La defensa del capitalismo y de la esclavitud y… de la fraternidad universal en el catolicismo
La defensa del capitalismo y de la esclavitud y… de
la fraternidad universal – Monografias.com
La defensa del capitalismo y de la
esclavitud y… de la fraternidad universal
en el catolicismo
"Esclavos, obedeced a vuestros
amos terrenos […] como si de Cristo se
tratara"
Pablo de Tarso
A pesar de que es posible que Jesús defendiera la
igualdad de los hombres, en la Biblia se considera la
esclavitud como una institución perfectamente
acorde con la voluntad de Dios, hasta el punto de que en ella el
propio Dios, en lugar de oponerse a tal institución,
señala a su pueblo cómo deben ser sus relaciones
con los esclavos. Por su parte, la organización
católica, a lo largo de los siglos ha apoyado la
esclavitud y también a las clases poderosas (reyes,
nobleza, clase capitalista) hasta convertirse ella misma en la
primera multinacional del mundo con un poder político de
primer orden, olvidándose hipócritamente de los
pobres y de las clases más desfavorecidas.
1. En el Antiguo Testamento la esclavitud fue
aceptada como una institución natural y son muchas las
ocasiones en que se hace referencia a los siervos o esclavos,
como sucede, por ejemplo, cuando Sara, no pudiendo tener hijos,
le propuso a Abraham que se acostase con su esclava Agar para
así darle descendencia. Igualmente en relación con
Noé se cuenta:
"Cuando Noé se despertó de su borrachera,
se enteró de lo que había hecho su hijo menor, y
dijo:
-¡Maldito sea Canaán [= hijo de Cam]! Sea
para sus hermanos el último de sus
esclavos"[1];
En otros muchos lugares de la Biblia, "palabra de Dios"
-según los dirigentes católicos-, se sigue hablando
de la esclavitud como de una institución perfectamente
natural de la que el propio Dios de Israel o algún
personaje destacado llega a hablar con la mayor ingenuidad como
si se tratase de una institución compatible con principios
como el de la fraternidad de los hombres. En este sentido puede
hacerse referencia a pasajes como el siguiente:
"El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
[…]
-El esclavo que hayas comprado y haya sido circuncidado
[…] puede comer [el cordero
pascual]"[2],
palabras divinas (?) que expresan de modo
implícito pero indudable la aceptación de tal
institución y que sólo indican en qué
condiciones se debe permitir al esclavo comer el cordero
pascual.
Hay además otros pasajes bíblicos que
tienen especial interés porque en ellos se afirma de modo
explícito que el esclavo es propiedad de su
señor, como una simple cosa a la que se puede incluso
llegar a matar sin mayores consecuencias para su dueño,
por lo menos en el caso de que el esclavo o la esclava no muera
en el acto, "porque son propiedad suya":
"El que mate a palos en el acto a su esclavo o a su
esclava, será severamente castigado. Pero no será
castigado si sobrevive un día o dos, porque son
propiedad suya"[3].
La defensa de la esclavitud aparece a lo largo de toda
la Biblia, pero en los tiempos antiguos debió de
existir un sentimiento de unidad del pueblo hebreo especialmente
intenso que debió de influir en que, a pesar de que los
sacerdotes tratasen de conservar tal institución, la
rechazaban para aquellos esclavos que fueran de origen
judío. Así se indica en un texto de
Jeremías, en el que se habla de un contrato entre
el profeta y el rey Sedecías, según el
cual
"todo israelita debía liberar a sus esclavos o
esclavas hebreas, para que ningún judío fuera en
adelante esclavo de un hermano
suyo"[4].
