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La iniciación (página 4)




Enviado por HERBERT ORE



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El simbolismo de la escoba se ha interpretado de
diversas formas. Para algunos autores se trata de un
símbolo fálico, lo que se relacionaría con
la supuesta promiscuidad sexual de las brujas. Otras
teorías mencionan que la escoba pudo haber sido utilizada
para administrarse determinadas drogas. En cualquier caso, llama
la atención al tratarse de un objeto relacionado casi
exclusivamente con la mujer.

Con respecto a los vuelos de las brujas, las opiniones
de los teólogos de la época estuvieron muy
divididas. Para algunos, tenían lugar físicamente,
en tanto que otros consideraban que se trataba de ensueños
inducidos por el Diablo. Modernamente se han relacionado con el
consumo de ciertas drogas conocidas en la Europa rural, tales
como el beleño, la belladona y el estramonio.

LOS ROSACRUCES.

En 1614 y en 1615 la Hermandad de la Rosa-Cruz
manifestó públicamente su existencia con tres
obritas: la "Reforma Universal" (Allgemeine und General
Reformation),
la Fama Fraternitatis Rosae Crucis y
la Confessio Fraternitatis, escritos cuyo autor fue
verosímilmente J. V. Andreae (1586-1654). La Fama
relataba la fundación de la Orden por el alemán
Christian Rosenkreutz (designado con las iniciales C. R. C.),
iniciado por los Sabios de Siria en el curso de un viaje a
Oriente; también se encontraba en ella el relato del
descubrimiento de la tumba de Rosenkreutz, en la cual los
discípulos hallaron, además del cuerpo del Maestro
que llevaba en la mano un libro simbólico escrito sobre
pergamino, toda suerte de objetos rituales: "espejos de diversas
virtudes, campanillas, lámparas encendidas (las famosas
"lámparas perpetuas" de los rosacruces), extraños
cantos artificiales [¿una máquina parlante?]". Tal
es la leyenda que refiere el origen de la Hermandad y la historia
de su fundador, "Cristián Rosa-Cruz", que es,
evidentemente, un personaje alegórico, y no el
gentilhombre de raza germánica que según dicen
vivió de 1378 a 1485. Pero es necesario que el
investigador estudie las fuentes reales del movimiento
rosacrucista, tarea bastante difícil, pues los documentos
seguros faltan a menudo, como todas las veces que se trata de
buscar los orígenes reales de una tradición
ocultista.

Hemos visto que, durante todo el medioevo, a pesar de
las hogueras y de la Inquisición, nunca cesó la
fermentación intelectual: el esoterismo, cristiano o no,
fue propagado por organizaciones iniciáticas, sociedades
secretas que sintetizaban en teosofías sutiles corrientes
de pensamiento de muy diverso origen. Hubo principalmente
numerosas asociaciones de alquimistas, hermetistas, cabalistas.
El Renacimiento había de acarrear condiciones
ideales para el nacimiento de tales sociedades secretas: el ocaso
del poderío de la Iglesia católica permitía
a la curiosidad intelectual, que ya no era frenada por el dogma,
desarrollarse cada vez más, favoreciendo el gran progreso
de las más heterodoxas doctrinas. Los viajes relacionaban
cada vez más los adeptos de todos los países:
Nicolás Barnaud (1535-1601) nos refiere cómo, desde
1589, viajó a través de toda Europa "para buscar a
los aficionados a la química [es decir, a la alquimia] y
comunicarles sus ideas políticas". En cuanto al
célebre Paracelso, había de llegar a ser la gran
autoridad para todos los autores rosacrucistas, que utilizaron
con abundancia sus doctrinas, aludiendo más de una vez a
su profecía relativa a la llegada del
Elias-artista: "Dios permitirá -dijo- que se haga
un descubrimiento de mayor importancia que debe quedar oculto
hasta el advenimiento de Elías artista. Y es la
verdad, no hay nada oculto que no deba ser descubierto; por eso
tras de mí vendrá un ser maravilloso, que no vive
aún, y que revelará muchas cosas." (Ese
Elías artista –decía el rosacruz Andreae-
no es un individuo, sino un ser colectivo, que no es otro mas que
nuestra Hermandad misma.)

Los rosacruces fueron "alquimistas que mezclaban
política y religión a sus doctrinas
herméticas". Fue en Alemania, medio propicio a las ideas
de Reforma, donde nació dicha Sociedad secreta, muy al
final del siglo XVI, si no muy al principio del siglo siguiente:
la más antigua fecha a que podamos llegar es 1598, en la
cual el alquimista Studion funda en Nurenberg una
asociación denominada Militia Crucífera
Evangélica,
especie de arquetipo de la Rosa-Cruz, y
cuyas teorías se hallan reunidas en una curiosa obra,
intitulada Naometría (1604), que estudia "la
medida del Templo místico", utilizando el símbolo
de la Rosa y de la Cruz, y anunciando una "reforma general" y una
"renovación de la Tierra". Observemos igualmente que se
descubren todos los símbolos rosicrucistas en uno de los
pentáculos del Amphitheatrum Sapientiae Aeternae
(1598), de H. Khunrath.

Los autores han acudido a veces al esoterismo
musulmán, y asimismo a los Alumbrados
españoles para dar cuenta del movimiento, pero lo esencial
de la inspiración de los rosa-cruces parece haber sido
tomado en las teorías desarrolladas por los
discípulos alemanes dé Paracelso, conocidas con el
nombre de Pansophia ("Conocimiento universal"), aun
cuando se encuentran casi todos los vestigios de las doctrinas
más o menos teosóficas y místicas … La
Hermandad parece haberse constituido hacia 1600, sin que puedan
darse detalles precisos: el juramento de respetar el secreto
absoluto respecto de la Orden parece que fue bien seguido por los
afiliados hasta 1614, fecha en la cual la Rosa-Cruz creyó
conveniente manifestar su existencia al mundo. Sin embargo,
parece que debe atribuirse un papel de primer plano a los
alquimistas que rodeaban a Rodolfo II de Habsburgo y otros
soberanos, como el conde Mauricio de Hesse-Cassel. El pastor
luterano J. V. Andreae fue quien habló en nombre de la
Hermandad, cuya existencia había de intrigar durante tanto
tiempo al público culto de entonces (así como por
lo demás, al pueblo.).

Antes de abordar el desarrollo y las doctrinas de la
Hermandad, es conveniente investigar el significado profundo del
símbolo que ha dado su nombre a la Orden: el de
la "Rosa-Cruz esencial". La Rosa-Cruz es el símbolo
formado por una rosa roja fijada en el centro de una cruz,
también de color rojo, "pues ha sido salpicada por la
sangre mística y divina de Cristo".

Ese símbolo, enarbolado —nos dice Robert
Fludd (Summum Bonum)— por los Caballeros
cristianos en tiempo de las Cruzadas, tiene doble
significación: la Cruz representa la Sabiduría del
Salvador, el Conocimiento Perfecto; la Rosa es el símbolo
de la purificación, del ascetismo que destruye los deseos
carnales, e igualmente el signo de la Gran Obra alquímica,
es decir, la purificación de toda mácula, el
acabado y la perfección del Magisterio. Puede igualmente
verse en ella la cosmogonía hermética, pues la Cruz
(emblema masculino) simboliza la divina Energía creadora
que ha fecundado a la matriz oscura de la substancia primordial
(simbolizada por la Rosa, emblema femenino) y ha hecho pasar el
universo a la existencia.

Expansión del Rosicrucismo en
Europa.

El movimiento de los Hermanos de la Rosa-Cruz
alcanzó gran extensión en Alemania, donde sus
adeptos más destacados fueron Andreae, Mynsicht ( llamado
Madathanus ), Gutman y Michael Maier (1568-1622). El
gran místico Jacob Boehme (1574-1624), cuyas obras
están salpicadas de alusiones a la "Piedra filosofal
espiritual", al Cristo, "la santa Piedra angular de la
Sabiduría" (la misma expresión en el gran doctor
del grupo, el inglés Robert Fludd), estuvo muy influido
por esa gran mezcla de teorías teosóficas, cuya
repercusión fue considerable. Pero el rosicrucianismo
enjambró fuera de su patria de origen: así el checo
Comenio, uno de los principales jefes de la secta de los Hermanos
moravios, autor de varias obras teosóficas en las que
exhortaba a los hombres a que construyeran un Templo de la
Sabiduría según los principios, reglas y leyes del
Gran Arquitecto.

