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Identidad y políticas identitarias (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4

Tampoco se mueven al azar ni autónomamente: igual
que en las políticas de la historia las memorias
colectivas y sectoriales son intervenidas desde el poder sin que
lo perciban sus portadores; tanto a escala de la vida
política nacional mediática como de las
pequeñas comunidades. En ambas políticas se
establecen y consagran monopólicamente modelos oficiales
uniformizantes, estereotipados, discriminatorios y mentirosos a
la hora de describir y explicar el pasado histórico, por
ende la realidad.

Quien mejor lo ha visto es Pierre Nora, el gran
historiador francés:

"La memoria depende en gran parte de lo
mágico y sólo acepta las informaciones que le
convienen. La historia, por el contrario, es una operación
puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un
discurso críticos. La historia permanece; la memoria va
demasiado rápido. La historia reúne; la memoria
divide".

En suma, las memorias no dialogan ni debaten con otras
memorias, están, y quieren hacerse visibles. Ello implica
suspender la problematización histórica y
sistémica del pasado, pese a la difundida creencia en
contrario, pues como alguien ha dicho acertadamente las
memorias no enjuician sino que condenan
directamente.

Las políticas de la memoria procuran exacerbar
disconformidades, frustraciones, contradicciones y
reivindicaciones de todo tipo en aparente solidaridad
ideológica y humanitaria con colectivos perseguidos o
reprimidos, cuando lo que verdaderamente persiguen y logran es la
fragmentación de sus dispositivos de impugnación,
reduciendo así sus riesgos reales y
potenciales.

Los populistas actuales proponen el regreso a un
renovado ejercicio de la vieja y peor clase de "nacionalismo"
latinoamericano posible. El futuro lo han descartado, por ende el
pasado verdadero también.

Esa operación les sirve para captar intelectuales
seudo progresistas -eternos culposos, principistas y
utópicos- haciéndoles creer que las ideas
están de asamblea y que la patria se está moviendo
subterráneamente; es decir, que la diversidad de las
memorias expresa su autonomía frente al poder, por lo
tanto ellos pueden y deben participar como intelectuales para
"acompañar al pueblo", no para dirigirlo ni con aquellas
pretensiones de vanguardia de otras épocas muy intensas
pues hoy fungen de "maduros".

Más no creamos que ellos creen semejante montaje
mediático. Como sector históricamente cooperante
con el poder nunca fueron ingenuos sino astutos y oportunistas, y
saben muy bien que quien opera y mueve los piolines es la
maquina cultural oficial estratégica
. ¡Como no
van a saberlo si la mayoría de ellos trabaja en eso y
come de eso!

De ahí para abajo, las múltiples usinas
culturales y educativas proyectarán ciertas memorias con
retóricas conmovedoras, con lo cual estarán
mintiendo y a la vez pervirtiendo los términos
empleados.

Concluyendo: la historia y las memorias recorren caminos
divergentes y producen resultados opuestos: las memorias, cuando
el poder las agita y manipula, dividen y fragmentan al pueblo y a
los colectivos sociales impidiendo la agregación de
energías disponibles para el reencuentro societal en pos
de un proyecto común para todos.

La experiencia indica hasta el hartazgo que cada punto
indebidamente marcado hoy en el haber de los gobiernos populistas
y paternalistas será mañana un tanto en el debe de
la sociedad.

La duda es ¿cuánto falta para
mañana? Entre tanto, ¿qué hacer aquellos que
frecuentamos la historia? Cito nuevamente a Pierre
Nora:

"En un mundo delirante, es imprescindible que
reasumamos una misión de vigilancia intelectual, racional
y cívica. La tarea del historiador es ayudar a la sociedad
a reflexionar sobre sí misma, pero sin emitir juicios de
valor. No tiene razón de ser un historiador obligado a
llegar a conclusiones políticamente correctas. Los
historiadores no tienen lugar en un mundo donde sólo
reinan el ´bien´ y el
´mal´".

MEMORIA O MEMORIAS…
¿PARA QUÉ?

Es ingenuo creer que porque actualmente existe una
proliferación de memorias, y entre ellas algunas impuestas
a los codazos, a los golpes, por decreto, por censura y por
autocensura (es decir, mediante distintas formas y magnitudes de
violencia) nos estemos emancipando de algo.

