Paseo entre los olmos de la
poesía española
Apenas quedan ya unos pocos olmos porque han ido
muriéndose poco a poco atacados por hongos e insectos que
se apoderan de sus raíces, circulan por su savia, trepan
hasta sus ramas y secan para siempre las hojitas que los visten.
La vieja Europa los contempla morir, impotente ante tan cruel
azote devastador. Y botánicos y químicos se afanan
por hallar un remedio eficaz para esta enfermedad
múltiple; pero, hasta ahora, los remedios encontrados
resultan muy costosos en esfuerzo y dinero; así, es
probable que no se salve ni siquiera un diez por ciento de los
árboles tratados.
Ante la trágica presencia de los olmos
agónicos, han venido a mi memoria las viejas y amadas
voces de los poetas y, aunque las oigo sonar en la ordenada danza
de los versos, me parece que se apagan, que se me mueren un poco
más, también ellas, en estos tiempos de duelo por
los olmos. De ahora en adelante, sólo gracias a la
palabra, gracias al milagro del arte, los olmos vivirán
encerrados, como tras los barrotes de una cárcel, en los
versos que los han rescatado -¿para quienes, hasta
cuándo?- de "la oscura región de nuestro
olvido".
Frondosa uitis in ulmo
El motivo poético del olmo y la vid a él
abrazada y en él entretejida se encuentra, además
de en otros poetas clásicos, en el gran poeta romano
Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.), al final de la II de
las Bucolic漯em>: "å®da [le
dice el pastor Alexis a su amado Coridón], la vid
frondosa sobre el olmo / está a medio
podar…"[1]; también, más por
extenso, en los Libros I y II de las
Georgic漯em>, al referirse al
plantón de vid; pero aún muchas veces más
alude, con vid o sin ella, a los altos, fuertes y recios
olmos.[2] Así cuando
dice:
匥ves
cañas y varas sin
corteza,
rodrigones de fresno, fuertes
horcas
debes tener a punto, a que
sustenten
cuanto vaya brotando, y lo
acostumbren
a despreciar los vientos y a
subirse
de piso en piso a lo alto de los
olmos.
Y cuando, al desplegarse a nueva
vida,
brota el mugrón sus
pámpanos primeros,
respeta su terneza, y mientras
libre,
sueltas las riendas, el sarmiento
sube
por los aires
ufano弯b>
å¥ro cuando ya cercan
a los olmos
largos sarmientos de robusto
abrazo,
corta entonces su lucia
cabellera,
y sus brazos
cercenaå ¼/b>(vv. 530-540
y 543-546)[3]
De Virgilio tomó el motivo, ya en el
Renacimiento, el italiano Andrea Alciato (1492-1550), como
emblema de la amistad que dura más allá de la
muerte. Tradicionalmente, la imagen de la pareja formada por el
olmo, alto y fuerte, y la vid que a él se abraza,
bellamente adornada de pámpanos y sarmientos, ha sido
considerada emblema del amor fiel y constante; y tanto que a
veces los poetas se refieren a las bodas del olmo y la vid y a
ellos aluden como a una pareja de amantes esposos.
Emblema de la amistad fiel y
constante.
Xilografía de la primera
edición del Emblematum Liber (o
Emblemata)
de Andrea Alciato: Augsburgo, Steyner,
1531[4]
Garcilaso de la Vega (h. 1501-1536), imitador de
Virgilio, presenta este motivo poético en su Égloga
I, por boca de su alter ego, el pastor Salicio, que se
queja del desdén y desvío de su amada Galatea, uno
de los nombres tras de los que el poeta toledano ocultaba el de
su amada imposible Isabel Freyre; pero, combinado con el primer
motivo, aparece otro, el de la hiedra antes a él asida,
pero ahora arrancada de él y agarrada a otro
muro:
…¿Cuál es el cuello
que, como en cadena,
de tus hermosos brazos
añudaste?
No hay corazón que
baste,
aunque fuese de
piedra,
viendo mi amada hiedra
de mí arrancada, en otro muro
asida,
y mi parra en otro olmo
entretejida,
que no se esté con llanto
deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas,
corriendo. (vv.
