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Jesús Eucaristía (página 3)




Enviado por Guadalupe



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Karl Leisner, sacerdote mártir de Cristo,
está enterrado en la cripta de los mártires de la
catedral de Xanten. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el
23 de Junio de 1996, declarando mártir de la Iglesia, a
quien ya había declarado modelo de la juventud europea el
08-10-88. ¡Valió la pena haber vivido y haber sido
sacerdote para celebrar sólo una santa misa! El poder de
Cristo Eucaristía le dio el valor necesario para dejarlo
todo y llegar hasta el sacerdocio y afrontar el martirio. ¡
Que Dios sea bendito!

EL SACERDOTE

«La vocación sacerdotal es un misterio.
Es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre
Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El
pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi
haciendo de este hombre otro sí mismo (otro
Cristo)…

¿Hay en el mundo una realización
más grande de nuestra humanidad que poder representar cada
día en la persona de Cristo el sacrificio redentor el
mismo que Cristo llevó a cabo en la cruz?… Por eso, la
celebración de la Eucaristía es, para El, el
momento más importante y sagrado de la jornada y el centro
de su vida»
(DM 8). «El sacerdote debe vivir
la solicitud por toda la Iglesia y sentirse de algún modo,
responsable de ella»
(DM 5) y de toda la
humanidad. Tiene una misión universal.

Jesús lo ha unido a la acción más
santa de la historia, a la única acción plenamente
digna de Dios. Por eso, debe estar siempre agradecido por el don
de su vocación. ¡Qué grande es la dignidad
del sacerdote! «Con toda tu alma honra al Señor
y reverencia a los sacerdotes»
(Edo 7,31).
«El sacerdocio es el anwr del Corazón de
Jesús… Si comprendiésemos bien lo que es el
sacerdote, moriríamos no de pavor sino de anwr»

(Cura de ars). «El sacerdocio es la cima de todas las
dignidades y títulos del mundo» (S.
Ignacio de
Antioquía). Por ello, los santos tenían tanto
aprecio y respeto por los sacerdotes. Decía Sta.
Eduviges:

«Que Dios bendiga a quien hizo que
Jesús bajara del cielo y me lo dio».

Igualmente, S. Francisco de Asís afirmaba «En
los sacerdotes veo al Hijo de Dios.., y, si me encontrara con un
ángel del cielo y con un sacerdote, primero me
arrodillaría ante el sacerdote y después ante el
ángel».

«Oh venerable dignidad del sacerdote, entre
cuyas manos se en- cama cada día el Hijo de Dios, como se
encarnó en el seno de María»
(5.
Agustín). El sacerdote es el hombre de la
Eucaristía y vive para la Eucaristía. Juan Pablo II
afirmaba que «La celebración de la
Eucaristía es el centro y el corazón de toda vida
sacerdotal»
(30-10-96). Y El, personalmente
decía: «Nada tiene para mí mayor sentido
ni me da mayor alegría que celebrar la misa todos los
días. Ha sido así desde el mismo día de mi
ordenación sacerdotal»
(USA
14-9-87).

«Para mí el momento más
importante y sagrado de cada día es la celebración
de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de
celebrar en el altar «en la persona de Cristo».
Jamás he dejado la celebración del santísimo
sacrificio. La santa misa es el centro de toda mi vida y de cada
día» (27-10-95).
Ser sacerdote es ser
«administrador del bien más grande de la
Redención, porque da a los hombres al Redentor en persona.
Celebrar la Eucaristía es la misión más
sublime y más sagrada de todo sacerdote. Y para mí,
desde los primeros años de sacerdocio, la
celebración de la Eucaristía ha sido no sólo
el deber más sagrado sino, sobre todo, la necesidad
más profunda del alma… el misterio eucarístico es
el corazón palpitante de la Iglesia y de la vida
sacerdotal»
(DM 9). De su celebración dependen
muchas bendiciones para el mundo, pues se celebra por la
salvación del mundo entero.

De ahí que la Iglesia
«recomienda encarecidamente (al sacerdote) la
celebración diaria de la misa, la cual, aunque no pueda
tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo
y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes
cumplen su principal ministerio»
(canon 904 y Vat II
PO 13). El sacerdote en la misa «ofrece el santo
sacrificio in persona Christi (en la persona de Cristo), lo cual
quiere decir más que en nombre o en vez de Cristo. In
Persona quiere decir en la identificación
específica sacramental con el Sumo y eterno sacerdote, que
es el autor y el sujeto principal de éste su propio
sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por
nadie»
(Pablo VI, carta sobre el culto de la
Eucaristía N° 8). El sacerdote en la misa personifica
a Cristo, según el canon 899. Cristo toma posesión
de su persona y, a través de El, se ofrece a Sí
mismo al Padre, como lo hizo en la cruz. Hay una
identificación del sacerdote con Cristo, pues Cristo
absorbe la persona del sacerdote y actúa a través
de El, que es su ministro e instrumento. El sacerdote le presta
su voz, sus manos, su cuerpo. El que habla en la misa no es el
sacerdote humano, al que escuchamos. Ciertamente, oímos su
voz, pero su voz viene de más arriba, de más hondo.
Es la voz misma de Cristo, que habla a través del
sacerdote. Sus manos son las manos de Jesús, el cual se
sirve del sacerdote, de sus manos, de su lengua, de sus palabras
para ofrecer el sacrificio del altar. Porque, en realidad, es
Jesús quien celebra la misa. El es el único y
eterno sacerdote, pero, como no lo vemos ni oímos,
necesita del sacerdote, como de una pantalla, en la que proyecta
su propia vida divina, su sacrificio, su amor, su
voz…

Como le decía Jesús a la Vble.
Concepción Cabrera de Armida, fundadora de las religiosas
de la cruz: «El sacerdote en la misa, identificado
conmigo, es otro YO, es decir es Yo mismo al consagrar en ese
gran misterio de la transustanciación»
(cc
49,181).

Por esto, es tan importante que los sacerdotes celebren
con toda devoción, siendo Conscientes del gran misterio
que se realiza. Y deben ser puros para mejor identificarse con la
pureza misma, que es Jesús. Ya en el siglo 1, en el famoso
libro de la Didache (c 14), se nos dice: «celebrad la
Eucaristía, habiendo confesado vuestros pecados para que
vuestro sacrificio sea puro»,
porque «en
todo lugar ha de ofrecerse a mi Nombre un sacrificio humeante y
una ofrenda pura»
(Mal 1,1 1).

«Si el sacerdote pronuncia las palabras de la
consagración con gran sencillez y humildad, de manera
comprensible, correcta y digna, como corresponde, sin prisas, con
un recogimiento tal y una devoción tal que los
participantes adviertan la grandeza del misterio que se realiza,
entonces los fieles crecerán en el amor a Cristo
Eucaristía»
(Pablo VI ib. N°9). Por eso,
aconsejaba Juan Pablo II: «Vi vid desde ahora
plenamente la Eucaristía, sed personas para quienes el
centro y culmen de toda la vida sea la santa misa, la
comunión y la adoración,
eucarística»
(España
8-11-82).

¡Es tan grande ser sacerdote y poder realizar cada
día el gran prodigio de amor! «El mundo
debería vibrar el cielo entero debería conmoverse
profundamente, cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en
las manos del sacerdote… Entonces, deberíamos imitar la
actitud de los ángeles que, cuando se celebra la misa,
bajan en escuadrones desde el paraíso y se estacionan
alrededor de nuestros altares en adoración para interceder
por nosotros» (S.
Francisco de Asís).
«Los ángeles llenan la Iglesia en ese momento,
rodean el altar y contemplan extasiados la sublimidad y grandeza
del Señor» (S.
Juan Crisóstomo, De
sacerd 6,4). «Y lo rodean, como haciéndole una
guardia de honor» (S.
Bernardo).

S. Juan Crisóstomo en su libro
«Diálogo del sacerdocio» nos habla de
que vio repetidas veces la iglesia llena de ángeles,
especialmente, en el momento de la misa. Sta. Ángela de
Foligno decía que veía a Jesús sobre el
altar, rodeado de una multitud de ángeles. Y lo mismo
afirma Sta. Brígida. El P. Ignacio, pasionista, director
espiritual de la Vble. Eduvigis Carboni, la estigmatizada de
Cerdeña, muerta en 1952, cuenta que, varias
veces, ella le recomendaba que «cuando celebrara la
misa, mirase a lo alto para ver a los ángeles asistir al
santo sacrificio de la misa».
El mismo Bto.
Escribá de Balaguer, fundador del Opus Dei, en su libro
«Es Cristo que pasa» nos dice:
«cuando yo celebro la misa, me sé rodeado de
ángeles, que están adorando a la
Trinidad».

Por eso, es tan necesario que todos, pero muy
especialmente los sacerdotes, sean santos. «Sed santos,
porque yo el Señor soy santo y os he separado de entre los
pueblos para que seáis míos»
(Lev
20,26). Y Cristo exclamaba: «santifícalos en la
verdad»
(Jn 17,17). Yle decía ala Vble.
Concepción Cabrera de Armida: «Los sacerdotes
son las fibras de mi corazón, su esencia, sus mismos
latidos»
(A mis sacerdotes 33). Ellos se configuran
con Cristo sacerdote de suerte que puedan obrar como en persona
de Cristo Cabeza (Vat II, PO 2). Están llamados a ser
transparencia de Jesús y el Padre les dice:
«Tú eres mi Hijo muy amado, en quien tengo
puestas todas mis complacencias»
(Mc 1,11).
«Tú eres sacerdote para siempre» (Sal
110,4). «El sacerdote tiene una especial
vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de
sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes
santos!»
(DM 9). La celebración diaria de la
misa los pone en contacto con la santidad de Dios y les recuerda
que están llamados a la santidad. Sólo, siendo
santos, podrán realizar una pastoral eficaz (Cf Juan Pablo
II, 13-2-97).

