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Teorías psicosociales aplicadas: La teoría de Asch



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. Teoría de
    Asch o el poder de las mayorías
  4. Teoría de
    Moscovicci o el poder de las
    minorías
  5. Conclusiones
  6. Bibliografía

La sicología social es la Ciencia de la mente y
la sociedad. El hombre como animal social. Existen instituciones
sociales distintivas típicamente humanas. Parece
verosímil suponer que los hechos distintivos de la
sociedad humana impliquen una sicología subyacente
también distintiva, y que la vida social determine
aspectos de nuestro funcionamiento psicológico

La sicología social adopta el supuesto de que
existen procesos psicológicos que determinan la forma en
que funciona la sociedad y la forma en la que tiene lugar la
interacción social. Los procesos sociales, a su vez,
determinan las características de la sicología
humana.

Es esta determinación mutua de mente/sociedad lo
que estudian los psicólogos sociales. Los conceptos,
principios, explicaciones y teorías son siempre
psicológicos, si bien en un sentido especial, suponiendo y
dando siempre por supuesto que existe una interacción con
la actividad social y con los procesos y productos
sociales.

Su enfoque particular está orientado hacia la
comprensión de la conducta social, sobre la base del
proceso de influencia social. El carácter distintivo de la
sicología social es que surge de dos factores
fundamentales: a) el interés en el individuo como
participante social.

b) la importancia que le atribuye a la
comprensión de los procesos de influencia
social.

Su objeto de estudio se centra en procesos de influencia
social tales como la conformidad, el liderazgo, el control
social, el prejuicio, la moral colectiva, adaptación
social y el conflicto intragrupal e intergrupal.

En estos monográficos vamos a ver "cómo
actúan los distintos actores políticos" en la vida
social.

Vamos a ver, en principio las teorías de Asch y
Moscovicci

PALABRAS CLAVES: Nacionalismos,
autodeterminación, pluralismo cultural, teorías
psicosociales aplicadas.

PSICOSOCIALES THEORIES APPLIED: ASCH
THEORY

ABSTRACT:

Social psychology is the Science of the mind and
society. Man as social animal. There are several typically human
social institutions. It seems likely to assume that the
distinctive facts of human society also imply a distinctive
underlying psychology, and that social life determines certain
aspects of our psychological functioning.

Social psychology adopts the assumption that there are
psychological processes that determine the way the society works
and the way the social interaction takes place. Social processes,
in turn, determine the characteristics of human
psychology.

This mutual determination of mind/society is what social
psychologists study. The concepts, principles, explanations and
theories are always psychological, although in a special sense,
assuming and taking for granted that there is always an
interaction with social activity and social processes and
products.

Its particular point of view is oriented towards the
understanding of social behaviour, on the basis of the social
influence process. The distinctive character of social psychology
is that it arises from two fundamental factors:

a) the interest of the individual as a social
participant.

b) the importance conferred on the understanding of
social influence processes.

Its object of study is focuses on social influence
processes such as compliance, leadership, social control,
preconception, collective moral, social adaptation and intra-and
inter-group conflict.

In these monographs, we are going to see "how different
political actors act" in social life.

Let's see, at first, the theories of Asch and
Moscovicci.

KEY BOARDS: Nationalisms, autodetermination, cultural
pluralism, independence, psicosocial theories applied.

La sicología social ha volcado todos sus
esfuerzos en el análisis de un aspecto particular del
fenómeno de influencia intragrupos e intergrupos.
¿Por qué y cómo intenta un grupo imponer sus
puntos de vista a un individuo o a un sub-grupo? ¿Por
qué y cómo adopta el individuo o el sub-grupo los
puntos de vista del grupo?.

Las investigaciones sobre la influencia social se han
centrado principalmente sobre el comportamiento de los blancos de
influencia. Estos comportamientos se pueden reducir,
principalmente a dos: adoptar los puntos de vista del grupo, es
decir, conformarse, o bien resistir a las presiones del grupo, es
decir, permanecer independientes o desviarse.

Innumerables experiencias (Asch, 1951, 1956, 1961, que
veremos posteriormente; Allen,
1965[1]1975[2]Crutchfield[3]han
demostrado la fuerza del impacto del grupo sobre el individuo y
la fuerza de la presión ejercida por el grupo cuando
intenta imponer la uniformidad de opinión a un individuo
desviado (Festinger[4]

