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La cultura cubana en la revolución (1971-1980) (página 2)




Enviado por Ramón Guerra Díaz



Partes: 1, 2, 3, 4

Educación,
la
revolución continuada

A principios de los 70s se inicia la segunda fase del
gran esfuerzo del proceso revolucionario por el progreso de la
educación en la isla. Para esa fecha algunos indicadores
de la enseñanza dan fe de los avances alcanzados en esta
esfera social: la matrícula de la enseñanza
primaria se triplica entre 1958 (717 400 alumnos) y 1972 (1 852
700 alumnos); en la enseñanza media la matrícula
creció de 63 500 en 1958 a 222 400 en el propio año
72; la enseñanza técnica profesional, casi
inexistente en 1958, alcanza en 1972 la cifra de 41 940
educandos.

El analfabetismo no solo dejó de ser un problema
social, sino que el pueblo se aprestaba a cumplir una nueva
etapa, alcanzar el sexto grado de primaria.

Pese a los grandes éxitos, la educación
tropieza con dificultades objetivas que le impiden un acelerado
desarrollo.

Entre los problemas más sobresalientes
están, el enorme retrazo escolar acumulado en la
enseñanza primaria, producto de la tara heredada del
capitalismo, había miles de alumnos con dos y tres grados
de retraso acorde a su edad. La falta de un programa unificado en
asignaturas claves y la necesidad de graduar un mayor
número de técnicos y "profesionales para la
economía del país, principalmente para la
agricultura.

A fin de encontrar las soluciones adecuadas a estos
problemas de la educación en la Revolución, el
gobierno revolucionario convocó a la sociedad a
reflexionar, debatir y proponer soluciones para estas
problemáticas.

Estos debates se inician en diciembre de 1970 y culminan
en abril de 1971 en el tristemente célebre Congreso
Nacional de Educación y Cultura, que mereció este
calificativo por los resultados contraproducente que produjeron
sus acuerdos en la sociedad cubana y principalmente entre los
intelectuales, por la intolerancia discriminatoria contra
homosexuales, religiosos, librepensadores y todos los que no
calificaban dentro del molde del "hombre nuevo" de la "nueva
sociedad".

En particular para la educación y la
sistematización de un sistema de enseñanza el
Congreso fue positivo, analizó el perfeccionamiento de los
planes y programas de estudios y de los métodos de
enseñanza.

Se pronunció por la concatenación entre
los programas de estudios de las diversas enseñanzas; la
continuidad de estudio para todos aquellos que nunca
habían podido estudiar y la preparación de maestros
y profesores.

En la Declaración Final del Congreso se subraya
que el objetivo primario de la enseñanza en Cuba
socialista era la formación de un "hombre nuevo",
constructor de la nueva sociedad, lo cual incluía ser
educado en la doctrina marxista-leninista y con los grandes
atributos de altruismo, entrega y fidelidad a la
Revolución y al partido, todo un ideal humano que en la
aplicación práctica significó ignorar las
diferencias, condicionar la participación y restringir el
pensamiento y las libertades individuales del ser
humano.

La Declaración combate el apoliticismo en la
enseñanza, que debe ser "ateísta y
científica", recomendando también mejorar la
educación moral, ética y estética del
alumno, enunciado que sirvió de base para abogar por una
separación de la educación y la cultura de todo
aquel que no cumpliera con los estrechos postulados de esta
ortodoxia comunista.

La familia se señala como base de esta
educación, aunque en realidad el estado a través
del sistema de enseñanza ejerció una influencia
"aplastante", por el gran tiempo que pasaban los alumnos fuera de
su familia, a partir de los estudio de nivel medio en escuelas
alejadas de sus hogares, en régimen internos y apoyados en
los medios masivos de divulgación y en las instituciones
culturales, todas empeñadas en formar a este "hombre
nuevo" de un alto compromiso con la sociedad y con una
débil relación con su familia, lo que se
convirtió en un problema que ha repercutido a largo
plazo.

Del Congreso surge como una necesidad el
Perfeccionamiento del Sistema Educacional como base para el
desarrollo acelerado de la "nueva sociedad".

Un año después, en abril de 1972, en la
clausura del II Congreso de la Unión de Jóvenes
Comunistas, Fidel Castro traza un conjunto de medidas concretas
para implementar este desarrollo educacional.

Entre los temas inmediatos a emprender señala, la
elevación de la calidad de la enseñanza en todos
los niveles; resolver los problemas de la repitencia en los
primeros grados y la deserción escolar entre los
adolescente; desarrollo de la enseñanza técnico
profesional y la superior.

También señaló como vital la
preparación masiva de maestros y profesores, así
como elevar el nivel de los maestros en ejercicio.

Desarrollar las escuelas de enseñanza media donde
se aplique el principio martiano de la vinculación del
estudio con el trabajo.

Impulsar un amplio plan de construcción de
escuelas para la enseñanza media, tecnológica,
centros de formación de maestros, escuelas especiales,
etc.

El Ministerio de Educación inicia los estudios
para desarrollar el Plan de Perfeccionamiento en el curso
1972-1973, cuyo objetivo era adecuar el sistema a las necesidades
de la sociedad con una base científico-técnica y
cultural moderna.

En noviembre de 1974 se aprueba el programa de estudios,
de implantación progresiva en el período 75-81. El
mismo establece la enseñanza general de 12 grados y
obligatoria hasta el 9no grado.

El sistema se subdivide en: Enseñanza Primaria,
Secundaria y Pre-Universitario, con los sub-sistemas de
Pre-Escolar, Enseñanza especial, Técnica
Profesional, Formación y Perfeccionamiento de personal
docente, Educación de Adultos y la Educación
Superior.

En el nuevo programa se le da un peso importante a las
ciencias con un 39,2 % del tiempo total de clase, las Humanidades
ocupaban el 36,6 % y el resto del tiempo en disciplinas
complementarias de formación, Educación Laboral,
Educación Física y Deporte.

Durante la década del 70 se experimenta un
crecimiento de la matrícula, principalmente en la
enseñanza media, en la que hubo una explosión, 520
mil alumnos en el curso 74-75 hasta 1 146 000 en el curso 80-81,
como resultado de la extensión de la enseñanza a
todo el país, los altos índices de
escolarización y retención escolar.

Para atender esta gran población escolar se crean
desde principios de la década las Escuelas Secundarias
Básicas en el Campo (ESBEC), ubicadas en el campo como
unidades docente-productivas en las que se aplicaba el principio
de estudio-trabajo.

Para la ESBEC se crea un módulo
arquitectónico prefabricado del sistema "Girón",
que se construye en pocos meses y que daba al alumnado y al
personal docente magníficas condiciones para desarrollar
su labor docente educativa, desarrollar la cultura, la
práctica del deporte y la jornada laboral en media
jornada. En el quinquenio 71-75 se construyeron 232 ESBEC y al
final de la década su número superaba las 900,
diseminadas en los planes agrícolas de todo el
país.

En estos centros se educaba el 40 % de los alumnos de la
enseñanza media y constituían la base de la
Revolución Educacional de este período que
pretendían dar a los jóvenes una educación
integral.

Para enfrentar este reto educativo se creó el
Destacamento Pedagógico "Manuel Ascunce
Doménech"(1972) a partir de un llamado hecho por Fidel
Castro a los estudiantes de 10º grado para formarse como
maestros de secundaria básica y simultanear el aprendizaje
en los centros pedagógicos con la práctica de la
enseñanza en las ESBEC bajo el principio de
estudio-trabajo.

El talón de Aquiles de este esfuerzo de
masificación de la enseñanza fue, la calidad de la
enseñanza, dada por el uso masivo e imprescindible, en
aquellas circunstancias, de profesores de poca experiencia, de
una base educacional endeble y, mucho más dañino,
el promocionismo[14]estimulado en dichas escuelas,
que creó una imagen falsa de la calidad de la
enseñanza y de la eficacia del método.

Pese a ello, el resultado de la aplicación del
programa de enseñanza basado en la combinación del
estudio y el trabajo resultó una positiva y novedosa
experiencia sobre lo que puede hacer un país pobre para
ponerse a la par de las naciones de más alto desarrollo en
la esfera de la educación.

La educación de adulto continuó siendo una
prioridad como continuidad de los esfuerzos del estado cubano por
elevar el nivel educacional de los más desfavorecidos. La
"Batalla por el sexto grado" dejó como saldo, 1 133 000
personas con ese nivel, hasta 1978, entre amas de casa, obreros y
campesinos.

En las aulas nocturnas había una matricula de 326
mil personas en el curso 71-72, cifra que alcanzó su pico
en el curso 76-77 con 701 mil alumnos para luego comenzar un
lógico y progresivo descenso que lleva la cifra hasta 277
mil en el curso 80-81, motivado por el perfeccionamiento de la
enseñanza que hacía decrecer el número de
adultos sub-escolarizados.

La Enseñanza Técnico Profesional
tenía 281 centros de estudios y 30 429 alumnos en 1971,
cifra que se elevó a 214 615 en el curso 79-80, esto unido
al Movimiento Juvenil que preparaba a los jóvenes que
abandonaban los estudios por causas diversas y que sumaron varios
miles, capacitó a un buen número de operarios,
obreros calificados y técnicos medios para la
economía nacional.

La Educación Artística se imparte en este
período en 49 instituciones (curso 73-74), con poco
más de 5 mil alumnos, destacándose la Escuela
nacional de Arte de Cubanacán con capacidad para 700
alumnos en las especialidades de música, artes
plásticas, teatro, danza moderna y ballet.

A partir del curso 74-75 entra en vigor el programa de
perfeccionamiento para ala enseñanza artística que
estipula la creación de tres niveles: Elemental, Medio y
Superior, con los correspondientes estudios especializados y
práctica profesional.

