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Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones




Enviado por billy vasquez



Partes: 1, 2

  1. Prologo
  2. Introducción y plan de la
    obra
  3. Libro
    primero
  4. Libro
    segundo
  5. Libro
    tercero
  6. Libro
    cuarto
  7. Libro
    quinto

Prologo

Algunos se refieren a este libro como "la Biblia de la
Economía". Se entiende si se lo juzga por su volumen, por
la pluralidad de sus temas y por haber consagrado a la figura de
su autor mas allá de cualquier simpatía religiosa.
Investigación sobre la naturaleza y causas de las
riquezas de las naciones
apareció en Londres el 9 de
marzo de 177ó. Su autor, el escocés nacido en
Kirkaldy en 1723 y muerto en Edimburgo en 1790, es el padre del
liberalismo económico. Hijo del Siglo de las Luces y, como
tal, culto y contemporáneo de otros genios, Adam Smith
paso a la historia por haber escrito la summa que
produjo un quiebre, el prolijo y vastisimo desarrollo
fúndante de una ideología que haría
escuela.

La riqueza de las naciones es un tratado que
combina la moneda con la historia, la lógica con la
teología. Su tesis económica es simple y puede
resumirse en tres principios: a. Que, como ser económico,
el hombre tiene el impulso natural del lucro; b. Que el universo
esta ordenado de tal manera que los empeños individuales
de los hombres se conjugan para componer el bien social; c. Que,
conforme a. y b., el mejor programa consiste en dejar que el
proceso económico siga su propio curso (laissez
faire).
Estos principios, que se difundieron al punto de
olvidar su filiación, encuentran su sentido cabal en el
deísmo ilustrado de Smith. Como lo manifiesta en su otro
gran libro, Teoría de los sentimientos morales,
Smith creía en un Dios Supremo que había ordenado
el universo como un mecanismo perfecto donde todo funciona y que
resulto, por imagen y semejanza, bueno. Esta premisa atraviesa
las paginas de La riqueza…, desde las reflexiones
sobre el trabajo más elemental (Libro I) hasta la
disertación sobre las funciones del Gobierno (Libro IV), a
quien, supuesto el orden primigenio, no le toca otra tarea que
mantenerlo. Para Adam Smith, la mejor política
económica no precede del Gobierno sino de la acción
espontanea de los individuos. El libro III y el IV abren el
temario a cuestiones históricas de evolución y
comercio, pero, por el recurso constante de ilustrar sus ideas
con ejemplos cercanos en el comercio europeo, del
propósito central de La riqueza de las naciones
resulto también un mosaico de la época. Y es, en
ultima instancia, un manual de lógica que se valió
del método deductivo para arribar "mas naturalmente" a las
conclusiones que Smith quiso imponer y que son el eje
axiomático de este volumen.

Por eso, aunque entendemos que el valor de
La riqueza de las naciones reside en su globalidad que
por otro lado se hace evidente en la dificultad de su
fraccionamiento, esta "antología esencial" no pretende
otra cosa que beber de su misma fuente las bases de una
teoría que en su momento significo una reacción
contra el mercantilismo feudal, pero que, en el tiempo, dibujo el
trazado de una de las caras de la moneda: la realidad
económica globalizada en la que vivimos.

Introducción y plan de la
obra

El trabajo anual de cada nación es el fondo que
en principio la provee de todas las cosas necesarias y
convenientes para la vida, y que anualmente consume el
país. Dicho fondo se Integra siempre, o con el producto
inmediato del trabajo, o con lo que mediante dicho producto se
compra de otras naciones.

De acuerdo con ello, como este producto o lo que con el
se adquiere, guarda una proporción mayor o menor con el
numero de quienes lo consumen, la nación estará
mejor o peor surtida de las cosas necesarias y convenientes
apetecidas.

Ahora bien, esta proporción se regula en toda
nación por dos circunstancias diferentes: la primera, por
la aptitud, destreza y sensatez con que generalmente se ejercita
el trabajo, y la segunda, por la proporción entre el
numero de los empleados en una labor útil y aquellos que
no lo están. Sea cual fuere el suelo, el clima o la
extensión del territorio de una nación, la
abundancia o la escasez de su abastecimiento anual depende, en
cada situación particular, de aquellas dos
circunstancias.

La abundancia o escasez de esa provisión depende
mas, al parecer, de la primera que de la segunda de dichas
condiciones. En las naciones salvajes de cazadores y pescadores,
todo individuo que se halla en condiciones de trabajar se dedica
a una labor mas o menos útil, y procura obtener, en la
medida de sus posibilidades, las cosas necesarias y convenientes
para su propia vida, o para la de los individuos de su familia o
tribu que son muy viejos, demasiado jóvenes o no se hallan
en condiciones físicas adecuadas para dedicarse a la caza
o a la pesca. Estas naciones se hallan, sin embargo, reducidas a
tal extremo de pobreza, que por pura necesidad se ven obligadas
muchas veces, o así lo imaginan en su ignorancia, a matar
a sus hijos, ancianos y enfermos crónicos, o bien los
condenan a perecer de hambre o a ser devorados por las fieras. En
las naciones civilizadas y emprendedoras acontece lo contrario;
aunque un gran numero de personas no trabaje absolutamente nada,
y muchas de ellas consuman diez o, frecuentemente, cien veces mas
producto del trabajo que quienes laboran, el producto del trabajo
entero de la sociedad es tan grande que todos se hallan
abundantemente provistos, y un trabajador, por pobre y modesto
que sea, si es frugal y laborioso, puede disfrutar una parte
mayor de las cosas necesarias y convenientes para la vida que
aquellas de que puede disponer un salvaje.