A los argentinos no nos caracteriza la lucidez
política sino todo lo contrario, es decir, la dependencia
de un pensamiento mágico, la restauración de mitos
inservibles y la creación constante de otros nuevos. En
general, quienes mandan nos malgobiernan, nos perjudican, nos
dicen que nos aman pero nos matan. Y sin embargo, surgen
constantemente de nosotros mismos, quienes los elegimos y
reelegimos con frenéticos ardores.

Creer que es necesario por nuestro propio bien
recomponer una construcción ideológica oficial y
uniforme aunque se haga en nombre de "todos", o de la
Nación, o de la Patria o del Pueblo es en el mejor de los
casos una candorosa ingenuidad, pero siempre es fruto de la
intervención del poder en la mentalidad de los habitantes.
Algo que debiera ser masivamente conocido por nosotros en este
momento de la historia argentina, latinoamericana y
mundial.

La crisis de identidad basada en ese abstruso concepto
de "lo nacional" arrancó con el último golpe
militar en Argentina, se profundizó con el desastre de
Malvinas, con los fracasos del gobierno de Alfonsín, luego
se aceleró en los 90´s como fruto de los fuegos
fatuos de esa década y de su propio fracaso, más
los fracasos actuales aunque estén vestidos con ropas de
fiesta y se relaten como éxitos.

Como puede observarse, resulta cada vez más
ridículo explicar esa crisis en forma monocausal, en base
a la clásica tesis de izquierda del arrollador avance de
la "dominación imperial" en la etapa de la
Globalización, convertida en un cliché que impide
pensar bien.

Lo cierto es que ese "lo nacional" ya había
caído por si solo, por su propio peso, por sus propias
limitaciones e incapacidades, por sus características
masificantes, populistas, demagógicas, corruptas,
antidemocráticas y dictatoriales. A ese
nacional/nacionalismo le vino bien la Globalización para
construirse un renovado enemigo mortal, un chivo expiatorio que
desviara la reflexión crítica de los
argentinos.

La prueba está en que tanto dentro como fuera de
la Región existen países con dirigencias
políticas lúcidas que promovieron procesos de
lectura crítica de sus realidades locales, abandonando los
discursos paralizantes del progresismo zonzo, lo cual les
permitió generar oportunidades para el desarrollo
promoviendo un nuevo espíritu de participación.
Esos países permitieron que sus sociedades abandonen sus
viejas y gastadas identidades locales y particulares para
adquirir identidad mundial: algunos ex locales juegan ahora en el
mundo.

¿Qué significa esto, entonces? Pues,
precisamente, que los cambios se han producido en ellos no por la
clásica acción unilateral del mundo central o de
las multinacionales para aumentar sus condiciones de pobreza y
subdesarrollo, sino por la voluntad de cambio y las acciones en
tal sentido nacidas en su interior. Y esos cambios no significan
mengua ni aumento de asimetrías, sino nuevas formas
democráticas de participar mediante esfuerzos reales para
cambiar en serio. No los famosos melodramas dictatoriales
cargados de frases rimbombantes como el famoso "¡No
pasarán!" o "Hasta la victoria siempre".

La identificación con ese nacionalismo
declamatorio y de alharacas
patrioteras[5]está en retroceso en
América latina y lo estará cada vez más.
Para ello es preciso que la percepción de la realidad real
se efectúe descorriendo los velos y los filtros que
proporcionan tantos mitos inservibles pero siempre útiles
para los maquiavélicos manipuladores del sistema
político republicano.

Apenas tres países han podido encarar estos
cambios: Brasil, Chile y Uruguay, gracias al desarrollo de una
conciencia cívica que ya no se alimenta de discursos
formateados sino de acciones concretas que se contraponen a la
inasible "conciencia nacional", o al "ser nacional" que tanto
hemos fogoneado los latinoamericanos, pero que sólo ha
servido para matarnos entre nosotros.