Por el contrario, el inconformismo en ocasiones puede
permitir que el grupo se adapte y actúe. De acuerdo a la
propuesta de Serge Moscovici hay tres modalidades básicas
de la influencia social: conformismo, normalización e
innovación:     I. Conformismo: cambio
en el comportamiento y la actitud de una persona como resultado
de una presión imaginada o real proveniente de otras
personas o grupos. Una persona modifica su comportamiento o
actitud a objeto de armonizarlo con el comportamiento o actitud
de otros. Se verifica una modificación en la
posición de una persona en dirección de la
posición del grupo. El conformismo se caracteriza por la
aceptación de una norma dominante.
    II. Normalización: influencia
recíproca que lleva a los miembros de un grupo a nivelar
sus respectivas posiciones y a formular determinados compromisos.
Es una presión ejercida recíprocamente, que se
traduce en una norma de juicio aceptable para todos. Consiste en
suprimir las diferencias y aceptar un mínimo denominador
común. Nadie desea dominar, pero nadie desea tampoco
quedar marginado. Remite a situaciones en que se presentan
diferencias sin que haya una norma previa, de modo que las
personas convergen hacia una norma común.
    III. Innovación: influencia
impulsada por un individuo o una minoría cuyo resultado
consiste en crear nuevas ideas, modos de pensar o comportarse, o
bien modificar ideas recibidas, actitudes tradicionales, antiguos
modos de pensar y actuar. La influencia se produce por obra de
una minoría desprovista de poder y apoyada sólo en
su estilo de comportamiento, que se designa como minoría
activa. Esta minoría introduce cambios en un sistema
aceptado por una mayoría sin disponer de recursos
especiales. La función del conformismo está
orientada a la eliminación de las posiciones desviantes
que amenazan la estabilidad y cohesión del grupo. Las
presiones hacia el conformismo cumplen el objetivo de reducir el
conflicto provocado por una minoría que se desvía
de la norma existente o que intenta proponer una nueva. Es
habitual la expresión conformismo simulado para designar
aquellas situaciones en que existe un consentimiento externo,
junto a un desacuerdo interno sin expresión. Los grupos en
los cuales la exigencia de conformismo es alta tienden a ser
menos críticos, menos creativos y más uniformes.
     En la normalización se verifica
un movimiento positivo hacia la cooperación y la
comprensión mutua. Complementariamente, este movimiento
permite eludir el enfrentamiento de opciones planteadas en
términos incompatibles, cuya resolución
sería costosa. Es un mecanismo de negociación que
tiende a evolucionar sobre la base de concesiones equivalentes y
recíprocas, y en el que se destaca lo mutuamente razonable
y no necesariamente lo verdadero. Allí donde se presenta
el riesgo potencial de un conflicto derivado de posiciones
divergentes, constituye una estrategia interpersonal de
estabilidad que actúa promoviendo influencias
simétricas y multilaterales.

     La innovación, a
diferencia de las modalidades anteriores, en la medida en que se
constituye frente al cambio de una norma o al replanteamiento de
una tradición, obliga a una negociación inesperada
que exige complejos ajustes personales y grupales. Esta
negociación entre una mayoría defensora de la
tradición y una minoría activa, se establece a
partir de un conflicto que resulta precisamente de la existencia
de posiciones rupturistas. En este sentido, queda claro que el
individuo o grupo innovador es creador de conflictos, y que la
negociación planteada entre la mayoría y la
minoría está centrada en un conflicto que
previamente no existía.   

   La innovación gravita alrededor de
la creación de conflictos. Por su parte, la
normalización gravita alrededor de la evitación del
conflicto y el conformismo alrededor del control o de la
resolución de los conflictos.   

   El conflicto es una consecuencia propia y
obligada de la innovación social, aunque la intensidad en
que se presenta depende del tipo de grupo y de factores
situacionales. Cuando la influencia se ejerce en el sentido del
cambio, y el consenso grupal queda cuestionado, el desacuerdo
surge en forma inevitable aparejado con percepciones de amenaza y
sentimientos de incertidumbre. Una manifestación
típica de estas situaciones, es el rechazo de las
posiciones minoritarias bajo la creencia de que sólo es un
producto de particularidades personales. Se produce así un
determinismo psicológico según el cual la
posición planteada no tiene valor, carece de realidad, es
impropia, y se explica por unas características
individuales. Esto es lo que se llama psicologización.
Adicionalmente, tiende a negarse toda verosimilitud al discurso
minoritario, se rechaza que tenga fundamentos sólidos,
coherencia, razón. A esto último se llama
denegación.

    Psicologizar y denegar son
estrategias interpersonales para enfrentar el conflicto y
defender el espacio familiar amenazado por las nuevas ideas.
Permiten al grupo construir una inmunidad respecto de los
desviados, restándoles credibilidad y evitando la
obligación de evaluar la racionalidad de los juicios
comprometidos. La psicologización puede adoptar diferentes
formas. En sentido estricto está presente cuando se
atribuye la conducta de alguien a su personalidad o locura, bajo
la forma de biologización, cuando las cosas se explican
porque es negro o mujer, o como sociologización, cuando se
dice que es político, judío o comunista.