Las causas de este progreso en las facultades
productivas del trabajo, y el orden según el cual su
producto se distribuye, naturalmente entre los diferentes rangos
y condiciones del hombre en la sociedad, forma la materia del
Libro primero de esta Investigación.

Cualquiera que sea el nivel de aptitud, destreza y
sensatez con que el trabajo se ejercita en una nación, la
abundancia o la escasez de su abastecimiento anual
dependerá necesariamente, mientras exista tal nivel, de la
proporción entre el numero de quienes anualmente se
emplean en una labor útil y el de quienes no lo
están de esta manera. El numero de obreros útiles y
productivos, como veremos mas adelante, se halla siempre en
proporción a la cantidad de capital empleada en darles
ocupación y a la manera particular como este se emplea. En
consecuencia, el Libro segundo trata de la naturaleza del
capital, de la manera como se ha ido acumulando gradualmente, y
de las diferentes cantidades de trabajo que pone en movimiento,
según las distintas maneras de emplearlo.

Las naciones medianamente adelantadas en aptitud,
destreza y sensatez en la aplicación del trabajo,
siguieron planes muy diversos en la manera general de emplearlo,
pero no todos estos planes conducen igualmente a incrementar el
producto. La política de unas naciones ha fomentado
extraordinariamente las actividades económicas rurales, y
la de otras, las urbanas. Difícilmente se encontrara una
nación que haya tratado con la misma igualdad e
imparcialidad esas distintas actividades. Desde la caída
del Imperio Romano la política de Europa ha favorecido mas
las artes, las manufacturas y el comercio, actividades
económicas propias de las ciudades, que la agricultura,
actividad económica rural. En el Libro tercero se explican
las circunstancias que dieron origen a esa política, y
aconsejaron aplicarla.

Aun cuando, acaso, esos diversos planes fuesen
primordialmente promovidos por los intereses privados, o por los
prejuicios de determinados estamentos sociales, sin tener en
cuenta o prever sus consecuencias en el bienestar general de la
sociedad, han dado ocasión a diferentes teorías de
Economía política; de ellas, unas ponderan la
importancia de las actividades económicas urbanas, y
otras, la de las rurales. Esas teorías han ejercido una
influencia considerable no solo en las opiniones de la gente
docta, sino también en la actuacion publica de los
Príncipes y Estados soberanos. En el Libro cuarto
intentaremos explicar, con la claridad y extensión que nos
sea posible, esas diferentes teorías y los principales
efectos que han producido en distintas épocas y
naciones.

El objeto de esos cuatro primeros libros consiste en
explicar en que consiste el ingreso regular del conjunto de los
moradores de un país o cual ha sido la naturaleza de
aquellos fondos que han venido a satisfacer su consume anual en
diferentes épocas y naciones. El Libro quinto y ultimo
trata de las rentas del soberano o de la comunidad. En él
procuramos mostrar, primero, cuales son los gastos necesarios del
soberano o de la comunidad; que parte de ellos han de sufragarse
por contribución general de toda la sociedad; cuales otros
por un particular sector, o por algunos de sus miembros
singularizados, y segundo, cuales son los métodos con
arreglo a los cuales la sociedad, en su conjunto, deberá
contribuir a sufragar los gastos correspondientes al todo social,
y cuales son las principales ventajas e inconvenientes de cada
uno de esos procedimientos; y tercero y ultimo, que" causas y
razones pudieron inducir a la mayor parte de los gobiernos
modernos a ignorar parte de sus rentas o a contraer deudas, y
cuales han sido los efectos de estas deudas en la riqueza real,
en el producto anual de la tierra y en el trabajo de la
sociedad.

Libro
primero

CAPITULO I

De la división del
trabajo

El progreso más importante en las facultades
productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y
sensatez con que diste se aplica o dirige, por doquier, parecen
ser consecuencia de la división del trabajo.

Los efectos de la división del trabajo en los
negocios generales de la sociedad se entenderán mis
fácilmente considerando la manera como opera en algunas de
las manufacturas. Generalmente se cree que tal división es
mucho mayor en ciertas actividades económicas de poca
importancia, no porque efectivamente esa división se
extreme mas que en otras actividades de importancia mayor, sino
porque en aquellas manufacturas que se destinan a ofrecer
satisfacciones para las pequeñas necesidades de un
reducido numero de personas, el numero de operarios ha de ser
pequeño, y los empleados en los diversos pasos o etapas de
la producción se pueden reunir generalmente en el mismo
taller y a la vista del espectador. Por el contrario, en aquellas
manufacturas destinadas a satisfacer los pedidos de un gran
numero de personas, cada uno de los diferentes ramos de la obra
emplea un numero tan considerable de obreros, que es imposible
juntarlos en el mismo taller. Difícilmente podemos abarcar
de una vez, con la mirada, sino los obreros empleados en un ramo
de la producción. Aun cuando en las grandes manufacturas
la tarea se puede dividir realmente en un numero de operaciones
mucho mayor que en otras manufactures más pequeñas,
la división del trabajo no es tan obvia y, por
consiguiente, ha sido menos observada.