La formación de maestros es la base de estos
grandes avances educacionales que experimenta el país.
Primero con los conocimientos mínimos para enseñar
y poco a poco, por medio de los planes de perfeccionamiento
elevando el nivel académico de los docentes.

En 1970 el MINED elabora un programa especial para la
titulación de los maestros no graduados, que representaba
el 70 %, implementándose el Sistema Nacional de
Enseñanza Pedagógica.

En 1972 comienza la construcción de escuelas
Pedagógicas para la formación de maestros para la
enseñanza primaria que en 1976 ya alcanzaba la cifra de 25
centros con 35 mil alumnos.

A pesar de esos esfuerzos los maestros titulados eran
apenas el 45,2 % en 1975 y la necesidad de maestros y profesores
aumentaba.

En 1972 se crea el Destacamento Pedagógico
"Manuel Ascunce" con graduados de 10mo grado que simultaneaba el
estudio con el trabajo en las ESBEC. El primer contingente
contó con 4 300 miembros, cuya graduación se
produjo en 1976. En el período 1976-1980 el Destacamento
pedagógico graduó a 22 840 profesores para la
enseñanza media, lo que unidos a los maestros de primaria
hacen un total de 151 mil maestros y profesores graduados en esta
etapa.

A partir de 1978 comenzó el perfeccionamiento del
Destacamento Pedagógico, elevando el nivel de ingreso a
12mo grado, con un plazo de estudio de cuatro
años.

La Enseñanza Superior no quedó fuera de
este crecimiento dinámico, en el curso 71-72 su
matrícula era de 36 877 que a partir de ese curso entraban
a la Universidad por un sistema de cuota por carreras y
especialidades. De acuerdo con esta "cuotas" las carreras
tecnológicas recibían el 34 % de los ingresos,
medicina el 20 %, agropecuaria y pedagogía un 8 %
respectivamente y así iban bajando las cuotas en las otras
carreras que se estudiaban en Cuba. El objetivo era que los
estudios universitarios respondieran a las necesidades de la
sociedad y la economía del país.

En el quinquenio 71-75 se graduaron 21 243 profesionales
de los cuales un 29 % en medicina, 18 % en tecnología, 20
% en pedagogía y un 12 % en especialidades agropecuarias,
en un país de economía agrícola,
monoproductor y dependiente de la exportación del
azúcar.

En el curso 75-76 comenzó la
estructuración de la enseñanza superior en Cuba que
culminó con la creación del Ministerio de la
Enseñanza Superior (MES), con Fernando Vecino Alegret como
titular.

Al MES se le encargó la creación y
ejecución de una política única para la
formación de profesionales, la organización de las
investigaciones en los altos centros de estudio y la
enseñanza postgraduada en dichos centros.

Para el curso 77-78 existían en Cuba 27 centros
de educación superior con 124 973 estudiantes, al cierre
del período en 1980 la cifra de estos centros se elevaba a
32, que junto a las academias militares y la Escuela Superior de
PCC sumaban 39.

Como parte del perfeccionamiento de la enseñanza
universitaria y aplicando el principio de universalización
de la enseñanza se aprueba en el curso 79-80 la modalidad
de "enseñanza libre" para las carreras de Historia,
Derecho y Contabilidad, con el único requisito de poseer
el nivel escolar. En este primer curso matricularon 35 mil
alumnos.

Complementando el sistema de enseñanza se crea en
el país un costoso sistema de Campamentos y Palacios de
Pioneros, dirigidos por la Organización de Pionero
José Martí (OPJM), semejante a los que
existían en los países socialistas de Europa del
Este, en los que se pone énfasis en la enseñanza
artística y el desarrollo vocacional de niños y
adolescentes. Los mayores de estos centros fueron: el Palacio
Central de Pioneros, en el Parque Lenin, La Habana; la Ciudad de
los Pioneros "José Martí" en Tarará, La
Habana y el Campamento Internacional de Pioneros 26 de Julio, en
Varaderos. De ellos solo funciona como tal el Palacio de
Pionero.

El Ministerio de Cultura crea el Sistema de Casa de
Cultura, base del Movimiento de Artistas Aficionado, y que en
1979 ascendían a 82 en todo el país. En ellas se
desarrolla un programa de enseñanza artística y
literaria de forma masiva, creando cientos de grupos de
aficionados que mantenían una animada programación
en dichas instituciones y en las comunidades. La activa vida
cultural de la década del 70 se nutrió con estos
aficionados guiados por un claustro de instructores de arte, que
llevaron a muchos de estos artistas y grupos a descubrir y
desarrollar una carrera en el arte y la cultura, en medio de las
serias restricciones que la política cultural de aquellos
años hacían a la libertad de creación,
prohibiendo autores, obras y artistas, bajo el manto abarcador
del "diversionismo ideológico"

Un fuerte impulso recibe la creación de museos en
todo el país, ya no en base a las riquezas y el patrimonio
expropiado a la burguesía cubana, sino por la paciente
labor de los investigadores en el estudio de las historias
locales, la recopilación de evidencias patrimoniales de
las mismas y la colaboración del pueblo.

En diciembre de 1978 existían en Cuba 66 museos
en doce de las catorce provincias cifra que crecería a
partir de la promulgación de la Ley 23 de 1979 que
estipula la creación de un museo en cada Municipio. La
pasividad de la proyección trabajo por consecuencia el
surgimiento de muchos museos con pequeñas colecciones,
apoyadas en un guión museológico homogéneo
basada en la lectura oficial de la historia de Cuba, en el que
poco se veía la Historia Local.

En la década se institucionaliza el cuidado de
Patrimonio Nacional a través de la Ley 2 de 1977, sobre
los Monumentos Nacionales y Locales, en enero de 1978 se crea la
Comisión Nacional de Monumentos, con la misión de
proteger el patrimonio nacional. El 10 de octubre de ese mismo
año se da a conocer la primera lista de 57 Monumentos
Nacionales de todo el país.

La red nacional de biblioteca contaba en 1978 con 142
bibliotecas públicas y más de 2 millones de
volúmenes, asesoradas por la Biblioteca Nacional
José Martí, que orienta y actualiza las formas de
catalogación bibliográfica, la conservación
y el incremento de las colecciones.

Paralelo a esta red el Ministerio de Educación
crea su propio sistema de bibliotecas escolares con 1500 de ellas
en 1978, su objetivo era el servicio escolar y el fomento de
hábitos de lecturas entre niños y
jóvenes.

El Ministerio de Educación Superior tiene en sus
instituciones bibliotecas de sólidas colecciones que
responden a las necesidades docentes e investigativas de sus
profesores y estudiantes, las más importantes radicaban en
las Universidades de La Habana, Santiago de Cuba y Santa
Clara.

La Revolución Cubana iniciada en 1959 reafirma en
esta década su voluntad de transformar de raíz a la
sociedad cubana, en muchos casos rompiendo con una
tradición cultural y académica que luego hubo que
retomar para reencontrarnos como sociedad y pueblo y teniendo
como logro mayor e inobjetable el desarrollo de una
educación masiva basada en la tradición de la
enseñanza cubana y enriquecida por el acervo cultural de
la humanidad, a veces matizado, politizado y sobre la base de
esquemas que irán cambiando paulatinamente.

Libros para
todos

Con la revolución educacional de los 70 el libro
en Cuba adquirió una fuerte demanda, tanto para la
educación como para la cultura en general. El libro se
hizo base del desarrollo cultural cubano con tiradas millonarias,
su calidad de diseño y su bajo costo.

Tras el I Congreso de Educación y Cultura la
prioridad en la producción poligráfica se puso en
los libros para la enseñanza, que representaban el 50 % de
la producción, distribuidos en forma gratuita a millones
de estudiantes de todos los niveles.

También la producción comercial de libros
elevó sus cantidades, priorizándose la
reimpresión de los clásicos cubanos y universales
de la literatura; los libros de divulgación
científica, los libros de historia y de temas
políticos, que junto a una gran variedad de otros temas,
hicieron de este el período más floreciente en la
producción editorial cubana.

Estos libros se pusieron a la venta con precios muy
bajos lo que permite hablar de una popularización del
libro y un crecimiento del nivel de lectura de la
población.

"En los libros que se imprimen en el Instituto del
Libro, la primera prioridad la deben tener los libros para la
educación, la segunda prioridad la deben tener los libros
para la educación y la tercera prioridad la deben tener
los libros para la
educación"[15]

Junto con la producción de libros nacionales
también se importan grandes cantidades, principalmente de
la Unión Soviética y el Campo Socialista, de
temáticas educacionales, infantiles, juveniles,
científico-técnica y
político-sociales.

En 1972 Cuba organizó un amplio programa para
sumarse al "Año Internacional del Libro", proclamado por
la UNESCO, organizando un Plan masivo de Lectura, cuya iniciativa
parte del Congreso Nacional de Educación y Cultura,
creando más de quinientos círculos de lecturas en
todo el país, con el fin de fomentar el hábito de
la lectura.

Para cerrar el Año Internacional del Libro se
organizó en La Habana el I Forum sobre Literatura Infantil
y Juvenil, con la presencia de 140 delegados y 27 ponentes.
Tratando temas como la influencia de la literatura en las nuevas
generaciones, la acción del maestro en la formación
de la sensibilidad estética del los educandos, el acceso
de los niños a las bibliotecas y la atención del
joven campesino.

El Instituto Cubano del Libro creado en 1967 se
desenvolvió como organismo rector de esta esfera hasta
1977. En ese año se crearon ocho editoriales como empresa
independientes y en 1979 vueltas a reagrupar en dos empresas: una
dedicada a los libros para la educación y la otra para el
resto de la producción poligráfica.