131-139)[5]
El motivo tomó, pues, decidido carácter
amoroso. Con este sentido se encuentra en varios poemas de
Francisco de la Torre, poeta desconocido de la segunda mitad del
s. XVI, cuya obra publicó Quevedo en 1631, aunque, casi
con total seguridad, su colección de poemas ya en 1572
estaba lista para ser publicada. En su soneto V alude a la encina
en cuyo tronco está enredada la yedra y a dos olmos, uno
ya seco y otro aún joven, adornado por el abrazo
engañoso de la vid, como muestra de la unión
amorosa que, sin embargo, le niega a él su amada; y, en la
Oda I, se refiere a la vid que trepa por el tronco del olmo,
seguida de la yedra:
Viva yo siempre ansí con
tan ceñido
lazo, Filis, contigo, como
aquesta
yedra inmortal en esta encina
puesta
que le enreda su tronco
envejecido.
Mira allí un olmo
seco, y un florido
junto a la fuente, que una vid le
presta
hermosura y valor; y tú
dispuesta
a perseguirme pónesme en
olvido… (vv. 1-8)
* * *
唯do brota, y
extiende
ramas, hojas, flores, nardo y
rosa;
la vid enlaza, y
prende
el olmo; y la
hermosa
yedra sube tras ella
presurosaå ¼/b>(vv.
36-40)[6]
En la Canción I, el yo poético o voz
que habla se dirige a la yedra que ha quedado sin el arrimo del
vástago, que, en efecto, es el tronco de un olmo al que se
alaba como "honor del prado"; por tanto, la yedra viuda y sola,
que podría ser metáfora de la amada que ha perdido
a su amante, viene a ser aquí falacia
patética del propio poeta ausente de su
amada:
Verde y eterna
yedra,
viuda y
deslazada
de las ramas del
olmo, honor del
prado;
a la desierta
piedra
del yerto monte
dada;
tu bellísimo tronco en
flor cortado;
si del dichoso
estado
en que un tiempo
viviste,
conserva la
memoria
algún rastro de
gloria
en la dureza de este crudo y
triste,
lloremos
juntamente
tu bien pasado y tu dolor
presente… (vv.
1-13)[7]
En otros poemas de Torre se encuentran los dos motivos a
los que acabamos de referirnos, pero ya no es patente en ellos el
sentido amoroso, sino que el olmo y sus letales
compañeras, vid y yedra, constituyen el elemento central o
protagonista de un elegante locus
am쮵s, viejo tópico latino que,
descriptivamente, exalta la belleza de la naturaleza y el
paisaje; así, por ejemplo, en la Égloga I y
también en la IV en que vuelve a referirse a yedra y vid
que adornan los fuertes troncos de olmos y robles, y a como el
primero se mira una y otra vez en la fuente, siempre presente en
el viejo tópico:
Sube la yedra con el
olmo asida,
y en otra parte con la vid
ligado;
ellas reciben de su arrimo
vida,
y él de sus hojas
ornamento amado;
cuya bella corona
sacudida,
mansamente del aire
regalada,
ya se mira en el agua, y se
retira,
y luego vuelve, y otra vez se
mira… (vv. 33-40)
* * *
奮tretejiendo
el arboleda umbrosa
yedra con roble, vid con
olmo hermosa. (v.
13)[8]
El abrazo de la vid al olmo como emblema de amor
constante se halla en la Égloga (h. 1567) que
Cristóbal Mosquera de Figueroa (1547-1610) le envió
a su amigo el gran poeta sevillano Fernando de Herrera. Mosquera
lamenta el alejamiento de su amada, que ha quedado en Salamanca,
a orillas del Tormes, mientras él ha tenido que marchar a
las del Betis -a Sevilla-; pero, desde la ausencia, promete ser
constante en su amor por ella:
En tanto que la vid ciña
hermosa
el olmo espeso, y que
levante el pino
su corona extendida en la
ribera
de Betis, siempre te
amaré contino,
aunque tú dura seas o
amorosa. (vv.