En Argentina existe un saludable crecimiento de
conciencia crítica -todavía insuficiente, por
cierto- pero ya el conocimiento de nuestros propios defectos, de
nuestras limitaciones, de nuestros fracasos de antes y de los
actuales se va extendiendo en la sociedad, permitiendo así
prever los próximos inminentes pero sin caer en
autoengaños, en melodramas inconducentes, "sine ira et
estudio", única manera de conocer y, en consecuencia,
pensar cómo cambiar.

La historia enseña que en manos del poder -me
refiero siempre al poder autoritario, ya sea que esté
concentrado o repartido, arriba o abajo- la identidad es un
pretexto para estrujar más y más a la sociedad, en
lugar de ser un medio para permitirle ser cada vez más
autónoma.

El poder lleva a cabo políticas de identidad
allí donde necesita disimular su carácter
antidemocrático, dictatorial o totalitario. En
consecuencia, necesita que en la vida diaria haya
atmósferas mágicas, ardores colectivos, adrenalina
constante, fantasías populares, furores locos y
crispamientos propios de viejas estéticas que confunden a
algunos con la famosa vieja Revolución, fetichismos
nacionalistas y revolucionarios cargados de resentimiento, con
color local y fiestas populares subsidiadas, y todo así
con la excusa de que se están jugando momentos cruciales
para la humanidad representada en la nación o la etnia,
motivo por el cual hay que defender hasta la muerte al ser
nacional
(¡…!).

Esta identidad nacional, este nacionalismo, es el peor
de todos, el que produce fanáticos y suicidas, asesinos y
aduladores, analfabetos y ricachones, estafadores y estafados,
bufones que baten palmas (unos con sueldos, otros por
gusto).

He aquí porque al reflexionar sobre los temas de
este trabajo no puedo evitar terminar lleno de amargura. Nada
académico, por cierto.

Y por suerte.

Conclusión

Hasta aquí, pues, mi intervención en este
seminario sobre Problemáticas Contemporáneas
Complejas. Lo reducido del tiempo inicialmente previsto para su
realización exige acotar el número de encuentros
asignados a cada uno de los colegas participantes. Razón
por la cual nos hemos visto obligados a acotar nuestra
intervención a la presentación de un panorama
básico sobre el estado actual de lo que en el habla
cotidiana se ha dado en llamar identidad nacional, aun siendo
concientes de la particular importancia de las
problemáticas identitarias étnicas y de
género, sobre todo en Argentina y América latina, y
de su vinculación con los asuntos desarrollados en el
presente trabajo.

De modo que la complejidad, extensión y
actualidad de la problemática aquí tratada apenas
queda esbozada en este trabajo. Esperamos continuar en ella en un
futuro cercano.

A todos muchas gracias.

o0o o0o o0o

ANEXO

EL CORSET DE LA IDENTIDAD

POR CARLOS SCHULMAISTER
(Argentina)

"´ Uno´ nunca es uno.
Nadie es sí mismo,
porque estamos siendo el ´otro´.
Somos, siempre, varios ´yo´
en un punto que luego desaparece
y se impulsa a sí mismo
para mantener la ilusión".

Freddy Quezada
(Nicaragua)

La reciente y hermosa nota de Freddy Quezada (19/05/2008),
"Los otros "yo" de uno", en El Nuevo Diario, de Managua, me llena
de alegría por las coincidencias entre su contenido y mis
puntos de vista. En vista de ello busqué estas viejas
páginas y las remocé para darles nueva vida y
ampliarlas a otros temas. Por supuesto, van dedicadas al "gran
Freddy" con todo mi afecto.