En 1977 el número de editoriales del MINCULT era
de siete: "Pueblo y Educación",
"Científico-Técnica", "Ciencias Sociales", Arte y
Literatura", "Orbe", "Gente" y "Oriente". En 1978 se incorpora
"Letras Cubanas" que tenía como objetivo la
producción de literatura cubana, tanto clásica,
como contemporánea; y "Gente Nueva" para las
temática infantiles y juveniles.

Otras tres editoriales complementan el sistema editorial
cubano: "UNION" de la UNEAC, "CASA" de la institución Casa
de las Américas y la Editora Política" del CC
Central del PCC.

En 1980 se crea la "Editora Abril" de la Unión de
Jóvenes Comunistas que agrupa las revistas de
temáticas juveniles y la edición de libros del
mismo perfil.

Durante la década la producción en
volúmenes y en número de títulos
creció de 19 893 000 ejemplares y 883 títulos, a 42
627 300 ejemplares con 1143 títulos en 1980, con un pico
de 48 646 200 y 944 títulos en
1975.[16]

Semejante esfuerzo no hubiera sido posible sin la
colaboración técnica de los países
socialistas europeos, que elevaron la calificación de los
obreros gráficos cubanos e introdujeron nuevas
tecnologías que permitieron elevar la capacidad y calidad
de la poligrafía cubana.

La máxima expresión de lo anterior fueron
los poligráficos, "Federico Engels", en La Habana (1972) y
"Juan Marinello", de Guantánamo (1977), ambas con la mejor
tecnología del momento y un alto volumen de
producción.

Durante este período está vigente el no
reconocimiento del "Derecho de Autor", como forma de
contrarrestar la negativa de autorización de muchas
editoriales extranjeras para imprimir en Cuba, libros necesarios
para la educación y la cultura popular. Esto dio lugar a
las publicaciones de las Ediciones Revolucionarias, sin
ánimo de lucro y a la renuncia de los derechos de autor de
los creadores cubanos.

Mejoradas las tensiones políticas, en 1977 se
restablece el Derecho de Autor en Cuba y se crea el Centro
Nacional de Derecho de Autor (CENDA), adjunto al
MINCULT.

Periódicos
y Revista

En la década de los 70s se hace más
evidente en la prensa cubana, su tendencia al monolitismo
ideológico, sin matices, empobrecedora del lenguaje y
cerrada en sí misma, como reflejo de todos los medios de
comunicación del momento: la noticia centralizada y
autorizada, los comentarios triunfalistas y
exaltadores.

Los periódicos nacionales son, "Granma",
órgano del CC del partido; "Juventud Rebelde",
órgano de la UJC y "Trabajadores", órgano de la
Central de Trabajadores de Cuba (CTC), fundado en
1970.

La revista "Bohemia", decana del medio, mantiene su
popularidad, por su variedad de tema, su ligera mirada al mundo
más allá de las guerras y los conflictos
ideológicos, a más de la calidad de sus periodistas
y colaboradores; junto a "Verde Olivo" (FAR) y "Mujeres" (FMC),
sectoriales estas dos últimas, completan las revistas de
mayor tirada y aceptación en la
población.

Se editan numerosas revistas especializadas en arte,
literatura y cultura en general, entre las más
prestigiosas por su calidad están: Revolución y
Cultura, Unión, Casa, La Gaceta de Cuba, Caimán
Barbudo, Universidad de La Habana, Isla, Signo, etc., todas
fundada en la década de los 60 pero imprescindible para
conocer la vida artística, literaria y académica de
este período. A ellas se une "L/L" y "Santiago" creadas en
1970 por el Instituto de Literatura y Lingüística y
la Universidad de Oriente, respectivamente. En 1971 aparece la
revista "Educación" del MINED, con frecuencia trimestral y
especializada en temas pedagógicos. La Agencia Prensa
Latina comienza publicar la revista "Prisma", de regularidad
mensual, de información general y un diseño e
impresión de mucha calidad.

La historia cultural y social de Cuba durante este
período fuera de los procesos transformadores que
apoyó la mayor parte del pueblo, apenas fueron reflejados
por estas publicaciones, el ensayo y los artículos de
fondo o con temas históricos, tendía una mirada al
pasado, "bien atrás" del país, con aportes
significativos, en muchos casos parcializados, y tuvimos que
esperar más de veinte años, para discutir los
graves problemas de dogmatismo, intolerancia y falta de libertad
que caracterizaron este período de
institucionalización, que dejó a un lado el
romanticismo de los sueños, para imponer una sociedad
"gris" y chata que aún está por
estudiar.

Escribiendo a
pesar de todo

Los años 70s son un controvertido período
para la literatura cubana dadas las presiones ideológicas
que recibió el escritor cubano por el sistema establecido,
contrastante con el reconocimiento social de importantes figuras
ya clásicas en la literatura insular, como son los caso de
Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Onelio Jorge
Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Mirta Aguirre, Dora
Alonso y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Algunos
ya no en su mejor momento creativo, pero si aportando al
"compromiso social", lo mejor de su oficio y
magisterio.

Por otro lado la implantación de una
política cultural rígida, intolerante y dirigista,
llevó a la marginación callada de otros importantes
creadores como José Lezama Lima, Cintio Vitier, Eliseo
Diego, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat,
César López, Lina de Feria y Virgilio
Piñeras, entre otros, que dejaron de ser publicados y
aunque no prohibidos oficialmente sufrieron una
marginación evidente y humillante durante esta
década "gris". A pesar de esto permanecieron en Cuba y
continuaron creando.

La literatura de compromiso social, no solo se
privilegió, sino que casi se impuso como único modo
de hacer literatura en un entorno donde proliferaron los autores
menores, que aprovecharon bien su momento de oportunidad para
cantar, rasgarse las túnicas y ser acosadores de los que
se "marginaban" o "hacían una literatura de élite
alejados del pueblo", muchos de ellos traicionaron las ideas que
defendieron o se perdieron en la mediocridad del
tiempo.

El "Quinquenio Gris"[17], como lo
bautizó Ambrosio Fornet a esta etapa de la historia
cultural de Cuba dejó en la literatura una huella de
mediocridad evidente que se ve reflejada en muchas de las obras
publicadas en este período.

El testimonio es el género más difundido
en estos años, con una calidad desigual, desde la
elaborada literatura a la simple crónica de hechos; de lo
realmente trascendente al panfleto, casi informe
burocrático.

Con la Revolución el testimonio alcanza
categoría de género, necesario para rescatar el
pasado y para darle voz a la "gente sin historia". El
estímulo le vino con la convocatoria a los concursos
literarios, comenzando con el prestigioso "Casa de las
Américas" en 1970 y el "26 de Julio" del MINFAR en
1971.

"Sirvió como ningún género a la
propaganda revolucionaria y en bastantes ocasiones el contenido
superó a la forma"[18]

Incursionan en el género por igual, protagonistas
de los hechos, historiadores, periodistas y escritores
profesionales, motivados en buena parte por el apoyo oficial que
recibía el género y la rápida
publicación de las obras.

La épica revolucionaria de la insurrección
y los primeros años de la Revolución, acaparan la
atención temática del testimonio: "La batalla del
Jigüe" (1971) de José Quevedo; "El punto rojo de mi
colimador" (1974) de Álvaro Prendes; "Aquí se habla
de combatientes y bandidos" (1975) de Raúl González
del Cascorro; "Bajando del Escambray" (1976) de Enrique
Rodríguez Loechez; "Tiempo de Revolución" (1976) de
Quintín Pino Machado y "¡Compañía
atención!" (1976) de Héctor Zumbado y Arnoldo
Tacoronte, son ejemplos de ello.[19]

Un interesante conjunto de testimonios sobre la lucha
clandestina en Santiago de Cuba fue recogido la revista Santiago
en 1975[20]y fue una muestra de
recopilación de datos y opiniones para los historiadores,
pero nada más.

Otros temas tratados por el testimonio fueron los
cambios sociales propiciados por el proceso revolucionario, un
ejemplo lo fue "Lengua de pájaro" (1971) de Nancy
Morejón y Carmen Gonce, sobre la historia del pueblo
minero de Nicaro en Holguín, modo de adaptarse a los
cambios y de serviciar, poniendo el oficio en función de
la ideología.

"MINAZ-608: coloquio en el despegue" (1973) de Roberto
Branley, es un ¡testimonio por encargo! sobre la zafra
azucarera, producto del ¡convenio de la UNEAC y el
Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido!
Abiertamente burocrático y ejemplo de lo que se esperaba
de la cultura al servicio de los intereses del estado.

Enrique Cirules aborda en "Conversación con el
último norteamericano" (1972), el tema de la
composición del etno cubano en el siglo XX, en tanto
Rigoberto Cruz aborda en dos obras el pasado pre-revolucionario
de la sociedad cubana: "Muy buenas noches señoras y
señores" (1972) sobre los avatares de una familia de
cirqueros en la Cuba de la Republica burguesa y
"Guantánamo Bay" (1977), acerca de la prostitución
en la zona de Guantánamo y su vinculación con la
Basa Naval de los Estados Unidos., en el que su autor acude a los
testimonios múltiples para reconstruir una realidad
histórica. Obras aportadoras a la reconstrucción
del hombre sin historia, aunque la objetividad queda
parcializada.

"El testimonio cubano es ante todo literatura de
servicio que en la década del 70 fue potenciado e
impulsado por los Concursos literarios del país y las
autoridades que vieron en el género una forma de hacer
"realismo socialista" aún sin
nombrarlo."[21]

Otro género potenciado por la "política
cultural" de estos años fue la literatura policial y de
espionaje, tenidos por mucho como género menor y parte de
la cultura de masas burguesa.

La falta de una tradición en este género
no fue óbice para quienes diseñaron impulsar el
mismo como forma de dar a conocer el enfrentamiento exitoso de la
Revolución Cubana y sus órganos policiales y de
seguridad a los enemigos políticos, los agentes
extranjeros y la delincuencia común, no solo en la
narrativa sino en otros medios como el cine, la radio, la
televisión y el cine, lo que marca todo este
período.