Tomemos como ejemplo una manufactura de poca
importancia, pero a cuya división del trabajo se ha hecho
muchas veces refrenda: la de fabricar alfileres. Un obrero que no
haya sido adiestrado en esa clase de tarea (converja por virtud
de la división del trabajo en un oficio nuevo) y que no
este" acostumbrado a manejar la maquinaria que en
ó1 se utiliza (cuya invención ha derivado,
probablemente, de la división del trabajo), por mis que
trabaje, apenas podría hacer un alfiler al día, y
desde luego no podría confeccionar mas de veinte. Pero
dada la manera como se practica hoy día la
fabricación de alfileres, no solo la fabricación
misma constituye un oficio aparte, sino que esta dividida en
varios ramos, la mayor parte de los cuales también
constituyen otros tantos oficios distintos. Un obrero estira el
alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos
iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero esta ocupado
en limar el extreme donde se va a colocar la cabeza: a su vez la
confección de la cabeza requiere dos o tres operaciones
distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los
alfileres, otro, y todavía es un oficio distinto
colocarlos en el papel. En fin, el importante trabajo de hacer un
alfiler queda dividido de esta manera en unas dieciocho
operaciones distintas, las cuales son desempeñadas en
algunas fabricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en
otras un solo hombre desempeñe a veces dos o tres
operaciones. He visto una pequeña fabrica de esta especie
que no empleaba mas que diez obreros, donde, por consiguiente,
algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones.
Pero a pesar de que eran pobres y, por lo tanto, no estaban bien
provistos de la maquinaria debida, podían, cuando se
esforzaban, hacer entre todos, diariamente, unas doce libras de
alfileres. En cada libra había mas de cuatro mil alfileres
de tamaño mediano. Por consiguiente, estas diez personas
podían hacer cada día, en conjunto, mas de cuarenta
y ocho mil alfileres, cuya cantidad, dividida entre diez,
correspondería a cuatro mil ochocientos por persona. En
cambio si cada uno hubiera trabajado separada e
independientemente, y ninguno hubiera sido adiestrado en
esa clase de tarea, es seguro que no hubiera podido hacer veinte,
o, tal vez, ni un solo alfiler al d/a; es decir, seguramente no
hubiera podido hacer la doscientascuarentava parte, tal vez ni la
cuatromilochocientosava parte de lo que son capaces de
confeccionar en la actualidad gracias a la división y
combinación de las diferentes operaciones en forma
conveniente.

En todas las demás manufacturas y artes los
efectos de la división del trabajo son muy semejantes a
los de este oficio poco complicado, aun cuando en muchas de ellas
el trabajo no puede ser objeto de semejante subdivisión ni
reducirse a una tal simplicidad de operación. Sin embargo,
ja división del trabajo, en cuanto puede ser aplicada,
ocasiona en todo arte un aumento proporcional en las facultades
productivas del trabajo. Es de suponer que la
diversificación de numerosos empleos y actividades
económicas es consecuencia de esa ventaja. Esa
separación se produce generalmente con mas amplitud en
aquellos piases que han alcanzado un nivel mas alto de
laboriosidad y progreso, pues generalmente es obra de muchos, en
una sociedad culta, lo que hace uno solo, en estado de atraso. En
todo país adelantado, el labrador no es mas que labriego y
el artesano no es sino menestral. Asimismo, el trabajo necesario
para producir un producto acabado se reparte, por regla general,
entre muchas manos. ¿Cuantos y cuan diferentes oficios no
se advierten en cada ramo de las manufacturas de lino y lana,
desde los que cultivan aquella planta o cuidan el vellón
hasta los bataneros y blanqueadores, aprestadores y tintoreros?
La agricultura, por su propia naturaleza, no admite tantas
subdivisiones del trabajo, ni hay división tan completa de
sus operaciones como en las manufacturas. Es imposible separar
tan completamente la ocupación del ganadero y del
labrador, como se separan los oficios del carpintero y del
herrero. El hilandero generalmente es una persona distinta del
tejedor; pero la persona que ara, siembra, cava y recolecta el
grano suele ser la misma. Como la oportunidad de practicar esas
distintas clases de trabajo va produciéndose con el
transcurso de las estaciones del ano es imposible que un hombre
este dedicado constantemente a una sola tarea. Esta imposibilidad
de hacer una separación tan completa de los diferentes
ramos de labor en la agricultura es quizá la razón
de por que el progreso de las aptitudes productivas del trabajo
en dicha ocupación no siempre corren parejas con los
adelantos registrados en las manufacturas. Es verdad que las
naciones más opulentas superan por lo común a sus
vecinas en la agricultura y en las manufacturas, pero
generalmente las _aventajan mis en estas que en aquella. Sus
tierras están casi siempre mejor cultivadas, y como se
invierte en ellas mas capital y trabajo, producen mas, en
proporción a la extensión y fertilidad natural del
suelo. Ahora bien, esta superioridad del producto raras veces
excede considerablemente en proporción al mayor trabajo
empleado y a los gastos más cuantiosos en que ha
incurrido. En la agricultura, el trabajo del país rico no
siempre es mucho más productivo que el del pobre o, por lo
menos, no es tan fecundo como suele serlo en las manufacturas. El
grano del país rico, aunque la calidad sea la misma, no
siempre es tan barato en el mercado como el de un país
pobre. El trigo de Polonia, en las mismas condiciones de calidad,
es tan barato como el de Francia, a pesar de la opulencia y
adelantos de esta ultima nación. […] Aunque un
país pobre, no obstante la inferioridad de sus cultivos,
puede competir en cierto modo con el rico en la calidad y precio
de sus granos, nunca podrá aspirar a semejante competencia
en las manufacturas, si estas corresponden a las circunstancias
del suelo, del clima y de la situación de un país
prospero. […]