De acuerdo con la posición de Serge Moscovici, el
psicólogo social francés, no existe ningún
límite preciso que separe la Sicología Social de
otros campos de la Sicología. Por otra parte, tampoco hay
fronteras claras entre la Sicología Social y ciencias como
la Sociología y la Antropología. Todas ellas, en
realidad, comparten el mismo interés por las interacciones
y los grupos humanos, junto con tener un gran número de
conceptos y teorías comunes. En lo fundamental, la
Sicología Social no se diferencia por su ámbito de
estudio, lo que podría llamarse su territorio, sino por un
enfoque propio. Esto es, una manera de observar y estudiar los
fenómenos sociales, que se designa como enfoque o
visión psicosocial.     

1.1.- Introducción a la teoría de
Asch.

En esta introducción se presenta una
crítica al concepto de representación en las
democracias modernas, basada principalmente en la
degeneración del principio, por un lado, debido a la
llamada "tiranía de las mayorías", y por otro,
debido a la siempre presente "tiranía de los intereses
privados". La propuesta es, finalmente, observar la
dinámica del día a día en el ejercicio
ciudadano. Y cómo ésta se articula con las
instituciones de gobierno y la esfera privada, fundamentalmente
por el impacto innegable que supone al re-encantamiento de la
política y la democracia. Desde 1974 ha crecido el
número de países regidos por regímenes
democráticos en el mundo occidental. Después del
derrocamiento de Salazar en Portugal, que enarbolaba la defensa
de la soberanía popular y el derecho de cada pueblo sobre
su propio destino, la democracia se ha vuelto el objetivo
político perseguido por excelencia en el mundo
entero.[5]  Así, la democracia se ha
consolidado a sí misma como la mejor forma de gobierno
posible. Sin embargo, vivimos inmersos en regímenes
democráticos que han asumido la democracia representativa
como la forma más viable para su ejercicio, pero
¿es la forma más democrática de democracia a
la que podemos aspirar? La democracia representativa forma parte
de la búsqueda política por fórmulas de
organización capaces de defender la libertad humana. Como
ha sido argumentado por Dahl (1998)[6], la
democracia ha sido instrumentalmente concebida para la defensa de
la libertad en tres sentidos: 1) porque demanda la defensa de los
derechos de expresión, 2) porque maximiza las
oportunidades y alternativas que la gente tiene para establecer
las reglas de juego bajo las cuales se regirán y 3) porque
hace posible, bajo condiciones normativas, el autogobierno. Sin
embargo, la democracia representativa y la libertad humana no van
estrictamente de la mano como demostró Asch en
laboratorio. Si nos remontamos a sus orígenes, la palabra
representación se refiere a la forma en que el sentido es
socialmente construido y reconstruido. Re-presentar es hacer
visible algo que ya existe entre nosotros, pero que permanece
oculto en la opacidad de nuestra vida cotidiana. Aquello que debe
ser representado es un cuerpo que no puede exponerse por
sí mismo pero que, sin embargo, es quien da sentido y
legitimidad a su representante. Siguiendo esta lógica, es
posible que el principio de representación devenga un
principio excluyente a nivel político y, por lo tanto, un
obstáculo más que un facilitador para el ejercicio
de la libertad, la manutención del orden, la
inclusión e integración social. Para la
teoría política, el concepto de
representación está ligado, desde Hobbes, con la
necesidad de controlar y estabilizar los desórdenes
naturales producidos por la lucha de los intereses privados. Se
trata de un concepto vinculado a la tradición
democrática en cuanto ha sido el mecanismo político
a través del cual los procesos de lucha por derechos
civiles, políticos y sociales fueron cristalizando.
 

La cuestión es que, para lograr tales efectos, la
ilusión del liberalismo descansaba en la existencia de
algo parecido a una clase política capaz de controlar el
caos producido por la confluencia de voluntades individuales a
través de la programación, desarrollo y obediencia
respecto de la organización política sin ejercer
coerción. El problema es que esta ilusión genera la
concentración del reconocimiento social sólo en los
representantes, en paulatino desmedro de los representados,
transformándolos en una masa que ha de ser dirigida, en
lugar de ser actores o agentes de su propio desarrollo
político y social.  

Estamos de acuerdo en que la expresión y
reconocimiento de las voces plurales que existen en la sociedad
ha de ser materializada a través del gobierno, tal como
propugnaba J.S. Mill. Sin embargo, el argumento liberal reduce la
solución del problema de la complejidad social (la
imposibilidad de expresar toda la pluralidad de voces existentes
en la sociedad en la arena política) a la habilidad que
detenten los miembros más educados y cultivados de la
sociedad para expresar los intereses del pueblo (Held,
1997)[7]. El problema es que si no existe una
habilitación para que los ciudadanos hablen con su propia
voz, ¿cómo es posible que se reconozca a los
diferente miembros que componen el cuerpo de ciudadanos?,
¿son suficientes los mecanismos de democracia electiva
para prevenir distorsiones en los procesos de
representación?, ¿qué procedimiento
-;considerando las condiciones que afectan la competencia
electoral- permitirían garantizar la representación
de la pluralidad de ciudadanos? La solución conocida hasta
ahora viene dada por el ejercicio de gobiernos
democrático-representativos, como forma derivativa de la
voluntad general, que pretender ser absolutamente incluyente bajo
la filosofía de ser gobiernos por y para el pueblo. El
argumento está basado en la defensa de la norma
diseñada y las instituciones dirigidas por aquellos que
están más capacitados con el fin de alcanzar el
bien común.[8] El objetivo del contrato
social es fundar un estado civil que garantice el desarrollo de
la libertad en términos de la expresión de todos
los intereses individuales manifestados a través de la
voluntad general.[9]  Así, siguiendo
la tradición rousseauniana, toda sociedad es una entidad
artificial dirigida por un cuerpo político, producido por
el ejercicio de la razón ilustrada, para satisfacer de la
mejor manera posible las necesidades de los
individuos.