Fue el Ministerio del Interior (MININT) quien
impulsó esta literatura con su concurso "Aniversario del
triunfo de la Revolución" convocado des 1971 hasta la
actualidad y su revista "Moncada" donde se comenzaron a publicar
estos relatos y cuentos.

El estímulo de publicación atrae hacia la
literatura policial a escritores y protagonistas de los hechos,
que cuentan desde la perspectiva de la Revolución, aunque
no siempre la calidad estética acompañó el
empeño.

El boom del policíaco cubano parte de la vieja
fórmula del policial norteamericano, con
transposición maniqueísta y facilista a la nueva
realidad cubana. Los personajes divididos en "buenos" y "malos";
"honestos y perfectos revolucionarios" frente a "delincuentes
contrarrevolucionarios casi siempre deformados por ser lacras del
pasado".

El resultado fue una literatura de poca
elaboración, reproducidas en grandes tiradas, para un
lector que gusta del género, solo que ahora cambia de
sentido ideológico.

"Enigma para un domingo" (1971), novela de Ignacio
Cárdenas Acuña, inicia el auge del policial cubano.
Muy cercana al modelo de la "novela negra norteamericana", con
detective incluido y su individualismo deductivo como forma de
tránsito.

Las obras que le continúan sustituyen el
héroe individual por el colectivismo, que va desde la
organización policíaca a los CDR. Esa
transición se muestra en los cuentos de Armando
Cristóbal, "La ronda de los rubíes" (1973) y "El
cuarto círculo" (1976) de Guillermo Rodríguez
Rivera y Luis Rogelio Nogueras.

Sobresaliente novelista policial lo fue desde su debut
el uruguayo radicado en Cuba, Daniel Chavarría, "Joy"
(1977), quien junto a Nogueras y Guillermo Rivera, forman parte
del reducido grupo que dan un tratamiento literario más
marcado a este género, por sus búsquedas constantes
y los procedimientos narrativos novedosos.

Otra de las figuras destacadas del policial cubano lo
fue Rodolfo Pérez Valero, que se da a conocer con "No es
tiempo de ceremonia" (1974) y los libros de cuento, "Para vivir
más de una vida" (1976) y "Ahora se cuidan las semillas"
(1976). Valero domina la técnica literaria y el lenguaje,
con un delicado humor en medio de una generalidad de relatos
lineales y de poca elaboración, que desarrolla la trama
sin más disquisiciones que la retórica.

Otros libros y autores del policial cubano de los 70s
fueron: "Pruebe usted ese crimen teniente" (1973) de Ignacio
Cárdenas Acuña; "Colmillo de Jabalí" (1973)
y "El Lagarto" (1973) de Nancy Robinson; "Veredicto, culpable"
(1975) y "Un caso de archivo" (1975) de Armando Cristóbal
y "A la luz pública" y "Triángulo en el hoyo ocho"
(1978) de Luis Adrián Betancourt.

La narrativa de espionaje aparece un poco después
que la policial, inaugurada con "Los hombres color del silencio"
(1975) de Alberto Molina y continuada por autores como Armando
Cristóbal, Díaz Valero, Francisco Alderete y Luis
Rogelio Nogueras.

El saldo de la narrativa policial cubana es desigual,
por un lado se publicaron cientos de títulos que dieron la
impresión de un género arraigado, cuando en
realidad no hubo decantación, en tanto la calidad media
era baja con obras que no se alejan mucho de la memoria
policíaca.

La literatura policial como el testimonio, fueron
géneros coyunturales y aupados por el apoyo oficial, a los
que se sumaron gente con oficio que hizo alguna obra digna y los
oportunistas de siempre con mediocridades que no resisten el paso
del tiempo.

Dentro de este boom cubano por el género
policial, el delito "(…) más que u atentado a la
moral, es un reto a la nueva sociedad, de ahí que en gran
parte de las novelas se vincule la delincuencia común a la
contrarrevolución"[22]

"Usado y abusado se ha –en la literatura policial-
de los argumentos tremendistas y facilistas que se alargan
demasiado, de un lenguaje descuidado, del maniqueísmo de
los personajes que predominaron en la década del 70 en
cuentos y novelas"[23]

La obra poética de la primera parte de la
década del 70 está marcada por la política
cultural trazada por el Primer Congreso de Educación y
Cultura en 1971 y la limitación de publicar a los mejores
poetas del conversacionalismo cubano, dejando en el silencio
editorial a poetas como César López, Pablo Armando
Fernández, Rafael Alcides, Antón Arrufat, Heberto
Padilla, Belkis Cuza y otros importantes creadores, provocando lo
que algunos críticos llaman un vacío
creativo[24]que coincide con este período
de tenciones conocido como "quinquenio gris" y del que se fue
saliendo poco a poco. "(…) El conversacionalismo cubano no
dio el salto hacia la trascendencia y su desarrollo quedó
estancado en 1971."[25]

Poco a poco va surgiendo una nueva hornada de poetas,
menos coloquiales, conocidos como la "segunda generación
del Caimán Barbudo", cuyas características grupales
pueden resumirse en la exploración de nuevos temas, mayor
apertura a la realidad, búsqueda de la individualidad y un
mayor trabajo con la metáfora que sustituye la
retórica cruda de sus antecesores. Forman parte de esta
generación, Marilín Bobes, Raúl
Hernández Novas, Aramís Quintero, Abilio
Estévez, Yoel Mesa, Luis Llorente y Reina María
Rodríguez, entre otros.[26]

Luis Rogelio Nogueras publica en 1976 su poemario, "Las
quince vidas del caminante", libro de madurez poética con
poesías basadas en fabulaciones que deja entrever al
narrador que también es su autor. Poesía de
sabiduría y oficio que lo conceptúa entre los
mejores poetas cubanos.[27]

A finales de los 70 se da a conocer un nuevo grupo de
jóvenes poetas que abandonan definitivamente los temas
explícitos para ahondar en sí mismo y abordar la
realidad de forma personal. De este grupo forman parte, Alberto
Serret, Roberto Méndez, Osvaldo Sánchez y
Ramón Fernández Larrea.

"Detrás de ellos estaba el vacío del
Quinquenio Gris, el predominio de criterios dogmatizantes en
amplias zonas de la cultura y en general en la ideología
del país y que provocó que cerca de una veintena de
los más importantes poetas cubanos vivos dejaran de ser
publicados en libros y revistas y que primara una preceptiva
reductora que a la vez que se ejercía sobre la literatura
y su tradición, imponía modos y deberes a los
autores emergentes"[28]

La década es fructífera para los poetas
establecidos, se publican poemarios de Nicolás
Guillén, Eliseo Diego, Félix Pita Rodríguez,
Angel Augier, Samuel Feijoo, Jesús Orta Ruiz, Raúl
Ferrer, Fayad Jamís, Roberto Fernández Retamar,
Pedro de Oráa, Luis Marré, Luis Suardiaz, David
Cherician y Roberto Branly, con obras de madurez y oficio que no
pudieron ocultar la realidad de intolerancia y dirigismo que
caracterizaron esta década.

Mención aparte para el poemario "Alrededor del
punto" (1971) de Adolfo Martí, que inicia un momento
renovador para la décima y las formas clásicas de
la poesía en general. Tras sus huellas aparecen poetas que
manejan la décima como modo de expresión,
Efraín Monciego, Anilcis Arévalos, Waldo
González y Osvaldo Navarro.

Fuera de Cuba un joven cubano inicia una carrera
poética en otro ambiente cultural, pero manteniendo vasos
comunicantes con la cultura cubana. Es José Koser (1940),
nacido en La Habana, de origen judío y radicado en los
Estados Unidos. Publica su primera obra en 1972, "Padres y otras
profesiones" al cual seguirán otros cuadernos en la
década y posterior.

Su poesía es intensa, experimental e indagadora
en los recuerdos de su infancia y de su patria, escritas en
español. Su gran cultura y el hecho de moverse entre
múltiples influencias hacen de su obra una de las
más interesantes de la literatura contemporánea en
nuestro idioma.

En la novela los temas épicos van dando paso a
las problemáticas de la construcción del socialismo
que tiene en Manuel Cofiño su más importante
exponente. "La última mujer y el próximo combate"
(1971), su primera novela[29]presenta personajes
marginales o inadaptados que tratan de vivir en la nueva realidad
social del país, sumarse a la obra de construcción
de la nueva realidad que los favorece pero le exige cambios,
incondicionalidad y sacrificios espirituales, que el autor
resuelve de modo ideal con su asimilación al "futuro
luminoso".

La forma de escribir de Cofiño lo acercan a las
tendencias del realismo socialista, pero fluidez y belleza al
narrar situaciones con ligera influencia del realismo
mágico latinoamericano. Lenguaje claro y lineal que lo
llevan a convertirse en el narrador más leído de la
década.

Junto a sus novelas, sobresalen sus cuentos para adultos
y para niños, enmarcados dentro de una obra de compromiso
social con la Revolución. Realismo bello y necesario para
reflejar los cambios en el andamiaje social cubano, que
Cofiño asume de modo militante, para hablar del hombre
frente a los problemas de la construcción del socialismo,
como ente cambiante ante las transformaciones sociales y las
presiones ideológicas, resaltando su conducta ante esos
cambios, pero exaltando su protagonismo como parte de la
sociedad, supeditando su individualidad.

Otros creadores siguieron otros derroteros
estilísticos y metodológicos, creando una fecunda
controversia en la que el apoyo oficial era evidente por el
realismo reflejo social, frente a otras formas
creativas.