43-47)[9]
Y, en la extensa obra poética del Divino Herrera
(h. 1534-1597), el motivo se encuentra en la Égloga que
comienza "A la muerta Amarilis
lamentaba妱uot; (1578). La vid y el olmo
abrazados y los juegos y arrullos de las dulces palomas que
anidan en el haya vecina, hacen crecer el dolor del amante que ha
perdido a su amada:
¡Ayme, mísero!,
veo yo cargada
la vid, con verdes
pámpanos hermosa,
al olmo maridable
sustentarse;
y en la haya que crece
ambicﯳa
las palomas contemplo en paz
amada
con dulces juegos, dulces,
arrullarse,
porque pueda
inflamarse,
creciendo en ellas
luego,
el amoroso
fuego;
y yo, cuitado, en culpa de
fortuna,
sin luz, sin bien, sin
esperanza alguna,
que es lo que menos, triste, ya
presumo,
por la suerte
importuna,
viviendo solitario, me
consumo. (vv.
99-112)[10]
En el poema de larguísimo título "Muestra
el sentimiento de tener causa para sospechar que un gran amigo
suyo se había entibiado en su amistad", el aragonés
Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1612) hace explícita
la referencia al matrimonio del olmo y la vid:
å¹ que en
propicios meses
las plantas se
casasen,
y las vides
trepasen
por los olmos
estériles, y fuesen
adoptivos los frutos que
tuviesen,
lejos del suelo, y del
ladrón seguros,
y que después
viniesen
a dar al dueño su licor
maduros. (vv.
77-82)[11]
Algo más joven que Argensola, el cordobés
Luis de Góngora (1561-1627) también trató el
mismo motivo del olmo abrazado por la vid en, por ejemplo, la
"Fábula de Polifemo y Galatea": la ninfa, abrazada a su
esposo Acis, aún más estrechamente se ciñe a
él y se estremece de miedo cuando oye la estentórea
llamada del Cíclope, que de ella se ha enamorado y del que
es perseguida. Siempre original y distinto, el gran culterano
invierte el sentido habitual, de tal manera que es el abrazo de
los dos amantes el que se metaforiza en el de la vid y el
olmo:
Árbitro de
montañas y ribera,
aliento dio, en la cumbre de
la roca,
a los albogues que
agregó la cera,
el prodigioso fuelle de su
boca;
la ninfa los oyó, y
ser más quisiera
breve flor, hierba humilde,
tierra poca,
que de su nuevo tronco vid
lasciva,
muerta de amor, y de temor no
viva.
Mas -cristalinos
pámpanos sus
brazos-
Amor la implica, si el temor
la anuda,
al infelice olmo que
pedazos
la segur de los celos
hará
agudaå ¼/b>(vv.
253-265)[12]
El antequerano Pedro de Espinosa (1578-1650) incluye
el motivo en su famosa "Fábula del Genil" (a. 1605).
Ponderándole su riqueza, así le dice el río
Genil a su amada, la ninfa Cínaris:
Así del
olmo abrazan ramo y
cepa
con pámpanos harpados
los sarmientos;
falta lugar por donde el rayo
quepa
del sol, y soplan los
delgados vientos.
Por flegibles
tarahes[13]sube y
trepa
la inexplicable yedra, y los
contentos
ruiseñores trinando,
allí no hay selva
que en mi alabanza a
responder no vuelva. (vv.