La voluntad general es mucho más que la voz de la
mayoría; de hecho, se vuelve mayoría cuando es la
expresión racional de las voluntades individuales, es
decir "la voluntad general está constituida por lo
general, que es la parte racional de la voluntad de cada
individuo. Por lo tanto, obedecer a la voluntad general es
obedecer a la propia racionalidad" (Fine,
1994)[10]. Por esto, el contrato social
está basado, por un lado, en la expresión
auténtica del ser y, por otro, en la obediencia a la ley
general. Es precisamente el balance entre estas dos fuerzas, la
particular y la general, lo que proporciona el marco social para
el ejercicio de la libertad.  En este sentido, Durkheim
sostiene que dado que este cuerpo ha de ser fundado por algo que
trascienda los individuos, esto significa que el individuo y la
comunidad misma están protegidos por un deber y unas leyes
morales.[11] Ahora bien, desde Kant, el uso de la
razón ha sido detentado por aquellos que se rigen por
principios morales al jugar un rol en la vida pública y
crear, de esta forma, un espacio de absoluta
libertad.[12] Sin embargo, el poder liberador que
la tradición liberal le otorga a la razón se basa
en su defensa como principio formal, bajo el auto-impuesto valor
de ser responsables de sus propios actos y, por tanto, libres.
Considerando este principio, las democracias representativas
modernas descansan sobre la norma de respeto a los derechos
individuales y a los procedimientos jurídicos, más
que sobre la posibilidad de crear mecanismos efectivos de
autogobierno y ejercicio de virtudes cívicas. De esta
forma, la existencia de una comunidad autodeterminada de sujetos
se remite a la existencia de principios formales de la
aplicación de procedimientos, manteniendo restringida la
participación política y el reconocimiento
producido en la esfera pública a unos pocos
elegidos.

Ahora bien, la sujeción de la libertad individual
a la voluntad general es racional si y sólo si se obtiene
alguna ventaja de ella. Para la sociedad, el proceso mediante el
cual se fueron conquistando los derechos civiles,
políticos y sociales ha sido la manifestación de la
consecución de estas ventajas. Asumiendo que "una sociedad
es organizada como un cuerpo, [donde] cada parte depende del todo
y viceversa" (Durkheim)[13], la
participación política y la división del
trabajo social ha sido articulada, definiendo los roles que
orientan los procesos de reconocimiento e identificación
para los distintos segmentos de la sociedad. El Estado, siguiendo
a Rousseau, provee de la esfera necesaria para el ejercicio de la
participación de la gente considerada como cuerpo
político. Es el espacio donde confluyen todos los
ciudadanos a través de un proceso de deliberación
racional. Bajo esta perspectiva Habermas ha desarrollado sus
ideas de la deliberación política autónoma,
basada en procesos de libre comunicación (bajo el
ejercicio de una racionalidad comunicativa) que dan legitimidad
al Estado soberano y su división de poderes. El sistema
político y la forma que éste tiene de articularse
es proyectado a través de la racionalidad comunicativa y
cristalizado en arreglos institucionales, basados en el concepto
de soberanía popular. La función del Estado es
garantizar las necesarias condiciones para la discusión
pero, también, proteger e incluir las opiniones y
voluntades de cada uno (expresadas a través de cada uno de
los diferentes poderes del estado), sustentadas por la libre e
igualitaria interacción entre los ciudadanos, con el fin
de alcanzar un entendimiento social mutuo
(Habermas)[14].