Otros libros suyos en este período fueron:
"Cuando la sangre se parece al fuego" (Novela, 1975), "Para leer
mañana" (Noveleta, 1976), "Un día el sol es juez"
(Cuentos, 1976) y "Un pedazo de mar y una ventana" (Cuentos,
1979)

En la segunda mitad de los 70s aparece un nuevo grupo de
escritores que recrean ideas y temas ya explorados pero a
través de nuevas perspectivas. Manuel Pereira y su novela,
"El Comandante Veneno" (1977), será el que marque la
presencia de estos jóvenes. Su novela tuvo muy buena
acogida de la crítica por el abordaje novedoso de un tema
como la Campaña de Alfabetización, 1961, ya tratado
por otros autores. Otros novelistas de este grupo lo fueron,
Raúl García Dobaño, Omar González y
Alfredo Antonio Fernández.

Dentro de las novelas publicadas en esta etapa aparecen
obras que retoman la tradición histórica del pueblo
cubano, para presentar obras de dispares facturas, tales son los
casos de, "Por el rastro de los libertadores" (1973), de Alfredo
Reyes Trejo y "De Peña Pobre" (1979), la única
novela de Cintio Vitier. Otra novela de mucho interés es,
"Brumario" (1980) de Miguel Cossío, enfocada a reflejar la
situación del hombre en medio de los cambios sociales que
se producen en Cuba.

Un notable narrador de este período lo fue David
Buzzi, que alcanza una plenitud creadora en esta etapa, sus temas
giran alrededor de la Revolución y dentro de ella los
temas de la mujer en su búsqueda de la igualdad, algo que
se hace recurrente en su obra. De este período son,
"Caudillo de difuntos" (1975), novela; "Viejas historias para un
mundo nuevo" (1976), cuento; "El juicio final" (1977) y "Cuando
todo cae del cielo" (1978), ambas
novelas.[30]

Soler Puig da a conocer, "El pan dormido" (1975),
caracterizada por las búsquedas formales y
estéticas dentro del realismo. Se muestra dueño de
sus recursos narrativos y con mirada abarcadora retoma la
temática de una familia de clase media en Santiago de
Cuba, antes de 1959. Muchos críticos la consideran su obra
más acabada. Un año después publica "El
caserón" que no llega a la altura de la primera y con una
línea temática similar de análisis de la
sociedad pre-revolucionaria.

"Independiente del término que se utilice
más allá de una denominación absoluta
(…), es notorio que en la década del 70 puede
comprobarse el arribo a una perspectiva cuantitativamente
superior en la recreación de la realidad revolucionaria,
lo cual no implica necesariamente el surgimiento de obras
más logradas en su facturación
artística"[31]

Alejo Carpentier está en su momento de
consagración como la principal figura del neo-barroco
latinoamericano, en 1974 publica, "El recurso del método"
y "Concierto barroco". La primera se une al ciclo de las novelas
dedicadas a los dictadores latinoamericanos, con lenguaje
más claro y lineal que lo habitual en su obra.

La crítica considera que al abandonar su estilo
consagratorio, el novelista se desarmoniza y que su densidad
culterana deja paso a la retórica comprometida y que solo
el oficio salva una obra como esta.

Mucho más notable y dentro de su estética
narrativa es "Concierto barroco" en el que despliega la densidad
de su amplia cultura y su lenguaje de claro-oscuro, un compendio
de la sonoridad universal resumida en América Latina, la
tierra de la fragua, de los asombros y de lo "real
maravilloso".

Cerrando la década Carpentier publica dos nuevas
novelas dentro de su "nuevo estilo" "La consagración de la
primavera" (1978), novela autobiográfica, la más
política y de mayor compromiso político social; y
"El arpa y la sombra" (1979) en la que desmitifica con oficio el
mito de Cristóbal Colón.

En esta década aparece de forma póstuma la
novela inconclusa de José Lezama Lima, "Oppiano Licario"
(1977), que continúa dentro de la dimensión
artística y la experiencia poética del autor, como
parte de un proyecto mayor titulado
"Inferno"[32]

Dentro de la densidad lingüística del
neo-barroco trabaja Severo Sarduy, cubano radicado en
París. En 1972 publica "Cobra", novela experimental y
simbólica, de una compleja estructura, en la que su trama
es un pretexto para el lúbrico devenir de la palabra. Con
ella el autor anda en busca de su identidad extraviada, lejos y
cerca a la vez, unida a las nociones de su isla y a las nuevas
experiencias culturales que alimentan su creación. Dentro
de similares parámetros está su segunda novela,
"Maitreya" (1974).[33]

Otro narrador cubano emigrado, el controvertido
Guillermo Cabrera Infante, escribe tres libros que
continúan el tema habanero de su primer libro. Es una
vuelta a lo mismo, obsesionado por un pasado que no lo abandona.
La misma añoranza, pero no de la patria esencial, sino del
mundo que barrió la Revolución. A pesar suyo lo
popular está en sus juegos de palabras, sus refranes
tergiversados y la amargura de la desesperanza y desarraigo.
Estos tres libros fueron, "Así en la paz como en la
guerra" (1974), "Vista del amanecer en el trópico" (1974)
y "La Habana para un infante difunto" (1979)

La épica revolucionaria ocupa un lugar importante
en la temática de la cuentística y la narrativa
cubana en general durante este período, escrita por
creadores que continúan la tradición iniciada en la
década de los 60s: Enrique Cirules y su
compilación, "Los perseguidos" (1971); Noel Navarro, "La
huella del pulgar"(1972); Joel James, "Los testigos" (1972);
Sergio Chaple, "Hacia una luz más pura" (1972); Gustavo
Eguren, "Los lagartos no comen queso" (1975) y Antonio Grillo
Longoria, "¿Qué color tiene el infierno?" (1975),
entre otros, son un muestrario de esta narrativa que tiene como
gran tema el enfrentamiento del pueblo y el estado revolucionario
contra los grupos de alzados y organizaciones clandestinas que
apoyados por los Estados Unidos tratan de revertir el proceso de
cambios en Cuba.

En medio de este panorama se produce la llegada de un
nuevo grupo de cuentistas, que partiendo de estos mismos temas,
ya no acuden a la épica, sino al lenguaje más
cotidiano para contar sobre la nueva realidad. El mundo y la
gente alcanza con ellos nuevos matices, se enriquecen los
personajes y se complejizan los conflictos. Encabezan esta nueva
promoción, Rafael Soler (1940-1980), autor de dos libros
de cuento que marcan un giro en este género entre
nosotros: "Campamento de artillería" (1975) y el
memorable, "Noche de fósforos" (1976), este último
anunciador de un creador con oficio y calidad truncado por la
muerte que le sorprende aún muy joven.

"Soler concentra sus esfuerzos en el aspecto
estilístico. Su prosa no es imaginativa,
metafórica, sino desnuda, seca, más próxima
a la de ciertos narradores norteamericanos
contemporáneos"[34]

De esta generación son Mirta Yañez, "Todos
los negros tomamos café" (1976); Rosa Ileana Bidet,
"Alánimo-Alánimo" (1977); Omar González,
"Nosotros los felices" (1978) y "Al encuentro" (1978);
José H. Rivero, "En el último instante" (1977) y
"De las cenizas a los tomeguines" (1976); Alberto Batista Reyes,
"Uno de los mil días" (1976) y "Once mandamientos" (1977)
y José H. Barbán, "Las huellas de un camino"
(1975).[35]

Eduardo Heras León publica "Acero" (1977)
recopilación de cuentos sobre temas de los trabajadores
fabriles, que escapan al molde del realismo socialista al tratar
al hombre en la ambivalencia de las circunstancias sociales de la
Cuba Socialista, su obra marca una pauta para la literatura
cubana en revolución.

Párrafo a parte para un controvertido prosista de
este período Jesús
Díaz[36]quien desde mediados del los 60, se
presenta con "Los años duros", paradigma de esta
cuentística épica de la Revolución, a
más de liderar al grupo de los más radicales
escritores de izquierda, cuya influencia fue muy importante en el
giro de intolerancia de la política cultural de la
Revolución en aquellos años. De este período
son sus libros, "De la patria y el exilio" (1978) y "Canto de
amor y de guerra" (1979) continuadores de esta línea
épica de sus inicios, visión reforzada por
"(…) un tono más o menos violento e iconoclasta
en el discurso narrativo y una remisión más o menos
directa a los conflicto del individuo con su
época"[37]

En 1987 se publica en La Habana la novela, "Las
iniciales de la tierra" de Jesús Díaz, novela de
este período de los 70s, engaveta por su autor dada la
"inconveniencia de sus dudas" reflejadas en el personajes de su
obra, moviéndose en el vórtice del proceso de estos
años. Esta novela, de fuerte repercusión entre los
intelectuales en el momento de su aparición,
"(…) ha dejado en un punto de suspenso el sentido de
toda su obra"[38]

Senel Paz obtiene en 1979 el Premio David de la UNEAC
con un libro que será preámbulo a la narrativa
intimista de lo cotidiano, predominante en los años 80s,
"El niño aquel". La historia esta vez recontada desde la
óptica de un niño con el consiguiente encanto
mágico de su fantasía, no es una visión
inocente sino una mirada al pasado reciente esteriotipado y
deslumbrador.

Un narrador humorístico de estilo sui
géneris lo fue Héctor Zumbado creador de cuentos y
viñetas que pone el dedo en la yaga sobre los problemas e
imperfecciones de la nueva sociedad, que muchos achacan a los
"rezagos del pasado", cuando en realidad se deben a nuevos males
que asoman, la incompetencia, el burocratismo, el dirigismo y
otras etc., que harían largo el recuento. Publicadas en el
periódico Juventud Rebelde este humor costumbrista aparece
recogido en libros como: "Limonada Joe" (1979) y "Reflexiones"
(1980).

