Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana – Monografias.com
El gran problema cardinal de toda la
filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de
la relación entre el pensar y el ser. Desde los
tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido
todavía en la mayor ignorancia acerca de la estructura de
su organismo y excitado por las imágenes de los
sueños dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no
eran funciones [364] de su cuerpo, sino de un alma especial, que
moraba en ese cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos
tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de
las relaciones de esta alma con el mundo exterior. Si el alma se
separaba del cuerpo al morir éste y sobrevivía, no
había razón para asignarle a ella una muerte
propia; así surgió la idea de la inmortalidad del
alma, idea que en aquella fase de desarrollo no se
concebía, ni mucho menos, como un consuelo, sino como una
fatalidad ineluctable, y no pocas veces, cual entre los griegos,
como un infortunio verdadero. No fue la necesidad religiosa del
consuelo, sino la perplejidad, basada en una ignorancia
generalizada, de no saber qué hacer con el alma
—cuya existencia se había admitido—
después de morir el cuerpo, lo que condujo, con
carácter general, a la aburrida fábula de la
inmortalidad personal. Por caminos muy semejantes, mediante la
personificación de los poderes naturales, surgieron
también los primeros dioses, que luego, al irse
desarrollando la religión, fueron tomando un aspecto cada
vez más ultramundano, hasta que, por último, por un
proceso natural de abstracción, casi diríamos de
destilación, que se produce en el transcurso del progreso
espiritual, de los muchos dioses, más o menos limitados y
que se limitaban mutuamente los unos a los otros, brotó en
las cabezas de los hombres la idea de un Dios único y
exclusivo, propio de las religiones
monoteístas.
El problema de la relación entre el pensar y
el ser, entre el espíritu y la naturaleza, problema
supremo de toda la filosofía, tiene pues, sus
raíces, al igual que toda religión, en las ideas
limitadas e ignorantes del estado de salvajismo. Pero no pudo
plantearse con toda nitidez, ni pudo adquirir su plena
significación hasta que la humanidad europea
despertó del prolongado letargo de la Edad Media
cristiana. El problema de la relación entre el pensar y el
ser, problema que, por lo demás, tuvo también
gran importancia en la escolástica de la Edad Media; el
problema de saber qué es lo primario, si el
espíritu o la naturaleza, este problema revestía,
frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el
mundo fue creado por Dios, o existe desde toda una
eternidad?
Los filósofos se dividían en dos
grandes campos, según la contestación que
diesen a esta pregunta. Los que afirmaban el carácter
primario del espíritu frente a la naturaleza, y por tanto
admitían, en última instancia, una creación
del mundo bajo una u otra forma (y en muchos
filósofos, por ejemplo en Hegel, la génesis es
bastante más embrollada e imposible que en la
religión cristiana), formaban en el campo del
idealismo. Los otros, los que reputaban la naturaleza como lo
primario, figuran en las diversas escuelas del
materialismo.
Las expresiones idealismo y materialismo no tuvieron, en
un principio, otro significado, ni aquí las emplearemos
nunca con otro sentido. Más adelante veremos la
confusión que se origina cuando se le atribuye otra
acepción.
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