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La vejez: el último poema (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

La vejez, efectivamente, es el estado que mejor revela la insuficiencia y la consistencia del ser del hombre. Como si dijéramos que con la vejez el hombre manifiesta no solo su máxima insuficiencia, lo que a todas luces es evidente, sino también, a la vez, es la fase en la que el hombre consigue su máxima consistencia. El viejo ha alcanzado su término, aunque éste, su culmen, coincide paradójicamente con el final de su vida. Parece contradictorio pero los seres vivientes logran su acabamiento, cuando se terminan acabando. Pero recuperemos el hilo y continuemos nuestro desarrollo.

Dando un paso más, hay que preguntarse cómo se hace patente el límite. Para la Antropología del límite, el límite se expresa como necesidad. Es decir, el "lenguaje" propio del límite es la necesidad. La necesidad, en efecto, es el resultado o la manifestación del límite.

En el mundo de los organismos vivientes, que es el que nos interesa, desde la ameba hasta el hombre, la necesidad es el móvil del quehacer de todo ser viviente. Sin embargo, la necesidad en el caso del hombre se manifiesta de manera diferente de cómo se expresa en el caso del animal. Y aquí se basa, para la Antropología del límite, la diversidad substancial entre el hombre y el animal.

La diferencia esencial consiste en que el animal no "conoce" su necesidad. El animal ignora que es animal. No se animaliza ni se desanimaliza. Desconoce su propio fin. Aunque "yace" sobre el límite, no lo encuentra. No "sabe", diríamos, de su límite. De aquí entonces que en la esfera del animal la necesidad tenga un carácter implacable. El animal vive la necesidad como algo forzoso, impelente, obligatorio, despótico. Pero, extrañamente, esto mismo vuelve su existencia ligera, sostenible, soportable. En realidad, el animal es un prisionero imperturbado de su necesidad. Tiene el alivio de recibir instrucciones de la necesidad. La necesidad es su disciplina. No requiere valores para realizar, para significar su existencia y orientar su vida.

¿Cómo se maneja, en cambio, el hombre con relación a la necesidad? Con respecto a la necesidad, el hombre "aloja" en otro universo. No vive en la esfera de la necesidad, sino en el mundo de la indigencia. ¿En qué consiste esta diferencia? En que el hombre sabe de su necesidad.

De hecho, el término indigencia no dice simplemente falta, necesidad o carencia de algo. La indigencia sugiere un echar de menos algo, y aquí advertimos que el concepto de indigencia evoca una especie de cognición, un notar o tener noción de algo. La indigencia manifiesta la adquisición de un conocimiento por la via más directa del conocimiento: la vivencia. El indigente no desconoce que es un ser necesitado, todo lo contrario, sabe muy bien que es necesitado. Más exactamente, tiene con-ciencia de su necesidad o ciencia de su condición limitada. La indigencia es, pues, la "razón" de la necesidad. Y, precisamente, este "saber" de la propia necesidad es lo que la Antropología del límite denomina indigencia.

En este contexto, la indigencia se propone como la primera manifestación antropológica del límite. Con la aparición de la indigencia, una parte de la biología culmina en antropología. Por esta razón, "la indigencia es para la Antropología del límite el aspecto más exquisitamente antropológico que pueda manifestar el hombre en cuanto ser limitado"(.

Remarquemos, aunque a estas alturas resulte repetitivo, que para la Antropología del límite el concepto de indigencia no está referido a lo económico en sí, a la falta de medios para alimentarse, vestirse, educarse, movilizarse, mantenerse o entretenerse. No se hace un uso sociológico de la palabra indigencia, sino ontológico. La indigencia entonces no está simplemente en relación a las necesidades, sino al hecho mismo de ser consciente de poseer un ser deficiente, escaso, carente, precario. La indigencia es la conciencia de la propia condición limitada. En su "santuario ontológico", como me gusta decir, el hombre se percibe indigente, un menesteroso de ser.

El hombre es el único animal que está referido intencionalmente a su necesidad, es decir, al carácter limitado de su existencia. Para la Antropología del límite, la indigencia zafa al hombre del mundo animal, pues el hombre es capaz de encontrar una razón y autodeterminarse frente a sus necesidades. Esta referencia constituye la singularidad del hombre.

El mundo de lo antropológico coincide con la indigencia, pues hablar de indigencia no significa otra cosa que preguntarse por el límite y demandar una explicación, un motivo, una causa: en definitiva una "razón". Buscando una respuesta, la indigencia abre al hombre al mundo de los valores y significados. Ella precisamente hace del hombre otra cosa además de animal, lo vuelve un animal en grado de humanizarse, esto es, de aceptarse como ser indigente.

La indigencia suplanta la necesidad, decíamos, sin embargo, al combinar la existencia con la conciencia del propio existir, la indigencia crea un tipo de juego o de dinámica que el animal no conoce. De hecho, la indigencia es la responsable de que la vida del hombre sea enteramente paradójica. ¿A qué aludimos?