Continuador de una tradición que se remonta al
siglo XIX, Zumbado la emprende contra lo mal hecho en el plano de
las costumbres sociales, las actividades de los servicios y
especialmente en las gastronómicas, en una quijotesca
cruzada que enfrente los problemas y defectos de la sociedad
cubana.

La narrativa de lo fantástico y la ciencia
ficción ya tiene desde décadas anteriores una
tradición arraigada que continua ahora con Oscar Hurtado y
su libro, "La ciudad de Korad" y "¿A dónde van los
cefalópodos?", en colaboración con el padre de este
género entre nosotros Ángel Arango, quien
también dio a conocer dos libros de relatos
fastáticos, "El fin del caos llega quietamente" (1971) y
"Las criaturas".

La ciencia ficción dada con ciertos tonos de
humor está presente en el relato de prosa reflexiva y
poética de Miguel Collazo, "El Arco de Belén", en
tanto Daina Chaviano, "los mundos que amo" (1979), Agustín
Rojas, "Espiral" (1980) y Félix Lizarraga, "Beatrice"
(1980), completan el panorama de esta temática narrativa
en Cuba.

La literatura teatral desanda por este período de
presión y compromiso en el que se proliferan los grupos de
creación colectiva que hacen básicamente un teatro
sociológico creando obras que tiene como base una
investigación de campo basada en los testimonio. El Grupo
escambray es el paradigma de este estilo creativo que tiene una
función didáctico-ideológica por encima de
cualquier otra consideración estética y
dramática.

Se escriben obras basadas en estas investigaciones
sociológicas en las comunidades donde están
asentados los grupos y enriquecidas por la participación
activa del público en inter relación con los
actores. "La vitrina" (1971) de Albio Paz inicia esta nueva forma
de teatro-testimonio de gran inmediatez, tras la cual surgen
otras similares, "El paraíso recobrado" (1973) y "El
rentista" (1974), del mismo autor del grupo Escambray.

Otros miembro del grupo Escambray escriben para este
teatro: Gilda Hernández escribe "El juicio" (1973);
"Ramona", "Los novios" y "La Emboscada" son de la autoría
de Roberto Orihuela y Sergio González con "Las
provisiones" (1975), completan un repertorio teatral que hizo
historia.

Raúl Pomares escribe para el cabildo Teatral de
Santiago de Cuba dos obras que abordan temas históricos
desde la óptica del teatro popular de relaciones: "El 23
se rompe el corojo", basada en la protesta de Baraguá de
los orientales con Antonio Maceo al frente y el clásico,
"De cómo Santiago Apóstol puso sus pies en la
tierra" (1974), basado en las tradiciones folklóricas de
la zona oriental del país.

Se escribe para el teatro de sala utilizando temas de la
problemática del tránsito hacia el socialismo, los
conflictos entre lo nuevo y lo viejo, el mundo obrero y la
tradición histórica nacional.

Freddy Artiles maneja los temas generados por el
período de transición socialista, "Adriana en dos
tiempos" (1971), "De dos en dos" (1975) y "Vivimos en la ciudad"
(1980).

El tema de la marginalidad lo trata Abraham
Rodríguez en su pieza, "Andoba", controvertida y dura al
presentar una zona de la realidad a la que mucho no quería
ni mirar y la daban por superada.

Los temas históricos son tratados de forma amplia
y en ocasiones de forma indiscriminada, en discursos
retóricos que se convierten en presentaciones de estampas
de hechos vistos con la retórica de la política del
momento. "Los profanadores", de Gerardo Fullera León,
sobre los hechos del 27 de noviembre de 1871, que provocó
el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina por el
régimen colonial español; "La casa de los
marineros" de Ignacio Gutiérrez, acerca de la toma de La
Habana por los ingleses en 1762.

La lucha insurrecional contra Batista es abordada por
Justo Esteban Estebanell en la obra, "Santiago 57"; "Estamos de
pesca" de Orlando Vigil Escalera; "Llévame a la pelota" de
Ignacio Gutiérrez, entre otras.

La lucha contra los grupos contrarrevolucionarios
constituye otra de las vertientes temáticas del
período, "Historia de la Brigada 2506" y "El hijo de
Arturo Estévez" (1974) de Raúl González del
Cascorro; "Girón todos los días", de Carlos
Beltrán Ramírez, "En chiva muerta no hay bandidos"
(1974) de Reinaldo Hernández Savio; "Asalto a la guarida"
(1976) de Tito Junco y "Leopardo, máscara y ratones" de
Rodolfo Pérez Valero.

Aparecen nuevas obras de teatro de autores ya
establecidos en el ámbito nacional: Aberlado Estorino
escribe, "Ni un si ni un no" (1979), con la que mantiene una
mirada crítica a la sociedad cubana; Nicolás Dorr
escribe, "El pleito entre un autor y un ángel" (1972) y
"La Chacota" (1974); Eugenio Hernández Espinosa escribe
"La Simona" (1977), obra de tema
latinoamericano.[39]

Héctor Quintero continúa escribiendo
teatro costumbrista, en el que no abandona la sátira al
abordar temas de la actualidad cubana, "Mambrú se fue a la
guerra" (1970), "Si llueves te mojas como los demás"
(1973) y "La última carta de la baraja" (1978).

Son obras en la que Quintero aborda el comportamiento
del cubano en las nuevas circunstancias sociales, contando
historias de gente común que vive y trabaja en Cuba. Para
el autor, el manejo de situaciones de enredo y la
presentación de estas problemáticas, era su modo de
reflejar el mundo que lo rodeaba, con "(…) un humor limpio
de chabacanería y truculencia"
[40]

La prosa reflexiva es el género más
deprimido en esta etapa, principalmente en el apartado de la
crítica, que se hace prácticamente nula a partir de
los reajustes ideológicos de los inicios de la
década de los 70s.

Los criterios básicos de valoración
están dados por la utilidad
político-ideológica de una obra y luego sus
valoraciones estéticas. El pensamiento estético
marxista-leninista no entra como una herramienta más a
utilizar por los críticos y ensayistas, sino como una
disposición oficial de obligatoriedad, con el consiguiente
empobrecimiento del criterio y la muerte del debate.

Al mismo tiempo la década del 70 será un
buen momento para las "voces maduras" de la ensayística
cubana, con una cuidadosa selección de los temas,
evadiendo los mas escabrosos y alineados dentro de los
cánones del marxismo-leninismo, cualquier otra cosa era
revisionismo y diversionismo ideológico. Nombres como los
de Juan Marinello, Mirta Aguirre, Vicentina Antuña,
José Antonio Portuondo, Mario Rodríguez
Alemán, Roberto Fernández Retamar y Alejo
Carpentier, entre otros, eran figuras que ejercían la
crítica y el ensayo desde antes del triunfo de la
Revolución, eran importantes figura de la intelectualidad
de izquierda, muchos de ellos miembros del Partido Socialista
Popular y defensores del realismo socialista, que de forma
abierta o solapada trataba de imponerse en este período
gris de la cultura cubana.

Mirta Aguirre es una de las principales teóricas
de la estética marxista-leninista en Cuba, su refugio en
este período fueron los temas de la literatura
clásica universal, obviando el rico fermento cultural que
se desarrolla en esta etapa. Son de destacar sus ensayos, "La
obra narrativa de Cervantes" (1971), "El romanticismo de Rousseau
a Víctor Hugo" (1973), "Del encanto a la sangre: Sor Juana
Inés de la Cruz" (1975) y la "Lírica castellana del
siglo de oro" (1977).

Alejo Carpentier teoriza acerca del papel del escritor y
del intelectual en este proceso de cambio en su obra
"Razón de ser" (1976); Juan Marinello trata de justificar
la toma de posición por el realismo socialista, aunque con
características tropicales en su, "Realismo, realismo
socialista y la posición cubana" (1979), algo similar hace
José Antonio Portuondo con, "Itinerario estético de
la Revolución Cubana" (1979)

Roberto Fernández Retamar conserva su aguda
participación en el proceso social cubano y en su ensayo,
"Apuntes sobre la revolución y la literatura cubana"
(1972) indaga sobre la literatura en Cuba, su proyección
latinoamericana y las problemáticas a la que se
enfrentaban los escritores enfatizando que "(…) el arte de
la Revolución no puede ser juzgado sobre la base del arte
de otra revolución"[41], aseveración
audaz teniendo en cuenta el momento en que se produce.

Cintio Vitier desde su modesto trabajo de investigador
de la Sala José Martí de la Biblioteca Nacional,
sigue tomando el pulso a su época apegado a su eticidad
cristiana y martiana, resumida en su valiente ensayo, "Ese sol
del mundo moral (para una historia de la eticidad cubana)"
(1975), publicado en México y que no vería su
edición cubana hasta los años 90.

La primera generación de la Revolución
florecida en la década del 60 , continúa
trabajando, muchos de ellos, simultaneando la creación con
la docencia o el desempeño de funciones como editores,
compiladores, investigadores y críticos, principalmente de
la literatura cubana del siglo XIX y de la primera mitad del XX.
Oficio había, pero con una intencionalidad de hacer
relectura desde el marxismo con una dialéctica que
parecía no funcionar en cuanto se llegaba al
período revolucionario donde la política cultural
puso paradigmas y frenos. Sobresalen por la buena factura de su
obra y la intención crítica, "El camino de los
maestros" (1979) de Graciella Pogolotti, y "El intelectual en la
Revolución" de Ambrosio Fornet.

La crítica prácticamente no existe entre
los jóvenes creadores que continúan en la
década del 70 una ensayística erudita, necesaria,
pero alejada de su realidad inmediata, que queda como un
vacío que llenarán estos mismos creadores en
décadas venideras. Algunos nombres de interés del
período fueron, Sergio Chaple, Salvador Árias,
Eduardo López Morales, Denia García Ronda, Emilio
de Armas, Desiderio Navarro, Rogelio Rodríguez Coronel,
Mercedes Santos Moray, Virgilio López Lemus, Mirta
Yañez, Raúl Hernández Novás, Abel
Prieto y Luis Toledo Sande.