Un día, en uno de sus viajes pastorales a
España, Juan Pablo II saludó a un sacerdote
enfermo, que estaba en silla de ruedas, que le dijo:
«Santidad, he ofrecido mi vida por la
Iglesia».
Cuentan que el Papa le contestó:
«Ya somos dos». ¿Serás
tú capaz de ofrecerte como ellos? Jesús te quiere
santo. Así lo era el gran místico francas P.
Lamy.

Amaba tanto a Jesús sacramentado que El lo
premió c6n un gran milagro. El día 15 de Marzo de
1918 una explosión destruyó la Iglesia de su
parroquia de La Courneuve. Quedó destruido el altar con el
sagrario, pero el copón, con las cuarenta hostias
consagradas, quedó intacto y en el aire milagrosamente.
Incluso, el paño que cubría al copón no
tenía ni un granito de polvo, estaba totalmente
limpio.

Sin embargo, a veces lamentamos casos de sacerdotes que
abandonan su ministerio o llevan una vida mediocre o dan que
hablar por su conducta. Oremos por ellos. Sta. Teresa de
Jesús relata que: «una vez llegando a comulgar
vi. dos demonios que rodeaban al pobre sacerdote… y vi. a mi
Señor con la Majestad que tengo dicha, puesto en aquellas
manos, en la hostia que me iba a dar y que se veía claro
ser ofensoras suyas y entendía estar aquel alma en pecado
mortal… Dijome el mismo Señor que rogase por El y que lo
había permitido para que entendiese yo la fuerza que
tienen las palabras de la consagración y cómo no
deja Dios de estar allí por malo que sea el sacerdote que
las dice… Entendía cuán más obligados
están los sacerdotes de ser buenos que otros y cuán
recia Cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente
y cuán señor es el demonio del alma que está
en pecado mortal»
(V 38,23).

Melania, la vidente de la Virgen en La Salette, Francia,
en 1846, refiere en su Autobiografía italiana que
«un día fui a la Iglesia y vi un sacerdote con
su hábito todo roto, con cara muy triste, pero tranquilo,
que me dijo: Sea por siempre bendito el Dios de la justicia y de
la infinita misericordia. Hace más de treinta años
que estoy condenado con toda justicia en el Purgatorio por no
haber celebrado con el debido respeto el santo sacrificio, que
continúa el misterio de la Redención, y por no
haber tenido el cuidado que debía de la salvación
de las almas, que me estaban confiadas. Me ha sido hecha la
promesa de mi libe ración para el día en que oigas
la misa por mí, en reparación de mi culpable
tibieza… A los tres días pude ir a misa. Después
de la misa, vi al sacerdote, vestido con hábito nuevo,
adornado con brillantes estre46

has, su alma completamente embellecida y
resplandeciente de gloria, que volaba hasta el
cielo».

Una religiosa me escribía lo siguiente:
«El 7 de Junio de 1956, después de mucho
pedírmelo el Señor y no darle un SI, una noche tuve
una experiencia que me hizo estremecer El deseo de ofrecer mi
vida por los sacerdotes era para mí como una sombra de la
que no podía deshacerme, pero no me decidía, me
daba miedo. Hasta que El, cansa1 do de esperar me tiró
como a Saulo y me hizo caer de mí misma. Tuve una
visión, vi a un sacerdote que, mirándome con los
ojos desorbitados me decía: Por tu culpa, por tu culpa me
condeno. Como herida por un
r1 rayo, salté de la
cama y me ofrecí en aquel momento y le di mi SI a
Jesús. No sé el tiempo que pasé de rodillas,
pero la luz del día me encontró a los pies del
crucifijo de mi celda. No sentía cansancio ni miedo, pero
sí la Paz de haber dado mi SI para
siempre».

Si tú sientes el llamado de Jesús al
sacerdocio, ¿serás capaz de darle tu SI sin
condiciones? Y si sientes la llamada a consagrar tu vida por
ellos? ¿Podrías decir como Jesús:
«Por ellos me consagro para que sean santos de
verdad»?
(Jn 17,19). Di con Sta. Teresita:
«Roguemos por los sacerdotes, consagrémosles
nuestra vida»
(carta 8 a Celina). Oremos para que sean
santos.

El sacerdote es el puente entre Dios y los hombres.
Habla a Dios de los hombres y a los hombres de Dios. Es pastor y
guía del pueblo de Dios. Y debe ser
también defensor de su pueblo contra el ataque permanente
del Maligno. Hoy día, parece que el diablo anda suelto por
el mundo. Hay grupos satánicos, que propagan el mal y el
culto a Satanás, por todas partes… Hay sociedades
secretas, gobiernos, instituciones y muchas sectas, que combaten
contra la Iglesia Católica. Y hay mucha gente oprimida por
el poder del demonio y de sus secuaces, que hacen hechizos y
maleficios para crear sufrimientos, desuniones y toda clase de
maldad. El sacerdote debe enfrentarse al Maligno con una vida de
santidad personal para poder liberar a las almas y
salvarlas.

Debe ser Consciente de los poderes que Dios le ha
entregado para exorcizar (en privado), para bendecir, para
predicar, para perdonar y, sobre todo, para celebrar la
Eucaristía. Debe recomendar el rezo del rosario, la
lectura de la Palabra de Dios, el ayuno, el uso del escapulario
del Carmen, de imágenes sagradas.., y todo lo que pueda
servir en la lucha contra las fuerzas oscuras del infierno. En
esta lucha, puede ser muy útil también el rosario o
coronilla del Señor de la misericordia, que Jesús
enseñé a la Bta. Faustina Kowalska. En esta
coronilla se dice la oración: «Padre eterno, te
ofrezco el Cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo en
expiación de nuestros pecados y los de todo el
mundo».

Ciertamente, el sacerdote debe ser un hombre bien
preparado, de estudio, que está al día en todas las
normas y disposiciones de la Iglesia, y las sigue. Pero, sobre
todo, debe ser un hombre de oración y sacrificio,
dispuesto a dar su vida por los demás.
«Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de
oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro
íntimo con Dios es siempre el mejor empleado, porque,
además de ayudarle a El, ayuda a su trabajo
apostólico»
(DM 9). En cierto modo, es
responsable de toda la humanidad, pues Dios le encomienda a todos
los hombres, a quienes debe llevar en su corazón al
celebrar la santa misa. El sacerdote debe ser maestro de la
Palabra de Dios e instrumento de paz y reconciliación,
sobre todo, a través del sacramento de la
confesión, que es «parte esencial de su
misión»
(DM 5). Es representante y
embajador de Cristo en el mundo, depositario y distribuidor de
los tesoros de la Redención. «Es administrador
de bienes invisibles e inconmensurables que pertenecen al orden
espiritual y sobrenatural»
(DM 9). Es ministro de
Cristo y de la iglesia, en comunión siempre con el obispo.
Debe ser un «padre» para todos sin
excepción y debe vivir de la Eucaristía y para la
Eucaristía. En una palabra, debe ser Eucaristía
viviente de Jesús. Decía el gran científico
jesuíta Teilhard de Chardin: «Felices aquellos
sacerdotes que son elegidos para el acto supremo de su vida,
lógica coronación de su sacerdocio: la
comunión hasta la muerte con Cristo».

¡Cuán grande es el sacerdote! Decía
Mons. Manuel González: «Por la
consagración sacerdotal el sacerdote ha dejado
místicamente de ser un hombre para ser Jesús. Las
apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús:
tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los
demás hombres; pero, desde que ha sido consagrado, todo su
cuerpo no es del hombre, sino de Jesús. Sus ojos son para
mirar y compadecer y atraer al modo de Jesús, que ha
querido quedar oculto en el sagrario. Sus manos son para dar
bendiciones a los hijos, direcciones a los caminantes, apoyo a
los débiles, pan a los hambrientos, abrigo a los desnudos,
medicina a los enfermos en nombre de
Jesús…

Sus pies son para ir siempre en seguimiento de sus
ovejas fieles o en busca de las descarriadas. Su cabeza para
pensar en Jesús, conocerlo más y darlo a conocer y
para tener como El, una corona de espinas. Su corazón es
para amar perdonar agradecer y enamorarse de Jesús,
abandonado en el sagrario. Su lengua es para hacer del pan y el
vino, el Cuerpo y la Sangre de
Jesús».

Meditemos en estas palabras de Hugo Wast:
«Cuando se piensa que ni los ángeles ni los
arcángeles, ni Miguel, Gabriel o Rafael, ni
príncipe alguno de aquéllos que vencieron a Lucifer
pueden hacer lo que hace un sacerdote… Cuando se piensa que
Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena,
realizó un milagro más grande que la
creación del Universo y fue convertir el pan y el vino en
su Cuerpo y en su sangre, y que este portento puede repetirlo
cada día el sacerdote… Cuando se piensa que un
sacerdote, cuando celebra en el altar tiene una dignidad
infinitamente mayor que un rey y que no es ni siquiera un
embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo, que está
allí repitiendo el mayor milagro de Dios… Entonces, uno
puede entender que un sacerdote hace más falta que un rey,
más que un militar más que un banquero, más
que un médico, más que un maestro, porque El puede
reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a
El.