Este aumento considerable en la cantidad de productos
que un mismo numero de personas puede confeccionar, como
consecuencia de la división del trabajo, precede de tres
circunstancias distintas: primera, de la mayor destreza de cada
obrero en particular; segunda, del ahorro de tiempo que
comúnmente se pierde al pasar de una ocupación a
otra, y por ultimo, de la invención de un gran numero de
maquinas, que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un
hombre para hacer la labor de muchos.

En primer lugar, el progreso en la destreza del obrero
incrementa la cantidad de trabajo que puede efectuar, y la
división del trabajo, al reducir la tarea del hombre a una
operación sencilla, y hacer de esta la única
ocupación de su vida, aumenta considerablemente la pericia
del operario. Un herrero corriente, que nunca haya hecho clavos,
por diestro que sea en el manejo del martillo, apenas hará
al día doscientos o trescientos clavos, y aun estos no de
buena calidad. Otro que este" acostumbrado a hacerlos, pero cuya
única o principal ocupación no sea esa, rara vez
podrá llegar a fabricar al día ochocientos o mil,
por mucho empeño que ponga en la tarea. Yo he observado
varios muchachos, menores de veinte anos, que por no haberse
ejercitado en otro menester que el de hacer clavos, podían
hacer cada uno, diariamente, mas de dos mil trescientos, cuando
se ponían a la obra. Hacer un clavo no es indudablemente
una de las tareas más sencillas. Una misma persona tira
del fuelle, aviva o modera el soplo, según convenga,
caldea el hierro y forja las diferentes partes del clavo,
teniendo que cambiar el instrumento para formar la cabeza. Las
diferentes operaciones en que se subdivide el trabajo de hacer un
alfiler o un botón de metal son, todas ellas, mucho
más sencillas y, por lo tanto, es mucho mayor la destreza
de la persona que no ha tenido otra ocupación en su vida.
La velocidad con que se ejecutan algunas de estas operaciones en
las manufacturas excede a cuanto pudieran suponer quienes nunca
lo han visto, respecto a la agilidad de que es susceptible la
mano del hombre.

En segundo lugar, la ventaja obtenida al ahorrar el
tiempo que por lo regular se pierde, al pasar de una clase de
operación a otra, es mucho mayor de lo que a primera vista
pudiera imaginarse. Es imposible pasar con mucha rapidez de una
labor a otra, cuando la segunda se hace en sitio distinto y con
instrumentos completamente diferentes. Un tejedor rural, que al
mismo tiempo cultiva una pequeña granja, no podrá
por menos de perder mucho tiempo al pasar del telar al campo y
del campo al telar. Cuando las dos labores se pueden efectuar en
el mismo lugar, se perderá indiscutiblemente menos tiempo;
pero la perdida, aun en este caso, es considerable. No hay hombre
que no haga una pausa, por pequeña que sea, al pasar la
mano de una ocupación a otra.

Cuando comienza la nueva tarea rara vez esta alerta y
pone interés; la mente no esta en lo que hace y durante
algún tiempo mas bien se distrae que aplica su esfuerzo de
una manera diligente. El habito de remolonear y de proceder con
indolencia que, naturalmente, adquiere todo obrero del campo, las
mas de las veces por necesidad —ya que se ve obligado a
mudar de labor y de herramientas cada media hora, y a emplear las
manos de veinte maneras distintas al cabo del día, lo
convierte, por lo regular, en lento e indolente, incapaz de una
dedicación intensa aun en las ocasiones mas urgentes. Con
independencia, por lo tanto, de su falta de destreza, esta causa,
por si sola, basta para reducir considerablemente la cantidad de
obra que seria capaz de producir.