—————

Cuatro años atrás, Carlos Fuentes se
refirió al español como una "lengua impura",
señalando que en esa impureza residía su capacidad
de renovación. Compartí entonces el sentido
positivo que el genial escritor buscó expresar de ese modo
y en el resto de su nota, y a partir de ella me dediqué a
pensar en otros temas conexos.
Pero, ¿qué quiso expresar con esa frase?
Sencillamente, el hecho de que el español está
constituido por aportes lingüísticos de muy diversa
procedencia. Siendo así, no tenía necesidad de
utilizar la díada pureza-impureza si buscaba aludir a la
idea de diversidad. Es que la noción de impureza de los
fenómenos sociales, aparte de ser incorrecta, suele
preparar el camino a la asunción lisa y llana del
carácter maléfico o patológico de tal o cual
rasgo o comportamiento humano, lo cual posee un trágico
historial en su haber que no querríamos repetir.
Pensar lo social en términos de impureza o
imperfección es fruto del pensar dentro de rígidos
marcos de blanco o negro cuando no se sabe, no se quiere o no se
puede ver las notas de diversidad que caracterizan a lo social,
diverso por antonomasia. El recorrido posterior suele ser la
búsqueda de uniformización, purificación
reordenamiento de las sociedades, y supresión o "control"
de sus elementos "anormales" o "desviados". Procesos éstos
para nada inocuos ni placenteros como lo demuestra la
historia.
La esencia de lo social no es la uniformidad sino la diversidad,
que se expresa de múltiples maneras y en múltiples
campos, por ej. respecto de los orígenes de un
fenómeno, es decir, en cuanto a sus vertientes
generadoras; en consecuencia, también en relación
con sus elementos constitutivos, y por ende con la variedad en
sus formas de actuación y comportamiento.
No hay nada más diverso que lo humano. Los hombres
piensan, sienten, perciben, actúan y se expresan con
diversidad. Su creatividad se manifiesta plena de diversidad en
la coordenada espacio temporal individual y colectiva, pero en
cada una de ellas tampoco nada permanece igual a sí mismo.
El hombre y la cultura cambian permanentemente.
De modo que el cambio es primordial en lo social:
paradójicamente, es lo único constante. No
obstante, ese carácter no niega la existencia de
uniformidad, rigidez, invariabilidad e inflexibilidad en ciertos
aspectos y momentos. Lo que ocurre es que una perspectiva
histórica larga registra preferentemente los cambios, y
una perspectiva corta -a escala de la vida humana- tiende a
confirmar las permanencias. En ambos casos, lo registrado depende
de la observación, es decir, depende del acto de los
observadores; de los sujetos, no de los objetos observados.
El cambio, por lo general, se mueve en el campo de la libertad,
la cual en realidad es sólo aparente ya que
simultáneamente es producto y productor del sistema
global, es decir, de la realidad. Es decir, el cambio crea y
luego obsoletiza lo creado.
En suma, igual que el título de una famosa
película, nada es para siempre. Y esta afirmación
no depende de la frecuencia con que se presenta un
fenómeno, pues si existe una mecánica y una
dinámica celeste ¡qué menos puede esperarse
en el campo de la vida y sobre todo de la vida humana!
En realidad, aquello cuyo cambio no alcanzamos a ver es sobre lo
cual decimos que está quieto o que permanece: pero que
nosotros no veamos o no comprendamos que algo cambia, o que
está cambiando, no significa que no lo haga. Y si todo
cambia, nada es igual a sí mismo para siempre.
Los objetos materiales creados cambian, envejecen, no sirven
más. Con los inmateriales pasa lo mismo, por caso las
ideas: muchas de ellas cambian, envejecen, no sirven para tiempos
posteriores y terminan siendo olvidadas, y otras pocas que
podrían servir, corren la misma suerte o permanecen
dificultosamente en el presente. Sin olvidarnos de que otras
pueden reciclarse y reaparecer de otras maneras. Todo ello es
aplicable a esa mezcla de materialidad e inmaterialidad que es la
palabra, hecha de sonido, significado y sentido.
Las cosas humanas, por lo tanto, no valen para los hombres
siempre igual, pues su valor no está en su forma, ni
tampoco demasiado en su esencia o en su función, sino
fundamentalmente en el sentido que las diversas generaciones en
tiempos y lugares diversos les atribuyen y les
atribuirán.
La creación de sentido por el hombre es mucho más
plenamente cultural y más compleja que la propia
creación de objetos.
Esto nos lleva a desconfiar de la apariencia de las cosas (y no
tan sólo de su esencia), del estado aparente en que se
hallan o en el que nosotros creemos verlas. Todo está
cambiando, independientemente de nuestra capacidad para
comprenderlo. Admitir esto implica poner en duda nuestra
capacidad potencial de conocer tal como se nos ha enseñado
y sobre todo de conocer el ser de las cosas y los principios
básicos de la lógica, como el de la identidad, ya
que éste por un lado expresa estados transitorios de las
cosas y en sí mismo también es una
afirmación provisoria.
Si admitimos que existen casos o situaciones de las que no
sabemos o no podemos registrar sus cambios, entonces debemos
desconfiar también de los espejos, pues lo que creemos ver
en ellos es sólo una ilusión. Ergo: no podemos
identificarnos: no reconocemos nuestra propia identidad. Pero no
porque no poseamos identidad, sino porque ésta es
múltiple y provisoria, es decir, es un constante ir
siendo.