57-64)[14]
El madrileño Francisco de Quevedo (1580-1635)
trató dicho motivo en la canción "El escarmiento",
casi una oda por el tono melancólico y meditativo sobre su
escarmentada vida, ya desengañada de locas pasiones y
vanas esperanzas. Escrita unos ochos meses antes de morir y
dirigida al caminante, como en las inscripciones sepulcrales,
más que un epitafio es el testamento que nos lega la
portentosa sabiduría de su autor. En este poema, los
olmos, condenados a muerte por la vid que los abraza, son
símbolo del poeta que siente ya enroscada en él la
muerte; pero el símbolo, como siempre, es doble y
aún más, puesto que, si los olmos con sus sombras
protegen el frescor de las aguas en los días calurosos, en
una segunda lectura podría interpretarse que "de la sed de
los días" -o sea, de la cansada vida ya casi pasada- los
olmos guardan en sí con sombras -sin duda, las de la
muerte cercana- las corrientes frías, símbolo
inequívoco de las del Leteo, río de la muerte y del
olvido:
…Estos olmos
hermosos,
a quien esposa vid abraza y
cierra,
de la sed de los
días,
guardan con sombras las
corrientes frías… (vv.
67-70)[15]
Entre nuestros poetas del siglo XVIII, el
madrileño Manuel José Quintana (1772-1857) incluye
el motivo en su poema "A don Nicasio [Álvarez de]
Cienfuegos, convidándole a gozar del campo", ya que era
muy amigo de este otro poeta ilustrado:
妩excl;Oh,
cuántas veces,
cuántas, mirando las
sociales[16]vides
enlazarse a los
olmos, y
lozanas
entre los ramos de su verde
apoyo
sus hojas ostentar y alegre
fruto,
en dulce llanto se
bañó mi pecho! (vv.
48-53)[17]
"El olmo, honor del
prado…"
También de Virgilio es esta imagen Nec gemere
a벩a cessabit turtur ab
ulmo[18]cuyo eco llegó al Garcilaso de la
Égloga II, en la voz del pastor Salicio conversando con
Nemoroso:
Nuestro ganado pace, el
viento espira,
Filomena sospira en dulce
canto,
y en amoroso llanto
s"amancilla;
gime la tortolilla sobre"l
olmo,
preséntanos a colmo
el prado flores,
y esmalta en mil colores su
verdura;
la fuente clara y pura,
murmurando
nos está convidando
a dulce trato… (vv.
1.146-1.153)[19]
En este delicioso locus
am쮵s, de graciosa rima interna, el olmo,
con la dulce tórtola gimiente, es la figura central: "el
honor del prado", como en el citado poema de Torre, pues es
frecuente que el olmo posea el carácter de elemento
principal de entre todos los que componen dicho viejo
tópico -prado verde con flores, fuente, brisa y, por
supuesto, aves, etc.-; él es el eje y el centro de un
cuadro paisajístico, en torno del cual giran y se ordenan
todos los demás.
Así, en su poema "El céfiro", primer poema
de su libro "La inconstancia. Odas a Lisi" (a. 1782), el
ilustrado extremeño Juan Meléndez Valdés
(1754-1817), el mayor poeta de nuestro siglo XVIII, va pasando
revista a los distintos elementos de la naturaleza entre los que
se mueve este suave viento; y, en primer lugar, las aves, tan
amigas de anidar en los olmos:
. å–¥rasle
[al céfiro] ya en la
cima
del olmo entre las
aves
seguir con dulce
silbo
sus trinos y
cantareså ¼/b>(vv.
33-36)[20]
Y también el viento del norte, el furioso
Bóreas, sacude, hasta arrancarlo, al viejo olmo alzado en
la cumbre en "La tormenta de noche. Idilio", uno de los primeros
que compuso el gran poeta romántico José de
Espronceda (1808-1842), cuando, aún adolescente, estudiaba
en el colegio de la calle de San Mateo y formaba parte, con otros
alumnos poéticamente aventajados y bajo las directrices
del poeta Alberto Lista, de la Academia del Mirto, cuyas
creaciones fueron recogidas en el manuscrito Varias
composiciones de los Académicos del Mirto
(1823-1826).
¡Como gime la
tierra, cual
retiembla,
cual arrebata el
Bóreas furioso
de la elevada cima el
olmo añoso! (vv.