En tercer lugar, y por ultimo, todos comprenderán
cuanto se facilita y abrevia el trabajo si se emplea maquinaria
apropiada. Sobran los ejemplos, y así nos limitaremos a
decir que la invención de las maquinas que facilitan y
abrevian la tarea, parece tener su origen en la propia
división del trabajo. El hombre adquiere una mayor aptitud
para descubrir los métodos mas idóneos y expedites,
a fin de alcanzar un propósito, cuando tiene puesta toda
su atención en un objeto, que no cuando se distrae en una
gran variedad de cosas. Debido a la división del trabajo
toda su atención se concentra naturalmente en un solo y
simple objeto. Naturalmente puede esperarse que uno u otro de
cuantos se emplean en cada una de las ramas del trabajo encuentre
pronto el método más fácil y rápido
de ejecutar su tarea, si la naturaleza de la obra lo permite. Una
gran parte de las maquinas empleadas en esas manufacturas, en las
cuales se halla muy subdividido el trabajo, fueron al principio
invento de artesanos comunes, pues hallándose ocupado cada
uno de ellos en una operación sencilla, toda su
imaginación se concentraba en la búsqueda de
métodos rápidos y fáciles para ejecutarla.
Quien haya visitado con frecuencia tales manufacturas
habrá visto muchas maquinas interesantes inventadas por
los mismos obreros, con el fin de facilitar y abreviar la parte
que les corresponde de la obra. En las primeras maquinas de vapor
había un muchacho ocupado, de una manera constante, en
abrir y cerrar alternativamente la comúnicación
entre la caldera y el cilindro, a medida que subía o
bajaba el pistón. Uno de esos muchachos, deseoso de jugar
con sus camaradas, observe que atando una cuerda en la manivela
de la válvula, que abría esa comunicación
con la otra parte de la maquina, aquella podía abrirse y
cerrares automáticamente, dejándole en libertad de
divertirse con sus compañeros de juegos. Así, uno
de los mayores adelantos que ha experimentado ese tipo de
maquinas desde que se invento, se debe a un muchacho ansioso de
economizar su esfuerzo.

Esto no quiere decir, sin embargo, que todos los
adelantos en la maquinaria hayan sido inventados por quienes
tuvieron la oportunidad de usarlas. Muchos de esos progresos se
deben al ingenio de los fabricantes, que han convertido en un
negocio particular la producción de maquinas, y algunos
otros proceden de los llamados filósofos u hombres de
especulación, cuya actividad no consiste en hacer cosa
alguna sino en observarlas todas y, por esta razón, son a
veces capaces de combinar o coordinar las propiedades de los
objetos mis dispares. Con el progreso de la sociedad, la
Filosofía y la especulación se convierten, como
cualquier otro ministerio, en el afán y la
profesión de ciertos grupos de ciudadanos. Como cualquier
otro empleo, también ese se subdivide en un gran numero de
ramos diferentes, cada uno de los cuales ofrece cierta
ocupación especial a cada grupo o categoría de
filósofos. Tal subdivisión de empleos en la
Filosofía, al igual de lo que ocurre en otras profesiones,
imparte destreza y ahorra mucho tiempo. Cada uno de los
individuos se hace mas experto en su ramo, se produce mas en
total y la cantidad de ciencia se acrecienta
considerablemente.

La gran multiplicación de producciones en todas
las artes, originadas en la división del trabajo, da
lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa opulencia universal
que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo. Todo
obrero dispone de una cantidad mayor de su propia obra, en exceso
de sus necesidades, y como cualquier otro artesano, se halla en
la misma situación, se encuentra en condiciones de cambiar
una gran cantidad de sus propios bienes por una gran cantidad de
los creados por otros; o lo que es lo mismo, por el precio de una
gran cantidad de los suyos. El uno provee al otro de lo que
necesita, y recíprocamente, con lo cual se difunde una
general abundancia en todos los rangos de la sociedad.

Si observamos las comodidades de que disfruta cualquier
artesano o jornalero, en un país civilizado y laborioso,
veremos como excede a todo calculo el numero de personas que
concurren a procurarle aquellas satisfacciones, aunque cada uno
de ellos solo contribuya con una pequeña parte de su
actividad. Por basta que sea, la chamarra de lana, pongamos por
caso, que lleva el jornalero, es producto de la labor conjunta de
muchisimos operarios. El pastor, el que clasifica la lana, el
cardador, el amanuense, el tintorero, el hilandero, el tejedor,
el batanero, el sastre, y otros muchos, tuvieron que conjugar sus
diferentes oficios

para completar una producción tan vulgar.
Además de esto ;cuantos tratantes y arrieros no hubo que
emplear para transportar los materiales de unos a otros de estos
mismos artesanos, que a veces viven en regiones apartadas del
país! Cuánto comercio y navegación,
constructores de barcos, marineros, fabricantes de velas y
jarcias no hubo que utilizar para conseguir los colorantes usados
por el tintorero y que, a menudo, proceden de los lugares
más remotos del mundo! ;Y que variedad de trabajo se
necesita para producir las herramientas del más modesto de
estos operarios! Pasando por alto maquinarias tan complicadas
como el barco del marinero, el martinete del forjador y el telar
del tejedor, consideraremos solamente que variedad de labores no
se requieren para lograr una herramienta tan sencilla como las
tijeras, con las cuales el esquilador corta la lana. El minero,
el constructor del horno para fundir el mineral, el fogonero que
alimenta el crisol, el ladrillero, el albañil, el
encargado de la buena marcha del horno, el del martinete, el
forjador, el herrero, todos deben coordinar sus artes respectivas
para producir las tijeras. Si del mismo modo pasamos a examinar
todas las partes del vestido y del ajuar del obrero, la camisa
áspera que cubre sus carnes, los zapatos que protegen sus
pies, la cama en que yace, y todos los diferentes
artículos

