se
vieron desbordados. Se crearon entonces otros centros de
emergencia como el Lazareto de San Roque (actual Hospital Ramos
Mejía) y se alquilaron otros privados. El puerto fue
puesto en cuarentena y las provincias limítrofes
impidieron el ingreso de personas y mercaderías
procedentes de Buenos Aires.

La casa de Héctor Varela, se transforma en
cuartel, se reúnen 30 miembros de la Comisión
Popular y se organizan para trabajar.

Inmediatamente se redactan los primeros oficios, siendo
las primeras notas, el acta de instalación con la
descripción de los nombramientos de los cargos de los
constituyentes. A renglón seguido se redactan sendos
comunicados, a diferentes estamentos del gobierno y la sociedad,
así es se remite un comunicado al gobierno, otro al
municipio, otro a la policía. Además se le comunica
a la prensa, extendiendo los mismos a las farmacias, y
cocherías.

La actitud asumida por la Comisión fue la de
ocupar el vacío dejado por el poder del estado, es
así que intenta sustituir a los poderes públicos,
ejerciendo de hecho el poder de la sociedad de defender a sus
habitantes, adueñándose de la toma de decisiones,
nombrándose a sí mismos celadores de barrio,
constituyen comites parroquiales, ordenan a los médicos
que se pongan

a su servicio, imponen a los diarios que publiquen,
todos los días, el nombre y el domicilio de cada uno para
que el pueblo tenga a quien recurrir, a cualquier
hora.

La Comisión esta acorralada por infinitos
problemas, y urgentes tareas, planteados por la ardorosa lucha
para disminuir la pavorosa cosecha de la muerte. Centenares de
personas caen heridas por el flechazo mortal, el asombro y
espanto hace que se enfrente con la realidad, se ve que mueren
ciento cincuenta, doscientos, doscientos treinta personas por
día.

Entre otras funciones la comisión se encargaba de
echar a la calle a aquellos que vivían en lugares
afectados por la plaga, y en algunos casos se mandaba a quemar
sus pertenencias. La situación era aún más
trágica cuando los desalojados eran inmigrantes humildes
que aún no hablaban bien el español, y por lo tanto
no entendían el porqué de tales medidas. Los
italianos, que eran mayoría entre los extranjeros, fueron
en parte injustamente acusados por el resto de la
población de haber traído la plaga desde Europa.
Unos 5.000 de ellos realizaron pedidos al consulado de Italia
para volverse, pero había muy pocos cupos, y muchos de los
que embarcaron murieron en altamar.

En cuanto a la población negra, al vivir en
condiciones miserables, resultó muy castigada por la
peste. Además, se cuenta que el ejército
cercó las zonas en las que vivían y no les
permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde los blancos
se establecieron escapando de la epidemia. Murieron masivamente y
fueron sepultados en fosas comunes.

Se ordena cerrar los teatros, los comercios, los
colegios, suspender los bailes, las reuniones, pero la gente
presta poca atención a estos hechos está de fiesta
con el carnaval. En tanto en los cementerios hay que hacer,
presurosamente fosas comunes para sesenta o más
ataúdes.

El 14 de marzo, se presenta el reglamento
orgánico de la Comisión y el plan distributivo de
trabajo. Se designan los "custodies" de la asistencia popular:
amanuenses, celadores, médicos, enfermeros, boticarios,
cocheros, proveedores, que se turnaran día, y noche, en
este trajín. Se dictan las recomendaciones
medicinales.

Héctor Varela y Tomas Armstrong se encuentran a
boca de jarro, en un conventillo de la calle Córdoba, con
un mundo de muertos y agonizantes. Basilio Cittadini y Florencio
Ballesteros, desolados, vuelven de un conventillo de la calle
Cuyo donde han sacado con sus propias manos trece
cadáveres, mientras quedan setenta y tres enfermos
esperando la llegada de la muerte.

Mientras tanto, la epidemia, sigue su curso, días
después, del 20 de marzo, recorriendo los barrios, los
doctores Roque Pérez y Manuel Argerich se enfrentan a la
luz de un farol en una casa de la calle Balcarce, con una mujer
joven tendida en el suelo, muerta por la fiebre, en tanto un bebe
intenta con

ansias prenderse del pecho materno para alimentarse.
Siendo el origen de la pintura del cuadro del oriental Juan
Manuel Blanes, que estaba en la escena

De pronto Héctor Varela, en medio de la ardua
tarea, pregunta, y Francisco López Torres,
compañero de Comisión que no viene a las sesiones.
Es así que escucha de boca del doctor Argerich, que llega
en ese instante, que López Torres ha muerto con todos los
suyos: su padre, sus hermanas, su hermano… "La familia de
López Torres ha muerto entera" Del rostro de los
compañeros la congoja se adueña y de Héctor
Varela y Argerich y Matías, en silencio, dejan rodar
lagrimas de la amistad.