Cuando se piensa en todo esto, uno comprende la
inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales. Uno
comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada
familia ansiaba que de su seno brotase una vocación
sacerdotal… Uno comprende que es más necesario un
Seminario que una iglesia y más que una escuela y
más que un hospital.,. Entonces, llega uno a comprender
que dar para costear los estudios de un joven seminarista es
allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que,
durante inedia hora, cada día, será mucho
más que todos los santos del cielo, pues será
Cristo mismo, ofreciendo su Cuerpo y su Sangre por la
salvación del mundo.

Es por esto que es un gran pecado impedir o
desalentar una vocación sacerdotal y que, si un padre o
una madre obstruyen la vocación de su hijo, es como si le
hicieran renunciar a un título de nobleza
incomparable».

Digamos con Juan Pablo II a los sacerdotes:
«¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles
hasta el final!»
(DM 10). «Repetid las
palabras de la consagración cada día, como si fuera
la primera vez. Que jamás sean pronunciadas por rutina.
Estas palabras expresan la más plena realización de
nuestro sacerdocio»
(carta del Jueves Santo 1997). Por
mi parte, puedo decir que, si mil veces naciera, mil veces me
haría sacerdote. Quiero celebrar la misa de cada
día, como si fuera la última, como si fuera la
única misa de mi vida. Muchas veces, después de
haber celebrado la misa, he sentido una alegría y una paz
profunda, me he sentido realizado como hombre y feliz de ser
sacerdote. GRACIAS, SEÑOR, POR SER SACERDOTE.

MARIA Y EL SACERDOTE

El sacerdote debe ser consciente de su gran
misión en el mundo. El es partícipe activo de la
gran obra de la redención de los hombres, en unión
con María. María también fue, en cierto
modo, sacerdote al ofrecer a Jesús y ofrecerse con El en
la misa del Calvario. Por eso, en cada misa, María
también esta presente. Celebremos la misa en unión
con María, en su Inmaculado Corazón.

Por otra parte, en el momento de la consagración,
el sacerdote con su fiat (SI) hace presente a Jesús,
renovando así el misterio de la Encarnación; tal
como lo hizo María con su fiat (SI) el día de la
Anunciación. Aquel día, Jesús y María
se hicieron UNO, como el sacerdote y Jesús se hacen
UNO.

Desde entonces, Jesús y María son
inseparables, porque María recibe de Jesús
constantemente su unión con la divinidad y Jesús
recibe de María su unión con la naturaleza humana.
De la misma manera, Jesús y el sacerdote deben estar
siempre íntimamente unidos y unir su misma vida y su misma
sangre en el torrente sanguíneo que, saliendo de la cruz,
sigue salvando a los hombres.

María fue corredentora al pie de la cruz y sigue
cumpliendo su misión y sigue ofreciéndose con
Jesús en cada hostia consagrada. Muchos cristianos no
piensan que junto a Jesús en la hostia esta también
María. Ahí encontraran a la Madre. Ella es
corredentora para siempre. De la misma manera, también el
sacerdote debe ser corredentor y hacer de su vida una ofrenda
permanente. Nunca el sacerdote es mas sacerdote que, cuando, en
la misa, se ofrece con Jesús. Si sólo fuera
protagonista material e inconsciente del misterio que se celebra
y, si no quisiera ofrecerse, si no estuviera dispuesto a
entregarle su vida con sus dificultades e incomprensiones,
sufrimientos.., como lo hizo Jesús, entonces se
perderían muchas bendiciones para el mundo. Pero, si se
ofrece con Jesús y María… ¡ Qué
unidad tan sublime, estupenda y maravillosa! ¡El Padre lo
vera como a su Hijo! ¡María lo verá como a
Jesús! ¡El Espíritu Santo lo
transformará y transfigurará para que en la misa
sea verdaderamente JESUS!

Entonces, María lo ofrece a cada uno como a su
«Hijo». Ella es Madre especialmente de los
sacerdotes, sus hijos predilectos, y quiere que sean puros, muy
puros para que se identifiquen con Jesús. Si los
sacerdotes aman a María, llegarán a amar cada
día más a Jesús. Ella los ama con el mismo
cariño y ternura que tuvo para el mismo Jesús. Ella
los concibió a todos al concebir en su seno a
Jesús, Sumo sacerdote. Y, como diría la Vble.
Concepción Cabrera de Armida: «Los sacerdotes
tienen un sitio especial en el Corazón de María y
para ellos son los latidos más amorosos y maternales de su
Corazón».

Personalmente, puedo decir que, en los momentos de
crisis, en que pensaba abandonar el ministerio, el amor a
María salvó mi sacerdocio. Y ahora le estoy
«infinitamente» agradecido y rezo todos los
días el rosario. El sacerdote nunca debe olvidarse del
amor a María, de celebrar la misa en el altar del
Corazón de María y de comulgar todos los
días en unión con María.

Ven, Espíritu Santo, hazme verdadero
sacerdote de Jesús; transfórmame en Jesús en
cada misa y dame un amor inmenso a María, Madre de
Jesús y Madre mía.

LA MISA ES LA ACTUALIZACION DEL SACRIFICIO DE
LA

CRUZ. ES UNA NUEVA NAVIDAD.

ADoREMos A JEsUs S A c R A M E N T A D
o

COMULGAR EN UNION CON MARIA

LA COMUNION

a).- Comunión Cósmica

Toda comunión es una comunión universal;
pues, al comulgar, nos unimos en Cristo a todos los hombres y a
todo el Universo. Decía Teilhard de Chardin en «El
medio divino»: «No hay más que una misa y
comunión. Estos actos diversos no son, sino puntos,
diversamente centrales, en los que se divide y se fija para
nuestra experiencia en el tiempo y en el espacio, la continuidad
de un gesto único. En el fondo, sólo hay un
acontecimiento que se desarrolla en el mundo: la
Encarnación, realizada en cada uno por la
Eucaristía. Todas las comuniones de una vida constituyen
una sola comunión. Las comuniones de todos los hombres
presentes, pasados y futuros constituyen una sola
comunión…

Dios mío, cuando me acerque a comulgar haz
que me dé cuenta de que me abres los brazos y el
Corazón en unión con todas las fuerzas del Cosmos
juntas. ¿ Qué podría yo hacer para responder
a este abrazo universal? ¿para responder a este beso del
Universo? A esta ofrenda total que se me hace, sólo puedo
responder con una aceptación total. Al contacto
eucarístico (al beso de Jesús Eucaristía)
reaccionaré mediante el esfuerzo entero de mi vida, de mi
vida de hoy y de mañana. En mí podrán
desvanecerse las santas especies, pero cada vez me dejarán
un poco más profundamente hundido en las capas de tu
Omnipotencia. Por tanto, se justifica con un vigor y un rigor
insospechado el precepto implícito de la Iglesia de que es
preciso, siempre y en todas partes, comulgar La Eucaristía
debe invadir mi vida. Mi vida debe hacerse gracias a este
sacramento un contacto contigo sin límites y sin
fin».

Esto lo comprendió bien una religiosa alemana,
convencida de que «cada comunión con
Jesús y todas las comuniones de todos los hombres de todos
los tiempos son una sola comunión con Cristo, una
comunión cósmica, la comunión de todos los
santos en Cristo. Así todos unidos en Cristo, somos
transformados y transformamos el Universo, llevando todo a la
plenitud de su amor Todos debemos colaborar en la
realización del reinado de Cristo en todos los hombres y
en todas las criaturas. ¡Qué alegría
sentirnos instrumentos de su amor para la realización de
su plan de salvación universal y de transformación
de todo el Universo en la comunión de su amor».

Otra religiosa italiana me escribía: «Cuando
comulgo recibo con El a todo su Cuerpo místico, recibo a
cada hombre y mujer a cada niño o anciano, cercanos o
lejanos, santos o pecadores… Cada comunión me hace
sentir como si fuera una madre que acoge en su regazo a toda la
humanidad. Así me siento presente en cada rincón de
la tierra, a pesar de vivir en clausura, pero con mi amor a
Jesús, llego hasta los confines del
Universo».

Tu comunión es algo que le interesa a todos y
que, en alguna medida, afecta a toda la humanidad. De ahí
que, al ir a misa y comulgar debes llevar en tu corazón a
todos los hombres y orar por ellos. Tu comunión afecta
directamente a todos los que pertenecen al Cuerpo de Cristo.
¿Y quiénes pertenecen al Cuerpo de Cristo? S.
Agustín decía:

«Quien ama se hace El mismo miembro de Cristo;
ya que por el amor entra aformar parte de la estructura viva del
Cuerpo de Cristo».
(In Jo Ev 10,3). Según esto,
no sólo pertenecerían a la Iglesia, Cuerpo de
Cristo, los católicos oficiales, sino también
aquellos cristianos anónimos, de que habla el
teólogo Rahner, es decir todos aquéllos que viven
con amor y tienen a Dios en su corazón; ya que
también ellos, aun sin saberlo, están unidos a
Cristo. Y todos juntos formamos con El, el Cristo total, de que
tanto habla el mismo 5. Agustín. El mismo santo nos dice
que, en la misa, «la Iglesia ofrece y es ofrecida en la
misma oblación con Jesús»
(De Civ Dei
10,6).

«Todos somos (sois) UNO en Cristo
Jesús»
(Gal 3,28). De ahí también
la responsabilidad de amar a todos los hombres, especialmente a
los pobres y necesitados. La comunión o común
unión nos lleva a sentirnos todos hermanos en Cristo y,
por ello, a sentimos también responsables de su
salvación.