El problema es que bajo estas concepciones inclusivas
del Estado, y reduciendo la capacidad de actuar-reconocer y ser
reconocido al ejercicio de la deliberación, es que se
puede terminar en el apoyo a intereses clientelistas de aquellos
que poseen más habilidades comunicativas que otros, o en
el aislamiento y homogenización de los ciudadanos como si
fuesen masa estática, aunque racional. Es precisamente de
reconocimiento social de lo que estamos carentes, lo que se
traduce en el riesgo de renunciar a la propia libertad,
renunciando a parte de nuestra humanidad y a nuestra identidad
como seres políticos. Las democracias, basadas en el
principio de representación, tienden a ocultar la natural
tendencia humana a la diferenciación y la necesidad de
reconocimiento. De hecho, "cuando la representación se
vuelve un substituto directo de la democracia, los ciudadanos
pueden ejercer su poder de agencia política sólo
durante el día de elecciones, razón por la que sus
capacidades para la deliberación e implicación
política se ven correspondientemente menguadas" (Passerin
en Mouffes 1992). El espacio común se diluye. La
diversidad, que se ha convertido en una de las
características centrales de las sociedades
contemporáneas, se transforma en un problema que puede ser
resuelto a nivel de organización aduciendo a la defensa de
la voluntad de las mayorías o reduciendo la acción
social al espectáculo brindado por líderes de
opinión que espectacularizan la política, muchas
veces en función de los réditos que reporten para
sus intereses oligárquico-individuales. El riesgo es la
banalización de las identidades colectivas, la
precarización del sentido de pertenencia, la
agudización de las inequidades estructurales (en la
distribución de poder y de los recursos). En consecuencia,
la ausencia de un horizonte común bajo el cual desarrollar
una sociedad distinta donde realizar –materialmente- los
ideales propugnados por el liberalismo del siglo
XVIII.

Como hemos dicho, las democracias representativas son el
mecanismo a través del cual la voluntad general de la
gente es materializada y se canalizada a través de la
conformación de una estructura de gobierno, de acuerdo a
procedimientos basados en una libre y competitiva carrera
electoral que culmina con elecciones periódicas. Bajo la
perspectiva liberal, los gobiernos
democrático-representativos han sido desarrollados como
una forma de restringir temporalmente el poder de las
mayorías para proteger las libertades
individuales.[15] Así, pese a sus
definiciones procedimentales, "los gobiernos representativos se
han vuelto gobiernos oligárquicos… aunque no en el
sentido clásico de regir para la minoría en
interés de ella misma, sino, al menos en lo que hoy
llamamos democracia, es una forma de gobierno donde unos pocos
rigen, supuestamente, en interés de la mayoría"
(Arendt)[16]. Si los ciudadanos, la gente, no
tienen espacio para actuar diariamente en público donde
sean legitimados y escuchados, el status de ciudadanos se reduce
al mero acto de votar, volviendo toda forma de
articulación y toma de decisiones política un
concepto ideológico y abstracto. 
Representación y libertad fundan así un nudo
irreconciliable que nos envuelve en una paradoja: en pos del bien
común y de la igualdad, la voluntad general depositada en
las urnas, puede asumir una forma totalitaria respecto de las
voces disonantes o diferencias existentes en la sociedad. Al
masificar sólo en el mecanismo, la habilidad
política de la gente se reduce a su mínima
expresión, volviendo a los ciudadanos masa en vez de
actores. La llamada "tiranía de las mayorías"
descansa en la aparente existencia del bien común como
código normativo, aún cuando esto signifique el
ejercicio de despóticos regímenes totalitarios.
Como ha sido afirmado por Cohen (1996)[17], parece
ser que hasta ahora el ofrecer una igualdad formal-legal y
sentimiento de pertenencia como fundamento del bien común
se ha producido al costo de una homogenización social y
renuncia a la propia particularidad. En este sentido, la creencia
en la voluntad general expresada a través de la
representación es ilusoria.

La voluntad de la gente se reduce a un momento
específico del tiempo, manifestada sólo en una
decisión como expresión ciudadana de virtud
racional. La voluntad popular unificada puede ser realizada
sólo con el costo de enmascarar o suprimir la
heterogeneidad de la voluntad individual.  De esta forma, el
obstáculo al imperativo de emancipación es el
mantenimiento de una distancia formal/vacía entre la elite
(intelectual y política) y la masa, destruyendo el campo
de lo público, evitando cualquier posibilidad de
acción en un horizonte de libertad y proyecto
colectivo.[18] Así se confunde el bien
común con la homogenización de mecanismos,
aún cuando éste se opone en sí mismo, a ser
el resultado de la suma de intereses individuales, pues es
más bien la articulación de la sociedad en torno a
un bien universal. 