Sergio Chaple es uno de los investigadores literarios de
más sólido trabajo en la década del 70.
Tiene el mérito de haber introducido las teoría
estructuralistas en los estudios literarios cubanos,
dirigió el Departamento de Literatura en el Instituto de
Literatura y Lingüística, teniendo a su cuidado la
confección del "Diccionario de la Literatura Cubana"
(1975), el aporte más importante de esta
Institución en esta etapa, pese a los enfoque
reduccionistas que omite a importantes figuras de la literatura
cubana por el solo hecho de estar en el exilio.

El profesor José Juan Arrom continúa su
estimable trabajo de investigación y criterio desde los
Estados Unidos, donde tiene una amplia trayectoria docente y
literaria. Su vocación latinoamericanista y cubana en
particular, lo han tenido actualizado en los temas de la cultura
y las letras de estos países. En 1974 publica en
México su amplio y bien documentado estudio,
"Relación acerca de las antigüedades de los indios:
el primer tratado escrito en América", otros trabajos
suyos fueron, "Mitología y arte prehispánico de las
Antillas" (México, 1975), "Martí y la generaciones:
continuidad y polaridad de un proceso (1973),, "Hacia "Paradiso",
lo tradicional cubano en el mundo novelístico de
José Lezama Lima (1973) y "Cuba: trayectoria de su imagen
poética" (1975)

En la década del 70 hay una voluntad oficial de
impulsar la literatura infantil, para eso se convoca al Forum de
Literatura Infantil que reúne a creadores y dirigentes de
la cultura y el estado cubano. Se crea la editorial Gente Nueva,
surgen diversos concursos y se publican muchos libros para
niños y jóvenes.

El primero de los concursos que se convoca fue, "La Edad
de Oro" (1972), en el cual participaron creadores noveles y
consagrados. En 1973 la UNEAC instituyó el premio
"Ismaelillo" y Casa de Las Américas incluye en
género a partir de 1975.

Las principales problemáticas de este
género están dadas por la creación de
modelos y parámetros para la obra infantil y juvenil,
así como la parcialización de la realidad que se
les muestra.

Entre los autores de literatura para niño se
destaca la pinareña Nersys Felipe, merecedora de los dos
primeros premios Casa de las Américas, "Cuentos de Guane"
(1975) y "Cuentos de Román Ele" (1976), también fue
premiado su poemario para niños, "Para que ellos canten",
premio "La Edad de Oro" (1974)

Particularmente valioso es el poemario de Mirta
Agüire, "Juegos y otros poemas" (1974), por sus matices,
sonoridades, policromía y su mensaje formativo. "Caballito
blanco" (1974) de Onelio Jorge Cardoso, sigue la línea
creativa de este autor, basada en su amena manera de presentar
problemas universales como la solidaridad, la identidad, la
voluntad, todo tratado de una manera tierna y sin caer en el
facilismo.

Nicolás Guillén escribe para los
niños, "Por el mar de las Antillas anda un barco de papel"
(1978), obra lírica en la que se unen las adivinanzas y
canciones a los temas históricos y nacionales, en un tono
ingenioso y satírico que no impide la comunicación
con el niño. Otro tanto hace Dora Alonso en "Palomar"
(1979)

Este repunte de la literatura infantil aupado por los
premios y las publicaciones atrae a creadores de todos los
géneros, la mayoría de ellos sin una trayectoria en
el trabajo para los niños, ajustándose a los
parámetros, aplicando oficio y haciendo obras luego
olvidadas.

Teatro, los
difíciles años setenta

La intolerancia y la rigidez que marcaron a la cultura
en la década del 70 afectaron sensiblemente al movimiento
teatral cubano que venía de una década de auge y
desarrollo que muchos hoy magnifican como
extraordinaria.

La séptima década se inicia con el
Congreso de Educación y Cultura del cual derivaron una
serie de medidas administrativas conocidas entre los artistas
como "parametración"[42] y que no fue otra
cosa que la valoración del profesional por razones extra
artísticas. Muchos fueron separados del trabajo y algunos
grupos teatrales disueltos o reestructurados.

"Subdesarrollo artístico, incultura, gusto
pequeño burgués, prepotencia administrativa,
censura más o menos encubierta, afán de didactismo
y de mensaje, estructuras administrativas rígidas,
prejuicios éticos políticos: lo que me gusta a mi
es lo correcto, lo diferente es siempre
sospechoso"[43]

En ese ambiente el teatro de sala dejó el
protagonismo a una experiencia novedosa en Cuba, emprendida por
Sergio Corrieri y un pequeño grupo de artista al asentarse
en las montañas del Escambray[44]en
1969.

Se inicia con ellos el "Teatro Nuevo" que
caracterizaría los años setenta, marcado por una
dramaturgia de compromiso social y de creación mediata en
base a investigaciones sociales realizadas por el grupo en la
zona donde se asentaron. En este tipo de teatro la
actuación, aunque sigue siendo importante, se subordina al
contenido de lo representado y al efecto ideológico de la
obra sobre el público al que va dirigido. Un nuevo
público veía reflejado sus problemas por los
actores y buscaba soluciones a través de la catarsis de la
representación.

"En aquel espectáculo la coincidencia con el
proyecto socialista no era reproducción pasiva de la
ideología, sino ejercicio de debate como fuente de
transformación"[45]

Dentro de esta línea de Teatro Nuevo se crearon
otros grupos, Cabildo Teatral Santiago (1971), dirigido por
Raúl Pomares, que retoma la línea del antiguo
teatro de tradiciones para presentar teatro de plaza en el que
música y danza compartían el protagonismo con las
escenificaciones. Clásica es ya su obra, "De cómo
Santiago Apóstol bajo de su caballo", del propio Pomares,
con la que ganaron numerosos reconocimientos y
premios.

Basados en la experiencia del Escambray, del que fueron
miembros, Herminia Sánchez y Manuel terraza crearon el
grupo Teatro de Participación (1970); en 1973 otra de las
fundadoras del Escambray, Flora Lauten, crea en la comunidad La
Yaya de la misma zona, un grupo de similares
características, pero con actores aficionados, los que
bajo su dirección presentaron obras escritas por ella, en
base a los estudios previos, propios de este tipo de
teatro.

Humberto Llama desarrolla en la Agrupación
Genética del Este, en el valle de Picadura, al sur de La
Habana, un movimiento teatral conocido como Teatro de la
Comunidad (1974) y que llegó a tener once grupos con
más de 260 integrantes. Él no se siñe a la
experiencia del Escambray, sino que desarrolla otras variantes:
teatro periódico, de vaquería, docente, sicodrama,
juego colectivo, teatro de la casa, el de las reuniones y el
infantil.

Otra experiencia de Teatro Nuevo lo desarrollan en
Santiago de Cuba, María Eugenia garcía, Augusto
Blanca y Adolfo Gutkin al fundar Teatrova, espectáculo en
el que mezclan poesías y canciones sin necesidad de
accesorios. En La Habana el Grupo Cubana de Acero dirigido por
Albio Paz, en la Isla de la Juventud el grupo Pinos Nuevos
dirigido por Iván Pérez Carrión; Colectivo
Teatral Granma con la dirección de Miguel Lucero y Cabildo
Teatral Guantánamo con Miguel Pomares al
frente.

Con este fuerte movimiento teatral y el amplio apoyo
oficial que recibe se convoca al I Festival de Teatro Nuevo
celebrado en Villa Clara, sede del grupo iniciador. Los grupos no
solo presentaron sus obras, sino que discutieron sus experiencias
y perspectivas de futuro.

Este movimiento que en la década del 70 se
llamó Teatro Nuevo extendió su influencia a la
década del 80, aunque fue perdiendo fuerza con el tiempo.
Partí del teatro de creación colectiva que se
hacía en América Latina y que aún tiene en
el colombiano Grupo La Candelaria su paradigma, también se
hacía en los Estados Unidos y otras partes del mundo. En
el caso de Cuba surgió en contraposición al teatro
de sala y a otras formas experimentales del teatro que fueron
condenadas por la autoridades de la cultura cubana por
perjudiciales y diversionistas.

El Teatro Nuevo por sí solo fue un paso de
avance, pero al dogmatizarse y hacerse prácticamente
programático en detrimento de otras formas de
representación, se convierte en freno del teatro
cubano.

El Realismo Socialista como forma teatral se desarrolla
en Cuba mediante las puestas en escena en colaboración con
los dramaturgos de los países socialistas europeos. En
1973 el director alemán Hannes Fischer dirigió la
puesta en escena de "Los días de la Comuna" de Bertolt
Brecht, con actores cubanos que formarían la base de grupo
de Teatro Político Bertolt Brecht. Este grupo presenta en
1974 por primera vez en español, "La Panadería" de
Brecht y dirigida por el argentino graduado en la
República Democrática Alemana, Julio
Babraskinas.

"Los amaneceres son aquí apacibles" de V.
Vasiliev y dirigida por el soviético E. Radomislenski sube
a la escena del Brecht en 1975. La reposición de "La
madre" de Brecht por el alemán Ulf Keyn en 1976, marca la
madurez del grupo. Le continuaron, "El Premio" de Guelman
dirigida por Keyn y "Los diez días que estremecieron al
mundo" dirigida por Radomislenski y protagonizada por Mario
Balmaceda en el papel de Lenin.

El quehacer del grupo Bertolt Brecht está
dirigido a presentar en Cuba el repertorio del gran alemán
y piezas teatrales del campo socialista, pero era un teatro sin
arraigo en el público cubano, que se destaca por el buen
trabajo actoral y los impecables montajes.