El golpe era demasiado fuerte, pero con premura y
desesperación toman más medidas: se convierte en
lazareto la quinta del doctor Leslie, se hacen fumigar las casas
sospechosas, y se encienden fogatas de alquitrán en las
esquinas.

En el viejo patio de la Universidad funciona la
Comisión. En su puesto, Matías Behety cae rendido
por la fiebre, el doctor Argerich lo cuida y consigue salvarlo
del ataque. El tratamiento obra el milagro salva la vida de
Bartolito Metre, del doctor Alem, del doctor Uriburu, del doctor
Golfarini que en una semana se va reponiendo.

Aunque la epidemia sigue cobrando víctimas, el 28
de marzo fallece el doctor Roque Pérez, presidente de la
Comisión Popular. A su entierro no pueden ir ni treinta
personas. Los componentes de la Comisión se ponen luto por
él. El diario la Nación expresa: "Es una esperanza
que se pierde en medio de la tempestad que nos azota",

Héctor Varela toma para sí la presidencia
que dejo el Dr. Roque Pérez.

Una noche, estando en el patio de la Universidad, se les
presenta el administrador de la Chacarita y les informó a
los miembros de la Comisión Popular que tenía 630
cadáveres sin sepultar, además de otros que
había encontrado por el camino, y que 12 de sus
sepultureros habían muerto. Fue entonces cuando los
caballeros Héctor Varela, Carlos Guido Spano, y Manuel
Bilbao, entre otros, tomaron la decisión de oficiar de
enterradores y al hacerlo rescataron de la fosa común a
algunas personas que aún manifestaban signos de vida,
entre ellas una francesa lujosamente vestida. Además les
prestó colaboración el jefe de policía,
Enrique O" Gorman, que con un grupo de vigilantes, los ayudo al
amanecer.

El martes 4 de abril fallecieron 400 enfermos, y entre
ellos Parides Pietranera, practicante del último
año de medicina, que se ha contagiado la fiebre en los
caserones de San Telmo.

Se le encargar al doctor Evaristo Carriego la
confección de un reglamento que tienda a regularizar el
servicio de los médicos. Haciéndose eco de sus
razones, La Nación, a cinco columnas, reclama
"medidas radicales". Y se llega al remedio heroico. La
Comisión resuelve decretar el abandono de la ciudad. "Se
aconseja a todos los que puedan irse que se alejen lo más
pronto posible, para salvarse a sí y salvar a los suyos."
En Buenos Aires no quedan ni cuarenta mil habitantes.

El 9, 10, y 11 de abril se registraron más de 500
defunciones diarias, siendo el día 10 el del pico
máximo de la epidemia, con 583 muertes, cuando el promedio
diario normal de muertes antes de la epidemia era de apenas
veinte individuos.

El Ferrocarril Oeste de Buenos Aires extendió una
línea a lo largo de la Avenida Corrientes hasta ese
cementerio, inaugurando así el llamado tren de la muerte,
que realizaba dos viajes diarios sólo para transportar
cadáveres. El trayecto se iniciaba desde la
estación Bermejo, situada en la esquina sudoeste de la
calle homónima (hoy Jean Jaurés) con la avenida.
Además del depósito de cadáveres de Bermejo,
tenía otros dos en las esquina sudoeste de Corrientes y
Medrano; y Corrientes y Scalabrini Ortiz (entonces llamada Camino
Ministro Inglés), ángulo sudeste.

El párroco de San Nicolás de Bari, el cura
Eduardo O" Gorman, viene a pedir ayuda para recoger a los
huérfanos que yacen en los portales, semimuertos de
hambre. Es así que le provee camas, ropas y alimentos para
que en el caserón de la calle Rio Bamba se improvise un
asilo que será atendido con dedicación por el padre
O" Gorman.

En los primeros días de abril, toma cuerpo la
idea de que nadie podrá escapar de la fiebre amarilla en
Buenos Aires, fallece el general Mansilla con sus ochenta
años; el entrerriano Florencio Ballesteros,
compañero de la Comisión, el reverendo Antonio
Fahy; Adolfo Señorans, y la viuda del general La Madrid,
que no tiene siquiera quien la ponga en el ataúd ni le
dé sepultura, hasta que Guido Spano la entierra con sus
propias manos en tumba; Ventura Bosch, Vicente Ruiz Moreno, todos
morían sin remedio.