de su menaje, como el hogar en que prepara su comida, el
carbón que necesita para este propósito sacado de
las entrañas de la tierra, y acaso conducido hasta
allí después de una larga navegación y un
dilatado transporte terrestre, todos los utensilios de su cocina,
el servicio de su mesa, los cuchillos y tenedores, los platos de
peltre o loza, en que dispone y corta sus alimentos, las
diferentes manos empleadas en preparar el pan y la cerveza, la
vidriera que, sirviéndole abrigo y sin impedir la luz, le
protege del viento y de la lluvia, con todos los conocimientos y
el arte necesarios para preparar aquel feliz y precioso invento,
sin el cual apenas se conseguiría una habitación
confortable en las regiones nórdicas del mundo, juntamente
con los instrumentos indispensables a todas las diferentes clases
de obreros empleados en producir tanta cosa necesaria; si nos
detenemos, repito, a examinar todas estas cosas y a considerar la
variedad de trabajos que se emplean en cualquiera de ellos,
entonces nos daremos cuenta de que sin la asistencia y
cooperación de millares de seres humanos, la persona
más humilde en un país civilizado no podría
disponer de aquellas cosas que se consideran las más
indispensables y necesarias.

Realmente, comparada su situación con el lujo
extravagante del grande, no puede por me

nos de aparecérsenos simple y frugal; pero con
todo eso, no es menos cierto que las comodidades de un
príncipe europeo no exceden tanto las de un campesino
económico y trabajador, como las de este superan las de
muchos reyes de Africa, dueños absolutos de la vida y
libertad de diez mil salvajes desnudos.

CAPITULO II

Del principio que motiva la división
del trabajo

Esta división del trabajo, que tantas ventajas
reporta, no es en su origen efecto de la sabiduría humana,
que prevé y se propone alcanzar aquella general opulencia
que de el se deriva. Es la consecuencia gradual, necesaria aunque
lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana
que no aspira a una utilidad tan grande: la propensión a
permutar, cambiar y negociar una cosa por otra.

No es nuestro propósito, de momento, investigar
si esta propensión es uno de esos principios innatos en la
naturaleza humana, de los que no puede darse una
explotación ulterior, o si, como parece más
probable, es la consecuencia de las facultades discursivas y del
lenguaje. Es común a todos los hombres y no se encuentra
en otras especies de animales, que desconocen esta y otra clase
de avenencias. […] Nadie ha visto todavía que los perros
cambien de una manera

deliberada y equitativa un hueso por otro. […] Cuando
un animal desea obtener cualquier cosa

del hombre o de un irracional no tiene otro medio de
persuasión sino el halago. El cachorro acaricia a la madre
y el perro procura con mil zalamerías atraer la
atención del dueño, cuando este se sienta a comer,
para conseguir que le de algo. El hombre utiliza las mismas artes
con sus semejantes, y cuando no encuentra otro modo de hacerlo
actuar conforme a sus intenciones, procura granjearse su voluntad
procediendo en forma servil y lisonjera. […] En casi todas las
otras especies zoológicas el individuo, cuando ha
alcanzado la madurez, conquista la independencia y no necesita el
concurso de otro ser viviente. Pero el hombre reclama en la mayor
parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano
puede esperarla solo de su benevolencia. La conseguirá con
mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los
otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer
lo que les pide. Quien propone a otro un trato le esta haciendo
una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás
lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y
así obtenemos de los

Demás la mayor parte de los servicios que
necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o
del panadero la que nos procura el alimento, sino la
consideración de su propio interés. No invocamos
sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les
hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Solo el
mendigo depende principalmente de la benevolencia de sus
conciudadanos, pero no en absoluta. Es cierto que la caridad de
gentes bien dispuestas le suministra la subsistencia completa;
pero, aunque esta condición altruista le procure todo lo
necesario, la caridad no satisface sus deseos en la medida en que
la necesidad se presenta: la mayor parte de sus necesidades
eventuales se remedian de la misma manera que las de otras
personas, por trato, cambio o compra. Con el dinero que recibe
compra comida, cambia la ropa vieja que se le da por otros
vestidos viejos también, pero que le vienen mejor, o los
entrega a cambio de albergue, alimentos o moneda, cuando
así lo necesita. De la misma manera que recibimos la mayor
parte de los servicios mutuos que necesitamos, por convenio,
trueque o compra, es esa misma inclinación a la permuta la
causa originaria de la división del trabajo.

En una tribu de cazadores o pastores un individuo,
pongamos por caso, hace las flechas o los arcos con mayor
presteza y habilidad que otros.

Con frecuencia los cambia por ganado o por caza, con sus
compañeros, y encuentra, al fin, que por este
procedimiento consigue una mayor cantidad de las dos cosas que si
el mismo hubiera salido al campo para su captura. Es así
como, siguiendo su propio interés, se dedica casi
exclusivamente a hacer arcos y flechas, convirtiéndose en
una especie de armero. Otro destaca en la construcción del
andamiaje y del techado de sus pobres chozas o tiendas, y
así se

acostumbra a ser útil a sus vecinos que le
recompensan igualmente con ganado o caza, hasta que

encuentra ventajoso dedicarse por completo a esa
ocupación, convirtiéndose en una especie de
carpintero constructor. […] De esta suerte, la certidumbre de
poder cambiar el exceso del producto de su propio trabajo,
después de satisfechas sus necesidades, por la parte del
producto ajeno que necesita, induce al hombre a dedicarse a una
sola ocupación, cultivando y perfeccionando el talento o
el ingenio que posea para cierta especie de labores.