Francia parece haber sido poco tocada, aun cuando la
Rosa-Cruz tuvo sus afiliados, como Michel Potier y el cirujano
David de Planiscampy. La mayor expansión de la Orden se
vio en Inglaterra, gracias a los esfuerzos del médico
Robert Fludd (1574-1637). Fludd había viajado durante seis
años por el continente (1598-1603), recorriendo Francia,
Italia, España y Alemania hasta los confines de Polonia:
estuvo en relaciones con Hermanos alemanes, y se hizo iniciar en
los ritos y en las doctrinas de la Fraternidad. De vuelta a
Inglaterra, Fludd fundó en Londres grupos que se
extendieron rápidamente, y es verosímil que fuera
el Gran Maestro de la rama británica de la
organización. Hacia 1650, la Rosa-Cruz estaba
poderosamente organizada en Inglaterra. Ella fue la que
debía introducir en la Francmasonería el
sistema de los Altos Grados, llamados
"Escoceses".

Los rosacruces y la
Francmasonería.

La Hermandad de la Rosa-Cruz tomó impulso, a
mediados del siglo XVII, en la Francmasonería: sus adeptos
hallaron refugio en los talleres masónicos, y luego de
hacerse recibir como accepted Masons, "Masones
aceptados", utilizaron el simbolismo de las Corporaciones de
constructores para propagar sus enseñanzas; eran "Masones
simbólicos", trabajando en "edificar el Templo invisible e
inmaterial de la Humanidad". Modificando el ritual
introduciéndole sus concepciones herméticas y
cabalísticas, crearon el grado de Maestro con su
ritual característico de iniciación, que hace
revivir al recipiendario la muerte, la "podredumbre" y la
resurrección de Hiram; fueron ellos, igualmente, quienes
introdujeron los Altos Grados, tan cargados de
esoterismo cristiano, callados en las Constituciones de
Anderson, pero que habían, de reaparecer luego, en forma
más o menos alterada. Así, puede decirse sin
paradoja que la francmasonería moderna ha copiado y
continuado el esoterismo de los rosacruces, tomando de ellos sus
más típicos símbolos herméticos, como
el pelícano, el fénix que renace de sus cenizas, el
águila bicéfala, etcétera.

Hubo así, durante la primera mitad del siglo
XVII, una gran mezcla de ideas, un gran desarrollo de las
Sociedades secretas, que se copiaban recíprocamente unas
de otras. Por lo demás, es bastante difícil
orientarse en ese período donde las efusiones
místicas y la alquimia corrían parejas con las
investigaciones científicas y los deseos de reforma
social, que se traducen en el gran número de
Utopías de entonces; citemos entre otras, la
Ciudad del Sol, de Campanella (cuyo Templo presenta
curiosas analogías con una Logia) y la New
Atlantis,
de Francis Bacon, que, escrita a partir de 1622,
describe la "Casa de Salomón" donde residen los sabios,
acudiendo a los símbolos
arquitectónicos.

Los ritos de iniciación.

Es interesante estudiar los ritos de
iniciación
de los rosacruces, así como los
diferentes grados. Los rosacruces alemanes practicaron
el sistema de los "Superiores desconocidos", en el que los
afiliados inferiores ignoraban la personalidad de los miembros
superiores de la jerarquía. Por lo demás, esa
concepción se veía favorecida por las concepciones
de los Hermanos, que admitían una suerte de
conservación de la tradición secreta por
grandes iniciados, hombres que se han librado de la
dominación de los sentidos, y recorren incansablemente el
mundo: son los verdaderos rosacruces, por oposición a los
simples "rosicrucistas".

Tenemos algunas alusiones a diversos ritos
iniciáticos, ceremonias, representaciones y pruebas por
que atraviesa durante siete días Christian
Rósenkreutz. Se encuentra igualmente el relato de una
iniciación, destinada a hacer revivir al neófito la
suerte de Elias y de Enoc (que han sido raptados al Cielo) en el
Tractatus theologo-philosophicus, de Fludd. Los textos
sobre esos puntos son raros y bastante reticentes. Pero hay un
medio indirecto de conocer los ritos iniciáticos de los
Hermanos: recurrir al estudio de los rituales que se encuentran
en los Altos Grados de la Masonería "escocesa'",
grados cargados de un simbolismo hermético y cristiano muy
característico.- Sin embargo, es sumamente difícil
reconstituir los grados originales, que en el curso del siglo
XVIII sufrieron numerosos arreglos sucesivos. No obstante, un
estudio de los símbolos y de las alegorías
empleados por el ritual de esos "Altos Grados" no dejaría
de ser interesante: en él se encuentran casi todas las
doctrinas herméticas, tal cual fueron codificadas por los
adeptos del siglo XVII. He aquí, a título
ilustrativo, la descripción, según Vuillaume, de la
Jerusalén Celeste, tal cual está
representada en el capítulo de los rosacruces: "En el
fondo (de la última habitación) hay un cuadro en el
que se ve una montaña por la que corre un río, a
cuya orilla crece un árbol que lleva doce clase de frutas.
En la cima de la montaña se halla un zócalo
compuesto de doce piedras preciosas en doce hiladas. Encima de
ese zócalo hay un cuadrilátero de oro, que lleva en
cada uno de sus lados tres ángeles con los nombres de cada
una de las doce tribus de Israel. En ese cuadrilátero hay
una cruz, en el centro de la cual está acostado un
cordero." Esta descripción (inspirada en el Libro XXI del
Apocalipsis de San Juan) debe relacionarse con los
desarrollos de Fludd en su Tractatus
theologo-philosophicus…
Ese grado de
rosacruz (del que la joya reproduce precisamente el
símbolo del mismo nombre) es característico con su
esoterismo cristiano y su Cena mística.

Las doctrinas y los fines.

Las ideas rosicrucistas están fácilmente
al alcance del historiador, pues los Hermanos escribieron mucho,
y las grandes bibliotecas europeas poseen numerosas obras de ese
género, de la primera mitad del siglo XVII, a menudo
ilustradas con gran número de figuras simbólicas,
emblemas y diagramas de lo más interesantes El escritor
más notable de la Orden fue Robert Fludd, cuyos numerosos
trabajos constituyen una verdadera suma, en que se abrevaron los
adeptos de la Alta Filosofía masónica de los siglos
siguientes.

Es muy difícil resumir, aunque solo fuera
ligeramente, la doctrina rosicrucista de filosofía
religiosa tal cual está sistematizada por Fludd. Es un
vasto sistema teosófico, un cristianismo esotérico
fuertemente influido por el Hermetismo, la Cabala judía,
el Neo-platonicismo y la Gnosis: es un sistema compuesto, que ha
reunido los vestigios de todas las tradiciones más o menos
secretas que caminaron subterráneamente durante todo el
Medioevo y el Renacimiento. Se encuentran desarrollados todos los
temas clásicos del esoterismo (principalmente la
cosmogonía sexual, pues se atribuye el origen del
universo a la unión del Fuego macho y de la materia
hembra). Todos los seres solo son desarrollos varios del Ser
único, de la Mónada, que se manifiestan en
diferentes grados y están destinados a entrar en la Unidad
primordial. Los Hermanos, depositarios de la antigua
filosofía secreta perpetuada desde los tiempos primitivos,
anuncian el próximo retorno de la edad de oro.

El hombre, privado de la Divinidad por su
rebelión, debe reintegrarse a ella por el éxtasis;
puede, debe volver a ser Dios. Traen una gnosis destinada a
operar la "Reforma universal", religiosa y social. La
Gran Obra hermética es ante todo el Ergon, la
búsqueda interior de la Piedra filosofal, la
santificación del adepto, y es también el
Parergon, subordinado al primero, que es la busca
física de la Piedra, capaz de "santificar" la materia
trasmutándola en oro puro. "El Cristo habita en el hombre:
lo penetra enteramente; y cada hombre es una piedra viviente de
esa roca espiritual, aplicándose así las palabras
del Salvador a la humanidad en general; así se
construirá el Templo, cuyas figuras fueron la de
Moisés y la de Salomón. Cuando el Templo
esté consagrado, sus piedras muertas se
trasformarán en vivientes, el metal impuro se
trasmutará en oro fino y el hombre recobrará su
estado primitivo de inocencia y de perfección".

