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Surgimiento y desarrollo de la locución en Sagua la Grande



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Antecedentes de la locución en Cuba
  3. Primeras manifestaciones radiales en la provincia
  4. Conclusiones
  5. Recomendaciones
  6. Bibliografía

Introducción

Nuestro trabajo que tiene como principal objetivo dar a conocer el surgimiento y desarrollo de la locución en Sagua la Grande, ciudad en la cual trabajamos brindando cada día el arte mediante la palabra. Para la realización de este estudio partimos de los antecedentes de la locución a escala nacional, figuras que intervinieron en el acontecimiento, panorama, clases sociales y fechas fundamentales de su auge en el país. Destacamos también parte de los hechos históricos ocurridos, ubicación exacta de las emisoras existentes, tradiciones, personalidades iniciales y programación de la radio en este territorio.

Para la elaboración del trabajo utilizamos la búsqueda bibliográfica de dos textos básicos: La radio en Cuba de Oscar Luis López y La locución. Técnica y práctica de Frank Guevara, además se consultaron documentos relacionados con el tema que se conservan el Museo Municipal, testimonios de fundadores de la radio en el territorio y grabaciones de la antigua CMHA "La voz del Undoso" y la actual CMES Radio Sagua.

De esta manera damos nuestro modesto aporte al estudio del surgimiento y desarrollo de la locución en Sagua la Grande que motive a los jóvenes profesionales a continuar en su profundización.

Antecedentes de la locución en Cuba

Los antecedentes de la locución en Cuba no hay que buscarlos en los inicios de la radio como industria sino en los inicios del siglo XIX, fecha en que llega a Cuba el viajero español Jacinto de Salas y Quiroga en 1839 quien narra la impresión que le causaron unos cafetales en la región de Arte Misa o San Marcos.

Con espíritu alerta y dotes de observador, Salas, notó y lamentó «el estado de completa ignorancia en que se mantenía a los esclavos». Al describir con minucia una de las operaciones últimas del café, el escogido, aporta una imagen de la habitación, «sumamente linda», larga, estrecha, cerrada con hermosos cristales y bastante elevada. Estaba amueblada con una espaciosa mesa, alrededor de la cual los esclavos escogían y separaban las diferentes clases de grano. Le llamó la atención, a su entrada, el profundo silencio que allí reinaba, «jamás interrumpido». Cerca de ochenta personas, entre mujeres y hombres, hallábanse ocupados en aquella monótona ocupación. La escena le inspiró la idea de que nada sería más fácil y provechoso «que emplear aquellas horas en ventaja de la educación moral de aquellos infelices seres. El mismo que sin cesar los vigila podría leer en voz alta algún libro compuesto al efecto, y al mismo tiempo que templase el fastidio de aquellos desgraciados, les instruiría de alguna cosa que aliviase su miseria» (1). No se sabe si estas tempranas ideas fueron directamente recogidas por el conocido jurisconsulto Nicolás Azcárate. Pero es el caso que, este político liberal cubano, volvería al tema en 1861, cuando tenía a su cargo, en el Liceo de Guanabacoa, la primera tribuna política del país. En una sesión se refirió a la costumbre observada por ciertas órdenes de religiosos de hacer que uno de sus miembros leyese en voz alta a la comunidad durante la comida o cena en el refectorio. Tal práctica le había llevado a pensar que algo similar debería ser instituido en las cárceles, donde podría servir para regenerar y capacitar a los reos.

Poco tiempo después, la lectura se implantó en las dos galeras del Arsenal del Apostadero en La Habana no durante el trabajo, sino al término de las labores del día, hora en que se leía a los presos reunidos varios textos de literatura moralizadora. Por entonces, gran cantidad de cigarros se elaboraban en cárceles, cuarteles, asilos y porterías de casas. Muchos reos eran cigarreros, y por aquel trabajo recibían algún jornal, retenido por la administración del penal, y entregado al preso al cumplir su condena. Ese dinero servía para engrosar un fondo destinado a la adquisición de los libros para la lectura.

Se sabe también que los prisioneros recibían visitantes, muchos de ellos trabajadores del tabaco, que vivían en el barrio de extramuros de Jesús María desde el establecimiento de la entonces ya extinguida Real Fábrica de Tabacos de La Habana, y la noticia de las lecturas en las galeras se fue divulgando entre ese sector proletario.

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