La diferencia de talentos naturales en hombres diversos
no es tan grande como vulgarmente se cree, y la gran variedad de
talentos que parece distinguir a los hombres de diferentes
profesiones, cuando llegan a la madurez es, las mas de las veces,
efecto y no causa de la división del trabajo. Las
diferencias más dispares de caracteres, entre un filosofo
y un mozo de cuerda, pongamos por ejemplo, no proceden tanto, al
parecer, de la naturaleza como del habito, la costumbre o la
educación. En los primeros pasos de la vida y durante los
seis u ocho primeros anos de edad fueron probablemente muy
semejantes, y ni sus padres ni sus camaradas advirtieron
diferencia notable. Poco más tarde comienzan a emplearse
en diferentes ocupaciones. Es entonces cuando la diferencia de
talentos comienza a advertirse y crece por grados, hasta el punto
de que la vanidad del filosofo apenas encuentra parigual. Mas sin
la inclinación al cambio, a la permuta y a la venta, cada
uno de los seres humanos hubiera tenido que procurarse por su
cuenta las cosas necesarias y convenientes para la vida. Todos
hubieran tenido las mismas obligaciones que cumplir e
idénticas obras que realizar y no hubiera habido aquella
diferencia de empleos que propicia exclusivamente la antedicha
variedad de talentos.

[…] Entre los hombres […] los talentos más
dispares se caracterizan por su mutua utilidad, ya que los
respectivos productos de sus aptitudes se aportan a un fondo
común, en virtud de esa disposición general para el
cambio, la permuta o el trueque, y tal circunstancia permite a
cada uno de ellos comprar la parte que necesitan de la
producción ajena.

CAPITULO III

La división del trabajo se halla
limitada por la extensión del mercado

Así como la facultad de cambiar motiva la
división del trabajo, la amplitud de esta división
se halla limitada por la extensión de aquella facultad o,
dicho en otras palabras, por la extensión del mercado.
Cuando este es muy pequeño, nadie se anima a dedicarse por
entero a una ocupación, por falta de capacidad para
cambiar el sobrante del producto de su trabajo, en exceso del
propio consume, por la parte que necesita de los resultados de la
labor de otros. […]

CAPITULO IV

Del origen y uso de la moneda

Tan pronto como se hubo establecido la división
del trabajo solo una pequeña parte de las necesidades de
cada hombre se pudo satisfacer con el producto de su propia
labor. El hombre subviene a la mayor parte de sus necesidades
cambiando el remanente del producto de su esfuerzo, en exceso de
lo que consume, por otras porciones del producto ajeno, que
i necesita. El hombre vive así, gracias al cambio
convirtiéndose, en cierto modo, en mercader, y la sociedad
misma prospera hasta ser lo que realmente es, una sociedad
comercial.

Cuando comenzó a practicarse la división
del trabajo, la capacidad de cambio se vio con frecuencia
cohibida y entorpecida en sus operaciones. Es de suponer que un
hombre tuviera de una mercancía mas de lo que necesitaba,
en tanto otro disponía de menos. El primero, en
consecuencia, estaría dispuesto a desprenderse del
sobrante, y el segundo, a adquirir una parte de este exceso. Mas
si acontecía que este ultimo no contaba con nada de lo que
el primero había menester, el cambio entre ellos no
podía tener lugar. El carnicero tiene mas carne en su
establecimiento de la que consume y el cervecero y el panadero
gustosamente comprarían una parte de ese excedente. Sin
embargo, nada pueden ofrecer en cambio, como no sea el remanente
de sus producciones respectivas, y puede ocurrir que el carnicero
disponga de cuanto pan y cerveza inmediatamente necesita. En
estas condiciones es imposible que el cambio se efectúe
entre ellos. Uno no puede ser mercader, ni los otros clientes,
con lo cual todos pierden la posibilidad de beneficiarse con sus
recíprocos servicios. A fin de evitar inconvenientes de
esta naturaleza, todo hombre razonable, en cualquier periodo de
la sociedad, después de establecida la división del
trabajo, procuro manejar sus negocios de tal forma que en todo
tiempo pudiera disponer, además de los productos de su
actividad peculiar, de una cierta cantidad de cualquier otra
mercancía, que a su juicio escasas personas serían
capaces de rechazar a cambio de los productos de su respectivo
esfuerzo.

Es muy probable que para este fin se seleccionasen y
eligieran, de una manera sucesiva, muchas cosas diferentes. […]
Sin embargo, en todos los países resolvieron los hombres,
por diversas razones incontrovertibles, dar preferencia para este
uso a los metales, sobre todas las demás
mercaderías. […]

Es así como la moneda se convirtió en
instrumento universal de comercio en todas las naciones
civilizadas, y por su mediación se compran, venden y
permutan toda clase de bienes.

Ahora vamos a examinar cuales son las reglas que
observan generalmente los hombres en la permuta de unos bienes
por otros, o cuando los cambian en moneda. Estas reglas
determinan lo que pudiéramos llamar el valor relativo o de
cambio de los bienes.