Tal contrato pudo ser sancionado y bendecido por los
sacerdotes judíos porque les beneficiaba directamente, por
los esclavos que ellos mismos poseían, e indirectamente,
porque así se ganaban el respeto de los poderosos que
poseían esclavos y que, antes que renunciar a ellos, se
habrían enfrentado a la clase sacerdotal. La defensa de la
esclavitud aparece unida al bíblico racismo judío
cuando Moisés comunica a su pueblo que podían
comprar esclavos en las "naciones vecinas" -lo cual, por otra
parte, no excluyó que los judíos pudieran tener
esclavos igualmente judíos-. En este sentido se
dice:
"[El Señor dijo a Moisés en el monte
Sinaí] Los siervos y las siervas que tengas, serán
de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir
siervos y siervas. También podréis comprarlos entre
los hijos de los huéspedes que residen en medio de
vosotros, y de sus familias que viven entre vosotros, es decir,
de los nacidos en vuestra tierra. Esos pueden ser vuestra
propiedad, y los dejaréis en herencia a vuestros hijos
después de vosotros como propiedad perpetua. A
éstos los podréis tener como siervos; pero si se
trata de vuestros hermanos, los israelitas, tú, como entre
hermanos, no le mandarás con
tiranía"[5].
Posiblemente en estos momentos los sacerdotes y profetas
judíos debieron de llegar a la conclusión de que
les daría mayor autoridad entre su pueblo la exigencia de
que ningún judío tomase o conservase como esclavo a
otro judío.
Sin embargo, esta pretensión fue desapareciendo
progresivamente, hasta el punto de que en otro texto de
Éxodo, perteneciente al parecer al siglo IV a.
C., se acepta que los judíos puedan tener esclavos
igualmente judíos quizá por desconfianza hacia los
esclavos procedentes de otros pueblos:
– [El señor dijo a Moisés:] "Si compras un
esclavo hebreo, te servirá durante seis años, pero
el séptimo quedará libre sin pagar nada […]
Pero si el esclavo declara formalmente que prefiere a su amo
[…] y que no quiere la manumisión, entonces su amo
[…] le perforará la oreja con un punzón; y
será esclavo suyo para
siempre"[6].
En relación con esta cuestión tiene un
especial interés resaltar el hecho de que tanto en
Éxodo como en Deuteronomio, lugares en
donde aparecen enumerados los mandamientos presentados por
Moisés, solamente se mencionen nueve, pues el que
actualmente aparece como el noveno –"no desearás la
mujer de tu prójimo"-, en la Biblia forma unidad
con el que en la actualidad aparece como el décimo, en
cuanto, habiendo considerado que tanto la mujer como el esclavo
eran simples propiedades del hombre, no tenía
sentido descomponer el noveno mandamiento, que hacía
referencia a la prohibición de codiciar los bienes o
propiedades ajenos, en dos, uno de los cuales haría
referencia a la prohibición de desear la mujer del
prójimo, y otro se referiría a la
prohibición de codiciar el resto de los bienes del
prójimo, pues tanto la mujer como el esclavo y el resto de
cosas eran simples propiedades. Y efectivamente, el noveno y
último mandamiento decía:
"No codiciarás la casa de tu prójimo, ni
su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que
le pertenezca"[7],
Así que, si posteriormente este mandamiento se
descompuso en dos, los actuales noveno y décimo,
posiblemente el motivo de tal disociación pudo ser el de
tratar de que pasara al olvido aquella valoración
denigrante de la mujer, que aparece en la Biblia, aunque no la
del esclavo, del que, como más adelante se verá,
Pablo de Tarso, cuyos escritos también forman parte de la
Biblia católica, y personajes importantes de la
organización cristiana, como el propio Aurelio
Agustín, llegaron a escribir favora-blemente respecto a
tal institución.
1.1. En relación con esta cuestión,
merece una mención especial la obra de José, uno de
los hijos de Jacob, que habiendo alcanzado el cargo de primer
ministro del faraón de Egipto, consiguió, con sus
dotes de capitalista usurero sin escrúpulos, reducir a
toda la población egipcia a la condición de
esclavos del faraón, tal como se muestra de modo
admirativo en el siguiente pasaje bíblico que no tiene
desperdicio como ejemplo asombroso del funcionamiento de la
acumulación capitalista desde el punto de vista de la
usura y del comercio:
"José acabó acumulando todo el dinero que
había en Egipto y Canaán a cambio del trigo que le
compraban, y lo iba depositando en la casa del faraón.
Agotado el dinero en Egipto y Canaán, todos los egipcios
acudieron a José, diciéndole:
-Danos pan; ¿vas a permitir que muramos, porque
se nos ha terminado el dinero?