Al recibir la hostia santa, entramos en contacto directo
con la humanidad y divinidad de Jesucristo. Y esto, si estamos
preparados y bien dispuestos, nos transforma y transfigura en
Cristo. «El que comulga se une a Jesucristo como se
unen dos pedazos de cera derretida, pues de su unión no
resulta, sino un todo formado de los dos»
(Sta.
Magdalena Sofía Barat). Podemos comprender, entonces, que
una comunión vale más que un éxtasis, que
una visión, y, por supuesto, más que todos los
tesoros del mundo. La comunión es entrar en contacto
directo con el mismo Dios. La comunión transporta todo el
paraíso a nuestro corazón y hace, en esos momentos,
a nuestra alma el centro del Universo, pues ahí
está Dios.

Hagamos de nuestra vida una misa y comunión
cósmica, en unión con todos los seres. Según
Teilhard, Jesús sigue celebrando su misa cósmica
sobre el altar del Universo y nosotros somos parte de esta gran
MISA. Para celebrarla bien y ser parte activa de este Universo en
expansión hacia Dios, es preciso hacer de nuestra vida una
misa por el ofrecimiento constante y la unión permanente
con Jesús. Renovemos nuestra misa con
Jesús:

Padre mío, una vez más en este
día, en lugar del pan y del vino, te ofrezco mi vida en
unión con Jesús. Te ofrezco mi familia y todas mis
cosas. También quiero ofrecerte el dolor y el sufrimiento
de toda la humanidad. Tú me la has encomendado y, por eso,
me siento padre (madre) de todos los hombres. Mira sus pecados y
límpialos de la faz de la tierra con la sangre bendita de
Jesús. Mira sus alegrías y esperanzas… Mira todo
lo bueno y todo el amor de todos los hombres y recíbelo
con Jesús, tu Hijo amado.

También te ofrezco, Padre santo, toda la
Creación con sus plantas, animales y cosas bellas, desde
el humilde pajarito hasta las más brillantes estrellas,
desde el pequeño átomo hasta las más grandes
galaxias. Todo te lo ofrezco en esta misa cósmica, que
celebro permanentemente con Jesús, en su divino
Corazón, y por manos de María.

Te consagro mi vida como una pequeña hostia
de amor para que esté siempre como tina lamparita ante tu
trono. Que el pan y el vino de mi amor de mis esperanzas y
alegrías, de mi trabajo y de mi dolor suban a 1 con toda
la humanidad y con toda la Creación… Recibe, Padre, la
misa de mi vida, y hazme santo. Quiero ser amigo de
Jesús.

b). Pureza y Preparación

¿Es tan importante la pureza para unirnos a Dios
en Cristo! Y pureza es, sobre todo, rectitud y sinceridad de vida
de acuerdo al estado de cada uno. Cuando Dios encuentra un alma
pura, recta y sincera, que lo busca con todo su corazón y
con deseos de entrega total, pone en ella su trono y la hace el
centro de la Creación.

Teilhard de Chardjn en «El medio divino»
cita un cuento de Benson: «un vidente llega a una
capilla apartada en la que reza una religiosa. Entra. Y he
aquí que en torno a este apartadísimo lugar ve de
pronto que el Universo entero se enlaza, se mueve, se organiza,
siguiendo el grado de intensidad y la inflexión de los
deseos de la mísera rezadora. La capilla se había
convertido en un polo en torno al cual giraba la Tierra. La
contemplativa sensibilizaba y animaba en torno a sí todas
las cosas, porque creía; y su fe era operante, porque su
alma purísima, la situaba muy cerca de Dios… Por eso,
cuando llegó el momento en que Dios decidió
realizar ante nuestros ojos su Encarnación, tuvo necesidad
de suscitar antes en el Mundo una pureza capaz de atraerlo hasta
nosotros. Necesitaba una Madre. Y creó a la Virgen
María; es decir hizo que apareciera sobre la Tierra una
pureza tan grande, que llegara a poder atraerlo en esa
transparencia hasta su aparición como Niño
pequeño. He aquí la potencia de la pureza para que
haga nacer lo Divino entre nosotros».

Por eso, debemos acercarnos a comulgar con toda la
pureza posible. «Oh si pudiésemos comprender
quién es ese Dios a quien recibimos en la comunión,
entonces s1 qué pureza de corazón traeríamos
ante El»
(Sta. Magdalena de Pazzi). Y, sin embargo,
qué tristeza al ver que algunos se acercan sin confesarse
después de mucho tiempo, vestidos indecentemente,
distraídos, sin fe y sin devoción… Hay que poner
el mayor empeño posible para que no caiga al suelo ninguna
hostia o partícula al dar la comunión. Ya
Tertuliano en su tiempo escribía: «Sufrimos
ansiedad, si cae al suelo algo de nuestro cáliz o de
nuestro pan»
(De corona 3). S. Cirilo de
Jerusalén en su Catequesis mistagógica escribe:
«si alguno te diera limaduras de oro ¿no las
guardarías con sumo cuidado? ¿y no
procurarás con mucho mayor cuidado que no se te caiga
ninguna partícula de lo que es más precioso que el
oro y que las piedras preciosas? (5,21).
Además, en
el momento de la comunión, siempre debe usarse la
bandejita. Así lo determina la constitución
apostólica «Misal romano» de Pablo VI en el
número 117: «El que comulga responde
Amén, y recibe el sacramento, teniendo la patena (bandeja)
debajo de la boca».

Por otra parte, «la Iglesia obliga a los
fieles… a recibir al menos una vez al año, la
Eucaristía, si es posible en tiempo pascual
(después de confesarse). Pero recomienda vivamente a los
fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los
días de fiesta, o con más frecuencia aún,
incluso todos los días»
(Cat 1389). Sobre todo,
recomienda que «los fieles comulguen, cuando participan
en la misa»
(Cat 1388). Pero «quien tenga
conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de
la reconciliación antes de acercarse a
comulgar»
(Cat 1385). También se debe
guardar el ayuno de una hora antes de comulgar (se puede tomar
agua, y los enfermos están exentos del ayuno).

Como Cristo esta todo entero tanto en la hostia como en
el vino, «la comunión bajo la sola especie de
pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la
Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de
comulgar se ha establecido legítimamente como la
más habitual en el rito latino. La comunión tiene
una expresión más plena por razón del signo,
cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es
donde más perfectamente se manifiesta el signo del
banquete Eucarístico. Es la forma habitual de comulgar en
los ritos orientales»
(Cat 1390).

Según la Ordenación General del Misal
Romano N° 242 (14) los miembros de las Comunidades religiosas
pueden recibir todos los días la comunión bajo las
dos especies en la misa conventual o de Comunidad. Los fieles
laicos pueden hacerlo en determinadas circunstancias o en grupos
especiales. Pero lo importante es unirnos a Cristo, aunque
sólo sea con la hostia, pues recibimos su cuerpo, sangre,
alma y divinidad. En ese momento, sellamos nuestra unión,
amistad y alianza, uniendo nuestra sangre con la sangre de
Jesús para siempre. No olvidemos que las alianzas con Dios
se escriben con sangre, como Cristo en la cruz. Digamos con
Jesús: «Este es el cáliz de mi sangre,
sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada
por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados».

Actualmente, se puede comulgar hasta dos veces al
día, pero «solamente dentro de la
celebración eucarística»
(canon 917).
Sin embargo, no debemos comulgar por costumbre o por rutina. Cada
comunión debe ser única. «Debemos estar
vigilantes para que este gran encuentro con Cristo en la
Eucaristía no se convierta para nosotros en un acto
rutinario y no lo recibamos indignamente, es decir en pecado
mortal»
(Pablo VI, carta sobre el culto de la
Eucaristía N° 7). Sería bueno confesarse una
vez al mes y poder comulgar todos los días. Pero no
perdamos la comunión por algunos escrúpulos de
conciencia, vayamos a confesar y, si no es posible, comulguemos,
si no tenemos conciencia clara de pecado mortal. Después,
lo antes posible, se puede confesar lo que nos intranquiliza,
pues hasta se podría pedir confesión al celebrante
después de la misa. No caigamos en la tentación de
dejar la comunión por cualquier escrúpulo. Eso es
lo que quiere el diablo para privarnos de tantas bendiciones, que
podemos recibir en la comunión. Por eso, Sta. Margarita
Ma. de Alacoque decía: «No podemos darle a
nuestro enemigo el diablo mayor alegría que, cuando nos
alejamos de Jesús y dejamos la
comunión».

Sta. Teresita del Niño Jesús le
escribía a su prima María Guerin: «Cuando
el diablo ha conseguido alejar a un alma de la comunión,
él lo ha ganado todo y Jesús llora. Oh, mi amada
María, piensa que Jesús está allí, en
el sagrario, expresamente para ti, solamente para ti y que
está ardiendo en deseos de entrar en tu corazón. No
escuches al demonio, búrlate de El, y ve sin temor a
recibir al Jesús de la paz y del amor. Pero ya te oigo
decir: Teresa piensa esto, porque no conoce mis miserias…
Sí, ella las conoce y te asegura que puedes ir sin recelo
a recibir a tu único Amigo verdadero. Ella ha pasado
también por el martirio de los escrúpulos; pero
Jesús le concedió la gracia de comulgar siempre,
hasta cuando creía haber cometido grandes pecados. Pues
bien, te aseguro que ella reconoció que era el
único medio de desembarazarse del demonio.

Es imposible que un corazón, cuyo
único solaz consiste en contemplar el sagrario (y amar a
Jesús), lo ofenda hasta el punto de no poder recibirle. Lo
que ofende a Jesús, lo que le lastima el Corazón,
es la falta de confianza. Hermanita querida, comulga, comulga; he
aquí el único remedio, si quieres
curar».