El presidente Sarmiento y su vice, Adolfo Alsina,
abandonaron la ciudad.

Mientras autoridades nacionales y provinciales
huían de la Ciudad, el clero secular y regular
permaneció en sus puestos, conforme su mandato
evangélico, asistiendo en sus domicilios a enfermos y
moribundos o cerrando sus establecimientos de enseñanza
las hermanas de caridad para trabajar en los hospitales. Sobre
los aproximadamente 292 sacerdotes que había en la ciudad
de Buenos Aires habrían fallecido el 22% del total, 12
médicos, 2 practicantes, 4 miembros de la comisión
popular y 22 integrantes del Consejo de Higiene pública,
según cita de Jorge Ignacio García Cuerva en su
trabajo.

El cementerio del Sur, cargado de miasmas
deletéreos, palpitante de micro-organismos, con sus
millares de cadáveres a flor de tierra, tiene que ser
clausurado ya que vio colmada su capacidad. Estaba situado donde
actualmente se encuentra el Parque Ameghino en la Avenida Caseros
al 2300, El gobierno municipal adquirió entonces siete
hectáreas en la Chacarita de los Colegiales y creó
un nuevo cementerio que se trasladaría en 1886 al actual
de la Chacarita.

La ciudad tenía solamente 40 coches
fúnebres y los ataúdes se apilaban en las esquinas
a la espera de que coches con recorrido fijo los transportasen.
Debido a la gran demanda, se sumaron los coches de plaza, que
cobraban tarifas excesivas. El mismo problema con los precios se
dio con los medicamentos, que en verdad poco servían como
para aliviar los síntomas. Como eran cada vez más
los muertos, y entre ellos se contaban los carpinteros, dejaron
de fabricarse los ataúdes de madera para comenzar a
envolverse los cadáveres en trapos. Por otra parte, los
carros de basura se incorporaron al servicio fúnebre y se
inauguraron fosas colectivas.

Los saqueos y asaltos a viviendas comenzaron a
incrementarse: hubo casos en que los ladrones accionaban
disfrazados de enfermeros, para meterse en las casas de los
enfermos. Fue incesante la actividad que desarrolló la
Comisaria Nº 14, a cargo del Comisario Lisandro
Suárez, día y noche recorrían las calles,
cerrando con candados las puertas de calle de las casas de San
Telmo, abandonada precipitadamente por sus dueños, y cuyas
llaves eran entregadas al Jefe de Policía.

Ceñida de sentimiento, la Comisión publica
con la firma de Matías Behety un mensaje en el manifiesto
se lee que "han sido víctimas de la fiebre los
compañeros del Valle, Enrique Gowland, Francisco Uzal,
Patricio Dillon y Adolfo, Korn y el Dr. Francisco Javier
Muñiz quien albergaba en su quinta de Morón al
joven Francisco López Torres, amigo de su familia, que no
consigue aislarse del mal. Muñiz lo atiende y en tal
empeño contrae la enfermedad y muere el 8 de abril. Sus
restos descansan en la Recoleta.

El mes terminó con un saldo de 8.000 muertos. Los
decesos disminuyeron en mayo, a mediados de ese mes la ciudad
recuperó su actividad normal, y el día 20 la
comisión dio por finalizada su misión. El 2 de
junio ya no se registró ningún caso.

El flagelo del vómito negro se había
alejado de la ciudad.

Epílogo

De la vida y trayectoria del Dr. Javier Muñiz nos
debe quedar la imagen de alguien que siempre persiguió y
obtuvo con mucha lucha lo que deseaba, que no se conformo con
vivir en la mediocridad, que siempre intento el progreso
científico y que dejo para la humanidad un camino a
seguir, que fue sobre todo para los que practican la medicina, de
intentar investigar la raíz de los males y de las cosas, y
sobre todo de dedicarle tiempo suficiente al que de él
necesita, pensando que es un individuo que no solo le hace falta
que le brinden un diagnostico y una receta, sino también
que lo escuchen para evaluar el estado psicológico por el
que va transcurriendo su existir, saber comprender al hombre en
su magnitud con la problemática de su vida, ya que muchos
males no son frutos de agentes patógenos sino de
circunstancias del existir.

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Autor:

Dr. Antonio Sirino

Medico M.N. 34.208

Fecha 30/09/2010

Partes: 1, 2
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