Observemos particularmente la creencia en una
continuidad de la Revelación, y conservándose la
Tradición secreta por una sucesión
ininterrumpida de "grandes Iniciados", que son los verdaderos
rosacruces, en el sentido absoluto del término
(pues los miembros de la Hermandad sólo son simples
Rosicrucistas), depositarios de la Ciencia total,
poseedores de la Piedra filosofal y el arte de prolongar la vida
indefinidamente, dotados de poderes sobrehumanos y desconocidos
de la muchedumbre. Son los "Invisibles" que muchos personajes de
aquellos tiempos intentaron en vano encontrar: hubo,
naturalmente, algunos hombres que pretendieron hallarse entre
esos rosacruces". (Así un médico refiere que en
1615 viajó "con un hombre de mediana estatura, aspecto
común y vestido sencillamente, que hablaba de toda clase
de ciencia, curaba a los enfermos gratuitamente, llevaba el traje
del país, declaraba que era rosacruz, conocía las
virtudes de las plantas, sabía lo que los otros
decían de él, hablaba lenguas muertas y
extrañas; comió impunemente brionia, hizo
predicciones; era un anciano monje de ochenta y un años,
el tercero de la Hermandad; hablaba sin desdecirse jamás;
desapareció, y no quedaba más de dos noches
seguidas en la misma localidad"). Hacia 1625 corrió el
rumor de que esos "Reveladores" habían vuelto hacia su
país de origen: el Oriente misterioso. Desde esa fecha, y
hasta nuestros días, operó en Europa cierto
número de personajes que pretendían ser "grandes
Iniciados"; los más célebres fueron el conde de
Saint-Germain y Cagliostro, en el siglo XVIII.

Esta Sociedad se integró a la
Francmasonería, que ha sido fuertemente influida por esos
adeptos; en cuanto a las organizaciones modernas que han
pretendido, o pretenden, prolongar el movimiento, no tienen nada
en común con las Rosa-Cruces del siglo XVII (a ese tipo
pertenecen la "Orden Cabalística de la Rosa-Cruz " de S.
de Guaita, la "Rosa-Cruz católica" De Péladan, la
Rosicrucian Fellowship de Max Heindel, y otras
sociedades menos conocidas).

LA FRANCMASONERÍA.

Iniciación.

Tanto en las escuelas esotéricas de la
antigüedad como en las cofradías de los constructores
medievales la recepción de un nuevo miembro se realizaba
solemnemente, poniendo en práctica un ritual de ingreso
que sometía al candidato a pruebas personales que
permitían juzgar su capacidad. Pasados los
desafíos, se le comunicaban palabras, gestos y toques de
reconocimiento mutuo. Adicionalmente, se debía prestar
juramento de silencio respecto de los secretos logiales. El
ritual de iniciación es el punto de partida de una
iniciación al conocimiento y corresponde a un arquetipo
universal. Se establece, mediante el rito, una correspondencia
entre el nacimiento físico (dar a luz) con el nacimiento
espiritual (iluminación). Recordemos que en la escuela
francmasónica así como en aquéllas que se
remontaban a la Grecia preclásica denominaban al
recién iniciado como "neófito" (es decir, "nueva
planta", "recién nacido" o "hijuelo"). Además, todo
ello se vincula a la palabra "conocimiento", ligada a su vez a
"conacimiento", es decir, volver a nacer.

En otras palabras, quien se inicia en el conocimiento de
este ideario nace a la comprensión de una nueva realidad
(y, por tanto, amplía su visión y se hace
más universal).

Símbolos.

El método iniciático se basa en diversos
principios, de los cuales, por ahora, destacaremos uno, la
sustitución analógica. Desde el primer momento del
proceso iniciático el neófito es puesto en contacto
con los símbolos y los ritos.

Los símbolos son signos con una carga afectiva
que pueden conectarse tanto con el consciente como con el
inconsciente del sujeto que los contempla o los
reproduce.

Los símbolos representan estructuras o acordes
mentales que se encuentran almacenados en la psiquis del
individuo y en el trasfondo inconsciente de su grupo cultural.
Esta conceptualización bastará para prevenir que
una cosa es el símbolo en sí y otra distinta la
gráfica o materialización del mismo.

Los símbolos usados pueden ser números,
palabras, figuras, mitos, objetos, gestos, colores y expresiones
corporales.

Ahora bien, el proceso de sustitución
analógica pretende vivificar o vivenciar el símbolo
o el mito. El que se inicia podrá ir descubriendo
gradualmente, mediante analogías, las resonancias internas
y tomas de conciencia que en él produce el símbolo.
Este proceso, despojado del ritual, es en esencia el usado por la
psicoterapia moderna para despertar aspectos dormidos o traumados
de la psiquis.

Pasando a un ejemplo, tomado de la masonería, los
restos óseos humanos de la Cámara de
Reflexión podrán evocar diversos conceptos. Uno de
ellos sería la transitoriedad de la existencia humana
individual. Otro, la verdad desnuda, despojada de los ropajes con
que los recubre la cultura o hipocresía humanas. Otro, la
caída de las ilusiones y el enfrentamiento de sí
mismo.

Otro ejemplo a considerar, sería el de la
presencia del Azufre y la Sal, representativos de principios
alquímicos. El Azufre corresponde a la energía que
parte del centro del Ser y es expansiva (su energía
interna). La Sal es el principio de cristalización,
representa la estabilidad. El mensaje implícito es que
para llegar al sí mismo o parte estable del Ser, el
individuo debe aislarse de las fuerzas externas o de las
influencias del entorno o de los apetitos biológicos
básicos.

El mito.

El mito es una narración que, asumiendo formas
culturales propias a cada pueblo y época, describe una
experiencia humana compleja, a veces trágica y llevada a
situaciones límite. Allí, intervienen fuerzas
cósmicas o divinidades, castigadoras o redentoras, que
representan el factor de trascendencia de la experiencia humana
individual.

En la iniciación masónica de Primer Grado
no es utilizado un mito en particular, pero sí
están incorporados los elementos tradicionales que
estructuran un mito: un héroe (el neófito) que
realiza un viaje (el proceso de iniciación) y que pasa por
etapas diferentes.

Estas etapas son la separación o partida, las
pruebas o trabajos y el regreso o retorno.

La anulación de la vista y el encierro en la
Cámara de Reflexión representan la
separación. Por su parte, las pruebas de los Cuatro
Elementos representan los trabajos o desafíos que deben
ser superados para lograr la salvación. El re encuentro
final con los hermanos de logia y la recuperación de la
visión representan el rescate de lo exterior y el derecho
a vivir en dos mundos: el interno y el cotidiano, el consciente y
el inconsciente, el intuitivo y el lógico.

La psicología moderna y contemporánea ha
restaurado la importancia del mito en la evolución y
construcción de la psiquis humana, demostrando que, en
cada mito, es posible seccionar mediante el análisis,
todos los elementos que forman parte de nuestro Uno Mismo: la
conciencia y la lógica, la intuición y el
inconsciente, la sombra o acumulación de experiencias
traumáticas diversas, los complejos psíquicos
naturales, etc.

El rito.

El rito es un orden sistemático y pre establecido
para llevar adelante una ceremonia oficial, sea religiosa o de
una escuela filosófica.

El valor del rito no sólo reside en la
reproducción de los paramentos externos y las
formalidades. Es más que eso. Utilizando los
símbolos, las acciones pre establecidas pretenden
vivenciar o revivir la experiencia mítica. Es decir, el
rito es un procedimiento unificador pues constituye la forma
activa de usar los símbolos y el método
analógico para despertar la conciencia del neófito
y darle el impulso inicial hacia la conciencia de sí y de
lo trascendente.

El viaje y los elementos.

El viaje del héroe o candidato comporta, en la
iniciación masónica de Primer Grado, enfrentarse a
cuatro pruebas, representativas de los cuatro elementos
hermético-alquímicos.

La prueba del Elemento Tierra es el
desafío preliminar, previo al viaje propiamente tal y
está representada por la estancia reflexiva en las
profundidades de la Cámara. Es una invitación a
transitar desde el Occidente (la realidad sensible) hasta el
Oriente (la abstracción, la realidad
inteligible).

La estancia en la Cámara hace tener presente la
alegoría de la caverna de las ideas de Platón, es
decir, la lucha por conseguir la anamnesis, reminiscencia o
recuerdo de sí. Esta es una función clave, que
haría recuperar el carácter operativo de una logia
especulativa. Recordarse de sí mismo, tomar conciencia de
sí, focalizar la atención para llegar al contacto
íntimo, meditar, son sinónimos de la exigencia
diaria de cada neófito para pasar a ser un hombre
integrado espiritualmente. En otras palabras, corresponde a
superar la fragmentación del ser en "egos" o "yoes",
despejando las "escorias" alquímicas (metales impuros),
para captar la luz o conciencia íntima (Uno
Mismo).