José les dijo:
-Si se os ha acabado ya el dinero, dadme vuestros
ganados y a cambio os daré trigo.
Trajeron a José sus ganados, y José les
dio alimentos a cambio de caballos, ovejas […] Pasado
aquel año, vinieron a decirle:
-A nuestro señor no se le oculta que se nos ha
acabado el dinero; también el ganado es ya de nuestro
señor; sólo nos queda por darle nuestro cuerpo y
nuestras tierras […] Cómpranos a nosotros y a
nuestras tierras a cambio de pan. Seremos esclavos del
faraón nosotros y nuestras tierras, pero danos simiente
para que podamos vivir y no muramos […]
Así adquirió José para el
faraón todas las tierras de Egipto […] y así
el país pasó a ser propiedad del faraón. De
este modo el faraón redujo a servidumbre [=esclavitud] a
todo el pueblo del uno al otro confín de Egipto [con la
excepción de las tierras de los
sacerdotes][8].
Se podría preguntar si en otros algunos pasajes
de la Biblia se hace referencia a José y si se
hace alguna valoración acerca de él y de su
hazaña a favor de su faraón. Y
efectivamente,
José –hijo de Jacob-.- Sab 10:13.-
Tampoco desamparó al justo José cuando fue
vendido; sino que lo libró de caer en pecado […] y
le otorgó una gloria eterna".
Eclo, 49:15.- "…Ni nació hombre semejante
a José, jefe de sus hermanos, apoyo de su pueblo, cuyos
huesos fueron venerados".
En relación con el valor que los dirigentes
católicos deben conceder a este pasaje hay que
señalar que, en cuanto consideran que la Biblia
en su conjunto está inspirada por Dios, lo mismo debe
afirmarse de cualquiera de sus pasajes en particular. Y,
efectivamente, el catecismo de los dirigentes católicos
afirma de modo explícito:
"La santa Madre Iglesia […] reconoce que todos
los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus
partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos
por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios
como autor, y como tales han sido confiados a la
Iglesia"[9].
2. Sin embargo y por lo que se refiere a la
inequívoca actitud crítica de Jesús contra
los ricos de su tiempo conviene recordar algunas de sus
palabras:
– "Le es más fácil a un camello pasar por
el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de
Dios"[10];
– "¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya
habéis recibido vuestro
consuelo!"[11];
– "Es más fácil para un camello pasar por
el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de
Dios"[12].
Una consecuencia lógica de esta actitud de
Jesús así como de su defensa de los pobres y de la
idea de la fraternidad universal se produjo cuando en los
primeros años después de su muerte sus primeros
discípulos vivieron en un régimen de
auténtica fraternidad comunista en la que todo se
compartía, tal como se cuenta en el escrito, atribuido a
Lucas, Hechos de los apóstoles, en el que se dice
con absoluta claridad:
-"Todos los creyentes vivían unidos y lo
tenían todo en común. Vendían sus posesiones
y haciendas y las distribuían entre todos, según
las necesidades de cada uno"[13];
-"No había entre ellos necesitados, porque todos
los que tenían hacienda o casas las vendían,
llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de
los apóstoles, y se repartía a cada uno
según su necesidad"[14].
3. Sin embargo y a pesar de la claridad de estas
doctrinas evangélicas, esa vida comunista de los
primeros cristianos desapareció muy pronto, pues Pablo de
Tarso, auténtico fundador del Cristianismo, se puso
descaradamente del lado de los ricos, de manera que en lugar de
enfrentarse a ellos, como había hecho Jesús, se
convirtió en su cómplice, proclamando que Dios se
las había otorgado para que las disfrutasen, pero
pidiéndoles que procurasen no ser orgullosos:
"A los ricos de este mundo recomiéndales que no
sean orgullosos, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de
las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todos los bienes en
abundancia para que disfrutemos de
ellos"[15].