Diversidad y cambio son inherentes a la condición humana y
a lo social. No sólo las palabras están en
permanente transformación, también lo está
el ser humano individual en el largo periplo de su vida
así como los grupos y sociedades en la historia. Por lo
tanto, no existe la pureza ni la impureza en sí misma en
los fenómenos sociales. Ellas constituyen formas
incorrectas de expresar los variables grados de representatividad
o correspondencia resultantes de su referenciación con
sistemas, teorías, estándares, modelos, puntos de
vista, supuestos o estereotipos desde los cuales se expresa el
núcleo del saber oficial de un grupo social, y de todo
grupo social.
En consecuencia, también las identidades sociales no son
un estado definitivo, no son estables, no lo son para siempre.
Las "identidades" políticas, culturales, sociales,
étnicas, etc, también se transforman en las
sociedades conservadoras, con velocidades y matices
diferenciales, por cierto, pero en los últimos tres siglos
lo vienen haciendo con ritmo tan frenético que resulta muy
fácil percibirlo y demostrarlo. Tal el caso de la
Argentina, la menos latinoamericana de nuestras naciones y la de
mayor integración étnica.
Por eso mi pregunta de fondo: ¿en el mundo actual tiene
sentido cristalizar la percepción y la
autopercepción identitaria a partir de privilegiar un
rasgo determinado y aislado, como lo es el origen étnico,
dentro de un conjunto mucho más amplio de caracteres cuya
verdadera incidencia en la formación de las personas
reviste mucho mayor peso que aquél?
¿Puede alguien que no vive hoy en una tribu sino en una
sociedad urbana del mundo capitalista, que establece relaciones
sociales, afectivas, económicas, laborales,
políticas y culturales dentro de los parámetros de
la misma y sujeto a los mismos avatares de la mayoría, y
que ha sido educado y formado en el mundo de valores de esta
sociedad global dominante (muchos de los cuales, dejando aparte
aquellos claramente negativos, no son en principio
antagónicos sino que, más allá de
lógicas diferencias poseen elementos compartidos con los
valores y creencias más profundos de los pueblos
originarios y de otros pueblos de todos los tiempos y lugares), y
que sueña y proyecta para sus descendientes los mismos
sueños y proyectos de cualquiera en este mundo occidental,
puede, repito, ese alguien sentirse mapuche porque tiene un
apellido de ese origen, cuando a lo mejor también lleva en
su sangre una vertiente criolla, europea o incluso
asiática?
¿Qué drama original de desdoblamiento
psicológico tendrá que enfrentar en nuestra
Argentina intemperante un adolescente con antepasados mapuches e
italianos, por ejemplo?
¿Deberá optar por asumir declarativamente con
carácter militante y belicista su opción
fundamentalista por alguna de sus ascendencias, la italiana o la
mapuche, en desmedro de una u otra de ellas, olvidándose
incluso de lo que pudiera deberle a la Argentina en la
formación de su personalidad si es que ésta no es
mala palabra para entonces? ¿De qué
dependerá tal acto forzoso: de la cara o el apellido que
porte?, ¿de si tiene tez blanca como su antepasado
italiano, o la morena de los mapuches?
¿No resulta superficial y falsa tal encrucijada cuando uno
ha sido socializado en la cultura contemporánea de este
mundo conflictivo, desigual e injusto, pero cada vez más
consciente de la justicia y la desigualdad de modo tal que
millones de blancos y mestizos pueden sentirse negros en el
afecto y admirar a Martin Luther King, a Nelson Mandela o al
indio Catriel sin complejos por no ser negros o indígenas,
del mismo modo que quienes son descendientes de europeos y
americanos pueden hacerse cargo, con sentido de
integración, de los aportes culturales históricos
de todas las comunidades étnicas originarias y no
originarias que han venido a este continente y formaron y
transformaron permanentemente la cultura que consumimos hoy, y
puedan considerarlos parte vital del patrimonio cultural de la
Argentina, no sólo como argentinos sino como humanidad, en
igualdad de derechos culturales y de modo que todos podamos
sentirnos igualmente representados por otro ser humano sin
importar los colores, los orígenes o los apellidos de
ninguno?
El signo de los tiempos no es la cristalización de las
ideas (y menos aun la de la identidad), sino su provisoriedad,
tampoco lo es la fragmentación ni la atomización,
sino la integración y el mestizaje, la interculturalidad y
el sincretismo, lo que corresponde a lo que somos: un constante
ir siendo que tiende puentes hacia todos los rumbos, que no se
cierra, que gana y se enriquece en el intercambio cultural sin
fronteras ni resentimientos.
Los intentos de constreñir las transformaciones sociales
que corren por los estratos sociales de abajo -y la
integración cultural es una de ellas, necesaria por lo
demás- terminan por lo general siendo tareas que se
emprenden desde los pináculos de la sociedad, como la
pretensión de regular la lengua española. Cuando
excepcionalmente no nacen en esos niveles, igualmente terminan
siendo útiles a los poderes que moran en esas alturas.
Esa clase de resistencias a la realidad suele producir más
mal que bien y dura hasta que la misma realidad cambiante termina
enviando esos intentos a un oscuro rincón de la
historia.
o0o o0o o0o
En: El Nuevo Diario (Managua) – 31/05/2008 –
http://www.elnuevodiario.com.ni/blog/articulo/120