Mario Balmaceda, actor del grupo, marcará un
punto de giro en la dramaturgia cubana con la puesta en escena de
"Andoba" (1979) de Abrahan Rodríguez, obra que
"(…) abre un estilo que algunos calificaron de
"andobismo" o sea un traslación rudimentaria de la vida a
los escenarios"[46]

En medio de la tormenta el Grupo Teatro Estudio con los
hermanos Vicente y Raquel Revuelta, continúan defendiendo
el teatro de autor y de actor, marcado por el talento de sus
grandes individualidades. Vicente Revuelta es el director de
teatro más polémico en el período
revolucionario. Hombre de talento, inconforme constante, siempre
dispuesto a la experimentación y a los cambios, cuando el
quietismo y la ortodoxia cultural predominan.

Tras el fracaso del grupo Los Doce, continúa sus
experimentaciones con el montaje de, "La Conquista" (1971), "Las
tres hermanas" (1972) de Antón Chejov, la fallida puesta
de "La dolorosa historia del amor secreto de Don Jacinto
Milanés" (1976) de Abelardo Estorino y sobretodo la
versión cubana de "Galileo Galilei (1974), un éxito
de público y crítica en medio de la grisura
cultural del período, lo que demuestra que el verdadero
talento siempre encontrará forma de decir, pese a las
dificultades.[47]

También fueron notables los montajes que para
Teatro Estudio hicieron Raquel Revuelta, "Santa Juana de
América" (1973) de Andrés Lizárraga y Berta
Martínez, "Bodas de Sangre" de Federico García
Lorca, impregnada de un gran espíritu
brechtiano.

Otros grupos capitalinos mantuvieron el trabajo en sus
salas, entre ellos el "Rita Montaner", Teatro Popular
Latinoamericano, Buscón e Irrumpe. Se echaba de menos al
Teatro Musical, muy deprimido, al igual que el Lírico y el
costumbrista. En cuanto al teatro infantil y de marionetas, se
notaba el estancamiento, agravado por la falta de buenos
textos.

En 1975 se publicó en La Habana la
importantísima monografía, "La Selva Oscura" de
Rine Leal (1930-1997), en dos tomos recoge la historia minuciosa
del quehacer teatral cubano, sin olvidar a los actores y actrices
que en él trabajaron a más del panorama social en
el que se desenvuelve este movimiento teatral.

La danza, entre
luces y sombras

La década del 70 representa una apertura mayor
para el Ballet Nacional de Cuba que por su calidad y el prestigio
de sus bailarines y coreógrafos, mantiene un constante
intercambio con las principales plazas del ballet en el mundo.
Canadá (1971), Suiza (1974); Venezuela, Portugal, y
Panamá (1976) y Jamaica (1977). A medidos de 1978 se
presentan en Nueva York y Washington, Estados Unidos. El Ballet
Nacional de Cuba fue una especie de embajada cultural cubana en
medio del aislamiento y el bloqueo de estos
años.[48]

Al mismo tiempo era muy activa la participación
de los bailarines cubanos en concursos internacionales como los
de Moscú, Varna, Bulgaria, y el de Japón en los que
era frecuente el premio a bailarines y coreógrafos
cubanos. Lázaro Carreño, Andrés Willians,
Fernando Jhones, Amparo Brito, Mirta García y Orlando
García, fueron bailarines laureados por estos años,
en tanto Alberto Alonso e Iván Tenorio sobresalían
entre los coreógrafos.

El Ballet Nacional de Cuba ha sido desde sus inicios una
compañía defensora del repertorio clásico
del ballet por lo que sus coreógrafos trabajan para
afianzar esa característica en las piezas que crean. El
más importante de estos coreógrafos lo fue Alberto
Alonso, que estrena en esta década obras tales como,
"Tarde en la siesta" (1973), "El río y el bosque" (1974),
"Mujer" (1974), "Paso a dos" (1976) y "Muñecos" (1978).
Otros coreógrafos de la compañía fueron
Iván Tenorio, Gustavo Herrera, Azari Plisetski y la propia
Alicia Alonso.

El trabajo del Ballet Nacional de Cuba queda afianzado
con la creación de la Escuela de Ballet de
Cubanacán, cantera de talentosas figuras que se
gradúan en esta década, como son los casos de Jorge
Esquivel, uno de los mejores bailarines de ballet
contemporáneo, María Elena Llorente, Lázaro
Carreño, Orlando Salgado, Pablo Moré Mirta
García, Andrés Willians, José Zamorano,
Rosario Suárez, Amparo Brito, Caridad Martínez y
Fernando Jhones.

La segunda compañía de ballet de Cuba, el
Ballet de Camaguey pasó a ser dirigida en 1975 por
Fernando Alonso, quien se desempeñó también
como maitre de ballet de la misma. Durante este período
eleva el rigor de este grupo conformado por un joven elenco
proveniente de la Escuela de Ballet de Cubanacán y de la
Escuela Provincial de Ballet de Camaguey. Su repertorio se apega
a los clásicos, aunque también experimentan con
piezas de creación contemporánea sobresaliendo el
trabajo de Jorge Lefebre en estrenos suyos ya expuestos en
Europa. En 1978 el Ballet de Camaguey realizó su primera
gira internacional por los países del este de Europa,
Checoslovaquia, Rumania y la Unión
Soviética.

Jorge Lefebre es un artista que desarrolló su
obra lejos de Cuba y dentro de las concepciones más
contemporáneas del ballet por lo que no fue muy
representado por el Ballet Nacional de Cuba, apegado a la
tradición clásica de su directora Alicia Alonso. A
pesar de ello mantuvo un nexo con la cultura cubana, al igual que
su esposa Menia Martínez. Lo primero que le montó
el Ballet Nacional de Cuba fue "Edipo Rey" (1970), aunque
también lo hizo el de Camaguey y la compañía
de Danza Contemporánea.

En 1971 estreno con el Ballet Siglo XX de Bejart, "La
sinfonía del Nuevo Mundo", a la que siguieron
"Salomé" (1975), "Yagruma" (1975), "El pájaro de
fuego" (1976), "La noche de los mayas" (1976), "Diálogo y
encuentro" (1978) y "La Caza"
(1979).[49]

En 1971 la danza moderna cubana sufre un rudo golpe al
ser separado de la dirección del Conjunto de Danza
Contemporánea su fundador Ramiro Guerra quien
pretendía romper con los esquemas establecidos dentro de
la danza contemporánea y hacer algo nuevo, que el
concibió en "El decálogo del
Apocalipsis".

Con Ramiro Guerra se anuncian los cambios de la danza
moderna desde 1970, con obras como "Impromptus Galante" y el
mencionado "Decálogo del Apocalipsis".[50]
En "Impromptus…" se juega a la danza en la que el
público decide cada noche el final de la obra, en tanto el
"Decálogo…" es obra de gran osadía
coreográfica, con bailarines trepando por la fachada del
teatro y diciendo malas palabras en varias lenguas, gestos
eróticos y exuberante escenografía que
escandalizaron a la ortodoxia cultural y que llevó a este
excelente bailarín y coreógrafo al silencio
actoral. En 1979 reaparece Ramiro Guerra como coreógrafo
al estrenarle el Conjunto Folklórico Nacional su
"Tríptico oriental" basados en los ritmos de la zona
oriental de la isla.

Durante algunos años el Conjunto mantuvo el
impulso creativo formado por el maestro Ramiro Guerra, ahora bajo
la dirección de Eduardo Rivero, bailarín y
coreógrafo autor de obras antológicas en la danza
contemporánea cubana como fueron "Sulkari" y
"Okantomí" y en 1974 adopta el nombre de Danza Nacional de
Cuba.

Eduardo Rivero se convierte en el principal
coreógrafo de la compañía partiendo de su
concepción de hacer montajes no narrativos, sino
temáticos, en los que la sobresale la composición y
escultura del cuerpo.

La llegada a mediados de los 70s de los primero
bailarines de danza contemporáneas formados en la ENA con
gran dominio técnico y formado dentro de la organicidad de
un método y con una gran audacia experimental, determina
un nuevo momento para la agrupación que ya tiene un
repertorio superior a los cincuenta títulos, en los que se
mantienen las obras clásicas, pero en la que aparecen
piezas nuevas como, "Danzaria", "El cruce del Niágara" y
Lunetario" de Marianela Boan; "Fausto Caribeño" de
Víctor Cuellar y la indagación posmoderna de la
danza teatro "Ave Fénix" de la chilena Victoria
Larraín.

En 1979 la dirección de la compañía
Danza Nacional de Cuba pasa a Sergio Vitier, en ese año
realizan varios estrenos memorables: "Omnira",
"Michelángelo", "Ireme" y "La Jungla".

El Conjunto Folklórico Nacional es una de las
más genuinas formas culturales danzarias de la isla,
fundado en 1962 y en constante crecimiento y evolución
vivió en la década del 70 un momento de esplendor
no solo en la arena internacional, sino en sus regulares
presentaciones en el Teatro Mella, su sede habitual, y su giras
por el país. La profesionalidad de los bailarines,
músicos, cantantes y el equipo de investigadores e
informante que a su alrededor se formó, fueron la base de
su éxito porque no solo rescataron las tradiciones
culturales populares, principalmente las de raíces
africanas, sino que convirtieron todo aquel legado cultural en
cultura viva, no solo de laboratorio. Su éxito que
tenía mucho que ver con la religiosidad sincrética
del pueblo cubano, contrasta con la solapada pero fuerte
campaña de ateismo que marca toda esta década y
posterior, cometiéndose el error de separar bailes y
cantos de creencias religiosas ancestrales que marcan la
identidad de buena parte de la población
cubana.

Partes: 1, 2, 3, 4
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