1-3)[21]
Con muy distinta métrica y ritmo y con muy otra
sensibilidad, se encuentra también el olmo en algunos
poemas del romántico vallisoletano José Zorrilla
(1817-1893); así, olmos y pájaros, por supuesto,
son lo más valioso que el capitán moro le dice
tener en sus jardines a la cautiva leonesa en la más
conocida "Oriental" (1837) del poeta vallisoletano:
…Y olmos tengo
en mi alameda
que hasta el cielo se
levantan,
y en redes de plata y
seda
tengo pájaros que
cantan… (vv. 33-36)
Y el olmo preside, majestuoso, los delicados locus
amoenus en, por ejemplo, otra de sus famosas
Orientales, el susurro del olmo al compás con el
del aura; en su conocida leyenda "A buen juez, mejor testigo", el
olmo reflejándose en el agua; y en "Soledad del campo"
-todas, de 1838-, de nuevo el suave sonido del olmo en
concordancia con el arrullo de las palomas y el canto de la
fuente:
Susurra el olmo
sombrío
sobre el río
dando al oído
solaz,
y en los juncos y
espadañas
y en las
cañas
susurra el aura fugaz… (vv.
7-12)
* * *
Algún olmo que
escondido
creció entre la yerba
blanda,
sobre las aguas
tendido
se reflejaba perdido
en su cristalina banda… (III,
vv. 346-350)
* * *
¿Quién me diera el
pacífico murmullo
de tus olmos mecidos
mansamente,
de tus palomas el sentido
arrullo,
y el grato son de tu escondida
fuente?… (vv.
13-16)[22]
"Bajo los altos
olmos…"
A sentarse entre olmos y avellanos, soplando el
caramillo y recitando versos, invitaba el pastor Menalcas a Mopso
en la Bucólica V (1-3) de Virgilio. Y era
frecuente en la poesía bucólica clásica que
se presentara al pastor, ausente de su amada o no correspondido
por ella, exhalando sus quejas y lamentos amorosos, sentado o
melancólicamente semirrecostado contra el tronco de un
árbol en el que, a veces, deja por escrito las muestras de
su amor. Con frecuencia, el árbol es un fuerte y alto
olmo, aunque también puede ser haya, pino, álamo,
roble o encina. Así, en la Égloga II de Garcilaso,
el pastor Albanio -uno de los cuatro que en ella intervienen-,
asentado al pie de un olmo, recuerda un pasado encuentro con su
amada, a la hora de la siesta -o sea, a la sexta-, de manera
semejante a lo que ya había dicho el poeta en la
Égloga I:
Al pie de un olmo hice
allí mi asiento;
y acuérdome que ya con
ella estuve
pasando allí la siesta
al fresco viento;
en aquesta memoria me
detuve
como si aquésta fuera
medicina
de mi furor y cuanto mal
sostuve… (vv.
545-550)[23]
En cambio, en el soneto "Silvano a su pastora Silvia"
(a. 1544), el vallisoletano Hernando de Acuña (1518-h.
1580) se presenta transmutado en pastor triste y ausente que
escribe su queja amorosa en la corteza del
árbol:
åµ® pastor
triste y solo en la ribera
de
Tesín[24]gravemente
sospiraba,
y vi que en un alto
olmo que allí
estaba
con un hierro escribió
de esta
maneraå¼³mall>[25]
Quevedo trata también el doble motivo -olmo con
vid y, a un tiempo, olmo: centro del locus
am쮵s– en la canción
bucólica "Llama a Aminta al campo en amoroso
desafío" cuyo título posee una indudable referencia
erótico-bélica, pues el campo al que la pastora es
requerida es el de las lides amorosas. Los juegos eróticos
del poeta y su amada, ya se llamen "abrazos o prisiones",
darán envidia al árbol -a un tiempo, abrazado y
preso-, pues serán vivificadores para ambos amantes,
mientras que el hermoso pero letal abrazo de la vid dará
muerte al olmo:
…Mas si gustas de
sombra,
en esta verde
alfombra
una vid tiene un olmo
muy espeso;
no sé si diga que
abrazado o preso,
y a sombra de sus
ramas
le darán nuestras
llamas,
ya lo digan abrazos o
prisiones,
envidia al olmo y a la
vid pasiones… (vv.