La indigencia, que no es de cosas ni de objetos, sino de ser, es la fuente de la incolmable e incalmable necesidad del hombre. La indigencia abre al hombre y al abrirlo hace del hombre un proyecto, una tarea que debe terminarse en un tiempo limitado, pero, al mismo tiempo, lo mete en una dinámica que solo se agota con la muerte, pues el proyecto no se cumple, queda abierto hasta que la muerte lo cierra. Pero es más, tratándose de un ser que se abre a causa de su indigencia, ésta revela, además, un carácter fundamentalmente relacional o sea, muestra el hecho de que el hombre se realiza solo en la medida en que asume su propio ser indigente

En la práctica, esto se reduce a que el hombre "presagia" su límite definitivo y su acercamiento a él. Aunque suene poético, el hombre "encuentra" su limite mucho antes que el limite lo encuentre a él. En efecto, el hombre no solo sabe de su muerte, (el límite que pone término a todas las limitaciones) antes de que su muerte se cumpla, sino que sabe también de estar encaminándose hacia ella y que la vejez es la etapa preparatoria. Desde su nacimiento, el hombre está pues referido a la vejez. Sabe que avanza hacia la totalidad del ciclo vital, que empalma con la propia impermanencia. Por este mismo motivo, ser para el hombre se revela una carga pesada y arriesgada. En otras palabras, la insoportable levedad del ser sólo la conoce el hombre.

En este horizonte existencial, la vejez se propone como una manera de relacionarse y de encarar la propia indigencia, pues, en la actitud que el hombre asume ante este "saber", el hombre decide su suerte: se acepta o se rechaza. Se humaniza o se deshumaniza.

Como podemos ver, para la Antropología del límite, el juego, la paradoja a que aludíamos, se resuelve en la aceptación de la indigencia, precisamente de ese saberse irrevocablemente limitado. El hombre sabe de la precariedad de su existir. Aunque la vejez no llega en un día, pues se envejece cada día, el hombre es consciente de que carece de suficiente consistencia para vivir.

¿Qué significa esta conexión? Que el hecho de ser indigente permite que el hombre se perciba como un acontecer, como algo que acaece. Como una ocurrencia: algo que llega y por lo mismo pasa. Que es necesario, por lo tanto, que pase. El hombre sabe que le ha ocurrido la existencia. Pero, en la tensión a su propio acontecer, el hombre vislumbra desde muy temprano que un día dejará de "ocurrir", que pasará de la historia definitivamente.

Precisamente, para el hombre ocurrir es lo que le permite avanzar, devenir, hacia su madurez. La vejez es la etapa obligatoria para el florecimiento, aunque lo es también para el entumecimiento definitivo. En el hombre la realización, el "despertar" más alto a la vida, confina con la proximidad a su letargo definitivo. La vejez, es, en definitiva, una actitud ante la indigencia tal como la hemos descrito.

Pero la actitud ante la vejez es un producto totalmente histórico. Está determinado por la mentalidad dominante de la época. Cabe preguntarse entonces: ¿qué factores determinan en la vida actual la manera como envejecemos? ¿Que presiones ejerce la cultura sobre la actitud que tomamos frente a nuestro envejecimiento?

Una cultura como la nuestra que destaca por su tendencia al perfeccionismo, por el hecho de desconocer los límites (en este caso, el envejecimiento, la arrugas, la flacidez del cuerpo, la pérdida de memoria y de brillantez) y que fomenta, a través de una tecnología de mercado (cirugía plástica, gel de hidratación continua, cremas que ponen un alto a las arrugas y a las manchas de la piel, dietas, cinturones vigorizantes para mantener cuerpos resplandecientes, etc.), que ofrece como apoyo una filosofía que celebra la Perfect Age , tiene la fuerza, no cabe duda, para volver el proceso natural de envejecimiento una etapa luctuosa que se ve llegar con espanto. De hecho, se ha logrado que la vejez se convierta en un nuevo factor de estrés.

Ante esta mentalidad, en un mundo donde la vejez no encuentra su espacio, la valentía se vuelve la virtud de la vejez. Y la primera valentía frente a esta mentalidad es la de reconocer el paso del tiempo y rescatar la hondura que trae la vejez consigo. Para el hombre, la manera de realizarse es envejecer.

En realidad, para permanecer en el marco de la paradoja de la existencia, lo nuevo de la vida es la vejez, lo joven ya es lo viejo. Madurar a fondo, pues, seguir el ciclo de la vida hasta sus últimas consecuencias, llenar los años de vida, es la forma de tomar nuestra indigencia en serio.

El valor y el sentido más profundo que pueda dar el hombre a la vejez es aceptándola. La aceptación, sin embargo, no tiene carácter de rendición, de sumisión. Al contrario, el hombre claudica ante la realidad cuando no la acepta. Y claudica no por rebelde, sino por pretender ignorar o desconocer su propia condición limitada. Por autoengaño.

La aceptación es la única forma de someter la vida a nuestra opción de aceptarla. Es el máximo acto de coraje con que el hombre puede hacer frente la realidad. A través de la aceptación llegamos a descubrir que incluso lo que nos desagrada en esta etapa de la vida puede ser superado desde nuestro interior y decidir ser ahora mismo libres de ser como somos.

Dicho de paso, posiblemente la aceptación reduce el riesgo de
padecer enfermedades mentales. Así, el hombre culmina no solo su último
poema, la vejez, sino su mismo proceso de humanización pues la plena
fidelidad a la vejez, es la plena fidelidad a lo humano.

 

 

Autor:

Dr. Ricardo Peter

Partes: 1, 2
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