La prueba del Elemento Aire es el primer viaje
iniciático para superar la muerte ritual. Las
trepidaciones y obstáculos al avanzar representan la
confrontación de las ideas. La opinión o juicio
propios deberán confrontar a la realidad y a la
opinión general. Si nuestra visión mental no se
acomoda a la porfiada realidad nos hará sufrir y
amargarnos.

La prueba del elemento Agua es el segundo viaje
iniciático. Representa una segunda forma de limpiarse de
aquello que no fue capaz de erradicarse por el Aire. Es una
invitación a serenar nuestras emociones y sentimientos, a
dejar fluir sin atarnos a las pasiones, ni a los prejuicios ni a
las odiosidades. Es la limpieza de la afectividad.

La prueba del elemento Fuego es el tercer viaje
iniciático. Representa la energía interior que
podrá ser canalizada en forma creadora, debido a que antes
se han armonizado las ideas y las emociones. Por tanto, la
energía interior está en condiciones de conectar
con la Energía Universal representada por el fuego del
Sol.

El ciclo de las pruebas y elementos se cierra
permitiéndose al neófito recuperar la visión
después de habérsele recordado su deber de caridad
y hacérsele jurar el compromiso solemne del
secreto.

Masonería "operativa" y
Masonería "especulativa".

Los constructores, que poseían conocimientos
especiales, constituían desde la más remota
antigüedad (en que se agrupaban en Colegios sacerdotales)
una especie de aristocracia en medio de los demás oficios.
En la Edad Media, esos constructores de las catedrales y de los
palacios disfrutaban de parte de las autoridades
eclesiásticas y seculares, de numerosos privilegios
(franquicias y exenciones diversas, tribunales especiales), de
donde el nombre francmasones (literalmente
"alhamíes libertos") con que se los designaba. La
arquitectura constituía entonces el "Arte Real", cuyos
secretos se divulgaban solamente a quienes se mostraban dignos de
ello, de ahí la idea de una suerte de Obra
suprema: la construcción, mediante un trabajo incesante,
de un Templo ideal cada vez más perfecto,
inmenso, universal e infinito. Además, toda clase de
pensadores en postura más o menos mala frente a la
ortodoxia, principalmente alquimistas, buscaban refugio entre los
constructores (lo que explica la presencia de curiosas figuras
simbólicas en el frontispicio de numerosos edificios
religiosos).

El paso de la Masonería operativa,
compuesta de gente de oficio, de constructores, a la
Francmasonería moderna, llamada especulativa, se
produjo en Inglaterra, gracias al papel cada vez más
importante desempeñado por los "Masones aceptados"
(Accepted Masons).

En Gran Bretaña, como los demás
países europeos, poseía cofradías de
constructores, de "francmasones" (freemasons),
agrupaciones ricas y poderosas, protegidas por los soberanos, y
cuyos miembros eran admitidos en la Corporación luego de
una iniciación, habían de guardar el secreto sobre
esos ritos, y debían respetar cierto número de
reglas designadas con el nombre de Landmarke
(literalmente: "hitos de propiedad"), que contenían los
artículos esenciales de la Orden, considerados como
inmutables. Pero el final del siglo XVI, período
turbulento, vio una mengua muy sensible de grandes
construcciones, y las corporaciones, sintiéndose en
peligro, admitieron en su seno a miembros que no eran hombres de
oficio: eran los "Masones aceptados", con la mayor
frecuencia personajes influyentes destinados a realzar el
prestigio de la Orden. A principios del siglo siguiente, esos
accepted Masons eran ya bastante numerosos; pero fueron
sobre todo los Rosacruces ingleses quienes
desempeñaron un papel decisivo; hacia 1650, los
discípulos de Robert Fludd estaban poderosamente
organizados en Londres. Uno de éstos, el alquimista Elias
Ashmole (1617-1692), había sido admitido en 1646 como
"Masón aceptado", al mismo tiempo que su cuñado; en
la Logia se vinculó con cierto número de amigos,
teólogos y sabios (los hermanos Thomas y George Warton, el
astrólogo Lilly, etc.), con los cuales organizó una
Sociedad que tenía como finalidad "edificar la Casa de
Salomón, templo ideal de las ciencias", para la que obtuvo
autorización de reunirse en el local de los Masones. Poco
a poco dicha asociación de Rosa-Cruz ocupó en la
Masonería un papel preponderante; esos Hermanos
introdujeron sus símbolos y modificaron profundamente el
ritual iniciático: los picapedreros no tenían, en
suma más que un grado, el de Compañero,
puesto que los aprendices no formaban parte de la
corporación y el Maestro era simplemente el
Compañero encargado de la dirección de un taller;
en lo que había de llegar a ser la Masonry
especulativa, por el contrario, se había instituido una
ceremonia de iniciación para el grado de
Aprendiz, y creado el grado de Maestro, cuyo ritual
ponía en escena el mito de Hiram, leyenda que tiene su
origen en el compañerismo, pero de la cual los Rosacruces
habían desarrollado el simbolismo; a los grados
corporativos y a la leyenda de la construcción
simbólica del Templo de Salomón, agregaron nuevos
grados inspirados en las antiguas Órdenes de
Caballería (de las que Escocia era la tierra de
elección: de ahí el nombre de Francmasonería
escocesa dado al sistema de Altos Grados), cuyo
ritualismo hermético-cristiano reproducía las
iniciaciones de los Rosacruces.

El albañil, el masón, de la Edad Media,
entra en una cofradía cuyo objetivo principal es construir
un templo de piedra destinado a recibir la asamblea de los
fieles. Construyéndolo, el iniciado aprende también
a construir un templo espiritual que nunca estará acabado.
En el interior de la Orden no hay disociación entre el
espíritu y la mano, entre los "pensadores" y los
"manuales"; el Maestro de Obras es el símbolo viviente de
esta unidad. Para el masón, el universo es una gigantesca
obra donde se encuentran todos los materiales indispensables para
la construcción de la catedral. A él le toca saber
utilizarlos y realizar la Obra más hermosa que
ofrecerá a Dios y no a los hombres. "Todos los ritos de la
masonería", "giran en torno a la idea de
construcción. Si habéis comprendido eso, lo
habéis comprendido todo". El masón, en efecto, no
cree en el "buen salvaje"; a su juicio, el oficio es necesario
para la culminación del alma, el trabajo es la mejor
aproximación a lo divino. Pero no se trabaja de cualquier
modo; para reconstruir al hombre edificando una iglesia, hay que
estar iniciado y percibir el sentido de los símbolos.
"Dios escribe derecho con renglones torcidos", dice un proverbio
masónico que anuncia los descubrimientos de Einstein. Por
eso la vida del masón es una espiral que se desarrolla
hasta el infinito, una curva armoniosa que une el cielo y la
tierra. El buen masón es el que tiene "el compás en
el ojo", ese ojo de Luz que está siempre situado por
encima del Venerable Maestro del lugar, en las logias
actuales.

Según la francmasonería, tres obras deben
realizarse aquí abajo: prolongar la Obra de Dios llevando
a la existencia lo que antes no era; por ejemplo, hacer surgir
una catedral de la nada. Luego, prolongar la obra de la
naturaleza revelando a los hombres lo que estaba oculto; por
ejemplo, traducir a símbolos las ideas
íniciáticas vividas en el secreto de los templos.
Finalmente, crear de acuerdo con las leyes de la Maestría,
es decir, unir lo que estaba separado y separar lo que estaba mal
unido. El Maestro de Obras es aquel que consigue realizar esas
tres obras gracias a las enseñanzas de la
francmasonería.

Recordemos ese hermoso diálogo de constructores
que evoca, perfectamente, el estado de ánimo de los
masones o albañiles medievales (escrito por el
compañero La Gaieté-de-Ville-bois):

"—Compañero en la
torre,

¿de dónde vienes día tras
día?"

"—Vengo de las profundas
tinieblas

donde se debate nuestro viejo mundo,

donde todo es frío, hostil y
negro."

"—Compañero en la
torre,

¿qué ves tú día tras
día?"

"—Veo las sublimes obras
maestras

de grandes obreros anónimos,

los buenos compañeros de
antaño,

quienes trabajaban con
alegría

y nos han abierto la Vía

porque poseían la Fe."