IDENTIDAD

Carlos Schulmaister

A veces sé que sé,
a veces digo lo que sé,
a veces dudo de lo que sé,
a veces sé que no sé,
a veces digo que no sé,
a veces me preocupa no saber,
a veces me da igual.

A veces creo que sé,
a veces hablo como si supiera,
a veces me creen,
a veces no,
a veces no sé que sé,
a veces no sé que no sé.

A veces no sé expresar lo que sé,
a veces no me entienden,
a veces lo expreso bien,
a veces no me creen,
a veces no me quieren creer.

A veces muestro lo que tengo,
pero no lo ven,
o ven otra cosa,
a veces lo escondo,
pero igual lo ven,
a veces no sé,
ni digo,
ni muestro,
unos suponen que no sé,
que no tengo nada,
otros creen que sé,
que tengo,
que oculto.

Y así me conocen,
con lo que saben de mí,
con lo que creen que saben,
con lo que digo
y lo que callo,
con lo que muestro
y lo que oculto,
con lo que suponen
y lo que ignoran,
con lo que quieren creer.

Yo hago lo mismo con ellos,
y aun sabiendo cómo se conoce
me olvido que lo sé,
y quiero conocerme en ellos,
en sus palabras, en sus gestos, en sus ojos,
aunque como yo nadie me conoce,
ni yo podré conocerlos
como ellos se conocen.

Y entonces maldigo las palabras,
los gestos, las miradas,
por inútiles, por vacías,
por ambiguas,
aunque no sean responsables,
pues uno no se conoce,
ni se deja conocer,
como hay cosas que sabe,
y no desearía saber.

Los demás nos espejan mal,
se crean espejismos,
y se los creen,
aunque toda imagen nuestra,
reflejada por los otros
es siempre diferente
de uno mismo.

Uno es único y es múltiple,
incognoscible totalmente,
por los demás y por uno mismo.
Sólo vemos sombras y fantasmas,
de uno y los demás,
que componen nuestra vida,
sin saber ni poder vivir sin ellas,
como una carga a cuestas,
a veces ligera, a veces pesada,
a veces grata, a veces triste,
según cómo nos reflejan,
que complacen o lastiman
cuando reflejamos a otros.