Al mismo tiempo y por escandaloso que pueda parecer,
Pablo de Tarso, en línea con su defensa de los
ricos, defendió igualmente la esclavitud de modo
astuto e interesado, como una institución derivada de
la voluntad de Dios, tal como puede comprobarse acudiendo a
sus cartas, en las que exhorta a los esclavos a que cumplan con
devoción y humildad las órdenes de sus
señores en cuanto representan al propio Dios, según
señala cuando escribe:
a) "¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te
preocupes. E incluso, aunque pudieras hacerte libre,
harías bien en aprovechar tu condición de esclavo
[…] Que cada cual, hermanos, continúe ante Dios en
el estado que tenía al ser
llamado"[16].
En este pasaje Pablo de Tarso plantea la posibilidad de
optar o no por la libertad al incorporarse a la
organización cristiana, pero considera mejor "que cada
cual […] continúe ante Dios en el estado que
tenía al ser llamado", lo cual no sólo representa
evidentemente una actitud de transigencia y de freno ante
cualquier intento de rebelión contra una
institución tan injusta y contraria a los principios de
Jesús, sino un auténtico apoyo a dicha
institución, lo cual llevaba implícito una oferta
de colaboración con las clases poderosas del imperio
romano: el cristianismo no iba a representar ningún
peligro contra las clases poderosas del imperio romano sino una
ayuda extraordinaria mediante la cual podrían controlar
mejor a esos esclavos, argumentándoles que su
situación se debía a la voluntad de Dios, tal como
se indica en el siguiente pasaje:
b) "Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con
profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de
Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca
sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo
que cumplen de corazón la voluntad de
Dios"[17].
En este segundo pasaje Pablo declara de forma ya
totalmente explícita que hay que tratar a los
señores ¡"como si de Cristo se tratara"!, y que
los esclavos deben comportarse "como siervos de Cristo que
cumplen de corazón la voluntad de Dios". Es decir, la
esclavitud aparece ya como una institución sagrada
establecida por la "voluntad de Dios", a la que los esclavos
deben someterse "con profundo respeto y con sencillez de
corazón".
En esta misma línea ideológica
continúa escribiendo:
"Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de la
tierra; no con una sujeción aparente, que sólo
busca agradar a los hombres, sino con sencillez de
corazón, como quien honra al
Señor"[18].
Este tercer pasaje representa una confirmación
del valor de las palabras del anterior y en él se exhorta
a los esclavos a "obedecer en todo a vuestros amos de la tierra"
comparándolos con "el Señor", es decir, el
propio Dios, comparación muy halagadora de los amos o
señores con el propio Dios, que además
suponía una fuerte y astuta tentación de Pablo para
lograr que el emperador, la nobleza romana y las clases poderosas
en general no temieran a la nueva religión, sino que, por
el contrario, vieran en ella una aliada que justificaba en el
propio Dios la existencia de la esclavitud y la
obligación moral de los esclavos de obedecer a
sus amos "como quien honra al Señor".
En este mismo sentido Pablo vuelve a insistir en esta
idea cuando escribe:
d) "Todos los que están bajo el yugo de la
esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo
respeto […] Los que tengan amos creyentes, no les falten
la debida consideración con el pretexto de que son
hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto
que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus
servicios"[19].
La novedad de este último pasaje consiste en que
ya no sólo se habla de cristianos esclavos de
señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de
otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la
idea de que el esclavo debe conformarse con su estado y obedecer
a su señor sino también la idea de que el cristiano
puede ser señor y dueño de esclavos, con la
conciencia bien tranquila, a pesar de que tratar a alguien como
esclavo consiste en considerarle como un simple objeto con el que
se puede hacer cualquier cosa.
Conviene recordar, por otra parte, que las ideas de
Pablo de Tarso no eran una innovación absoluta en la
ideología cristiana sino que, como se ha podido ver, se
correspondían, si no con el mensaje de Jesús,
sí con la doctrina del Antiguo Testamento que de modo
natural defendió la esclavitud en todo momento.