"—Compañero de la
torre,

¿qué haces día tras
día-"

"—Tomo de la naturaleza entera

la innumerable y ruda materia,

y con mi corazón y mis manos,

sujetando la herramienta que canta y
suena,

la transformo y la modelo

y trabajo para todos los humanos."

Los "Masones aceptados" llegaron a ser cada vez
más numerosos, pues la clase culta encontraba en la
Fraternity of Freemasons, cuyos, miembros se llamaban
entre sí "Hermanos", la realización de las ideas de
fraternidad sentimental y sentimientos filantrópicos que
eran los suyos, unida al atractivo de las ceremonias secretas,
del simbolismo, de los signos de reconocimiento y del santo y
seña. Además, todos los nobles, adversarios de
Cromwell y de los Puritanos, así como los
católicos, acosados por las autoridades protestantes,
hallaban en las Logias un refugio seguro. La Masonería era
entonces hostil al poder establecido, y deseaba el retorno de la
dinastía de los Estuardo; por lo demás, fue
protegida por el rey Carlos II, luego de la restauración
(1660).

El rito de bienvenida, se ha conservado, poco más
o menos, en la masonería actual. Cuando el masón
itinerante se presenta en las puertas de una logia, pregunta:
"¿Trabajan masones en este lugar?", golpeando por tres
veces la puerta. En el interior del lugar cerrado cesa cualquier
actividad, y uno de los masones presentes abre la puerta tras
haberse apoderado de un cincel. Intercambia una contraseña
con el recién llegado y le hace cierto número de
preguntas rituales cuyas respuestas deben ser aprendidas de
memoria. Este "catecismo" de los francmasones sigue
practicándose y constituye, incluso, la parte esencial de
la enseñanza impartida al aprendiz francmasón
contemporáneo. Si el hermano visitante responde
correctamente a las preguntas, el tejero (es decir, el
masón encargado del interrogatorio) se da con él un
apretón de manos. Al entrar en la logia, el visitante
declara: "Saludos al Venerable Masón". "Que Dios bendiga
al Venerable Masón", responde el Maestro del lugar. "El
Venerable Masón de mi logia os manda saludos", prosigue el
visitante. Ocupa entonces su lugar en las "columnas", es decir,
las hileras de asientos donde se instalan los masones, y toma
parte en la ceremonia. La iniciación comprendía las
pruebas de la tierra, el agua, el aire y el fuego cuya presencia
hemos comentado en varias cofradías de la antigüedad;
la iniciación al grado de Maestro descansaba sobre el mito
del arquitecto asesinado. Entre los símbolos caros a los
francmasones, hay que citar primero los laberintos que son
verdaderas rúbricas iniciáticas. Fueron destruidos,
en su mayoría, a partir del siglo XVII; los que subsisten
están muy a menudo ocultos por sillas que impiden sentir
el inmenso impulso de las bóvedas. En el centro de los
laberintos figuraba, por lo general, el rostro de uno o varios
maestros de obras que encarnaban el alma de la cofradía
masónica que había construido la iglesia. La
escalera de caracol, que puede verse en numerosas torres de
catedrales, fue un importante símbolo de la
masonería medieval; aludía a la necesidad de
evolucionar en torno a un eje central, de seguir las volutas de
la existencia humana sin perder nunca de vista una referencia
sagrada. A lo largo de esas escaleras o en los pilares, se
encuentran marcas de constructores y signos lapidarios que son,
unas veces, firmas de escultores, otras, restos
geométricos que ofrecen claves de proporciones. Esas
marcas existían ya en la más alta antigüedad;
en las paredes del templo egipcio de Medinet-Habu, que data de la
XVIII Dinastía, se ve la estrella de cinco puntas, la cruz
de San Andrés, un armonioso trazado de un plano de templo,
un cuadrado largo (es decir, un rectángulo de 1 por 2 que
es, hoy todavía, el símbolo de la logia
masónica). Los albañiles de la Edad Media
poseían tres "joyas" inmutables que definían la
naturaleza de los tres grados de la iniciación. La piedra
bruta era la primera "joya", reservada a los aprendices; la
segunda era la piedra cúbica de punta, reservada a los
compañeros; la tercera, la tabla de trazo, reservada a los
maestros. En la francmasonería contemporánea, la
piedra en bruto sigue siendo el símbolo de los aprendices;
pocas veces se emplea la piedra cúbica con punta y la
tabla de trazo, desgraciadamente, se olvidó con el paso de
los años.

La gran "reserva" simbólica de la
masonería medieval es, esencialmente, el repertorio
iconográfico de los capiteles esculpidos. Allí
encontramos el pelícano, el fénix y el
águila de dos cabezas que se honran en los altos grados
masónicos; todas las actitudes rituales del escultor
iniciado se representan en la piedra o en la madera, todos los
objetos sagrados de los albañiles son visibles en las
iglesias y las catedrales, todos sus secretos espirituales y
técnicos son accesibles aún gracias al lenguaje del
símbolo.

El término de "símbolo", que sin duda es
el mejor camino para comprender la mentalidad medieval, nos da
ocasión para abordar un tema delicado: las relaciones de
la francmasonería medieval con otra gran sociedad
iniciática de aquel tiempo, la orden caballeresca de los
templarios. La epopeya de las catedrales se debió a la
acción conjunta de la Iglesia, los templarios y los
francmasones.

Sin embargo, después de la Segunda
Revolución (1688) y el triunfo de Guillermo de Orange, se
produjo un movimiento para hacer de la francmasonería una
institución filantrópica, leal al soberano
reinante. Los artesanos de esa operación fueron sobre todo
dos pastores protestantes: Anderson y Desaguliers, este
último de origen francés.

El 24 de junio de 1717, cuatro Logias de la capital
inglesa fundaron una Gran Logia, encargada de unificar
los reglamentos de la Masonería. Los nobles y los
burgueses se hicieron recibir en cantidad, y poco a poco los
simples artesanos desaparecieron de las asambleas, donde se
hallaban desorientados: la francmasonería ya no era una
corporación de maestros de obras, sino un Cuerpo puramente
"especulativo".

Los reglamentos o Constituciones, redactados
por Anderson, fueron publicados en 1723. Esa Carta relataba en su
primera parte la historia fabulosa de la Masonry desde
la creación del mundo; la segunda daba los estatutos,
análogos a los de las antiguas corporaciones de
constructores, pero que abrían la Sociedad a cuantos
practicaban "la religión sobre la cual todos los hombres
están de acuerdo", instaban a los "Masones" a cultivar "el
amor fraternal que es el fundamento y la piedra maestra,
así como el cimiento y la gloria de esa antigua
Hermandad". El ritual sólo conservaba los tres grados
"operativos" (Aprendiz, Compañero y Maestro). Las
Constituciones de Anderson fueron pronto la Carta de la
mayoría de las Logias, que propagaron una doctrina sobre
todo humanitaria, deísta y espiritualista, abierta a todos
los cristianos, fuesen cuales fueren sus confesiones, y leal
respeto del poder establecido.

En cuanto a los grados superiores, dejados
oficialmente a un lado, los conservaron en ciertas Logias los
partidarios de los Estuardo; sobreviviendo a esos fines
políticos después de la derrota definitiva de los
"Jacobitas", los Altos Grados habían de reaparecer
después con todo su simbolismo esotérico y, a pesar
de las resistencias, consiguieron, con el nombre de
Francmasonería escocesa, ocupar su lugar en el
sistema definitivo.

La Francmasonería en Francia
Siglo XVIII y el desarrollo del sistema de los Altos
Grados.

La Francmasonería fue introducida en Francia
alrededor de 1730, y pronto alcanzó gran desarrollo; se
constituyeron numerosas Logias, que pidieron la investidura a la
Gran Logia de Londres. Todo estaba de parte del movimiento: la
"anglomanía" de la época, que hacía admirar
cuanto llegaba del otro lado de la Mancha; el atractivo del
misterio; el humanitarismo. La Masonería tuvo numerosos
adeptos entre la aristocracia, y también en la
burguesía, cuyas aspiraciones a la igualdad halagaba: por
lo demás, la Francmasonería declaró nobles a
todos los masones sin distinción, y concedió a
todos sus miembros el permiso de ceñir en la Logia la
espada de parada.