También es muy importante no descuidar la
acción de gracias después de comulgar, al menos
durante los 10 ó 15 minutos que duran las especies
sacramentales en nosotros, es decir, mientras estamos en contacto
personal con la humanidad santísima de Jesús. Sta.
Magdalena de Pazzi afirmaba: «Los minutos que siguen a
la comunión son los más preciosos que tenemos en
nuestras vidas. Son los minutos más propicios, de nuestra
parte, para tratar con Dios y, de su parte, para comunicarnos su
amor».
Son minutos preciosos, celestiales, que por
ningún motivo podemos desperdiciar con distracciones o
conversaciones. No perdamos el respeto a Dios. La confianza hay
que acompañarla de reverencia.

No se puede aceptar la practica de ciertas personas que
salen de la Iglesia inmediatamente después de comulgar. Es
sabido que S. Felipe Neri, en una ocasión, mandó a
dos monaguillos con cirios encendidos que acompañasen por
la calle a una persona, que salió de la Iglesia
después de comulgar.

«Oh hermanos, si pudiéramos comprender
el hecho de que mientras las especies sacramentales están
dentro de nosotros, Jesús está ahí, en
unión con el Padre y el Espíritu Santo… es decir
que está toda la Santa Trinidad en nuestra alma…
¡Qué paraíso de felicidad!»
(Sta
Magdalena de Pazzi). Es por ello que 5. José de Cotolengo
recomendaba a la hermana que hacía las hostias:
«Haz las hostias más gruesas a fin de que yo
pueda gozar de mi Jesús mucho tiempo. No quiero que se
disuelvan rápidamente las sagradas especies».

No olvidemos que recibimos al Rey y Señor de los cielos,
que es todopoderoso. Y que por la comunión, como dice S.
Agustín: «nos transformamos en lo mismo que
recibimos»
(Sermo 57,7).

Una sola comunión vale mas que todo el Universo.
Por eso, no te pierdas nunca una misa o comunión
culpablemente, porque una que se pierda, se pierde para toda la
eternidad. «Una comunión es infinitamente m4s
preciosa que todo lo creado»
(Sta. Magdalena
Sofía Barat). De ahí que los santos deseaban tanto
comulgar. Se cuenta en la vida de Sta. Gema Galgani, la Vble.
Mónica de Jesús y otros muchos santos, que cuando
estaban enfermos y no podían asistir ala Iglesia, su
ángel custodio les llevaba la comunión. Sta.
Margarita María de A1acoque &exclamaba:
«Deseo tanto recibir la comunión que, si tuviera
que caminar descalza por un sendero de fuego a fin de obtenerla,
lo haría con indecible gozo».
Sta Catalina de
Génova suspiraba tanto por comulgar que afirmaba:
«Si yo tuviera que ir millas y millas sobre carbones
ardiendo para recibir a Jesús, diría que el camino
es fácil, como si hubiera caminado sobre una alfombra de
rosas».
La Vble. Candida de la Eucaristía,
aseguraba: «Quitarme la comunión es como hacerme
una operación quirúrgica… La comunión
esparte esencial de mi organismo espiritual. Cuando comulgo, me
sumerjo en el mar limpísimo de Jesús, allí
meto mi alma y allí reposo».

Sta. Teresa de Jesús decía: «Me
vienen unas ansias de comulgar tan grandes que no sé si
podría encarecer Acaecióme una mañana que
llovía tanto que no parece se podía salir de casa
Yo estaba tan fuera de mí con aquel deseo que, aunque me
pusieran lanzas en los pechos me parece entraría por
ellas, cuanto más agua. Cuando llegué a la Iglesia
dióme un arrobamiento grande… Comulgué y estuve
en misa que no sé cómo pude estar y vi. que eran
dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y
gloria»
(V 39,22-23).

No es de extrañar que 5. Felipe Neri dijera:
«Mi deseo de recibir a Jesús es tan grande que
no puedo encontrar paz, mientras espero». «Qué
poca caridad y débil devoción tienen los que dejan
fácilmente la sagrada comunión. En cambio,
qué bienaventurado es el que vive tan bien y guarda su
conciencia con tanta pureza, que está dispuesto a comulgar
cada día».
(Kempis IV, 10,5).
«Aquí se coge copioso fruto de eterna salud
todas las veces que es recibido digna y devotamente»

(Ib IV, 1,9).

En una ocasión, Sta. Teresita del Niño
Jesús estaba gravemente enferma y se arrastró con
mucho esfuerzo a recibir la comunión. Una religiosa que la
vio le dijo: «no deberías hacer tanto esfuerzo
para ir a comulgar, deberías quedarte en tu
celda».
Y ella respondió: «Oh,
qué son estos sufrimientos en comparación de una
sola comunión».

Cuentan los biógrafos del cardenal Newman que,
cuando estaba a punto de convertirse del anglicanismo al
catolicismo, algunos amigos quisieron disuadirle,
diciéndole que pensara bien lo que hacía: Si te
haces católico, le dijeron, perderás todos tus
considerables ingresos, que son unas cuatro mil libras al
año. Y él contestó: « Y qué
son esas cuatro mil libras en comparación con una sola
comunión?».
Vale tanto la comunión que
«si los ángeles pudieran sentir envidia, nos
envidiarían por la sagrada comunión»
(5.
Pío X). La comunión es el «pan
supersubstancial… que es vida del alma y perenne salud de la
mente»
(MF 8). La comunión es el abrazo del
amigo Jesús, que te inunda de su divino amor.

PRIMERA COMUNION

Es importante tomar muy en serio la primera
comunión de los niños. Hay que hablarles mucho del
amigo Jesús, que está en el sagrario, para que lo
amen de verdad y no sólo aprendan algunas nociones y
oraciones de memoria. Hacer hincapié en la pureza del alma
y no darle tanta importancia al vestido, fotos, padrinos…
Sería bueno darles un certificado bonito de su Primera
Comunión, para que lo guarden como recuerdo en un lugar
visible de su casa. Que sus padres les acompañen a
comulgar en ese gran día para ellos y que les inculquen la
comunión dominical con su ejemplo. Y, por supuesto, no
demorar más de los 10 años para hacer la primera
comunión. Para ello, es importante que los padres se
preocupen de bautizarlos cuanto antes, después de su
nacimiento, y no esperar a la edad adulta. Hay que prepararlos
bien. En una ocasión, un niño le preguntó al
maestro:

—Cómo es posible que un Dios tan grande
esté en una hostia tan chiquita?

Y cómo es posible que un paisaje tan grande,
que tienes ante tu vista, pueda estar metido den fro de tu ojo
tan pequeñito? ¿no podría hacer Dios algo
parecido?

Y cómo puede estar presente al mismo tiempo
en todas las hostias consagradas?

Piensa en un espejo. Si se rompe en mil pedazos,
cada pedacito refleja la imagen que antes reproducía el
espejo entero. ¿Acaso se ha partido la imagen? No, pues
así Dios está todo entero en todas partes y en cada
hostia.

__ Y cómo es posible que el pan y el vino se
conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo?

Cuando tú naciste eras pequeñito y tu
cuerpo iba asimilando el alimento que comías y
cambiándolo en tu cuerpo y sangre, y así ibas
creciendo. ¿Y Dios no podría cambiar también
el pan y el vino en el cuerpo y sangre de
Jesús?

–¿Pero yo no comprendo el porqué de
todo esto?

Porque tú no comprendes de lo que es capaz
el amor de un Dios. Todo es por amor. La Eucaristía es la
prueba suprema del amor de Jesús. Después de esto,
sólo queda el cielo mismo. Por eso, los santos daban tanta
importancia a la comunión.

Sta. Teresita del Niño Jesús nos habla en
su «Historia de un alma» sobre su primera
comunión: «Por fin llegó el más
hermoso de los días. Qué inefables recuerdos
dejaron en mi alma los más pequeños detalles de
esta jornada de cielo… Qué dulce fue el primer beso de
Jesús a mi alma. Fue un beso de amor, me sentía
amada y decía a mi vez: Os amo, me entrego a Vos para
siempre. No hubo ni peticiones ni luchas ni sacrificios. Desde
hacía mucho tiempo Jesús y la pobre Teresita se
habían mirado y se habían comprendido. Aquel
día no era ya una mirada, sino una fusión. Ya no
eran dos. Teresa había desaparecido, como la gota de agua
que se pierde en el seno del océano. Sólo quedaba
Jesús, El era el dueño, el Rey».
Y
lloró de felicidad. Sus compañeras, dice ella
misma, «no podían comprender que, viniendo a mi
corazón toda la alegría del cielo, este
corazón desterrado no pudiera soportarla sin derramar
lágrimas».

También Lucía de Fátima en sus
«Memorias» nos habla de aquel delicioso día de
su primera comunión: «Según se aproximaba
el momento, mi corazón latía más deprisa en
la espera de la visita del gran Dios, que iba a descender del
cielo para unirse a mi pobre alma; pero, luego que se posó
sobre mis labios la hostia divina, sentí una serenidad y
una paz inalterable, sentí que me envolvía en una
atmósfera tan sobrenatural que la presencia de nuestro
buen Dios se me hacía tan sensible, como silo viese o lo
oyese con mis sentidos corporales.