29-36)[26]
Pero los amantes bajo el olmo, mientras el viento
refresca los calores de la hora sexta -o sea, de la siesta-, me
traen a la memoria aquella deliciosa y anónima voz popular
-¿él o ella?-, recogida en los Romancerillos de
Pisa (1595), que cantaba:
Ventezillo
murmurador,
que lo andas y gozas
todo,
hazme el son
con las hojas del
olmo
mientras duerme mi lindo
amor.[27]
El idilio dieciochesco se muestra particularmente
erótico en los poemas de Meléndez; así, por
ejemplo, en la oda XII de "Los besos de amor" (1776-1781), el yo
poético se dirige a su amada Amarilis a la que otra vez
Cupido le une tras una larga separación marcada por el
enojo y el olvido; pero ahora él expresa su deseo de gozar
de nuevo con su amada:
¡Ay, ay! si yo
gozara
en regalado lecho aquella
rosa
tanto a Venus
odiosa,
y cual olmo
abrazara
tu cuello
delicado,
en un mar de deleites
anegadoå ¼/b>(vv.
13-18)[28]
Y Quintana, en el poema antes citado, presenta la
imagen del olmo como testigo y protector del idilio de su amigo
Nicasio con una amada innominada:
å±uí
en tus verdes márgenes
sentado
tal vez se vio de la beldad
que ansiaba
gratamente acogido
[Nicasio]å¼¢>
塬lá,
más lejos,
dentro de aquella gruta
solitaria
que guarda el olmo
en cavidad sombría,
¡quién sabe si
el placer!… (vv. 223-225 y
229-232)[29]
¡Cuántas amables pláticas
habrán oído y de cuántos idilios
habrán presenciado los olmos de nuestra lírica!
Ellos han sido los mudos testigos que guardan el secreto de
paseos y coloquios que, a veces, ninguno de los dos amantes
quiere ya recordar poco después. En la rima XL, la
melancólica voz del posromántico sevillano Gustavo
Adolfo Bécquer (1835-1870) evoca, a solas con su memoria
triste, aquella dulce escena de tan sólo un año
antes:
Su mano entre mis
manos,
sus ojos en mis
ojos,
la amorosa
cabeza
apoyada en mi
hombro,
Dios sabe cuántas
veces
con paso
perezoso
hemos vagado
juntos
bajo los altos
olmos
que de su casa
prestan
misterio y sombra al
pórtico… (vv.
1-10)
Pero, al final, tras la ruptura de los amantes, el poeta
pide silencio a los testigos presenciales de aquel amor
traicionado por la falacia de la amada:
¡Discreta y casta
luna,
copudos y altos
olmos,
paredes de su
casa,
umbrales de su
pórtico,
callad, y que el
secreto
no salga de
vosotros!
Callad, que por mi
parte
lo he olvidado
todo;
y
ellaå¬ ella, no hay
máscara
semejante a su rostro.
(vv.
29-38)[30]
"La gracia de tu rama
verdecida…"
Quizá el más bello canto al olmo de toda
la poesía española sea el poema "A un olmo seco"
del también sevillano Antonio Machado (1875-1939). Escrito
en mayo de 1912, pocos meses antes de la muerte de su mujer,
Leonor Izquierdo, el poema condensa en el olmo centenario y casi
seco, que reverdece con la primavera, la imagen del eterno
retorno de la naturaleza que, como promesa lírica de todo
renacer, abre las puertas a la esperanza del
poeta.[31]
Al olmo viejo, hendido
por el rayo
y en su mitad
podrido,
con las lluvias de abril y el
sol de mayo,
algunas hojas verdes le han
salido.
¡El olmo
centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo
amarillento
le mancha la corteza
blanquecina
al tronco carcomido y
polvoriento.
No será, cual los
álamos cantores
que guardan el camino y la
ribera,
habitado de pardos
ruiseñores.
Ejército de hormigas en
hilera
va trepando por él y, en
sus entrañas,
urden sus telas grises las
arañas.
Antes que te derribe,
olmo del Duero,
con su hacha el leñador,
y el carpintero
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