4. La defensa de la esclavitud por parte
de los dirigentes católicos fue permanente durante muchos
siglos. De hecho a lo largo de la Edad Media la mayor parte de la
población europea tenía el status de
siervo –otra forma de nombrar al esclavo–
frente a los señores feudales, mientras la
organización cristiana bendecía las estructuras
políticas feudales en las que, junto a la monarquía
y la nobleza, mantenía al pueblo llano en la miseria
más absoluta. En los siglos VXI y XVII la conquista de
América significó el resurgimiento más duro
de la esclavitud tanto en relación con los negros como en
relación con la población autóctona
americana. Posteriormente la industrialización dio lugar a
la aparición del proletariado, una nueva
denominación de los esclavos en la sociedad capitalista.
Sin embargo, de acuerdo con los fundamentos del catolicismo
–entre los cuales la Biblia es el más importante-,
la esclavitud, que tendría su justificación a
partir de la voluntad divina, justificaría igualmente la
nueva forma de esclavitud representada por la masa proletaria que
surge a partir de la industrialización del siglo
XIX.
Y aunque apenas hace un siglo que los dirigentes
católicos se han atrevido a evolucionar hacia una
teórica condena de la esclavitud, lo han hecho a
remolque y con posterioridad al hecho de que la propia sociedad
civil lo hiciera pero sin tomar partido por la clase proletaria
sino, por el contrario, poniéndose nuevamente al lado del
capitalista con quien comparte unos mismos intereses. Por ello
mismo, no es nada insólito ni extraño que
todavía en la Alemania de Hitler los dirigentes
católicos llegaron a tener entre seis mil y siete
mil "trabajadores forzosos", es decir "esclavos", en
Alemania. Algunos de ellos fueron indemnizados mucho
después por el Vaticano con poco más de 2.500
euros, es decir, una miseria, recibida después de
más de 50 años de haber finalizado la guerra contra
el nazismo y sólo cuando los dirigentes católicos
no tuvieron otro remedio que reconocer su colaboración con
aquel régimen.
Por otra parte, el cambio de actitud de la
organización cristiana respecto a los ricos le
resultó especialmente útil para la
transformación de su organización en un inmenso
negocio material que, adaptándose a todo tipo de
circunstancias políticas y sociales, se fue enriqueciendo
y ampliando de manera progresiva hasta convertirse en la mayor
multinacional "del espíritu" , incomparablemente
más rica que cualquier otra de cualquier tipo, dedicada a
la venta fantástica de "parcelas de Cielo", a las
constantes amenazas con el "Infierno" y a crímenes
incesantes a lo largo de su historia mediante sus cruzadas, su
"Santa Inquisición" y su colaboración
simbiótica sin escrúpulos con los dictadores de
todo tiempo y lugar a cambio de incalculables tesoros, y
despreciando y pisoteando la doctrina de aquél en cuyo
nombre dicen predicar, doctrina según la cual:
"No podéis servir a Dios y al
dinero"[20].
En efecto, los dirigentes católicos, que
a efectos económicos se identifican por completo con la
llamada "Iglesia Católica", construyeron una
organización de carácter feudal o piramidal,
anterior en el tiempo a las organizaciones de las posteriores
empresas capitalistas multinacionales: Tienen su
presidente, equivalente al cargo de "Papa"; su
consejo de administración, equivalente al
conjunto de cardenales asesores del "Papa"; sus
directores regionales, equivalentes a los
presidentes de las "Conferencias episcopales" de cada
país; sus sucursales, equivalentes a las diversas
"diócesis"; sus directores de sucursales,
equivalentes a los obispos de las respectivas
circunscripciones episcopales; sus franquicias,
equivalentes a las diversas parroquias regidas por los
curas, así como las diversas empresas
colaboradoras, equivalentes a las instituciones dependientes
de la Iglesia Católica, como colegios, bancos, hospitales,
conventos, universidades, periódicos, museos, y emisoras
de radio y televisión, que vienen a dar una pequeña
idea del organigrama de esta organización
económica, que con toda seguridad hay que considerar como
la primera multinacional del mundo.