Por otro lado, los regímenes democráticos
han sido regímenes gobernados por selectas minorías
-y por tanto sujetos al riesgo ante la "tiranía de los
intereses privados"- que, en nombre de la suma de minorías
existentes, han articulado un orden social sin hacer referencia a
un proyecto colectivo. Esta alineación puede interpretarse
como la enajenación del sujeto respecto de su comunidad y
la sociedad. En este sentido, la esfera política moderna
se desarrolla bajo el movimiento dialéctico de la esfera
privada sobre sí misma, reduciendo la política a
las relaciones y redes establecidas por los grupos de poder, con
su consecuente desvinculación de la vida cotidiana. La
privatización de la política nos conducirá
inevitablemente a un estado donde hombres y mujeres son incapaces
de reflejarse a sí mismos en lo colectivo y, por tanto,
pierden la capacidad de reconocer a los otros (y por ende de ser
reconocidos). En resumen, se vive en una especie de "moderno
estado de naturaleza" que, en las actuales sociedades, trae como
consecuencia sentimientos de pérdida de sentido, soledad y
enajenación. En un contexto de individualismo generalizado
la política se reduce a una esfera de procedimientos
tecnocráticos que se vuelca sobre un cuerpo de ciudadanos
aparentemente indiferente.[19] El aparato
gubernamental, regido por principios de representación,
asume una forma naturalizada que puede fácilmente
desembocar en una petrificada estructura política y
social. Enfrentamos el desencantamiento del hombre por el
hombre.

La responsabilidad histórica desaparece. La
habilidad de crear es definida por y a través de la
expertise de unos pocos. La sociedad se vuelve una
sociedad de marginados.  "Una sociedad de masas no
sólo destruye el campo de lo público, sino
también sobre el privado, de-privando a los hombres no
sólo de su lugar en el mundo sino también de su
hogar, donde ellos alguna vez se sintieron protegidos, y donde, a
cualquier nivel, aquellos excluidos podían encontrar un
abrigo substitutivo" (Arendt, 1998). Además, para
ejercerse, la libertad necesita ser más que un proceso de
deliberación racional o procedimiento formal. Es decir, la
libertad necesita de la compañía de hombres y
mujeres que se encuentren en el mismo estado y compartan un
espacio público común. En otras palabras, un mundo
políticamente organizado al que cada uno pueda pertenecer
libremente y ser reconocido a través de la palabra y de
sus actos.

La finalidad del gobierno, como agente de
representatividad política, ha de ser garantizar las
condiciones para que la gente pueda ejercer su soberanía y
usar las libertades para hacer efectiva su capacidad de actuar y
ser parte del proceso, a través del cual, se producen sus
estructuras y desarrolla su sociedad. De esta forma, enfrentados
al problema de la atomización en el mundo político,
normado por leyes abstractas e indiferentes, deberíamos
cambiar la pregunta original sobre quién
representará a quién. El problema no es ya
quién representará la voluntad del pueblo, pues
poco importa, si de lo que se trata es de buscar una
fórmula en que el sistema permita consolidar un espacio
público de iguales, sin ignorar a aquellos que permanecen
en sus márgenes, ya sea por razones estructurales o por
libre voluntad. Las acciones privadas (que implican elecciones y
responsabilidades individuales) están conectadas con el
campo de lo público como si se tratase de un juego de
roles. Las identidades públicas y privadas existen en un
estado de permanente tensión que no puede ser
reconciliado; no obstante, no pueden existir la una sin la otra.
Ningún Estado puede sobrevivir por largo tiempo si
está alienado de su sociedad civil, como campo donde las
identidades privadas y colectivas cobran forma y se dan a
reconocer unas a otras.  La ciudadanía, en un
contexto de democracia radical, no puede ser solamente
justificada como el ejercicio público de determinados
derechos o la defensa de determinados intereses. La
ciudadanía ha de suponer la consideración de cada
hombre y mujer como parte constitutiva de la sociedad y sujetos
activos de su desarrollo pues no es sólo la
participación en la esfera pública discursiva o el
apropiado ejercicio de la razón (instrumental o
comunicativa) lo que hace a los hombres iguales y libres, sino el
hecho de que "es la humanidad, no el hombre, quien vive en la
tierra y habita el mundo" (Arendt, 1998).

Las teorias de Asch sobre todos estos temas nos
ayudarán a comprender como el influjo mayoritario atenta a
la libertad de pensamiento individual.

1.2.- Teoría y
aplicación.[20]

"Mil millones de moscas no pueden equivocarse: coma
caca."
Seguro que ha escuchado en alguna ocasión este
curioso eslógan, que es mucho más profundo de lo
que sugiere la, en apariencia, simple ironía presente a
primera vista. El significado es evidente, aunque no solemos
tenerlo en cuenta: el hecho de que un número elevado de
personas -quizá el planeta entero- defienda una idea o una
opinión no quiere decir que esa idea u opinión sea
buena. La verdad no está necesariamente en las
mayorías. De hecho, añadiría yo, no suele
estarlo.