Ese amasijo abstruso,
de acciones y palabras,
realizadas y pronunciadas,
imaginadas y recordadas,
lo llevamos en la frente,
pero nos pesa en la espalda,
como una cruz inmensa,
que nos agobia en la vida,
y desaparece en la muerte.

o0o o0o o0o o0o

 

 

 

Autor:

Carlos Schulmaister

[1] OTAS El argumento meramente abstracto de
que la profesora quería evitar que el tema del origen se
convirtiera en un tabú no me convence. Creo que en
ciertas ocasiones una intención correcta puede ocasionar
resultados negativos, tanto que, como en el ejemplo citado,
semejante intención podría calificarse de
reaccionaria. Esto sucedía a comienzos de la
década de 1980, bajo la tiranía; hoy, treinta
años después, una intervención semejante
suele resultar esclarecedora para un alumno en particular y
para todos sus compañeros.

[2] http://www.freddyquezada.blogspot.com/ En
El Nuevo Diario, de Managua, Nicaragua, (19 de mayo de 2008)
Freddy Quezada dice lo siguiente: “(…) ahora
sabemos que A no es igual a A. Y que dentro de "A", como en las
polvaredas de Cantor en las que todos los números ya se
encuentran en cualquier segmento de ellos, está todo el
alfabeto. Así, pues, “uno” nunca es uno.
Nadie es sí mismo, porque estamos siendo el
“otro”. Somos, siempre, varios “yo” en
un punto que luego desaparece y se impulsa a sí mismo
para mantener la ilusión. Toda la tradición
“oriental”, desde mucho antes de Freud y Lacan, se
ha consagrado a destruir tal ilusión. Es viejamente
sabido, que el yo se descompone en el tiempo, en el espacio, en
el inconsciente e, incluso, a cada instante estamos siendo
habitados por un enjambre de escenarios que se nos ofrece y de
los cuales, al decidir por uno, matamos todos los demás.
La coartada que se usa, para explicarnos la identidad que
poseemos, es la de contar con una memoria que une unos momento
con otros, a conveniencia y solicitud, como un collar de perlas
sin hilos, separadas unas de otras, por una especie de
vacíos cuánticos, como esos trenes de alta
velocidad, cuyos vientres jamás tocan los rieles. Por
ejemplo, en el tiempo, nadie puede decir que uno es igual al
niño visto en los álbumes familiares, ni al
adolescente vital y agresivo que fuimos; en el espacio, uno no
se comporta lo mismo en un lugar que en otro. Hay que sumar a
la fragmentación, los distintos roles que asumimos a
veces sucesiva o simultáneamente, cuando somos
subalternos, dominantes, receptores, productores, emisores,
consumidores, etc. En fin, somos una colonia de
“yo” despedazados, nube de puntos sostenidos por
una tensión de rayos láser, como los
píxeles de un cuadro que, de lejos, parecen brindarnos
una imagen, pero de cerca son puntos separados por
pequeños intersticios que, en el caso de la conciencia,
son empujados por un horizonte o sentido al que nos
entregamos… “ En: El Nuevo Diario – 31/05/2008 –
http://www.elnuevodiario.com.ni/blog/articulo/120

[3] Para ver el proceso histórico de
construcción de la patria y el patriotismo en Argentina
véase mi trabajo La construcción oficial de la
idea de patria y patriotismo en la escuela argentina, en
monografías.com
/trabajos20/idea-de-patria/idea-de-patria.shtml
y en mi blog El ansia perpetua,
http://www.elansiaperpetua.com.ar/?p=533

[4] Alguien ha escrito palabras brillantes
relacionadas con este tema. Es mi amigo Freddy Quezada, de
Nicaragua. Véase El poder y sus sirvientas, en El Nuevo
Diario, 30 de abril de 2004. En:
http://archivo.elnuevodiario.com.ni/2004/abril/30-abril-2004/opinion/opinion3.html.

[5] Véase mi artículo El
patrioterismo. En: Diario Río Negro -www.rionegro.com.ar
– 05/01/2006 -. Y en El ansia perpetua
www.elansiaperpetua.com.ar nos pesa en la espalda, como una
cruz inmensa, que nos agobia en la vida, y desaparece en la
muerte. o0o o0o o0o o0o

Partes: 1, 2, 3, 4
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