Ninguna de las empresas del capitalismo moderno parece
haber inventado nada por lo que se refiere a su sistema
organizativo, ya que la estructura de la organización
católica es un modelo con una experiencia de casi dos
milenios, que esclarece la solidez del funcionamiento de tal
sistema con los suculentos beneficios económicos que les
reporta. Pero, para ser más exactos, conviene aclarar que
propiamente no se puede hablar de la "Iglesia Católica"
como de una organización formada por los
dirigentes y los fieles, sino exclusivamente de la
que forman sus dirigentes, pues son sólo ellos
quienes manejan los hilos de su poderosa economía y los
únicos que disfrutan de sus cuantiosísimos
beneficios, por lo que son los auténticos dueños
absolutos de la "Iglesia Católica", en la que los
creyentes no pintan absolutamente nada como no sea para donarles
sus bienes, sus limosnas y sus herencias.
De manera consciente o en ocasiones inconsciente, los
dirigentes católicos han utilizado sus incoherentes
doctrinas acerca de lo divino y de lo humano como simple coartada
para aumentar su enorme poder y sus inimaginables riquezas,
sirviéndose de la ingenuidad de sus fieles para sus fines
terrenales y ofreciendo a cambio el opio de sus mentiras
celestiales para satisfacer las ilusiones de sus
dóciles seguidores.
El carácter feudal de esta organización es
evidente en cuanto no existe en ella nada que se parezca a un
sistema democrático mediante el cual se elijan sus
diversos cargos, pues el "Papa" elige a los cardenales y a los
obispos, y éstos eligen al "Papa", mientras que el resto
de sus "fieles" no tiene ningún papel en tales
nombramientos. Los demás cargos clericales son elegidos a
su vez por los obispos, de manera que los simples curas no
jueguen otro papel que el de una sumisa obediencia en espera de
un posible ascenso, relacionado con su mayor o menor grado de
servilismo.
El carácter embaucador de esta
organización puede comprenderse fácilmente en
cuanto se analizan las contradictorias doctrinas religiosas
–o, mejor, supersticiosas- emanadas de esa jerarquía
feudal, que se encarga de elaborar a su antojo sus mentiras
doctrinales de manera que puedan provocar las ilusiones o los
temores de sus seguidores, según lo crean más
oportuno, mientras que la masa de creyentes tiene una
misión pasiva de obediencia y de sumisión a esos
personajes que, a fin de lograr una mayor teatralidad para su
supuesta misión "espiritual", pero tan exclusivamente
terrenal como la de todo el mundo, se visten con lujosos atuendos
chillonamente estrafalarios y se hacen llamar "enviados de Dios",
"eminencia" o "Santidad", mostrándose en público
con semblante bondadoso, resignado y doloroso, aunque por dentro
puedan pensar "¡qué borreguitos tan bobos!", pues,
al fin y al cabo, no en vano ellos se llaman:
"¡Pastores!".
Como ya se ha visto, la actividad de la jerarquía
católica es lo más contrario que pueda pensarse
respecto a lo que pudo ser la predicación de Jesús,
quien, según los evangelios, criticó con extrema
dureza a los ricos y defendió a los pobres, y cuyos
primeros seguidores vivieron en un régimen comunista en el
que todo se compartía, según se narra en Hechos
de los apóstoles.
4.1. A lo largo de la historia, la
jerarquía católica y en especial su jefe supremo,
"el Papa", ha mantenido una actitud opresora contra las
libertades individuales a fin de acrecentar sus beneficios
económicos y su poder político. Su cínica
actitud es todavía más sangrante cuando en los
últimos tiempos observamos no sólo su incondicional
coalición con los poderosos sino también su condena
a quienes -como los Teólogos de la
Liberación- han tratado de adoptar una postura
más próxima a la de Jesús, en defensa de los
pobres y de los oprimidos. Es también comprensible que, en
cuanto la jerarquía católica sigue tratando de
acumular más poder y más riquezas, no le conviene
tolerar las críticas de algunos de sus miembros contra
aquellos de quienes obtiene la mayor parte de sus riquezas y, por
ese motivo, llama al orden –como hace pocos años lo
hizo su jefe máximo "Juan Pablo II"- a quienes, como los
"Teólogos de la Liberación", pretenden desviarse de
su política codiciosa y sin escrúpulos, al defender
al pobre frente al rico, como si no se hubiesen enterado del
carácter de la organización a la que
pertenecen.