Una de las mejores novelas de terror que he leído
se titula Soy Leyenda, ahora pasada al género del
cine, de Richard Matheson. En realidad, está a medio
camino entre el terror y la ciencia ficción. Cuenta la
historia de un mundo post-apocalipsis, cuando la mayoría
de la Humanidad ha muerto víctima de una plaga desatada
por un arma biológica. Los patéticos supervivientes
deambulan por los restos de la gran ciudad, ahora
desértica, víctimas de los efectos secundarios de
la enfermedad que les ha convertido prácticamente en
vampiros obligándoles a vivir de noche y agrupados en una
especie de culto siniestro y anticientífico. El
protagonista es justo un hombre de ciencia que, por razones que
desconoce, no se ha visto afectado y por tanto se ha convertido
en el único ser humano que continúa siendo normal a
pesar de la catástrofe. La angustia y el drama de este
hombre es que, siendo como es la única persona corriente
que queda, en la nueva sociedad creada tras el desastre
biológico, en realidad es un monstruo y un anormal, una
bestia que es preciso cazar y destruir para tranquilizar al grupo
mayoritario.

¿Exageración? Estamos acostumbrados a
escuchar frases como éstas: "si todo el mundo lo dice, por
algo será", "no vas a ser tú el único que
tenga razón yendo contra corriente", "la mayoría
representa la suma del conocimiento de mucha gente y por tanto
sabe siempre más que el individuo solo", "cómo vas
a decir, pensar, opinar, defender…, esa cuestión, si la
mayoría cree otra cosa distinta". ¿Le
suena?

Un psicólogo llamada Solomon Asch realizó
una serie de curiosos experimentos durante los años
cincuenta del siglo pasado en el curso de los cuales se mostraba
un par de cartas a un grupo de 11 sujetos. Este grupo estaba
trucado, porque 7 de sus integrantes eran colaboradores de Asch y
tenían la instrucción concreta de expresar su
opinión antes de que lo hicieran los otros 4, que eran el
verdadero objeto de estudio y creían que todas las
demás personas contestaban de manera independiente, como
ellas. Los colaboradores nunca contaban su verdadera
impresión sino lo que previamente a puerta cerrada se les
habían ordenado que dijeran.

En la primera carta se mostraba una línea
vertical. En la segunda, había tres líneas, una de
ellas con la misma longitud que la de la primera carta. A
continuación se pedía a los sujetos que dijeran
qué dos líneas les parecían iguales. En
ocasiones, Asch dirigía a los colaboradores para
que contestaran mal a propósito. Y luego observaba las
respuestas de las personas que respondían libremente. O
que creían responder libremente…, porque comprobó
que 3 de los 4 coincidían con las respuestas
erróneas dadas por los colaboradores en al menos
una ocasión. Uno de cada cuatro coincidía en la
mitad de las veces.

Asch había demostrado científicamente la
influencia determinante del grupo en las opiniones, y por tanto
en las decisiones, en teoría individuales del ser humano.
Sin embargo, falleció en 1996 sin haber conseguido
desvelar el siguiente interrogante: aquéllos que se
dejaban guiar por la opinión mayoritaria, que se
mecían en brazos del llamado conformismo social,
¿lo hacían a sabiendas de que las respuestas eran
incorrectas o realmente la presión ajena alteraba de
alguna forma su capacidad de percepción y juicio de la
realidad?

Hace unos meses, un grupo de investigadores
norteamericanos dirigidos por Gregory Berns, psiquiatra y
neurocientífico de la Universidad de Emory, en Atlanta, ha
actualizado la experiencia de este psicólogo a
través de una tecnología de la que él nunca
llegó a disponer: una serie de escáneres de imagen
por resonancia magnética que pueden observar el cerebro en
funcionamiento. Y sus descubrimientos son enormemente
interesantes.

En la versión actualizada de la
investigación, participaron 32 voluntarios a los que se
les mostró unas imágenes tridimensionales y se les
pidió que las rotaran mentalmente para determinar si eran
o no iguales. Mientras esperaban su turno, los sujetos conocieron
a cuatro personas: en teoría, también voluntarias
para el experimento; en realidad, los colaboradores del equipo de
Berns, dispuestos a falsear las respuestas según las
indicaciones previas. Después, cada participante entraba
por turno en la máquina de resonancia magnética
para captar una fotografía del proceso de
reflexión. Antes de solicitar las respuestas a cada
sujeto, se le mostraba las que habían dado los
demás e, incluso, se les decía que algunas de las
contestaciones habían sido facilitadas por un ordenador
-se supone que se hizo así para asegurar que la
presión social estaba ejerciendo efecto- y…,
sucedió exactamente como en los experimentos de Solomon
Asch.

Según los datos de la investigación, los
sujetos secundaron las respuestas erróneas impuestas por
el grupo en una media superior al 40 por ciento. Y con
el dato añadido de que no hace falta que los
colaboradores sean mayoría en el grupo para
imponer su opinión. Basta con que se muestren seguros de
la misma y la expresen con convicción y antes que los
demás.

En esta experiencia, también se comprobó
que el conformismo social aparece en el cerebro como una
actividad típica de ciertas regiones que están
enteramente destinadas a la percepción, pero la
independencia de criterio surge en aquéllas
específicamente implicadas en la emoción. Esto es,
uno mantiene su propio camino mientras crea sincera y
personalmente en él. Por supuesto, esta decisión
puede suponer un coste personal de cierta relevancia, en
términos de inseguridad o temor ante el futuro. En todo
caso, Berns lo tiene bastante claro: "nos gusta pensar que
ver es creer pero estos experimentos demuestran más bien
que ver es creer lo que el grupo nos dice que
creamos".