Pero la Masonería francesa había de
atravesar muy pronto por una grave crisis. No se trataba
tanto de un peligro "exterior" (la desconfianza de la autoridad
pública, hostil a todas las agrupaciones clandestinas, la
condena de la Orden por el papa Clemente XII, en 1738, no
impidieron que la Masonería progresara; por lo
demás, el Parlamento se negó a registrar la Bula
Papal, y la justicia real pronto renunció a perseguir a
los francmasones) cuanto de una crisis interior: en
efecto, aun cuando el número de adeptos era cada vez
mayor, a muchos solo les interesaban los banquetes con que las
Logias clausuraban sus "tenidas", y los masones sinceros deseaban
una reforma de la Orden. El discurso del caballero Michel de
Ramsay orientó a la Masonería por un nuevo
derrotero. Ramsay, nacido en 1686 en Ayr (Escocia), luego de sus
estudios en la Universidad de Edimburgo, emprendió grandes
viajes por el continente. Visitó Holanda, donde se
relacionó con el místico Poiret, y después
Francia; en Cambrai se hizo amigo de Fénelon, quien, en
1709 consiguió convertirlo al catolicismo. De regreso a
Gran Bretaña, Ramsay obtuvo en 1730 el Doctorado de la
Universidad de Oxford, y luego de haber intentado en vano
penetrar en la Gran Logia inglesa para introducir en ella sus
proyectos de reforma, decidió volver a Francia para
encontrarse con los masones de ese país. Ahí
pronunció, en 1736, un discurso que había de
acarrear indirectamente la proliferación de los Altos
Grados. A decir verdad, ese discurso exaltaba, sobre todo, los
fines filantrópicos de la Organización. (Se
definía la Masonería: "un establecimiento cuyo
único fin es la reunión de los espíritus y
de los corazones para hacerlos mejores, y formar en la
sucesión de los tiempos una nación espiritual en la
que, sin derogar los diversos deberes que exige la diferencia de
los Estados, se creará un pueblo nuevo que, participando
de varias naturalezas, las cimentará todas en cierto modo,
por los lazos de la virtud y de la ciencia
"). Pero, en la
segunda parte, Ramsay desarrolló una leyenda que
hacía llegar la Orden a los Cruzados; éste fue el
punto que obtuvo la mayor repercusión, de modo que Ramsay
(que murió en 1743, en Saint-Germain, luego de editar las
obras póstumas de Fénelon), "quizá
considerado como el padre espiritual de los Altos Grados, aunque
él no concibiera ningún grado superior a los tres
grados simbólicos (Aprendiz, Compañero,
Maestro) de la Masonería azul".

A partir de 1740 se asistió al desarrollo de esos
Altos Grados, que se sobrepusieron a los tres grados
operativos. Fue la Masonería escocesa la que
había de trasformar completamente el carácter de la
Orden, haciéndola volver al esoterismo y al ocultismo.
Hasta la víspera de la Revolución se asistió
a la institución incesante de nuevos grados, de
títulos simbólicos, reproduciendo más o
menos fielmente las jerarquías de los Rosa-cruces. Se vio
una especie de generación espontánea y
caótica de los grados, coincidiendo con una verdadera
invasión por las doctrinas esotéricas,
traídas por vías misteriosas. Se pusieron a
investigar el sentido oculto de los emblemas y de los
ritos, a desarrollar el tema de la Palabra perdida,
asimilada a veces al Nombre secreto de la Divinidad (que da al
alma la idea de lo Infinito, fuente de toda existencia). El
cristianismo esotérico de los Rosa-cruces, que algunos
iniciados habían conservado, tomó posesión
del ritual, multiplicando en él los símbolos
herméticos: el águila, el pelícano, el
fénix, etc.

Todos esos grados, por muy diversos que sean, se
resumen, como lo observa R. Le Forestier, en dos tipos
principales: los "Grados de venganza", que desarrollan el mito de
Hiram, haciendo vivir al iniciado la venganza cumplida con los
asesinos, y los "Grados caballerescos", inspirados en la leyenda
relatada por Ramsay y que hacía llegar a la
Masonería hasta las órdenes de
Caballería.

De ahí un número extraordinario de nuevos
grados, notables por sus títulos pomposos (Caballero
del Templo; Gran Arquitecto de la Torre de Babel,
etc.), su
puesta en escena suntuosa y sus pruebas terroríficas o
místicas. Mientras algunos trataban de poner orden en ese
caos, organizando Ritos (o Sistemas) masónicos,
tales como el Rito Escocés Antiguo y Aceptado
(1762), otros se orientaban hacia el iluminismo,
instituyendo rituales especiales y creando sus propias
jerarquías, tales como Wuillermoz, Cagliostro, Zinnendorf,
Martínez de Pasqually (el maestro de Louís-Claude
de Saint-Martin, llamado "el Filósofo
desconocido").

Evolución de la
Masonería.

Nadie piensa en negar el gran éxito
masónico de los años 1788-1789, la creación
de la Constitución americana. El masón Georges
Washington, iniciado en 1752, se convierte en presidente de los
Estados Unidos de América el 30 de abril de 1789 y nunca
olvidará su deuda con los hermanos franceses. Éstos
no viven un período eufórico, muy al contrario,
tras la declaración de Mirabeau, que desea, sencillamente,
exterminar la francmasonería a la que considera una
sociedad "mala". Para el, no es más que una
hipócrita emanación de los jesuítas. En
vísperas de la Revolución, el número de
masones tal vez sea de cincuenta mil. Ciertamente, predican la
fraternidad, y el aristócrata trata de "hermano
mío" al gran burgués; pero ese carácter
"democrático" es muy restringido y en nada favorece un
cambio social. Este hay que buscarlo en los muy numerosos clubes
políticos que se crean a un ritmo acelerado, en las
"academias" y las "sociedades literarias" que son, de hecho,
grupúsculos revolucionarios muy activos que preparan la
muerte del Antiguo Régimen.

Tras la toma de la Bastilla, el 17 de julio de 1789,
Luis XVI va al ayuntamiento. Cuando llega al pie de la gran
escalinata, los oficiales de la guardia nacional, que son casi
todos francmasones, desenvainan su espada. Luis XVI reacciona
retrocediendo, teme ser asesinado. De hecho, los oficiales forman
una bóveda de acero con sus armas y el marqués de
Nesles le dice al rey: "Sire, no temáis nada."
Luis XVI pasa bajo aquella bóveda, símbolo
reservado a los más altos dignatarios masónicos, y
entra en el Ayuntamiento.

Un noble, el señor de Saint-Janvier, es
interrogado por un revolucionario. "¿Cómo te
llamas?", le pregunta. "De…" "Ya no hay De." "Saint (santo)…"
"Ya no hay santos." "Janvier (enero)…" "Ya no hay Enero." Y el
revolucionario escribe en los papeles oficiales: "Ciudadano
Nivoso". Estas dos anécdotas, alejadas en el tiempo,
revelan el profundo malestar que sintió el cuerpo
masónico durante toda la Revolución. Los nobles que
dirigen la masonería se ven superados por los
acontecimientos, los monárquicos sinceros no aceptan la
decadencia de la monarquía. En 1789 se produce una
violenta ruptura entre el Gran Maestro, el duque de
Orleáns y el administrador general, Montmorency-
Luxembourg. El primero espera recoger, por fin, el resultado de
sus intrigas aprovechándose de la inevitable caída
del rey; el segundo, por el contrario, jura a Luis XVI que la
nobleza le será fiel y le entregará su vida si el
soberano lo exige. Luis XVI no comprende o finge no comprender;
deliberadamente, rechaza el apoyo de la masonería
aristocrática. Los masones se dividen en dos partidos y la
fraternidad no es ya más que una palabra vana; los nobles
esperan conservar sus privilegios, los burgueses obedecen a
Orleáns, cuya popularidad va creciendo. El Gran Oriente,
que no tiene línea política definida alguna,
recuerda a sus miembros que las discusiones de orden
político están prohibidas en las logias y que es
preferible no mantener ningún contacto con los clubes
revolucionarios. Orleáns no desea un cambio social
profundo sino, simplemente, su propio ascenso al poder. Cuando la
tormenta revolucionaria estalla, la mayoría de las logias
se ven obligadas a cesar en sus trabajos. Los agitadores
profesionales transforman algunas de ellas en clubes
políticos en los que participan los hermanos partidarios
de la nueva doctrina. El Gran Oriente, cuyo déficit
financiero es considerable, es incapaz de hacer frente a una
situación tan extrema y se menciona esta
desengañada declaración de un hermano: "La
mayor parte de nuestros miembros sólo eran masones por
darse tono
".