Tal actitud quedó especialmente reflejada en
instituciones como su Santa Inqui-sición, en su
alianza con las monarquías y con las clases
política y económicamente poderosas en casi todos
los momentos de la Historia, y en su constante
confabulación sin escrúpulos con los gobiernos
tiránicos de cualquier signo que le permitiesen disfrutar
del derecho a adoctrinar al pueblo a cambio de bendecir tales
gobiernos y de exhortar al pueblo a la obediencia a la autoridad
establecida "por la gracia de Dios". La institución de la
Santa Inquisición, tan cruelmente opresora,
sanguinaria y negadora de valores como los de la libertad de
pensamiento y de expresión, fue utilizada por la
jerarquía católica para mantener su poder sobre
quienes podían atacar sus doctrinas mediante el libre uso
de la razón, contribuyendo así a la pérdida
de su fuerza política y económica. Los tiempos en
los que la jerarquía católica ha tenido mayor poder
político han sido a la vez los más escandalosos y
sanguinarios en el funciona-miento de esta institución,
que cometió innumerables asesinatos para mantener y
acrecentar su fuerza y sus riquezas a costa de la vida de un
incalculable número de personas. A lo largo de la Edad
Media y hasta ya entrado el siglo XIX, la Inquisición fue
el mayor y más cruel instrumento de control de la
jerarquía católica sobre los pueblos de Europa, al
que se sometieron numerosas monarquías, colaborando con
los dirigentes católicos en su labor opresora en contra de
la libertad y de la vida de dichos pueblos.
Complementariamente, en los últimos siglos, a fin
de compensar su pérdida de poder político, la
jerarquía católica ha sido la aliada constante de
los poderes económicos y políticos del capitalismo
y de la mayor parte de las dictaduras del planeta, sin otras
excepciones que las de los países con dictaduras
contrarias a la religión católica: De acuerdo con
esta estrategia, en el año 1949 el papa Pío XII
excomulgó a todos los católicos que se afiliasen al
Partido Comunista, pero no realizó ninguna condena similar
respecto al Partido Nazi, a pesar de la monstruosa barbarie con
que actuó a lo largo de la segunda guerra mundial, sino
que, como todo el mundo puede comprobar, incluso con el
testimonio de abundantes archivos fotográficos, muchos
obispos y cardenales fraternizaron con el régimen nazi,
con el fascismo, con la vergonzosa "cruzada nacional"
–según palabras del cardenal Gomá- del
general Franco y con los criminales gobiernos golpistas
sudamericanos.
Autor:
Antonio García Ninet
[1] Génesis 9:24-25.
[2] Éxodo 12:43-44.
[3] Éxodo 21:20-21. La insistencia en
que el esclavo es una propiedad o no es libre aparece
continuamente: “Si uno se acuesta con una esclava que
pertenece a otro […] será castigado, pero no con
la muerte, pues la mujer no era libre”.
[4] Jeremías 34:9.
[5] Levítico 25: 44-46.
[6] Éxodo 21:2-6.
[7] Éxodo 20:17. Como
confirmación de que los mandamientos son nueve y no
diez, puede verse que más adelante, en Deuteronomio
5:7-21 se enumeran de nuevo y, al igual que en Éxodo,
sólo se mencionan nueve. La formulación del
noveno en Deuteronomio es idéntica en su contenido a la
que aparece en Éxodo y dice así: -“No
codiciaras la mujer de tu prójimo, ni desearás la
casa de tu prójimo, su campo, su esclavo o su esclava,
su buey o su asno, ni nada de lo que le pertenece”.
[8] Génesis 47: 14-22.
[9] Catecismo de la Iglesia Católica,
Prim. Parte, Cap. 3, 105.
[10] Marcos 10:25.
[11] Lucas 6:24.
[12] Lucas 18:24.
[13] Hechos 2:44.
[14] Hechos 4:34:
[15] Pablo: I Timoteo 6:17.
[16] Pablo, I Corintios 7:21-24.
[17] Pablo: Efesios 6:5-6. La cursiva es
mía.
[18] Pablo, Colosenses 3:22. La cursiva es
mía.
[19] Pablo: I Timoteo 6:1-2.
[20] Mateo 7:24.