1.3.- Conclusiones.

Las conclusiones del estudio son bastante claras.
Destacaremos dos: "la incomodidad de estar solo puede hacer
que una opinión mayoritaria parezca más atractiva
que ceñirse a las creencias propias"
y " si las
ideas ajenas pueden afectar al modo en que alguien percibe el
mundo exterior, entonces la misma verdad se ve cuestionada
".
Lo que significa algo tan obvio como aterrador para los
partidarios de la ortodoxia social y política: la
democracia puede ser una de las mayores estafas de la historia de
la Humanidad. No su formulación teórica, que es
impecable y sin duda la mejor fórmula de gobierno sobre el
papel, sino su aplicación práctica y
diaria.

Yo veo aún algo más horrible en todo esto:
¿cuántas de las decisiones que toma usted a lo
largo del día son realmente suyas? Es decir, no pertenecen
a su pareja, ni a sus amigos, ni a sus compañeros de
trabajo, ni a la publicidad, ni a la sociedad en la que vive, ni
a ningún otro agente externo.

¿Cuál es la porción real de su
vida? Suya, no impuesta desde fuera.

Teoría de Moscovici o el poder de las
minorías: la consistencia.

2.1.- Introducción al poder de las
minorias.

En este epígrafe estudiaremos una posición
teórica que ha abierto un nuevo campo de investigaciones
en el que figura, en primer lugar, el fenómeno de
influencia de las minorías, de gran interés en el
estudio que estamos realizando. La postura consistente de ciertas
minorías, por ejemplo y especialmente los objetores e
insumisos en el caso que nos ocupa, en los años 90 del s.
XX, indujeron a la publicación de la Ley de
objeción de conciencia y a la nueva Ley de Régimen
de personal de las Fuerzas Armadas dotándolas de un
sistema mixto de reclutamiento. Comenzaremos por definir y
describir con claridad el fenómeno de influencia de las
minorías, enfatizando las condiciones principales que lo
motivan y el mecanismo subyacente. Discutiremos en detalle el
impacto de una fuente minoritaria sobre un grupo y examinaremos
diversas características del grupo que han demostrado
facilitar o impedir que aparezca un efecto de
innovación.

Reproduzco, por su interes, un articulo publicado por C.
S Lewis en http://www.interrogantes.net titulado "La
abolición del hombre", que figura como Anexo XXX a este
trabajo.

2.2.- Teoría y aplicación.

Según Serge Moscovici[21]resulta
imposible presentar la sicología de las minorías
activas sin establecer en primer lugar una referencia
histórica como la que hemos mostrado en el capítulo
precedente.

Al habernos fijado por objetivo, en este epígrafe
el proceso de influencia de las minorías, tenemos que
intentar, según Moscovici, responder a las preguntas
siguientes: "¿Cómo concebir el fenómeno de
la innovación?" ¿Cómo definir una fuente de
influencia minoritaria?.

Moscovici propone que se conciba el proceso de
innovación como un proceso de influencia social, que
generalmente tiene por fuente una minoría o individuo que
intenta introducir o crear nuevas ideas, nuevos modos de
pensamiento, o bien modificar ideas recibidas, actitudes
tradicionales, antiguos modos de pensamiento o
comportamiento.

Respecto a la segunda pregunta diremos que se trata de
una situación de influencia minoritaria siempre que el
blanco de influencia se vea a sí mismo en una
posición superior a la fuente.

Con relación al caso que estamos analizando, los
nacionalismos excluyentes en España, enseguida nos damos
cuenta que debemos de contestar preguntas adicionales para
especificar cuáles son realmente los grupos minoritarios,
en qué parte del territorio nacional, porqué y como
ven lo que ven, porqué y cómo juzgan el objeto de
la manera que lo hacen.

En este caso particular, ¿el conflicto es creado
por unas minorías o estamos asistiendo a una
inducción de las mayorías en las Regiones
estudiadas?. Si aplicamos estrictamente la definición,
podríamos afirmar que se están produciendo ambas
cosas según tomemos como referencia la Nación en la
generalidad ó la Región en la
especificidad.

Tomando como referencia la Nación valdría
aseverar, a primera vista que, efectivamente, los nacionalistas
excluyentes son una minoría parlamentaria y que,
cuantitativamente hablando, eso significa que pueden ser
calificados como "minorías". Pero la definición
propuesta por Moscovici tiene en cuenta las percepciones de los
grupos influenciados, no es una definición realizada en
base a la cantidad, sino al sentimiento de inferioridad que crea
en el grupo receptor la fuente de influencia.

Partes: 1, 2

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