La evolución ulterior de la Masonería,
particularmente de la Masonería francesa, ha sido relatada
muchas veces: en 1773 se creó el Gran Oriente,
que reunió a la mayoría de las Logias de primer
grado, mientras que los Altos Grados, la Masonería llamada
escocesa, había de unificarse solamente en
tiempos de Napoleón en un Supremo Consejo, que
reconocía los tres primeros grados y daba una Carta
definitiva para los grados superiores, debida al conde de
Grasse-Tilly.

La Revolución francesa fue primeramente favorable
a la Masonería, de la que copió la famosa divisa
"Libertad, Igualdad, Fraternidad"; pero la Convención
envió al cadalso a numerosos Hermanos.

Los antiguos constructores no erigían
edificios por su placer sino para celebrar la Obra que, no
está sometida al tiempo ni al espacio. Siempre que los
ritos masónicos sean una de las vías hacia esa obra
oculta en el corazón de nuestro espíritu, merecen
nuestro respeto y nuestra atención.

¿QUE TOMO LA MASONERIA DE LOS
OTROS RITOS INICIATICOS?

Debo advertir que lo que aquí se expone es
nuestro entender y si existe otras opiniones expreso mi respeto
por ellas.

De las sociedades iniciaticas las más antiguas se
remontan al Egipto, pero existieron otras antecesoras en el
continente austral lemuria y el continente atlante. Asi la
creación de núcleos urbanos y la parición de
la escritura como método de comunicación
destacó sobre las demás culturas de su época
a la Civilización Sumería que se ubicó entre
los ríos Tigres y Eufrates, el actual sur de Irack, esta
es la zona también conocida como Mesopotamia (entre dos
ríos), y era una Civilización de varias ciudades
estado, toda ciudad tenía un Zigurat (pirámide
escalonada para observar los astros y era el hogar del Dios de la
ciudad), un Templo y asentamientos agrícolas. Los sumerios
fueron sometidos por Babilonia.

La influencia de los sumerios no solo fue la escritura
sino que también queda reflejada en la Biblia aspectos
culturales sumerios como la existencia del Edén, el
Diluvio Universal, la Torre de Babel y la confusión de las
lenguas. El poder civil estaba en manos del príncipe que
no fueron divinizados (no eran hijos de dios), pero era el juez
supremo y jefe militar de su territorio, su palacio era un centro
económico y administrativo, a su vez la
administración lo dirigía un ministro designado por
el príncipe, que organizaba y distribuía los
impuestos, controlaba los almacenes y a los escribas (Los
únicos que sabían escribir).

En Babilonia los candidatos a la iniciación en
los misterios eran primeramente bautizados, cuya consecuencia
prometida era la regeneración y el perdón de todos
sus perjurios.

Morir para renacer, esa es la lección que
enseña el mito de Osiris del antiguo Egipto, La leyenda se
escenificaba en los santuarios, en ceremonias secretas, durante
las cuales los miembros de la jerarquía sacerdotal eran
actores en una serie de espectáculos simbólicos,
destinados a dar al iniciado la sensación de que
moría y luego renacía a una nueva
existencia.

En el culto de Isis estaría el origen del culto
cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era el
símbolo de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre
virgen.

La tierra, virgen en su origen, fue fecundada por los
rayos del sol, y es gracias a este hecho que pudo dar vida a todo
lo que existe, la Naturaleza y la Humanidad, y sin caer en un
politeísmo primitivo, los antiguos hicieron de la
Diosa-Tierra, la representación simbólica del gran
principio femenino de todas las cosas, y el Sol, el principio
masculino por excelencia.

En todas las religiones en las que se venera a una
Diosa-Tierra, siempre aparece indisolublemente asociado el culto
solar. Tanto entre los egipcios, como en el caso de los incas,
los griegos o los celtas, no hay Diosa-Tierra sin Dios-Sol, su
complemento indispensable.

Los iniciados egipcios se daban un apretón de
manos para identificarse, los masones han conservado el
símbolo, así como el uso de los catecismos en el
que se alterna preguntas y respuestas rituales, esta costumbre
también lo practicaron los Pitagóricos quienes lo
heredaron de los egipcios.

De los Griegos, la mitología dionisíaca
fuese más tarde incorporada al Cristianismo, pues hay
mucho paralelismo entre la leyenda de Dioniso y Jesús: se
decía de ambos que nacieron de una mujer mortal engendrado
por un dios, que volvieron de entre los muertos, y que
transformaron el agua en vino.

Los griegos de la comunidad eleusina iniciaban a sus
elegidos, tras tres investigaciones al candidato, y luego lo
presentaban en reunión de iniciados para ser interrogado
sobre su opinión e intención. ¿Qué se
exigía del candidato? Primero una conducta moral
irreprochable (El criminal es rechazado inmediatamente). El
iniciado juraba no revelar nada de lo que se le enseñe y
finalmente le pedían que abandone su fortuna y bienes
materiales. Estas tres condiciones subsisten en la actual
masonería".

De los Pitagóricos se heredó que los
hermanos son "otro uno mismo" y se practicaba a menudo,
especialmente en los combates, cuando los pitagóricos
pertenecientes a ejércitos enemigos deponían las
armas luego de haber hecho el signo ritual que les
permitía identificarse. Para su iniciación el
postulante iba desnudo. Al finalizar el ritual le entregaban una
toga blanca, signo de la rectitud y de la irradiación del
bien que penetraba en su alma, hoy los masones en forma similar
al iniciado ofrecen un delantal blanco.

En las escuelas establecida por Pitágoras, como
comunidad filosófico-educativa, en Crotona, en la Italia
meridional (llamada entonces Magna Grecia), a los
discípulos se les sometía primeramente a un largo
período de noviciado que puede parangonarse con el grado
de Aprendiz Masón, se les admitía como oyentes,
observando un silencio absoluto, y otras prácticas de
purificación que los preparaban para el estado sucesivo de
iluminación, en el cual se les permitía hablar, que
tiene analogía con el grado de Compañero
Masón, mientras el estado de perfección se
relaciona evidentemente con el grado de Maestro
Masón.

Muchos movimientos e instituciones sociales fueron
inspirados por las enseñanzas del Maestro
Pitágoras, que no dejó nada como obra suya directa,
en cuanto consideraba sus enseñanzas como vida y
prefería, como él mismo decía, grabarlas
(otro término característicamente masónico)
en la mente y en la vida de sus discípulos, más
bien que confiarlas como letra muerta al papel.

Hay que hacer un lugar aparte a la religión de
Mitra, de origen iranio, llevado al Imperio Romano por
los legionarios. Esta religión del dios solar fue la mayor
rival del cristianismo antes del triunfo definitivo de
éste. El culto se celebraba en santuarios
subterráneos, la mayoría de las veces grutas. Los
iniciados, disponían de signos secretos de reconocimiento,
formaban una jerarquía de siete grados: Buitre
(corax); Oculto (cryptius); Soldado
(miles); León (leo); Persa
(perses); Correo del Sol (heliodromus); Padre
(pater). Las pruebas a que se sometía al
postulante eran conocidas por su severidad. Las mujeres no
podían ser iniciadas.

Parece ser que el rito principal de la religión
mitraica era un banquete ritual, que pudo tener ciertas
similitudes con la eucaristía del cristianismo. Los
alimentos ofrecidos en el banquete eran pan y agua, pero los
hallazgos arqueológicos apuntan a que se trataba de pan y
vino, como en el rito cristiano. Esta ceremonia se celebraba en
la parte central del mitreo, en la que dos banquetas paralelas
ofrecían espacio suficiente para que los fieles pudieran
tenderse, según la costumbre romana, para participar del
banquete. Los Cuervos (Corax) desempeñaban la
función de servidores en las comidas sagradas en similitud
a los aprendices masones.

La herencia irlandesa celta está presente en el
ánimo de los albañiles druidas. Recuerdan el
hábito blanco del ritual de los druidas, sus maestros
espirituales, los ritos iniciáticos donde el profano entra
en una piel de animal muriendo para el "hombre viejo" y
renaciendo para el "hombre nuevo". En las asambleas de
constructores, se lleva un delantal. Si alguien interrumpe con la
voz o el gesto al que tiene la palabra, un dignatario que se
encarga de este oficio avanza hacia el mal albañil y le
presenta su espada. Si se niega a callar, el dignatario le dirige
dos nuevas advertencias. Finalmente, corta en dos su delantal. El
miembro indigno es entonces expulsado de la comunidad;
tendrá que rehacer con sus propias manos otro delantal
antes de poder asistir de nuevo a las reuniones.