Le dirigí entonces mis súplicas:
Señor hazme una santa, guarda mi corazón siempre
puro para Ti solo… Me sentía transformada en Dios… Me
sentía tan saciada con el pan de los ángeles que me
fue imposible entonces tomar alimento alguno. Perdí, desde
entonces, el gusto y atractivo que comenzaba a sentir por las
cosas del mundo y sólo me encontraba bien en algún
lugar solitario, donde pudiese recordar sola las delicias de mi
primera comunión»
(2a. Memoria). Pero no
sólo los santos, hay muchos niños puros e
inocentes, que reciben a Jesús con una fe que daría
envidia a los mismos ángeles. El Vble. Mons. Manuel
González, relata en su libro «Partiendo el
pan» algunos de estos casos. Como el de José
María, un niño que todavía no había
cumplido los cinco años y que, viendo a su hermano hacer
la primera comunión, sintió tantos deseos de
comulgar que se lo pidió al obispo. Comulgó y se
pasó un gran rato con los ojos cerrados, hablando con
Jesús. Cuando le preguntaron qué había hecho
después de comulgar, respondió: «Lo
dejé que se vaya para dentro, pues ya sabe andar
solito».
En su cabecita infantil, Jesús se
había apoderado de su cuerpo y se iba a quedar para
siempre, como en su propia casa.

Otro caso, que publicó en «El granito de
Arena» del 5 de Septiembre de 1913, es el de
Julita Gabriel Budelo de tres años, le faltaban trece
días para cumplir los cuatro. Cuando su catequista
comulgaba, le hacía agacharse para besarle en el pecho. Y
era tanto su amor a Jesús que el obispo no dudó en
darle la comunión. Cuando le preguntó:

  • Tú quieres recibir a
    Jesús?

  • -Con todas mis ganas.

  • – Y dónde lo vas a
    guardar?

  • -Aquí, en mi corazoncito.

  • El obispo pudo escribir: «Puedo aseguraros
    que en mi vida nunca he dado una comunión con tanta
    seguridad del agrado de Jesús y de la buena
    disposición de un alma».
    Después de
    comulgar repetía: «Ay qué contentita
    estoy».

Jesús no puede menos de sentirse feliz con la fe
y el amor de los niños inocentes y cuyas almas son
pequeños cielos para Jesús. Eduquemos a los
niños en la fe y amor al Niño Jesús del
sagrario, para que lo amen y lo visiten como aquellos
niños de Huelva que, cuando Mons. González les
preguntó qué hacían tanto entrar y salir de
la Iglesia, le dijeron: «Es que estamos
haciéndole a Jesús muchas visitas para que le duren
toda la noche y no esté solito».

O como aquella niñita norteamericana de que nos
hablaba el P. Roberto de Grandis. Su padre es católico y
su madre ortodoxa griega. La niña de tres años les
pidió un día que la llevaran a la Iglesia, a donde
no la llevaban nunca., porque no eran practicantes. Cuando la
niña entró se fue corriendo hacia el sagrario y
acercándose, empezó a decir:

«Jesús, aquí estoy, sal y juega
conmigo, soy Ann Mary, ven».
Qué simplicidad,
qué fe y confianza! Ciertamente que los niños son
los predilecto de Jesús y El nos dice: «Dejad
que los niños vengan a Mí, no se lo
impidáis, porque de ellos es el reino de los
cielos»
(Mc 10,14).

En ese gran día de su primera comunión,
Jesús toma muy en serio sus peticiones. Pueden pedirle
como Lucía de Fátima: «guarda mi
corazón siempre puro para 7 solo»,
pero, sobre
todo, pedirle la gracia de nunca ofenderle con un solo pecado
mortal. Y, por supuesto, pedirle por sus padres, hermanos,
familiares… Y, si sienten deseos, pedirle
también la gracia de la vocación sacerdotal o
religiosa.

Una religiosa contemplativa me decía:
«Aún no he olvidado aquel beso que me dio
Jesús en el momento de mi primera comunión. Fue un
flechazo
ó dardo de amor que clavó en mi
corazón. Algo inolvidable que no puedo explicar. Era como
un fuego amoroso que yo sentía y que me unió a El
para siempre. Me enamoré del sagrario y, por eso, cuando
me preguntó en una especie de «visión»
¿estás dispuesta a encerrarte y sacrificarte para
salvar tantas almas que se condenan? Le dije que Si con todo el
amor de mi corazón».

Oh Jesús mío, Rey de mi
corazón, has venido a mí en este día. Te
pido la gracia de mi vocación. Hazme un santo sacerdote
(religiosa). Gracias por mis padres, hermanos.., y, porque en
cada comunión, puedo darte un GRACIAS digno de tu amo,:
¡Qué grande es la comunión! Cristo en lo
más íntimo de mi se,; dando vida ami vida.
¡Qué asombro! Dios en mí La nada
poseída por el TODO. ¡Qué misterio tan
radiante de luz, de vida, de amor! ¡Oh sagrado banquete!
¡Mi Señor y mi Dios! ¡Mi amigo para
siempre!

UNION DE CORAZONES

Nunca mejor que en el momento de la comunión
podemos decir con S. Pablo: «Nuestra vida está
escondida con Cristo en Dios»
(Col 3,3). Entonces,
formamos una UNIDAD en Cristo con todos los hombres. Como
diría S. Agustín: «Tu alma ya no es tuya,
sino de todos tus hermanos, como sus almas son también
tuyas; mejor dicho, sus almas juntamente con la tuya no son
varias almas, sino una sola, la única de
Cristo»
(Epist 24,3). «Cristo lo es TODO en
todos»
(Col 3,11) y formamos con El una sola alma y un
solo corazón. «El que come mi carne y bebe mi
sangre está en Mí y Yo en él»
(Jn
6,56). Decía Sta. Catalina de Génova:
«Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón
y mi alma son los de Jesucristo».
Precisamente, el fin
de la comunión es la fusión de los corazones y de
las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con
Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del
día.

Algunos santos han vivido esta unión de corazones
de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio
corazón por el suyo. Este cambio de corazones se lo
concedió a Sta. Catalina de Siena. Cuenta su director el
Bto. Raimundo: «Un día le pareció ver que
su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le
abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y
se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La
impresión de esta visión fue tal.., que Catalina
dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su
cuerpo… Algún tiempo después, se le
apareció el Seño,; teniendo en sus sagradas manos
un corazón humano rojo y resplandeciente.
Acercándosele, el Señor le abrió de nuevo el
costado izquierdo e introduciendo el corazón que
tenía en las manos le dijo: Hija mía, así
como el otro día te he llevado tu corazón,
así hoy te entrego el mío, que te hará vivir
siempre».

Esta gracia, algunos santos la han recibido con la
Eucaristía, teniendo permanentemente en su pecho a
Jesús sacramentado y estando así en unión
continua con su humanidad santísima. Así nos lo
refiere S. Antonio Ma. de Claret en su autobiografía:
«En el día 26 de Agosto de 1861,
hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en
la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me
concedió la gracia grande de la conservación de las
especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el
Santísimo Sacramento en el pecho».

La gracia de la unión de corazones la recibimos
nosotros también durante el tiempo que permanecen en
nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de
Pietrelcina manifestó en una ocasión: «Oh
qué dulce fue la conversación que sostuve con el
paraíso esta mañana después de comulgar! El
Corazón de Jesús y mi propio corazón se
fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo.
Mi corazón se había perdido como una gota se pierde
en el océano».
En ese momento, dice S.
Cipriano: «nuestra unión con Cristo unifica
nuestros afectos y voluntades».
Y la Vble. Candida de
la Eucaristía aseguraba: «mi alma y la de
Jesús se hacen UNA».

S. Lorenzo Justiniano exclamaba: «Oh admirable
milagro de tu amor; Señor Jesús, que has querido
unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un
solo corazón inseparablemente unidos
contigo».

Que tú también seas UNO con Jesús y
que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos. Que tu
voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo
momento: «que no se haga mi voluntad, sino la
tuya»
(Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de
Jesús, como María, y puedas decir con Sta.
Teresita: «Señor ¿no sois omnipotente?
Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis
jamás de vuestra pequeñita hostia»

(Ofrenda al Amor misericordioso).

UNIDOS PARA SIEMPRE

He aquí una parábola del grano de trigo,
que llegó a ser hostia. Jesús decía:
«En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo
no cae en tierra y muere, quedará solo; pero si muere,
dará mucho fruto»
(Jn 12,24).

Érase una vez un granito de trigo, pequeño
y sencillo, que quería ser santo y llegar hasta el cielo.
Y se ofreció a Dios… y se puso en sus manos de buen
sembrador. Y el Señor, de inmediato, con mucho
cariño, lo colocó en tierra buena y lo cuidó
como a un niño. Pero el granito gritaba.., pasaba las
noches oscuras, a solas, con miedo y con frío… muriendo
a sí mismo, pero, sin saberlo, renaciendo á una
vida más hermosa y bella. Y empezó a crecer como
espiga, débil y temerosa, azotada por las lluvias y mecida
por los vientos.

Y fue creciendo, creciendo.., acariciada por el sol.., y
soñaba, soñaba… y pedía y oraba… Cuando
estuvo madura, un día de estío se presentó
el segador. Y ella, alarmada, gritaba y decía:
«A mí, no, porque yo estoy destinada a ser santa
y elevarme hasta el cielo».
Pero el hombre, tal vez,
distraído, metió la hoz, despiadado, y
quebró sus ensueños de oro.

«Oh Señor clamó entonces la
espiga, ya no puedo llegar a tus brazos. Sálvame mi
Señor que me muero».
Pero el Señor, cual
si nada escuchase, respondió con intenso
silencio…

Y aquel hombre, tomando la espiga, bajo el trillo la
puso al momento… Y los granos crujieron… y cual sarta de
perlas preciosas, por la era rodaron deshechos.