Debemos advertir que la palabra VALOR tiene dos
significados diferentes, pues a veces expresa la utilidad de un
objeto particular, y, otras, la capacidad de comprar otros
bienes, capacidad que se deriva de la posesión del dinero.
Al primero lo podemos llamar "valor en uso", y al segundo, "valor
en cambio". Las cosas que tienen un gran valor en uso tienen
comúnmente escaso o ningún valor en cambio, y por
el contrario, las que tienen un gran valor en cambio no tienen,
muchas veces, sino un pequeño valor en uso, o ninguno. No
hay nada más útil que el agua, pero con ella apenas
se puede comprar cosa alguna ni recibir nada en cambio. Por el
contrario, el diamante apenas tiene valor en uso, pero
generalmente se puede adquirir, a cambio de el, una gran cantidad
de otros bienes.

Para investigar los principios que regulan el valor en
cambio, de las mercancías, procuraremos poner en claro,
primero, cual sea la medida de este valor en cambio, o en que"
consiste el precio real de todos los bienes; segundo, cuales son
las diferentes partes integrantes de que se compone este precio
real.

Por ultimo, cuales son las diferentes circunstancias que
unas veces hacen subir y otras bajar algunas o todas las
distintas partes componentes del precio, por encima o por debajo
de su proporción natural o corriente; o cuales son las
causas que algunas veces impiden que el precio del mercado, o sea
el precio real de los bienes, coincida exactamente con lo que
pudiéramos denominar su precio natural. […]

CAPITULO V

Del precio real y nominal de las
mercancías, o de su precio en trabajo y de su precio en
moneda

Todo hombre es rico o pobre según el grado en que
pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la
vida. Pero una vez establecida la división del trabajo, es
solo una parte muy pequeña de las mismas la que se puede
procurar con el esfuerzo personal. La mayor parte de ellas se
conseguirán mediante el trabajo de otras personas, y
será rico o pobre, de acuerdo con la cantidad de trabajo
ajeno de que pueda disponer o se halle en condiciones de
adquirir. En consecuencia, el valor de cualquier bien, para la
persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino
cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda
adquirir o de que pueda disponer por mediación suya. El
trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en cambio
de toda clase de bienes.

El precio real de cualquier cosa, lo que realmente le
cuesta al hombre que quiere adquirirla, son las penas y fatigas
que su adquisición supone. Lo que realmente vale para el
que ya la ha adquirido y desea disponer de ella, o cambiarla por
otros bienes, son las penas y fatigas de que lo libraran, y que
podrá imponer a otros individuos. Lo que se compra con
dinero o con otros bienes, se adquiere con el trabajo, lo mismo
que lo que adquirimos con el esfuerzo de nuestro cuerpo. El
dinero o sea otra clase de bienes nos dispensan de esa fatiga.
Contienen el valor de una cierta cantidad de trabajo, que
nosotros cambiamos por las cosas que suponemos encierran, en un
momento determinado, la misma cantidad de trabajo. El trabajo
fue, pues, el precio primitivo, la moneda originaria que
sirvió para pagar y comprar todas las cosas. No fue con el
oro ni con la plata, sino con el trabajo como se compro
originariamente en el mundo toda clase de riquezas; su valor para
los que las poseen y desean cambiarlas por otras producciones es
precisamente igual a la cantidad de trabajo que con ella pueden
adquirir y disponer. […]

Pero aunque el trabajo es la medida real del valor en
cambio de todos los bienes, generalmente no es la medida por la
cual se estima ese valor. Con frecuencia es difícil
averiguar la relación proporcional que existe entre
cantidades diferentes de trabajo. El tiempo que se gasta en dos
diferentes clases de tarea no siempre determina de una manera
exclusiva esa proporción. Han de tomarse en cuenta los
grados diversos de fatiga y de ingenio. Una hora de trabajo
penoso contiene a veces mas esfuerzo que dos horas de una labor
fácil, y más trabajo, también, la
aplicación de una hora de trabajo en una profesión
cuyo aprendizaje requiere el trabajo de diez años, que un
mes de actividad en una labor ordinaria y de fácil
ejecución. Mas no es fácil hallar una medida
idónea del ingenio y del esfuerzo. Es cierto, no obstante,
que al cambiar las diferentes producciones de distintas clases de
trabajo se suele admitir una cierta tolerancia en ambos
conceptos. El ajuste, sin embargo, no responde a una medida
exacta, sino al regateo y a la puja del mercado, de acuerdo con
aquella grosera y elemental igualdad, que, aun no siendo exacta,
es suficiente para llevar a cabo los negocios corrientes de la
vida ordinaria.

Fuera de esto, es mas frecuente que se cambie y, en
consecuencia, se compare un artículo con otros y no con
trabajo. Por consiguiente, parece más natural estimar su
valor en cambio por la cantidad de cualquier otra suerte de
mercancía, ' no por la cantidad de trabajo que
con el se pueden adquirir. La mayor parte de las gentes entienden
mejor que" quiere decir una cantidad de una mercancía
determinada, que una cantidad de trabajo. Aquella es un objeto
tangible y esta una noción abstracta, que aun siendo
bastante inteligible, no es tan natural y obvia.

Partes: 1, 2

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