El Dios celta Lug, es el dios de la Luz señor de
todas las artes. Se manifiesta en la persona del jefe del clan,
poseedor del mazo. La iniciación se traduce, primero, en
la práctica de un oficio y nadie es admitido en Tara, la
Ciudad Santa de Irlanda, si no conoce un arte. En Tara, la sala
de los banquetes rituales se denomina "morada de la cámara
del medio"; recordemos que el consejo de maestros francmasones se
denomina "cámara del medio".

De los Monjes Benedictinos se toma, el personaje del
abad, ese Cristo hecho visible para la comunidad de los monjes,
ese Maestro que se ocupa de cada Hermano y le proporciona los
alimentos espirituales y materiales. El abad es el primer Maestro
de Obras de la Edad Media, el modelo del Venerable de la
masonería, pues considera la herramienta como una fuerza
sagrada y convierte el trabajo en una plegaria. Los monjes de San
Benito trabajan la materia, repiten cada día las acciones
de los santos y unen la inteligencia de la mano a la intensidad
de su fe.

De los masones operativos se toma al maestro
albañil, ese inmenso personaje de la época
medieval, que se encarga de dirigir la logia y de orientarla
hacia la Luz. Es el sabio, sucesor del rey Salomón cuya
cátedra ocupa; a cada nuevo iniciado, repite esta frase:
"Quien quiera ser maestro puede serlo, siempre que sepa el
oficio". Y el aprendiz sueña con igualar a Pedro de
Montreuil, el Príncipe de los Albañiles, o al
Maestro Geómetra Colin Tranchant que construyó
Saint-Sernin de Toulouse.

El Maestro de Obras, tras años de aprendizaje y
años de viaje, pasa dos años más en la
cámara de los trazos donde se le revelan claves
técnicas y simbólicas de la construcción.
Ningún maestro de la Edad Media revelo el secreto, pero
quedan las catedrales para comprender el ordenamiento y su
significado. En la logia, el maestro se adosa al este,
identificándose con la luz naciente que ilumina a los
miembros de la cofradía.

Ante todos, el maestro aparece vestido con una larga
túnica y tocado con un gorro ritual. Los guantes cubren
sus manos, de acuerdo con una costumbre instaurada por
Carlomagno. Sus emblemas son la escuadra, el compás, la
plomada y la regla graduada; con su largo bastón, camina
con paso sereno hacia la próxima obra. Un Maestro de
Obras, en efecto, nunca termina de construir; a pesar de su
gloria y de su prestigio, respeta una sorprendente regla de
humildad: tras haber dirigido la construcción de un
monumento, se coloca a las ordenes de otro Maestro para ayudarle
en sus trabajos. Terminado este tiempo de obediencia, retoma la
dirección de una nueva obra. El presidente de una logia
masónica contemporánea se denomina "Venerable
Maestro"; ese austero titulo es muy antiguo, puesto que era ya
llevado por los abades del siglo VI. Las Logias, como se sabe,
encontraron a menudo refugio en los monasterios cuyo abad era
Maestro de Obras y recibía de sus hermanos el
título de "Venerable hermano" o de "Venerable
maestro".

Este detalle nos lleva al examen de la jerarquía
masónica en la Edad Media. No olvidemos que el
término "jerarquía" designaba primitivamente la
arquitectura de los distintos coros de ángeles que la
humanidad debía reproducir en la tierra. La estructura
masónica comprendía tres "grados": aprendiz,
compañero constructor y Maestro de Obras. Al aprendiz le
correspondía el trabajo de colocador de piedras, y al
compañero constructor, el de tallador, valiéndose
para ello de un mazo o un cincel. El Maestro, por su parte,
terminaba las esculturas más difíciles o
rectificaba la obra imperfecta. En las obras, el Maestro era
ayudado por un "vocero" o "hablador" que transmitía a los
compañeros las órdenes de aquél. Siendo su
ayudante directo, da las piedras a los escultores cuyo trabajo
vigila; el hablador abre la obra por la mañana, la cierra
al anochecer tras haber comprobado que todo está como
corresponde. Cuando desea dar una orden, da dos golpes en una
tablilla colgada en la logia; si se oyen tres golpes, es que el
Maestro en persona se dispone a hablar. Según otras
fuentes, habría tres tablillas tras el vigilante: una de
36 pies, utilizada para nivelar; la segunda de 34, para
achaflanar; la tercera de 31, para medir la tierra. El oficio de
"hablador" es, en realidad, una muy estricta preparación
para el cargo de Maestro de Obras.

Los rituales iniciáticos de los francmasones
medievales son aún muy poco conocidos; se sabe que el
nuevo iniciado prestaba un juramento y que se comprometía
a guardar en secreto lo que viera y escuchara. Durante la
ceremonia se le comunicaban los signos de reconocimiento que
utilizaría en sus viajes. El Maestro resumía para
el novicio la historia simbólica de la Orden y le
explicaba el significado del oficio, insistiendo especialmente en
los deberes del hombre iniciado. Todos los símbolos de los
masones eran comentados: el delantal, las herramientas, las dos
columnas, el arca de la alianza, etc. El momento más
importante de la ceremonia era aquel en el que se creaba un
masón: arrodillado ante el altar, el futuro masón
ponía su mano derecha sobre el libro sagrado que
sostenía un anciano; el maestro oficiante leía las
obligaciones de los francmasones y anunciaba solemnemente el
nacimiento de un nuevo hermano

El rito de bienvenida al hermano itinerante, se ha
conservado, poco más o menos, en la masonería
actual. Cuando el masón itinerante se presenta en las
puertas de una logia, pregunta: ¿Trabajan masones en este
lugar?, golpeando por tres veces la puerta. En el interior del
lugar cerrado cesa cualquier actividad, y uno de los masones
presentes abre la puerta tras haberse apoderado de un cincel.
Intercambia una contraseña con el recién llegado y
le hace cierto número de preguntas rituales cuyas
respuestas deben ser aprendidas de memoria. Este catecismo de los
francmasones sigue practicándose y constituye, incluso, la
parte esencial de la enseñanza impartida al aprendiz
francmasón contemporáneo. Si el hermano visitante
responde correctamente a las preguntas, el tejero (es decir, el
masón encargado del interrogatorio) se da con él un
apretón de manos. Al entrar en la logia, el visitante
declara: "Saludos al Venerable Masón". "Que Dios bendiga
al Venerable Masón", responde el Maestro del lugar. "El
Venerable Masón de mi logia os manda saludos", prosigue el
visitante. Ocupa entonces su lugar en las "columnas", es decir,
las hileras de asientos donde se instalan los masones, y toma
parte en la ceremonia.

En los Hashises musulmanes encontramos que la estructura
y graduación de los assessinos era asombrosamente similar
a la de la Orden del Templo (Templarios). Los grados de poder
eran equivalentes, el Viejo de la Montaña se
correspondía con el Gran Maestro, los Dais a los Grandes
Priores, los Refik a los caballeros, los Fidavi a los escuderos y
los Lassik a los simples hermanos sirvientes. Pero son la
analogía de sus indumentarias la que hace evidente el
parecido entre ambas Órdenes, ambos vestían capas
blancas sobre las que portaban un distintivo rojo; la pretina los
assessinos y la cruz los templarios. Ambas órdenes estaban
relacionadas con la construcción, los edificios
octogonales son patrimonio de ambas órdenes
iniciáticas.

Los assessinos organizaron los Taouq, corporaciones de
constructores que, después de una laboriosa
iniciación, estaban capacitados para levantar templos y
castillos con técnicas precisas y que se remontan, igual
que el Templo de Salomón, al antiguo Egipto. En sus
estatutos secretos se recoge; "Allá donde
construyáis grandes edificios, practicad los signos de
reconocimiento". Ello nos recuerda a los Templarios y sus
sucesores los francmasones, que actúan del mismo
modo.

Si los Templarios, aprendieron de los assessinos su
organización piramidal, y sus reglas secretas de la
construcción, no sería extraño que
también de ellos aprendieran los conocimientos de la
cábala, la gnosis y la alquimia, lo que les
propició alcanzar su peculiar posición en la Europa
medieval cristiana. El saber es poder, y el saber oculto otorga a
quienes lo practican un aura de dioses o demonios. Gran parte del
misterio que envuelve a assessinos y templarios, y más
tarde a francmasones, radica en el conocimiento de ciertos
saberes inaccesibles a los profanos.

 

 

Autor:

Herbert Oré Belsuzarri

Partes: 1, 2, 3, 4
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