Y vinieron más hombres y metieron los granos de
trigo en un saco viejo, llevándolos luego al molino, donde
finísimo polvo se hicieron. Y la harina seguía
llorando. Pero arriba, en el cielo, seguían callando.., y,
aquí abajo, seguían moliendo.

Y ¿por qué callaría Jesús? Y
¿por qué, si era pura e inocente, le negaba el
consuelo? Pero ella obediente, seguía sufriendo…
Y Jesús preparaba la harina. Y una hostia
bellísima hicieron. Y la novia soñaba…

Su belleza brilló ante el
altar,

y los ángeles vinieron a
verla

Y Jesús y su gloria bajaron

y en la misa se unieron a ella.

Y María, la Madre, gozaba…

Y la esposa decía al Cordero:

Ahora sí, que te amo con toda mi
alma.

Ahora sí, porque Tú eres mi
cielo.

Y Jesús la abrazaba en su
pecho

y con voz melodiosa le decía muy
quedo:

Yo quería que fueras mi
esposa

y anhelaba tenerte en mi cielo.

Pero escucha, mi amor, a mis brazos,

sólo pueden llegarse los
niños,

y quienes siempre obedecen sin miedo

y siguen mis huellas
¡sufriendo!

SEGUNDA PARTE

Adoración
al Santísimo

En esta segunda parte, queremos hacer entender la
importancia de la adoración a Jesús sacramentado
como presencia viva y real de Jesús, nuestro Dios, en
medio de nosotros. El está como un amigo cercano,
esperándonos. Procuremos ir a visitarlo para reparar
así tanta indiferencia y sacrilegios, que recibe en este
sacramento.

INDIFERENCIA Y SACRILEGIOS

En este mundo, en que vivimos, hay mucha indiferencia
religiosa. ¿Cuántos creen verdaderamente en Dios y
lo aman de todo corazón? Cuánta falta de fe hay en
muchos católicos, que aceptan el aborto, la mentira y la
inmoralidad.., como cosa normal en sus vidas. Y es que les falta
oración y Dios cuenta muy poco para ellos. Están
muertos o enfermos en el alma y les falta amor, les falta paz,
les falta Dios. Y, sin Dios, la vida no tiene sentido. Y una vida
sin sentido, no es posible vivirla con felicidad. De ahí
que el alma que ha perdido a Dios, es botín de muchas
enfermedades síquicas y necesita del siquiatra. Ya en su
tiempo, el famoso siquiatra J. G. Jung decía:
«De todos mis pacientes que han rebasado la mitad de la
vida, es decir los treinta y cinco años de edad, no hay
uno solo cuyo supremo problema no sea el religioso.
En

70

último término, están enfermos
por haber perdido aquello que la religiosidad viva ha podido dar
en todos los tiempos a sus seguidores y ninguno ha sanado sin
haber llegado a recobrar sus convicciones religiosas».

El mismo S. Agustín escribía: «Yace en
todo el orbe de la tierra el gran enfermo. Para sanarlo vino el
médico omnipotente… bajó al lecho del enfermo
para dar recetas de salvación y los que las ponen en
práctica se salvan»
(Sermón
80,4).

Pues bien, ahí está Jesucristo, el
Señor de la vida, el médico de cuerpos y almas. Si
necesitamos paz, El la tiene toda, porque El es el
príncipe de la paz (Cf Is 9,6). El nos sigue diciendo como
hace dos mil años: «Venid a Mí los que
estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré y
daré descanso para vuestras almas»
(Mt 11,28).
Pero ¿quién le hace caso? Muchos se ríen de
El, como se reían, cuando lo veían clavado en la
cruz y lo creían derrotado para siempre. Ya muy pocos
creen verdaderamente en El. Por eso, mucha gente está
enferma del alma. Buscan a los sicólogos y siquiatras y se
olvidan de Jesús… Y, sin embargo, El es un Dios de amor,
es el amor de Dios en la tierra. Es el mismo Jesús que,
bajo la apariencia de un pobre carpintero, se paseaba por
aquellos caminos de Palestina, con todo su poder divino. Es el
mismo Jesús de Nazareth, que actualmente está
escondido e invisible bajo la pobre apariencia de un poco de pan.
Y lo hace por humildad y por amor a nosotros, para no cegarnos
o asustarnos ante la grandeza de su
divinidad.

Quizás sea por esto que muchos católicos
abusan de confianza y le faltan fácilmente al respeto
Cuántos asisten a la iglesia vestidos indecentemente!
¡Cuántas blasfemias contra la hostia santa en
algunos lugares! ¡Cuántas comuniones
sacrílegas! ¡Qué pocos son los que creen
verdaderamente en su presencia eucarística!
¡Cuántos sagrarios abandonados!

¡Cuánto sufre Nuestra Madre la Virgen
María ante tanta indiferencia y falta de fe de sus hijos,
muchos de los cuales van por el camino de la perdición
eterna! ¿Nos puede extrañas que, en muchas
ocasiones, haya llorado en sus imágenes hasta
lágrimas de sangre? En las apariciones de La Salette,
aprobadas por la Iglesia, decía la vidente
Melania:

«La Santísima Virgen lloraba durante
casi todo el tiempo que me habló. Yo hubiera querido
arrojarme a sus brazos y decirle; Mi buena Madre, no
lloréis. Yo os quiero amar por todos los hombres de la
tierra. Pero me parecía que me respondía; hay
tantos que no me conocen».
Si estás dispuesto a
consolas a María, la mejor manera es amar a Jesús
Eucaristía. Pero muchos no creen ni quieren
creer.

No obstante, Satanás y los suyos sí creen
y se esfuerzan todo lo posible por fomentas los sacrilegios y
profanaciones. Roban hostias de las iglesias, celebran misas
negras con hostias consagradas.., y hacen con ellas todo cuanto
la maldad satánica les puede sugerir pasa
profanarlas.

He tenido oportunidad de hablas con personas que
asistieron a reuniones satánicas y adoraron a
Satanás. Allí, el rito central es la misa negra. El
que hace de sacerdote lleva vestiduras especiales y hace los
rituales de la misa, pero invertidos y profanados deliberadamente
Se reza el Padrenuestro al revés. Se profanan los
sacramentos, especialmente la hostia santa. Allí, en lugar
de oraciones, se dicen blasfemias. Al ofertorio, cada uno de los
miembros renuevan el ofrecimiento de su alma a Satanás.
Pero el centro de todo es la profanación de la
Eucaristía y la adoración de
Satanás.

Como vemos, el diablo sí toma muy en serio la
presencia de Jesús en la Eucaristía y nosotros
seguimos permaneciendo indiferentes ante tantos sacrilegios y
tantos sagrarios profanados y tantas comuniones
sacrílegas…

El 2 de Abril de 1290, en la calle Billetes de
París, ocurrió un hecho extraordinario. Un
judío llamado Jonatan se consiguió una hostia
consagrada de una feligresa de la parroquia de Saint Merry. Sobre
la

hostia descargó su rabia y, a golpes de cuchillo,
la masacró. Entonces, comenzó a correr la sangre y
El se asustó. La echó al fuego y se elevó
milagrosamente sobre las llamas. La arrojó en una olla de
agua hirviendo y ensangrentó la olla. Después se
levantó en el aire y tomó la forma de un crucifijo.
Por fin, se posó sobre una escudilla… Una feligresa, que
corrió al oír los gritos, la recogió y la
llevó al sacerdote. La casa, donde ocurrió este
hecho, la hicieron capilla al año siguiente y hay dos
documentos originales, que certifican la veracidad de este
suceso. En ellos se habla también de la conversión
de la esposa de Jonatan y de sus hijos y de varios de sus
correligionarios.

Pero las profanaciones no son hechos lejanos o de
ciencia ficción. Una religiosa italiana me escribía
en Diciembre 1996 lo siguiente: «Tendría yo unos
tres años de edad. Un día, la empleada de mi casa
me condujo con ella a visitar a una bruja, llevándole una
hostia consagrada, que había recibido en la
comunión. La bruja apuñaló la hostia varias
veces con un cuchillo delante de mí. Y el Señor
quiso hacerme entender de un modo muy claro y profundo, en lo
más íntimo de mi ser que estaba presente realmente
en aquella hostia; que estaba vivo, sufriendo por aquella
acción, pero, al mismo tiempo, entendí que estaba
glorioso. Y me di cuenta, con mi corta edad, de que Jesús
necesita nuestro amor para ser consolado de tantos ultrajes y
ofensas que recibe en este sacramento del
amor».

Y nosotros ¿qué hacemos para consolar a
Jesús Eucaristía? Jesús sigue sufriendo como
sufrió en Getsemaní, que sudó sangre al
pensar en tanto amor divino rechazado y en tantos sacrilegios y
pecados de todos los hombres de todos los tiempos. Pero
también recibió el consuelo del ángel y en
El recibió el consuelo de todos los hombres buenos y de
tantos adoradores, que repararían y lo consolarían
de tantas ofensas. ¿Quieres ser tú uno de estos
adoradores y repasadores? ¿Estás dispuesto a darlo
todo por tu amigo Jesús?

ADORACION JESÚS SACRAMENTADO

Jesús es nuestro Dios y debemos adorarlo. Es el
Rey de Reyes y Señor de los Señores. Sin embargo,
no quiere que lo tratemos como un Rey, sino como un amigo
íntimo, con sencillez y naturalidad. Los ángeles,
que lo adoran en cada hostia consagrada, podrían decimos
con Isaías:

«No tengáis miedo, aquí
está nuestro Dios»
(Is 35,4). El se va
a sentir feliz de nuestra visita y, como decía el cura de
A-rs, nos va a tomar nuestra cabeza entre sus manos y nos va a
llenar de cariño y de ternura.

Y recordemos que toda adoración es también
reparación: Hay que ofrecer nuestro amor a Jesús
para reparar tantas ofensas que recibe especialmente en este
sacramento del Amor. Como le diría nuestra Madre a
Lucía de Fátima: «Tú al menos
procura consolarme»

Ahora bien, no centremos tanto nuestra atención
en la adoración que olvidemos su relación con la
misa y la comunión. Lo más grande es asistir a la
celebración de la misa, ofrecernos con Jesús y
después unirnos a El en la comunión. Y, como
consecuencia de esto, continuar nuestra propia misa y
comunión en la adoración al Santísimo. En el
ritual de la sagrada comunión y del culto a la
Eucaristía la Iglesia nos dice: «Los fieles,
cuando veneren a Cristo en el sacramento, recuerden que esta
presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a
la comunión sacramental y espiritual»
(N°
80). Y debemos prolongar en la adoración, la unión
conseguida en la comunión, y renovar la alianza que hemos
hecho con Cristo en la celebración eucarística (Cf
N° 81). Y, en este mismo número, hablando de la
Exposición del Santísimo, se nos dice que nos lleva
a la adoración y nos «invita a la unión
de corazón con El, que culmina en la comunión
sacramental. Por eso, hay que procurar que, en las Exposiciones,
el culto al Sacramento manifieste, aun en los signos externos, su
relación con la misa».

¡ Qué alegría damos a Jesús,
cuando lo adoramos ylo acompañamos como a un amigo
querido! S. Basilio (muerto el 397) nos relata que
algunos monjes de Egipto, al no tener sacerdote, llevaban consigo
la Eucaristía. Esta costumbre estaba muy extendida en
aquellos tiempos también entre los laicos por motivo de
las persecuciones. En el siglo XIII, a raíz de la
institución de la fiesta del Corpus Christi, comenzaron
las procesiones eucarísticas, que al principio llevaban la
hostia santa, cubierta con un velo, por respeto y pudor. Ya a
mediados del siglo XIV se hacían procesiones por las
calles y los campos en acción de gracias, y también
como rogativas o en casos de peligro. En ese mismo siglo XIV, se
practicaba ya la Exposición solemne del Santísimo,
aunque al principio se hacía sólo durante la octava
del Corpus, y la Exposición se realizaba en
adoración totalmente silenciosa, sin oración ni
canto alguno.

Hacia el 1500, ya en muchísimas Iglesias se
hacía la Exposición todos "os domingos
después de Vísperas, USO que ha llegado hasta
nuestros días. En el siglo XIV también se empezaron
a crear altares y capillas especiales del Santísimo
Sacramento. A partir del siglo XVI, comienza la práctica
de las cuarenta horas, que tuvo su principal propagador en S.
Antonio María Zaccaria. En este mismo siglo, comienzan
también la adoración nocturna y muchas
cofradías u organizaciones eucarísticas. A partir
del siglo XVII, surgen diversas Congregaciones religiosas,
masculinas y femeninas, para la adoración perpetua del
Santísimo Sacramento.

En el siglo XIX nacen los Congresos eucarísticos
diocesanos, nacionales e internacionales. El primer Congreso
eucarístico internacional se celebró en Lifie
(Francia) en 1881. En 1997 se celebró el XLVI Congreso
eucarístico internacional en Wroclaw (Polonia). Y con el
movimiento litúrgico nacido del Vaticano II se da nuevo
impulso a estas prácticas de piedad. Sin embargo, se
invita a los fieles a no encerrarse en una piedad meramente
individua1ist con menoscabo de la dimensión eclesial y
social de la fe. ¡Hay que amar a Cristo Eucaristía
para vivir mejor nuestra vida y amar mis a los
demás!

Hay lugares donde las parroquias hacen por turno las
cuarenta horas, bien sea en dos días seguidos sin
interrupción o en tres días, durante las horas del
día. En algunas Iglesias, hay grupos de adoración
nocturna todas las noches o solamente una vez a la semana o al
mes. Cada vez son mas frecuentes las Exposiciones del
Santísimo, aunque sean breves, con motivos especiales. Se
pueden hacer para bendecir enfermos (en misas de
sanación), para bendecir a los esposos, a los
niños, a los ancianos y familias enteras o personas, en
especial necesidad. Esto, por supuesto, recomendándoles la
asistencia a misa y la comunión frecuente.

En la medida en que las normas de la Iglesia lo
permitan, podría ser útil en algunos lugares, sobre
todo en la misa del domingo, acompañar a Jesús
Eucaristía (con el copón o la custodia) hasta la
puerta del templo para, desde allí, bendecir a toda
la-población, a los campos, trabajos… El Papa Pío
XII decía en la encíclica Mediator Dei que
«es muy de alabar la costumbre introducida en el pueblo
cristiano de dar fin a muchos ejercicios de piedad con la
bendición eucarística».
Y todos debemos
adorar a nuestro Dios en público y en privado,
reconociendo a Jesús como Señor y dueño de
nuestras vidas. Reservemos algo de nuestro tiempo,
exclusivamente, para estar a solas con El. Pidamos a 5.
Julián Eymard «el campeón de Cristo
presente en el sagrario»,
según Pío XII,
y que fue «un gran adorador del santísimo
sacramento»,
según Juan XXIII, que nos ayude en
esta misión.

ADORACION PERPETUA

Cómo sería de desear que en todas las
parroquias del mundo hubiera pequeñas capillas de
adoración perpetua, las veinticuatro horas del día,
a Jesús sacramentado. Capillas acogedoras con mucha luz,
con muchas flores, con mucho amor, donde los fieles pudieran
acercarse a cualquier hora del día o de la noche para
visitar al amigo Jesús. Al menos, que estas capillas
tengan Exposición del Santísimo durante las horas
del día.

Lo importante es que los fieles hagan turnos para no
dejar solo a Jesús y pedir unidos por algunas necesidades
especiales de la parroquia, del país o del mundo. Suele
decirse que a grandes males, grandes remedios. ¿No es hora
de poner todo lo posible de nuestra parte para que haya
más paz en nuestra sociedad y más unión y
felicidad en los hogares?

El Papa quiere la adoración perpetua en todas las
parroquias. ¿Es mucho pedir que los buenos
católicos puedan dedicar una hora a la semana para adorar
a Jesús sacramentado? De esta manera, se podría
cubrir por turnos las 168 horas de la semana. Que no nos tenga
que decir Jesús: ¿ »No habéis
podido velar una hora conmigo?»
(Mt 26,40).

El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose al Congreso
eucarístico internacional de Sevilla de 1993 decía:
«Espero que el fruto de este Congreso
eucarístico sea el establecimiento de una adoración
eucarística perpetua en todas las parroquias y en todas
las comunidades cristianas a través del mundo».

Y El mismo había ya dado ejemplo, pues inauguró el
2 de Diciembre de 1981 en la basílica de S. Pedro del
Vaticano una capilla de adoración perpetua. Ya en algunos
lugares han comenzado la adoración, al menos durante el
día, pero van creciendo los lugares donde hay
adoración nocturna también.

Muchos sacerdotes han encontrado maneras de hacer a
Nuestro Señor disponible a los fieles, aun cuando deban
cerrar las puertas de la Iglesia por razones de seguridad.
Algunos han construido una capilla en el edificio de la Iglesia,
sin por eso dejar de cerrarla. Otros han convertido un Cuarto
pequeño, ya sea en el presbiterio o en el convento, en una
pequeña capilla, construyendo una pequeña puerta
privada por la cual se puede entrar. Otros, simplemente, buscan
un cuidante para que haya seguridad. Donde existe amor y buena
voluntad, siempre se podrá encontrar o construir un
cuarto, aunque sea pequeño para ofrecer posada a
Jesús, de modo que todos puedan acercarse a adorarlo,
incluso por la noche.

Algunos piensan que es peligroso tener la
adoración a medianoche. Pero en la Basílica del
Sagrado Corazón de París ha habido adoración
perpetua durante más de 100 años y nunca ha
ocurrido un incidente. S. Juan Neumann comenzó las 40
horas para pedir la paz contra el crimen y el terrorismo. Y, por
medio de la adoración eucarística, se
consiguió la paz. Muchos sacerdotes han comprobado que los
crímenes en sus barrios han disminuido desde que
empezó la adoración perpetua. Y es que Jesús
en el Santísimo Sacramento es más poderoso que
todos los ejércitos del mundo. Y nos sigue diciendo como
hace dos mil años: «Animo, soy yo. No
tengáis miedo»
(Mc 6,50).

Jesús, por medio de la adoración perpetua,
desea abrir las compuertas de su amor y de su misericordia sobre
este mundo cargado de problemas. Desea sanar al género
humano tan quebrantado. ¿Por qué tú no eres
uno de los apóstoles de la adoración perpetua, es
decir, de amar y adorar a Jesús las veinticuatro horas de
cada día? ¿Qué respuesta le darás
tú a Jesús? Ojala que tengas un alma
eucarística y un corazón hecho Eucaristía
como Mons. Manuel González y quieras ser como él
adorador perpetuo durante la vida y después de la muerte.
El escribió el epitafio de su tumba: «Pido ser
enterrado junto a un sagrario para que mis huesos después
de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén
siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está
Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen
abandonado!».

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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